En la profecía del primer mensaje angélico, en el capítulo 14 de Apocalipsis, se predice un gran despertar religioso bajo la influencia de la proclamación de la próxima venida de Cristo. Se ve un ángel que vuela por en medio del cielo, que tiene el Evangelio eterno para anunciarlo a los que habitan sobre la tierra, a cada nación, tribu, lengua y pueblo. "A gran voz" proclama el mensaje: "¡Temed a Dios y dadle gloria: porque ha llegado la hora de su juicio; y adorad al que hizo el cielo y la tierra, y el mar y las fuentes de agua!" (Apoc. 14: 6, 7, VM).
La circunstancia de que se diga que es un ángel el heraldo de esta advertencia, no deja de ser significativa. La divina sabiduría tuvo a bien representar el carácter augusto de la obra que el mensaje debía cumplir y el poder y la gloria que debían acompañarlo, por la pureza, la gloria y el poder del mensajero celestial. Y el vuelo del ángel "en medio del cielo", la "gran voz" con la que se iba a dar la amonestación, y su promulgación a todos "los que habitan" "la tierra" -"a cada nación, y tribu, y lengua, y pueblo"-, evidencia la rapidez y la extensión del movimiento . . .
Así como en el caso de la gran Reforma del siglo XVI, el movimiento adventista surgió simultáneamente en diferentes países de la cristiandad. Tanto en Europa como en América hubo hombres de fe y de oración que fueron inducidos a estudiar las profecías, y que al escudriñar la Palabra inspirada hallaron pruebas convincentes de que el fin de todas las cosas era inminente. En diferentes países hubo grupos aislados de cristianos que, por el solo estudio de las Escrituras, llegaron a creer que el advenimiento del Señor estaba cerca . . . 89
A Guillermo Miller y a sus colaboradores les fue encomendada la misión de predicar la amonestación en los Estados Unidos de Norteamérica. Dicho país vino a ser el centro del gran movimiento adventista. Allí la profecía del mensaje del primer ángel tuvo su cumplimiento más directo. Los escritos de Miller y de sus compañeros se propagaron hasta países lejanos. Doquiera llegaron los misioneros, allá también fueron llevadas las alegres nuevas de la pronta venida de Cristo. Por todas partes fue predicado el mensaje del Evangelio eterno: "Temed a Dios y dadle gloria; porque ha llegado la hora de su juicio". . .
Serena expectativa
Los que habían aceptado el mensaje aguardaban la venida de su Salvador con indecible esperanza. El momento cuando esperaban salir a su encuentro estaba próximo. La aguardaban con solemne calma. Descansaban en dulce comunión con Dios, y esto era para ellos prenda segura de la paz que tendrían en la gloria venidera. Ninguno de los que abrigaron esa esperanza y esa confianza pudo olvidar aquellas horas tan preciosas de expectación. Pocas semanas antes del momento determinado dejaron de lado la mayor parte de los negocios mundanos. Los creyentes sinceros examinaban cuidadosamente todos los pensamientos y emociones de sus corazones como si estuvieran en el lecho de muerte, y como si tuviesen que cerrar pronto los ojos a las cosas de este mundo. No se trataba de hacer "vestidos de ascensión", sino que todos sentían la necesidad de una evidencia íntima de que estaban preparados para recibir al Salvador. Sus vestiduras blancas eran la limpieza del alma. Un carácter purificado de pecado por la sangre expiatorio de Cristo. ¡Ojalá hubiera aún entre el pueblo que profesa pertenecer a Dios la misma disposición a escudriñar el corazón, y la misma fe sincera y decidida! Si hubiesen seguido humillándose así ante el Señor y hubiesen dirigido sus súplicas al trono de la misericordia, poseerían una experiencia mucho más valiosa que la que poseen ahora. 90
No se ora lo bastante, escasea la comprensión de la convicción real de pecado, y la falta de una fe viva deja a muchos desprovistos de la gracia tan abundantemente proporcionada por nuestro Redentor.
Dios se propuso probar a su pueblo. Su mano ocultó el error cometido en el cálculo de los períodos proféticos. Los adventistas no descubrieron el error, ni tampoco lo descubrieron los más sabios de sus adversarios. Estos decían. "Vuestro cálculo de los períodos proféticos es correcto. Algún gran acontecimiento está a punto de realizarse, pero no es lo que predice Miller, es la conversión del mundo, y no el segundo advenimiento de Cristo".
