miércoles, abril 28, 2021

LOS JUDÍOS DEL PRIMER SIGLO DE LA ERA CRISTIANA (Pag. 46-83).

I. INTRODUCCIÓN. EL PERIODO abarcado en este artículo comienza con la muerte de Herodes e*/l Grande en el año 4 a. C., y termina con el fin de la segunda revuelta judía en el año 135 d. C. En este período vivieron y llevaron a cabo su ministerio público Juan el Bautista, Jesús y sus apóstoles.  Todos ellos eran judíos y vivían en Palestina.  Por eso la historia judía de este período es importantísima para la comprensión del cristianismo del Nuevo Testamento.  El judaísmo del primer siglo constituyó el ambiente dentro del cual nació el cristianismo.

La historia judía de este período se caracteriza por la inquietud prevaleciente tanto en los asuntos religiosos como en los políticos.  El judaísmo estaba dividido en varias sectas antagónicas, cuyas diferencias con frecuencia eran tanto políticas y sociales como religiosas.  Los fariseos defendían un puritanismo legalista; los saduceos representaban a la aristocracia política y social; los esenios se aislaban en comunidades monásticas para esperar al Mesías, mientras que los herodianos y los zelotes ocupaban los extremos opuestos en política: los primeros como colaboradores de los romanos, y los segundos como rebeldes contra los mismos.

La vida judía durante este período giraba, en gran medida, en torno a la sinagoga local.  Allí se reunían los judíos no sólo para adorar a Dios sino también para leer la ley y los profetas, y para explicar su contenido.  La sinagoga era también, con frecuencia, una escuela para la instrucción de la juventud judía.  Tanto por sus escritos como por su manera de vivir, los judíos hacían un impacto notable sobre el mundo pagano que los rodeaba.  Llevaban a cabo intensas actividades proselitistas y ganaban muchos conversos de entre los paganos, ya fuera como simpatizantes o como judíos circuncidados y plenamente asimilados.

La expectativa mesiánica era fuerte entre los judíos durante este período.  Muchos creían que el Prometido estaba por aparecer, y tanto los fariseos como los esenios tenían doctrinas bastante complejas en cuanto a su advenimiento.  Por lo tanto, fue posible que varios impostores que pretendían ser el Mesías lograran rodearse de seguidores crédulos.  Esta expectativa de un libertador del mundo apareció no sólo entre los judíos sino también, aunque en menor grado, en los círculos paganos.

El desasosiego político judío se agravó durante este período debido a una sucesión de inescrupulosos procuradores romanos que gobernaron en Judea.  Las condiciones se agravaron hasta el punto de que en el año 66 d. C. los judíos comenzaron 47 una revolución contra los romanos, que continuaron hasta el año 73 d. C. Jerusalén y su templo estaban ahora destruidos y la nación había sido dispersada.  Años de silenciosa recuperación siguieron a esta catástrofe nacional.  Durante los primeros años del siglo II los judíos causaron varias pequeñas insurrecciones en diversas partes del Imperio Romano y, finalmente, en el año 132 d. C., estalló de nuevo en Palestina una revuelta en gran escala; pero en un lapso de tres años los judíos fueron otra vez aplastados por el poderío romano.  Para prevenir futuras rebeliones, los romanos prohibieron que ningún judío jamás entrara otra vez en la ciudad de Jerusalén.  De allí en adelante el judaísmo palestino dejó de tener gran importancia para la historia del cristianismo.

II. DIVISIONES POLÍTICAS. La región dada por los romanos a Herodes el Grande y a sus descendientes, comprendía una cantidad de zonas que tenían costumbres diferentes y diversos dialectos.  Esas diferencias se habían producido a través de un proceso histórico.

JUDEA.- Judea ocupaba la región sur de Palestina, al oeste del mar Muerto.  Incluía los territorios ocupados antes por las tribus hebreas de Judá, Benjamín y Simeón, y se extendía por la mayor parte de la antigua región de Filistea junto al mar Mediterráneo.  Su frontera norte corría hacia el este desde Jope hasta el Jordán, y su frontera sur seguía una línea que comenzaba muy cerca del sur de Gaza y pasaba por Beerseba hasta el mar Muerto (ver el mapa frente a la p. 353).  Incluía las ciudades de Jope, Jamnia, Gaza, Belén, Jericó y Hebrón, y la capital era Jerusalén.

Judea comprendía principalmente una meseta montañosa, o una larga serranía que corre de norte a sur, levantándose abruptamente desde una angosta planicie costera y que en varios lugares llega a una altura de más de 1.000 m. El declive oriental es muy rápido hasta el valle del Jordán y el mar Muerto, cuya superficie está a unos 400 m bajo el nivel del mar.  La Judea del tiempo de Herodes medía unos 90 km de norte a sur y más o menos lo mismo de este a oeste.  Sus cerros y valles se prestaban para la agricultura, el pastoreo de ovejas y el cultivo de vides en pequeña escala.

SAMARIA.- Samaria estaba al norte de Judea, en el territorio donde se establecieron las tribus de Efraín, Manasés occidental y parte de Benjamín.  Limitaba al norte con la planicie de Esdraelón y el monte Gilboa.  En su centro estaban los montes Gerizim y Ebal, a cuyo pie estaba la antigua ciudad de Siquem (cerca de la actual Nablús), próxima al pozo de Jacob.  La ciudad de Samaria, por mucho tiempo la capital del reino del norte de Israel, estaba a unos pocos kilómetros más hacia el norte.  Samaria era un país de colinas y fértiles valles. La enemistad entre judíos y samaritanos se originó cuando se separaron los reinos del norte y del sur (t.II, p. 78),  separación que duró desde la secesión en los días de Jeroboan I, en el año 931 a. C., hasta el cautiverio de las tribus del norte en 723/ 722 a. C. Los asirios deportaron a muchos de los israelitas y los reemplazaron con habitantes que eran una mezcla de pueblos paganos de otras provincias que habían conquistado (2 Rey. 17: 24).  Esos pueblos trajeron consigo sus dioses paganos; pero cuando sobrevino un desastre a esos nuevos colonos, los asirios -movidos por su superstición- enviaron a Samaria a un sacerdote israelita para que les hiciera conocer al Dios del país.  La mezcla de los israelitas que permanecieron en el país con los inmigrantes paganos produjo una religión mixta, que era en parte un culto a Jehová y en parte un ritual pagano.

