"VOSOTROS SOIS LA LUZ DEL MUNDO". Mat. 5:14-16.
Al enseñar al pueblo,
Jesús creaba interés en sus lecciones y retenía la atención de sus oyentes
mediante frecuentes ilustraciones sacadas de las escenas de la naturaleza que
los rodeaba. Se había congregado la gente
por la mañana. El sol glorioso, que
ascendía en el cielo azul, disipaba las sombras en los valles y en los angostos
desfiladeros de las montañas. El
resplandor del sol inundaba la tierra; el agua tranquila del lago reflejaba la
dorada luz y servía de espejo a las rosadas nubes matutinas.
Cada capullo, cada flor y 36 cada rama
frondosa centelleaban con su carga de rocío.
La naturaleza sonreía bajo la bendición de un nuevo día, y de los árboles
brotaban los melodiosos trinos de los pájaros.
El Salvador miró al grupo que lo acompañaba, luego al sol naciente, y
dijo a sus discípulos: "Vosotros sois la luz del mundo". Así como sale el sol en su misión de amor
para disipar las sombras de la noche y despertar el mundo, los seguidores de
Cristo también han de salir para derramar la luz del cielo sobre los que se
encuentran
en las tinieblas del error y el pecado.
En la luz radiante de
la mañana se destacaban claramente las aldeas
y los pueblos en los cerros
circundantes, Y eran detalles atractivos de la escena.
Señalándolos, Jesús dijo: "Una ciudad
asentada sobre un monte no se puede esconder". Luego añadió: "Ni se enciende una
lámpara y se pone debajo de un almud,
sino sobre el candelero, Y alumbra a
todos los que están en casa".
La
mayoría de los oyentes de Cristo eran campesinos o pescadores, en cuyas
humildes moradas había un solo cuarto, en el que una sola lámpara, desde su
sitio,
alumbraba a toda la casa.
"Así -dijo Jesús- alumbre vuestra luz delante de los hombres, para
que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los
cielos".
Nunca ha brillado, ni
brillará jamás, otra luz para el hombre caído, fuera de la que procede de
Cristo. Jesús, el Salvador, es la única luz que puede disipar las tinieblas de
un mundo caído en el pecado.
De Cristo
está escrito: "En él estaba la
vida, y la vida era la luz de los hombres".*Juan 1:4.
Sólo al recibir
vida podían sus discípulos hacerse portaluces. La vida de Cristo en el alma
y su amor revelado en el carácter los
convertiría en la luz del mundo.
La humanidad por sí
misma no tiene luz. Aparte de Cristo
somos un cirio que todavía no se ha encendido, como la luna cuando su cara no
mira hacia el sol; no tenemos un solo rayo de luz para disipar la oscuridad del
mundo. Pero cuando nos volvemos hacia el
Sol de justicia, cuando nos relacionamos con Cristo, el alma entera fulgura con
el brillo de la presencia divina. 37
Los seguidores de
Cristo han de ser más que una luz
entre los hombres. Son la luz del mundo.
A todos los que han aceptado su nombre, Jesús
dice: Os habéis entregado a mí, y os doy al mundo como mis representantes. Así como el Padre lo había enviado al mundo,
Cristo declara: "Los he enviado al
mundo".*Juan 17:18.
Como Cristo era el medio de revelar al Padre,
hemos de ser los medios de revelar a Cristo.
Aunque el Salvador es
la gran fuente de luz, no olvidéis, cristianos, que se revela mediante la
humanidad. Las bendiciones de Dios se
otorgan por medio de instrumentos humanos. Cristo mismo vino a la tierra como Hijo del hombre.
La humanidad, unida con la naturaleza divina, debe
relacionarse con la humanidad.
La
iglesia de Cristo, cada individuo que sea discípulo del Maestro, es un conducto
designado por el cielo para que Dios sea revelado a los hombres. Los ángeles de gloria están listos para
comunicar por vuestro intermedio la luz y el poder del cielo a las almas que
perecen. ¿Dejará el agente humano de cumplir, la obra que le es asignado?
En la medida de su negligencia, priva al
mundo de la prometida influencia del Espíritu Santo.
Jesús no dijo a sus
discípulos: Esforzaos por hacer que brille la luz; sino: "Alumbre vuestra
luz".
Si Cristo mora en el corazón,
es imposible ocultar la luz de su presencia.
Si los que profesan ser seguidores de Cristo no son la luz del mundo es
porque han perdido el poder vital; si no tienen luz para difundir, es prueba de
que no tienen relación con la Fuente de luz.
A través de toda la
historia "el Espíritu de Cristo que
estaba en ellos" 1 Pedro 1:11,
hizo de los hijos fieles de Dios la luz
de los hombres de su generación.
José
fue portaluz en Egipto. Por su pureza,
bondad y amor filial, representó a Cristo en medio de una nación idólatra.
Mientras los israelitas iban desde Egipto a la tierra prometida, los que
eran sinceros entre ellos fueron luces para las naciones circundantes. Por su medio Dios se reveló al mundo.
De Daniel y sus compañeros en Babilonia, de
Mardoqueo en Persia, brotaron vívidos rayos de luz en medio de las tinieblas de
las cortes reales.
De igual manera han
sido puestos los discípulos 38 de Cristo como Portaluces en el camino al
cielo.
Por su medio, la misericordia y
la bondad del Padre se manifiestan a un mundo sumido en la oscuridad de una
concepción errónea de Dios.
Al ver sus
obras buenas, otros se sienten inducidos a dar gloria al Padre celestial;
porque resulta manifiesto que hay en el trono del universo un Dios cuyo
carácter
es digno de alabanza e imitación.
