A LA PUERTA DEL TEMPLO.
LOS
DISCÍPULOS DE CRISTO tenían un profundo sentimiento de su propia
falta de eficiencia, y con humillación y oración unían su debilidad a la fuerza
de Cristo, su ignorancia a la sabiduría de él, su indignidad a la justicia de
él, su pobreza a la inagotable riqueza de él. Fortalecidos y equipados así, no
vacilaron en avanzar en el servicio del Señor.
POCO
TIEMPO DESPUÉS DEL DESCENSO DEL ESPÍRITU SANTO, e inmediatamente
después de una temporada de fervorosa oración, Pedro y Juan subieron al templo
para adorar, y vieron en la puerta la
Hermosa un cojo de cuarenta años de edad, que desde su nacimiento había estado
afligido por el dolor y la enfermedad. Este desdichado había deseado durante
largo tiempo ver a Jesús para que lo curase; pero estaba impedido y muy alejado
del escenario en donde operaba el gran Médico. Sus ruegos movieron por fin a algunos
amigos a llevarlo a la puerta del templo, y al llegar allí supo que Aquel en
quien había puesto sus esperanzas había sido muerto cruelmente.
Su desconsuelo excitó
las simpatías de quienes sabían cuán anhelosamente había esperado que Jesús lo
curase, y diariamente lo llevaban al templo con el objeto de que los
transeúntes le diesen una limosna para aliviar sus necesidades.
AL ENTRAR PEDRO Y JUAN, LES PIDIÓ UNA LIMOSNA.
Los discípulos lo miraron compasivamente,
y Pedro le dijo: "Mira a nosotros.
Entonces él estuvo atento a ellos, esperando recibir de ellos algo. Y
Pedro dijo: Ni tengo plata ni oro." Al manifestar así Pedro su pobreza,
decayó el semblante del cojo; pero se iluminó de esperanza cuando el apóstol
prosiguió diciendo: 48 "Mas lo que tengo te doy:
en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.
"Y tomándole por la mano derecha le
levantó: y luego fueron afirmados sus pies y tobillos. Y saltando, se puso en
pie y anduvo: y entró con ellos en el templo, andando y saltando, y alabando a
Dios. Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios. Y conocían que él era el
que se sentaba a la limosna a la puerta del templo, la Hermosa: y fueron llenos
de asombro y de espanto por lo que le había acontecido."
"Y teniendo a Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado,
todo el pueblo concurrió a ellos, al pórtico que se llama de Salomón,
atónitos." Se asombraban de que los discípulos pudiesen obrar milagros
análogos a los que había obrado Jesús. Sin embargo, allí estaba aquel hombre,
cojo e impedido durante cuarenta años, ahora con pleno uso de sus miembros,
libre de dolor y dichoso de creer en Jesús.
CUANDO LOS DISCÍPULOS VIERON EL ASOMBRO DEL PUEBLO, PEDRO
PREGUNTÓ: "¿Por qué os maravilláis de esto? o ¿por qué ponéis los ojos en nosotros, como si con nuestra virtud o
piedad hubiésemos hecho andar a éste?" Les aseguró que la curación se
había efectuado en el nombre y por los méritos de Jesús de Nazaret, a quien
Dios había resucitado de entre los muertos.
Declaró el apóstol: "Y en la fe de su nombre, a éste que vosotros
veis y conocéis, ha confirmado su nombre; y la fe que por él es, ha dado a éste
completa sanidad en presencia de todos vosotros."
LOS APÓSTOLES HABLARON CLARAMENTE DEL GRAN PECADO COMETIDO POR
LOS JUDÍOS AL RECHAZAR Y DAR MUERTE AL PRÍNCIPE DE LA VIDA;
pero tuvieron cuidado de no sumir a sus oyentes en la desesperación. "Mas
vosotros al Santo y al Justo negasteis dijo Pedro, y pedisteis que se os
diese un homicida; y matasteis al Autor de la vida, al cual Dios ha resucitado
de los muertos; de lo que nosotros somos testigos." "Mas ahora,
hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros
príncipes. Empero Dios ha cumplido así
lo que 49 había antes anunciado por boca de todos
sus profetas, que su Cristo había de padecer." Declaró que el Espíritu
Santo los estaba llamando a arrepentirse y convertirse, y les aseguró que no
había esperanza de salvación sino por la misericordia de Aquel a quien ellos
habían crucificado. Solamente mediante la fe en él podían ser perdonados sus
pecados.