Pasó el tiempo de expectativa, y no apareció Cristo para libertar a su pueblo. Los que habían esperado a su Salvador con fe sincera, experimentaron un amargo desengaño. Sin embargo, los designios de Dios se estaban cumpliendo: El Señor estaba probando los corazones de los que profesaban esperar su aparición. Entre ellos había muchos que no habían sido impulsados por otro motivo más elevado que el miedo. Su profesión de fe no había mejorado sus corazones ni sus vidas. Cuando el acontecimiento esperado no se realizó, esas personas declararon que no estaban desilusionadas; no habían creído nunca que Cristo vendría. Fueron los primeros en ridiculizar el dolor de los verdaderos creyentes.
Pero Jesús y todas las huestes celestiales contemplaron con amor y simpatía a los creyentes que aunque fueron probados y se sintieron desilusionados, permanecieron fieles. Si se hubiera podido descorrer el velo que separa el mundo visible del invisible, se habrían visto ángeles que se acercaban a esas almas resueltas y las protegían de los dardos de Satanás (El Gran Conflicto, págs. 404-424).
Un nuevo estudio de las Escrituras
Cuando pasó el tiempo en que se esperó primero la venida del Señor -la primavera de 1844- los que habían aguardado con fe su advenimiento se vieron envueltos durante 91 algún tiempo en la duda y la incertidumbre. Mientras el mundo los consideraba completamente derrotados, y daba por cierto que habían estado albergando un engaño, la fuente de su consuelo seguía siendo la Palabra de Dios. Muchos continuaron escudriñando las Santas Escrituras, para examinar de nuevo las pruebas de su fe, y estudiar detenidamente las profecías con el fin de obtener más luz. El testimonio de la Biblia en apoyo de su opinión parecía claro y concluyente. Había señales que no se podían interpretar mal, y que daban como cercana la venida de Cristo. La bendición especial del Señor, manifestada tanto en la conversión de los pecadores como en el reavivamiento de la vida espiritual entre los cristianos, había probado que el mensaje provenía del Cielo. Y aunque los creyentes no podían explicar el chasco que habían sufrido, abrigaban la seguridad de que Dios los había dirigido en lo que habían experimentado.
Las profecías que ellos habían aplicado al segundo advenimiento iban acompañadas de instrucciones que correspondían especialmente con su estado de incertidumbre e indecisión, y que los animaban a esperar pacientemente, en la firme confianza de que lo que entonces parecía oscuro a sus inteligencias sería aclarado a su debido tiempo . . .
En el verano de 1844, a mediados de la época comprendida entre el momento cuando se había supuesto primero que terminarían los 2.300 días y el otoño del mismo año, hasta donde descubrieron después que éstos se extendían, se proclamó el mensaje en los mismos términos mencionados por la Escritura: "¡He aquí que viene el Esposo!"
Lo que llevó a esta conclusión fue el hecho de que se dieron cuenta de que el decreto de Artajerjes relativo a la restauración de Jerusalén, que señalaba el comienzo del período de los 2.300 días, empezó a tener vigencia en el otoño del año 457 AC, y no a principios de ese año como se había creído primero. Al contar entonces desde el otoño del año 457, los 2.300 años concluían en el otoño de 1844. 92
Los símbolos en el servicio del santuario
Los argumentos extraídos de los símbolos del Antiguo Testamento indicaban también el otoño como el momento cuando debía verificarse el acontecimiento representado por la "purificación del santuario". Esto resultó muy claro cuando la atención se fijó en el modo como se cumplieron los símbolos relativos al primer advenimiento de Cristo.
La inmolación del cordero pascual prefiguraba la muerte de Cristo. San Pablo dice: "Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros" (1 Cor. 5: 7). La gavilla de las primicias del trigo, que era costumbre mecer ante el Señor en ocasión de la Pascua, era figura simbólica de la resurrección de Cristo . . .
