lunes, noviembre 30, 2009

PP CAPÍTULO 67. La Magia Antigua y Moderna

EL RELATO que hace la Escritura de la visita de Saúl a la mujer de Endor, ha ocasionado perplejidad a muchos estudiantes de la Biblia. Algunos sostienen que Samuel estuvo realmente presente en la entrevista con Saúl, pero la Biblia misma suministra bases suficientes para llegar a una conclusión contraria. Si, como algunos alegan, Samuel hubiera estado en el cielo, habría sido necesario hacerle bajar de allí, ya sea por el poder de Dios o por el poder de Satanás. Nadie puede creer que Satanás tenía poder para hacer bajar del cielo al santo profeta de Dios para honrar las hechicerías de una mujer impía. Tampoco podemos concluir que Dios le mandó a la cueva de la bruja; pues el Señor ya se había negado a comunicarse con Saúl por medio de sueños, del Urim [luz del pectoral], o, por medio de los profetas. (1 Sam. 28: 6.) Estos eran los medios designados por Dios para comunicarse con su pueblo, y no los iba a pasar por alto para dar un mensaje por medio de un agente de Satanás.
El mensaje mismo da suficiente evidencia de su origen. Su objeto no era inducir a Saúl al arrepentimiento, sino más bien incitarle a destruirse; y tal no es la obra de Dios, sino la de Satanás. Además, el acto de Saúl al consultar a una hechicera se cita en la Escritura como una de las razones por las cuales fue rechazado por Dios y entregado a la destrucción: "Así murió Saúl por su rebelión con que prevaricó contra Jehová, contra la palabra de Jehová, la cual no guardó; y porque consultó al pythón, preguntándole, y no consultó a Jehová: por esta causa lo mató, y traspasó el reino a David, hijo de Isaí." (1 Crón 10: 13, 14.) Este pasaje dice claramente que Saúl interrogó al "pythón" o espíritu malo, y no al Espíritu del 739 Señor. No se comunicó con Samuel, el profeta de Dios; sino que por medio de la hechicera se comunicó con Satanás. Este no podía presentar al verdadero Samuel, pero sí presentó uno falso, que le sirvió para llevar a cabo sus propósitos de engaño.
Casi todas las formas de la hechicería y brujería antiguas se fundaban en la creencia de que es posible comunicarse con los muertos. Los que practicaban las artes de la necromancia aseveraban tener relaciones con los espíritus de los difuntos, y obtener de ellos un conocimiento de los acontecimientos futuros. A esta costumbre de consultar a los muertos se alude en la profecía de Isaías: "Y si os dijeron: Preguntad a los pythones y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Apelará por los vivos a los muertos?" (Isa. 8: 19.)
Esta misma creencia en la posibilidad de comunicarse con los muertos era la piedra angular de la idolatría pagana. Se creía que los dioses de los paganos eran los espíritus deificados de héroes desaparecidos. La religión de los paganos era así un culto a los muertos. Las Escrituras lo evidencian. Al relatar el pecado de Israel en Beth-peor nos dice: "Y reposó Israel en Sittim, y el pueblo empezó a fornicar con las hijas de Moab: las cuales llamaron al pueblo a los sacrificios de sus dioses: y el pueblo comió, e inclinóse a sus dioses. Y llegóse el pueblo a Baal-peor." (Núm. 25: 1-3.) El salmista nos dice a qué clase de dioses eran ofrecidos esos sacrificios. Hablando de la misma apostasía de los israelitas, dice: "Allegáronse asimismo a Baal-peor, y comieron los sacrificios de los muertos" (Sal. 106: 28), es decir, sacrificios que habían sido ofrecidos a los difuntos.
La deificación de los muertos ocupaba un lugar preeminente en casi todo sistema pagano, como también lo ocupaba la supuesta comunión con los muertos. Se creía que los dioses comunicaban su voluntad a los hombres, y que, cuando los consultaban, les daban consejos. De esta índole eran los famosos oráculos de Grecia y de Roma.
La creencia en la comunión con los muertos prevalece aún 740 hoy día hasta entre los pueblos que profesan ser cristianos. Bajo el nombre de espiritismo, la práctica de comunicarse con seres que dicen ser los espíritus de los desaparecidos se ha generalizado mucho. Tiende a conquistar la simpatía de quienes perdieron seres queridos. A veces se presentan a ciertas personas seres espirituales en la forma de sus amigos difuntos, y les describen incidentes relacionados con la vida de ellos, o realizan actos que ejecutaban mientras vivían. En esta forma inducen a los hombres a creer que sus amigos difuntos son ángeles, que se ciernen sobre ellos y se comunican con ellos. Los seres que son así considerados como espíritus de los desaparecidos, son mirados con cierta idolatría, y para muchos la palabra de ellos tiene más peso que la palabra de Dios.
Pero muchos consideran al espiritismo como un simple engaño. Atribuyen a fraudes de los médiums las manifestaciones mediante las cuales pretenden demostrar que poseen un carácter sobrenatural. Sin embargo, si bien es cierto que con frecuencia se han presentado los resultados de alguna superchería como manifestaciones genuinas, ha habido también evidencias notables de un poder sobrenatural. Y muchos de los que rechazan el espiritismo como resultado de la pericia o la astucia humana, al comprobar manifestaciones que no pueden explicar en este sentido, se verán inducidos a reconocer sus asertos como veraces.
El espiritismo moderno y las formas de la brujería antigua y del culto idólatra, por tener todos la comunión con los muertos como principio vital, se basan en aquella primera mentira mediante la cual Satanás engañó a Adán y a Eva: "No moriréis; mas sabe Dios que el día que comiereis de él,... seréis como dioses." (Gén 3: 4, 5.) Como se basan igualmente en la mentira y la perpetúan, provienen por igual del padre de las mentiras.
A los hebreos se les prohibía expresamente que participaran en cualquier forma de supuesta comunión con los muertos. Dios cerró esta puerta eficazmente cuando dijo: "Los muertos 741 nada saben, . . . ni tiene ya más parte en el siglo, en todo lo que se hace debajo del sol." (Ecl. 9: 5, 6.) "Saldrá su espíritu, tornaráse el hombre en su tierra: en aquel día perecerán sus pensamientos." (Sal. 146: 4) Y el Señor le declaró a Israel: "La persona que atendiera a encantadores o adivinos, para prostituirse tras de ellos, yo pondré mi rostro contra la tal persona, y cortaréla de entre su pueblo." (Lev. 20: 6.)
Los espíritus adivinadores no eran los espíritus de los muertos, sino ángeles malos, mensajeros de Satanás. La idolatría antigua, que, según hemos visto, abarca tanto el culto de los muertos como la pretendida comunicación con ellos, era, declara la Biblia, una manifestación del culto de los demonios. El apóstol Pablo, al amonestar a sus hermanos contra cualquier participación en la idolatría de sus vecinos paganos, dice: "Lo que los Gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios: y no querría que vosotros fueseis partícipes con los demonios." (1 Cor. 10: 20.) Hablando de Israel el salmista dice: "Sacrificaron sus hijos y sus hijas a los demonios;" y en el próximo versículo explica que los "sacrificaron a los ídolos de Canaán." (Sal. 106: 37, 38.) En su supuesta adoración de los muertos, adoraban, en realidad, a los demonios.
Ese espiritismo moderno, basado en el mismo fundamento, no es sino un renacimiento, en nueva forma, de la hechicería y del culto demoniaco que Dios había condenado y prohibido en la antigüedad. Estaba predicho en las Escrituras, las cuales declaraban: "En los venideros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus de error y a doctrinas de demonios." (1 Tim 4: 1.) El apóstol Pablo, en su segunda epístola a los tesalonicenses, señala la obra especial de Satanás en el espiritismo como cosa que había de suceder inmediatamente antes de la segunda venida de Cristo. Hablando del segundo advenimiento de Cristo, declara que habría antes "operación de Satanás, con grande potencia, y señales, y milagros mentirosos." (2 Tes. 2: 9.) Y Pedro, refiriéndose a los peligros a los cuales la iglesia se vería expuesta en los últimos días, dice que 742 como hubo falsos profetas que indujeron a Israel a pecar, habrá falsos maestros, "que introducirán encubiertamente herejías de perdición, y negarán al Señor que los rescató, y muchos seguirán sus disoluciones." (2 Ped. 2: 1, 2.)
Así anunció el apóstol una de las características más señaladas de los maestros espiritistas. Se niegan a reconocer a Cristo como el Hijo de Dios. Tocante a esta clase de maestros, el amado apóstol Juan declara: "¿Quién es mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este tal es anticristo, que niega al Padre y al Hijo. Cualquiera que niega al Hijo, este tal tampoco tiene al Padre." (1 Juan 2: 22, 23.) El espiritismo, al negar a Cristo, niega tanto al Padre como al Hijo, y la Biblia declara que es manifestación del anticristo.
Al predecir la perdición de Saúl por medio de la pitonisa de Endor, Satanás quería entrampar al pueblo de Israel. Esperaba que dicho pueblo llegaría a tener confianza en la pitonisa, y se vería inducido a consultarla. Así se apartaría de Dios como su consejero, y se colocaría bajo la dirección de Satanás. La seducción por medio de la cual el espiritismo atrae a las multitudes es su supuesto poder de descorrer el velo del futuro y revelar a los hombres lo que Dios ocultó. Dios nos reveló en su Palabra los grandes acontecimientos del porvenir, todo lo que es esencial que sepamos, y nos ha dado una guía segura para nuestros pies en medio de los peligros; pero Satanás quiere destruir la confianza y la fe de los hombres en Dios, dejarlos descontentos de su condición en la vida, e inducirles a procurar el conocimiento de lo que Dios sabiamente les vedó y a menospreciar lo que les reveló en su santa Palabra.
Muchos se agitan cuando no pueden saber qué resultará en definitiva de los asuntos. No pueden soportar la incertidumbre, y en su impaciencia rehusan esperar para ver la salvación de Dios. Los males que presienten casi los enloquecen. Ceden a sus sentimientos de rebelión, y corren de aquí para allá en dolor apasionado, procurando entender lo que no se ha revelado. Si tan sólo confiaran en Dios y velaran en oración, 743 hallarían consuelo divino. Su espíritu sería calmado por la comunión con Dios. Los cansados y trabajados hallarían descanso para sus almas, con sólo ir a Jesús; pero cuando descuidan los medios que Dios dispuso para su consuelo, y recurren a otras fuentes, con la esperanza de averiguar lo que Dios vedó, cometen el error de Saúl, y con ello sólo adquieren un conocimiento del mal.
A Dios no le agrada esta conducta, y lo ha declarado en los términos más explícitos. Esta premura impaciente por rasgar el velo del futuro revela una falta de fe en Dios, y deja el alma expuesta a las sugestiones del maestro de los engañadores. Satanás induce a los hombres a que consulten a los que poseen espíritus adivinadores; y mediante la revelación de cosas pasadas ocultas, les inspira confianza en su poder de predecir lo porvenir. En virtud de la experiencia que obtuvo a través de largos siglos, puede razonar de la causa al efecto, y a menudo predecir con cierta exactitud algunos de los acontecimientos futuros de la vida del hombre. Así puede engañar a ciertas pobres almas mal encaminadas, ponerlas bajo su poder y llevarlas cautivas a voluntad.
Dios nos ha advertido por su profeta: "Si os dijeron: Preguntad a los pythones y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Apelará por los vivos a los muertos? ¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido." (Isa. 8: 19, 20.)
¿Irán los que tienen un Dios santo, infinito en sabiduría y poder, a buscar ayuda en los adivinos cuya sabiduría procede de la intimidad con el enemigo de nuestro Señor? Dios mismo es la luz de su pueblo; le ordena que fije por la fe los ojos en las glorias que están veladas para el ojo humano. El Sol de justicia derrama sus brillantes rayos en los corazones de sus hijos; ellos tienen la luz que emana del trono celestial, y no tienen ningún deseo de apartarse de la fuente de la luz para acercarse a los mensajeros de Satanás. 744
El mensaje del demonio para Saúl, a pesar de que denunciaba el pecado y predecía su retribución, no tenía por objeto reformarlo, sino incitarle a la desesperación y a la ruina. Sin embargo, con más frecuencia conviene mejor a los propósitos del tentador seducir al hombre y llevarlo a la destrucción por medio de la alabanza y la lisonja. En tiempos antiguos, la enseñanza de los dioses falsos o demonios fomentaba el libertinaje más vil. Los preceptos divinos que condenan el pecado e imponen la justicia y la rectitud, eran puestos de lado; la verdad era considerada livianamente, y no sólo era permitida la impureza, sino también ordenada. El espiritismo declara que no hay muerte, ni pecado, ni juicio ni castigo; que los hombres son "semidioses no caídos;" que el deseo es la ley más elevada; que el hombre responde sólo ante sí mismo por sus actos. Las barreras que Dios erigió para salvaguardar la verdad, la pureza y la reverencia, son quebrantadas, y así muchos se envalentonan en el pecado. ¿No sugiere todo esto que una enseñanza tal tiene el mismo origen que el culto de los demonios?
En las abominaciones de los cananeos, el Señor presentó a Israel los resultados que tiene la comunión con los espíritus malos; eran sin afectos naturales, idólatras, adúlteros, asesinos y abominables por todos sus pensamientos corrompidos y prácticas degradantes. Los hombres no conocen su propio corazón; pues "engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso." (Jer. 17: 9) Pero Dios sabe cuáles son las tendencias de la naturaleza depravada del hombre. Entonces como ahora, Satanás vigilaba para producir condiciones favorables a la rebelión, a fin de que el pueblo de Israel se hiciera tan aborrecible para Dios como lo eran los cananeos. El adversario de las almas está siempre en alerta para abrir canales por los cuales pueda fluir sin impedimento alguno lo malo que hay en nosotros, pues desea vernos arruinados y condenados ante Dios.
Satanás estaba resuelto a seguir dominando la tierra de 745 Canaán, y cuando ella fue hecha morada de los hijos de Israel, y la ley de Dios fue hecha la norma de esa tierra, aborreció a Israel con un odio cruel y maligno, y tramó su destrucción. Por medio de los espíritus malignos, se introdujeron dioses extraños; y a causa de la transgresión, el pueblo escogido fue finalmente echado de la tierra prometida y dispersado.
Hoy procura Satanás repetir esta historia. Dios está apartando a sus hijos de las abominaciones del mundo, para que puedan guardar su ley; y a causa de esto, la ira del "acusador de nuestros hermanos" no tiene límite. "Porque el diablo ha descendido a vosotros, teniendo grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo." (Apoc. 12: 10, 12.) La verdadera tierra de promisión está delante de nosotros, y Satanás está resuelto a destruir al pueblo de Dios, y privarlo de su herencia. Nunca fue más necesario que hoy oír la advertencia: "Velad y orad, para que no entréis en tentación." (Mar. 14: 38.)
Las palabras que el Señor dirigió al antiguo Israel se dirigen también a su pueblo en esta época: "No os volváis a los encantadores y a los adivinos: no los consultéis ensuciándoos en ellos," "porque es abominación a Jehová cualquiera que hace estas cosas." (Lev. 19: 31, Deut. 18: 12.) 746

