CAPITULO 3. EL DESARROLLO DE LA VIDA (43-48)
(Este
Capítulo Está Basado En San Marcos 4:26-29).
LA PARÁBOLA del
sembrador suscitó muchas preguntas. Por
ella algunos de los oyentes llegaron a la conclusión de que Cristo no iba a
establecer un reino terrenal, y muchos se quedaron curiosos y perplejos. Viendo
su perplejidad, Cristo usó otras ilustraciones, con las que trató todavía de
llevar sus pensamientos de la esperanza de un reino terrenal a la obra de
gracia de Dios en el alma.
"Decía más: Así
es el reino de Dios, como si un hombre echa simiente en la tierra; y duerme, y
se levanta de noche y de día, y la simiente brota y crece como él no sabe. Porque de suyo fructifica la tierra, primero
hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga. Y cuando el fruto fuere producido, luego se
mete la hoz, porque la siega es llegada".
El agricultor que
"mete la hoz, porque la siega es
llegada", no puede ser otro que Cristo. Él es quien en el gran día final
recogerá la cosecha de la tierra. Pero
el sembrador de la semilla representa a los que trabajan en lugar de
Cristo. Se dice que "la simiente
brota y crece como él no
sabe", y esto no es verdad en el
caso del Hijo de Dios. Cristo no se duerme sobre su cometido, sino que vela sobre
él día y noche. El no ignora cómo crece la simiente.
La parábola de la
semilla revela que Dios obra en la naturaleza. La semilla tiene en sí un
principio germinativo, un principio que Dios mismo ha implantado; y, sin
embargo, si se abandonara la semilla a sí misma, no tendría 44 poder para
brotar.
El hombre tiene una parte que
realizar para promover el crecimiento del grano. Debe preparar
y abonar el terreno y arrojar en él la simiente. Debe arar el campo. Pero hay un punto más
allá del cual nada puede hacer. No hay
fuerza ni sabiduría humana que pueda hacer brotar de la semilla la planta viva.
Después de emplear sus esfuerzos hasta el límite máximo, el hombre debe
depender aún de Aquel que ha unido la siembra a la cosecha con eslabones
maravillosos de su propio poder omnipotente.
Hay vida en la
semilla, hay poder en el terreno; pero a menos que se ejerza día y noche el
poder infinito, la semilla no dará frutos.
Deben caer las lluvias para dar humedad a los campos sedientos, el sol
debe impartir calor, debe comunicarse electricidad a la semilla enterrada. El
Creador es el único que puede hacer surgir la vida que él ha implantado.
Cada semilla crece, cada planta se desarrolla
por el poder de Dios.
"Como la tierra
produce su renuevo, y como el huerto hace brotar
su simiente, así el Señor
Jehová hará brotar justicia y alabanza".
Isaías 61:11.
Isaías 61:11.
Como en la siembra
natural, así también ocurre en la espiritual; el maestro de la verdad debe
tratar de preparar el terreno del corazón; debe sembrar la semilla; pero
únicamente el poder de Dios puede producir la vida.
Hay un punto más allá del cual son vanos los
esfuerzos humanos. Si bien es cierto que
hemos de predicar la palabra, no podemos impartir el poder que vivificará el
alma y hará que broten la justicia y la alabanza. En la predicación de la Palabra debe obrar un
agente que esté más allá del poder humano.
Sólo mediante el Espíritu divino será viviente y poderosa la palabra
para renovar el alma para vida eterna.
Esto es lo que Cristo se esforzó por inculcar a sus discípulos. Les
enseñó que ninguna cosa de las que poseían en sí mismos les daría éxito en su
obra, sino que el poder milagroso de Dios es el que da eficiencia a su propia
palabra.
La obra del sembrador
es una obra de fe. Él no puede 45 entender el misterio de la germinación y el
crecimiento de la semilla, pero tiene confianza en los medios por los cuales
Dios hace florecer la vegetación. Al
arrojar su semilla en el terreno, aparentemente está tirando el precioso grano
que podría proporcionar pan para su familia, pero no hace sino renunciar a un
bien presente para recibir una cantidad mayor.
Tira la semilla, esperando recogerla multiplicada muchas veces en una
abundante cosecha. Así han de trabajar
los siervos de Cristo, esperando una cosecha de la semilla que siembran.
Quizá durante algún
tiempo la buena semilla permanezca inadvertida en un corazón frío, egoísta y
mundano, sin dar evidencia de que se ha arraigado en él; pero después, cuando
el Espíritu de Dios da su aliento al alma, brota la semilla oculta, y al fin da
fruto para la gloria de Dios. En la obra
de nuestra vida no sabemos qué prosperará, si esto o aquello.
No es una cuestión que nos toque decidir.
Hemos de hacer nuestro trabajo y dejar a Dios
los resultados.
"Por la mañana siembra tu simiente, y a la tarde no dejes reposar
tu mano".*
Eclesiastés 11:6.
El gran pacto de Dios
declara que "todos los tiempos de la tierra; la sementera y la siega... no
cesarán".*Génesis 8:22.
Confiando en esta
promesa, ara y siembra el agricultor. No menos confiadamente hemos de trabajar
nosotros en la siembra espiritual,
confiando en su promesa: "Así
será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, antes hará lo que
yo quiero, y será prosperada en aquello
para que la envié". "Irá andando y llorando el que lleva la preciosa
simiente; mas volverá a venir con
regocijo, trayendo sus
gavillas".*Isaías 55:11; Salmos 126:6.