"Así que,
arrepentíos y convertíos exclamó, para que sean borrados vuestros pecados;
pues que vendrán los tiempos del refrigerio de la presencia del Señor." "Vosotros
sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios concertó con nuestros
padres, diciendo a Abraham: Y en tu simiente serán benditas todas las familias
de la tierra. A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, le
envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su
maldad."
ASÍ
LOS DISCÍPULOS PREDICARON LA RESURRECCIÓN DE CRISTO. Muchos de los
oyentes estaban aguardando este testimonio, y cuando lo oyeron, creyeron. Les
recordó las palabras que Cristo había hablado, y se unieron a las filas de los
que aceptaron el Evangelio. La semilla que el Salvador había sembrado nació y
dio fruto.
MIENTRAS LOS DISCÍPULOS ESTABAN HABLANDO AL PUEBLO,
"SOBREVINIERON
LOS SACERDOTES, y el magistrado del templo, y los Saduceos, resentidos de
que enseñasen al pueblo, y anunciasen en Jesús la resurrección de los
muertos."
Después
de la resurrección de Cristo, los sacerdotes habían difundido lejos y cerca el
falso informe de que su cuerpo había sido robado por los discípulos mientras la
guardia romana dormía. No es sorprendente que se disgustaran cuando oyeron a
Pedro y Juan predicando la resurrección de Aquel a quien ellos habían
asesinado. Especialmente los saduceos se excitaron muchísimo. Sentían que su
más arraigada doctrina estaba en peligro, y que su reputación estaba
comprometida.
RÁPIDAMENTE
CRECÍA EL NÚMERO DE LOS CONVERTIDOS A LA NUEVA FE, y tanto los fariseos
como los saduceos convinieron en que 50 si no ponían restricciones a estos
nuevos instructores, su propia influencia peligraría aun más que cuando Jesús
estaba en la tierra. Por lo tanto, el magistrado del templo, con la ayuda de
algunos saduceos, prendió a Pedro y a Juan, y los encerró en la cárcel, pues ya
era demasiado avanzada la tarde del día para someterlos a un interrogatorio.
LOS ENEMIGOS DE LOS DISCÍPULOS NO PUDIERON MENOS QUE CONVENCERSE
DE QUE JESÚS HABÍA RESUCITADO DE ENTRE LOS MUERTOS. La
prueba era demasiado concluyente para dar lugar a dudas. Sin embargo,
endurecieron sus corazones y rehusaron arrepentirse de la terrible acción
perpetrada al condenar a Jesús a muerte. A los gobernantes judíos se les había
dado abundante evidencia de que los apóstoles estaban hablando y obrando bajo
la inspiración divina, pero resistieron firmemente el mensaje de verdad.
Cristo
No Había Venido En La Manera Que Esperaban, Y aunque a veces se
habían convencido de que él era el Hijo de Dios, habían ahogado la convicción,
y le habían crucificado. En su misericordia Dios les dio todavía evidencia
adicional, y ahora se les concedía otra oportunidad para que se volvieran a él.
Les envió los discípulos para que les dijeran que ellos habían matado al
Príncipe de la vida, y esta terrible acusación constituía ahora otro
llamamiento al arrepentimiento. Pero, confiados en su presumida rectitud, los
maestros judíos no quisieron admitir que quienes les inculpaban de haber
crucificado a Jesús hablasen por inspiración del Espíritu Santo.
HABIÉNDOSE ENTREGADO A UNA CONDUCTA DE OPOSICIÓN A CRISTO, todo
acto de resistencia llegaba a ser para los sacerdotes un incentivo adicional a
persistir en la misma conducta. Su obstinación llegó a ser más y más
determinada. No se trataba de que no pudiesen ceder; podían hacerlo, pero no
querían. No era sólo porque eran culpables y dignos de muerte, ni sólo porque
habían dado muerte al Hijo de Dios, por lo que fueron privados de la salvación;
era porque se habían empeñado en oponerse a Dios. Rechazaron persistentemente
la luz, y ahogaron las convicciones del Espíritu. La influencia que domina 51 a los hijos de desobediencia
obraba en ellos, induciéndolos a maltratar a los hombres por medio de los
cuales Dios obraba. La malignidad de su rebelión fue intensificada por cada
acto sucesivo de resistencia contra Dios y el mensaje que él había encomendado
a sus siervos que declarasen. Cada día, al rehusar arrepentirse, los dirigentes
judíos renovaron su rebelión, preparándose para segar lo que habían sembrado.