PP CAPÍTULO 66. La Muerte de Saúl

OTRA vez se declaró la guerra entre Israel y los filisteos. "Los Filisteos se juntaron, vinieron y asentaron campo en Sunam," en la orilla norte de la llanura de Jezreel; mientras que Saúl y sus fuerzas acamparon sólo a pocas millas de distancia, al pie del monte de Gilboa, en el borde meridional de la llanura. En esta llanura era donde Gedeón, con trescientos hombres, había derrotado a las huestes de Madián. Pero el espíritu que animaba al libertador de Israel era muy distinto del que agitaba ahora el corazón del rey. Gedeón salió al campo de batalla, fortalecido por su fe en el poderoso Dios de Jacob; mientras que Saúl se sentía solo e indefenso, porque Dios le había abandonado. Al mirar a lo lejos a las huestes filisteas, "temió, y turbóse su corazón en gran manera." (Véase 1 Samuel 28, 31)
Saúl sabía que David y su fuerza estaban con los filisteos, y pensó que el hijo de Isaí aprovecharía esta oportunidad para vengarse de los agravios que había recibido. El rey estaba muy angustiado. Su propio odio irracional, al incitarle a destruir al escogido de Dios, había envuelto a la nación en tan grande peligro. Mientras se había empeñado en perseguir a David, había descuidado la defensa del reino. Los filisteos, aprovechándose de su condición desamparada, habían penetrado hasta el mismo corazón del país. Mientras Satanás instaba a Saúl a que empleara toda su energía para perseguir a David, su mismo espíritu maligno había inducido a los filisteos a que aprovecharan la oportunidad de labrar la ruina de Saúl, y derrocar al pueblo de Dios. ¡Cuán a menudo usa la misma política y el mismo procedimiento el gran enemigo! Obra sobre un corazón falto de consagración para encender la envidia y la lucha en la iglesia, y luego, aprovechándose de la 732 condición dividida en que está el pueblo de Dios, mueve a sus agentes para que labren la ruina de dicho pueblo.
Al día siguiente, Saúl debía entablar batalla con los filisteos. Le rodeaban las obscuras sombras de la destrucción inminente; anhelaba tener ayuda y dirección. Pero era en vano que buscara el consejo de Dios. "Jehová no le respondió, ni por sueños, ni por Urim, ni por profetas."
Nunca se apartó el Señor de un alma que acudiera a él con sinceridad y humildad. ¿Por qué dejó a Saúl sin contestación? Por sus propios actos, el rey había desechado los beneficios de todos los métodos de interrogar a Dios. Había rechazado el consejo de Samuel el profeta; había desterrado a David, el escogido de Dios; había dado muerte a los sacerdotes de Jehová. ¿Podía esperar que Dios le contestara, cuando había cortado por completo los medios de comunicación que había ordenado el Cielo? Habiendo ahuyentado por sus pecados al Espíritu de gracia, ¿podía acaso recibir contestación del Señor mediante sueños y revelaciones?
Saúl no se volvió a Dios con humildad y arrepentimiento. Lo que él buscaba no era el perdón de su pecado ni la reconciliación con Dios, sino que se le librara de sus enemigos. Por su propia obstinación y rebelión, se había separado de Dios. No podía retornar a él sino por medio del arrepentimiento y de la contrición; pero el monarca orgulloso, en su angustia y desesperación, decidió solicitar ayuda de otra fuente.
Dijo entonces Saúl a sus siervos: "Buscadme una mujer que tenga espíritu de pythón [adivinación], para que yo vaya a ella, y por medio de ella pregunte." Saúl conocía perfectamente el carácter de la necromancia. Esta había sido expresamente prohibida por el Señor, y se había pronunciado sentencia de muerte contra todos los que practicaran sus artes inicuas. Mientras vivía Samuel, Saúl había mandado que se diese muerte a todos los magos y a los que tuviesen espíritu de adivinación; pero ahora, en un arrebato de desesperación, recurría al oráculo que él mismo había condenado como abominación. 733
Se le dijo al rey que una mujer que tenía espíritu de adivinación vivía oculta en Endor. Esta mujer había pactado con Satanás entregarse por completo a su dominio y cumplir sus propósitos; y en cambio, el príncipe del mal hacía milagros para ella, y le revelaba cosas secretas.
Disfrazándose, Saúl salió protegido por las sombras de la noche con sólo dos acompañantes, para buscar el retiro de la pitonisa. ¡Oh! ¡cuánta lástima inspira esta escena hacia el rey de Israel conducido cautivo a voluntad de Satanás! ¡Cuán obscuro es el sendero que elige para sus pies el que insistió en hacer su propia voluntad, y resistió a la santa influencia del Espíritu de Dios! ¡Cuán terrible es la servidumbre del que se entrega al dominio del peor de los tiranos, a saber, él mismo! La confianza en Dios, y la obediencia a su voluntad, eran las únicas condiciones bajo las cuales Saúl podía ser rey de Israel. Si, hubiera cumplido con estas condiciones durante todo su reinado, su reino habría estado seguro; Dios habría sido su guía, el Omnipotente su escudo. Dios había soportado mucho tiempo a Saúl; y aunque su rebelión y su obstinación casi habían acallado la voz divina en su alma, aun tenía oportunidad de arrepentirse. Pero cuando en su peligro se apartó de Dios para obtener luz de una aliada de Satanás, cortó el último vínculo que le ataba a su Creador; se puso completamente bajo el dominio de aquel poder diabólico que desde hacía muchos años se ejercía sobre él, y le había llevado al mismo borde de la destrucción.
Bajo la protección de las tinieblas nocturnas, Saúl y sus asistentes avanzaron a través de la llanura, y dejando sin tropiezo a un lado la hueste filistea, cruzaron la montaña para llegar al solitario domicilio de la pitonisa de Endor. Allí se había ocultado la adivina para continuar secretamente la práctica de sus encantamientos profanos. Aunque Saúl estaba disfrazado, su elevada estatura y regio porte indicaban que no era un soldado común. La mujer sospechó que el visitante fuese Saúl, y los ricos regalos que le ofreció reforzaron sus 734 sospechas. Al pedido que le dirigió: "Yo te ruego que me adivines por el espíritu de pythón, y me hagas subir a quien yo te dijere," la mujer contestó: "He aquí tú sabes lo que Saúl ha hecho, cómo ha separado de la tierra los pithones y los adivinos: ¿por qué pues pones tropiezo a mi vida, para hacerme matar? Entonces Saúl le juró por Jehová, diciendo: Vive Jehová, que ningún mal te vendrá por esto." Y cuando ella dijo: "¿A quién te haré venir?" contestó él: "A Samuel."
Después de practicar sus encantamientos, ella le dijo: "He visto dioses que suben de la tierra. . . . Un hombre anciano viene, cubierto de un manto. Saúl entonces entendió que era Samuel, y humillando el rostro a tierra, hizo gran reverencia."
No fue el santo profeta de Dios el que vino, evocado por los encantamientos de la pitonisa. Samuel no estuvo presente en aquella guarida de los espíritus malos. Aquella aparición sobrenatural fue producida solamente por el poder de Satanás. Le resultó tan fácil asumir entonces la forma de Samuel como tomar la de un ángel de luz cuando tentó a Cristo en el desierto.
Las primeras palabras de la mujer cuando estuvo bajo la influencia de su encantamiento se dirigieron al rey: " ¿Por qué me has engañado? que tú eres Saúl." De modo que el primer acto del espíritu malo que se presentó como el profeta consistió en comunicarse secretamente con esta mujer impía, para advertirla de cómo se la había engañado. El mensaje que el profeta fingido le dio a Saúl fue: "¿Por qué me has inquietado haciéndome venir? Y Saúl respondió: Estoy muy congojado; pues los Filisteos pelean contra mí, y Dios se ha apartado de mí, y no me responde más, ni por mano de profetas, ni por sueños: por esto te he llamado, para que me declares qué tengo de hacer."
Mientras vivía Samuel, Saúl había menospreciado su consejo, y manifestado resentimiento por sus reproches. Pero ahora, en la hora de su aflicción y calamidad, consideró la dirección del profeta como la única esperanza, y para comunicarse 735 con el embajador del Cielo, recurrió en vano a la mensajera del infierno. Saúl se había colocado totalmente en poder de Satanás; y ahora aquel que se deleita únicamente en causar miseria y destrucción aprovechó bien la oportunidad para labrar la ruina del desgraciado rey. En contestación a la súplica de Saúl en su agonía, recibió de los supuestos labios de Samuel el terrible mensaje:
"¿Y para qué me preguntas a mí, habiéndose apartado de ti Jehová, y es tu enemigo? Jehová pues ha hecho como habló por medio de mí; pues ha cortado Jehová el reino de tu mano, y lo ha dado a tu compañero David. Como tú no obedeciste a la voz de Jehová, ni cumpliste el furor de su ira sobre Amalec, por eso Jehová te ha hecho esto hoy. Y Jehová entregará a Israel también contigo en manos de los Filisteos: y mañana seréis conmigo, tú y tus hijos: y aun el campo de Israel entregará Jehová en manos de los Filisteos."
A través de toda su carrera de rebelión, Saúl había sido halagado y engañado por Satanás. Es obra del tentador empequeñecer el pecado, hacer el sendero de la transgresión fácil y agradable, cegar la mente a las advertencias y las amenazas del Señor. Satanás, por su poder hechicero, había inducido a Saúl a justificarse en desafío de las reprensiones y advertencias de Samuel. Pero ahora, en su extrema necesidad, se volvía contra él, presentándole la enormidad de su pecado y la imposibilidad de esperar perdón para incitarle a la desesperación. No podría haber elegido una manera mejor para destruir su valor y confundir su juicio, o para inducirle a desesperarse y a destruirse él mismo.
El cansancio y el ayuno habían debilitado a Saúl, que se sentía, además, aterrorizado y atormentado por su conciencia. Cuando oyó aquella espantosa predicción, su cuerpo osciló como una encina ante la tempestad, y cayó postrado en tierra.
La pitonisa se llenó de alarma. El rey de Israel yacía ante ella como muerto. ¿Cuáles serían las consecuencias para ella, si perecía en su retiro? Le pidió que se levantara y comiera 736 algo, alegando que como ella había puesto en peligro su vida al otorgarle lo que deseara, él debía ceder a la súplica de ella para conservar su propia vida. Los criados de Saúl unieron sus súplicas a las de la pitonisa; el rey cedió por fin, y la mujer puso en su mesa el "ternero grueso" y el pan sin levadura que preparó apresuradamente. ¡Qué escena aquella! En la rústica cueva de la pitonisa, donde poco antes habían resonado las palabras de condenación, y en presencia de la mensajera de Satanás, el que había sido ungido por Dios como rey de todo Israel se sentó a comer, en preparación para la lucha mortal del día que se avecinaba.
Antes del amanecer volvió con sus acompañantes al campamento israelita, a fin de hacer preparativos para el combate. Al consultar aquel espíritu de las tinieblas, Saúl se había destruido. Oprimido por los horrores de la desesperación, le iba a resultar imposible inspirar ánimo a su ejército. Separado de la Fuente de fortaleza, no podía dirigir la mente de Israel para que buscara y mirara a Dios como su ayudador. De esta manera la predicción del mal iba a labrar su propio cumplimiento.
En las llanuras de Sunam y en las laderas del monte Gilboa, los ejércitos de Israel y las huestes filisteas se trabaron en mortal combate. Aunque la temible escena de la cueva de Endor había ahuyentado toda esperanza de su corazón, Saúl luchó con valor desesperado por su trono y por su reino. Pero fue en vano. "Los de Israel huyeron delante de los Filisteos, y cayeron muertos en el monte de Gilboa." Tres hijos valerosos del rey perecieron a su lado.
Los arqueros apremiaban más y más a Saúl. Había visto a sus soldados caer en derredor suyo, y a sus nobles hijos abatidos por la espada. Herido él mismo, ya no podía pelear ni huir. Le era imposible escapar, y resuelto a no ser capturado vivo por los filisteos, ordenó a su escudero: "Saca tu espada, y pásame con ella." Cuando el hombre se negó a levantar la mano contra el ungido del Señor, Saúl se quitó él mismo la 737 vida dejándose caer sobre su propia espada. Así pereció el primer rey de Israel cargando su alma con la culpa del suicidio. Su vida había fracasado y cayó sin honor y desesperado, porque había opuesto su perversa voluntad a la de Dios.
Las noticias de la derrota cundieron por todas partes, e infundieron terror a todo Israel. El pueblo huyó de las ciudades, y los filisteos tomaron posesión de ellas sin molestia alguna. El reinado de Saúl, independiente de Dios, casi había resultado en la ruina de su pueblo.
Al día siguiente de la lucha, mientras los filisteos examinaban el campo de batalla para despojar a los muertos, descubrieron los cuerpos de Saúl y de sus tres hijos. Para completar su triunfo, cortaron la cabeza de Saúl y quitaron la armadura del resto de su cuerpo; luego esta cabeza sangrienta y la armadura fueron enviadas al país de los filisteos como trofeo de victoria, "para que lo noticiaran en el templo de sus ídolos, y por el pueblo." La armadura fue por fin colocada en el "templo de Astaroth," mientras que la cabeza fue fijada en el templo de Dagón. Así se dio la gloria de la victoria al poder de los dioses falsos y se deshonró el nombre de Jehová.
Los cadáveres de Saúl y de sus hijos fueron arrastrados a Beth-san, ciudad que no estaba muy lejos de Gilboa, y cerca del río Jordán. Allí fueron colgados con cadenas para que los devorasen las aves de rapiña. Pero los hombres valientes de Jabes de Galaad, recordando cómo Saúl había liberado su ciudad en años anteriores y más felices, manifestaron su gratitud rescatando los cadáveres del rey y de los príncipes, y dándoles sepultura honorable. Cruzando el Jordán durante la noche, "quitaron el cuerpo de Saúl y los cuerpos de sus hijos del muro de Beth-san y viniendo a Jabes, quemáronlos allí. Y tomando sus huesos, sepultáronlos debajo de un árbol en Jabes, y ayunaron siete días." Así fue como una acción noble, realizada hacía cuarenta años, aseguró para Saúl y sus hijos que los enterraran manos tiernas y misericordes en aquella hora negra de la derrota y de la deshonra. 738