Cuando los judíos regresaron de Babilonia a Judea, esta mezcolanza religiosa se convirtió en una razón muy poderosa para su odio contra los samaritanos.  Casi 48 inmediatamente hubo fricciones entre los dos pueblos (t. III, pp. 71-74, 323-324; ver com.  Esd. 4; Neh. 4; 6).  Los samaritanos pusieron estorbos para la reedificación de las ciudades judías, y cuando hicieron propuestas de alianza, los judíos las rechazaron terminantemente.  Los samaritanos establecieron su propio templo en el monte Gerizim como rival al de Jerusalén.  Esta enemistad nunca mejoró.  Durante las luchas de los macabeos, los samaritanos cooperaron con Antíoco Epífanes (p. 32; ver com.  Dan. 11: 14).  Entre los dos pueblos no había trato social de ninguna clase (Neh. 2 a 6; Juan 4: 9).

GALILEA.- Galilea estaba al norte de Samaria.  Su límite norte era el río Litani y las estribaciones meridionales del monte Hermón; al este, el mar de Galilea y el río Jordán, y por el oeste estaba separada del mar Mediterráneo por la angosta faja costera de la antigua Fenicia, con sus ciudades de Jafa, Acre (Tolemaida), Tiro, Sarepta y Sidón.  Galilea incluía ciudades tales como Gichala, Corazín, Capernaúm, Nazaret y Jezreel.  Comprendía el territorio de las antiguas tribus de Isacar, Zabulón, Neftalí, Aser y la sección norte de Dan.

Galilea era fértil; sus habitantes, industriosos, independientes y valientes.  Debido a la presencia de una población de habla griega en medio de ellos, los galileos descendientes de israelitas eran muy celosos en retener su judaísmo.  Esta fue la tierra de la niñez y juventud de Cristo, y la provincia de la cual él tomó a la mayor parte de sus discípulos.

PEREA.- Perea estaba al este del río Jordán, frente a Samaria y al norte de Judea, y comprendía la antigua tierra de Rubén y Gad.  Entre sus características naturales se destacaban el monte Nebo y el arroyo Jaboc.  En la antigüedad esa zona había sido una tierra de pastoreo, y aún en tiempos de Cristo seguía alimentando rebaños de vacunos y ovinos.

Otras zonas gobernadas por Herodes.- Al norte y al este del mar de Galilea había un extenso territorio también gobernado por la familia herodiana.  En la parte occidental de esa zona, en la orilla oriental del mar de Galilea, estaba el distrito de Gaulanítide, que incluía las ciudades de Betsaida Julias y Gergesa.  Más al norte, al este de la Galilea del norte, estaba la ciudad de Paneas (Cesarea de Filipo).  Esos territorios nororientales se extendían hacia el norte hasta el monte Hermón, y al este hasta las proximidades de Damasco.

DECÁPOLIS.- En medio de los dominios de Herodes había una extensa zona autónoma dominada por una unión de ciudades de habla griega.  Originalmente esas ciudades fueron diez,  por lo que se dio el nombre de Decápolis -"diez ciudades"- a ese distrito.  El distrito de Decápolis comenzaba con el extremo oriental del valle de Esdraelón, y se extendía a través del Jordán incluyendo una amplia zona al norte y este de Perea, que iba desde el río Yarmuk hacia el sur, hasta Filadelfia.  En la antigüedad esa zona había sido ocupada por la tribu de Manasés.

III. LA VIDA DIARIA EN PALESTINA.

VIDA HOGAREÑA.- La vida hogareña en Palestina en muchos sentidos era similar a la que hoy existe en las zonas rurales más apartadas del Medio Oriente.  Las casas de los campesinos estaban construidas de ladrillos de barro cocido, con piso de tierra apisonada y un techo plano de palos y cañas o ramas que se revocaban con barro.  El interior de la casa estaba frecuentemente dividido en dos partes, en una de las cuales el piso estaba levantado unos 30 cm o más por encima de la otra.  Las mujeres hacían su trabajo en el nivel más alto, y la familia dormía quizá en una cama tendida sobre el piso.  En el nivel inferior podían permanecer los animales cuando era necesario que estuvieran al abrigo.  Allí podían jugar los niños y probablemente se hacían 49 también algunos trabajos.  Con frecuencia había una escalera en la casa que llevaba hasta el techo, y allí la familia podía dormir en el verano.  Por lo general tales casas tenían una abertura que daba a un patio, y frecuentemente se construían juntas varias casas, comunicadas en tal forma que constituían una unidad con un patio común en el centro.  Cuando el tiempo era bueno, muchas actividades domésticas se realizaban en este lugar.  Ese tipo de edificaciones a menudo eran muy dañadas -y hasta podían ser completamente destruidas- por las lluvias y las inundaciones.

Por supuesto, quienes estaban en una mejor posición, construían casas más sólidas y más cómodas.  Eran más grandes y algunas veces tenían dos pisos.  Generalmente las habitaciones rodeaban un patio central.  Las mejores casas estaban construidas de piedras escuadradas.

En comparación con lo que se acostumbra hoy día, el mobiliario era sencillo aun en los hogares de los más pudientes.  La gente por lo general se sentaba sobre esteras en el piso, y en sus habitaciones comúnmente había apenas un baúl o dos, una cama que se desplegaba en el piso y algunas mesitas.  El alumbrado nocturno consistía en lamparitas de aceite hechas de arcilla.  El fuego era de leña o de carbón de leña, en un hoyo en el piso de tierra en las casas más pobres, o en un brasero en las casas de los más acomodados.

El nivel social de las mujeres entre los judíos era relativamente más elevado que el de las mujeres de los otros países de la zona, pero no se comparaba con el de las de Roma.  Disfrutaban de una posición de respeto e influencia que trascendía sus derechos legales.  El relato de Ester y el de Judit describen mujeres que salvaron a su pueblo.  Los contratos matrimoniales de los judíos parece que ya en ese tiempo protegían la propiedad de las mujeres, y por una escritura de venta descubierta hace algunos años se ha podido deducir que las mujeres tenían ciertos derechos legales sobre las propiedades de sus esposos.  Esa escritura, fechada "en el año 3 de la libertad de Israel" (134 d. C.), registra la venta de una casa por un tal Jadar hijo de Judá.  Al final de la escritura se lee: "Además yo, Shalom hija de Simeón la [esposa del] ya mencionado Jadar, no puedo levantar objeciones a la venta de la casa mencionada ["Para siemp]re... para siempre" (S.  Abramson y H. L. Ginsberg, "On the Aramic Deed of Sale of the Third Year of the Second Jewish Revolt", Bulletin of the American Schools of Oriental Research, N.º 136 [diciembre, 1954], p. 19).

