No me deseches en el tiempo de la vejez; cuando mi fuerza se acabare, no me desampares. Salmos 71:9.
La vida con Cristo es bella y gratificante en todas sus etapas. Ser niño tiene sus ventajas y desventajas. El niño puede dormir y saltar todo el día sin preocuparse, pero no puede ir a donde quiere. La juventud llega trayendo sus cosas buenas y malas. El joven toma sus propias decisiones, tiene fuerza, energía, puede escalar el pico más alto o bucear en las aguas cristalinas del mar en busca de corales, pero no tiene la experiencia que solo la vida da, y muchas veces paga un precio muy alto por eso. Un día llega la vejez. Jubilado, tú ves que tus responsabilidades están cumplidas y que tus hijos son grandes y prósperos, pero sientes el peso de los años, la visión se apaga, la audición disminuye, y las fuerzas menguan. Esta es una realidad de la cual nadie escapa. Tú necesitas sabiduría para administrar la vejez y disfrutar de las cosas buenas que la vida te reserva. Lo que importa es lo que David pide en el versículo 12 del salmo de hoy: “Oh Dios, no te alejes de mi”.
Una vida sin Dios es una vida vacía, hueca y sin sentido. Una vejez sin él es como una tarde gris. Anuncia la llegada de las tinieblas, la soledad y el desamparo. Vale la pena vivir cada minuto de la existencia en comunión con el Dios que da vida. Hoy, no importa cuál sea la etapa de la vida en la que tu estas, di en tu corazón: “No me deseches en el tiempo de la vejez; cuando mi fuerza se acabare, no me desampares”.
Pr. Alejandro Urbano
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