PP CAPÍTULO 65. La magnanimidad de David

DESPUÉS de la atroz matanza de los sacerdotes del Señor por Saúl, "uno de los hijos de Ahimelech hijo de Ahitob, que se llamaba Abiathar, escapó y huyóse a David. Y Abiathar notició a David como Saúl había muerto los sacerdotes de Jehová. Y dijo David a Abiathar: Yo sabía que estando allí aquel día Doeg el Idumeo, él lo había de hacer saber a Saúl. Yo he dado ocasión contra todas las personas d la casa de tu padre. Quédate conmigo, no temas: quien tú estarás conmigo guardado." (1 Sam. 22: 20-23)
Siempre perseguido por el rey, David no hallaba descanso lugar de descanso ni de seguridad. En Keila su valerosa banda no estaba segura ni aun entre la gente que había salvado. De Keila se fue al desierto de Ziph.
Durante ese tiempo, cuando había tan pocos puntos luminosos en el sendero de David, tuvo el gozo de recibir la inesperada visita de Jonatán, quien había sabido donde estaba refugiado. Los momentos que estos dos amigos pasaron juntos fueron preciosos. Se relataron mutuamente las distintas cosas de su vida, y Jonatán fortaleció el corazón de David diciéndole: "No temas, que no te hallará la mano de Saúl mi padre, y tú reinarás sobre Israel, yo seré el segundo después de ti; y aun Saúl mi padre así lo sabe." (Véase 1 Sam. 23-27) Mientras conversaba de cuán maravillosamente Dios había obrado con David, el perseguido fugitivo fue alentado. "Y entre ambos hicieron alianza delante de Jehová: y David se quedó en el bosque, y Jonatán se volvió a su casa."
Después de la visita de Jonatán, David animó su alma con 717 cantos de alabanza, acompañando su voz con el arpa mientras cantaba:
"En Jehová he confiado;

¿Cómo decís a mi alma:

Escapa al monte cual ave?

Porque he aquí, los malos flecharon el arco,

Apercibieron sus saetas sobre la cuerda,

Para asaetear en oculto

A los rectos de corazón.

Si fueren destruidos los fundamentos,

¿Qué ha de hacer el justo?

Jehová en el templo de su santidad:

La silla de Jehová está en el cielo:

Sus ojos ven, sus párpados examinan

A los hijos de los hombres. Jehová prueba al justo;

Empero al malo y al que ama la violencia,

Su alma aborrece." (Sal. 11: 1-5.)
Los zifitas a cuya región salvaje David había huido desde Keila, avisaron a Saúl, en Gabaa, de que sabían donde se ocultaba David, y que guiarían al rey a su retiro. Pero David, advertido de las intenciones de ellos, cambió de posición, y buscó refugio en las montañas entre Maón y el mar Muerto.
Nuevamente se le comunicó a Saúl: "He aquí que David está en el desierto de Engaddi. Y tomando Saúl tres mil hombres escogidos de todo Israel, fue en busca de David y de los suyos, por las cumbres de los peñascos de las cabras monteses." David sólo tenía seiscientos hombres en su compañía, en tanto que Saúl avanzaba contra él con un ejército de tres mil.
En una cueva retirada el hijo de Isaí y sus hombres esperaban la dirección de Dios acerca de lo que habían de hacer. Mientras Saúl se abría paso montaña arriba, se desvió, y entró solo en la caverna misma donde David y su grupo estaban escondidos. Cuando los hombres de David vieron esto, le instaron a que diera muerte a Saúl. Interpretaban ellos el hecho de que el rey estaba ahora en su poder, como una evidencia segura de que Dios mismo había entregado al enemigo 718 en sus manos, para que lo mataran. David estuvo tentado a mirar así el asunto; pero la voz de la conciencia le habló, diciéndole: No toques al ungido de Jehová.
Los hombres de David aun no querían dejar a Saúl irse en paz, y le recordaron a su jefe las palabras de Dios: "He aquí que entrego tu enemigo en tus manos, y harás con él como te pareciera. Y levantase David, y calladamente cortó la orilla del manto de Saúl." Pero su conciencia le remordió después, porque había dañado el manto del rey.
Saúl se levantó y salió de la cueva para continuar su búsqueda, cuando sus oídos sorprendidos oyeron una voz que le decía: "¡Mi Señor, el rey!" Se volvió para ver quién se dirigía a él, y he aquí que era el hijo de Isaí, el hombre a quien por tanto tiempo había deseado tener en su poder para matarlo. David se postró ante el rey, reconociéndole como su señor. Dirigió luego estas palabras a Saúl: "¿Por qué oyes las palabras de los que dicen: Mira que David procura tu mal? He aquí han visto hoy tus ojos como Jehová te ha puesto hoy en mis manos en la cueva: y dijeron que te matase, mas te perdoné, porque dije: No extenderé mi mano contra mi señor, porque ungido es de Jehová. Y mira, padre mío, mira aún la orilla de tu manto en mi mano: porque yo corté la orilla de tu manto, y no te maté. Conoce pues, y ve que no hay mal ni traición en mi mano, ni he pecado contra ti; con todo, tú andas a caza de mi vida para quitármela."
Cuando Saúl oyó las palabras de David, se humilló, y no pudo menos de admitir su veracidad. Sus sentimientos se conmovieron profundamente al darse cuenta de cuán completamente había estado él en el poder del hombre cuya vida buscaba. David estaba en pie ante él, consciente de su inocencia. Con ánimo enternecido, Saúl exclamó: "¿No es ésta la voz tuya, hijo mío David? Y alzando Saúl su voz lloró." Luego Saúl le dijo: "Más justo eres tú que yo, que me has pagado con bien, habiéndote yo pagado con mal. . . . Porque ¿quien hallará a su enemigo, y lo dejará ir sano y salvo? Jehová te pague 719 con bien por lo que en este día has hecho conmigo. Y ahora, . . . yo entiendo que tú has de reinar, y que el reino de Israel ha de ser en tu mano firme y estable." Y David hizo un pacto con Saúl, a saber, que cuando esto sucediera, miraría con favor la casa de Saúl, y no raería su nombre.
Conociendo la conducta pasada de Saúl como la conocía, David no podía depositar ninguna confianza en las seguridades que el rey le había dado, ni esperar que su arrepentimiento continuase por mucho tiempo. Así que cuando Saúl regresó a su casa, David se quedó en las fortalezas de las montañas.
La enemistad que alimentan hacia los siervos de Dios los que han cedido al poder de Satanás se trueca a veces en sentimiento de reconciliación y favor; pero este cambio no siempre resulta duradero. A veces, después que los hombres de mente corrompida se dedicaron a hacer y decir cosas inicuas contra los siervos del Señor, se arraiga en su mente la convicción de que obraban mal. El Espíritu del Señor contiende con ellos, y humillan su corazón ante Dios y ante aquellos cuya influencia procuraron destruir, y es posible que cambien de conducta para con ellos. Pero cuando vuelven a abrir las puertas a las sugestiones del maligno, reviven las antiguas dudas, la vieja enemistad se despierta, y vuelven a dedicarse a la misma obra de la cual se habían arrepentido, y que por algún tiempo abandonaron. Vuelven a entregarse a la maledicencia, acusando y condenando en forma acérrima a los mismos a quienes habían hecho la más humilde confesión. A las tales personas Satanás puede usarlas, después que adoptaron esa conducta, con mucho más poder que antes, porque han pecado contra una luz mayor.
"Y murió Samuel, y juntóse todo Israel, y lo lloraron, y lo sepultaron en su casa en Rama." La nación de Israel consideró la muerte de Samuel como una pérdida irreparable. Había caído un profeta grande y bueno, y un juez eminente; y el dolor del pueblo era profundo y sincero. Desde su juventud, Samuel había caminado ante Israel con corazón íntegro. Aunque 720 que Saúl había sido el rey reconocido, Samuel había ejercido una influencia mucho más poderosa que él, porque tenía en su haber una vida de fidelidad, obediencia y devoción. Leemos que juzgó a Israel todos los días de su vida.
Cuando el pueblo comparaba la conducta de Saúl con la de Samuel, veía el error que había cometido al desear un rey para no ser diferente de las naciones que lo circundaban. Muchos veían con alarma las condiciones imperantes en la sociedad, la cual se impregnaba rápidamente de irreligión e iniquidad. El ejemplo de su soberano ejercía una vasta influencia, y muy bien podía Israel lamentar el hecho de que había muerto Samuel, el profeta de Jehová.
La nación había perdido al fundador y presidente de las escuelas sagradas; pero eso no era todo. Había perdido al hombre a quien el pueblo solía acudir con sus grandes aflicciones, había perdido al que constantemente intercedía ante Dios en beneficio de los mejores intereses de su pueblo. La intercesión de Samuel le había impartido un sentimiento de seguridad, pues "la oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho." (Sant. 5: 16.) El pueblo creyó ahora que Dios le abandonaba. El rey no le parecía sino un poco menos que un loco. La justicia se había pervertido, y el orden se había trocado en confusión.
Dios llamó al descanso a su anciano siervo precisamente cuando la nación estaba agobiada por luchas internas, y parecía más necesario que nunca el consejo sereno y piadoso de Samuel. El pueblo se hacía amargas reflexiones cuando miraba el silencioso sepulcro del profeta y recordaba cuán insensato había sido al rechazarle como gobernante; porque había estado tan estrechamente relacionado con el Cielo, que parecía vincular a todo Israel ante el trono de Jehová. Samuel era quien les había enseñado a amar y obedecer a Dios; pero ahora que había muerto, el pueblo se veía abandonado a la merced de un rey unido a Satanás, que iba separándolo de Dios y del cielo.
David no pudo asistir al entierro de Samuel; pero lloró por 721él tan profunda y tiernamente como un hijo fiel hubiera llorado por un padre amante. Sabía que la muerte de Samuel había roto otra ligadura que refrenaba las acciones de Saúl, y se sintió menos seguro que cuando el profeta vivía. Mientras Saúl dedicaba su atención a lamentar la muerte de Samuel, David aprovechó la ocasión para buscar un sitio más seguro, y huyó al desierto de Parán. Allí fue donde compuso el salmo 120 y el salmo 121. En ese desierto desolado, sabiendo que el profeta estaba muerto y que el rey era su enemigo, cantó así:
"Mi socorro viene de Jehová,

Que hizo los cielos y la tierra.

No dará tu pie al resbaladero;

Ni se dormirá el que te guarda.

He aquí, no se adormecerá ni dormirá

El que guarda a Israel.

Jehová es tu guardador:

Jehová es tu sombra a tu mano derecha.

El sol no te fatigará de día,

Ni la luna de noche.

Jehová te guardará de todo mal:

El guardará tu alma.