La vestidura de los palestinos era holgada y relativamente sencilla.  La prenda básica de hombres y mujeres era una túnica, jiton (Mat. 5: 40; 10: 10), que, por lo menos en el caso de los hombres, podía ser larga o corta.  Indudablemente los trabajadores a veces sólo llevaban un taparrabo.  Otro estilo de esta ropa interior era el de una tela sencillamente enrollada alrededor del cuerpo, con una de sus extremidades doblada por encima del hombro.  A menudo se usaba, aunque no siempre, un cinto de tela o de cuero.  Eran comunes varios tipos de tocados, que incluían sombreros tanto de paja como de fieltro; pero parece que lo más usual entre los judíos era cubrirse la cabeza con una manta (mantilla) muy parecida al chal para orar que todavía se ve en las sinagogas.  Los varones judíos usaban una prenda con flecos (tsitsith) en cada esquina (Núm. 15: 37-40); en tiempos del NT estos flecos se mostraban en forma conspicua (cf.  Mat. 9: 20; 23: 5).  En épocas posteriores se los ocultó bajo la ropa.

El tipo más común de calzado eran las sandalias; también se conocían los zapatos de cuero.  La prenda de vestir más importante era el himátion ("manto", Mat. 9: 2 l; "capa", Mar. 13: 16), que era una larga capa sin mangas o un sobretodo.  Esta última forma era por lo general el distintivo de los funcionarios y sacerdotes, quienes con frecuencia usaban un manto amplio con mangas largas (cf.  Mat. 23: 5).  La vestidura 50 de las mujeres se asemejaba mucho a la de los hombres, con la excepción que la de aquéllas sin duda tenia más colores y su tocado consistía de un velo sostenido con una cinta alrededor de la cabeza.  Con frecuencia se adornaban con sartas de monedas y también usaban aros (aretes) en las orejas y en la nariz.  Los hombres romanos por lo general usaban el cabello corto y se afeitaban el rostro; pero parece que los judíos de Palestina por lo general usaban el cabello largo y se dejaban crecer la barba.

VIDA ECONÓMICA.- La agricultura era básica para la vida en Palestina.  La población consistía principalmente de agricultores, dueños de pequeñas propiedades.  A esta clase de personas se refirió Jesús cuando habló del "padre de familia" (Mat. 13: 52; Luc. 12: 39).  Aunque a veces pudieran contratar empleados, los agricultores, junto con sus mujeres e hijos, hacían la mayor parte de su trabajo arando, sembrando y cosechando.  Dependían en gran medida de sus propias cosechas para su alimentación, de modo que sus ingresos -adecuados en condiciones favorables- rara vez eran suficientes como para permitirles reunir una fortuna.  Cuando las cosechas se perdían, lo usual era que se vieran en grandes aprietos.  En el mejor de los casos esto significaba que debían trabajar como jornaleros; y si la situación empeoraba se veían obligados a venderse como esclavos.  De manera que una gran parte de la población de la Palestina del primer siglo apenas si podía satisfacer sus necesidades básicas.

Un grupo mucho más pequeño de agricultores podía adquirir suficiente tierra como para producir algo más de lo requerido para atender sus necesidades, con lo cual ganaban vendiendo ese excedente a los que no eran agricultores.  Esto los colocaba en una posición ventajosa en la agricultura, pues disponían de dinero y de un excedente de semillas para prestar a los agricultores más pobres, y producían lo mercados de comestibles.  También había unas pocas propiedades grandes, mayormente en posesión de aristócratas y administradas por mayordomos (cf. Luc. 16: 1).

Junto a esos propietarios,  había varias clases de agricultores que trabajaban por contrato: arrendatarios, inquilinos y jornaleros (cf.  Mat. 20: l).  Finalmente, en el escalón económico más bajo estaban los esclavos, que ni eran tan numerosos ni eran tratados tan mal en Palestina como lo eran entre los romanos.  Los esclavos de sangre judía eran siervos contratados; es decir, servían durante un lapso fijo de seis años.  Sin embargo, los esclavos gentiles se hallaban en otra categoría: eran bienes que pertenecían completamente a sus amos.  Por lo general no eran tan bien tratados por sus amos judíos como los esclavos hebreos.

Además de los agricultores, una gran parte de la población se dedicaba a la artesanía.  El ideal judío era que cada hombre -no importa cuán encumbrada fuera su posición- debía enseñar un oficio a su hijo.  Por la historia sabemos que destacados rabinos de la antigüedad  fueron leñadores, zapateros, panaderos, y uno de ellos fue cavador de pozos.  Los escritos judíos mencionan unas 40 clases diferentes de artesanos que existían en Palestina durante este período; entre ellos había sastres, constructores, molineros, curtidores, carniceros, lecheros, barberos, lavanderos, joyeros, tejedores, alfareros, toneleros, vidrieros, copistas y pintores.  También había pescadores, boticarios, médicos, apicultores, avicultores y pastores.  Muchos artesanos no sólo manufacturaban sus productos sino también los vendían directamente; otros se valían de intermediarios.

El comercio era activo no sólo en productos domésticos sino también en artículos importados de otras partes.  En realidad, quizá la mitad del comercio de Palestina se hacía con productos extranjeros.  Barcos judíos con tripulación judía transportaban 51 una buena parte de las mercaderías de ese comercio.  Las actividades comerciales se facilitaban mediante un sistema bancario regular que hacía posible que los comerciantes giraran en cheques manuscritos a cargo de cuentas en ciudades tan distantes como Alejandría o Roma.

Por supuesto, la mayor parte del comercio se efectuaba mediante permutas o con pagos directos al contado.  Dos sistemas monetarios eran habituales en Palestina: uno, el romano; y el otro, el griego.  Algunas de esas monedas -especialmente los denarios- eran acuñadas por el gobierno romano; otras- como el leptón- eran acuñadas por las autoridades judías.  Los procuradores también acuñaban monedas que circulaban en Palestina.  La unidad mayor de todas -el talento- no era una moneda, sino una unidad importante, de depósito.

La siguiente tabla de unidades monetarias mencionadas en el Nuevo Testamento da el peso aproximado de las monedas.  Sin embargo, debe recordarse que el peso de algunas de ellas variaba.


