APÉNDICE A
Consejo a una mujer deprimida de mediana edad.-
Mi mente va hacia Ud., Marta. . . Queremos verla confiando plenamente en el precioso Salvador. El la ama, dio su vida por Ud. porque le asignó valor a su alma. Tuve un sueño no hace mucho. Paseaba por un jardín, y Ud. estaba a mi lado. Ud. decía una y otra vez: "Mire ese feo arbusto, ese árbol deforme, ese pobre botón de rosa sin desarrollar. Me hacen sentir mal, porque me parece que representan mi vida y la situación en que me encuentro delante de Dios". Me pareció que una forma esbelta caminaba justamente delante de nosotros y decía: "Junten las rosas, los lirios y los claveles, y dejen a un lado las espinas y los feos arbustos, y no hieran las almas que están a su cuidado".
Me desperté. Me volví a dormir y el sueño se repitió. Volví a despertar y me dormí nuevamente, y el sueño se repitió por tercera vez. Ahora quiero que Ud. considere esto y ponga a un lado su desconfianza, sus preocupaciones y sus temores. Aparte la vista de Ud. misma y mire a Jesús; retire la vista de su esposo y mire a Jesús. Dios le ha dirigido palabras de ánimo. Aférrese a ellas, obre de acuerdo con ellas, avance por fe y no por vista. "Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Heb. 11: 1).
Jesús le extiende sus manos. No permitirá que el enemigo la venza. Le dará la victoria. Tiene poder y justicia. Trate de buscarlos por Ud. misma y llegará a la desesperación porque no los encontrará. Jesús tiene ese poder y esa justicia, que serán suyos por la fe, porque Ud. ama a Dios y guarda sus mandamientos. No escuche las mentiras de Satanás; por el contrario, enumere las promesas de Dios. Junte las rosas, los lirios y los claveles. Hable acerca de las promesas de Dios y de la fe. Confíe en Dios, porque él es su única esperanza. El es mi única esperanza también. Libro tremendas batallas contra la tentación al desánimo que me tiende Satanás, pero no le cederé un centímetro. No daré ventaja al enemigo sobre mi cuerpo y mi mente.
Si Ud. se mira a sí misma, verá sólo debilidad. No encontrará un Salvador allí. Sólo hallará a Jesús fuera de Ud. Debe contemplarlo y vivir, mirar a Aquel que se hizo pecado por nosotros para que pudiéramos ser purificados del pecado y recibir la justicia de Cristo. Ahora bien, Marta, no se mire a sí misma, sino afuera, a Jesús. Hable acerca de su amor, su bondad, su poder. El no permitirá que Ud. sea tentada más allá de lo que pueda soportar. En Cristo está su justicia. Jesús se encarga de nuestras deficiencias, porque ve que nosotros no podemos con ellas. Mientras oro por Ud. veo que una suave luz rodea una mano que se extiende para salvarla. Las palabras de Dios son nuestras credenciales. Nos mantenemos firmes en ellas. Amamos la verdad. Amamos a Jesús. Los sentimientos no son evidencia del desagrado de Dios.
Su vida es preciosa a la vista del Señor. Tiene una obra que quiere que Ud. haga. Todavía no se la ha revelado, pero limítese a avanzar confiadamente sin decir una sola palabra porque podría contristar al querido Jesús manifestándole que teme confiar en él. Deposite su mano en la de él. El se está inclinando desde las almenas del cielo para que Ud. le entregue confiadamente su mano. Oh, qué amor, qué tierno amor ha manifestado Jesús en nuestro 840 favor. Las promesas de la Biblia son los claveles, las rosas y los lirios del jardín del Señor.
Oh, cuántos avanzan por la senda oscura, mientras miran lo objetable, las cosas ingratas que hay a cada lado, cuando un paso más arriba están las flores. Creen que no tienen derecho a decir que son hijos de Dios y a confiar en las promesas que se les presentan en el evangelio, porque no tienen evidencias de la aceptación del Señor. Pasan por dolorosas luchas y afligen sus almas como Martín Lutero para poder entregarse a la justicia de Cristo. Hay muchos que creen que sólo pueden acudir a Jesús como lo hizo el muchacho poseído por el demonio que lo arrojaba en tierra y lo despedazaba mientras lo llevaban al Salvador. Ud. no es de los que enfrentan tales conflictos y pruebas. Ricardo Baxter se sentía perturbado porque no tenía esa agonizante y humillante opinión de sí mismo que creía debía tener. Pero por fin se le explicó eso a su entera satisfacción, y la paz llegó a su alma.
No se le pide que lleve una carga por Ud. misma, porque Ud. es propiedad de Cristo. Está en sus manos. Sus brazos eternos la rodean. Su vida no ha sido pecaminosa en la acepción común del término. Tiene un temor consciente de obrar mal, una tendencia en el corazón a elegir lo recto, y ahora quiere apartar su rostro de los cardos y espinas para admirar las flores. Fije sus ojos en el Sol de Justicia. No haga un tirano de su amado y amante Padre celestial; por lo contrario, contemple su ternura, su piedad, su vasto amor y su gran compasión. Su amor supera al de una madre por su hijo. La madre puede olvidarse de su hijo, pero "yo nunca me olvidaré de ti" (Isa. 49: 15), dice el Señor. Jesús quiere que Ud. confíe en él. Que sus bendiciones descansen sobre Ud. en rica medida es mi ferviente oración.
