jueves, junio 15, 2017

REFLEXIÓN 59. ¡TUS AMADOS MUERTOS VOLVERÁN A VIVIR!


Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán. ¡Despertad y cantad, moradores del polvo! porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra dará sus muertos. (Isa 26:19 R60). 

 En el antiguo y nuevo testamento, se encuentran valiosas promesas acerca de la resurrección de los muertos. Promesas que todos debemos conocer, porque son palabras de esperanza para toda la humanidad, es un legado que debemos valorar, atesorar y conocer.

 Cuando tenía unos 15 años de edad, fuimos con unos familiares a las alturas del pueblo donde vivía a unos 15 km aproximadamente, casi cerca al pico de los cerros del lugar, con el fin de traer tubérculos (papa), haciendo trueque, llevamos productos como azúcar, arroz, conservas enlatadas…etc , y ellos nos daban el producto mencionado. Y para llegar a nuestro destino teníamos que cruzar cerca de una compañía minera que extraía minerales de diversos metales. Los mineros hacían túneles para extraerlo, raras veces era a tajo abierto. Fue en esa ocasión en que en la mina había habido un derrumbe y habían muerto muchos mineros, entonces vi bajando de la parte más alta mientras pasábamos con el volquete que nos llevaba; a una mujer que lloraba a gritos en su idioma nativo, diciendo: ¡Ya nunca más lo veré, nunca más! y seguía llorando y pasamos…

 Cuando llega la muerte, dependiendo en qué etapa de nuestra vida nos golpea, es trágico en mayor o menor grado. Pero cuando llega y eres creyente, a pesar de que sea dolorosa tu pena será más llevadero, porque tienes esperanza y la muerte no es el final. 

 Porque alguien que pasó por esa experiencia, nos dice que los muertos volverán a vivir. “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora, cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron bien, saldrán a resurrección de vida; más los que hicieron mal, á resurrección de condenación”. (Juan 5:28-29 SRV).

 “Y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades”. (Apoc. 1:13-18 R60).

  Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Ésta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años.
 (Apoc. 20:4-6 R60). 

 Ante esta maravillosa promesa, solo tenemos que creer, y volveremos a vivir otra vez en aquel día junto con nuestros amados. Volveremos a vivir; para morar en el reino de Dios por la eternidad. Hno. Pio

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