Jehová guardará tu salida y tu entrada,

Desde ahora y para siempre." (Sal. 121: 2-8.)
Mientras David y sus hombres estaban en el desierto de Parán, protegieron de las depredaciones de los merodeadores los rebaños y manadas de un hombre rico llamado Nabal, que tenía vastas propiedades en aquella región. Nabal era descendiente de Caleb, pero tenía un carácter brutal y mezquino.
Era la época de la esquila, tiempo de hospitalidad. David y sus hombres estaban en suma necesidad de provisiones; y en conformidad con las costumbres de aquel entonces, el hijo de Isaí envió a diez jóvenes a Nabal, para que le saludaran en nombre de su jefe y le dijeran de su parte: "Que vivas, y sea paz a ti, y paz a tu familia, y paz a todo cuanto tienes. Ha poco supe que tienes esquiladores. Ahora, a los pastores tuyos que han estado con nosotros, nunca les hicimos fuerza, ni les faltó 722 algo en todo el tiempo que han estado en el Carmelo.* Pregunta a tus criados, que ellos te lo dirán. Hallen por tanto estos criados gracia en tus ojos, pues que venimos en buen día: ruégote que des lo que tuvieres a mano a tus siervos, y a tu hijo David."
David y sus hombres habían sido algo así como una muralla protectora para los pastores y los rebaños de Nabal; y ahora a este rico se le pedía que de su abundancia aliviara en algo las necesidades de aquellos que le habían prestado tan valiosos servicios. Bien podían David y sus hombres haber tomado de los rebaños y manadas de Nabal; pero no lo hicieron. Se comportaron honradamente. Pero Nabal no reconoció la bondad de ellos. La contestación que envió a David delataba su carácter: "¿Quién es David? ¿y quién es el hijo de Isaí? Muchos siervos hay hoy que se huyen de sus señores. ¿He de tomar yo ahora mi pan, mi agua, y mi víctima que he preparado para mis esquiladores, y la daré a hombres que no sé de dónde son?"
Cuando los jóvenes regresaron con las manos vacías, y relataron lo acontecido a David, éste se llenó de indignación. Ordenó a sus hombres que se preparasen para un encuentro; pues había decidido castigar al hombre que le había negado su derecho, y había agregado al daño insultos. Este movimiento impulsivo estaba más en armonía con el carácter de Saúl que con el de David; pero el hijo de Isaí tenía que aprender todavía lecciones de paciencia en la escuela de la aflicción.
Después que Nabal hubo despedido a los jóvenes de David, uno de los criados de Nabal se dirigió apresuradamente a Abigail, esposa de Nabal, y la puso al tanto de lo que había sucedido. "He aquí - dijo él- David envió mensajeros del desierto que saludasen a nuestro amo, y él los ha zaherido. Mas aquellos hombres nos han sido muy buenos, y nunca nos han hecho fuerza, ni ninguna cosa nos ha faltado en todo el tiempo que hemos conversado con ellos, mientras hemos estado en 723 el campo. Hannos sido por muro de día y de noche, todos los días que hemos estado con ellos apacentando las ovejas. Ahora pues, entiende y mira lo que has de hacer, porque el mal está del todo resuelto contra nuestro amo y contra toda su casa."
Sin consultar a su marido ni decirle su intención, Abigail hizo una provisión amplia de abastecimientos y, cargada en asnos, la envió a David bajo el cuidado de sus siervos, y fue ella misma en busca de la compañía de David. La encontró en un lugar protegido de una colina. "Y como Abigail vio a David, apeóse prestamente del asno, y postrándose delante de David sobre su rostro, inclinóse a tierra; y echóse a sus pies, y dijo: Señor mío, sobre mí sea el pecado; mas ruégote hable tu sierva en tus oídos, y oye las palabras de tu sierva."
Abigail se dirigió a David con tanta reverencia como si hubiese hablado a un monarca coronado. Nabal había exclamado desdeñosamente: "¿Quién es David?" Pero Abigail le llamó: "Señor mío." Con palabras bondadosas procuró calmar los sentimientos irritados de él, y le suplicó en favor de su marido. Sin ninguna ostentación ni orgullo, pero llena de sabiduría y del amor de Dios, Abigail reveló la fortaleza de su devoción a su casa; y explicó claramente a David que la conducta hostil de su marido no había sido premeditada contra él como una afrenta personal, sino que era simplemente el arrebato de una naturaleza desgraciada y egoísta.
"Ahora pues, señor mío, vive Jehová y vive tu alma, que Jehová te ha estorbado que vinieses a derramar sangre, y vengarte por tu propia mano. Sean pues como Nabal tus enemigos, y todos los que procuran mal contra mi señor." Abigail no atribuyó a sí misma el razonamiento que desvió a David de su propósito precipitado, sino que dio a Dios el honor y la alabanza. Luego le ofreció sus ricos abastecimientos como ofrenda de paz a los hombres de David, y aun siguió rogando como si ella misma hubiese sido la persona que había provocado el resentimiento del jefe. 724
"Yo te ruego -dijo ella- que perdones a tu sierva esta ofensa; pues Jehová de cierto hará casa firme a mi señor por cuanto mi señor hace las guerras de Jehová, y mal no se ha hallado en ti en tus días." Abigail insinuó el curso que David debía seguir. Debía librar las batallas del Señor. No debía procurar vengarse por los agravios personales, aun cuando se le perseguía como a un traidor. Continuó diciendo: "Bien que alguien se haya levantado a perseguirte y atentar a tu vida, con todo, el alma de mi señor será ligada en el haz de los que viven con Jehová Dios tuyo. . . . Y acontecerá que cuando Jehová hiciera con mi señor conforme a todo el bien que ha hablado de ti, y te mandare que seas caudillo sobre Israel, entonces, señor mío, no te será esto en tropiezo y turbación de corazón, el que hayas derramado sangre sin causa, o que mi señor se haya vengado por sí mismo. Guárdese pues mi señor, y cuando Jehová hiciere bien a mi señor, acuérdate de tu sierva."
Estas palabras sólo pudieron brotar de los labios de una persona que participaba de la sabiduría de lo alto. La piedad de Abigail, como la fragancia de una flor, se expresaba inconscientemente en su semblante, sus palabras y sus acciones. El Espíritu del Hijo de Dios moraba en su alma. Su palabra, sazonada de gracia, y henchida de bondad y de paz, derramaba una influencia celestial. Impulsos mejores se apoderaron de David, y tembló al pensar en lo que pudiera haber resultado de su propósito temerario. "Bienaventurados los pacificadores: porque ellos serán llamados hijos de Dios." (Mat 5: 9) ¡Ojalá que hubiera muchas personas como esta mujer de Israel, que suavizaran los sentimientos irritados y sofocaran los impulsos temerarios y evitaran grandes males por medio de palabras impregnadas de una sabiduría serena y bien dirigidas.!
Una vida cristiana consagrada derrama siempre luz, consuelo y paz. Se caracteriza por la pureza, el tino, la sencillez y el deseo de servir a los semejantes. Está dominada por ese amor desinteresado que santifica la influencia. Está henchida 725 del Espíritu de Cristo, y doquiera vaya quien la posee deja una huella de luz.
Abigail era sabia para aconsejar y reprender. La ira de David se disipó bajo el poder de su influencia y razonamiento. Quedó convencido de que había tomado un camino malo, y que había perdido el dominio de su propio espíritu. Con corazón humilde recibió la reprensión, en armonía con sus propias palabras: "Que el justo me castigue, será un favor, y que me reprenda será un excelente bálsamo." (Sal. 141: 5) Le dio las gracias y la bendijo por haberle aconsejado tan rectamente. Son muchos los que, cuando se les reprende, se creen dignos de alabanza si reciben el reproche sin impacientarse; pero ¡cuán pocos aceptan la reprensión con gratitud de corazón, y bendicen a los que tratan de evitarles que sigan un sendero malo!
Cuando Abigail regresó a casa, encontró a Nabal y sus huéspedes gozándose en un gran festín, que habían convertido en una borrachera alborotada. Hasta la mañana siguiente, no relató ella a su marido lo que había ocurrido en su entrevista con David. En lo íntimo de su corazón, Nabal era un cobarde; y cuando se dio cuenta de cuán cerca su tontería le había llevado de una muerte repentina, quedó como herido de un ataque de parálisis. Temeroso de que David continuase con su propósito de venganza, se llenó de horror, y cayó en una condición de insensibilidad inconsciente. Diez días después falleció. La vida que Dios le había dado, sólo había sido una maldición para el mundo. En medio de su alegría y regocijo, Dios le había dicho, como le dijo al rico de la parábola: "Esta noche vuelven a pedir tu alma." (Luc. 12: 20.)
David se casó después con Abigail. Ya era el marido de una esposa; pero la costumbre de las naciones de su tiempo había pervertido su juicio e influía en sus acciones. Aun hombres grandes y buenos erraron al seguir prácticas del mundo. Los resultados amargos de casarse con muchas esposas fueron gravemente sentidos por David a través de toda su vida. 726
Después de la muerte de Samuel, David fue dejado en paz por algunos meses. Volvió a retirarse a la soledad de los zifitas; pero estos enemigos, con la esperanza de obtener el favor del rey, le revelaron el escondite de David. Estas noticias despertaron al demonio de las pasiones que habían estado adormecidas en el corazón de Saúl. Una vez más, reunió a sus hombres de armas, y los dirigió en perseguimiento de David. Pero algunos espías de éste avisaron al hijo de Isaí que Saúl le perseguía otra vez; y con unos pocos de sus hombres salió David a averiguar el sitio donde estaban sus enemigos. Ya era de noche cuando, avanzando sigilosamente, llegaron a un campamento, y vieron delante de sí las tiendas del rey y sus sirvientes. Nadie los veía; pues el campamento estaba tranquilo y entregado al sueño. David invitó a sus amigos a que le acompañaran hasta llegar en medio de sus enemigos. En contestación a su pregunta: "¿Quién descenderá conmigo a Saúl al campo?" dijo Abisaí en seguida: "Yo descenderé contigo."
Protegidos por las obscuras sombras de las colinas, David y su asistente entraron en el campamento del enemigo. Mientras trataban de averiguar el número exacto de sus enemigos, llegaron adonde Saúl dormía. Su lanza estaba hincada en la tierra, y había un jarro de agua a su cabecera; al lado de él yacía Abner, su comandante en jefe; alrededor de todos ellos estaban los soldados, sumidos en el sueño. Abisaí levantó su lanza, y dijo a David: "Hoy ha Dios entregado a tu enemigo en tus manos: ahora pues, herirélo luego con la lanza, cosiéndole con la tierra de un golpe, y no segundaré." Y esperó la palabra que le diera el permiso; pero sus oídos escucharon las palabras susurradas:
"No le mates: porque ¿quién extenderá su mano contra el ungido de Jehová, y será inocente? . . . Vive Jehová, que si Jehová no lo hiriere, o que su día llegue para que muera, o que descendiendo en batalla perezca, guárdeme Jehová de extender mi mano contra el ungido de Jehová; empero toma ahora la lanza que está a su cabecera, y la botija del agua, y vámonos. 727 Llevóse pues David la lanza y la botija de agua de la cabecera de Saúl, y fuéronse; que no hubo nadie que viese, ni entendiese, ni velase, pues todos dormían: porque un profundo sueño enviado de Jehová había caldo sobre ellos." ¡Cuán fácilmente puede el Señor debilitar al más fuerte, quitar la prudencia del más sabio, y confundir la pericia del más cuidadoso!
Cuando David estuvo a una distancia segura del campamento, se paró en la cumbre de una colina, y gritó a voz en cuello a la gente y a Abner, diciéndole: "¿No eres varón tú? ¿y quién hay como tú en Israel? ¿por qué pues no has guardado al rey tu señor? que ha entrado uno del pueblo a matar a tu señor el rey. Esto que has hecho, no está bien. Vive Jehová, que sois dignos de muerte, que no habéis guardado a vuestro señor, al ungido de Jehová. Mira pues ahora dónde está la lanza del rey, y la botija del agua que estaba en su cabecera. Y conociendo Saúl la voz de David, dijo: ¿No es ésta tu voz, hijo mío David? Y David respondió: Mi voz es, rey señor mío. Y dijo: ¿Por qué persigue así mi señor a su siervo? ¿qué he hecho? ¿qué mal hay en mi mano? Ruego pues, que el rey mi señor oiga ahora las palabras de su siervo."
Nuevamente confesó el rey, diciendo: "He pecado: vuélvete, hijo mío David, que ningún mal te haré más, pues que mi vida ha sido estimada hoy en tus ojos. He aquí, yo he hecho neciamente, y he errado en gran manera. Y David respondió, y dijo: He aquí la lanza del rey; pase acá uno de los criados, y tómela." No obstante que Saúl había hecho la promesa: "Ningún mal te haré," David no se entregó en sus manos.
Este segundo caso en que David respetaba la vida de su soberano hizo una impresión aún más profunda en la mente de Saúl, y arrancó de él un reconocimiento más humilde de su falta. Le asombraba y subyugaba la manifestación de tanta bondad. Al despedirse de David, Saúl exclamó: "Bendito eres tú, hijo mío David; sin duda ejecutarás tú grandes empresas, y prevalecerás." Pero el hijo de Isaí no tenía esperanza de que él siguiera por mucho tiempo en esta actitud. 728
David perdió la esperanza de reconciliarse con Saúl. Parecía inevitable que cayera finalmente víctima de la malicia del rey, y decidió otra vez buscar refugio en tierra de los filisteos. Con los seiscientos hombres que mandaba, se fue a Achis, rey de Gath.
La conclusión de David, de que Saúl ciertamente alcanzaría su propósito homicida, se formó sin el consejo de Dios. Aun cuando Saúl estaba maquinando y procurando su destrucción, el Señor obraba para asegurarle el reino a David. El Señor lleva a cabo sus planes, aunque muchas veces para los ojos humanos parezcan velados por el misterio. Los hombres no pueden comprender las maneras de proceder de Dios; y, mirando las apariencias, interpretan las dificultades, las pruebas y las aflicciones que Dios permite que les sobrevengan, como cosas que van encaminadas contra ellos, y que sólo les causarán la ruina. Así miró David las apariencias, y pasó por alto las promesas de Dios. Dudó que jamás llegara a ocupar el trono. Las largas pruebas habían debilitado su fe y agotado su paciencia.
El Señor no envió a David para que buscara protección entre los filisteos, los enemigos acérrimos de Israel. Esa nación se iba a contar entre sus peores enemigos hasta el final; y sin embargo, huyó a ella en busca de ayuda cuando la necesitó. Habiendo perdido toda fe en Saúl y en los que le servían, se entregó a la merced de los enemigos de su pueblo. David era un general valeroso; había dado muestras de ser un guerrero sabio y había salido siempre victorioso en sus batallas; pero ahora estaba obrando directamente contra sus propios intereses al dirigirse a los filisteos. Dios le había designado para que levantase su estandarte en la tierra de Judá, y fue la falta de fe lo que le llevó a abandonar su puesto del deber sin un mandamiento del Señor.
La incredulidad de David deshonró a Dios. Los filisteos habían temido más a David que a Saúl y sus ejércitos; y al ponerse bajo la protección de los filisteos, David les reveló las 729 debilidades de su propio pueblo. Así animó a estos implacables enemigos a oprimir a Israel. David había sido ungido para que defendiera al pueblo de Dios; y el Señor no quería que sus siervos alentaran a los impíos revelando la debilidad de su pueblo ni aparentando indiferencia hacia el bienestar de dicho pueblo. Además, sus hermanos recibieron la impresión que él se había ido con los paganos para servir a sus dioses. Su acto dio lugar a que se interpretaran mal sus móviles, y muchos se sintieron inducidos a tener prejuicio contra él. Aquello mismo que Satanás quería que hiciera, fue inducido a hacerlo, pues, al buscar refugio entre los filisteos, David causó gran alegría a los enemigos de Dios y de su pueblo. David no renunció al culto que rendía a Dios, ni dejó de dedicarse a su causa; pero sacrificó su confianza en él en favor de la seguridad personal, y así empañó el carácter recto y fiel que Dios exige que sus siervos tengan.
El rey de los filisteos recibió cordialmente a David. Lo caluroso de esta recepción se debió en parte a que el rey le admiraba, y en parte al hecho de que halagaba su vanidad el que un hebreo buscaba su protección. David se sentía seguro contra la traición en los dominios de Achis. Llevó a su familia, a los miembros de su casa, y sus posesiones, como lo hicieron también sus hombres; y a juzgar por todas las apariencias, había ido allí para establecerse permanentemente en la tierra de los filisteos. Todo esto agradaba mucho al rey Achis, quien prometió proteger a los israelitas fugitivos.
Al pedir David una residencia en el campo, lejos de la ciudad real, el rey le otorgó generosamente Siclag como posesión, David se percataba de que estar bajo la influencia de los idólatras sería peligroso para él y sus hombres. En una ciudad enteramente separada para su propio uso, podrían adorar a Dios con más libertad que si permanecieran en Gath, donde los ritos paganos no podían menos de resultar en una fuente de iniquidad y molestia.
Mientras moraba en esa ciudad remota, David hizo guerra 730 a los gesureos, a los gerzeos y a los amalecitas, sin dejar nunca uno solo vivo que llevara las noticias a Gath. Cuando volvía de la batalla, daba a entender a Achis que había estado guerreando contra los de su propia nación, los hombres de Judá. Con este fingimiento, se convirtió en el medio de fortalecer la mano de los filisteos; pues el rey razonaba: "El se hace abominable a su pueblo de Israel, y será siempre mi siervo." David sabía que era la voluntad de Dios que aquellas tribus paganas fueran destruidas, y también sabía que él había sido designado para llevar a cabo esa obra; pero no seguía los caminos y consejos de Dios al practicar el engaño.
"Y aconteció que en aquellos días los Filisteos juntaron sus campos para pelear contra Israel. Y dijo Achis a David: Sabe de cierto que has de salir conmigo a campaña, tú y los tuyos." David no tenía intención de alzar su mano contra su pueblo; pero no estaba seguro de la conducta que debía seguir, hasta que las circunstancias le indicaran su deber. Contestó al rey evasivamente, y le dijo: "Sabrás pues lo que hará tu siervo." Achis interpretó estas palabras como una promesa de ayuda en la guerra que se aproximaba, y prometió otorgarle a David grandes honores, y darle un elevado cargo en la corte filistea.
Pero aunque la fe de David había vacilado un tanto acerca de las promesas de Dios, aun recordaba que Samuel le había ungido como rey de Israel. No olvidaba las victorias que Dios le había dado sobre sus enemigos en el pasado. Consideró en una mirada retrospectiva la gran misericordia de Dios al preservarle de la mano de Saúl, y decidió no traicionar el cometido sagrado. Aunque el rey de Israel había procurado matarle, decidió no unir sus fuerzas a las de los enemigos de su pueblo. 731