UNIDADES DEL SISTEMA GRIEGO

PESO

Dracma: moneda de plata (cf. Luc. 15: 8)                                                     

         3,8 g

Estatero: moneda (Mat. 17: 27) = 4 dracmas                                                   

17,5 g

Mina: libra (cf.  Luc. 19: 13) = 100 dracmas (no una moneda sino una unidad contable)

 

Talento: (Mat. 18:  24; 25: 15) = 60 minas (no una moneda sino una unidad contable)

 

MONEDAS DEL SISTEMA ROMANO

 

Leptón: blanca (cf. Mar. 12: 42)                                                                          

0, 5 a 1g

Kodrantes: cuadrante (Mat. 5: 26; Mar. 12: 42); el cuadrante romano = 2 leptones

1,5 a 3 g

Assárion: cuarto (Mat. 10: 29; Luc. 12: 6); el as romano (de bronce) = 4 cuadrantes      

6 a 8 g

Denario: (cf. Mat. 18: 28; 20: 9-10) = 16 ases (de plata)                                       

3,89 g

Si bien es posible computar aproximadamente el equivalente de estas monedas antiguas en dinero actual, estos equivalentes pronto cambian y no dan la menor idea del poder adquisitivo del dinero en ese tiempo, que es lo que en realidad determina su valor.  Quizá se comprenda mejor el valor de estas monedas considerando que un denario era el salario diario de un trabajador agrícola (Mat. 20: 2).

En el Nuevo Testamento también se mencionan diversas medidas de capacidad y longitud.  Algunas de ellas eran de origen hebreo; otras, griegas y romanas.  Aunque algunas medidas que figuran en el Nuevo Testamento, como bátos (Luc. 16: 6, NC), sátos (Mat. 13: 33; Luc. 13: 21, BC) y kóros (Luc. 16: 7, NC, RVA), que son las hebreas bath, se'ah y kor, es evidente que durante el período entre el siglo VI a. C. (de donde proviene la mejor información en cuanto a su equivalente en los tiempos del Antiguo Testamento; ver t. I, pp. 175-176) y el siglo I d. C., esas medidas habían cambiado mucho en cuanto a sus verdaderas capacidades.  Es imposible dar un equivalente exacto de cada unidad de medida mencionada, en el Nuevo Testamento, porque las capacidades de varias de esas unidades variaron en diferentes tiempos y lugares, y también porque esos nombres parece que representaban más de una medida (así como el galón inglés es diferente al norteamericano).  La tabla hebrea de medidas de capacidad que sigue, se basa en la declaración de Josefo de que un bátos equivalía a 72 sextarios (Antigüedades viii. 2. 9 [57].  La información que tenemos indica que un sextario romano era algo más de medio litro (0,547); por esto es posible hacer un cálculo bastante aproximado del bátos.  Si suponemos que la relación entre el bátos y otras medidas hebreas hubiera permanecido constante desde los tiempos del Antiguo Testamento, también se podrá calcular el sátos y el kóros. 52

MEDIDAS DE ÁRIDOS

Unidad  Sistema métrico U.S.*

Jóinix: "libra" (Apoc. 6: 6), medida griega = 2 sextarios 1,09 lt  0,99 qt.*

Módios: "almud" (Mat. 5: 15), medida romana = 16 sextarios  8,75 lt  7,95 qt.

Sátos: (cf. Mat. 13: 33, BC), medida judía = 24 sextarios, unos 13,13 lt  11,93 qt.

Kóros: (cf. Luc. 16: 7, NC), medida judía =10 bátos, unos 5,25 hl* 14,92 bu*

MEDIDAS DE LIQUIDOS

Xéstes: jarro (cf. Mar. 7: 4), medida romana = sextario 0,547 lt  1,156pt.*

Bátos: barril (cf. Luc. 16: 6), medida judía = 72 sextarios, unos 39,40 lt  10, 41 gal*

Metr't's: tinajas (cf. Juan 2: 6), medida griega, unos 38,88 lt 10,27gal. Pero si equivale al bátos del AT 22,00 lt 5,81gal.

 MEDIDAS LINEALES

P'jus: codo (cf.  Mat. 6: 27), medida griega representa al Heb. ammah, aproximadamente              0,4445m. 1 pie 5.5 pulg.*

Orguiá: braza (cf. Hech. 27: 28), medida griega, aproximadamente 1,8 m 6 pies

Stádion: estadio (cf. Luc. 24: 13), medida griega, unos 185m. 606 pies 6 pulg. Sabbátou hodós. "camino de un sábado" (Hech. 1: 12, NC),

medida judía* 889 m. 2.916 pies

Mílion: milla (cf. Mat. 5:41), medida romana, unos 1.480 m. 4.855 pies

Los judíos del período del Nuevo Testamento para medir el tiempo usaban su calendario tradicional (cf. t. II, pp. 103-126; t. V, pp. 226, 228); pero como vivían dentro del Imperio Romano también estaban familiarizados con el calendario romano (t. V, pp. 227, 230). 

Los judíos comenzaban el día del calendario, al ocultarse el sol, pero contaban las horas de luz desde la salida de éste.  Según Mat. 20: 1, 3-6, 8, 12, el día de trabajo comenzaba "a primera hora de la mañana" (BJ) y continuaba hasta la hora duodécima, "al atardecer".  De modo que el período de luz diurna estaba dividido en 12 partes iguales u horas, que al parecer variaban de longitud con las estaciones. 

La noche estaba dividida en "vigilias".  En los tiempos del Antiguo Testamento había tres vigilias (Exo. 14: 24; Juec. 7: 19); pero en el Nuevo Testamento se usa el sistema romano que dividía la noche en cuatro vigilias (Mat. 14: 25; Mar. 6: 48), conocidas al parecer como anochecer, medianoche, canto del gallo y la mañana (Mar. 13: 35).  Cada una tenía aproximadamente tres horas de duración.  De los escritos de Josefo se deduce que este sistema se utilizaba entre los judíos en el siglo I (Antigüedades v. 6. 5; xviii. 9. 6).

El idioma común en Palestina en el siglo I era el arameo, el cual se había difundido mucho en Babilonia y en el Imperio Persa, y que los judíos habían asimilado y usado desde el regreso del cautiverio babilónico (t. I, p. 34).  Además del arameo, el griego estaba muy difundido en Palestina debido a los siglos de influencia helenística.  Esta influencia se acentuaba más en las ciudades de la región de Decápolis (ver p. 48 y mapa frente a la p. 321) y en otras ciudades helenísticas como Séforis, la capital de Galilea, que estaba situada a unos 6 km de Nazaret, la ciudad de crianza de Jesús.  Los judíos nacidos en el mundo gentil que habían regresado del cautiverio a la tierra de sus antepasados, con frecuencia también hablaban griego. 53

IV. LAS SECTAS DEL JUDAÍSMO

LOS FARISEOS.- La conquista del antiguo Cercano Oriente realizada por Alejandro Magno (331 a. C.) fue seguida por una invasión cultural más permanente del idioma, las costumbres, las ideas y la religión de los griegos.  Finalmente, los intentos de Antíoco Epífanes por helenizar a los judíos, es decir, para obligarlos a adoptar la cultura griega, provocaron la más decidida resistencia (pp. 30-33; ver com.  Dan. 11: 14).  Los judíos, acaudillados por judas Macabeo y otros miembros de su familia -más tarde conocidos como macabeos o asmoneos-, derrochando heroísmo derrotaron a las fuerzas de Antíoco y lograron su libertad (164 a. C.). Entre los judíos, especialmente de los más ricos y educados así como entre los que residían más allá de los límites de Palestina, hubo una tendencia gradual a asimilar la cultura griega.  Esos judíos eran conocidos como helenistas y constituían el elemento liberal de la sociedad judía.  Pero la mayoría de los que vivían en Judea se aferraban tenazmente a las costumbres y a la religión de sus antepasados.