Ud. nació con una herencia de desánimo, y necesita fomentar en sí misma constantemente sentimientos de esperanza. Recibió tanto de su padre como de su madre una peculiar actitud concienzuda, y también heredó de su madre la disposición a desmerecer el yo en lugar de exaltarlo. Una sola palabra la conmueve, cuando sólo una severa reprensión podría conmover a alguien que tuviera otro temperamento. Si Ud. se encontrara donde pudiera ayudar a otros, por más pesada que fuera la carga, y por más exigente que fuera el trabajo, Ud. lo haría todo con alegría, preocupada incluso porque no está haciendo nada.
Samuel, que sirvió a Dios desde la infancia, necesitaba una disciplina diferente a la de otro que tuviera una voluntad asentada, obcecada y egoísta. Su infancia no se caracterizó por la tosquedad, aunque se manifestaron en ella los errores de la humanidad. Todo el asunto fue desplegado delante de mí. La conozco a Ud. mucho mejor de lo que Ud. se conoce a sí misma. Dios la ayudará a triunfar sobre Satanás si sencillamente confía en Jesús para librar esas duras batallas que Ud. es totalmente incapaz de llevar adelante con sus propias fuerzas finitas. Ud. ama a Jesús, y él la ama. Ahora bien, confíe con toda paciencia en él, diciéndole una y otra vez: Señor, soy tuya. Entréguese de todo corazón a Cristo. No es el gozo la evidencia de que Ud. es cristiana. Su evidencia se encuentra en un "Así dice Jehová". Por fe, mi querida hermana, la entrego en los brazos de Jesucristo.
Lea las siguientes estrofas y haga suyos los sentimientos que expresan: Otro refugio yo no tengo, mi alma depende sólo de ti. ¡Oh, no me dejes sola! Sigue apoyándome y consolándome. Pongo toda mi confianza en ti, todo mi auxilio proviene de ti. Cubre mi cabeza indefensa con la sombra de tus alas. En ti encuentro abundancia de gracia, que alcanza para perdonar todos mis pecados. Haz que tus corrientes sanadoras sobreabunden. Purifícame por dentro y manténme pura. Tú eres la Fuente de la vida, permíteme beber de ella en abundancia. Entra en mi corazón, levántame para toda la eternidad. Carta 35, 1887.
APÉNDICE B
Una confianza inconmovible a pesar de la inestabilidad de las emociones. Experiencia personal de la autora Cuando nos encontramos profundamente ensombrecidos es porque Satanás se ha interpuesto entre nosotros y los brillantes rayos del Sol de Justicia. En los momentos de tribulación este resplandor se eclipsa y no entendemos por qué nos da la impresión de que la seguridad desaparece. Se nos induce a mirar al yo, y eso nos impide recibir el consuelo que hay en la cruz no en su sombra para nosotros. Nos quejamos del camino, y apartamos nuestra mano de la de Cristo. Pero a veces el favor de Dios irrumpe repentinamente en el alma, y las sombras se disipan. Vivamos a la luz de la cruz del Calvario. No moremos más en las sombras, quejándonos de nuestros dolores, porque eso sólo aumenta nuestra tribulación.
No olvidemos nunca, incluso cuando transitamos por el valle, que Cristo está con nosotros tanto cuando caminamos confiadamente como cuando estamos en la cima de la montaña. La voz nos dijo: "¿No depositaréis vuestra carga sobre el Portador de cargas, el Señor Jesucristo? ¿No habitaréis en el lado luminoso de la cruz diciendo: 'Sé a quien he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día'?" "A quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas" (2 Tim. 1: 12; 1 Ped. 1: 8, 9).
Es verdad que he caminado a tropezones a la sombra de la cruz. No es común para mí sentirme dominada y sufrir tanta depresión de espíritu como ha ocurrido en los últimos meses. No me gustaría que se me encontrara jugando con mi propia alma y, por lo tanto, con mi Salvador. No podría enseñar que Jesús salió de la tumba, que ascendió a lo alto y que vive para interceder por nosotros delante del Padre, a menos que ponga en práctica mis enseñanzas y que crea en él para salvación, depositando mi alma desamparada en Jesús en súplica de gracia, de justicia, de paz y de amor. Debo confiar en él no importa cuántos cambios se produzcan en mi atmósfera emocional. Debo manifestar las alabanzas del que me llamó "de las tinieblas a su luz admirable" (1 Ped. 2:9). Mi corazón debe permanecer firme en Cristo, mi Salvador, para contemplar su amor y su bondad llena de gracia. No debo confiar en él solamente de vez en cuando, sino siempre, para que pueda manifestar los resultados de morar en Aquel que me adquirió con su preciosa sangre. Debo aprender a creer en sus promesas y a aceptarlas como la segura palabra de Dios para tener una fe estable.
Muchos que aman a Dios y tratan de honrarlo temen no tener derecho a reclamar sus ricas promesas. Se refieren a sus penosas luchas y a la oscuridad que se extiende sobre su senda, y al hacerlo pierden de vista la luz del amor que Jesucristo derramó sobre ellos. Pierden de vista la gran redención que fue adquirida para ellos a un costo infinito. Muchos están de pie allá lejos, como si tuvieran miedo de tocar aunque sea el borde de la túnica de Cristo, pero su invitación llena de gracia se les extiende incluso a ellos, y él sigue rogando: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga" (Mat. 11: 28-30). Ms 61, 1894.
(Mente, Carácter y Personalidad 2 de E.G. de White)
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