PP CAPÍTULO 64. David Fugitivo

Después de la muerte de Goliat, Saúl retuvo a David consigo y rehusó permitirle que volviera a la casa de su padre. Y sucedió que "el alma de Jonathán fue ligada con la de David, y amólo Jonathán como a su alma." (Véase 1 Samuel 18-22.) Mediante un pacto, Jonatán y David se comprometieron a estar unidos como hermanos; y el hijo del rey "se desnudó la ropa que tenía sobre sí, y dióla a David, y otras ropas suyas, hasta su espada, y su arco, y su talabarte." A David se le confiaron responsabilidades importantes; sin embargo conservó su modestia y se ganó el afecto del pueblo así como también el de la casa real.
"Y salía David a donde quiera que Saúl le enviaba, y portábase prudentemente. Hízolo por tanto Saúl capitán de gente de guerra." David era prudente y fiel, y era evidente que le acompañaba la bendición de Dios. Saúl se daba cuenta a veces de su propia incapacidad para gobernar a Israel, y comprende que el reino estaría más seguro mientras él mismo estuviese relacionado con quien recibiera instrucciones del Señor. Esperaba también que su relación con David le sirviera de salvaguardia. Puesto que David era favorecido y escudado por el Señor, podía ser su presencia una protección para Saúl cuando salía a la guerra con él.
La providencia de Dios había relacionado a David con Saúl. El puesto que ocupaba David en la corte le había de impartir conocimiento de los asuntos y preparar su grandeza futura. Le pondría en situación de ganarse la confianza de la nación. Las vicisitudes y las dificultades que le sucedieran a causa de la enemistad de Saúl le conducirían a sentir su dependencia de Dios y a depositar toda su confianza en él. Y la amistad 704 de Jonatán con David provenía también de la providencia de Dios con el fin de conservar la vida al futuro soberano de Israel. En todas estas cosas, Dios desarrollaba sus bondadosos propósitos, tanto para David como para el pueblo de Israel.
Saúl, sin embargo, no permaneció por mucho tiempo en amistad con David. Mientras ambos regresaban de la batalla con los filisteos "salieron las mujeres de todas las ciudades de Israel cantando y con danzas, con tamboriles, y con alegrías y sonajas, a recibir al rey Saúl." Un grupo cantaba: "Saúl hirió sus miles," en tanto que otro grupo respondía cantando: "Y David sus diez miles."
El demonio de los celos penetró en el corazón del rey. Se airó porque el canto de las mujeres de Israel ensalzaba más a David que a él mismo. En lugar de sojuzgar esos sentimientos envidiosos, puso de manifiesto la debilidad de su carácter, y exclamó: "A David dieron diez miles, y a mí miles; no le falta más que el reino."
Uno de los mayores defectos del carácter de Saúl era su amor al favor popular y al ensalzamiento. Este rasgo había ejercido una influencia dominante sobre sus acciones y pensamientos; todo llevaba la marca indeleble de su deseo de alabanza y ensalzamiento propio. Su norma de lo bueno y lo malo era la norma baja del aplauso popular. Ningún hombre está seguro cuando vive para agradar a los hombres, y no busca primeramente la manera de obtener la aprobación de Dios. Saúl ambicionaba ser el primero en la estima de los hombres; y cuando oyó esta canción de alabanza, se asentó en la mente del rey la convicción de que David conquistaría el corazón del pueblo, y reinaría en su lugar.
Saúl abrió su corazón al espíritu de los celos, que envenenó su alma. No obstante las lecciones que había recibido del profeta Samuel, en el sentido de que Dios lograría todo lo que decidiera y nadie podría estorbarle, el rey manifestó claramente que no conocía en verdad los propósitos ni el poder 705 de Dios. El monarca de Israel oponía su voluntad a la del Infinito. Saúl no había aprendido, mientras gobernaba el reino de Israel, que primero debía regir su propio espíritu. Permitía que sus impulsos dominaran su juicio, hasta ser presa de una furia apasionada. Llegaba a veces al paroxismo de la ira y se inclinaba a quitar la vida a cualquiera que osara oponerse a su voluntad. De este frenesí pasaba a un estado de abatimiento y desprecio de si mismo, y el remordimiento se posesionaba de su alma.
Le deleitaba oír a David tocar el arpa, y el espíritu malo parecía huir por el momento; pero un día cuando el joven le atendía y arrancaba notas melodiosas a su instrumento, para acompañar su voz mientras cantaba las alabanzas a Dios, Saúl arrojó de repente su lanza al músico con el objeto de quitarle la vida. David se salvó por la intercesión de Dios, e ileso, huyó del furor del rey enloquecido.
A medida que su odio hacia David aumentaba, Saúl procuraba con mayor diligencia una oportunidad de quitarle la vida; pero ninguno de sus planes contra el ungido de Dios tuvo éxito. Saúl se entregó al dominio del espíritu malo que le gobernaba; en tanto que David confió en Aquel que es poderoso en el consejo y fuerte para librar. "El temor de Jehová es el principio de la sabiduría" (Prov. 9: 10), y David rogaba a Dios continuamente que le ayudara a caminar ante él en una manera perfecta.
Deseando librarse de la presencia de su rival, "apartólo pues Saúl de sí, e hízole capitán de mil.... Mas todo Israel y Judá amaba a David." El pueblo comprendió muy pronto que David era una persona competente, y que atendía con prudencia y pericia los asuntos que se le confiaban. Los consejos del joven eran de un carácter sabio y discreto, y resultaba seguro seguirlos; en tanto que el juicio de Saúl no era a veces digno de confianza y sus decisiones no eran sabias.
Aunque Saúl estaba siempre alerta y en busca de una oportunidad para matar a David, vivía temiéndole, en vista de que 706 evidentemente el Señor estaba con él. El carácter intachable de David provocaba la ira del rey; consideraba que la misma vida y presencia de David significaban un reproche para él, puesto que dejaba a su propio carácter en contraste desventajoso.
La envidia hacía a Saúl desgraciado, y ponía en peligro al humilde súbdito de su trono. ¡Cuánto daño indecible ha producido en nuestro mundo este mal rasgo de carácter! Había en el corazón de Saúl la misma enemistad que incitó el corazón de Caín contra su hermano Abel, porque las obras de Abel eran justas, y Dios le honraba, mientras que las de Caín eran malas, y el Señor no podía bendecirle. La envidia es hija del orgullo, y si se la abriga en el corazón, conducirá al odio, y eventualmente a la venganza y al homicidio. Satanás ponía de manifiesto su propio carácter al excitar la furia de Saúl contra aquel que jamás le había hecho daño.
El rey vigilaba estrictamente a David, con la esperanza de descubrir alguna muestra de temeridad e indiscreción que sirviera de excusa para hacerlo caer en desgracia. Le parecía imposible quedarse satisfecho mientras no pudiera quitar la vida al joven en forma tal que permitiera justificar ante la nación su acto inicuo. Puso una trampa para los pies de David al incitarle a que guerreara con mayor vigor contra los filisteos, con la promesa de recompensar su valor dándole la mano de su hija mayor. La contestación de David a esta propuesta fue: "¿Quién soy yo, o qué es mi vida, o la familia de mi padre en Israel, para ser yerno del rey?" El monarca demostró su falta de sinceridad casando a la princesa con otro.
El hecho de que Mical, hija menor de Saúl, amara a David le suministró al rey otra ocasión para maquinar contra su rival. La mano de Mical le fue ofrecida al joven, a condición de que diera pruebas de haber derrotado y muerto a un número determinado de los enemigos de la nación. "Saúl pensaba echar a David en manos de los Filisteos;" pero Dios protegió a su siervo. David regresó vencedor de la batalla, para ser hecho yerno del rey. 707
"Mas Michal la otra hija de Saúl amaba a David," y el monarca vio con enojo que sus maquinaciones habían resultado en la elevación de aquel a quien trataba de destruir. Más que nunca se sintió seguro de que era el hombre que el Señor había declarado mejor que él, y que reinaría en el trono de Israel en su lugar.
Quitándose la máscara, ordenó a Jonatán y a todos los oficiales de la corte que mataran al objeto de su odio. Jonatán reveló a David la intención del rey, y le pidió que se escondiera mientras él rogaba a su padre que le perdonara la vida al libertador de Israel. Jonatán expuso al rey lo que David había hecho para preservar el honor y aún la vida de la nación, y cuán terrible sería la culpa del asesino de aquel a quien Dios había usado como instrumento para dispersar a sus enemigos. La conciencia del rey se conmovió, y se le ablandó el corazón. "Y oyendo Saúl la voz de Jonathán, juró: Vive Jehová que no morirá." Se trajo a David a la presencia de Saúl, y siguió sirviéndole, como lo había hecho en el pasado.
Nuevamente se declaró la guerra entre los israelitas y los filisteos, y David dirigió al ejército contra el enemigo. Los hebreos obtuvieron una gran victoria, y la población del reino alabó la sabiduría y el heroísmo de David. Esto sirvió para despertar la anterior amargura de Saúl contra él. Mientras el joven tocaba ante el rey, llenando el palacio con dulces melodías, la pasión de Saúl le dominó, y arrojó a David una lanza, pensando clavar al músico a la pared; pero el ángel del Señor desvió el arma mortal. David escapó, y huyó a su casa.
Saúl envió espías para que le prendieran cuando saliera de su casa a la mañana siguiente, y le dieran muerte. Mical informó a David del propósito de su padre. Le instó a que huyera para salvar su vida, y haciéndole bajar por la ventana, le permitió escapar. El huyó adonde vivía Samuel, en Rama, y el profeta, sin temer el desagrado del rey, dio la bienvenida al fugitivo. 708
La casa de Samuel era un sitio apacible en comparación con el palacio real. Allí, en medio de las colinas, era donde el honrado siervo del Señor continuaba su obra. Le acompañaba un grupo de videntes que estudiaban cuidadosamente la voluntad de Dios, y escuchaban reverentemente las palabras de instrucción que salían de los labios de Samuel. Fueron preciosas las lecciones que David aprendió del maestro de Israel.
David creía que Saúl no ordenaría a sus tropas que invadieran este sagrado recinto; pero ningún lugar parecía sagrado para la mente entenebrecido del rey desesperado. La relación de David con Samuel despertaba los celos del rey, por temor a que el anciano reverenciado en todo Israel como profeta de Dios dedicara su influencia a fomentar el progreso del rival de Saúl. Cuando el rey supo donde estaba David, mandó a sus oficiales para que le trajesen a Gabaa donde pensaba llevar a cabo su designio homicida.
Los mensajeros salieron con el propósito de quitarle la vida a David; pero Uno más grande que Saúl los dominó. Se encontraron con ángeles invisibles, así como Balaam cuando iba de camino para maldecir a Israel. Principiaron a pronunciar frases proféticas de lo que sucedería en el futuro, y proclamaron la gloria y la majestad de Jehová. Así contrarrestó Dios la ira del hombre, y puso de manifiesto su poder para reprimir el mal, mientras que protegió a su siervo con una muralla de ángeles guardianes.
Estas noticias llegaron a Saúl mientras esperaba ansiosamente tener a David en su poder; pero en vez de sentir la reprensión de Dios, se exasperó aún más y envió otros mensajeros. Estos también fueron dominados por el Espíritu de Dios, y se unieron con los primeros para profetizar. Una tercera misión fue enviada por el rey; pero cuando los que la componían llegaron adonde estaban los profetas, la influencia divina cayó también sobre ellos, y profetizaron.
Saúl decidió entonces ir personalmente, pues su enemistad feroz se había vuelto ingobernable. Resolvió no esperar más 709 opurtunidades para matar a David, y que tan pronto como lo tuviera a su alcance lo mataría con su propia mano, fueran lo que fueran las consecuencias. Pero un ángel de Dios le encontró en el camino, y le dominó. El Espíritu de Dios le mantuvo bajo su poder, y salió dirigiendo a Dios oraciones entremezcladas con predicciones y melodías sagradas. Profetizó acerca de la venida del Mesías como Redentor del mundo.
Cuando llegó a la casa del profeta en Rama, puso a un lado las prendas de vestir que señalaban su categoría, y permaneció todo el día y toda la noche acostado ante Samuel y sus discípulos, bajo la influencia del Espíritu divino. El pueblo se congregó para presenciar esta escena extraña, y lo experimentado por el rey se difundió por todas partes. Así volvió a ser proverbial en Israel, esta vez al acercarse el fin de su reinado, que Saúl también estaba entre los profetas.
El perseguidor había sido nuevamente derrotado en sus propósitos. Aseguró a David que estaba en paz con él; pero David tenía poca confianza en el arrepentimiento del rey. Aprovechó esta ocasión para escaparse, no fuera que el humor del rey cambiara, como antes. Su corazón estaba herido, y ansiaba ver otra vez a su amigo Jonatán. Seguro de su inocencia, buscó al hijo del rey, y le dirigió una súplica muy conmovedora. " ¿Qué he hecho yo? le preguntó ¿cuál es mi maldad, o cuál mi pecado contra tu padre, que él busca mi vida?"
