jueves, junio 30, 2011

10 “El Ministerio Final De Cristo En El Santuario Celestial”


La mención de una fecha precisa para el juicio, en la proclamación del primer mensaje, fue ordenada por Dios. El cómputo de los períodos proféticos en que se basa ese mensaje, que establecen el fin de los 2.300 días en el otoño de 1844, puede subsistir sin inconveniente.
(El Gran Conflicto, pág. 510).

"Estuve mirando -dice el profeta Daniel- hasta que fueron puestos tronos; y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el juez se sentó, y los libros fueron abiertos" (Dan. 7: 9, 10).

Así se presentó a la visión del profeta el día grande y solemne cuando los caracteres y las vidas de los hombres pasarán en revista delante del Juez, de toda la tierra, y cuando a todos los hombres se les dará "conforme a sus obras". El Anciano de días es Dios, el Padre. El salmista dice: "Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios" (Sal. 90: 2). Es él, el Autor de todo ser y de toda ley, quien debe presidir en el juicio. Y "millares de millares. . . y millones de millones" de santos ángeles, como ministros y testigos, están presentes en este gran tribunal.

"Y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, 127 gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido" (Dan. 7: 13, 14). La venida de Cristo que se describe aquí no es su segunda venida a la tierra. El viene hacia el Anciano de días en el cielo para recibir el dominio y la gloria, y un reino, que se le dará a la conclusión de su obra de Mediador. Es esta venida, y no su segundo advenimiento a la tierra, la que la profecía predijo que habría de realizarse al fin de los 2.300 días, en 1844. Acompañado por ángeles celestiales, nuestro Sumo Sacerdote entró en el lugar santísimo, y allí, en la presencia de Dios, dio principio a los últimos actos de su ministerio en beneficio del hombre, a saber, cumplir la tarea del juicio y hacer obra de expiación por todos los que resulten tener derecho a ella.

¿Qué casos se consideran?
En el rito simbólico, sólo aquellos que se habían presentado ante Dios arrepentidos y que confesaban sus pecados, y cuyas iniquidades eran llevadas al santuario por medio de la sangre del holocausto, tenían anticipación en el servicio del día de la expiación. Del mismo modo en el gran día de la expiación final y del juicio, los únicos casos que se consideran son los de aquellos que han profesado ser hijos de Dios. El juicio de los impíos es obra distinta y se verificará en fecha posterior. "Es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios: y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al Evangelio de Dios?" (1 Ped. 4: 17).

Los libros del cielo, en los cuales están consignados los nombres y los actos de los hombres, determinarán los fallos del juicio. El profeta Daniel dice: "el Juez se sentó, y los libros se abrieron". San Juan, al describir la misma escena en el Apocalipsis, agrega: "Y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras" (Apoc. 20: 12). 128

El libro de la vida contiene los nombres de todos los que entraron alguna vez en el servicio de Dios. Jesús dijo a sus discípulos: "Regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos" (Luc. 10: 20). Pablo habla de sus fieles compañeros de trabajo, "cuyos nombres están en el libro de la vida" (Fil. 4: 3). Daniel, al vislumbrar un "tiempo de angustia, cual nunca fue", declara que el pueblo de Dios será librado, es decir, "todos los que se hallen escritos en el libro" (Dan. 12: 1). Y Juan dice en el Apocalipsis que sólo entrarán en la ciudad de Dios aquellos cuyos nombres "están inscritos en el libro de la vida del Cordero" (Apoc. 21: 27).

Delante de Dios está escrito "un libro de memoria", en el cual quedan consignadas las buenas obras de "los que temen a Jehová, y de los que piensan en su nombre" (Mal. 3: 16, VM). Sus palabras de fe, sus actos de amor, están registrados en el cielo. A esto se refiere Nehemías cuando dice: "Acuérdate de mí, oh Dios mío. . . y no borres mis obras piadosas que he hecho por la casa de mi Dios" (Neh. 13: 14, VM). En el "libro de memoria" de Dios, todo acto de justicia esta inmortalizado. Toda tentación resistida, todo pecado vencido, toda palabra de tierna compasión, están fielmente consignados, y apuntados también todo acto de sacrificio todo padecimiento y todo pesar sufridos por causa de Cristo. El salmista dice: "Tú cuentas los pasos de mi vida errante; pon mis lágrimas en tu redoma: ¿no están en tu libro?" (Sal. 56: 8, VM).

Hay además un registro en el cual figuran los pecados de los hombres. "Pues que Dios traerá toda obra a juicio juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala" (Ecl. 12: 14, VM). "De toda palabra ociosa que hablaran los hombres, darán cuenta en el día del juicio". Dice el Salvador: "Por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado" (Mat. 12: 36, 37, VM). Los propósitos y motivos secretos aparecen en el registro infalible, pues Dios "sacará a luz las obras encubiertas de las tinieblas, y pondrá de manifiesto los propósitos de los corazones" (1 Cor. 4: 5, VM). "He aquí que esto está escrito delante de mí. . . 129 vuestras iniquidades y las iniquidades de vuestros padres juntamente, dice Jehová " (Isa. 65: 6, 7, VM).

La obra de cada uno pasa bajo la mirada de Dios, y es registrada, e imputada, ya como señal de fidelidad, ya de infidelidad. Frente a cada nombre, en los libros del cielo, aparecen con terrible exactitud cada mala palabra, cada acto egoísta, cada deber descuidado, y cada pecado secreto, con toda su artera hipocresía. Las admoniciones o reconvenciones divinas despreciadas, los momentos perdidos, las oportunidades desperdiciadas, la influencia ejercida para bien o para mal, con sus abarcantes resultados, todo es registrado por el ángel anotador.

La ley de Dios es la norma
La ley de Dios es la regla por la cual los caracteres y las vidas de los hombres serán probados en el juicio. Salomón dice: "Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es la suma del deber humano. Pues que Dios traerá toda obra a juicio" (Ecl. 12: 13, 14, VM). El apóstol Santiago amonesta a sus hermanos diciéndoles: "Así hablad pues, y así obrad, como hombres que van a ser juzgados por la ley de libertad" (Sant. 2: 12, VM).

Los que en el juicio "serán tenidos por dignos", tendrán parte en la resurrección de los justos. Jesús dijo. "Los que serán tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo venidero, y la resurrección de entre los muertos. . . son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección" (Luc. 20: 35, 36, VM). Y además declara que "los que hicieron bien saldrán a resurrección de vida" (Juan 5: 29). Los justos ya muertos serán resucitados sólo después del juicio en el cual habrán sido juzgados dignos de la "resurrección de vida". No estarán, pues, presentes en persona ante el tribunal cuando sus registros sean examinados y sus causas falladas. 130

Jesús, el Abogado
Jesús aparecerá como el abogado de ellos, para interceder en su favor ante Dios. "Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo" (1 Juan 2: 1). "Porque no entró Cristo en un lugar santo hecho de mano, que es una mera representación del verdadero sino en el cielo mismo, para presentarse ahora delante de Dios por nosotros". "Por lo cual también, puede salvar hasta lo sumo a los que se acercan a Dios por medio de él, viviendo siempre para interceder por ellos" (Heb. 9: 24; 7: 25, VM).

A medida que los libros de registro se van abriendo en el juicio, las vidas de todos los que hayan creído en Jesús pasan ante Dios para ser examinadas por él. Empezando con los primeros que vivieron en la tierra, nuestro Abogado presenta los casos de cada generación sucesiva, y termina con los vivos. Cada nombre es mencionado, cada caso cuidadosamente investigado. Habrá nombres que serán aceptados, y otros rechazados. En caso de que alguien tenga en los libros de memoria pecados de los que no se haya arrepentido y que no hayan sido perdonados, su nombre será borrado del libro de la vida, y la mención de sus buenas obras será borrada de los registros de Dios. El Señor declaró a Moisés: "Al que haya pecado contra mí, a éste borraré de mi libro" (Exo. 32: 33, VM). Y el profeta Ezequiel dice: "Si el justo se apartare de su justicia, y cometiere maldad. . . ninguna de las justicias que hizo le serán tenidas en cuenta" (Eze. 18: 24).

A todos los que se hayan arrepentido verdaderamente de su pecado, y que hayan aceptado con fe la sangre de Cristo como su sacrificio expiatorio, se les ha inscrito el perdón frente a sus nombres en los libros del cielo. Como llegaron a ser partícipes de la justicia de Cristo y su carácter está en armonía con la ley de Dios, sus pecados serán borrados, y ellos mismos serán juzgados dignos de la vida eterna. El Señor declara por medio del profeta Isaías: "Yo, yo soy, aquel que borro tus transgresiones a causa de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados" (Isa. 43: 25, VM). Jesús dijo: 131 "El que venciere, será así revestido de ropas blancas, y no borraré su nombre del libro de la vida, sino confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus santos ángeles". "A todo aquel, pues, que me confesaré delante de los hombres, le confesaré yo también delante de mi Padre que está en los cielos" (Apoc. 3: 5; Mat. 10: 32, VM).

La escena del juicio
Todo el más profundo interés manifestado entre los hombres por los fallos de los tribunales terrenales no representa sino débilmente el interés manifestado en los atrios celestiales cuando los nombres inscriptos en el libro de la vida desfilan ante el juez de toda la tierra. El divino Intercesor aboga en favor de todos los que han vencido por la fe en su sangre, para que se les perdonen sus transgresiones, a fin de que sean restablecidos en su morada edénica y coronados con él coherederos del "señorío, primero" (Miq. 4: 8). Con sus esfuerzos para engañar y tentar a nuestra raza, Satanás había pensado frustrar el plan que Dios tenía al crear al hombre, pero Cristo pide ahora que este plan sea llevado a cabo como sí el hombre no hubiera caído jamás. Pide para su pueblo no sólo el perdón y la justificación, plenos y completos, sino además participación en su gloria y un asiento en su trono.
Mientras Jesús intercede por los súbditos de su gracia, Satanás los acusa ante Dios como transgresores. El gran seductor procuró arrastrarlos al escepticismo, hacerles perder la confianza en Dios, separarse de su amor y transgredir su ley. Ahora él señala la historia de sus vidas, los defectos de carácter, la falta de semejanza a Cristo, lo que deshonró a su Redentor, todos los pecados que los indujo a cometer, y a causa de éstos los reclama como súbditos.

Jesús no disculpa sus pecados, pero muestra su arrepentimiento y su fe y, al reclamar el perdón para ellos, levanta sus manos heridas ante el Padre y los santos ángeles, diciendo: Los conozco por sus nombres. Los he grabado en 132 las palmas de mis manos. "Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios" (Sal. 51: 17). Y al acusador de su pueblo le dice: "Jehová te reprenda, oh Satán; Jehová que ha escogido a Jerusalén, te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio?" (Zac. 3: 2). Cristo revestirá a sus fieles con su propia justicia, para presentarlos a su Padre como una "iglesia gloriosa, no teniendo mancha, ni arruga, ni otra cosa semejante" (Efe. 5: 27, VM). Sus nombres están inscriptos en el libro de la vida, y de estas personas escogidas está escrito: "Andarán conmigo en vestiduras blancas; porque son dignas" (Apoc. 3: 4).

Así se cumplirá de un modo completo la promesa del nuevo pacto: "Perdonaré su iniquidad, y no me acordaré más de sus pecados". "En aquellos días y en ese tiempo, dice Jehová, será buscada la iniquidad de Israel, y no la habrá, y los pecados de Judá, más no podrán ser hallados". "En aquel día el Vástago de Jehová será espléndido y glorioso, y el fruto de la tierra excelente y hermoso, para los escapados de Israel. Y será que los que fueren dejados en Sión, y los que quedaren en Jerusalén, serán llamados santos; es decir, todo aquel que está inscripto para la vida en Jerusalén" (Jer. 31: 34; 50: 20; Isa. 4: 2, 3, VM).