LA
IRA DE DIOS no se declara contra los pecadores impenitentes meramente por causa
de los pecados que han cometido, sino por causa de que, cuando son llamados
al arrepentimiento, escogen continuar resistiendo, y repiten los pecados del
pasado con desprecio de la luz que se les ha dado. Si los caudillos judíos se
hubiesen sometido al poder convincente del Espíritu Santo, hubieran sido
perdonados; pero estaban resueltos a no ceder. De la misma manera, el pecador
que se obstina en continua resistencia se coloca fuera del alcance del Espíritu
Santo.
EL
DÍA SIGUIENTE AL DE LA CURACIÓN DEL COJO, ANÁS Y CAIFÁS, con los
otros dignatarios del templo, se reunieron para juzgar la causa, y los presos
fueron traídos delante de ellos. En aquel mismo lugar, y en presencia de
algunos de aquellos hombres, Pedro había negado vergonzosamente a su Señor. De
esto se acordó muy bien al comparecer en juicio. Entonces se le deparaba
ocasión de redimir su cobardía.
Los presentes que
recordaban el papel que Pedro había desempeñado en el juicio de su Maestro, se
lisonjeaban de que se lo podría intimidar por la amenaza de encarcelarlo y
darle muerte. Pero el Pedro que negó a Cristo en la hora de su más apremiante
necesidad era impulsivo y confiado en sí mismo, muy diferente del Pedro que
comparecía en juicio ante el Sanedrín. Desde su caída se había convertido. Ya
no era orgulloso y arrogante, sino modesto y desconfiado de sí mismo. Estaba
lleno del Espíritu Santo, y con la ayuda de este poder resolvió lavar la mancha
de su apostasía honrando el Nombre que una vez había negado.
HASTA
ENTONCES LOS SACERDOTES HABÍAN EVITADO MENCIONAR LA 52 CRUCIFIXIÓN O LA RESURRECCIÓN DE JESÚS. Pero ahora,
para cumplir su propósito, se veían obligados a interrogar a los acusados
acerca de cómo se había efectuado la curación del inválido. Así que
preguntaron: "¿Con qué potestad, o en qué nombre, habéis hecho vosotros
esto?".
Con santa audacia y
amparado por el poder del Espíritu, Pedro respondió valientemente: "Sea notorio a todos vosotros, y a todo
el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, al que vosotros
crucificasteis y Dios le resucitó de los muertos, por él este hombre está en
vuestra presencia sano. Este es la piedra reprobada de vosotros los
edificadores, la cual es puesta por cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay
salud; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que
podamos ser salvos."
ESTA
VALEROSA DEFENSA ESPANTÓ A LOS CAUDILLOS JUDÍOS. Se habían figurado
que los discípulos quedarían abrumados por el temor y la confusión al
comparecer ante el Sanedrín. Pero por el contrario, estos testigos hablaron
como Cristo había hablado, con un poder convincente que hizo callar a sus
adversarios. La voz de Pedro no daba indicios de temor al decir: "Este es
la piedra reprobada de vosotros los edificadores, la cual es puesta por cabeza
del ángulo."
Pedro
Usó Aquí Una Figura De Lenguaje Familiar Para Los Sacerdotes. Los profetas
habían hablado de la piedra rechazada; y Cristo mismo, hablando en una ocasión
a los sacerdotes y ancianos, dijo: "¿Nunca leísteis en las Escrituras: La
piedra que desecharon los que edificaban, ésta fue hecha por cabeza de esquina:
por el Señor es hecho esto, y es cosa maravillosa en nuestros ojos? Por tanto
os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que
haga los frutos de él. Y el que cayere sobre esta piedra, será quebrantado; y
sobre quien ella cayere, le desmenuzará." (Mat. 21:42-44). Mientras Los
Sacerdotes Escuchaban Las Valerosas Palabras De Los Apóstoles, "les
conocían que habían estado con Jesús." 53
De los discípulos,
después de la transfiguración de Cristo, leemos que al terminar la maravillosa
escena, "a nadie vieron, sino sólo a Jesús." (Mat. 17: 8.) "Sólo
a Jesús" -en estas palabras se halla el secreto de la vida y el poder que
señaló la historia de la iglesia primitiva. Cuando los discípulos oyeron por
primera vez las palabras de Cristo, sintieron su necesidad de él. Le buscaron,
le hallaron, y le siguieron. Estuvieron con él en el templo, a la mesa, en la
ladera de la montaña, en el campo. Eran como alumnos con un maestro, y recibían
diariamente de él lecciones de verdad eterna.
DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN DEL SALVADOR, el
sentido de la presencia divina llena de amor y luz, permaneció todavía con
ellos. Era una presencia personal. Jesús, el Salvador, que había caminado,
hablado y orado con ellos, que había hablado palabras de esperanza y consuelo a
sus corazones, mientras el mensaje de paz estaba en sus labios, había sido
tomado de ellos al cielo. Mientras el carro de ángeles le recibía, los
discípulos oyeron sus palabras: "He aquí, yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el fin del mundo." El había ascendido al cielo con forma humana.
Sabían que estaba delante del trono de Dios, y que todavía era su amigo y
Salvador; que sus simpatías eran invariables; que estaría identificado para
siempre con la humanidad doliente. Sabían que estaba presentando delante de
Dios los méritos de su sangre, mostrando sus manos y pies heridos, como
recuerdo del precio que había pagado por sus redimidos; y este pensamiento los
fortalecía para soportar vituperio por su causa. Su unión con él era más fuerte
ahora que cuando estaba con ellos en persona. La luz y el amor y el poder de un
Cristo que moraba en ellos irradiaba de ellos, de modo que los hombres, al
contemplarlos, se maravillaban.
CRISTO PUSO SU SELLO EN LAS PALABRAS QUE PEDRO PRONUNCIÓ EN SU
DEFENSA. Junto al discípulo, como testigo convincente, estaba el hombre
que tan maravillosamente había sido curado. La presencia de este hombre, pocas
horas antes cojo inválido, y ahora perfectamente sano, añadía un testimonio de
peso a las 54 palabras de Pedro. Los sacerdotes y
dignatarios permanecían callados. No podían rebatir la afirmación de Pedro,
pero no estaban menos determinados a poner fin a las enseñanzas de los
discípulos.
EL MILAGRO CULMINANTE DE
CRISTO, la resurrección de Lázaro, había sellado la determinación de los
sacerdotes de quitar del mundo a Jesús y sus maravillosas obras, que estaban
destruyendo rápidamente la influencia que ellos tenían sobre el pueblo. Lo
habían crucificado; pero aquí había una prueba convincente de que no habían
puesto fin a la operación de milagros en su nombre, ni a la proclamación de la
verdad que él enseñaba. Ya la curación del paralítico y la predicación de los
apóstoles habían llenado de excitación a Jerusalén.
A
FIN DE ENCUBRIR SU PERPLEJIDAD Y DELIBERAR ENTRE SÍ, LOS SACERDOTES Y
DIGNATARIOS Ordenaron Que Se Sacara A Los Apóstoles Del Concilio. Todos
convinieron en que sería inútil negar la curación del cojo. Gustosos hubieran
encubierto el milagro con falsedades; pero esto era imposible; porque había
ocurrido a la plena luz del día ante multitud de gente, y ya lo sabían millares
de personas. Sentían que la obra de los discípulos debía ser detenida, o Jesús
ganaría muchos seguidores. Esto les acarrearía ignominia, porque serían
considerados culpables del asesinato del Hijo de Dios.
A
PESAR DE SU DESEO DE DESTRUIR A LOS DISCÍPULOS, los sacerdotes sólo
se atrevieron a amenazarlos con riguroso castigo si seguían hablando u obrando
en el nombre de Jesús. Nuevamente los llamaron ante el Sanedrín, y les
intimaron que no hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús. Pero Pedro y Juan
respondieron: "Juzgad si es justo delante de Dios obedecer antes a
vosotros que a Dios: porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y
oído."
DE BUENA GANA HUBIERAN LOS SACERDOTES
CASTIGADO A ESOS HOMBRES Por Su Inquebrantable Fidelidad A Su Sagrada Vocación;
Pero Temían Al Pueblo, "porque
todos glorificaban a Dios de lo que había sido hecho." De manera que,
después que se 55
les
hubieron dirigido reiteradas amenazas y órdenes, los apóstoles fueron puestos
en libertad.
MIENTRAS PEDRO Y JUAN ESTABAN PRESOS, los
otros discípulos, conociendo la malignidad de los judíos, habían orado
incesantemente por sus hermanos, temiendo que la crueldad mostrada para con Cristo
pudiera repetirse. Tan pronto como los apóstoles fueron soltados, buscaron al resto
de los discípulos, y los informaron del resultado del juicio. Grande fue el
gozo de los creyentes.
"Alzaron unánimes
la voz a Dios, y dijeron: Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la
tierra, la mar, y todo lo que en ellos hay; que por boca de David, tu siervo,
dijiste: ¿Por qué han bramado las gentes, y los pueblos han pensado cosas
vanas? Asistieron los reyes de la tierra, y los príncipes se juntaron en uno
contra el Señor, y contra su Cristo. Porque verdaderamente se juntaron en esta
ciudad contra tu santo Hijo Jesús, al cual ungiste, Herodes y Poncio Pilato,
con los Gentiles y los pueblos de Israel, para hacer lo que tu mano y tu
consejo habían antes determinado que había de ser hecho.
