Eliseo era hombre de espíritu benigno y bondadoso; pero también podía ser severo, como lo demostró su conducta cuando, en camino a Betel, se burlaron de él los jóvenes impíos que habían salido de la ciudad. Ellos habían oído hablar de la ascensión de Elías, e hicieron de este acontecimiento solemne un motivo de burlas, diciendo a Eliseo:
"¡Calvo, sube! ¡calvo, sube!" Al oír sus palabras de burla el profeta se dio vuelta, y bajo la inspiración del Todopoderoso pronunció una maldición sobre ellos. El espantoso castigo que siguió provino de Dios. "Y salieron dos osos del monte, y despedazaron de ellos cuarenta y dos muchachos." (2 Rey. 2: 23, 24.)
UNA LECCION PARA TODOS
Si Eliseo hubiese pasado por alto las burlas, la turba habría continuado ridiculizándole, y en un tiempo de grave peligro nacional podría haber contrarrestado su misión destinada a instruir y salvar. Este único caso de terrible severidad bastó para imponer respeto durante toda su vida. Durante cincuenta años entró y salió por la puerta de Betel, para recorrer 178 la tierra de ciudad en ciudad y pasar por entre muchedumbres de jóvenes ociosos, rudos y disolutos; pero nadie se burló de él ni de sus cualidades como profeta del Altísimo.
Aun la bondad debe tener sus límites. La autoridad debe mantenerse por una severidad firme, o muchos la recibirán con burla y desprecio.
La así llamada ternura, los halagos y la indulgencia que manifiestan hacia los jóvenes los padres y tutores, es uno de los peores males que les puedan acontecer. En toda familia, la firmeza y la decisión son requerimientos positivos esenciales.
La reverencia, de la cual carecían los jóvenes que se burlaron de Eliseo, es una gracia que debe cultivarse con cuidado.
A todo niño se le debe enseñar a manifestar verdadera reverencia hacia Dios. Nunca debe pronunciarse su nombre con liviandad o irreflexivamente. Los ángeles se velan el rostro cuando lo pronuncian. ¡Con qué reverencia debiéramos emitirlo con nuestros labios, nosotros que somos seres caídos y pecaminosos!
Debe manifestarse reverencia hacia los representantes de Dios: los ministros, maestros y padres que son llamados a hablar y actuar en su lugar. El respeto que se les demuestre honra a Dios.
También la cortesía es una de las gracias del Espíritu, y debe ser cultivada por todos. Tiene el poder de subyugar las naturalezas que sin ella se endurecerían.
Los que profesan seguir a Cristo, y son al mismo tiempo toscos, duros y descorteses, no han aprendido de Jesús. Tal vez no se pueda dudar de su sinceridad ni de su integridad; pero la sinceridad e integridad no expiarán la falta de bondad y cortesía. HPR. EGW
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