La obra del juicio investigador y el acto de borrar los pecados deben realizarse antes del segundo advenimiento del Señor. En vista de que los muertos han de ser juzgados según las cosas escritas en los libros, es imposible que los pecados de los hombres sean borrados antes del fin del juicio en que sus vidas han de ser examinadas. Pero el apóstol Pedro dice terminantemente que los pecados de los creyentes serán borrados "para que vengan de la presencia del Señor, tiempos de refrigerio y él envíe a Jesucristo" (Hech. 3: 19, 20). Cuando el juicio investigador haya concluido, Cristo vendrá con su recompensa para dar a cada cual según hayan sido sus obras. 133

Las escenas finales del servicio real
En el ritual simbólico el sumo sacerdote, hecha la propiciación por Israel, salía y bendecía a la congregación. Así también Cristo, una vez terminada su obra de mediador, aparecerá "sin pecado . . . para . . . salvación" (Heb. 9: 28, VM), para bendecir con el don de la vida eterna a su pueblo que lo esperará. Así como al eliminar los pecados del santuario, el sacerdote los confesaba sobre la cabeza del macho cabrío emisario, así también Cristo pondrá todos estos pecados sobre Satanás, autor e instigador del pecado. El macho cabrío emisario, que cargaba con los pecados de Israel, era enviado "a tierra inhabitada" (Lev. 16: 22); así también Satanás, cargado con la responsabilidad de todos los pecados que ha hecho cometer al pueblo de Dios, será confinado durante mil años en la tierra entonces desolada y sin habitantes, y sufrirá finalmente el pleno castigo del pecado en el fuego que destruirá a todos los impíos. Así el gran plan de redención alcanzará su cumplimiento en la extirpación final del pecado y la liberación de todos los que estuvieron dispuestos a renunciar al mal.

Juzgados por registros infalibles
En el tiempo señalado para el juicio -al fin de los 2.300 días, en 1844- empezó la obra de investigación y el acto de borrar los pecados. Todos los que hayan profesado el nombre de Cristo deben pasar por ese riguroso examen. Tanto los vivos como los muertos deben ser juzgados "de acuerdo con las cosas escritas en los libros, según sus obras".

Los pecados que no hayan inspirado arrepentimiento y que no hayan sido abandonados no serán perdonados ni borrados de los libros de memoria, sino que permanecerán como testimonio contra el pecador en el día de Dios. Puede el pecador haber cometido sus malas acciones a la luz del día o en la oscuridad de la noche; son conocidas y manifiestas para Aquel a quien tenemos que dar cuenta. Hubo siempre ángeles de Dios que fueron testigos de cada pecado, y lo 134 registraron en los libros infalibles. El pecado puede ser ocultado, negado, encubierto para un padre, una madre, una esposa, o para los hijos y los amigos; nadie, fuera de los mismos culpables tendrá tal vez la más mínima sospecha del mal; no deja por eso de quedar al descubierto ante los seres celestiales. La oscuridad de la noche más sombría, el misterio de todas las artes engañosas, no alcanzan a velar un solo pensamiento para el conocimiento del Eterno. Dios lleva un registro exacto de todo acto injusto e ilícito. No se deja engañar por una apariencia de piedad. No se equivoca en su apreciación acerca del carácter. Los hombres pueden ser engañados por los que tienen el corazón corrompido, pero Dios desenmascara todos los disfraces y lee la vida interior.

¡Qué pensamiento tan solemne! Cada día que transcurre lleva consigo su caudal de apuntes para los libros del cielo. Una palabra pronunciada, un acto cometido, no pueden ser retirados jamás. Los ángeles tomaron nota tanto de lo bueno como de lo malo. El más poderoso conquistador de este mundo no puede revocar el registro de un solo día siquiera. Nuestros actos, nuestras palabras, hasta nuestros más secretos motivos, todo tiene su peso en la decisión de nuestro destino para dicha o desdicha. Podremos olvidarlos, pero no por eso dejarán de testificar en nuestro favor o en contra de nosotros.

Así como los rasgos de la fisonomía se reproducen con minuciosa exactitud sobre la pulida placa del artista, así también está el carácter fielmente delineado en los libros del cielo. No obstante, ¡cuán poca preocupación se siente respecto del registro que debe ser examinado por los seres celestiales! Si se pudiera descorrer el velo que separa el mundo visible del invisible, y los hijos de los hombres pudiesen ver a un ángel apuntar cada palabra y cada acto que volverán a encontrar en el día del juicio, ¡cuántas palabras de las que se pronuncian cada día no se dejarían sin pronunciar; cuántos actos no se deberían sin realizar!

En el juicio se examinará el uso que se haya hecho de cada talento. ¿Cómo hemos empleado el capital que el Cielo nos 135 concedió? En ocasión de su venida, ¿recibirá el Señor lo que es suyo con interés? ¿Hemos perfeccionado las facultades que fueran confiadas a nuestras manos, a nuestros corazones y a nuestros cerebros para la gloria de Dios y provecho del mundo? ¿Cómo hemos empleado nuestro tiempo, nuestra pluma, nuestra voz, nuestro dinero, nuestra influencia? ¿Qué hemos hecho por Cristo en la persona de los pobres, de los afligidos, de los huérfanos o de las viudas? Dios nos hizo depositarios de su santa Palabra, ¿qué hemos hecho con la luz de la verdad que se nos confió a fin de que los hombres sean sabios para la salvación? No se da ningún valor a una mera profesión de fe en Cristo; sólo se tiene por genuino el amor que se muestra en las obras. Con todo, el amor es lo único que ante los ojos del Cielo da valor a un acto cualquiera. Todo lo que se hace por amor, por insignificante que aparezca en opinión de los hombres, es aceptado Y recompensado por Dios.
El egoísmo escondido de los hombres aparece en los libros del cielo. Allí está el registro de los deberes que no cumplieron para con el prójimo, el de su olvido de las exigencias del Señor. Allí se verá cuán a menudo se dieron a Satanás el tiempo, los pensamientos y las energías que pertenecían a Cristo. Bastante tristes son los apuntes que los ángeles llevan al cielo. Seres inteligentes que profesan ser discípulos de Cristo están absorbidos por la adquisición de bienes mundanos, o por el goce de los placeres terrenales. El dinero, el tiempo y las energías son sacrificados a la ostentación y el egoísmo; pero pocos son los momentos dedicados a orar, a estudiar las Sagradas Escrituras, a humillar el alma y a confesar los pecados.

Satanás inventa innumerables medios de distraer nuestras mentes de la obra en que precisamente deberíamos estar más ocupados. El archiseductor aborrece las grandes verdades que hacen resaltar la importancia de un sacrificio expiatorio y de un Mediador todopoderoso. Sabe que su éxito estriba en distraer las mentes de Jesús y de su obra. 136

Perfeccionemos la santidad en el temor de Dios
Los que desean participar de los beneficios de la mediación del Salvador no deben permitir que cosa alguna les impida cumplir su deber de perfeccionarse en la santificación en el temor de Dios. En vez de dedicar horas preciosas a los placeres, a la ostentación o a la búsqueda de ganancias, las consagrarán a estudiar con seriedad y oración la Palabra de verdad. El pueblo de Dios debería comprender claramente el asunto del santuario y del juicio investigador. Todos necesitan conocer por sí mismos el ministerio y la obra de su gran Sumo Sacerdote. De otro modo, les será imposible ejercitar la fe tan esencial en nuestros tiempos, o desempeñar el puesto al que Dios los llama. Cada cual tiene un alma que salvar o que perder. Todos tienen una causa pendiente ante el tribunal de Dios. Cada cual deberá encontrarse cara a cara con el gran Juez. ¡Cuán importante es, pues, que cada uno contemple a menudo de antemano la solemne escena del juicio en sesión, cuando serán abiertos los libros, cuando con Daniel cada cual tendrá que estar en pie al fin de los días!

Todos los que han recibido la luz sobre estos asuntos deben dar testimonio de las grandes verdades que Dios les ha confiado. El santuario en el cielo es el centro mismo de la obra de Cristo en favor de los hombres. Concierne a toda alma que vive en la tierra. Nos revela el plan de la redención; nos conduce hasta el fin mismo del tiempo y anuncia el triunfo final en la lucha entre la justicia y el pecado. Es de la mayor importancia que todos investiguen a fondo estos asuntos y que estén siempre listos para dar respuesta a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ellos.

La intercesión de Cristo por el hombre en el santuario celestial es tan esencial para el plan de la salvación como lo fue su muerte en la cruz. Con su muerte dio principio a aquella obra para cuya conclusión ascendió al cielo después de su resurrección. Por la fe debemos entrar velo adentro, "donde Jesús entró por nosotros como precursor" (Heb. 6: 20). Allí se refleja la luz de la cruz del Calvario; y allí 137 podemos obtener una comprensión más clara de los misterios de la redención. La salvación del hombre se cumple a un precio infinito para el Cielo; el sacrificio hecho corresponde a las más amplias exigencias de la ley de Dios quebrantada. Jesús abrió el camino que lleva al trono del Padre, y por su mediación pueden ser presentados ante Dios los deseos sinceros de todos los que a él se allegan con fe.

"El que encubre sus transgresiones, no prosperará; mas quien las confiese y las abandone, alcanzará misericordia" (Prov. 28: 13, VM). Si los que esconden y disculpan sus faltas pudiesen ver que Satanás se alegra de ello, y los usa para desafiar a Cristo y sus santos ángeles, se apresurarían a confesar sus pecados y a renunciar a ellos. De los defectos de carácter se vale Satanás para intentar dominar la mente, y sabe muy bien que si se conservan estos defectos, lo logrará. De ahí que trate constantemente de engañar a los discípulos de Cristo con su fatal sofisma de que les es imposible vencer. Pero Jesús aboga en su favor con sus manos heridas, con su cuerpo quebrantado, y declara a todos los que quieran seguirlo: "Bástate mi gracia" (2 Cor. 12: 9). "Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga" (Mat. 11: 29, 30). Nadie considere, pues, sus defectos como incurables. Dios concederá fe y gracia para vencerlos.

Estamos viviendo en el gran día de la expiación
Estamos viviendo ahora en el gran día de la expiación. Cuando en el ritual simbólico el sumo sacerdote realizaba la propiciación por Israel, todos debían afligir sus almas, arrepentirse de sus pecados y humillarse ante el Señor, si no querían verse separados del pueblo. De la misma manera, todos los que desean que sus nombres se mantengan en el libro de la vida, deben ahora, en los pocos días que les quedan de este tiempo de gracia, afligir sus almas ante Dios con verdadero arrepentimiento y dolor por sus pecados. Hay 138 que escudriñar honda y sinceramente el corazón. Hay que deponer el espíritu liviano y frívolo al que se entregan tantos cristianos profesos. Empeñada lucha espera a todos los que quieran subyugar las malas inclinaciones que tratan de dominarlos. La obra de preparación es individual. No nos salvamos en grupos. La pureza y la devoción de uno no suplirá la falta de estas cualidades en otro. Si bien todas las naciones deben pasar en juicio ante Dios, él examinará el caso de cada individuo de un modo tan rígido y minucioso como si no hubiese otro ser en la tierra. Cada cual tiene que ser probado y encontrado sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante.
Solemnes son las escenas relacionadas con la obra final de la expiación. Incalculables son los intereses que ésta envuelve. El juicio se lleva ahora adelante en el santuario celestial. Esta obra se viene realizando desde hace muchos años. Pronto -nadie sabe cuándo- les tocará ser juzgados a los vivos. En la augusta presencia de Dios nuestras vidas deben ser pasadas en revista. En éste más que en cualquier otro tiempo conviene que toda alma preste atención a la amonestación del Señor: "Velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo". "Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti" (Mar. 13: 33; Apoc. 3: 3).

Cuando quede concluida la obra del juicio investigador, quedará también decidida la suerte de todos para vida o para muerte. El tiempo de gracia terminará poco antes que el Señor aparezca en las nubes del cielo. Al mirar hacia ese tiempo, Cristo declara en el Apocalipsis: "¡El que es injusto, sea injusto aún; y el que es sucio, sea sucio aún; y el que es justo, sea justo aún; y el que es santo, sea aún santo! He aquí, yo vengo presto, y mi galardón está conmigo, para dar la recompensa a cada uno según sea su obra" (Apoc. 22: 11, 12, VM).