La germinación de la
semilla representa el comienzo de la vida espiritual, y el desarrollo de la planta es una bella
figura del crecimiento cristiano. Como en la naturaleza, así también en la
gracia no puede haber vida sin crecimiento. La planta debe crecer o morir. Así como su crecimiento es silencioso e
imperceptible, pero continuo, así 46 es el desarrollo de la vida
cristiana.
En cada grado de desarrollo,
nuestra vida puede ser perfecta; pero, si se cumple el propósito de Dios para
con nosotros, habrá un avance continuo.
La santificación es la obra de toda la vida. Con la multiplicación de nuestras oportunidades,
aumentará nuestra experiencia y se acrecentará nuestro conocimiento. Llegaremos a ser fuertes para llevar
responsabilidades, y nuestra madurez estará en relación con nuestros
privilegios.
La planta crece al
recibir lo que Dios ha provisto
para sustentar su vida.
Hace penetrar sus raíces en la tierra.
Absorbe la luz del sol, el rocío y la
lluvia.
Recibe las propiedades
vitalizadoras del aire.
Así el cristiano
ha de crecer cooperando con los agentes divinos. Sintiendo nuestra impotencia,
hemos de aprovechar todas las oportunidades que se nos dan para adquirir una
experiencia más amplia.
Así como la
planta se arraiga en el suelo, así hemos de arraigarnos profundamente en
Cristo.
Así como la planta recibe la luz
del sol, el rocío y la lluvia, hemos de abrir nuestro corazón al Espíritu
Santo.
Ha de hacerse la obra, "no
con ejército, ni con fuerza, sino con mi espíritu, ha dicho Jehová de los
ejércitos".*Zacarías 4:6.
Si conservamos
nuestra mente fija en Cristo, él vendrá a nosotros "como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la
tierra". Como el Sol de
justicia, se levantará sobre nosotros, "y
en sus alas traerá salud".
Floreceremos "como lirio".
Seremos "vivificados como trigo", y floreceremos "como la vid". Oseas 6:3; Malaquías 4:2; Oseas 14:5,7.
Seremos "vivificados como trigo", y floreceremos "como la vid". Oseas 6:3; Malaquías 4:2; Oseas 14:5,7.
Al depender
constantemente de Cristo como nuestro Salvador personal,
creceremos en él en
todas las cosas, en Aquel que es la cabeza.
El trigo desarrolla
"primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la
espiga". El objeto del agricultor al
sembrar la semilla y cultivar la planta creciente es la producción de
grano. Desea pan para el hambriento y
semilla para las cosechas futuras. Así
también el Agricultor divino espera una cosecha como premio de su labor y
sacrificio. Cristo está tratando de
reproducirse a sí mismo en el corazón de 47 los hombres; y esto lo hace
mediante los que creen en él. El objeto
de la vida cristiana es llevar fruto, la reproducción del carácter de Cristo en
el creyente, para que ese mismo carácter pueda reproducirse en otros.
LA PLANTA NO GERMINA,
crece o da fruto para sí misma, sino que "da simiente al que siembra, y
pan al que come".*Isaías 55:10. Así ningún hombre ha de vivir para sí
mismo. El cristiano está en el mundo
como representante de Cristo, para la salvación de otras almas.
No puede haber
crecimiento o fructificación en la vida que se centraliza en el yo.
Si habéis aceptado a Cristo como a vuestro
Salvador personal,
habéis de olvidar vuestro yo, y tratar de ayudar a otros.
Hablad del amor de Cristo, de su bondad.
Cumplid con todo deber que se presente.
Llevad la carga de las almas sobre vuestro
corazón,
y por todos los medios que estén a vuestro alcance
tratad de salvar a los
perdidos.
A medida que recibáis el
Espíritu de Cristo -el espíritu de amor
desinteresado y de trabajo por otros-,
iréis creciendo y dando frutos.
Las
gracias del Espíritu madurarán en vuestro carácter. Se aumentará vuestra fe, vuestras
convicciones se profundizarán, vuestro amor se perfeccionará. Reflejaréis más y
más la semejanza de Cristo en todo lo que es puro,
noble y bello.
"El fruto del
Espíritu es: caridad, gozo, paz, tolerancia,
benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza".
Gálatas 5:22,23.
Gálatas 5:22,23.
Este fruto nunca
puede perecer, sino que producirá
una cosecha, según su género, para vida
eterna.
"Cuando el fruto
fuere producido, luego se mete la hoz, porque la siega es llegada". Cristo espera con un deseo anhelante la
manifestación de sí mismo en su iglesia. Cuando el carácter de Cristo sea
perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos
como suyos. Todo cristiano tiene
la oportunidad no sólo de esperar sino de apresurar la venida de nuestro Señor
Jesucristo. *2 Pedro 3:12.
SI TODOS los que profesan el nombre de Cristo LLEVARAN FRUTO 48 para su gloria, cuán prontamente se sembraría en todo el
mundo la semilla del Evangelio. Rápidamente maduraría la gran cosecha final, y Cristo vendría para
recoger el precioso grano. 49 PVGM EGW
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