Jonatán creía que su padre había mudado su propósito, y que ya no pensaba quitarle la vida a David. Y Jonatán le dijo: "En ninguna manera; no morirás. He aquí que mi padre ninguna cosa hará, grande ni pequeña, que no me la descubra: ¿por qué pues me encubrirá mi padre este negocio? No será así." Jonatán no podía creer que, después de la manifestación extraordinaria del poder de Dios, su padre quisiera todavía hacer daño a David, puesto que esto sería una rebelión manifiesta contra Dios. Pero David no estaba convencido. Con intenso fervor declaró a Jonatán: "Ciertamente, vive Jehová y vive tu alma, que apenas hay un paso entre mi y la muerte." 710
En ocasión de la luna nueva, se celebraba en Israel una fiesta sagrada. Esta fiesta caía en el día que seguía al de la entrevista entre David y Jonatán. En esta fiesta se esperaba que ambos jóvenes aparecieran a la mesa del rey; pero David temía presentarse, y quedó arreglado que fuese a visitar a sus hermanos en Belén. A su regreso se escondería en un campo no muy distante del salón de banquetes, y durante tres días se mantendría ausente de la presencia del rey; y Jonatán observaría los efectos en Saúl. En caso de que preguntara por el paradero del hijo de Isaí, Jonatán diría que se había ido para asistir al sacrificio ofrecido por la casa de su padre. Si el rey no expresaba ira, sino que contestaba: "Bien está", entonces no sería peligroso para David volver a la corte. Pero si el rey se enfurecía por la ausencia, ello decidiría que David debía huir.
El primer día del banquete el rey no inquirió acerca de la ausencia de David, pero cuando su sitio estuvo vacante el segundo día, preguntó: "¿Por qué no ha venido a comer el hijo de Isaí hoy ni ayer? Y Jonathán respondió a Saúl: David me pidió encarecidamente le dejase ir hasta Beth-lehem. Y dijo: Ruégote que me dejes ir, porque tenemos sacrificio los de nuestro linaje en la ciudad, y mi hermano mismo me lo ha mandado; por tanto, si he hallado gracia en tus ojos, haré una escapada ahora, y visitaré a mis hermanos. Por esto pues no ha venido a la mesa del rey."
Cuando Saúl oyó estas palabras, su ira se desenfrenó. Declaró que mientras viviera David, Jonatán no podría subir al trono de Israel, y exigió que se mandara en seguida por David, para ejecutarle. Jonatán nuevamente intercedió por su amigo, suplicando: " ¿ Por qué morirá? ¿qué ha hecho? " Esta súplica dirigida al rey sirvió sólo para hacerlo más satánico en su furia, y arrojó a su propio hijo la lanza que había destinado para David.
El príncipe se acongojó y se indignó, y saliendo de la presencia real, no asistió más al banquete. El dolor agobiaba su 711alma cuando fue, en el momento señalado, al sitio donde debía comunicar a David las intenciones del rey hacia él. Ambos se abrazaron, y lloraron amargamente. El odio sombrío del rey obscurecía la vida de los jóvenes, y el dolor de ellos era demasiado intenso para que pudieran expresarle con palabras. Las últimas palabras de Jonatán cuando se separaron para seguir cada uno su respectivo camino cayeron en el oído de David. Fueron: "Vete en paz, que ambos hemos jurado por el nombre de Jehová, diciendo: Jehová sea entre mí y ti, entre mi simiente y la simiente tuya, para siempre."
El hijo del rey regresó a Gabaa, y David se apresuró a llegar a Nob, ciudad que se encontraba a pocas millas de distancia, y que también pertenecía a la tribu de Benjamín. Se había llevado de Silo a este sitio el tabernáculo, y allí oficiaba Ahimelech, el sumo sacerdote. David no sabía adónde refugiarse, sino en casa del siervo de Dios. El sacerdote le miró con asombro, al verle llegar con apresuramiento y aparentemente solo, con la ansiedad y la tristeza impresas en el rostro; y le preguntó qué lo traía allí.
El joven temía constantemente ser descubierto, y en su angustia recurrió al engaño. Dijo al sacerdote que el rey le había enviado en una misión secreta, que requería la mayor celeridad. Con esto demostró David falta de fe en Dios, y su pecado causó la muerte del sumo sacerdote. Si le hubiera manifestado claramente los hechos tales como eran, Ahimelech habría sabido qué conducta seguir para proteger su vida. Dios requiere que la verdad distinga siempre a los suyos, aun en los mayores peligros. David le pidió al sacerdote cinco panes. No había más que pan sagrado en poder del hombre de Dios, pero David consiguió vencer los escrúpulos de él, y obtuvo el pan para satisfacer su hambre.
Pero se le presentó un nuevo peligro. Doeg, el principal de los pastores de Saúl, que había aceptado la fe de los hebreos, estaba entonces pagando sus votos en el lugar de culto. Al ver a este hombre, David decidió buscar apresuradamente otro refugio, 712 y conseguir alguna arma con la cual defenderse en caso de que fuese necesario. Le pidió a Ahimelech una espada, y él le dijo que no tenía otra que la de Goliat, conservada como una reliquia en el tabernáculo. David le contestó: "Ninguna como ella: dámela." El valor de David revivió cuando asió la espada que había usado una vez para matar al campeón de los filisteos.
David huyó hasta donde estaba Achis, rey de Gath, pues le parecía que había más seguridad en medio de los enemigos de su pueblo que en los dominios del rey Saúl. Pero se le informó a Achis que David había sido el hombre que había dado muerte al campeón filisteo años antes; y ahora el que buscaba refugio entre los enemigos de Israel se encontraba en un gran peligro. Pero fingiendo que estaba loco, pudo engañar a sus enemigos y logró escapar.
Cometió David su primer error al desconfiar de Dios en Nob, y el segundo al engañar a Achis. David había revelado nobles rasgos de carácter, y su valor moral le había ganado el favor del pueblo; pero cuando fue probado, su fe vaciló, y aparecieron sus debilidades humanas. Veía en todo hombre un espía y un traidor. En una gran emergencia, David había mirado a Dios con el ojo firme de la fe, y había vencido al gigante filisteo. Creía en Dios, y salió a la lucha en su nombre. Pero mientras se le buscaba y perseguía, la perplejidad y la aflicción casi habían ocultado de su vista a su Padre celestial.
No obstante, lo que experimentaba servía para enseñar sabiduría a David; pues le indujo a comprender su propia debilidad, y la necesidad de depender constantemente de Dios. ¡Cuán preciosa y valiosa es la dulce influencia del Espíritu de Dios cuando llega a las almas deprimidas o desesperadas, anima a los de corazón desfalleciente, fortalece a los débiles e imparte valor y ayuda a los probados siervos del Señor! ¡Qué Dios tan bondadoso el nuestro, que trata tan suavemente a los descarriados, y muestra su paciencia y ternura en la adversidad, y cuando estamos abrumados de algún gran dolor!
Todo fracaso de los hijos de Dios se debe a la falta de fe. 713 Cuando las sombras rodean el alma, necesitamos luz y dirección, debemos mirar hacia el cielo; hay luz mas allá de las tinieblas. David no debió de desconfiar un solo momento de Dios. Tenía motivos para confiar en él: era el ungido del Señor, y en medio de los peligros había sido protegido por los ángeles de Dios; se le había armado de valor para que hiciera cosas maravillosas; y si tan sólo hubiera apartado su atención de la situación angustiosa en que se encontraba, y hubiera apartado su atención de la situación angustiosa en que se encontraba, y hubiera pensado en el poder y la majestad de Dios, habría estado en paz aun en medio de las sombras de muerte; habría podido repetir con toda confianza la promesa del Señor: "Los montes se moverán, y los collados temblarán; mas no se apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz vacilará." (Isa. 54: 10.)
En las montañas de Judá, David buscó refugio de la persecución de Saúl. Escapó sin tropiezo de la a la cueva de Adullan, sitio que, con una fuerza pequeña, podía defenderse de un ejercito grande. "Lo cual como oyeron sus hermanos y toda la casa de su padre, vinieron allí a él." La familia de David no podía sentirse segura, sabiendo que en cualquier momento las sospechas irracionales de Saúl podían caer sobre aquella a causa de su parentesco con David. Ya sabían sus miembros, como lo sabía la generalidad de Israel, que Dios había escogido a David como futuro soberano de su pueblo; y creían que con él, aunque estuviese como fugitivo en una cueva solitaria, estarían más seguros que si se quedaban a merced de la locura de una rey celoso.
En la cueva de Adullam, la familia se hallaba unida por la simpatía y el afecto. El hijo de Isaí podía producir melodías con la voz y con su arpa mientras cantaba: "!Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos igualmente en uno!" (Sal 133: 1.) Había probado las amarguras de la desconfianza de sus propios hermanos; y la armonía que había reemplazado la discordia llenaba de regocijo el corazón del desterrado. Allí fue donde David compuso el salmo 57.
Antes de que transcurriera mucho tiempo se unieron a la 714 compañía de David otros hombres que trataban de escapar a las exigencias del rey. Muchos eran los que habían perdido la confianza en el soberano de Israel, pues podían ver que ya no los guiaba le Espíritu del Señor. "Y juntáronse con él todos los afligidos, y todo el que estaba adeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y fue hecho capitán de ellos: y tuvo consigo como cuatrocientos hombres." Así tuvo David un pequeño reino propio, y en el imperaba la disciplina y el orden.
Pero aun en su retiro de las montañas, distaba mucho de sentirse seguro; pues de continuo tenía evidencias de que el rey no había renunciado a sus propósitos homicidas. Cerca del rey de Moab halló refugio para sus padres; y luego al recibir una advertencia de peligro, huyó de su escondite hacia el bosque de Hareth.
Lo que experimentaba David no era necesario ni estéril. Dios le sometía a un proceso de disciplina a fin de prepararle tanto para el cargo de sabio general como para el de rey justo y misericordioso. Con su banda de fugitivos, David obtenía una excelente para asumir una obra de la cual Saúl se hacía totalmente indigno por su furia asesina y por su ciega indiscreción. No pueden los hombres alejarse del consejo de Dios, y retener la calma ni la sabidurías necesarias para obrar con justicia y discreción. No hay locura tan temible ni tan desesperada y fútil, como la que consiste en seguir el juicio humano, sin dirección de la sabiduría de Dios.
Saúl había hechos preparativos para atrapar y capturar a David en la cueva de Adullam, y cuando descubrió que David había dejado ese refugio el rey se enfureció mucho. La huida de David era un misterio para Saúl. Sólo podía explicársela por la sospecha de que había en su campamento traidores que habían puesto al hijo de Isaí al tanto de su proximidad y sus propósitos.
Afirmó David a sus consejeros que se había tramado una conspiración contra él, y ofreciéndoles ricos presentes y puestos 715 de honor, los sobornó para que le revelasen quienes entre su pueblo tratado amistosamente a David. Doeg, el idumeo, se hizo el delator. Movido por la ambición y la avaricia y por el odio al sacerdote, que había reprobado sus pecados, Doeg dio parte de la visita de David a Ahimelech, presentando el asunto en forma tal que se encendiera la ira de Saúl contra el hombre de Dios. La palabra de aquella lengua perversa, encendida por el mismo infierno, despertó las peores pasiones del corazón de Saúl. Loco de ira, declaró que debía perecer toda la familia del sacerdote. Y el terrible decreto fue ejecutado. No sólo se mató Ahimelech, sino también a los mismos miembros de la casa de su padre -"ochenta y cinco varones que vestían ephod de lino,"- les dio muerte, por orden del rey, la mano homicida de Doeg.
"Y a Nob, ciudad de los sacerdotes, puso a cuchillo: así a hombres como a mujeres, niños y mamantes, bueyes y asnos y ovejas, todo a cuchillo." Esto era lo que Saúl podía hacer bajo el dominio de Satanás. Cuando Dios declaró que la iniquidad de los amalecitas estaba rebosando, y le ordenó que los destruyera totalmente, Saúl se creyó demasiado compasivo para ejecutar la sentencia divina, y salvó lo que estaba dedicado a la destrucción; pero ahora, sin ningún mandamiento de Dios, bajo la dirección de Satanás, podía dar muerte a los sacerdotes del Señor, y llevar la ruina a los habitantes de Nob. Tal es la perversidad del corazón humano que ha rechazado la dirección de Dios.
Esta acción llenó a todo Israel de horror. El rey a quien ellos habían escogido era el que había cometido semejante ultraje; y sólo había procedido a la usanza de los reyes de otras naciones que no temían a Dios. El arca estaba con ellos; pero los sacerdotes a quienes solían consultar yacían muertos por la espada. ¿Qué sucedería luego? 716