El amor divino que arde en el corazón y la armonía cristiana revelada en
la vida son como una vislumbre del cielo, concedida a los hombres para que se
den cuenta
de la excelencia celestial.
Así es como los
hombres son inducidos a creer en "el
amor que Dios tiene para con nosotros".
Así los corazones que antes eran pecaminosos
y corrompidos son purificados
y transformados para presentarse "sin mancha delante de su gloria con
grande alegría".*1Juan 4:16; Judas 1:24.
Las palabras del
Salvador "Vosotros sois la luz del mundo"
indican que confió a sus
seguidores
una misión de alcance mundial.
En los tiempos de Cristo, el orgullo, el egoísmo y el prejuicio habían
levantado una muralla de separación sólida y alta entre los que habían sido
designados custodios de los oráculos sagrados y las demás naciones del
mundo.
Cristo vino a cambiar todo
esto. Las palabras que el pueblo oía de
sus labios
eran distintas de cuantas había escuchado de sacerdotes o
rabinos.
Cristo derribó la muralla de
separación, el amor propio, y el prejuicio divisor del nacionalismo egoísta;
enseñó a amar a toda la familia humana.
Elevó al hombre por encima del círculo limitado que les prescribía su
propio egoísmo;
anuló toda frontera territorial y toda distinción artificial de
las capas sociales.
Para él no había
diferencia entre vecinos y extranjeros ni entre amigos y enemigos.
Nos enseña a considerar a cada alma
necesitada como nuestro prójimo
y al mundo como nuestro campo.
Así como los rayos
del sol penetran hasta las partes más remotas del mundo, Dios quiere que el
Evangelio llegue a toda alma en la tierra. Si la iglesia de Cristo cumpliera el propósito del Señor, se derramaría
luz sobre todos los 39 que moran en las tinieblas
y en regiones de sombra de
muerte.
En vez de agruparse y rehuir la responsabilidad y el peso de la cruz,
los miembros de la iglesia deberían dispersarse por todos los países para
irradiar la luz de Cristo y trabajar como él por la salvación de las almas. Así
este "Evangelio del reino"
sería pronto llevado a todo el mundo.
De esta manera ha de
cumplirse el propósito de Dios al llamar a su pueblo, desde Abrahán en los
llanos de Mesopotamia hasta nosotros en el siglo actual.
Dice: "Haré de ti una nación grande, y te
bendeciré... y serás bendición".
Para nosotros, en esta postrera
generación, son esas palabras de Cristo, que fueron pronunciadas primeramente
por el profeta evangélico y después repercutieron en el Sermón del Monte: "Levántate, resplandece; porque ha
venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti". *Gen. 12:2; Isa.
60:1.
Si sobre nuestro espíritu nació la gloria del Señor, si hemos visto
la hermosura del que es "señalado
entre diez mil" y "todo él
codiciable", Cant. 5:10,16, si nuestra alma se llenó de resplandor en
presencia de sus gloria, entonces estas palabras del Maestro
fueron dirigidas a
nosotros.
¿Hemos estado con Cristo en el monte de la transfiguración? Abajo, en
la llanura, hay almas esclavizadas por Satanás que esperan las palabra de fe y
las oraciones
que las pongan en libertad.
No sólo hemos de
contemplar la gloria de Cristo,
sino también hablar de su excelencia.
Isaías no
se limitó a contemplar la gloria de Cristo, sino que también habló de él.
Mientras David meditaba, el fuego ardía; y luego habló con su lengua. Cuando
pensaba en el amor maravilloso de Dios, no podía menos que hablar de los que
veía y sentía.
¿Quién puede mirar, por la fe en el plan maravilloso de la
salvación,
la gloria del Hijo unigénito de Dios, sin hablar de ella?
El amor
insondable que se manifestó en la cruz del Calvario por la muerte de Cristo
para que no nos perdiésemos más tuviésemos vida eterna, ¿quién lo puede contemplar
y no hallar palabras para ensalzar la gloria del Señor?
"En su templo todos los suyos le dicen
gloria". El dulce cantor
de Israel lo alabó con su arpa, diciendo: "En
la 40 hermosura de la gloria de tu magnificencia, y en tus hechos maravillosos
meditaré. Del poder de tus hechos estupendos hablarán los hombres; y yo
publicaré tu grandeza". *Sal. 29:9 RV1909; 145:5,6.
La cruz del Calvario
debe levantarse en alto delante de la gente para que absorba sus espíritus y
concentre sus pensamientos. Entonces todas las facultades espirituales se
vivificarán con el poder divino que viene directamente de Dios. Se concentrarán
entonces las energías en una actividad genuina por el Maestro. Los que obren
enviarán al mundo rayos de luz, como agentes vivos que iluminan la tierra.
Cristo acepta con
verdadero gozo todo agente humano que se entrega a él.
Une lo humano con lo
divino, para comunicar al mundo los misterios
del amor encarnado. Hablemos de
ellos; oremos al respecto; cantémoslos.
Proclamemos por todas partes el mensaje
de su gloria,
y sigamos avanzando hacia las regiones lejanas.
Las pruebas
soportadas con paciencia, las bendiciones recibidas con gratitud,
las
tentaciones resistidas valerosamente, la mansedumbre, la bondad, la compasión
y
el amor revelados constantemente son las luces que brillan en el carácter, en
contraste con la oscuridad del corazón egoísta, en el cual jamás penetró la luz
de la vida. 41,42,43 El Discurso Maestro De Jesucristo (EGW). 36-42
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