LA IDA de Esdras a Jerusalén fue muy oportuna. Era muy necesaria la influencia de su presencia. Su llegada infundió valor y esperanza al corazón de muchos que habían trabajado durante largo tiempo en medio de dificultades. Desde el regreso de la primera compañía de desterrados, bajo la dirección de Zorobabel y Josué, como setenta años antes, se había hecho mucho. Se había acabado el templo y los muros de la ciudad habían sido parcialmente reparados. Sin embargo quedaba todavía mucho por hacer.
Buen número de los que habían regresado a Jerusalén en años anteriores, habían permanecido fieles a Dios mientras vivieron, pero una proporción considerable de los hijos y de los nietos se habían olvidado del carácter sagrado de la ley de Dios. Aun algunos de los hombres a quienes se habían confiado responsabilidades vivían en pecado abierto. Su conducta contribuía mucho a neutralizar los esfuerzos hechos por otros para hacer progresar la causa de Dios; porque mientras se permitía que quedasen sin reprensión las violaciones flagrantes de la ley, la bendición del Cielo no podía descansar sobre el pueblo.
Concordaba con la providencia de Dios el hecho de que los que habían regresado con Esdras hubiesen dedicado momentos especiales a buscar al Señor. Lo que acababan de experimentar durante el viaje que habían realizado desde Babilonia, sin protección de poder humano alguno, les había enseñado ricas lecciones espirituales. Muchos se habían fortalecido en la fe; y al tratar éstos con los desalentados e indiferentes que había en Jerusalén, ejercieron una influencia que fue un factor 456 poderoso en la reforma que se instituyó poco después.
El cuarto día después de la llegada, los tesoros de plata y oro, con los vasos destinados al servicio del santuario, fueron entregados por los tesoreros en manos de los magistrados del templo, en presencia de testigos, y con la mayor exactitud. Cada objeto fue examinado "por cuenta y por peso." (Esd. 8:34.)
Los hijos del cautiverio que habían regresado con Esdras "ofrecieron holocaustos al Dios de Israel," en ofrenda por el pecado y en prueba de su gratitud por la protección que les habían dado los santos ángeles durante su viaje. "Y dieron los despachos del rey a sus gobernadores y capitanes del otro lado del río, los cuales favorecieron al pueblo y a la casa de Dios." (Vers. 35, 36.)
Muy poco después, varios de los principales de Israel se acercaron a Esdras con una queja grave. Algunos del "pueblo de Israel, y los sacerdotes y Levitas" habían despreciado los santos mandamientos de Dios hasta el punto de casarse con miembros de los pueblos circundantes. Se le dijo a Esdras: "Han tomado de sus hijas para sí y para sus hijos, y la simiente santa ha sido mezclada con los pueblos de las tierras" paganas; "y la mano de los príncipes y de los gobernadores ha sido la primera en esta prevaricación." (Esd. 9: 1, 2.)
En su estudio de las causas que condujeron al cautiverio babilónico, Esdras había aprendido que la apostasía de Israel se debía en gran parte al hecho de que se había enredado con las naciones paganas. El había visto que si hubiesen obedecido a la orden que Dios les diera, de mantenerse separados de las naciones circundantes, se habrían ahorrado muchas experiencias tristes y humillantes.
De manera que cuando supo que a pesar de las lecciones del pasado, hombres eminentes se habían atrevido a transgredir las leyes dadas para salvaguardarlos de la apostasía, su corazón se conmovió. Pensó en la bondad manifestada por Dios al dar a su pueblo otra oportunidad de establecerse en su tierra natal, y quedó abrumado de justa 457 indignación y de pesar por la ingratitud que revelaban. Dice: "Lo cual oyendo yo, rasgué mi vestido y mi manto, y arranqué de los cabellos de mi cabeza y de mi barba, y sentéme atónito.
"Y juntáronse a mí todos los temerosos de las palabras del Dios de Israel, a causa de la prevaricación de los de la transmigración; mas ya estuve sentado atónito hasta el sacrificio de la tarde." (Vers. 3, 4.)