En oposición a las influencias griegas, surgió en Judea un movimiento conservador cuyos miembros tomaron el nombre de hasidim (Heb. jasidim), que significa "los piadosos" o "santos" (ver com.  Sal. 16: 10 y Nota Adicional del Sal. 36).  Los fariseos, cuyo nombre significa "separatistas", se originaron con los hasidim, y aparecieron por primera vez como un partido político alrededor del año 120 a. C., durante el tiempo de Juan Hircano (ver pp. 31, 35).  Los fariseos eran el partido mayoritario, popular y ortodoxo.  Su programa consistía en adherirse rígidamente a la ley y a la multitud de interpretaciones tradicionales de las Escrituras que surgieron en ese tiempo.  Insistían en rehuir responsabilidades públicas y deberes cívicos.  No se apartaban del bullicio y de la actividad de la vida, pero eran severos jueces de ella y procuraban evitar las relaciones que creían que los contaminaban.  Insistían en que dependían de Dios para la conducción del pueblo y que trabajaban en favor de ellos como Dios lo había hecho en lo pasado.

La iglesia y el Estado estaban unidos en Judea, como en todos los gobiernos de ese tiempo.  Entre los judíos la religión atañía al Estado de un modo especial.  Siempre había sido así desde los días de Moisés y de Samuel hasta David, en cuyo tiempo la clase sacerdotal había llegado a ser diferente de la autoridad civil.  Además, la casa de los asmoneos había sido sacerdotal, aunque no provenía directamente del linaje aarónico de sumos sacerdotes.  Por lo tanto, Judas, Jonatán y Simón -hijos de Matatías, el viejo sacerdote de Modín- continuaban siendo sacerdotes mientras gobernaban a su país recientemente liberado, pues no había quien tuviera pretensiones mejor fundadas para el cargo del sumo sacerdocio.  Pero los fariseos se oponían a esa unión del liderazgo político y religioso; querían separar la religión del tutelaje del Estado, liberar el sumo sacerdocio de complicaciones políticas y alejarse de las actividades cívicas.

Pero era difícil llevar a buen término todos esos esfuerzos, pues para los judíos no había una línea lógica de separación entre la religión y las otras actividades de la vida.  Al sacerdocio le incumbía tanto una parte de la vida pública, que no podía librarse de complicaciones políticas.  Los fariseos en vez de apartarse de la sociedad -como lo hacían los esenios y más tarde lo hicieron los monjes cristianos- se convertían en partidarios de cualquier caudillo que sostuviera sus puntos de vista.  Como estudiantes de la ley constituían la clase de los escribas o teólogos, y, por lo tanto -aunque no pertenecían al común del pueblo-, eran los guías espirituales.  Defendían sus creencias con ardor y convicción, y conquistaban numerosos partidarios para sus puntos de vista.

Los fariseos creían en una vida futura; que Dios, en su presencia, daría felicidad 54 a su pueblo, felicidad de la cual sólo podría disfrutar el justo.  En ese estado beatífico los buenos recibirían la recompensa de su virtud.  Pero los impíos, los que resistían a Dios, los que desobedecían la ley divina, sufrirían para siempre en un lugar de tormentos.  Sin embargo, no todos los fariseos estaban de acuerdo en cuanto a los detalles de las recompensas y castigos del futuro, los cuales aguardaban a fieles e infieles.  Había muchas variantes en el pensamiento acerca de la vida después de la muerte.  Una creencia común entre los fariseos era el concepto de que en un lugar intermedio todas las almas de los muertos aguardaban ser trasladadas, cada una a su destino final.  Desde este lugar imaginario, designado como Hades, aquellos que no estaban todavía preparados para entrar en el "seno de Abrahán" (ver Talmud Kiddushin 72a), podían ver la anticipación de sus placeres, mientras que los que aún no habían sido confirmados para un destino impío, podían visualizar la realidad de los horrores que les aguardaban.

Cristo usó en la parábola del rico y Lázaro (Luc. 16: 19-31) las enseñanzas de los fariseos acerca de la vida futura, como un recurso para destacar que uno, mientras vive, debe aprovechar las advertencias y amonestaciones para su bien (PVGM 243-246).  Después de su arresto en Jerusalén, Pablo se valió de la creencia de los fariseos en la resurrección para dividir a sus acusadores (Hech. 23: 6-10).

Los fariseos mantenían viva la esperanza mesiánica.  El Ungido vendría, restauraría e incrementaría en gran manera la gloria que Israel había tenido durante el reinado de David (ver t. IV, p. 33), y el Mesías gobernaría el mundo (ver t. IV, p. 35).  David había sido poderoso y había gobernado con gran influencia en el mundo; pero el Mesías superaría a todos los gobernantes.  David había sido sabio y bueno; pero el Mesías sería la justicia personificada, y aunque no lo concebían como a Dios, creían que estaría revestido de poder sobrenatural.  Los términos legalismo, nacionalismo y mesianismo podrían usarse para describir la filosofía y los propósitos de los fariseos.

A medida que la casa de los asmoneos adquiría experiencia con el correr del tiempo y los deberes del Estado incluían más y más relaciones internacionales, los gobernantes se hacían menos estrictamente judíos y se caracterizaban más por el mismo helenismo contra el cual se habían sublevado el anciano Matatías y su hijo Judas Macabeo.  Esa tendencia aumentó hasta que finalmente prevaleció la política helenizante de la dinastía herodiana.