"Y ahora, Señor,
mira sus amenazas, y da a tus siervos que con toda confianza hablen tu palabra;
que extiendas tu mano a que sanidades, y milagros, y prodigios sean hechos por
el nombre de tu santo Hijo Jesús."
LOS
DISCÍPULOS PIDIERON EN ORACIÓN QUE SE LES IMPARTIERA MAYOR FUERZA EN LA OBRA
DEL MINISTERIO, porque veían que habrían de afrontar la misma resuelta
oposición que Cristo había afrontado cuando estuvo en la tierra. Mientras sus
unánimes oraciones ascendían por la fe al cielo, vino la respuesta. El lugar
donde estaban congregados se estremeció, y ellos fueron dotados de nuevo con el
Espíritu Santo. Con el corazón lleno de valor, salieron de nuevo a proclamar la
palabra de Dios en Jerusalén. "Y
los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran
esfuerzo," y Dios bendijo maravillosamente ese esfuerzo.
EL PRINCIPIO QUE LOS
DISCÍPULOS SOSTUVIERON VALIENTEMENTE cuando, en respuesta a la orden de no
hablar más en el nombre 56
de Jesús, declararon: "Juzgad si es justo delante de Dios obedecer antes a
vosotros que a Dios," ES EL MISMO QUE LOS ADHERENTES DEL EVANGELIO
LUCHARON POR MANTENER EN LOS DÍAS DE LA REFORMA.
CUANDO EN 1529 LOS PRÍNCIPES ALEMANES SE REUNIERON EN LA DIETA
DE ESPIRA, se presentó allí el decreto del emperador que restringía la
libertad religiosa, y que prohibía toda diseminación ulterior de las doctrinas
reformadas. Parecía que toda la esperanza del mundo estaba a punto de ser
destrozada.
¿Iban A Aceptar Los Príncipes El Decreto? ¿Debía Privarse De La
Luz Del Evangelio A Las Multitudes Que Estaban Todavía En Las Tinieblas?
IMPORTANTES INTERESES PARA EL MUNDO ESTABAN EN PELIGRO.
Los que habían aceptado la fe reformada se reunieron, y su unánime decisión
fue: "Rechacemos este decreto. En asunto de conciencia la mayoría no tiene
autoridad." (Véase D'Aubigné, History of the Reformation, libro 13, cap.
5.)
EN
NUESTROS DÍAS DEBEMOS SOSTENER FIRMEMENTE ESTE PRINCIPIO. El
estandarte de la verdad y de la libertad religiosa sostenido en alto por los
fundadores de la iglesia evangélica y por los testigos de Dios durante los
siglos que desde entonces han pasado, ha sido, para este último conflicto,
confiado a nuestras manos. La responsabilidad de este gran don descansa sobre
aquellos a quienes Dios ha bendecido con un conocimiento de su Palabra.
HEMOS
DE RECIBIR ESTA PALABRA COMO AUTORIDAD SUPREMA. HEMOS DE RECONOCER LOS GOBIERNOS HUMANOS como instituciones
ordenadas por Dios mismo, y enseñar la obediencia a ellos como un deber
sagrado, dentro de su legítima esfera. Pero cuando sus demandas estén en pugna
con las de Dios, hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres. La palabra
de Dios debe ser reconocida sobre toda otra legislación humana. Un "Así
dice Jehová" no ha de ser puesto a un lado por un "Así dice la iglesia" o un "Así dice el estado."
La Corona De Cristo Ha De Ser Elevada Por Sobre Las Diademas De
Los Potentados Terrenales.
NO
SE NOS PIDE QUE DESAFIEMOS A LAS AUTORIDADES. Nuestras palabras,
sean habladas o escritas, deben ser consideradas 57 cuidadosamente, no sea que por
nuestras declaraciones parezcamos estar en contra de la ley y del orden y
dejemos constancia de ello. No debemos decir ni hacer ninguna cosa que pudiera
cerrarnos innecesariamente el camino.
DEBEMOS
AVANZAR EN EL NOMBRE DE CRISTO, defendiendo las verdades que se nos
encomendaron. Si los hombres nos prohíben hacer esta obra, entonces podemos
decir, como los apóstoles: "Juzgad si es justo delante de Dios obedecer
antes a vosotros que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos
visto y oído." 58
Los
Hechos De Los Apóstoles En La Proclamación
Del
Evangelio De Jesucristo. (EGW). MHP