lunes, mayo 02, 2011

¿De la Noche y del Día?


El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos (Santiago 1:8).
A menudo, la indecisión o las decisiones erróneas, no son sino producto de una voluntad perpleja y dividida que no acierta a definir sus propios objetivos, y que por ello llega a ser causa de pesares, de conflictos, y aun de enfermedades y de muertes. ¿Qué hacer para evitarlo? ¿Cómo orientar la voluntad? ¿Es posible la recuperación de aquellos que han abusado de su debilidad?

Joseph Bennett –un niño de Nueva Jersey– es quizá el único en el mundo que posee una tortuga con dos cabezas. Hace unos años, la encontró en un pantano cerca de su casa, y desde entonces cuida de ella. Para el niño, el animalito es una curiosidad.
Le enorgullece poseerlo, y le divierte ver cómo le cuesta decidir su camino.
La pequeña tortuga no sabe qué cabeza seguir. De a ratos se aturde, se balancea indecisa de un lado a otro, y al fin sigue el dictado de la que parece ser su cabeza dominante. Los expertos señalan que casos como éste, ocurren una vez en un millón. Lo califican como “un aborto de la naturaleza”.

Pero en ese otro pantano que suele ser el mundo, el fenómeno se da todos los días. Cientos de personas –bicéfalas de alma– deambulan de un lado a otro confundidas, indecisas, presas de conflictos emocionales más o menos intensos que destruyen paulatina pero seguramente su salud física y mental.

Y eso no enorgullece ni divierte a nadie. Es una lástima que personas dotadas de inteligencia y voluntad se hundan en la desesperación y en el caos pudiendo haberlo evitado.

De hecho, la voluntad humana no es omnipotente. Pero tampoco es nula; es lo que nos permite escoger por nosotros mismos lo que queremos hacer.
Es la facultad de decidir inteligentemente. Si la desaprovechamos, quedará impotente a merced de las circunstancias; pero si la unimos a la del Todopoderoso, se volverá invencible.
Naturalmente, la unión a que aludimos exige previamente una separación, una “cirugía”; implica, pues, corte y dolor. Pero es un corte necesario, y un dolor íntimo comparado con la recuperación resultante.

San Pablo explica: “Los que viven según la carne, no pueden agradar a Dios”.
“Si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:8, 13).

Así es, lector amigo, no podemos seguir dos cabezas. Si vamos en pos de la de naturaleza carnal el resultado será la enfermedad y la muerte; pero, si usando de nuestra voluntad, elegimos seguir las indicaciones del Espíritu de Dios, el fruto será vida: vida aquí y ahora, y vida eterna.

La voz.org

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