Estos símbolos se cumplieron no sólo en cuanto al acontecimiento, sino también en cuanto al tiempo. El día 14 del primer mes de los judíos, el mismo día y el mismo mes cuando quince largos siglos antes el cordero pascual había sido inmolado, Cristo, después de haber comido la pascua con sus discípulos, estableció la ceremonia que debía conmemorar su propia muerte como "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo". En aquella misma noche fue aprehendido por manos impías, para ser crucificado e inmolado. Y tal como lo simbolizaba la gavilla mecida, nuestro Señor resucitó de entre los muertos al tercer día, "primicias de los que durmieron", cual ejemplo de todos los justos que han de resucitar, cuyo "vil cuerpo" "transformará" y hará "semejante a su cuerpo glorioso" (1 Cor. 15: 20; Fil. 3: 21, VM).
Asimismo los símbolos que se refieren al segundo advenimiento deben cumplirse en el tiempo indicado por el ritual simbólico. Bajo el régimen mosaico, la purificación del santuario, o sea el gran día de la expiación, caía en el décimo día del séptimo mes judío (Lev. 16: 29-34), cuando el sumo sacerdote, habiendo hecho expiación por todo Israel, y habiendo eliminado así sus pecados del santuario, salía a bendecir al pueblo. Por eso se creyó que Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, aparecería para purificar la tierra por medio 93 de la destrucción del pecado y los pecadores, y para conceder la inmortalidad a su pueblo que lo esperaba. El décimo día del séptimo mes, el gran día de la expiación, el momento de la purificación del santuario, que en el año 1844 caía en el 22 de octubre, fue considerado como el día de la venida del Señor. Esto estaba en consonancia con las pruebas ya presentadas de que los 2.300 días terminarían en el otoño, y la conclusión parecía irrebatible . . .
Los que recibieron el mensaje llegaron cuidadosa y solemnemente al momento cuando esperaban encontrarse con su Señor. Cada mañana sentían que su primer deber consistía en asegurarse que eran aceptos ante Dios. Sus corazones estaban estrechamente unidos, y oraban mucho unos con otros y unos por otros. A menudo se reunían en sitios apartados para ponerse en comunión con Dios, y se oían voces de intercesión que desde los campos y las arboledas ascendían al cielo. La seguridad de que el Señor les daba su aprobación era para ellos más necesaria que su alimento diario, y si alguna nube oscurecía sus espíritus, no descansaban hasta que se hubiera desvanecido. Como sentían el testimonio de la gracia que los perdonaba, anhelaban contemplar a Aquel a quien amaban sus almas.
Desilusionados, pero con fe en la inconmovible Palabra de Dios
Pero un desengaño más les estaba reservado. El tiempo de espera pasó, y su Salvador no apareció. Con confianza inquebrantable habían esperado su venida, y ahora sentían lo que sintió María cuando, al ir al sepulcro del Salvador y encontrándolo vacío, exclamó llorando: "Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto" (Juan 20: 13) . . .
El mundo había estado observando, y creía que todo el sistema adventista desaparecería en caso de que pasara el tiempo sin que Cristo viniese. Pero aunque muchos, al ser severamente tentados, abandonaron su fe, algunos permanecieron firmes. Los frutos del movimiento adventista, el 94 espíritu de humildad, el escudriñamiento del corazón, la renuncia al mundo y la reforma de la vida que habían acompañado la obra, probaban que ésta era de Dios. No se atrevían a negar que el poder del Espíritu Santo había acompañado la predicación del segundo advenimiento, y no podían descubrir error alguno en el cómputo de los períodos proféticos.
Sus adversarios más hábiles no habían logrado echar por tierra su sistema de interpretación profética. Sin pruebas bíblicas, no se podían permitir abandonar conclusiones a las que habían llegado merced a un estudio de las Escrituras ferviente y con oración, por parte de inteligencias alumbradas por el Espíritu de Dios, y por corazones en los cuales ardía su poder vivificante, pues eran conclusiones que habían resistido las críticas más agudas y la oposición más violenta por parte de los maestros de religión del pueblo y de los sabios mundanos, y que habían permanecido firmes ante las fuerzas combinadas del saber y de la elocuencia, y las afrentas y los ultrajes tanto de los hombres de reputación como de los más viles. Verdad es que no se había producido el acontecimiento esperado, pero ni aun esto pudo conmover su fe en la Palabra de Dios . . .
