Luchas producidas por el remordimiento
Cuando el que ha cometido una falta se da cuenta de su error, guardémonos de destruir su estima propia. No lo desalentemos con nuestra indiferencia o desconfianza. No digamos: "Antes de depositar en él mi confianza, voy a esperar para ver si permanece firme". Muchas veces es precisamente esta desconfianza la que hace tropezar al tentado. Deberíamos tratar de comprender la flaqueza de los demás. Poco sabemos de las pruebas que soporta el corazón de los que han estado encadenados en las tinieblas, y a quienes faltan resolución y fuerza moral. Por demás de lamentar es la condición del que sufre remordimiento; está como quien, aturdido y tambaleante, se hundiese en el polvo. No puede ver nada con claridad. Tiene el espíritu nublado, no sabe qué pasos dar. Muchos viven sin que nadie los entienda ni los aprecie, llenos de desesperación y de angustia; como pobres ovejas perdidas y descarriadas, No pueden encontrar a Dios, y sin embargo, tienen ansias intensas de obtener perdón y paz.
Influencias poderosas para el mal
¡Ah, no les digamos una sola palabra que ahonde su dolor! Al que se siente apesadumbrado por una vida de pecado, pero que no sabe dónde encontrar alivio, presentémosle al Salvador compasivo. Tomémoslo de la mano, levantémoslo, digámosle palabras de aliento y esperanza. Ayudémoslo a asirse de la mano del Salvador... Debemos ponernos en el lugar de los tentados. Consideremos la fuerza de la herencia, la influencia de las malas compañías, el poder de los malos hábitos. ¿Qué tiene de extraño que bajo semejantes influencias muchos se degraden? ¿Debe sorprendernos que no se apresuren a corresponder a los esfuerzos que se hacen para levantarlos? MC 125t 126.
Tierna simpatía
¡Oh, que amor maravilloso el que ha hecho posible que Dios, el Dios infinito, nos haya concedido el privilegio de acercarnos a él con el cariñoso nombre de "Padre"! Ningún padre terrenal podría suplicar más seriamente por un hijo que ha cometido un error de lo que suplica por nosotros, transgresores, Aquel que nos ha hecho. Jamás ser humano alguno ha ido detrás de un penitente con invitaciones más tiernas. Por eso, pues, ¡con cuánta simpatía deberíamos nosotros trabajar por los errantes y pecadores que perecen a nuestro alrededor! Debemos trabajar con el espíritu con que Cristo trabajó, y con la ternura compasiva que él manifestó. Cuandoquiera clamemos por las promesas de Dios con fe viviente, cuando vivamos de toda palabra que sale de la boca de Dios, nos colocaremos del lado de Cristo, y podremos contar con la operación de su Espíritu y su gracia en nuestros esfuerzos para conducir a las almas al conocimiento de la voluntad divina.-Ms 35, 1886.
Compasión por el culpable
¡Cuán poco simpatizamos con Cristo en lo que debería ser el lazo de unión más fuerte entre nosotros y él, esto es, la compasión por los depravados, culpables y dolientes, que están muertos en delitos y pecados! La inhumanidad del hombre para con el hombre es nuestro mayor pecado. Muchos se figuran que están representando la justicia de Dios, mientras dejan por completo de representar su ternura y su gran amor. Muchas veces, aquellos a quienes tratan con aspereza y severidad están pasando por una violenta tentación. Satanás se está ensañando en esas almas, y las palabras duras y despiadadas las desalientan y las hacen caer en las garras del tentador. Delicada cosa es tratar con las mentes. Sólo Aquel que lee el corazón sabe llevar a los hombres al arrepentimiento. Sólo su sabiduría nos proporcionará éxito en alcanzar a los perdidos.
Podemos erguirnos, imaginándonos ser más santos que ellos, y por acertado que sea nuestro razonamiento o veraz nuestra palabra, no conmoverán los corazones. El amor de Cristo, manifestado en palabras y obras, se abrirá camino hasta el alma, cuando de nada valdría la reiteración de preceptos y argumentos. Necesitamos más simpatía cristiana; y no simplemente simpatía para con los que nos parecen sin tacha, sino para con los pobres y los que padecen, para con las almas que luchan y son muchas veces sorprendidas en sus faltas, para los que van pecando y arrepintiéndose, los tentados y desalentados. Debemos allegarnos a nuestros semejantes, conmovidos, como nuestro misericordioso Sumo Sacerdote, por sus flaquezas.-MC 120, 121.