Los justos y los impíos continuarán viviendo en la tierra en su estado mortal, los hombres seguirán plantando y edificando, comiendo y bebiendo, inconscientes de que la 139 decisión final e irrevocable ha sido pronunciada en el santuario celestial. Antes del Diluvio, después que Noé entró en el arca, Dios lo encerró en ella, dejando fuera a los impíos; pero por espacio de siete días el pueblo, al no saber que su suerte estaba decidida, continuó en su vida descuidada y ávida de placeres, y se mofó de las advertencias del juicio que lo amenazaba. "Así -dice el Salvador- será también la venida del Hijo del Hombre" (Mat. 24: 39). Inadvertida como ladrón a medianoche, llegará la hora decisiva que fija el destino de cada uno cuando será retirado definitivamente el ofrecimiento de la gracia que se dirige a los culpables.

"¡Velad pues . . . no sea que viniendo de repente, os halle dormidos!" (Mar. 13: 35, 36, VM). Peligroso es el estado de aquellos que, cansados de velar, se vuelven a los atractivos del mundo. Mientras el hombre de negocios está absorto en el afán de lucro, mientras el amigo de los placeres corre tras ellos, mientras la esclava de la moda está ataviándose, puede llegar el momento cuando el juez de toda la tierra pronuncie la sentencia: "Has sido pesado en la balanza y has sido hallado falto" (Dan. 5: 27, VM) (El Gran Conflicto, págs. 533-545).

PREGUNTAS PARA MEDITAR
1 .¿Qué ocurre en la "venida" de Cristo descripta en Daniel 7: 13, 14?
2. ¿Cuáles son los únicos casos que se consideran en el juicio investigador?
3. Solamente ciertos nombres se registran en el libro de la vida. ¿Cuáles son?
4. ¿Cuán abarcante es lo que se consigna en el "libro de memoria"?
5. ¿Qué otro registro es Cuidadosamente llevado?
6. En el juicio investigador, ¿qué dos cosas ocurren si hay pecados consignados en los libros de registro? 140
7. ¿Cuándo son borrados los pecados: cuando son perdonados o en el juicio final? ¿Por qué?
8. ¿Qué culpas cargará Satanás? ¿Cómo se ilustraba este hecho en el ritual del santuario del Antiguo Testamento?
9. Además de las acciones, ¿qué otras cosas se consideran en el juicio?
10. ¿Cómo se evalúa todo acto que cometemos?
11. Dos obras de Cristo tienen igual valor en el plan de salvación. ¿Cuáles son?
12. ¿Cómo "vilipendia" Satanás a Cristo y a los santos ángeles en el juicio? ¿Qué pretende que es imposible para los hombres? ¿Cuál es la respuesta a sus pretensiones?
13. ¿Cómo debiéramos emplear los días de prueba que nos quedan?


(Cristo En Su Santuario de E. G. de White)

09 “Nuestro Sumo Sacerdote En El Lugar Santísimo”


El asunto del santuario fue la clave que aclaró el misterio de la desilusión de 1844. Reveló todo un sistema de verdades que formaban un conjunto armonioso y demostraban que la mano de Dios había dirigido el gran movimiento adventista, y al poner de manifiesto la situación y la obra de su pueblo le indicaba cuál era su deber de allí en adelante. Como los discípulos de Jesús, después de la noche terrible de su angustia y desengaño, "se gozaron viendo al Señor", así también se regocijaron ahora los que habían esperado con fe su segunda venida. Habían esperado que vendría en gloria para recompensar a sus siervos. Como sus esperanzas se vieron frustradas, perdieron de vista a Jesús, y con María al lado del sepulcro exclamaron: "Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto". Entonces en el lugar santísimo, contemplaron otra vez a su compasivo Sacerdote que debía aparecer pronto como su rey y libertador. La luz del santuario iluminaba lo pasado, lo presente y lo por venir. Supieron que Dios los había guiado por su providencia infalible. Aunque, como los primeros discípulos, ellos mismos no habían comprendido el mensaje que daban, éste había sido correcto en todo sentido. Al proclamarlo habían cumplido los designios de Dios, y su labor no había sido vana en el Señor. Reengendrados "en esperanza viva", se regocijaron "con gozo inefable y glorificado".
Tanto la profecía de Daniel 8: 14: "Hasta dos mil y trescientas tardes y mañanas; luego el Santuario será purificado", como el mensaje del primer ángel: "¡Temed a Dios y dadle gloria; porque ha llegado la hora de su juicio!" señalaban 113 el ministerio de Cristo en el lugar santísimo, el juicio investigador, y no la venida de Cristo para la redención de su pueblo y la destrucción de los impíos. El error no estaba en el cómputo de los períodos proféticos, sino en el acontecimiento que debía verificarse al fin de los 2.300 días. Debido a este error los creyentes habían sufrido un desengaño; sin embargo, se había realizado todo lo predicho por la profecía, y todo lo que alguna garantía bíblica permitía esperar. En el momento mismo cuando estaban lamentando sus esperanzas defraudadas, se había realizado el acontecimiento que estaba predicho por el mensaje, y que debía cumplirse antes que el Señor pudiera aparecer para recompensar a sus siervos.

Cristo había venido, no a la tierra, como ellos lo esperaban, sino había entrado en el lugar santísimo del templo de Dios en el cielo como había sido prenunciado en el símbolo. El profeta Daniel lo describe como presentándose en ese momento ante el Anciano de días: "Estaba mirando en visiones de la noche, y he aquí que sobre las nubes del cielo venía Uno parecido a un hijo de hombre; y vino" -no a la tierra, sino, "al Anciano de días, y le trajeron delante de él" (Dan. 7: 13, VM).

Esta venida está predicha por el profeta Malaquías: "Repentinamente vendrá a su Templo el Señor a quien buscáis: es decir, el Ángel del Pacto, en quien os deleitáis; he aquí que vendrá, dice Jehová de los Ejércitos" (Mal. 3: 1, VM). La venida del Señor a su templo fue repentina, inesperada para su pueblo. Este no lo esperaba allí. Esperaba que viniera a la tierra, "en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio" (2 Tes. 1: 8).

Pero la gente no estaba aún preparada para ir al encuentro de su Señor. Todavía tenía que cumplirse una obra de preparación. Se le tenía que proporcionar una luz que dirigiera su espíritu hacia el templo de Dios en el cielo; y mientras siguiera allí por fe a su Sumo Sacerdote en el desempeño de su ministerio, 114 se le revelarían nuevos deberes. Debía darse a la iglesia otro mensaje de advertencia e instrucción.

El profeta dice: "Pero quién es capaz de soportar el día de su advenimiento? ¿y quién podrá estar en pie cuando él apareciera? porque será como el fuego del acrisolador, y como el jabón de los bataneros; pues que se sentará como acrisolador y purificador de la plata; y purificará a los hijos de Leví; y los afinará como el oro y la plata, para que presenten a Jehová ofrenda en justicia" (Mal. 3: 2, 3, VM). Los que vivan en la tierra cuando cese la intercesión de Cristo en el santuario celestial deberán estar en pie en la presencia del Dios santo, sin mediador. Sus vestiduras deberán estar sin mácula; sus caracteres, purificados de todo pecado por la sangre de la aspersión. Por la gracia de Dios que dio eficacia a sus diligentes esfuerzos, deberán ser vencedores en la lucha con el mal. Mientras prosigue el juicio investigador en el cielo, mientras se eliminan del santuario los pecados de los creyentes arrepentidos, debe llevarse a cabo una obra especial de purificación, de liberación del pecado, entre el pueblo de Dios en la tierra. Esta obra se presenta con mayor claridad en los mensajes del capítulo 14 de Apocalipsis.

Cuando esta obra se haya consumado, los discípulos de Cristo estarán listos para su venida: "Entonces la ofrenda de Judá y de Jerusalén será grata a Jehová, como en los días de la antigüedad, y como en los años de remotos tiempos" (Mal. 3:4, VM). Entonces la iglesia que nuestro Señor recibirá para sí será una "iglesia gloriosa, no teniendo mancha, ni arruga, ni otra cosa semejante" (Efe. 5: 27, VM). Entonces ella aparecerá "como el alba; hermosa como la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejército con banderas tremolantes" (Cant. 6: 10, VM).

Además de la venida del Señor a su templo, Malaquías predice también su segundo advenimiento, su venida para la ejecución del juicio; "y seré veloz testigo contra los hechiceros, y contra los adúlteros, y contra los que juran en falso, 115 y contra los que defraudan al jornalero de su salario, y oprimen a la viuda y al huérfano, y apartan al extranjero de su derecho; y no me temen a mí, dice Jehová de los Ejércitos" (Mal. 3: 5, VM). Judas se refiere a la misma escena cuando dice: "¡He aquí que viene el Señor, con las huestes innumerables de sus santos ángeles, para ejecutar juicio sobre todos, y para convencer a todos los impíos de todas las obras impías que han obrado impíamente!" (Jud. 14, 15, VM). Esta venida y la del Señor a su templo son acontecimientos distintos que han de realizarse por separado.

Fundamento bíblico
La venida de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote al lugar santísimo para la purificación del santuario, de la que se habla en Daniel 8: 14; la venida del Hijo del hombre al lugar donde está el Anciano de días, tal como se presenta en Daniel 7: 13; y la venida del Señor a su templo, predicha por Malaquías, son descripciones del mismo acontecimiento representado también por la venida del Esposo a las bodas, descripta por Cristo en la parábola de las diez vírgenes, según Mateo 25.
En el verano y el otoño de 1844* se lanzó esta proclama: "¡He aquí que viene el Esposo!" Se conocieron entonces las dos clases de personas representadas por las vírgenes prudentes y fatuas: una, la que esperaba con regocijo la aparición del Señor y se había preparado diligentemente para ir a su encuentro; la otra que, presa del temor y al obrar por impulso, se había dado por satisfecha con la teoría de la verdad, pero estaba destituida de la gracia de Dios. En la parábola, cuando vino el Esposo, "las que estaban preparadas entraron con él a las bodas". La venida del Esposo, presentada aquí, se verifica antes de la boda. La boda representa el acto de ser investido Cristo de la dignidad de Rey. La 116 ciudad santa, la nueva Jerusalén, que es la capital de su reino y lo representa, se llama "la novia, la esposa del Cordero". El ángel dijo a Juan: "Ven acá; te mostraré la novia, la esposa del Cordero". "Me llevó en el Espíritu -agrega el profeta-, y me mostró la santa ciudad de Jerusalén, descendiendo del cielo, desde Dios" (Apoc. 21: 9, 10, VM). Salta, pues, a la vista que la Esposa representa la ciudad santa, y las vírgenes que van al encuentro del Esposo simbolizan a la iglesia. En el Apocalipsis, el pueblo de Dios lo constituyen los invitados a la cena de las bodas. (Apoc. 19: 9.) Si son los invitados, no pueden representar también a la esposa. Cristo, según el profeta Daniel, recibirá del Anciano de días en el cielo "el dominio, y la gloria, y el reino", recibirá la nueva Jerusalén, la capital del reino, "preparada como una novia, engalanada para su esposo" (Dan. 7: 14; Apoc. 21: 2, VM). Después de recibir el reino, vendrá en su gloria como Rey de reyes y Señor de Señores, para redimir a los suyos, que "se sentarán con Abrahán, e Isaac y Jacob" en su reino (Mat. 8: 11 ; Luc. 22: 30), para participar de la cena de las bodas del Cordero.

La proclamación; "¡He aquí que viene el Esposo!" dada en el verano de 1844, indujo a miles de personas a esperar el advenimiento inmediato del Señor. En el tiempo señalado vino el Esposo, no a la tierra, como el pueblo lo esperaba, sino hasta donde estaba el Anciano de días en el cielo, a las bodas; es decir, a recibir su reino. "Las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y fue cerrada la puerta". Su pueblo no iba a asistir en persona a las bodas ya que éstas se verifican en el cielo mientras que ellos están en la tierra. Los discípulos de Cristo han de esperar "a su Señor, cuando haya de volver de las bodas" (Luc. 12: 36, VM). Pero deben comprender su obra, y seguirle por fe mientras entra en la presencia de Dios. En ese sentido se dice que ellos van con él a la boda.

Según la parábola, las que tenían aceite en sus vasos con sus lámparas, entraron a la boda. Los que, junto con el conocimiento de la verdad de las Escrituras tenían el Espíritu 117 y la gracia de Dios, y que en la noche de su amarga prueba habían esperado con paciencia escudriñando la Biblia en busca de más luz, reconocieron la verdad referente al santuario en el cielo y al cambio operado en el ministerio del Salvador, y por fe lo siguieron en su obra en el santuario celestial. Y todos los que por el testimonio de las Escrituras aceptan las mismas verdades, y siguen por fe a Cristo mientras se presenta ante Dios para efectuar la última obra de mediación y para recibir su reino a la conclusión de ésta, a ellos se los representa como si entraran a la boda.

