La historia de Salomón contiene una lección para nosotros. La vida temprana de este rey de Israel fue radiante y promisoria. Eligió la sabiduría de Dios, y la gloria de su reino despertó la admiración del mundo. Tanto su fuerza como su carácter pudieron desarrollarse acercándose cada vez más a la semejanza del carácter de Dios; pero, qué triste fue su historia; se lo elevó a las más sagradas posiciones de confianza, pero demostró ser infiel. En él crecieron la autosuficiencia, el orgullo y la exaltación del yo. La codicia de poder político y de autoexaltación lo indujeron a formar alianzas con las naciones paganas. Tuvo que pagar un precio terrible por la plata de Tarsis y el oro de Ophir, pues los procuró a expensas de su propia integridad y la traición de cometidos sagrados.
La asociación con los idólatras corrompió su fe; un paso falso condujo a otro; se rompieron las barreras que Dios había erigido para la seguridad de su pueblo; la poligamia corrompió su vida; y por fin sucumbió a la adoración de dioses falsos.
Un carácter que había sido firme, puro y elevado, se hizo débil y manchado por la ineficiencia moral.
No faltaron los consejeros perversos que hicieron desviar a su antojo aquella mente, una vez noble e independiente, porque había desechado a Dios como su guía y consejero.
Su agudo discernimiento se embotó; cambió el espíritu considerado y concienzudo de los años tempranos de su reinado.
La gratificación propia llegó a ser su dios; y, como resultado, su reinado se caracterizó por un juicio severo y llegó a ser una cruel tiranía. Las extravagancias de su complacencia egoísta exigieron el pago de impuestos agobiadores de parte de los pobres. Después de ser el rey más sabio que jamás ostentara un cetro, Salomón se transformó en un déspota. Como rey había sido el ídolo de la (209) nación, y se copiaban sus palabras y acciones. Su ejemplo ejerció una influencia cuyos resultados se conocerán totalmente sólo cuando las obras de todos pasen en revista delante de Dios, y cada hombre sea juzgado por las acciones realizadas en el cuerpo.
¡Oh, cómo puede Dios soportar las malas acciones de aquellos que han tenido gran luz y grandes ventajas, y a pesar de ellas han seguido el curso de su propia elección, para su eterno perjuicio!
Salomón, quien en la dedicación del templo había encargado solemnemente al pueblo: "Sea, pues, perfecto vuestro corazón para con Jehová nuestro Dios" (1 Rey. 8:61), eligió su propio camino, y su corazón se apartó de Dios. Esa mente que una vez había estado entregada a Dios y había sido inspirada por él para escribir las palabras más preciosas de la sabiduría (el libro de los Proverbios) —verdades que se inmortalizaron—, esa mente noble, se volvió incompetente, débil en fuerza moral, como resultado de sus alianzas perversas y de ceder a la tentación, y Salomón se deshonró a sí mismo, deshonró a Israel y deshonró a Dios.
Al observar este cuadro, vemos lo que llegan a ser los seres humanos cuando se aventuran a separarse de Dios.
Un paso falso prepara el camino para otro, y cada nuevo paso resulta más fácil que el anterior. De este modo las almas se hallan siguiendo tras un dirigente que no es Cristo. (7T. 208,209).