Ten misericordia de mi, oh Jehová, porque estoy enfermo; sálvame, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen. Sal. 6:2.
Cuando David escribió este salmo, estaba enfermo. El contexto da a entender que tenía alguna especie de reumatismo, aunque la expresión “mis huesos se estremecen” también se usaba en aquel tiempo para expresar momentos de extremo desánimo.
El salmista hacía una interpretación equivocada de su enfermedad.
En el primer versículo del salmo se dirige a Dios,
diciendo: “no me reprendas en tu enojo”.
¿David estaba enfermo porque Dios lo estaba castigando?
Si tú estás hoy postrado de dolor en tu cama
¿es porque Dios está airado contigo?
Eso era lo que David pensaba, pero estaba equivocado.
En este mundo, que hoy carga el terrible virus del pecado, la enfermedad no es patrimonio exclusivo de los que desobedecen a Dios.
Hay personas que se enferman porque no siguieron los consejos divinos para una vida saludable, es verdad; pero hay también personas que se enferman simplemente porque recibieron de sus progenitores herencias genéticas de las cuales no pueden escapar.
Otros, pagan el precio de vivir en un ambiente cada vez más contaminado, y otros sufren porque el diablo participa directamente trayendo el mal: como en el caso de Job, un hombre perfecto e íntegro, cuyo cuerpo el enemigo cubrió de una sarna maligna desde los pies a la cabeza, con el único objetivo de llevarlo a pensar que Dios era el causante del dolor.
El problema humano es que cada vez que sucede algo doloroso en la vida, inconscientemente, se relaciona a la enfermedad con el pecado y el castigo divino. Es verdad que a veces Dios permite que el dolor llegue. Nada sucede sin su permiso, pero él no es el originador de ninguna de las cosas que hacen sufrir a sus hijos.
Al contrario, el afirma: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.
(3 Juan 2).
Piensa nuevamente en Job El mal tocó su vida, pero Dios finalmente duplicó todos sus bienes, porque Dios es justo y siempre cumple sus promesas. Ningún hijo fiel queda abandonado.
Por eso, hoy, si tú estás enfrentando momentos difíciles, di como David: “Ten misericordia de mi, oh Jehová, porque estoy enfermo; sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen”.
Alejandro Bullón
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