En la parábola del capítulo 22 de Mateo se emplea la misma figura de la boda y se ve a las claras que el juicio investigador se realiza antes de ella. Antes que se lleve a cabo entra el Rey para ver a los huéspedes, y cerciorarse de que todos llevan las vestiduras de boda, el manto inmaculado del carácter, lavado y emblanquecido en la sangre del Cordero. (Mat. 22: 11; Apoc. 7: 14.) Al que se lo encuentra sin el traje apropiado, se lo expulsa, pero todos los que al ser examinados tienen las vestiduras de bodas, son aceptados por Dios y juzgados dignos de participar en su reino y de sentarse en su trono. La tarea del juicio investigador es examinar los caracteres y determinar quiénes están preparados para el reino de Dios; es la obra final que se lleva a cabo en el santuario celestial.

Cuando termine este examen, cuando se haya fallado respecto de los que en todos los siglos profesaron ser discípulos de Cristo, entonces y no antes habrá terminado el tiempo de gracia, y se cerrará la puerta de la misericordia. Así que las palabras: "Las que estaban preparadas entraron con él a las bodas, y fue cerrada la puerta", nos conducen a través del ministerio final del Salvador, hasta el momento cuando quedará terminada la gran obra de la salvación del hombre.

El Servicio de los dos compartimientos
En el servicio del santuario terrenal que, como ya lo vimos, es una figura del servicio que se efectúa en el 118 santuario celestial, cuando el sumo sacerdote entraba el día de la expiación en el lugar santísimo terminaba el servicio en el primer departamento. Dios mandó: "No ha de haber hombre alguno en el Tabernáculo de Reunión cuando él entrare para hacer expiación dentro del Santuario, hasta que salga" (Lev. 16: 17, VM). Así que cuando Cristo entró en el lugar santísimo para consumar la obra final de la expiación, cesó su ministerio en el primer departamento. Pero cuando terminó el servicio que se realizaba en el lugar santo, se inició el ministerio en el lugar santísimo. Cuando en el servicio simbólico el sumo sacerdote salía del lugar santo el día de la expiación, se presentaba ante Dios para ofrecer la sangre de la víctima ofrecida por el pecado de todos los israelitas que se arrepentían verdaderamente. Así también Cristo sólo había terminado una parte de su obra como intercesor nuestro para empezar otra, y sigue aún ofreciendo su sangre ante el Padre en favor de los pecadores.

Este asunto no lo entendieron los adventistas de 1844. Después de transcurrida la fecha cuando se esperaba al Salvador, siguieron creyendo que su venida estaba cercana; sostenían que habían llegado a una crisis importante y que había cesado la obra de Cristo como intercesor del hombre ante Dios. Les parecía que la Biblia enseñaba que el tiempo de gracia concedido al hombre terminaría poco antes de la venida misma del Señor en las nubes del cielo. Eso parecía desprenderse de los pasajes bíblicos que indican un tiempo cuando los hombres buscarán, golpearán y llamarán a la puerta de la misericordia, sin que ésta se abra. Y se preguntaban si la fecha cuando habían esperado la venida de Cristo no señalaba más bien el comienzo de ese período que debía preceder inmediatamente a su venida. Al haber proclamado la proximidad del juicio, consideraban que habían terminado su labor en favor del mundo, y no sentían más la obligación de trabajar por la salvación de los pecadores, en tanto que las mofas atrevidas y blasfemas de los impíos les parecían una evidencia adicional de que el Espíritu de Dios se había retirado de los que rechazaron su misericordia. Todo esto los 119 confirmaba en la creencia de que el tiempo de gracia había terminado, o, como decían ellos entonces, que "la puerta de la misericordia estaba cerrada".

Se abre otra puerta
Pero una luz más brillante surgió como resultado del estudio de la cuestión del santuario. Vieron entonces que tenían razón al creer que el fin de los 2.300 días, en 1844, había marcado una crisis importante. Pero si bien era cierto que se había cerrado la puerta de esperanza y de gracia por la cual los hombres habían encontrado acceso a Dios durante 1.800 años, se les abría otra puerta, y el perdón de los pecados se ofrecía a los hombres por la intercesión de Cristo en el lugar santísimo. Una parte de su obra había terminado sólo para dar lugar a otra. Había aún una "puerta abierta" para entrar en el santuario celestial donde Cristo oficiaba en favor del pecador.

Entonces comprendieron el significado de las palabras que Cristo dirigió en el Apocalipsis a la iglesia, correspondiente al tiempo cuando ellos mismos vivían: "Estas cosas dice el que es santo, el que es veraz, el que tiene la llave de David, el que abre, y ninguno cierra, y cierra, y ninguno abre: Yo conozco tus obras: he aquí he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie podrá cerrar" (Apoc. 3: 7, 8, VM).

Los que por fe siguen a Jesús en su gran obra de expiación, reciben los beneficios de su acción mediadora, mientras que los que rechazan la luz que pone en evidencia este ministerio, no reciben beneficio alguno. Los judíos que rechazaron la luz concedida en ocasión del primer advenimiento de Cristo, y se negaron a creer en él como Salvador del mundo, no podían ser perdonados por su intermedio. Cuando después de la ascensión Jesús entró por medio de su propia sangre en el santuario celestial para derramar sobre sus discípulos las bendiciones de su mediación, los judíos quedaron en completa oscuridad y siguieron presentando 120 sacrificios y ofrendas inútiles. Había cesado el ministerio de los símbolos y sombras. La puerta por la cual los hombres habían encontrado antes acceso a Dios, ya no estaba abierta. Los judíos se habían negado a buscarlo de la sola manera como podía ser encontrado entonces: por el sacerdocio en el santuario del cielo. No tenían, por consiguiente, comunión con Dios. La puerta estaba cerrada para ellos. No conocían a Cristo como el verdadero sacrificio y el único mediador ante Dios; de ahí que no pudieran recibir los beneficios de su mediación.

La condición de los judíos ilustra el estado de los indiferentes e incrédulos entre los profesos cristianos que desconocen voluntariamente la obra de nuestro misericordioso Sumo Sacerdote. En el servicio típico, cuando el sumo sacerdote entraba en el lugar santísimo, todos los hijos de Israel debían reunirse cerca del santuario y humillar sus almas del modo más solemne ante Dios, a fin de recibir el perdón de sus pecados y no ser separados de la congregación. ¡Cuánto más esencial es que en nuestra época, de la cual el día de la expiación es un símbolo, comprendamos la obra de nuestro Sumo Sacerdote, y sepamos qué deberes nos incumben!.

El resultado de rechazar el mensaje
Los hombres no pueden rechazar impunemente los avisos que Dios, en su misericordia, les envía. Un mensaje fue enviado del cielo al mundo en tiempos de Noé, y la salvación de los hombres dependía de la manera como ellos aceptaban ese mensaje. Por el hecho de que la raza humana, pecadora, había rechazado la amonestación, el Espíritu de Dios se retiró de ella y pereció en las aguas del diluvio. En los días de Abrahán la misericordia dejó de alegar con los culpables vecinos de Sodoma, y todos, excepto Lot con su mujer y sus dos hijas, fueron consumidos por el fuego que descendió del cielo. Otro tanto sucedió en los días de Cristo. El Hijo de Dios declaró a los judíos incrédulos de aquella generación: "He aquí vuestra casa os es dejada desierta" (Mat. 23: 38). Al 121 considerar los últimos días, el mismo Poder infinito declara respecto de los que "no recibieron el amor de la verdad para ser salvos": "Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira; a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia" (2 Tes. 2: 10-12). A medida que se rechazan las enseñanzas de su Palabra, Dios retira su Espíritu y deja a los hombres en brazos del engaño que tanto les gusta.

Pero Cristo intercede aún por el hombre, y se otorgará luz a los que la buscan. Aunque esto no lo comprendieron al principio los adventistas, les resultó claro después, a medida que los pasajes bíblicos que definen su verdadera posición empezaron a volverse inteligibles.

Cuando pasó la fecha fijada en 1844, los que aún conservaban la fe adventista pasaron por un período de aguda prueba. Su único alivio, en lo concerniente a determinar cuál era su verdadera posición, fue la luz que dirigió sus mentes hacia el santuario celestial. Algunos dejaron de creer en la manera como habían calculado antes los períodos proféticos, y atribuyeron a factores humanos o satánicos la poderosa influencia del Espíritu Santo que había acompañado al movimiento adventista. Otros creyeron firmemente que el Señor los había conducido en su experiencia pasada; y mientras esperaban, velaban y oraban para conocer la voluntad de Dios, llegaron a comprender que su gran Sumo Sacerdote había empezado a desempeñar otro ministerio y, siguiéndolo por fe, fueron inducidos a ver además la obra final de la iglesia. Obtuvieron un conocimiento más claro de los mensajes de los primeros ángeles, y quedaron preparados para recibir y dar al mundo la solemne amonestación del tercer ángel de Apocalipsis 14 (El Gran Conflicto, págs. 476-485).

El santuario y el sábado
"Fue abierto el templo de Dios en el cielo, y fue vista en su templo el arca de su pacto" (Apoc. 11: 19, VM). El arca 122 del pacto de Dios está en el lugar santísimo, en el segundo departamento del santuario. En el servicio del tabernáculo terrenal, que servía "de mera representación y sombra de las cosas celestiales", este departamento sólo se abría en el gran día de la expiación para la purificación del santuario. Por consiguiente, la proclamación de que el templo de Dios fue abierto en el cielo y fue vista el arca de su pacto, indica que el lugar santísimo del santuario celestial fue abierto en 1844, cuando Cristo entró en él para consumar la obra final de la expiación. Los que por fe siguieron a su gran Sumo Sacerdote cuando dio principio a su ministerio en el lugar santísimo, contemplaron el arca de su pacto. Al estudiar el asunto del santuario, llegaron a entender que se había realizado un cambio en el ministerio del Salvador, y vieron que estaba oficiando entonces como intercesor ante el arca de Dios, y que ofrecía su sangre en favor de los pecadores.

El arca que estaba en el tabernáculo terrenal contenía las dos tablas de piedra, en las que estaban inscriptos los preceptos de la ley de Dios. El arca era sólo un receptáculo de las tablas de la ley, y era esa ley divina la que daba valor y carácter sagrado a aquélla. Cuando se abrió el templo de Dios en el cielo, se vio el arca del pacto. En el lugar santísimo, en el santuario celestial, se encuentra consagrada y entronizada la ley divina, la ley promulgada por el mismo Dios entre truenos en el Sinaí y escrita con su propio dedo en las tablas de piedra.

La ley de Dios que se encuentra en el santuario celestial es el gran original del cual eran copia exacta los preceptos grabados en las tablas de piedra y consignados por Moisés en el Pentateuco. Los que llegaron a comprender este punto importante fueron inducidos a reconocer el carácter sagrado e invariable de la ley divina. Comprendieron mejor que nunca la fuerza de las palabras del Salvador: "Hasta que pasen el cielo y la tierra, ni siquiera una jota ni un tilde pasará de la ley" (Mat. 5: 18, VM). Como la ley de Dios es una revelación de su voluntad, un trasunto de su carácter, debe permanecer para siempre "como testigo fiel en el cielo". Ni 123 un mandamiento ha sido anulado; ni un punto ni un tilde han sido cambiados. Dice el salmista: "¡Hasta la eternidad, oh Jehová, tu palabra permanece en el cielo!" "Seguros son todos sus preceptos; establecidos para siempre jamás" (Sal. 119: 89; 111: 7, 8, VM).

En el corazón mismo del Decálogo se encuentra el cuarto mandamiento, tal cual fue proclamado originalmente: "Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el séptimo es día de descanso para Yahvé, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu ciudad. Pues en seis días hizo Yahvé el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo Yahvé el día del sábado y lo hizo sagrado" (Exo. 20: 8-11, Biblia de Jerusalén).