LOS SADUCEOS.- No se conoce el significado de este nombre, a menos que derive del nombre de la familia sacerdotal. de Sadoc (1 Rey. 2: 35), nombre que probablemente se usó como distintivo común de los diversos exponentes del pensamiento de la aristocracia. Esos exponentes eran los saduceos, que se preocupaban mucho por los intereses seculares de la nación.  De modo que los saduceos eran completamente diferentes de los fariseos.  El buen éxito material y político logrado por la familia de los Macabeos fue para los saduceos un motivo de honda satisfacción.  Sus intereses eran principalmente políticos.  Sus propósitos se enfocaban en ese tema.  El separatismo era completamente contrario a su perspectiva y sus prácticas.

No eran antirreligiosos, pero creían que el bienestar de la nación -según ellos lo concebían- no requería que las consideraciones religiosas fueran decisivas en todos los asuntos.  Aceptaban la Torah, la Ley, como canónica; pero rechazaban el resto del Antiguo Testamento pues no lo consideraban inspirado, y negaban el valor de la tradición (ver com.  Mar. 12: 26; Luc. 24: 44) de la cual dependían mucho los fariseos.

Los saduceos no aceptaban la enseñanza de una vida futura, o de ángeles, o de espíritus de cualquier naturaleza, o de una retribución futura, pues declaraban que 55 en la Torah no había declaraciones definidas en cuanto a estos temas (Josefo, Antigüedades xviii. 1. 4; Guerra ii. 8. 14 [164-165; Hechos 23: 8]).  Los fariseos confesaban su dependencia de Dios para obtener su ayuda, pero los saduceos dependían de sí mismos.  No tenían inconvenientes en hacer alianzas con los extranjeros y en utilizar cualquier otro medio que fuera para el beneficio de la nación.

Como los saduceos representaban la aristocracia judía, no reflejaban el parecer de todo el pueblo.  Eran, hasta cierto punto, una reencarnación del partido helenístico que había existido entre los judíos, y contra el cual se habían levantado los hasidim, en tanto que los fariseos eran los descendientes ideológicos de los hasidim.

Los príncipes asmoneos lograron al principio evitar ser partidarios o de los fariseos o de los saduceos; pero admitieron la colaboración de ambos, distribuyendo los cargos públicos y los honores entre los dos grupos.  Durante el largo principado de Juan Hircano I, hijo del noble asmoneo Simón, una indiscreción de algunos caudillos de los fariseos inclinó a los asmoneos hacia el lado de los saduceos (Josefo, Antigüedades xiii. 10. 6 [293-296]). Desde entonces la casa asmonea fue más abiertamente helenística, es decir, menos judaica en su política y en sus procedimientos; y la influencia de los saduceos fue cada vez mayor en los asuntos de la nación.  Sin embargo, es poco lo que se sabe de los saduceos porque no dejaron ningún libro o escrito.

LOS ESENIOS.- Los esenios constituían una tercera secta judía.  Como los fariseos, parecen haber sido una rama de los hasidim. En realidad, los esenios representaban el extremo conservador del mismo movimiento que dio como resultado el farisaísmo.  Los esenios pusieron en práctica los principios más severos de los fariseos.

Algunas diferencias menores entre los diversos núcleos que dieron origen a los esenios parecen indicar que la secta estuvo dividida en dos grupos, uno de los cuales se caracterizaba por su repudio al matrimonio.  En otros asuntos ambas clases de esenios practicaban el separatismo de los fariseos, hasta el punto de apartarse de la sociedad y, por lo tanto, su vida fue virtualmente monástico.  No comerciaban, rehusaban tener esclavos, y por lo menos, en cierta medida, rehuían los sacrificios del templo.  Se negaban a prestar juramentos, practicaban la comunidad de bienes, participaban de comidas en común con alimentos preparados por sacerdotes-cocineros, vivían separados de los que no eran esenios y se ayudaban fraternal y recíprocamente en los casos de enfermedad y en otras circunstancias adversas.  Se vestían de blanco y eran escrupulosamente limpios.  En este respecto se destacaba su énfasis en los lavamientos ceremoniales por inmersión, que practicaban diariamente.

Los esenios creían en la preexistencia de las almas, por lo que sostenían un dualismo filosófico y rechazaban la resurrección del cuerpo.  En sus enseñanzas había elementos indudablemente derivados del zoroastrismo. La doctrina de los esenios tenía, en ciertos aspectos, algunas características del pitagorismo griego.

Los descubrimientos arqueológicos de Khirbet Qumrán, en la zona del mar Muerto, despertaron un nuevo interés en esta secta (ver t. 1, pp. 35-38; t. IV, pp. 128-130). Se ha difundido mucho ahora entre los eruditos la convicción de que los edificios de Qumrán pertenecían a una comunidad que floreció en el siglo I a. C., y de nuevo, después de un período vacante, en el siglo I d. C.; y que los manuscritos allí encontrados eran una biblioteca esenia.  El parecido entre estos documentos -especialmente del Manual de Disciplina y el Comentario de Habacuc- con un tratado descubierto en El Cairo en 1896, que se originó con un grupo conocido como los pactantes de Damasco, ha permitido suponer que ese grupo de Damasco también era esenio.

Esos documentos revelan una afinidad notable con algunos aspectos del cristianismo primitivo, y demuestran una relación más estrecha de la que se había advertido 56 antes entre las enseñanzas de Juan el Bautista y Jesús por un lado, y ciertos elementos del judaísmo por el otro.  Señalan que la venida del Mesías -incluso de dos Mesías- era un dogma importante de las creencias en Qumrán.  Por lo menos los grupos de Qumrán y de Damasco remontaban su origen hasta un profeta, "el Maestro de justicia". El había organizado a sus seguidores en un "Nuevo Pacto" (o "Nuevo Testamento") en preparación para el reino mesiánico, y se había visto envuelto en serios conflictos con las autoridades religiosas dominantes entre los judíos.

Mediante la pureza de su vida y su estricta obediencia a la ley, la comunidad de Qumrán se proponía contribuir en la preparación del mundo para el reino venidero.  Insistían en que los actos de purificación -como las inmersiones diarias- eran inútiles si no eran precedidos por una limpieza del corazón mediante "un espíritu santo" que ellos creían que Dios les hacía conocer por medio de "su Ungido".  Su énfasis en la limpieza espiritual preparatoria para el reino mesiánico, sus lavamientos, sus elevadas normas de ética y su establecimiento en el desierto del jordán, cerca del mar Muerto, se asemejan mucho con el ministerio de Juan el Bautista; y como éste, declaraban que ellos eran el cumplimiento de Isa. 40: 3. Este parecido es tan sorprendente, que es difícil no llegar a la conclusión de que Juan debe haber tenido alguna relación con los esenios. Algunos aspectos de las enseñanzas de los apóstoles Juan y Pablo también encuentran varios ecos paralelos en la literatura de los esenios.  Por supuesto, esto no significa que dichos apóstoles tomaron su mensaje evangélico de alguna o algunas enseñanzas de los esenios.

