martes, noviembre 23, 2010

158. “Los cielos son los cielos de Jehová; y ha dado la tierra a los hijos de los hombres.” Sal. 115:16.


En 1923, un grupo de renombrados y valientes hombres de negocios de los Estados Unidos, se reunieron en el hotel Edgewater Beach, de Chicago. Aquel grupo era casi un mito. Juntos, aquellos hombres tenían más dinero que todo el tesoro americano. Los diarios y las revistas contaban sus fabulosas historias. Todos los veían como símbolo del éxito.

Veinte años después, la historia era completamente diferente. Jesse Livermore, el mago de Wall Street; León Fraser, presidente del Banco Internacional Settlement; e Iván Kruegar, el hombre principal del mayor monopolio financiero, se habían suicidado. Charles Schwab, presidente de la mayor compañía independiente de acero, murió en la mayor miseria; y Richard Whitney, el presidente de la Bolsa de Valores de Nueva York, estaba en prisión.

El salmista afirma en el versículo de hoy, que Dios le dio la tierra a los hijos de los hombres. La tragedia de la criatura es pensar que, porque Dios le confió la tierra, la tierra es suya. Borra a Dios de su vida, se transforma en su propio dios, trabaja, lucha, conquista, y, aparentemente, vence, o por lo menos llama "victoria" a la acumulación de dinero, fama, poder y cultura, pero ignora que todo sucede porque Dios lo permite. Después de todo, fue él quien le dio la tierra a los hijos de los hombres.

Pero, "los cielos son de Jehová", y desde allí él controla el destino de las naciones y de las personas. Felices son los que tienen conciencia de esta verdad y entienden que, por encima de la tierra, están los cielos. Tú puedes decir: Haré esto hoy, y mañana aquello, pero si Dios no lo permite, nada sucederá.
La fortuna pasa, como pasó el poder, la fama y el dinero de aquellos hombres poderosos. La tierra se desgasta, envejece y muere, pero los cielos son eternos. ¡Ay de aquel que construye sus sueños y realizaciones basándose solamente en valores terrenales!

Dedica hoy unos momentos para mirar en dirección a los cielos. Observa la inmensidad del infinito y verás que tus conquistas y logros son insignificantes. ¿Por qué vanagloriarse de esto?

Al salir hoy para cumplir tus responsabilidades, o si te quedas en casa, piensa que: "Los cielos son los cielos de Jehová; y ha dado la tierra a los hijos de los hombres".

Alejandro Bullón

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