El Espíritu de Dios obró en los corazones de esos cristianos que estudiaban su Palabra, y quedaron convencidos de que, sin saberlo, habían transgredido este precepto al despreciar el día de descanso del Creador. Empezaron a examinar las razones por las cuales se guardaba el primer día de la semana en lugar del día que Dios había santificado. No pudieron encontrar en la Sagrada Escritura prueba alguna de que el cuarto mandamiento hubiera sido abolido o de que el día de reposo hubiese sido cambiado; la bendición que desde un principio santificaba el séptimo día no había sido nunca revocada. Habían procurado honradamente conocer y hacer la voluntad de Dios; al reconocerse transgresores de la ley divina, sus corazones se llenaron de pena y para manifestar su lealtad a Dios guardaron su santo sábado.

Se hizo cuanto se pudo por conmover su fe. Nadie podía dejar de ver que si el santuario terrenal era una figura o modelo del celestial, la ley depositada en el arca en la tierra era exacto trasunto de la ley encerrada en el arca del cielo; y que aceptar la verdad relativa al santuario celestial incluía el reconocimiento de las exigencias de la ley de Dios y la obligación de guardar el sábado del cuarto mandamiento. En 124 esto estribaba el secreto de la oposición violenta y resuelta que se le hizo a la exposición armoniosa de las Escrituras que revelaban el servicio desempeñado por Cristo en el santuario celestial. Los hombres trataron de cerrar la puerta que Dios había abierto y de abrirla que él había cerrado. Pero "el que abre, y ninguno cierra; y cierra, y ninguno abre", había declarado: "He aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie podrá cerrar" (Apoc. 3: 7, 8, VM). Cristo había abierto la puerta, o ministerio, del lugar santísimo; la luz brillaba desde la puerta abierta del santuario celestial, y se vio que el cuarto mandamiento estaba incluido en la ley allí encerrada; lo que Dios había establecido, nadie podía derribarlo.

Los que habían aceptado la luz referente a la mediación de Cristo y a la perpetuidad de la ley de Dios, encontraron que éstas eran las verdades presentadas en el capítulo 14 de Apocalipsis. Los mensajes de este capítulo constituyen una triple amonestación que debe servir para preparar a los habitantes de la tierra para la segunda venida del Señor. La declaración: "Ha llegado la hora de su juicio", indica la obra final de la actuación de Cristo para la salvación de los hombres. Presenta una verdad que debe seguir siendo proclamada hasta el fin de la intercesión del Salvador y su regreso a la tierra para llevar a su pueblo consigo. La obra del juicio que empezó en 1844 debe proseguir hasta que sean falladas las causas de todos los hombres, tanto de los vivos como de los muertos; debe extenderse hasta el fin del tiempo de gracia concedido a la humanidad. Y para que los hombres estén debidamente preparados para subsistir en el juicio, el mensaje les manda: "Temed a Dios y dadle gloria . . . y adorad al que hizo el cielo y la tierra, y el mar y las fuentes de las aguas". El resultado de la aceptación de estos mensajes está indicado en las palabras: "Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús". Para subsistir ante el juicio el hombre tiene que guardar la ley de Dios. Esta ley será la piedra de toque en el juicio (El Gran Conflicto, págs. 486-489). 125

PREGUNTAS PARA MEDITAR
1. ¿Cuál fue la clave que aclaró el misterio de la desilusión de 1844?
2. Mencione dos versículos bíblicos que señalan el ministerio de Cristo en el lugar santísimo.
3. ¿Qué "venida" de Cristo es la que se describe en Daniel 7: 13 y Malaquías 3: 1?
4. Mientras se eliminan los pecados de los creyentes arrepentidos del santuario celestial, ¿qué obra especial de purificación debe realizarse entre el pueblo de Dios en la tierra?
5. ¿Qué dos clases de personas entre los creyentes adventistas del verano y el otoño de 1844 estaban representadas por las vírgenes prudentes y fatuas?
6. ¿Quién es la novia de Cristo?
7. ¿Quiénes son los "invitados" a la boda?
8. ¿Qué figura emplea la parábola de Mateo 22 para representar la obra del juicio?
9. ¿Por qué, por algún tiempo después del chasco, los adventistas dejaron de preocuparse por la salvación de los pecadores?
10. Inmediatamente después del chasco, ¿cuál fue la interpretación adventista en cuanto a la "puerta cerrada"?
11. ¿Qué se entendió luego por la "puerta abierta", y quién la había abierto?
12. Al abrirse el templo del cielo, ¿qué se reveló?
13. ¿Qué relación existe entre la ley de Dios que se encuentra en el santuario celestial, y la ley que se había depositado en el arca, en el santuario terrenal? 126


(Cristo En Su Santuario de E. G. de White)

miércoles, junio 29, 2011

08 “El Glorioso Templo Del Cielo”


El pasaje bíblico que más que cualquier otro había sido el fundamento y el pilar central de la fe adventista era la declaración: "Hasta dos mil y trescientas tardes y mañanas; entonces será purificado el Santuario" (Dan. 8: 14, VM). Estas palabras habían sido familiares para todos los que creían en la próxima venida del Señor. La profecía que encerraban era repetida como santo y seña de su fe por miles de bocas. Todos sentían que sus esperanzas más gloriosas y más queridas dependían de los acontecimientos predichos por ella. Había quedado demostrado que esos días proféticos terminaban en el otoño del año 1844. En común con el resto del mundo cristiano, los adventistas creían entonces que la tierra, o alguna parte de ella, era el santuario. Entendían que la purificación del santuario era la purificación de la tierra por medio del fuego del último y supremo día, y que ello se verificaría en ocasión del segundo advenimiento. De ahí que concluyeran que Cristo volvería a la tierra en 1844.
Pero el tiempo señalado había pasado, y el Señor no había aparecido. Los creyentes sabían que la Palabra de Dios no podía fallar; su interpretación de la profecía debía ser, pues, errada; pero, ¿dónde estaba el error? Muchos cortaron sin más trámites el nudo de la dificultad negando que los 2.300 días terminaran en 1844. Este aserto no podía apoyarse con prueba alguna, a no ser con la de que Cristo habría vuelto entonces para limpiar el santuario mediante la purificación de la tierra por fuego, y que como no había venido, los días no podían haber terminado. 98

Exactitud de los períodos proféticos
Aceptar estas conclusiones equivalía a renunciar a los cómputos anteriores de los períodos proféticos. Se había comprobado que los 2.300 días principiaron cuando entró en vigor el decreto de Artajerjes que ordenaba la restauración y la edificación de Jerusalén en el año 457 AC. Al tomar esto como punto de partida, había perfecta armonía en la aplicación de todos los acontecimientos predichos en la explicación de ese período que se halla en Daniel 9: 25-27. Sesenta y nueve semanas, o los 483 primeros años de los 2.300 años debían alcanzar hasta el Mesías, el Ungido; y el bautismo de Cristo y su unción por el Espíritu Santo, en el año 27 de nuestra era, cumplían exactamente la predicción. En medio de la septuagésima semana el Mesías debía ser muerto. Tres años y medio después de su bautismo, Cristo fue crucificado, en la primavera del año 31. Las setenta semanas, o 490 años les correspondían especialmente a los judíos. Al fin del período, la nación selló su rechazamiento de Cristo con la persecución de sus discípulos, y los apóstoles se volvieron hacia los gentiles en el año 34 de nuestra era. Al terminar entonces los 490 primeros años de los 2.300, quedaban aún 1.810 años. Si contamos desde el año 34, los 1.810 años llegan a 1844. "Entonces -había dicho el ángel- será purificado el Santuario". Era indudable que todas las anteriores predicciones de la profecía se habían cumplido en el tiempo señalado.

En ese cálculo todo era claro y armonioso, menos la circunstancia de que en 1844 no se veía acontecimiento alguno que correspondiera a la purificación del santuario. Negar que los días terminaban en esa fecha equivalía a confundir todo el asunto y abandonar creencias fundadas en el cumplimiento indudable de las profecías.

Pero Dios había dirigido a su pueblo en el gran movimiento adventista; su poder y su gloria habían acompañado la obra, y él no permitiría que ésta terminara en la oscuridad y en un chasco, para que se la cubriera de oprobio como si 99 fuese una mera excitación mórbida y un producto del fanatismo. No iba a dejar su Palabra envuelta en dudas e incertidumbres. Aunque muchos abandonaron sus primeros cálculos de los períodos proféticos, y negaron la exactitud del movimiento basado en ellos, otros no estaban dispuestos a negar puntos de fe y de experiencia que estaban sostenidos por las Sagradas Escrituras y por el testimonio del Espíritu de Dios. Creían haber adoptado en sus estudios de las profecías sanos principios de interpretación, que era su deber atenerse firmemente a las verdades ya adquiridas, y seguir en el mismo camino de la investigación bíblica. Orando con fervor, volvieron a considerar su situación, y estudiaron las Santas Escrituras para descubrir su error. Como no encontraron ninguno en sus cálculos de los períodos proféticos, fueron inducidos a examinar más de cerca la cuestión del santuario.

El santuario del pacto antiguo
En sus investigaciones vieron que en las Santas Escrituras no había prueba alguna que apoyara la creencia general de que la tierra es el santuario; pero encontraron en la Biblia una explicación completa de la cuestión del santuario, su naturaleza, su ubicación y sus servicios; pues el testimonio de los escritores sagrados era tan claro y tan amplio que despejaba toda duda con respecto a este asunto. El apóstol Pablo dice en su epístola a los Hebreos: "En verdad el primer pacto también tenía reglamentos del culto, y su santuario que lo era de este mundo. Porque un tabernáculo fue preparado, el primero, en que estaba el candelabro y la mesa y los panes de la proposición; el cual se llama el Lugar Santo. Y después del segundo velo, el tabernáculo que se llama el Lugar Santísimo: que contenía el incensario de oro y el arca del pacto, cubierta toda en derredor de oro, en la cual estaba el vaso de oro que contenía el maná, y la vara de Aarón que floreció, y las tablas del pacto; y sobre ella, los querubines de gloria, que hacían sombra al propiciatorio" (Heb. 9: 1-5, VM). 100

El santuario al cual se refiere aquí San Pablo era el tabernáculo que construyó Moisés por orden de Dios como morada terrenal del Altísimo. "Me harán un santuario, para que yo habite en medio de ellos" (Exo. 25: 8, VM), había sido la orden dada a Moisés mientras estaba en el monte de Dios. Los israelitas estaban peregrinando por el desierto, y el tabernáculo se preparó de modo que pudiera ser llevado de un lugar a otro; no obstante, era una construcción de gran magnificencia . . .

Después que los israelitas se establecieron en Canaán, el tabernáculo fue reemplazado por el templo de Salomón, el cual aunque era un edificio permanente y de mayores dimensiones, conservaba las mismas proporciones y el mismo mobiliario. El santuario subsistió así -menos durante el período cuando permaneció en ruinas en tiempo de Daniel- hasta su destrucción por los romanos en el año 70 de nuestra era.

Ese fue el único santuario que haya existido en la tierra y del cual la Biblia nos da alguna información. San Pablo dijo de él que era el santuario del primer pacto. Pero, ¿no tiene el nuevo pacto también el suyo?

El santuario del nuevo pacto en el cielo
Al volver al libro de Hebreos, los que buscaban la verdad encontraron que existía un segundo santuario, o sea el del nuevo pacto, al cual se alude en las palabras ya citadas del apóstol Pablo: "En verdad el primer pacto también tenía reglamentos del culto, y su santuario que lo era de este mundo". El uso de la palabra "también" implica que Pablo ha mencionado antes este santuario. Si volvemos al principio del capítulo anterior, leemos: "Lo principal, pues, entre las cosas que decimos es esto: Tenemos un tal sumo sacerdote que se ha sentado a la diestra del trono de la Majestad en los cielos; ministro del santuario y del verdadero tabernáculo, que plantó el Señor, y no el hombre" (Heb. 8: 1, 2, VM).

Aquí tenemos revelado el santuario del nuevo pacto. El santuario del primer pacto fue levantado por el hombre, 101 construido por Moisés; este segundo es levantado por el Señor; no por el hombre. En aquel santuario servían los sacerdotes terrenales; en éste es Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, quien ministra a la diestra de Dios. Uno de los santuarios estaba en la tierra, el otro está en el cielo.