PP CAPÍTULO 63. David y Goliat

CUANDO el rey Saúl se dio cuenta de que había sido rechazado por Dios, y cuando sintió la fuerza de las palabras condenatorias que le había dirigido el profeta, se llenó de amarga rebelión y desesperación. No había sido un verdadero arrepentimiento el que había hecho bajar la cabeza orgullosa del rey. No tenía una concepción clara del carácter ofensivo de su pecado, y no se puso a reformar su vida, sino a cavilar, obsesionado por lo que consideraba una injusticia de Dios al privarle del trono de Israel y quitar a su posteridad la sucesión. Pensaba siempre en la futura ruina que había atraído sobre su casa. Le parecía que el valor que había demostrado al luchar contra sus enemigos debiera anular su pecado de desobediencia. No aceptó con mansedumbre el castigo de Dios; sino que su espíritu altanero se sumió en tal desesperación, que parecía a punto de perder la razón. Sus consejeros le recomendaron que procurara los servicios de un músico hábil, con la esperanza de que las notas calmantes de un suave instrumento pudieran serenar su espíritu acongojado.
En la providencia de Dios, David, como hábil tañedor de arpa fue llevado ante el rey. Sus sublimes acordes inspirados por el cielo tuvieron el efecto deseado. La melancolía cavilosa que se había posado como una nube negra sobre la mente de Saúl se desvaneció como por encanto.
Cuando no se necesitaban sus servicios en la corte de Saúl, David volvía a cuidar sus rebaños entre las colinas, conservando su sencillez de espíritu y de aspecto. Cada vez que era necesario, se le llamaba nuevamente para que sirviera al rey, y aliviara la mente del monarca perturbado hasta que el espíritu malo le abandonaba. Pero aunque Saúl expresaba su deleite 697 por la presencia de David y por su música, el joven pastor regresaba de la casa del rey a los campos y a sus colinas de pastoreo con alivio y alegría.
David crecía en favor ante Dios y los hombres. Había sido educado en los caminos del Señor, y ahora dedicó su corazón más plenamente que nunca a hacer la voluntad de Dios. Tenía nuevos temas en que pensar. Había estado en la corte del rey, y había visto las responsabilidades reales. Había descubierto algunas de las tentaciones que asediaban el alma de Saúl, y había penetrado en algunos de los misterios del carácter y el trato del primer rey de Israel. Había visto la gloria real ensombrecida por una nube obscura de tristeza, y sabía que en su vida privada la casa de Saúl distaba mucho de tener felicidad. Todas estas cosas provocaban inquietud en el que había sido ungido para ser rey de Israel. Pero cuando se sentía absorto en profunda meditación, y atribulado por pensamientos de ansiedad, echaba mano a su arpa y producía acordes que elevaban su mente al Autor de todo lo bueno, y se disipaban las nubes obscuras que parecían entenebrecer el horizonte del futuro.
Dios estaba enseñando a David lecciones de confianza. Como Moisés fue educado para su obra, así también el Señor preparaba al hijo de Isaí para hacerlo guía de su pueblo escogido. En su cuidado de los rebaños, aprendía a apreciar en forma especial el cuidado que el gran Pastor tiene por las ovejas de su dehesa.
En las colinas solitarias y las hondonadas salvajes por donde vagaba David con sus rebaños había fieras en acecho. A menudo salía algún león de los bosquecillos que había al lado del Jordán, o algún oso, de su madriguera, en las colinas, y enfurecidos por el hambre venían a atacar los rebaños. De acuerdo con las costumbres de su tiempo, David sólo estaba armado de su honda y su cayado; pero no tardó en dar pruebas de su fuerza y su valor al proteger a los animales que custodiaba. Dijo más tarde, describiendo estos encuentros: "Venía 698 un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, y salía yo tras él, y heríalo, y librábale de su boca: y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y mataba." (1 Sam. 17: 34, 35) Su experiencia en estos asuntos probó el corazón de David y desarrolló en él valor, fortaleza y fe.
Aun antes de que fuese llamado a la corte de Saúl, David se había distinguido por actos de valor. El oficial que lo recomendó al rey dijo que era "valiente y vigoroso, y hombre de guerra, prudente en sus palabras, y hermoso," y añadió: "Jehová es con él." (1 Sam. 16: 18.).
Cuando Israel declaró la, guerra a los filisteos, tres de los hijos de Isaí se unieron al ejército bajo las órdenes de Saúl; pero David permaneció en casa. Después de algún tiempo, sin embargo, fue a visitar el campamento de Saúl. Por orden de su padre debía llevar un mensaje y un regalo a sus hermanos mayores, y averiguar si estaban sanos y salvos. Pero, sin que lo supiera Isaí, se le había confiado al joven pastor una misión más elevada. Los ejércitos de Israel estaban en peligro, y un ángel había indicado a David que fuera a salvar a su pueblo.
A medida que David se acercaba al ejército, oyó un alboroto, como si se estuviera por entablar una batalla. El ejército "había salido en ordenanza, y tocaba alarma para la pelea." (Véase 1 Samuel 17) Israel y los filisteos estaban alineados en posiciones de batalla, una hueste contra otra. David corrió hacia el ejército, llegó y saludó a sus hermanos. Mientras hablaba con ellos, Goliat, el campeón de los filisteos, salió, y con lenguaje ofensivo retó a duelo a Israel, y lo desafió a presentar de entre sus filas un hombre que pudiera enfrentársele en singular pelea. Repitió su reto, y cuando David vio que todo Israel estaba amedrentado, y supo que el filisteo lanzaba su desafío día tras día, sin que se levantara un campeón que acallara al jactancioso, su espíritu se conmovió dentro de él. Se encendió su celo para salvar el honor del Dios viviente y el crédito de su pueblo. 699
Los ejércitos de Israel estaban deprimidos. Les faltaba el valor. Se decían unos a otros: "¿No habéis visto aquel hombre que ha salido? él se adelanta para provocar a Israel." Lleno de vergüenza e indignación, David exclamó: "¿Quién es este Filisteo incircunciso, para que provoque a los escuadrones del Dios viviente?"
Al oír estas palabras, Eliab, hermano mayor de David, comprendió muy bien qué sentimientos agitaban al alma del joven. Aun mientras era pastor, David había manifestado audacia, valor y fortaleza poco comunes; y la misteriosa visita de Samuel a la casa de Isaí así como su partida sigilosa, habían despertado en la mente de los hermanos de David sospechas en cuanto al verdadero objeto de su visita. Los celos de ellos se habían despertado al verle recibir mayor honra que la tributada a ellos, y no le miraban con el respeto y el amor que merecía por su integridad y su ternura fraternal. Lo consideraban como un pastorcillo joven, y ahora la pregunta que hizo fue interpretada por Eliab como una censura de la cobardía que él mismo demostraba al no hacer esfuerzo alguno por acallar al gigante filisteo. El hermano mayor exclamó airado: "¿Para qué has descendido acá? ¿y a quién has dejado aquellas pocas ovejas en el desierto? Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que para ver la batalla has venido." Respetuosamente, pero con decisión, contestó David: "¿Qué he hecho yo ahora? Estas, ¿no son palabras?"
Las palabras de David fueron repetidas al rey, quien inmediatamente hizo comparecer al joven ante sí. Saúl escuchó con asombro las palabras del pastor cuando dijo: "No desmaye ninguno a causa de él; tu siervo irá y peleará con este Filisteo." Saúl procuró disuadir a David de su propósito; pero el joven no se dejó convencer. Contestó con sencillez y sin jactancia relatando lo que le sucediera mientras cuidaba los rebaños de su padre, y dijo: "Jehová que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este Filisteo. Y dijo Saúl a David: Ve, y Jehová sea contigo." 700
Durante cuarenta días la hueste israelita había temblado ante el desafío arrogante del gigante filisteo. Sus corazones decaían cuando miraban el enorme cuerpo, que media seis codos y un palmo. Llevaba en la cabeza un almete de metal, y estaba vestido de una coraza de planchas que pesaba cinco mil siclos, y con grebas de metal en las piernas. La cota estaba hecha de planchas de metal puestas la una sobre la otra, como las escamas de un pez, tan estrechamente juntadas que ningún dardo o saeta podía penetrar a través de la armadura. A la espalda el gigante llevaba una jabalina o lanza enorme, también de bronce. "El asta de su lanza era como un enjullo de telar, y tenía el hierro de su lanza seiscientos siclos de hierro: e iba su escudero delante de él."
Mañana y tarde Goliat se había acercado al campamento israelita, diciendo en alta voz: "¿Para qué salís a dar batalla? ¿no soy yo el Filisteo, y vosotros los siervos de Saúl? Escoged de entre vosotros un hombre que venga contra mí: si él pudiere pelear conmigo, y me venciere, nosotros seremos vuestros siervos: y si yo pudiera más que él, y lo venciere, vosotros seréis nuestros siervos y nos serviréis. Y añadió el Filisteo: Hoy yo he desafiado el campo de Israel; dadme un hombre que pelee conmigo."
Aunque Saúl había dado permiso a David para que aceptara el desafío, el rey tenía muy pocas esperanzas de que David tuviera éxito en su valerosa empresa. Había ordenado que se vistiera al joven de la coraza del rey. Se le puso el pesado almete de metal en la cabeza y se le ciñó al cuerpo la coraza así como la espada del monarca. Así pertrechado, inició la marcha, pero pronto volvió sobre sus pasos. Lo primero que pensaron los espectadores ansiosos fue que David había decidido, no arriesgar su vida en tan desigual encuentro con su antagonista. Pero el valiente joven distaba mucho de pensar así. Cuando regresó adonde estaba Saúl, suplicó que le permitiera, quitarse aquella pesada armadura, diciendo: "Yo no puedo andar con esto, porque nunca lo practiqué." Se quitó la armadura del 701rey, y en vez de ella sólo tomó su cayado en la mano, con su zurrón de pastor, y una simple honda. Escogiendo cinco piedras lisas en el arroyo, las puso en su talega, y con su honda en la mano se aproximó al filisteo.
El gigante avanzó audazmente, esperando encontrarse con el más poderoso de los guerreros de Israel. Su escudero iba delante de él, y parecía que nada podía resistirle. Cuando se acercó a David, no vio sino un zagalillo, llamado mancebo a causa de su juventud. El semblante de David era rosado de salud; y su cuerpo bien proporcionado, sin protección de armadura, se destacaba ventajosamente; no obstante, entre su figura juvenil y las macizas proporciones del filisteo, había un marcado contraste.
Goliat se llenó de asombro y de ira. "¿Soy yo perro -exclamó- para que vengas a mi con palos?" Y entonces soltó contra David las maldiciones y los insultos más terribles, en nombre de todos los dioses que conocía. Gritó mofándose: "Ven a mi, y daré tu carne a las aves del cielo, y a las bestias del campo."
David no se acobardó frente al campeón de los filisteos. Avanzando, dijo a su contrincante: "Tú vienes a mí con espada y lanza y escudo; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, que tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y quitaré tu cabeza de ti: y daré hoy los cuerpos de los Filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra: y sabrá la tierra toda que hay Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y lanza; porque de Jehová es la guerra, y él os entregará en nuestras manos."
Había un tono de intrepidez en su voz y una mirada de triunfo y regocijo en su bello semblante. Este discurso, pronunciado con voz clara y musical, resonó por los aires, y lo oyeron distintamente los millares que escuchaban, convocados para la guerra. La ira de Goliat llegó al extremo. Furiosamente, empujó hacia atrás el yelmo que le protegía la frente, y 702 corrió para vengarse de su adversario. El hijo de Isaí se estaba preparando para recibir a su enemigo. "Y aconteció que, como el Filisteo se levantó para ir y llegarse contra David, David se dio prisa, y corrió al combate contra el Filisteo. Y metiendo David su mano en el saco, tomó de allí una piedra, y tirósela con la honda, e hirió al Filisteo en la frente: y la piedra quedó hincada en la frente, y cayó en tierra sobre su rostro."
El asombro cundió entre las filas de los dos ejércitos. Habían estado seguros de que David perecería; pero cuando la piedra cruzó el aire zumbando y dio de lleno en el blanco, vieron al poderoso guerrero temblar y extender las manos, como herido de una ceguera repentina. El gigante se tambaleó y como una encina herida cayó al suelo. David no se demoró un solo instante. Se lanzó sobre el postrado filisteo y asió con las dos manos la pesada espada de Goliat. Un momento antes el gigante se había jactado de que con ella separaría la cabeza de los hombros del joven, y daría su cuerpo a las aves del cielo. Ahora el arma se elevó en el aire, y la cabeza del jactancioso rodó apartándose del tronco, y un grito de triunfo subió del campamento de Israel.
El pánico se apoderó de los filisteos, y la consiguiente confusión resultó en una retirada precipitada. Los gritos de los hebreos victoriosos repercutían por las cumbres de las montañas, mientras corrían apresuradamente detrás de sus enemigos que huían; y "siguieron a los Filisteos hasta llegar al valle, y hasta las puertas de Ecrón. Y cayeron heridos de los Filisteos por el camino de Saraim, hasta Gath y Ecrón. Tornando luego los hijos de Israel de seguir los Filisteos, despojaron su campamento. Y David tomó la cabeza del Filisteo. Y trájola a Jerusalén, mas puso sus armas en su tienda." 703