A la hora del sacrificio vespertino, Esdras se levantó y, rasgando de nuevo sus vestiduras, cayó de rodillas y descargó su alma en súplica al Cielo. Extendiendo las manos hacia el Señor, exclamó: "Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti: porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo.
"Desde los días de nuestros padres continuó suplicando, hasta este día estamos en grande culpa; y por nuestras iniquidades nosotros, nuestros reyes, y nuestros sacerdotes, hemos sido entregados en manos de los reyes de las tierras, a cuchillo, a cautiverio, y a robo, y a confusión de rostro, como hoy día. Y ahora como por un breve momento fue la misericordia de Jehová nuestro Dios, para hacer que nos quedase un resto libre, y para darnos estaca en el lugar de su santuario, a fin de alumbrar nuestros ojos nuestro Dios, y darnos una poca de vida en nuestra servidumbre. Porque siervos éramos: mas en nuestra servidumbre no nos desamparó nuestro Dios, antes inclinó sobre nosotros misericordia delante de los reyes de Persia, para que se nos diese vida para alzar la casa de nuestro Dios, y para hacer restaurar sus asolamientos, y para darnos vallado en Judá y en Jerusalem.
"Mas ahora, ¿qué diremos, oh Dios nuestro, después de esto? porque nosotros hemos dejado tus mandamientos, los cuales prescribiste por mano de tus siervos los profetas . . . . Mas después de todo lo que nos ha sobrevenido a causa de nuestras malas obras, y a causa de nuestro grande delito; ya que tú, Dios nuestro, estorbaste que fuésemos oprimidos bajo 458 de nuestras iniquidades, y nos diste este tal efugio; ¿hemos de volver a infringir tus mandamientos, y a emparentar con los pueblos de estas abominaciones? ¿No te ensañarías contra nosotros hasta consumirnos, sin que quedara resto ni escapatoria? Jehová, Dios de Israel, tú eres justo: pues que hemos quedado algunos salvos, como este día, henos aquí delante de ti en nuestros delitos; porque no es posible subsistir en tu presencia a causa de esto." (Vers. 6-15.)
El pesar de Esdras y de sus asociados por los males que se habían infiltrado insidiosamente en el mismo corazón de la obra de Dios, produjo arrepentimiento. Muchos de los que habían pecado quedaron profundamente afectados."Y lloraba el pueblo con gran llanto." (Esd. 10: 1.) Empezaron a comprender en forma limitada el carácter odioso del pecado, y el horror con que Dios lo considera. Vieron cuán sagrada es la ley promulgada en el Sinaí, y muchos temblaron al pensar en sus transgresiones.
Uno de los presentes, llamado Sechanías, reconoció la verdad de todas las palabras dichas por Esdras. Confesó: "Nosotros hemos prevaricado contra nuestro Dios, pues tomamos mujeres extranjeras de los pueblos de la tierra: mas hay aún esperanza para Israel sobre esto." Sechanías propuso que todos los que habían transgredido se comprometieran ante Dios a abandonar su pecado, y a ser juzgados "conforme a la ley." Dio esta invitación a Esdras: "Levántate, porque a ti toca el negocio, y nosotros seremos contigo; esfuérzate." "Entonces se levantó Esdras, y juramentó a los príncipes de los sacerdotes y de los Levitas, y a todo Israel, que harían conforme a esto." (Vers. 2-5.)
Tal fue el comienzo de una reforma admirable. Con infinita paciencia y tacto, y con una cuidadosa consideración de los derechos y el bienestar de todos los afectados, Esdras y sus asociados procuraron conducir por el camino correcto a los penitentes de Israel. Sobre todo lo demás, Esdras enseñó la ley; y mientras dedicaba su atención personal a examinar cada caso, 459 procuraba hacer comprender al pueblo la santidad de la ley, así como las bendiciones que podían obtenerse por la obediencia.
Dondequiera que actuase Esdras, revivía el estudio de las Santas Escrituras. Se designaban maestros para que instruyesen al pueblo; se exaltaba y se honraba la ley del Señor. Se escudriñaban los libros de los profetas, y los pasajes que predecían la llegada del Mesías infundían esperanza y consuelo a muchos corazones tristes y agobiados.