Además, el tabernáculo que construyó Moisés se hizo según un modelo. El Señor le ordenó: "Conforme a todo lo que yo te mostraré, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus vasos, así lo haréis". Y le mandó además: "Mira, y hazlos conforme a su modelo, que te ha sido mostrado en el monte" (Exo. 25: 9, 40). Y San Pablo dice que el primer tabernáculo "era una parábola para aquel tiempo entonces presente; conforme a la cual se ofrecían dones y sacrificios"; que sus santos lugares eran "representaciones de las cosas celestiales"; que los sacerdotes que presentaban las ofrendas según la ley, ministraban lo que era "la mera representación y sombra de las cosas celestiales", y que "no entró Cristo en un lugar santo hecho de mano, que es una mera representación del verdadero, sino en el mismo cielo, para presentarse ahora delante de Dios por nosotros" (Heb. 9: 9, 23; 8: 5; 9: 24, VM).

Las glorias del santuario terrenal y del templo celestial
El santuario celestial, en el cual Jesús ministra, es el gran modelo, del cual el santuario edificado por Moisés no era más que una copia . . .

El esplendor incomparable del tabernáculo terrenal reflejaba a la vista humana la gloria de aquel templo celestial donde Cristo, nuestro precursor, ministra por nosotros ante el trono de Dios. La morada del Rey de reyes, donde miles y miles ministran delante de él, y millones de millones están en su presencia (Dan. 7: 10); ese templo, lleno de la gloria del trono eterno, donde los serafines, sus resplandecientes guardianes, cubren sus rostros en adoración, no podía encontrar en la más grandiosa construcción que jamás edificaran manos humanas, más que un pálido reflejo de su inmensidad y su 102 gloria. Con todo, el santuario terrenal y sus servicios revelaban importantes verdades relativas al santuario celestial y a la gran obra que allí se llevaba a cabo para la redención del hombre.

Los lugares santos del santuario celestial están representados por los dos departamentos del santuario terrenal. Cuando en una visión le fue dado al apóstol Juan que viese el templo de Dios en el cielo, contempló allí "siete lámparas de fuego ardiendo delante del trono" (Apoc. 4: 5, VM). Vio un ángel que tenía "en su mano un incensario de oro; y le fue dado mucho incienso, para que lo añadiese a las oraciones de todos los santos, encima del altar de oro que estaba delante del trono" (Apoc. 8: 3, VM). Se le permitió al profeta contemplar el primer departamento del santuario en el cielo; y vio allí las "siete lámparas de fuego" y el "altar de oro", representados por el candelabro de oro y el altar del incienso en el santuario terrenal. De nuevo, "fue abierto el templo de Dios" (Apoc. 11: 19, VM), y miró hacia adentro del velo interior, el lugar santísimo. Allí vio "el arca de su pacto", representada por el cofre sagrado construido por Moisés para guardar la ley de Dios.

Así fue como los que estaban estudiando ese asunto encontraron pruebas irrefutables de la existencia de un santuario en el cielo. Moisés hizo el santuario terrenal según un modelo que le fue enseñado. Pablo declara que ese modelo era el verdadero santuario que está en el cielo. Y Juan afirma que lo vio en el cielo.

El ministerio de Cristo en el santuario celestial
En el templo celestial, la morada de Dios, su trono está asentado sobre el juicio y la justicia. En el lugar santísimo está su ley, la gran regla de justicia por medio de la cual se prueba a toda la humanidad. El arca, que contiene las tablas de la ley, está cubierta con el propiciatorio, ante el cual Cristo ofrece su sangre en favor del pecador. Así se representa la unión de la justicia y la misericordia en el plan de la 103 redención humana. Sólo la sabiduría infinita podía idear semejante unión, y sólo el poder infinito podía realizarla. Es una unión que llena todo el cielo de admiración y adoración. Los querubines del santuario terrenal que miraban reverentemente hacia el propiciatorio, representaban el interés con el cual las huestes celestiales contemplan la obra de la redención. Es el misterio de misericordia que los ángeles desean contemplar, a saber, que Dios puede ser justo al mismo tiempo que justifica al pecador arrepentido y reanuda sus relaciones con la raza caída; que Cristo pudo humillarse para sacar a innumerables multitudes del abismo de la perdición y revestirlas con las vestiduras inmaculadas de su propia justicia, a fin de unirlas con ángeles que no cayeron jamás y permitirles vivir para siempre en la presencia de Dios.

La obra mediadora de Cristo en favor del hombre se presenta en esta hermosa profecía de Zacarías relativa a Aquel "cuyo nombre es el Vástago". El profeta dice: "Sí, edificará el templo de Jehová, y llevará sobre sí la gloria; y se sentará y reinará sobre su trono, siendo Sacerdote sobre su trono; y el consejo de la paz estará entre los dos" (Zac. 6: 12, 13, VM).

"Sí, edificará el templo de Jehová". Por su sacrificio y su mediación, Cristo es el fundamento y el edificador de la iglesia de Dios. El apóstol Pablo lo señala como "la piedra principal del ángulo; en la cual todo el edificio, bien trabado consigo mismo, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien -dice- vosotros también sois edificados juntamente, para ser morada de Dios, en virtud del Espíritu" (Efe. 2: 20-22, VM).

"Y llevará sobre sí la gloria". Es a Cristo a quien pertenece la gloria de la redención de la raza caída. Por toda la eternidad, el canto de los redimidos será: "A Aquel que nos ama, y nos ha lavado de nuestros pecados en su misma sangre,. . . a él sea la gloria y el dominio por los siglos de los siglos" (Apoc. 1: 5, 6, VM).

"Y se sentará y reinará sobre su trono, siendo Sacerdote sobre su trono". No todavía "sobre el trono de su gloria"; el reino de gloria no le ha sido dado aún. Sólo cuando su obra 104 mediadora haya terminado, el Señor Dios "le dará el trono de David su padre", un reino que "no tendrá fin" (Luc. 1: 32, 33). Como sacerdote, Cristo está sentado ahora con el Padre en su trono. (Apoc. 3: 21.) En el trono, en compañía del Dios eterno que existe por sí mismo, está Aquel que "ha llevado nuestros padecimientos, y con nuestros dolores . . . se cargó", quien fue "tentado en todo punto, así como nosotros, mas sin pecado". "Si alguno pecare, abogado tenemos para con el Padre, a saber, a Jesucristo el justo" (Isa. 53: 4; Heb. 4: 15; 1 Juan 2: 1, VM). Su intercesión es la de un cuerpo traspasado y quebrantado y de una vida inmaculada. Las manos heridas, el costado abierto, los pies desgarrados abogan en favor del hombre caído, cuya redención fue comprada a tan infinito precio.

"Y el consejo de la paz estará entre los dos". El amor del Padre, no menos que el del Hijo, es la fuente de salvación para la raza perdida. Jesús había dicho a sus discípulos antes de irse: "No os digo que yo rogaré al Padre por vosotros; pues el Padre mismo os ama" (Juan 16: 26, 27). "Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo mismo al mundo" (2 Cor. 5: 19, VM). Y en el ministerio del santuario celestial, "el consejo de la paz estará entre los dos". "De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en él, no perezca, sino que tenga vida eterna" (Juan 3: 16, VM).

El santuario de Daniel 8: 14
Las Escrituras contestan con claridad a la pregunta: ¿Qué es el santuario? La palabra "santuario", tal cual la usa la Biblia, se refiere, en primer lugar, al tabernáculo que construyó Moisés, como figura o imagen de las cosas celestiales; y, en segundo lugar, al "verdadero tabernáculo" que está en el cielo, hacia el cual señalaba el santuario terrenal. Muerto Cristo, terminó el ritual simbólico. El "verdadero tabernáculo" en el cielo es el santuario del nuevo pacto. Y como la profecía de Daniel 8: 14 se cumple en esta dispensación, el 105 santuario al cual se refiere debe ser el santuario del nuevo pacto. Cuando terminaron los 2.300 días, en 1844, hacía muchos siglos que no había santuario en la tierra. De manera que la profecía: "Hasta dos mil y trescientas tardes y mañanas; entonces será purificado el Santuario", se refiere indudablemente al santuario que está en el cielo.

Pero queda aún por contestar la pregunta más importante: ¿Qué es la purificación del santuario? En el Antiguo Testamento se menciona un servicio de esa clase con referencia al santuario terrenal. Pero, ¿puede haber algo que purificar en el cielo? En el noveno capítulo de la epístola a los Hebreos se habla claramente de la purificación de ambos santuarios, el terrenal y el celestial. "Según la ley, casi todas las cosas son purificadas con sangre; y sin derramamiento de sangre no hay remisión. Fue pues necesario que las representaciones de las cosas celestiales fuesen purificadas con estos sacrificios, pero las mismas cosas celestiales, con mejores sacrificios que éstos" (Heb. 9: 22, 23, VM), a saber, la preciosa sangre de Cristo.

Lecciones prácticas obtenidas de los símbolos
En ambos servicios, el simbólico y el real, la purificación debe efectuarse con sangre; en aquél con sangre de animales; en éste, con la sangre de Cristo. Pablo dice que la razón por la cual esta purificación debe hacerse con sangre, es porque sin derramamiento de sangre no hay remisión. La remisión, o sea el acto de eliminar los pecados, es la obra que debe realizarse. Pero, ¿cómo podía relacionarse el pecado con el santuario del cielo o con el de la tierra? Puede saberse esto al estudiar el servicio simbólico, pues los sacerdotes que oficiaban en la tierra ministraban "lo que es la mera representación y sombra de las cosas celestiales" (Heb. 8: 5, VM).

El servicio del santuario terrenal consistía en dos partes: Los sacerdotes ministraban diariamente en el lugar santo, mientras que una vez al año el sumo sacerdote efectuaba un servicio especial de expiación en el lugar santísimo, para 106 purificar el santuario. Día tras día el pecador arrepentido llevaba su ofrenda a la puerta del tabernáculo y, poniendo la mano sobre la cabeza de la víctima, confesaba sus pecados, transfiriéndolos así figurativamente de sí mismo a la víctima inocente. Luego se mataba el animal. "Sin derramamiento de sangre" dice el apóstol, no hay remisión de pecados. "La vida de la carne en la sangre está" (Lev. 17: 11). La ley de Dios quebrantada exigía la vida del transgresor. La sangre, que representaba la vida dada en prenda por el pecador, cuya culpa cargaba la víctima, la llevaba el sacerdote al lugar santo y la salpicaba ante el velo, detrás del cual estaba el arca que contenía la ley que el pecador había transgredido. Mediante esta ceremonia, el pecado era transferido figurativamente, por intermedio de la sangre, al santuario.

En ciertos casos, la sangre no era llevada al lugar santo; pero el sacerdote debía entonces comer la carne, como Moisés lo había mandado a los hijos de Aarón, diciendo: "La dio él a vosotros para llevar la iniquidad de la congregación" (Lev. 10: 17). Ambas ceremonias simbolizaban por igual la transferencia del pecado del penitente al santuario.

Tal era la obra que se llevaba a cabo día tras día durante todo el año. Los pecados de Israel eran transferidos así al santuario, y se hacía necesario un servicio especial para eliminarlos. Dios mandó que se expiara cada uno de los sagrados departamentos. "Así hará expiación por el Santuario, a causa de las inmundicias de los hijos de Israel y de sus transgresiones, con motivo de todos sus pecados. Y del mismo modo hará con el tabernáculo de reunión, que reside con ellos, en medio de sus inmundicias". También había que expiar el altar: "Lo purificará y lo santificará, a causa de las inmundicias de los hijos de Israel" (Lev. 16: 16, 19, VM).

Una vez al año, en el gran día de la expiación, el sacerdote entraba en el lugar santísimo para purificar el santuario. El ritual que se realizaba allí completaba la serie anual de los servicios. En el día de la expiación se llevaban dos machos cabríos a la entrada del tabernáculo y se echaban suertes sobre ellos, "una suerte por Jehová, y la otra por 107 Azazel" (vers. 8). El macho cabrío sobre el cual caía la suerte por Jehová debía ser inmolado como ofrenda por el pecado del pueblo. Y el sacerdote debía llevar adentro del velo la sangre de aquél y rociarla sobre el propiciatorio y delante de él. También había que rociar con ella el altar del incienso, que se encontraba delante del velo.

