Pablo, Silvano y Timoteo, a la iglesia de los tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. Gracia y paz a vosotros de nuestro Padre Dios y del Señor Jesucristo. Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros, y os recordamos en nuestras oraciones. Sin cesar recordamos ante Dios, nuestro Padre, la obra de vuestra fe, vuestro trabajo de amor, y vuestra constante esperanza en nuestro Señor Jesucristo.
Hermanos amados de Dios, sabemos que él os ha elegido, porque nuestro evangelio llegó a vosotros, no sólo en palabra, sino también con poder, en el Espíritu Santo, y en plena convicción. Bien sabéis cómo nos portamos entre vosotros, para vuestro bien. Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, y recibisteis la Palabra a pesar de la mucha tribulación, con el gozo que da el Espíritu Santo. De tal manera que habéis sido ejemplo a todos los creyentes de Macedonia y Acaya.
Porque partiendo de vosotros, la Palabra del Señor ha resonado, no sólo en Macedonia y Acaya. Vuestra fe en Dios se ha extendido a todo lugar, de modo que no necesitamos hablar nada. Porque ellos cuentan la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero; y esperar de los cielos a su Hijo que resucitó de los muertos, a Jesús, que nos libra de la ira venidera. (1Tesalonicenses 1:1-10).
El gozo del Apóstol Pablo se hace claro y evidente, porque las personas que condujo al conocimiento de la verdad, habían llegado a entender y practicar las evidencias de un cristiano real y verdadero, porque ellos mismos sabían lo que tenían que hacer. Nadie les tenía que decir más; cuál era su deber. Y como consecuencia llevaron a muchos al conocimiento de la verdad que es en Jesucristo.
Todo cristiano que un día hizo su pacto con Dios, por medio de su entrega en el santo bautismo, prometió vivir solo para cristo agradándole siempre, y que sería su Señor y Salvador mientras viva. Pero sucede que se va olvidando esa promesa, y el amor al mundo va tomando nuevamente el lugar de Cristo en nuestras vidas. Oramos menos, estudiamos su palabra rara veces, y hablamos y pensamos menos en nuestro salvador.
Y si la mayoría que componen la Iglesia viven así, entonces las reuniones se tornarán en pura religiosidad y mero formalismo. Y se perderá el objetivo del porqué de su existencia, y por ende la Misión y la Visión. Nuestro Señor Jesús dejó claro en que consiste nuestra Misión descrita en
San Mateo 28: 18-20: “Entonces Jesús se acercó a ellos, y les dijo: "Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. "Por tanto, id y haced discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, "enseñándoles que guarden todo lo que os he mandado. Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo".
Si hacemos esto; nuestras iglesias crecerán y además terminaremos pronto nuestra misión de predicar las buenas nuevas y Cristo vendrá pronto a buscarnos y a llevarnos a las mansiones celestiales. Hermano(a) sé hoy parte de este gran desafío, amando al señor de todo corazón, que no deje lugar para el mundo.
“No améis al mundo, ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo -los malos deseos de la carne, la codicia de los ojos y la soberbia de la vida-, no procede del Padre, sino del mundo. Y el mundo y sus deseos se pasan. En cambio, el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre”. 1 Juan 2: 15-17.
Entender nuestra misión, porque y para que somos cristianos, marcará el inicio
de nuestra madurez personal y como consecuencia la madurez de la iglesia.
Concluyendo los Tesalonicenses entendieron esta fórmula sencilla: Cristiano + Testimonio = Cristiano Maduro y feliz.
Si hacemos esto; nuestras iglesias crecerán y además terminaremos pronto nuestra misión de predicar las buenas nuevas y Cristo vendrá pronto a buscarnos y a llevarnos a las mansiones celestiales. Hermano(a) sé hoy parte de este gran desafío, amando al señor de todo corazón, que no deje lugar para el mundo.
“No améis al mundo, ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo -los malos deseos de la carne, la codicia de los ojos y la soberbia de la vida-, no procede del Padre, sino del mundo. Y el mundo y sus deseos se pasan. En cambio, el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre”. 1 Juan 2: 15-17.
Con afecto: Pio Pablo Huamán Julca
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