El Señor no se olvidó de su pueblo; su Espíritu siguió acompañando a los que no negaron temerariamente la luz que habían recibido ni denunciaron el movimiento adventista. En la epístola a los Hebreos hay palabras de aliento y de admonición para los que vivían en la expectación y fueron probados en esa crisis: "No desechéis pues esta vuestra confianza, que tiene una grande remuneración. Porque tenéis necesidad de la paciencia, a fin de que, habiendo hecho la voluntad de Dios, recibáis la promesa. Porque dentro de un brevísimo tiempo, vendrá el que ha de venir, y no tardará. El justo empero vivirá por la fe; y si alguno se retirare, no se complacerá mi alma en él. Nosotros empero no somos de aquellos que se retiran para perdición, sino de los que tienen fe para salvación del alma" (Heb. 10: 35-39, VM). 95
Se echa de ver que esta amonestación va dirigida a la iglesia en los últimos días por las palabras que indican la proximidad de la venida del Señor: "Porque dentro de un brevísimo tiempo, vendrá el que ha de venir, y no tardará". Y este pasaje implica claramente que habría una aparente demora, y que al parecer el Señor tardaría en venir. La enseñanza dada aquí se aplica especialmente a lo que les pasaba a los adventistas en ese entonces. Los cristianos a quienes van dirigidas estas palabras estaban en peligro de zozobrar en su fe. Habían hecho la voluntad de Dios al seguir la dirección de su Espíritu y de su Palabra; pero no podían entender los propósitos de Dios en su experiencia pasada, ni podían distinguir el sendero que se abría ante ellos, y se sentían tentados a dudar de si en realidad Dios los había dirigido. En ese momento resultaban oportunas estas palabras: "El justo empero vivirá por la fe".
Mientras la luz brillante del "clamor de medianoche" había alumbrado su sendero, y habían visto abrirse el sello de las profecías, y cumplirse con presteza las señales que anunciaban la proximidad de la venida de Cristo, habían andado en cierto sentido por vista. Pero ahora, abatidos por causa de esperanzas defraudadas, sólo podían sostenerse por fe en Dios y en su Palabra. El mundo escarnecedor decía: "Habéis sido engañados. Abandonad vuestra fe, y declarad que el movimiento adventista era de Satanás". Pero la Palabra de Dios afirmaba: "Si alguno se retirare, no se complacerá mi alma en él".
Renunciar entonces a su fe, y negar el poder del Espíritu Santo que había acompañado al mensaje, habría equivalido a retroceder hacia la perdición. Estas palabras de San Pablo los alentaban a permanecer firmes: "No desechéis pues esta vuestra confianza"; "tenéis necesidad de la paciencia"; "porque dentro de un brevísimo tiempo, vendrá el que ha de venir, y no tardará". El único proceder seguro para ellos consistía en apreciar la luz que ya habían recibido de Dios, atenerse firmemente a sus promesas, y seguir escudriñando las Sagradas Escrituras mientras esperaban y velaban con 96 paciencia para recibir mayor luz (El Gran Conflicto, págs. 442-460).
PREGUNTAS PARA MEDITAR
1. ¿Cómo se representa el exaltado carácter del mensaje del primer ángel de Apocalipsis 14? ¿Qué tres cosas evidencian la rapidez y la extensión del mensaje?
2. ¿Cuán extensamente se dio el mensaje de advertencia?
3. ¿Qué vestiduras prepararon los adventistas que esperaban la segunda venida de Cristo?
4. ¿Cuál fue la fuente de consuelo para los adventistas después de su primer chasco en la primavera de 1844?
5. ¿Qué mensaje de las Escrituras se proclamó durante el verano de 1844?
6. ¿De qué manera el estudio de los símbolos y figuras los condujo al establecimiento de la importante fecha del 22 de octubre de 1844?
7. Mencione algunas de las cosas que hicieron los adventistas a fin de prepararse para la venida de Cristo.
8. Los frutos del movimiento adventista daban testimonio de que la obra había sido de Dios. ¿Cuáles fueron esos frutos?
9. ¿Qué admonición de las Escrituras está dirigida a la iglesia de los últimos días?
(Cristo En Su Santuario de E. G. de White)
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