"Y pondrá Aarón entrambas manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, y todas sus transgresiones, a causa de todos sus pecados, cargándolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y le enviará al desierto por mano de un hombre idóneo. Y el macho cabrío llevará sobre sí las iniquidades de ellos a tierra inhabitada" (Lev. 16: 21, 22, VM). El macho cabrío emisario no volvía al campamento de Israel, y el hombre que lo había llevado debía purificarse y lavar sus vestidos con agua antes de volver al campamento.

Toda la ceremonia estaba destinada a inculcar en los israelitas una idea de la santidad de Dios y de su odio al pecado; y además hacerles ver que no podían ponerse en contacto con el pecado sin contaminarse. Se requería de todos que afligieran sus almas mientras se celebraba el rito de la expiación. Toda ocupación debía dejarse a un lado, y toda la congregación de Israel debía pasar el día en solemne humillación ante Dios, con oración, ayuno y examen profundo del corazón.

El ceremonial simbólico enseña importantes verdades respecto a la expiación. Se aceptaba un sustituto en lugar del pecador; pero la sangre de la víctima no borraba el pecado. Sólo proveía un medio para transferirlo al santuario. Con la ofrenda de la sangre, el pecador reconocía la autoridad de la ley, confesaba su culpa, y expresaba su deseo de ser perdonado mediante la fe en un Redentor que había de venir; pero no estaba aún enteramente libre de la condenación de la ley. El día de la expiación, el sumo sacerdote, después de haber tomado una víctima ofrecida por la congregación, iba al lugar santísimo con la sangre de dicha víctima y rociaba con ella el propiciatorio, por encima de la misma ley, para 108 satisfacer sus exigencias. Luego, en calidad de mediador, tomaba los pecados sobre sí y los sacaba del santuario. Al poner sus manos sobre la cabeza del segundo macho cabrío, confesaba sobre él todos esos pecados, transfiriéndolos así figurativamente del sacerdote al macho cabrío emisario. Este los llevaba luego lejos y se consideraba que los pecados habían sido eliminados del pueblo para siempre.

Símbolos de realidades celestiales
Tal era el ritual que se efectuaba como "representación y sombra de las cosas celestiales". Y lo que se hacía simbólicamente en el santuario terrenal, se hace en la realidad en el santuario celestial. Después de su ascensión, nuestro Salvador empezó a actuar como nuestro Sumo Sacerdote. Pablo dice: "No entró Cristo en un lugar santo hecho de mano, que es una mera representación del verdadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora delante de Dios por nosotros" (Heb. 9: 24, VM).

El servicio del sacerdote durante el año en el primer departamento del santuario, "adentro del velo" que formaba la entrada y separaba el lugar santo del atrio exterior, representa la obra y el servicio a que dio principio Cristo al ascender al cielo. La obra del sacerdote durante el servicio diario consistía en presentar ante Dios la sangre del holocausto, como también el incienso que subía con las oraciones de Israel. Así ofrece Cristo su sangre ante el Padre en beneficio de los pecadores, y así presenta ante él, además, junto con el precioso perfume de su propia justicia, las oraciones de los creyentes arrepentidos. Tal era la obra que se realizaba en el primer departamento del santuario en el cielo.
Hasta allí siguieron los discípulos a Cristo por la fe cuando se elevó de la presencia de ellos. Allí se concentraba su esperanza, "la cual -dice Pablo- tenemos como ancla del alma, segura y firme, y que penetra hasta a lo que está dentro del velo; adonde, como precursor nuestro, Jesús ha entrado 109 por nosotros, constituido sumo sacerdote para siempre". "Ni tampoco por medio de la sangre de machos de cabrío y de terneros, sino por la virtud de su propia sangre, entró una vez para siempre en el lugar santo habiendo ya hallado eterna redención" (Heb. 6: 19, 20; 9: 12, VM).

La purificación del santuario celestial
Este ministerio siguió efectuándose durante dieciocho siglos en el primer departamento del santuario. La sangre de Cristo, ofrecida en beneficio de los creyentes arrepentidos, les aseguraba perdón y aceptación cerca del Padre. No obstante, sus pecados permanecían registrados en los libros del cielo. Como en el ritual simbólico había una obra de expiación al fin del año, así también, antes que se complete la obra de Cristo para la redención de los hombres, queda por hacer una obra de expiación para eliminar el pecado del santuario. Este es el servicio que empezó cuando terminaron los 2.300 días. Entonces, así como lo había anunciado Daniel el profeta, nuestro Sumo Sacerdote entró en el lugar santísimo para cumplir la última parte de su solemne obra: La purificación del santuario.

Así como en la antigüedad los pecados del pueblo eran puestos por fe sobre la víctima ofrecida, y por medio de la sangre de ésta se transferían figurativamente al santuario terrenal, así también, en el nuevo pacto, los pecados de los que se arrepienten son puestos por fe sobre Cristo, y transferidos, de hecho, al santuario celestial. Y así como la purificación simbólica de lo terrenal se efectuaba eliminando los pecados con los cuales había sido contaminado, así también la purificación real de lo celestial debe efectuarse eliminando o borrando los pecados registrados en el cielo. Pero antes que esto pueda cumplirse deben examinarse los registros para determinar quiénes son los que, por su arrepentimiento del pecado y su fe en Cristo, tienen derecho a los beneficios de la expiación llevada a cabo por él. La purificación del santuario implica, por lo tanto, una obra de investigación, 110 una obra de juicio. Esta obra debe realizarse antes que venga Cristo para redimir a su pueblo, pues cuando venga, "traerá con él su galardón, para otorgar la recompensa a cada uno según haya sido su obra". (Apoc. 22: 12.)
Así que los que andaban en la luz de la palabra profética vieron que en lugar de venir a la tierra al fin de los 2.300 días, en 1844, Cristo había entrado entonces en el lugar santísimo del santuario celestial para cumplir la obra final de la expiación preparatoria para su venida.

Se vio, además, que mientras el holocausto señalaba a Cristo como sacrificio, y el sumo sacerdote representaba a Cristo como mediador, el macho cabrío simbolizaba a Satanás, autor del pecado, sobre quien serán colocados finalmente los pecados de los verdaderamente arrepentidos. Cuando el sumo sacerdote, en virtud de la sangre del holocausto, eliminaba los pecados del santuario, los ponía sobre la cabeza del macho cabrío destinado a Azazel. Cuando Cristo, en virtud de su propia sangre, elimine del santuario celestial los pecados de su pueblo al fin de su ministerio, los pondrá sobre Satanás, el cual en la consumación del juicio debe cargar con la pena final. Se llevaba lejos el macho cabrío, a un lugar desierto, para que no volviera jamás a la congregación de Israel. Así también Satanás será desterrado para siempre de la presencia de Dios y su pueblo, y será aniquilado en la destrucción final del pecado y los pecadores (El Gran Conflicto, págs. 461-475).

PREGUNTAS PARA MEDITAR
1. ¿Qué lugar importante ocupa Daniel 8: 14 en la fe y la enseñanza adventista?
2. ¿De qué manera muchos milleritas se apresuraron a explicar el chasco?
3. Cuando los chasqueados adventistas, que se aferraron a las evidencias de la conducción de Dios en su experiencia, no pudieron encontrar error en el cómputo de los 111 períodos proféticos, ¿qué comenzaron a examinar?
4. ¿Qué descubrimiento hicieron los creyentes con respecto a la identidad del santuario?
5. ¿Qué descubrieron acerca del santuario del primer pacto? ¿Del santuario del nuevo pacto?
6. Qué santuario había de ser purificado al fin de los 2.300 días?
7. ¿En qué consiste la purificación del santuario celestial? ¿Por qué debe efectuarse antes de la segunda venida de Cristo?
8. ¿Qué significa "remisión de pecados"?
9. Note el paralelismo que existe entre los servicios del santuario del Antiguo Testamento y los del santuario del cielo.
10. ¿Por qué medios los pecados del pecador arrepentido son transferidos al santuario celestial?
11. En vez de venir a esta tierra, ¿qué hizo Cristo el 22 de octubre de 1844?
12. ¿De qué manera se purifica el santuario celestial del registro de los pecados? 112


(Cristo En Su Santuario de E. G. de White)

martes, junio 28, 2011

07 “El Fin De Los 2.300 Días”


En la profecía del primer mensaje angélico, en el capítulo 14 de Apocalipsis, se predice un gran despertar religioso bajo la influencia de la proclamación de la próxima venida de Cristo. Se ve un ángel que vuela por en medio del cielo, que tiene el Evangelio eterno para anunciarlo a los que habitan sobre la tierra, a cada nación, tribu, lengua y pueblo. "A gran voz" proclama el mensaje: "¡Temed a Dios y dadle gloria: porque ha llegado la hora de su juicio; y adorad al que hizo el cielo y la tierra, y el mar y las fuentes de agua!" (Apoc. 14: 6, 7, VM).

La circunstancia de que se diga que es un ángel el heraldo de esta advertencia, no deja de ser significativa. La divina sabiduría tuvo a bien representar el carácter augusto de la obra que el mensaje debía cumplir y el poder y la gloria que debían acompañarlo, por la pureza, la gloria y el poder del mensajero celestial. Y el vuelo del ángel "en medio del cielo", la "gran voz" con la que se iba a dar la amonestación, y su promulgación a todos "los que habitan" "la tierra" -"a cada nación, y tribu, y lengua, y pueblo"-, evidencia la rapidez y la extensión del movimiento . . .

Así como en el caso de la gran Reforma del siglo XVI, el movimiento adventista surgió simultáneamente en diferentes países de la cristiandad. Tanto en Europa como en América hubo hombres de fe y de oración que fueron inducidos a estudiar las profecías, y que al escudriñar la Palabra inspirada hallaron pruebas convincentes de que el fin de todas las cosas era inminente. En diferentes países hubo grupos aislados de cristianos que, por el solo estudio de las Escrituras, llegaron a creer que el advenimiento del Señor estaba cerca . . . 89

A Guillermo Miller y a sus colaboradores les fue encomendada la misión de predicar la amonestación en los Estados Unidos de Norteamérica. Dicho país vino a ser el centro del gran movimiento adventista. Allí la profecía del mensaje del primer ángel tuvo su cumplimiento más directo. Los escritos de Miller y de sus compañeros se propagaron hasta países lejanos. Doquiera llegaron los misioneros, allá también fueron llevadas las alegres nuevas de la pronta venida de Cristo. Por todas partes fue predicado el mensaje del Evangelio eterno: "Temed a Dios y dadle gloria; porque ha llegado la hora de su juicio". . .

Serena expectativa
Los que habían aceptado el mensaje aguardaban la venida de su Salvador con indecible esperanza. El momento cuando esperaban salir a su encuentro estaba próximo. La aguardaban con solemne calma. Descansaban en dulce comunión con Dios, y esto era para ellos prenda segura de la paz que tendrían en la gloria venidera. Ninguno de los que abrigaron esa esperanza y esa confianza pudo olvidar aquellas horas tan preciosas de expectación. Pocas semanas antes del momento determinado dejaron de lado la mayor parte de los negocios mundanos. Los creyentes sinceros examinaban cuidadosamente todos los pensamientos y emociones de sus corazones como si estuvieran en el lecho de muerte, y como si tuviesen que cerrar pronto los ojos a las cosas de este mundo. No se trataba de hacer "vestidos de ascensión", sino que todos sentían la necesidad de una evidencia íntima de que estaban preparados para recibir al Salvador. Sus vestiduras blancas eran la limpieza del alma. Un carácter purificado de pecado por la sangre expiatorio de Cristo. ¡Ojalá hubiera aún entre el pueblo que profesa pertenecer a Dios la misma disposición a escudriñar el corazón, y la misma fe sincera y decidida! Si hubiesen seguido humillándose así ante el Señor y hubiesen dirigido sus súplicas al trono de la misericordia, poseerían una experiencia mucho más valiosa que la que poseen ahora. 90

No se ora lo bastante, escasea la comprensión de la convicción real de pecado, y la falta de una fe viva deja a muchos desprovistos de la gracia tan abundantemente proporcionada por nuestro Redentor.
Dios se propuso probar a su pueblo. Su mano ocultó el error cometido en el cálculo de los períodos proféticos. Los adventistas no descubrieron el error, ni tampoco lo descubrieron los más sabios de sus adversarios. Estos decían. "Vuestro cálculo de los períodos proféticos es correcto. Algún gran acontecimiento está a punto de realizarse, pero no es lo que predice Miller, es la conversión del mundo, y no el segundo advenimiento de Cristo".