Han transcurrido más de dos mil años desde que Esdras aplicó "su corazón a la búsqueda de la ley" de Jehová y a "su práctica," pero el transcurso del tiempo no ha disminuído la influencia de su ejemplo piadoso. A través de los siglos, la historia de su vida de consagración inspiró a muchos la determinación de buscar y practicar esa misma ley. (Esd. 7: 10.)
Los motivos de Esdras eran elevados y santos; en todo lo que hacía era impulsado por un profundo amor hacia las almas. La compasión y la ternura que revelaba hacia los que habían pecado, fuese voluntariamente o por ignorancia, debe ser una lección objetiva para todos los que procuran realizar reformas. Los siervos de Dios deben ser tan firmes como una roca en lo que se refiere a los principios correctos; y con todo han de manifestar simpatía y tolerancia. Como Esdras, deben enseñar a los transgresores el camino de la vida al inculcarles los principios en que se funda toda buena acción.
En esta época del mundo, cuando, mediante múltiples instrumentos, Satanás procura cegar los ojos de hombres y mujeres para que no vean lo que exige la ley de Dios, se necesitan hombres que harán temblar a muchos ante "el mandamiento de nuestro Dios." (10: 3.) Se necesitan verdaderos reformadores, que conducirán a los transgresores hacia el gran Legislador, y les enseñarán que "la ley de Jehová es perfecta, que vuelve el alma." (Sal. 19: 7.) Se necesitan hombres poderosos en las Escrituras: hombres que con cada palabra y acción exalten los estatutos de Jehová; hombres que procuren fortalecer la fe. Hay gran necesidad de personas que enseñen e 460 inspiren en los corazones reverencia y amor hacia las Escrituras.
La iniquidad que prevalece extensamente hoy puede atribuirse en cierta medida al hecho de que no se estudian ni se obedecen las Escrituras; porque cuando la Palabra de Dios es desechada, se rechaza su poder para refrenar las malas pasiones del corazón natural. Los hombres siembran para la carne, y de la carne siegan corrupción. Al poner a un lado la Biblia se ha abandonado la ley de Dios.
La doctrina por la cual se enseña que los hombres quedan relevados de obedecer a los preceptos divinos, ha reducido la fuerza de la obligación moral, y abierto las compuertas de la iniquidad que inunda al mundo.
La perversidad, la disipación y la corrupción lo están arrasando como un diluvio abrumador. Por doquiera se ven envidias, malas sospechas, hipocresía, enajenamiento, emulación, contienda y traición de los cometidos sagrados, complacencia de las concupiscencias. Todo el sistema de los principios religiosos y las doctrinas, que debiera formar el fundamento y el esqueleto de la vida social, se asemeja a una masa tambaleante, a punto de caer en ruinas.
En los últimos días de la historia de esta tierra, la voz que habló desde el Sinaí sigue declarando: "No tendrás dioses ajenos delante de mí." (Exo. 20: 3.) El hombre opuso su voluntad a la de Dios, pero no puede acallar la voz del mandamiento. El espíritu humano no puede eludir su obligación para con una potencia superior. Pueden abundar las teorías y las especulaciones; los hombres pueden procurar oponer la ciencia a la revelación, y así descartar la ley de Dios; pero la orden se repite cada vez con más fuerza: "Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás." (Mat. 4: 10.)
Es imposible debilitar o reforzar la ley de Jehová. Tal como fue, subsiste. Siempre ha sido, y siempre será, santa, justa y buena, completa en sí misma. No puede ser abrogada ni cambiada. Hablar de "honrarla" o "deshonrarla" no es sino usar un lenguaje humano. 461
La oposición de las leyes humanas a los preceptos de Jehová producirá el último gran conflicto de la controversia entre la verdad y el error. Estamos entrando ahora en esa batalla, que no es simplemente entre iglesias rivales que contienden por la supremacía, sino entre la religión de la Biblia y las religiones de las fábulas y tradiciones. Los agentes que se han unido contra la verdad están ya obrando activamente. La santa Palabra de Dios, que nos ha sido transmitida a un costo tan elevado de sufrimientos y derramamiento de sangre, no se aprecia.
