"VOSOTROS SOIS LA SAL DE LA TIERRA".
Se aprecia la sal por
sus propiedades preservadoras; y cuando Dios llama sal a sus hijos, quiere
enseñarles que se propone hacerlos súbditos de su gracia para que contribuyan a
salvar a otros.
Dios escogió a un pueblo ante todo el mundo, no únicamente para adoptar
a sus hombres y mujeres como hijos suyos, sino para que el mundo recibiese por
ellos la gracia que trae salvación.*Tito 2:11.
Cuando el Señor eligió a Abrahán, no fue
solamente para hacerlo su amigo especial; fue para que transmitiese los
privilegios especiales que quería otorgar a las naciones.
Dijo Jesús, cuando oraba por última vez con
sus discípulos antes de la crucifixión: "Y
por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados
en la verdad"*Juan 17:19. Así también los cristianos que son
purificados por la verdad poseerán 34 virtudes salvadoras que preservarán al
mundo de la completa corrupción moral.
La sal tiene que
unirse con la materia a la cual se la añade; tiene que entrar e infiltrarse
para preservar. Así, por el trato
personal llega hasta los hombres el poder salvador
del Evangelio.
No se salvan en grupos, sino individualmente. La influencia personal es un poder. Tenemos que acercarnos a los que queremos mejorar.
El sabor de la sal
representa la fuerza vital del cristiano, el amor de Jesús
en el corazón, la
justicia de Cristo que compenetra la vida.
El amor de Cristo es difusivo y agresivo. Si está en nosotros, se extenderá a los
demás. Nos acercaremos a ellos, hasta
que su corazón sea enternecido por nuestro amor y nuestra simpatía
desinteresada. De los creyentes sinceros
mana una energía vital y penetrante que infunde un nuevo poder moral a las
almas por las cuales ellos trabajan.
No
es la fuerza del hombre mismo, sino el poder del Espíritu Santo,
lo que realiza
la obra transformadora.
Jesús añadió esta
solemne amonestación: "Si la sal
hubiere perdido su sabor ¿con qué será ella misma salada? No sirve ya para nada, sino para ser echada
fuera, y hollada de los hombres" Mat. 5:13 (VM).
Al escuchar las
palabras de Cristo, la gente podía ver la sal, blanca y reluciente, arrojada en
los senderos porque había perdido el sabor y resultaba, por lo tanto,
inútil.
Simbolizaba muy bien la
condición de los fariseos y el efecto de su religión en la sociedad. Representa la vida de toda alma de la cual se
ha separado el poder de la gracia de Dios, dejándola fría y sin Cristo. No importa lo que esa alma profese, es
considerada insípida y desagradable por los ángeles y por los hombres.
A tales personas dice Cristo: "¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio,
y no frío ni
caliente, te vomitaré de mi boca".*Apoc. 3:15,16.
Sin una fe viva en
Cristo como Salvador personal, nos es imposible ejercer
influencia eficaz sobre
un mundo escéptico.
No podemos dar a
nuestros prójimos lo que nosotros mismos no poseemos.
La influencia que ejercemos para bendecir y
elevar a los seres humanos se mide por la 35 devoción y la consagración a
Cristo que nosotros mismos tenemos.
Si
no prestamos un servicio verdadero, y no tenemos amor sincero, ni hay realidad
en nuestra experiencia, tampoco tenemos poder para ayudar ni relación con el
cielo, ni hay sabor de Cristo en nuestra vida.
A menos que el Espíritu Santo pueda emplearnos como agentes para
comunicar la verdad de Jesús al mundo, somos como la sal que ha perdido el
sabor y quedado totalmente inútil.
Por
faltarnos la gracia de Cristo, atestiguamos ante el mundo que la verdad en la
cual aseguramos confiar no tiene poder santificador; y así, en la medida de nuestra
propia influencia, anulamos el poder de la Palabra de Dios.
"Si
yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal
que resuena, o címbalo que retiñe... Y si tuviese toda la fe, de tal manera que
trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de
comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor,
de nada me sirve".*1Cor. 13:1-3.
Cuando el amor llena
el corazón, fluye hacia los demás, no por los favores recibidos de ellos, sino
porque el amor es el principio de la acción.
El amor cambia el carácter, domina los impulsos, vence la enemistad y
ennoblece los afectos.
Tal amor es tan
ancho como el universo y está en armonía con el amor de los ángeles que
obran.
Cuando se lo alberga en el
corazón, este amor endulza la vida entera y vierte sus bendiciones en
derredor. Esto, y únicamente esto, puede
convertirnos en la sal de la tierra.
El
Discurso Maestro De Jesucristo (EGW). 33-35
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