Pasó el tiempo de expectativa, y no apareció Cristo para libertar a su pueblo. Los que habían esperado a su Salvador con fe sincera, experimentaron un amargo desengaño. Sin embargo, los designios de Dios se estaban cumpliendo: El Señor estaba probando los corazones de los que profesaban esperar su aparición. Entre ellos había muchos que no habían sido impulsados por otro motivo más elevado que el miedo. Su profesión de fe no había mejorado sus corazones ni sus vidas. Cuando el acontecimiento esperado no se realizó, esas personas declararon que no estaban desilusionadas; no habían creído nunca que Cristo vendría. Fueron los primeros en ridiculizar el dolor de los verdaderos creyentes.
Pero Jesús y todas las huestes celestiales contemplaron con amor y simpatía a los creyentes que aunque fueron probados y se sintieron desilusionados, permanecieron fieles. Si se hubiera podido descorrer el velo que separa el mundo visible del invisible, se habrían visto ángeles que se acercaban a esas almas resueltas y las protegían de los dardos de Satanás (El Gran Conflicto, págs. 404-424).

Un nuevo estudio de las Escrituras
Cuando pasó el tiempo en que se esperó primero la venida del Señor -la primavera de 1844- los que habían aguardado con fe su advenimiento se vieron envueltos durante 91 algún tiempo en la duda y la incertidumbre. Mientras el mundo los consideraba completamente derrotados, y daba por cierto que habían estado albergando un engaño, la fuente de su consuelo seguía siendo la Palabra de Dios. Muchos continuaron escudriñando las Santas Escrituras, para examinar de nuevo las pruebas de su fe, y estudiar detenidamente las profecías con el fin de obtener más luz. El testimonio de la Biblia en apoyo de su opinión parecía claro y concluyente. Había señales que no se podían interpretar mal, y que daban como cercana la venida de Cristo. La bendición especial del Señor, manifestada tanto en la conversión de los pecadores como en el reavivamiento de la vida espiritual entre los cristianos, había probado que el mensaje provenía del Cielo. Y aunque los creyentes no podían explicar el chasco que habían sufrido, abrigaban la seguridad de que Dios los había dirigido en lo que habían experimentado.
Las profecías que ellos habían aplicado al segundo advenimiento iban acompañadas de instrucciones que correspondían especialmente con su estado de incertidumbre e indecisión, y que los animaban a esperar pacientemente, en la firme confianza de que lo que entonces parecía oscuro a sus inteligencias sería aclarado a su debido tiempo . . .

En el verano de 1844, a mediados de la época comprendida entre el momento cuando se había supuesto primero que terminarían los 2.300 días y el otoño del mismo año, hasta donde descubrieron después que éstos se extendían, se proclamó el mensaje en los mismos términos mencionados por la Escritura: "¡He aquí que viene el Esposo!"

Lo que llevó a esta conclusión fue el hecho de que se dieron cuenta de que el decreto de Artajerjes relativo a la restauración de Jerusalén, que señalaba el comienzo del período de los 2.300 días, empezó a tener vigencia en el otoño del año 457 AC, y no a principios de ese año como se había creído primero. Al contar entonces desde el otoño del año 457, los 2.300 años concluían en el otoño de 1844. 92

Los símbolos en el servicio del santuario
Los argumentos extraídos de los símbolos del Antiguo Testamento indicaban también el otoño como el momento cuando debía verificarse el acontecimiento representado por la "purificación del santuario". Esto resultó muy claro cuando la atención se fijó en el modo como se cumplieron los símbolos relativos al primer advenimiento de Cristo.

La inmolación del cordero pascual prefiguraba la muerte de Cristo. San Pablo dice: "Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros" (1 Cor. 5: 7). La gavilla de las primicias del trigo, que era costumbre mecer ante el Señor en ocasión de la Pascua, era figura simbólica de la resurrección de Cristo . . .

Estos símbolos se cumplieron no sólo en cuanto al acontecimiento, sino también en cuanto al tiempo. El día 14 del primer mes de los judíos, el mismo día y el mismo mes cuando quince largos siglos antes el cordero pascual había sido inmolado, Cristo, después de haber comido la pascua con sus discípulos, estableció la ceremonia que debía conmemorar su propia muerte como "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo". En aquella misma noche fue aprehendido por manos impías, para ser crucificado e inmolado. Y tal como lo simbolizaba la gavilla mecida, nuestro Señor resucitó de entre los muertos al tercer día, "primicias de los que durmieron", cual ejemplo de todos los justos que han de resucitar, cuyo "vil cuerpo" "transformará" y hará "semejante a su cuerpo glorioso" (1 Cor. 15: 20; Fil. 3: 21, VM).

Asimismo los símbolos que se refieren al segundo advenimiento deben cumplirse en el tiempo indicado por el ritual simbólico. Bajo el régimen mosaico, la purificación del santuario, o sea el gran día de la expiación, caía en el décimo día del séptimo mes judío (Lev. 16: 29-34), cuando el sumo sacerdote, habiendo hecho expiación por todo Israel, y habiendo eliminado así sus pecados del santuario, salía a bendecir al pueblo. Por eso se creyó que Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, aparecería para purificar la tierra por medio 93 de la destrucción del pecado y los pecadores, y para conceder la inmortalidad a su pueblo que lo esperaba. El décimo día del séptimo mes, el gran día de la expiación, el momento de la purificación del santuario, que en el año 1844 caía en el 22 de octubre, fue considerado como el día de la venida del Señor. Esto estaba en consonancia con las pruebas ya presentadas de que los 2.300 días terminarían en el otoño, y la conclusión parecía irrebatible . . .

Los que recibieron el mensaje llegaron cuidadosa y solemnemente al momento cuando esperaban encontrarse con su Señor. Cada mañana sentían que su primer deber consistía en asegurarse que eran aceptos ante Dios. Sus corazones estaban estrechamente unidos, y oraban mucho unos con otros y unos por otros. A menudo se reunían en sitios apartados para ponerse en comunión con Dios, y se oían voces de intercesión que desde los campos y las arboledas ascendían al cielo. La seguridad de que el Señor les daba su aprobación era para ellos más necesaria que su alimento diario, y si alguna nube oscurecía sus espíritus, no descansaban hasta que se hubiera desvanecido. Como sentían el testimonio de la gracia que los perdonaba, anhelaban contemplar a Aquel a quien amaban sus almas.

Desilusionados, pero con fe en la inconmovible Palabra de Dios
Pero un desengaño más les estaba reservado. El tiempo de espera pasó, y su Salvador no apareció. Con confianza inquebrantable habían esperado su venida, y ahora sentían lo que sintió María cuando, al ir al sepulcro del Salvador y encontrándolo vacío, exclamó llorando: "Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto" (Juan 20: 13) . . .

El mundo había estado observando, y creía que todo el sistema adventista desaparecería en caso de que pasara el tiempo sin que Cristo viniese. Pero aunque muchos, al ser severamente tentados, abandonaron su fe, algunos permanecieron firmes. Los frutos del movimiento adventista, el 94 espíritu de humildad, el escudriñamiento del corazón, la renuncia al mundo y la reforma de la vida que habían acompañado la obra, probaban que ésta era de Dios. No se atrevían a negar que el poder del Espíritu Santo había acompañado la predicación del segundo advenimiento, y no podían descubrir error alguno en el cómputo de los períodos proféticos.

Sus adversarios más hábiles no habían logrado echar por tierra su sistema de interpretación profética. Sin pruebas bíblicas, no se podían permitir abandonar conclusiones a las que habían llegado merced a un estudio de las Escrituras ferviente y con oración, por parte de inteligencias alumbradas por el Espíritu de Dios, y por corazones en los cuales ardía su poder vivificante, pues eran conclusiones que habían resistido las críticas más agudas y la oposición más violenta por parte de los maestros de religión del pueblo y de los sabios mundanos, y que habían permanecido firmes ante las fuerzas combinadas del saber y de la elocuencia, y las afrentas y los ultrajes tanto de los hombres de reputación como de los más viles. Verdad es que no se había producido el acontecimiento esperado, pero ni aun esto pudo conmover su fe en la Palabra de Dios . . .

El Señor no se olvidó de su pueblo; su Espíritu siguió acompañando a los que no negaron temerariamente la luz que habían recibido ni denunciaron el movimiento adventista. En la epístola a los Hebreos hay palabras de aliento y de admonición para los que vivían en la expectación y fueron probados en esa crisis: "No desechéis pues esta vuestra confianza, que tiene una grande remuneración. Porque tenéis necesidad de la paciencia, a fin de que, habiendo hecho la voluntad de Dios, recibáis la promesa. Porque dentro de un brevísimo tiempo, vendrá el que ha de venir, y no tardará. El justo empero vivirá por la fe; y si alguno se retirare, no se complacerá mi alma en él. Nosotros empero no somos de aquellos que se retiran para perdición, sino de los que tienen fe para salvación del alma" (Heb. 10: 35-39, VM). 95

Se echa de ver que esta amonestación va dirigida a la iglesia en los últimos días por las palabras que indican la proximidad de la venida del Señor: "Porque dentro de un brevísimo tiempo, vendrá el que ha de venir, y no tardará". Y este pasaje implica claramente que habría una aparente demora, y que al parecer el Señor tardaría en venir. La enseñanza dada aquí se aplica especialmente a lo que les pasaba a los adventistas en ese entonces. Los cristianos a quienes van dirigidas estas palabras estaban en peligro de zozobrar en su fe. Habían hecho la voluntad de Dios al seguir la dirección de su Espíritu y de su Palabra; pero no podían entender los propósitos de Dios en su experiencia pasada, ni podían distinguir el sendero que se abría ante ellos, y se sentían tentados a dudar de si en realidad Dios los había dirigido. En ese momento resultaban oportunas estas palabras: "El justo empero vivirá por la fe".

  Mientras la luz brillante del "clamor de medianoche" había alumbrado su sendero, y habían visto abrirse el sello de las profecías, y cumplirse con presteza las señales que anunciaban la proximidad de la venida de Cristo, habían andado en cierto sentido por vista. Pero ahora, abatidos por causa de esperanzas defraudadas, sólo podían sostenerse por fe en Dios y en su Palabra. El mundo escarnecedor decía: "Habéis sido engañados. Abandonad vuestra fe, y declarad que el movimiento adventista era de Satanás". Pero la Palabra de Dios afirmaba: "Si alguno se retirare, no se complacerá mi alma en él".
Renunciar entonces a su fe, y negar el poder del Espíritu Santo que había acompañado al mensaje, habría equivalido a retroceder hacia la perdición. Estas palabras de San Pablo los alentaban a permanecer firmes: "No desechéis pues esta vuestra confianza"; "tenéis necesidad de la paciencia"; "porque dentro de un brevísimo tiempo, vendrá el que ha de venir, y no tardará". El único proceder seguro para ellos consistía en apreciar la luz que ya habían recibido de Dios, atenerse firmemente a sus promesas, y seguir escudriñando las Sagradas Escrituras mientras esperaban y velaban con 96 paciencia para recibir mayor luz (El Gran Conflicto, págs. 442-460).

PREGUNTAS PARA MEDITAR
1. ¿Cómo se representa el exaltado carácter del mensaje del primer ángel de Apocalipsis 14? ¿Qué tres cosas evidencian la rapidez y la extensión del mensaje?
2. ¿Cuán extensamente se dio el mensaje de advertencia?
3. ¿Qué vestiduras prepararon los adventistas que esperaban la segunda venida de Cristo?
4. ¿Cuál fue la fuente de consuelo para los adventistas después de su primer chasco en la primavera de 1844?
5. ¿Qué mensaje de las Escrituras se proclamó durante el verano de 1844?
6. ¿De qué manera el estudio de los símbolos y figuras los condujo al establecimiento de la importante fecha del 22 de octubre de 1844?
7. Mencione algunas de las cosas que hicieron los adventistas a fin de prepararse para la venida de Cristo.
8. Los frutos del movimiento adventista daban testimonio de que la obra había sido de Dios. ¿Cuáles fueron esos frutos?
9. ¿Qué admonición de las Escrituras está dirigida a la iglesia de los últimos días?


(Cristo En Su Santuario de E. G. de White)