LOS HERODIANOS.- Los herodianos surgieron después que los grupos mencionados, e indudablemente sólo se interesaban en la política.  Poco se sabe de ellos fuera de las referencias incidentales en el Nuevo Testamento (Mat. 22: 16; Mar. 3: 6; 12: 13). Josefo habla de "partidarios de Herodes" (Antigüedades xiv. 15. 10 [450]).  Según parece eran galileos que deseaban que los descendientes de la casa de Herodes gobernaran en Palestina en vez de los extranjeros.

LOS ZELOTES.- Los zelotes, como los herodianos, perseguían intereses políticos.  Hay varias teorías en cuanto a su origen.  Algunos creen que provinieron -como los fariseos y los esenios- de los hasidim.  Serían, pues, los "piadosos", para quienes la política se convertía en el principal motivo de la religión.  Sin embargo, es difícil establecer una relación tal por medio de claras evidencias documentales. Josefo (Antigüedades xviii. 1. 6) describe una "cuarta secta de filosofía judía" que con frecuencia se ha comparado con los zelotes, aunque también falta una prueba concluyente documental para esta identificación. Josefo atribuye la fundación de esta secta a Judas Galileo (de Gaulanítide), que levantó una revuelta contra los impuestos, quizá después del censo de Quirinio, año 6 d. C. (Hech., 5: 3 7).  Josefo informa que en asuntos religiosos estaban de parte de los fariseos; pero que políticamente rehusaban que alguien los gobernara, excepto Dios.  Pero no menciona a los zelotes, a lo menos por nombre, hasta el tiempo de la guerra romana (66-70 d. C.), cuando aparecieron como un partido extremista bajo el liderazgo de Juan Gichala (Guerra v. 3. 1).  Sin embargo, puesto que él nos informa (Antigüedades xviii. 1. 6) que los adictos de la "cuarta secta" fueron particularmente activos durante esa guerra, muy bien podrían ser identificados con los zelotes.  Uno de los discípulos de Cristo, Simón (no Pedro), probablemente había pertenecido a los zelotes (Luc. 6: 15; Hech. 1: 13).

También había grupos de cristianos judíos, como los nazarenos y los ebionitas, que surgieron posteriormente, demasiado tarde para ser incluidos en este estudio.  No se sabe si estas sectas siguieron siendo miembros aceptables dentro de la sociedad judía.  El núcleo principal de judíos cristianos no fue aceptado por el judaísmo, sino rechazado en el concilio de Jamnia (c. 90 d. C.). 57

V. VIDA RELIGIOSA JUDÍA

EL PUEBLO COMÚN.- Aunque las sectas del judaísmo fueron importantes en la vida de la nación, representaban sólo un fragmento de la población judía del siglo I d. C.  La mayoría de la gente desconocía los detalles de la ley que tanto interesaban a los fariseos, esenios y zelotes, y tampoco se sentía atraída por la sofisticación de los saduceos. Esas masas incultas eran conocidas en hebreo como 'am ha'árets, "gente de la tierra".  Los fariseos los despreciaban debido a su ignorancia y su descuido en el pago del diezmo y con las purificaciones rituales; y por esa razón creían que estaban bajo una maldición (Juan 7:48).  Jesús y sus discípulos hicieron buena parte de u obra entre esa gente, y seguramente  -tal vez con frecuencia- se los clasificaba con ellos (Mat. 11: 19; 15: 1-2; Juan 7: 15).  El hecho de que el 'am ha'árets descuidara las restricciones rituales y ceremoniales no significaba, sin embargo, que necesariamente no sentía deseos de Dios, y sin duda esa gente formaba la mayoría de los que oían a Cristo "de buena gana" (Mar. 12: 37).

La vida judía continuó su curso mientras Herodes construía, gastaba dinero, asesinaba, y hasta que finalmente murió. Las esperanzas mesiánicas aumentaban. Los fariseos presentaban con insistencia ante el pueblo un ejemplo de rígido legalismo caracterizado por la estricta observancia del sábado y por reglas rituales de purificación. La rutina de los servicios del templo de Jerusalén continuaba con dignidad y pompa inalterables, mientras que sus atrios estaban llenos de adoradores, mendigos, cambistas de dinero y vendedores de animales para los sacrificios. Miles de peregrinos procedentes de los confines más distantes de Palestina y de todo el mundo, acudían a Jerusalén para las tres fiestas anuales: la pascua y los panes sin levadura, Pentecostés y los tabernáculos (ver com.  Exo. 23:14-17; Lev. 23:2; Deut. 16:1617). Los fariseos anhelaban rectitud; el pueblo común, el gozo de la religión; la nación, al Mesías.

En lo que atañe a religión, el pueblo común no estaba atado en nada a la minuciosa observancia de las tradiciones legales como los fariseos.  Sin embargo, éstos tenían una influencia considerable y, además, hacían mucho para imponer el tono religioso en la nación.  Esto significaba que el tradicionalismo y el ceremonialismo desempeñaban un gran papel en el pensamiento y en la vida religiosa de los judíos.  Como ejemplos de las restricciones y observancias religiosas de los judíos, ver com. Mat. 23:23; Mar. 2:18, 23-24; 7:2-4, 9.

LOS ESCRIBAS.- Este grupo era llamado en hebreo soferim, "escribas", "escritores"; y en griego, grammatéis, literalmente "secretarios" o "amanuenses".  También se los llamaba -y con más exactitud nomikói: "intérpretes de la ley" (Mat. 22: 35; Luc. 7: 30; etc.), y nomodidáskaloi: "maestros de las leyes" ("doctores" en la ley; ver 1 Tim. 1: 7).  Su tarea consistía en estudiar e interpretar las leyes civiles y religiosas, y aplicarlas a los detalles de la vida diaria. Sus dictámenes -semejantes a los de los magistrados actuales de una corte suprema- tenían mucha importancia y se convertían en la base de futuras interpretaciones. Ese conjunto de decisiones constituía la "tradición" contra la cual Jesús se pronunció con tanta frecuencia, y la cual -también con frecuencia- fue acusado de haber violado (Mat. 15:2-3, 6; Mar. 7:2-3, 8-9).  Algunos escribas notables fueron grandes maestros entre los judíos. En los días de Jesús los escribas eran más influyentes que cualquier otro grupo de dirigentes. Muchos de ellos eran miembros del sanedrín al que probablemente se hace referencia en Mat. 26:3. Algunos escribas aceptaron a Cristo (Mat. 8: 19); pero la mayoría de ellos tenían un profundo prejuicio contra él (Mat. 16: 21).  La mayoría eran fariseos.