Son pocos los que la aceptan realmente como norma de la vida. La incredulidad prevalece en forma alarmante, no sólo en el mundo, sino también en la iglesia. Muchos han llegado a negar doctrinas que son las mismas columnas de la fe cristiana. Los grandes hechos de la creación como los presentan los escritores inspirados: la caída del hombre; la expiación; la perpetuidad de la ley, todas estas cosas son rechazadas por gran número de los que profesan ser cristianos. Miles de los que se precian de tener conocimiento, consideran como evidencia de debilidad el tener confianza implícita en la Biblia, y para ellos es prueba de saber el cavilar con respecto a las Escrituras y anular sus verdades más importantes mediante explicaciones que pretenden espiritualizarlas.
Los cristianos deben prepararse para lo que pronto ha de estallar sobre el mundo como sorpresa abrumadora, y deben hacerlo estudiando diligentemente la Palabra de Dios y esforzándose por conformar su vida con sus preceptos. Los tremendos y eternos resultados que están en juego exigen de nosotros algo más que una religión imaginaria, de palabras y formas, que mantenga a la verdad en el atrio exterior. Dios pide un reavivamiento y una reforma.
Las palabras de la Biblia, y de la Biblia sola, deben oírse desde el púlpito. Pero la Biblia ha sido despojada de su poder, y el resultado se ve en la reducción del tono de la vida espiritual. En muchos sermones que se pronuncian hoy no hay manifestación divina que despierte la conciencia y comunique vida al alma. Los oyentes no pueden 462 decir: "¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?" (Luc. 24: 32.)
Son muchos los que están clamando en pos del Dios viviente y anhelando la presencia divina. Permítase a la palabra de Dios que hable al corazón, y que aquellos a quienes sólo se habló de tradiciones, teorías y máximas humanas, oigan la voz de Aquel que puede renovar el alma para vida eterna.
De los patriarcas y profetas resplandeció una gran luz. Cosas gloriosas fueron expresadas acerca de Sión, la ciudad de Dios. Así quiere el Señor que la luz resplandezca hoy por medio de quienes le siguen. Si los santos del Antiguo Testamento dieron tan brillante testimonio de lealtad, ¿no deberán aquellos sobre quienes resplandece la luz acumulada durante siglos dar un testimonio aun más señalado con respecto al poder de la verdad ? La gloria de las profecías derrama su luz sobre nuestra senda.
Los símbolos se encontraron con la realidad en la muerte del Hijo de Dios. Cristo resucitó de los muertos, y proclamó sobre el sepulcro abierto: "Yo soy la resurrección y la vida." (Juan 11: 25.) Envió su Espíritu al mundo para recordarnos todas las cosas. Y por un milagro de su poder, preservó su Palabra escrita a través de los siglos.
Los reformadores cuya protesta nos dio el nombre de protestantes, consideraron que Dios los había llamado a dar al mundo la luz del Evangelio, y en su esfuerzo por hacerlo, estaban listos para sacrificar sus bienes, su libertad y aun la misma vida. Frente a la persecución y la muerte, el Evangelio se proclamó lejos y cerca. La palabra de Dios fue comunicada al pueblo; y todas las clases, humildes y encumbrados, ricos y pobres, sabios e ignorantes, la estudiaron con avidez por su cuenta.
¿Somos nosotros, en este último conflicto de la gran controversia, tan fieles a nuestro cometido como lo fueron al suyo los primeros reformadores?
"Tocad trompeta en Sión, pregonad ayuno, llamad a congregación. Reunid el pueblo, santificad la reunión, juntad los 463 viejos, congregad los niños.... Lloren los sacerdotes, ministros de Jehová, y digan: Perdona, oh Jehová, a tu pueblo, y no pongas en oprobio tu heredad." "Convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y llanto. Y lacerad vuestro corazón, y no vuestros vestidos; y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira, y grande en misericordia, y que se arrepiente del castigo. ¿ Quién sabe si volverá, y se apiadará, y dejará bendición tras de él?" (Joel 2: 15-17, 12-14.) 464 PR/EGW
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