Resultado de la frialdad y la negligencia
Pero entre nosotros como pueblo hace falta una simpatía profunda y ferviente, que conmueva el alma, y necesitamos tener amor por los tentados y los que yerran. Muchos han manifestado gran frialdad y la negligencia pecaminosa que Cristo representó por el hombre que pasó de largo [parábola del buen samaritano]; se han mantenido tan alejados como podían de aquellos que necesitan ayuda. El alma recién convertida tiene con frecuencia fieros conflictos con costumbres arraigadas, o con alguna forma especial de tentación y, siendo vencida por alguna pasión o tendencia dominante, comete a veces una indiscreción o un mal verdadero. Entonces es cuando se requieren energía, tacto y sabiduría de parte de sus hermanos, para que pueda serle devuelta la salud espiritual.
A tales casos se aplican las instrucciones de la Palabra de Dios: "Hermanos, si alguno fuere tomado en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restaurad al tal con el espíritu de mansedumbre; considerándote a ti mismo, porque tú no seas también tentado". "Así que, los que somos más firmes debemos sobrellevar las flaquezas de los flacos, y no agradarnos a nosotros mismos" (Gál. 6: 1; Rom. 15: 1). ¡Pero cuán poco de la compasiva ternura de Cristo manifiestan los que profesan seguirlo! Cuando uno yerra, con frecuencia los otros se sienten con libertad para hacer aparecer el caso tan malo como sea posible. Los que son tal vez culpables de pecados tan grandes en otra dirección tratan a su hermano con severidad cruel. Los errores cometidos por ignorancia, irreflexión o debilidad son exagerados hasta presentarse como pecados voluntarios y premeditados. Al ver a las almas que se extravían, algunos se cruzan de brazos y dicen: "Ya le dije. Sabia que no se podía fiar en ellas". Así adoptan la actitud de Satanás, regocijándose en espíritu de que sus malas sospechas resultaron correctas.- 2JT 247, 248.
Amor por los que yerran
No estamos todos organizados de la misma manera, y muchos no han sido educados correctamente. Su educación ha sido deficiente. A algunos se les ha trasmitido un temperamento rápido y no se les ha enseñado dominio propio en la niñez. Al temperamento fogoso se les une, frecuentemente, la envidia y los celos. Otros son deficientes en otras áreas. Algunos son deshonestos en los negocios, astutos en sus transacciones. Otros son arbitrarios con sus familias: les gusta regir. Sus vidas distan mucho de la corrección. Su educación fue defectuosa. No se les informó acerca del pecado de rendirse al control de esos malos rasgos. Por eso el pecado no les parece tan pecaminoso. Otros, cuya educación no ha sido tan defectuosa, que han tenido una preparación mejor, han desarrollado un carácter menos objetable. La vida cristiana de muchos ha sido muy afectada, para bien o para mal, por la educación previa. Jesús, nuestro abogado, conoce bien las circunstancias que nos rodean, y nos trata de acuerdo con la luz que hemos recibido, y las circunstancias bajo las cuales hemos sido colocados. Unos tienen una organización mucho mejor que otros. Mientras que algunos son continuamente acosados, afligidos y atribulados a causa de sus desdichados rasgos de carácter, y tienen que luchar contra los enemigos internos y la corrupción de su naturaleza, otros, quizá no tengan ni la mitad de esto contra lo cual luchar. Pasan de largo, casi libres de las dificultades por las cuales tienen que trabajar sus hermanos y hermanas que no han sido tan favorablemente organizados.- 2T 74.
Bienvenida al arrepentido
"A algunos que dudan, convencedlos" (Jud. 22). [La versión inglesa King James, citada aquí por Elena de White, se traduce: "Y de otros tened misericordia, estableciendo una diferencia".] Los que son sabios, con la sabiduría que procede de Dios, sabrán de almas que necesitan ayuda, que han sido vencidas y que, aunque se han arrepentido sinceramente, apenas se atreverán a asirse de la esperanza sin ser animadas. El Señor pondrá palabras de ánimo en los corazones de los dispensadores de su gracia para que den la bienvenida a la confraternidad amante a esas almas temblorosas y arrepentidos. Sus verdaderos seguidores no tratarán a los pecadores como si estuvieran más allá de las posibilidades de perdón. Sentirán compasión por aquellos cuyas circunstancias hayan sido desfavorables y que han permitido que Satanás los condujera a las sendas prohibidas.