PP CAPÍTULO 62. El Ungimiento de David

A POCAS millas al sur de Jerusalén, "la ciudad del gran Rey" (Sal. 48: 2), está Belén donde nació David el hijo de Isaí, más de mil años antes que el Niño Jesús hallara su cuna en el establo, y fuera adorado por los magos del oriente. Siglos antes del advenimiento del Salvador, David, en el vigor de la adolescencia cuidó sus rebaños mientras pacían en las colinas que rodean a Belén. El sencillo pastor entonaba los himnos que él mismo componía y con la música de su arpa acompañaba dulcemente la melodía de su voz fresca y juvenil. El Señor había escogido a David, y le estaba preparando, en su vida solitaria con sus rebaños, para la obra que se proponía confiarle en los años venideros.
Mientras que David vivía así en el retiro de su vida humilde de pastor, el Señor Dios habló al profeta Samuel acerca de él. "Y dijo Jehová a Samuel: ¿Hasta cuándo has tú de llorar a Saúl, habiéndole yo desechado para que no reine sobre Israel? Hinche tu cuerno de aceite, y ven, te enviaré a Isaí de Beth-lehem: porque de sus hijos me he provisto de rey.... Toma contigo una becerra de la vacada, y di: A sacrificar a Jehová he venido. Y llama a Isaí al sacrificio, y yo te enseñaré lo que has de hacer; y ungirme has al que yo te dijere. Hizo pues Samuel como le dijo Jehová: y luego que él llegó a Beth-lehem, los ancianos de la ciudad le salieron a recibir con miedo, y dijeron: ¿Es pacífica tu venida? Y él respondió: Sí." Los ancianos aceptaron una invitación al sacrificio, y Samuel llamó también a Isaí y sus hijos. Se construyó un altar, y el sacrificio quedó listo. Toda la casa de Isaí estaba presente, con la excepción de David, el hijo menor, al que se había dejado cuidando las ovejas, pues no era seguro dejar a los rebaños sin protección. 692
Cuando el sacrificio hubo terminado, y antes de participar del festín subsiguiente, Samuel inició su inspección profética de los bien parecidos hijos de Isaí. Eliab era el mayor, y el que más se parecía a Saúl en estatura y hermosura. Sus bellas facciones y su cuerpo bien desarrollado llamaron la atención del profeta. Cuando Samuel miró su porte principesco, pensó ciertamente que era el hombre a quien Dios había escogido como sucesor de Saúl; y esperó la aprobación divina para ungirle. Pero Jehová no miraba la apariencia exterior. Eliab no temía al Señor. Si se le hubiera llamado al trono, habría sido un soberano orgulloso y exigente. La palabra del Señor a Samuel fue: "No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová mira no lo que el hombre mira pues que el hombre mira lo que está delante de sus ojos, mas Jehová mira el corazón."
Ninguna belleza exterior puede recomendar el alma a Dios. La sabiduría y la excelencia del carácter y de la conducta expresan la verdadera belleza del hombre; el valor intrínseco y la excelencia del corazón determinan que seamos aceptados por el Señor de los ejércitos. ¡Cuán profundamente debiéramos sentir esta verdad al juzgarnos a nosotros mismos y a los demás! Del error de Samuel podemos aprender cuán vana es la estima que se basa en la hermosura del rostro o la nobleza de la estatura. Podemos ver cuán incapaz es la sabiduría del hombre para comprender los secretos del corazón o los consejos de Dios, sin una iluminación especial del cielo. Los pensamientos y modos de Dios en relación con sus criaturas superan nuestras mentes finitas; pero podemos tener la seguridad de que sus hijos serán llevados a ocupar precisamente el sitio para el cual están preparados, y serán capacitados para hacer la obra encomendada a sus manos, con tal que sometan su voluntad a Dios, para que sus propósitos benéficos no sean frustrados por la perversidad del hombre.
Terminó Samuel la inspección de Eliab, y los seis hermanos que asistieron al servicio desfilaron sucesivamente para ser 693 observados por el profeta; pero el Señor no dio señal de que hubiese elegido a alguno de ellos. En suspenso penoso, Samuel había mirado al último de los jóvenes; el profeta estaba perplejo y confuso. Le preguntó a Isaí: "¿Hanse acabado los mozos?" El padre contestó: "Aun queda el menor, que apacienta las ovejas." Samuel ordenó que le hicieran llegar, diciendo: "No nos sentaremos a la mesa hasta que él venga aquí."
El solitario pastorcillo se sorprendió al recibir la llamada inesperada del mensajero, que le anunció que el profeta había llegado a Belén y le mandaba llamar. Preguntó asombrado por qué el profeta y juez de Israel deseaba verle; pero sin tardanza alguna obedeció al llamamiento. "Era rubio, de hermoso parecer y de bello aspecto." Mientras Samuel miraba con placer al joven pastor, bien parecido, varonil y modesto, le habló la voz del Señor diciendo: "Levántate y úngelo, que éste es." En el humilde cargo de pastor, David había demostrado que era valeroso y fiel; y ahora Dios le había escogido para que fuera el capitán de su pueblo. "Y Samuel tomó el cuerno del aceite, y ungiólo de entre sus hermanos: y desde aquel día en adelante el espíritu de Jehová tomó a David." El profeta había cumplido la obra que se le había designado, y con el corazón aliviado regresó a Rama.
Samuel no había hablado de su misión, ni siquiera a la familia de Isaí, y realizó en secreto la ceremonia del ungimiento de David. Fue para el joven un anuncio del destino elevado que le esperaba, para que en medio de todos los diversos incidentes y peligros de sus años venideros, este conocimiento le inspirara a ser fiel al propósito que Dios quería lograr por medio de su vida.
El gran honor conferido a David no le ensoberbeció. A pesar del elevado cargo que había de desempeñar, siguió tranquilamente en su ocupación, contento de esperar el desarrollo de los planes del Señor a su tiempo y manera. Tan humilde y modesto como antes de su ungimiento, el pastorcillo regresó a las colinas, para vigilar y cuidar sus rebaños tan cariñosamente 694 como antes. Pero con nueva inspiración componía sus melodías, y tocaba el arpa. Ante él se extendía un panorama de belleza rica y variada. Las vides, con sus racimos, brillaban al sol. Los árboles del bosque, con su verde follaje, se mecían con la brisa. Veía al sol, que inundaba los cielos de luz, saliendo como un novio de su aposento, y regocijándose como hombre fuerte que va a correr una carrera. Allí estaban las atrevidas cumbres de los cerros que se elevaban hacia el firmamento; en la lejanía se destacaban las peñas estériles de la montaña amurallada de Moab; y sobre todo se extendía el azul suave de la bóveda celestial.
Y más allá estaba Dios. El no podía verle, pero sus obras rebosaban alabanzas. La luz del día, al dorar el bosque y la montaña, el prado y el arroyo, elevaba a la mente y la inducía a contemplar al Padre de las luces, Autor de todo don bueno y perfecto. Las revelaciones diarias del carácter y la majestad de su Creador henchían el corazón del joven poeta de adoración y regocijo.
En la contemplación de Dios y de sus obras, las facultades de la mente y del corazón de David se desarrollaban y fortalecían para la obra de su vida ulterior. Diariamente iba participando en una comunión más intima con Dios. Su mente penetraba constantemente en nuevas profundidades en busca de temas que le inspirasen cantos y arrancasen música a su arpa. La rica melodía de su voz difundida a los cuatro vientos repercutía en las colinas como si fuera en respuesta a los cantos de regocijo de los ángeles en el cielo.
¿Quién puede medir los resultados de aquellos años de labor y peregrinaje entre las colinas solitarias? La comunión con la naturaleza y con Dios, el cuidado diligente de sus rebaños, los peligros y libramientos, los dolores y regocijos de su humilde suerte, no sólo habían de moldear el carácter de David e influir en su vida futura, sino que también por medio de los salmos del dulce cantor de Israel, en todas las edades venideras, habrían de comunicar amor y fe al corazón de los hijos de 695 Dios, acercándolos al corazón siempre amoroso de Aquel en quien viven todas sus criaturas.
David, en la belleza y el vigor de su juventud, se preparaba para ocupar una elevada posición entre los más nobles de la tierra. Empleaba sus talentos, como dones preciosos de Dios, para alabar la gloria del divino Dador. Las oportunidades que tenía de entregarse a la contemplación y la meditación sirvieron para enriquecerse con aquella sabiduría y piedad que hicieron de él el amado de Dios y de los ángeles. Mientras contemplaba las perfecciones de su Creador, se revelaban a su alma concepciones más claras de Dios. Temas que antes le eran obscuros, se aclaraban para él con luz meridiana, se allanaban las dificultades, se armonizaban las perplejidades, y cada nuevo rayo de luz le arrancaba nuevos arrobamientos e himnos más dulces de devoción, para gloria de Dios y del Redentor. El amor que le inspiraba, los dolores que le oprimían, los triunfos que le acompañaban, eran temas para su pensamiento activo; y cuando contemplaba el amor de Dios en todas las providencias de su vida, el corazón le latía con adoración y gratitud más fervientes, su voz resonaba en una melodía más rica y más dulce; su arpa era arrebatada con un gozo más exaltado; y el pastorcillo procedía de fuerza en fuerza, de sabiduría en sabiduría; pues el Espíritu del Señor le acompañaba. 696