Esas almas han pecado contra Dios, pero si se arrepienten y demuestran que su arrepentimiento es genuino; manifestado en esfuerzos serios en el servicio del Señor, ¿quién se atrevería a ponerles estorbo en su camino? Hay que animarlas. Habría que darles la oportunidad de recobrar lo que perdieron. Posiblemente el orgullo, la codicia y la sensualidad hayan sido los pecados que las acosaban continuamente. Habría que señalarles sus errores, pero no de una manera que los aleje de Cristo. Acerquémoslos a él con expresiones de amorosa compasión. Aunque hayan caído, no destruyamos su esperanza de perdón. Trabajemos y oremos por ellas, y señalémosles al Redentor...
No condenemos a los demás
Es por medio de esfuerzos diligentes, como los de Cristo, como los hombres serán convencidos, se convertirán y Dios les extenderá el perdón. Que nadie rechace a un alma que, habiendo abandonado el servicio de Satanás, recurra a Cristo por perdón. "Y de otros tengamos compasión. estableciendo una diferencia". Cuando den evidencia de que el Espíritu ha estado contendiendo con ellas, animémoslas lo más posible para que entren en el servicio del Señor. No las desanimemos con indiferencia, alejándonos de ellas con aire de "yo soy más santo que tú"(Isa. 65: 5). Es posible que, quienes actúen como fariseos, no sean culpables de los mismos pecados que condenan en los demás, pero podrían ser culpables de pecados mayores a la vista de Dios. Cada cual será recompensado de acuerdo con su obra. Que los que condenan a los demás se consideren a sí mismos, no sea que terminen siendo condenados por Dios a causa de su fariseísmo.-Ms 37, 1902.
Las personas que aman no son como erizos de castañas
Debemos esperar encontrar y tolerar grandes imperfecciones en los jóvenes e inexpertos. Cristo nos ha invitado a restaurar a los tales con el espíritu de mansedumbre, y nos tiene por responsables si seguimos una conducta que los impulse al desaliento, la desesperación y la ruina. A menos que cultivemos diariamente la preciosa planta del amor, estamos en peligro de volvernos estrechos y fanáticos, faltos de simpatía y criticones, estimándonos justos cuando distamos mucho de ser aprobados por Dios. Algunos son descorteses, bruscos y rudos. Son como erizos de castañas: pinchan cuandoquiera se les toque. Los tales causan un daño incalculable representando falsamente a nuestro amante Salvador.
Debemos alcanzar una norma más elevada o seremos indignos de llamarnos cristianos. Para salvar a los que yerran, debemos cultivar el espíritu con que Cristo trabajó. Ellos le son tan caros como nosotros. Son igualmente capaces de ser trofeos de su gracia y herederos de su reino. Pero están expuestos a las trampas del astuto enemigo, al peligro de la contaminación, y sin la gracia salvadora de Cristo, a la ruina segura. Si nosotros considerásemos este asunto en su debida luz, ¡cómo se vivificaría nuestro celo y se multiplicarían nuestros esfuerzos fervientes y abnegados con el fin de acercarnos a los que necesitan nuestra ayuda, nuestras oraciones, nuestra simpatía y nuestro amor.
2JT 248, 249.
Jesús, nuestro ejemplo
Era el desechado, el publicano y el pecador, el despreciado de las naciones, a quien Cristo llamaba, y a quien su ternura amorosa apremiaba para que acudiese a él. La única clase de gente a quien él nunca quiso favorecer era la de los que se engreían por amor propio, y menospreciaban a los demás... Aun a aquellos que habían caído más bajo los trataba con respeto. Era un dolor continuo para Cristo arrastrar la hostilidad, la depravación y la impureza; pero nunca dijo nada que denotase que su sensibilidad había sido herida u ofendido su gusto refinado. Cualesquiera fueran los hábitos viciosos, los fuertes prejuicios o las pasiones despóticas de los seres humanos, siempre les hacía frente con compasiva ternura. Al participar de su espíritu, miraremos a todos los hombres como a hermanos, que sufren las mismas tentaciones y pruebas que nosotros, que caen a menudo y se esfuerzan por levantarse, que luchan contra desalientos y dificultades, y que anhelan simpatía y ayuda. Entonces los trataremos de tal manera que no los desalentaremos ni los rechazaremos, sino que despertaremos esperanza en sus corazones.-MC 121-123.
(Testimonios Acerca de la Conducta Sexual 292-300)
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