LA SINAGOGA.- La sinagoga -literalmente la "asamblea"- era un punto importante 58 en la vida comunitaria judía.  Esta institución característica del judaísmo nació y floreció durante el cautiverio babilónico y después de él (PR 450-45 l). La tradición afirma que el profeta Ezequiel, uno de los cautivos de Tel-abib cerca del río Quebar en la baja  Mesopotamia,  fue el fundador de la sinagoga. Durante los siglos posteriores al cautiverio, los judíos voluntariamente se esparcieron por todo el mundo conocido, de modo que era difícil hallar una ciudad sin una comunidad judía (Hech. 15: 21), y cada comunidad tenía su sinagoga. Se debía establecer una sinagoga cuando hubiera  diez adultos varones, y esos diez se convertían en sus primeros "dirigentes".

La sinagoga sirvió, quizá más que ninguna otra institución, para conservar la religión, la cultura y el sentido de la individualidad racial propio de los judíos. La sinagoga nunca fue un lugar de sacrificios como el templo de Jerusalén, y por lo tanto no era considerada como un lugar de culto en su sentido más elevado. En ella se celebraban servicios cada sábado, en los cuales se leían y explicaban la ley y los profetas, lo cual constituía el centro de atención. La sinagoga con frecuencia también servía durante la semana como un tribunal local (Mar. 13: 9), y generalmente como una escuela. En resumen, la sinagoga era un lugar para recibir instrucciones en las Escrituras y para orar. Las comunidades  judías existían separadamente en los países extranjeros y se ocupaban de sus propios asuntos civiles y religiosos, sujetas, por supuesto, a la ley del país (Josefo, Antigüedades xix. 5. 3).

Los sacerdotes no estaban directamente relacionados con la administración de las sinagogas, pues no había sacrificios, aunque se los invitaba con frecuencia para que participaran en los servicios.  Los asuntos de cada sinagoga y de la comunidad que comprendía, estaban bajo la supervisión de un consejo de ancianos (Luc. 7: 3-5) o gobernantes (Mar. 5: 22).  El magistrado más importante, el presidente de la sinagoga (Luc. 8: 49; 13: 14), presidía durante los servicios o decidía que otros lo hicieran, y nombraba a hombres capaces de la congregación para que oraran, leyeran las Escrituras y exhortaran a los fieles. No había clérigos.  Había, por lo menos, un funcionario de menor importancia, el jazzan -equivalente a un diácono de la iglesia cristiana- que tenía a su cargo los deberes más humildes, tales como sacar del arca los rollos de la ley y los profetas y ponerlos de nuevo dentro de ella, y aplicar los castigos corporales decididos por los ancianos.

En diversos lugares de Palestina se pueden ver las ruinas de sinagogas, algunas de las cuales quizá datan del tiempo de Cristo. Las ruinas de la sinagoga de Capernaúm datan del siglo III.  Las sinagogas eran rectangulares, y su entrada principal estaba en el extremo sur.  Las congregaciones más ricas embellecían sus sinagogas con diversos adornos, como guirnaldas de hojas de parra y racimos de uvas -el símbolo nacional de Israel-, el candelero de siete brazos, un cordero pascual, la vasija de maná y muchos otros objetos y escenas de las Escrituras del Antiguo Testamento. En el salón principal de la sinagoga había un pupitre para la lectura, un asiento para el exhortador y un cofre o arca que contenía los rollos de la ley y los profetas. Había asientos o bancos, por lo menos para los miembros más ricos de la congregación (cf.  Sant. 2:2-3), y los que estaban adelante, cerca del pupitre del lector, eran considerados como "los primeros asientos" (Mat. 23: 6).  La congregación, que miraba hacia el arca, estaba dividida en dos grupos: los hombres (de 12 años en adelante) se sentaban a un lado, y las mujeres y los niños (entre 5 y 12 años) se sentaban en el otro, o a veces en un balcón o recinto separado.

La asistencia de los varones era obligatoria en día sábado y en los días festivos, y se consideraba un acto meritorio participar en el servicio que -de acuerdo con las costumbres modernas- indudablemente era largo.  Los especialistas difieren en 59 cuanto a los detalles de los servicios celebrados en las sinagogas en el siglo I a. C., y puesto que la mayoría de los documentos disponibles son escritos rabínicos, es difícil saber con certeza cuánto de eso se aplica al período anterior al 70 d. C.

Sin embargo, el siguiente esquema quizá se aproxime mucho al orden de los servicios de las sinagogas como eran en los días de Jesús y los apóstoles: 

1. Recitación al unísono de la SHEMA' -una confesión de fe tomada principalmente de pasajes tales como Deut. 6: 4-9; 1 l: 13-21; Núm. 15: 37-41-, antes y después de la cual un miembro de la congregación se situaba frente al arca de la ley para ofrecer en nombre de todos una oración séptuple, cada una de cuyas partes era confirmada con el "¡Amén!" de la congregación.  Entre la sexta y la séptima parte de esta oración, si había sacerdotes presentes subían a la plataforma del arca y levantando las manos pronunciaban al unísono la bendición aarónica de Lev. 9: 22 y Núm. 6: 23-27.

2. La Parashah, o lectura de la sección correspondiente de la ley (cf.  Hech. 13: 15).  La reverencia debida a la ley exigía que el rollo se desenvolviera detrás de una cortina sin que lo viera la congregación.  La ley, o sea los cinco libros de Moisés, se leía enteramente en un ciclo de tres años, y una parte estaba designada para cada sábado. Cada una de esas partes estaba dividida en siete secciones que tenían a lo menos tres versículos.  Se designaba a un miembro diferente de la congregación para que leyera cada una de esas subdivisiones.  Cualquiera que cometiera el menor error era inmediatamente reemplazado por otro.  La lectura de la ley era traducida versículo por versículo del hebreo al idioma del pueblo común (arameo en Palestina; ver Neh. 8: 1-8), y por otra persona, para evitar la posibilidad de que hubiera un error en la traducción exacta del texto de las Escrituras.

3. La Haftarah, o lectura de los profetas. El rollo de los profetas -que era considerado menos sagrado que la ley- tenía un solo rodillo y no dos como la ley, y podía ser desenrollado delante de la congregación. No hay ninguna prueba de que hubiera un ciclo u orden para la lectura de los profetas en el tiempo de Cristo. Por lo tanto, quizá el rollo era entregado a la persona designada por el dirigente de la sinagoga para que leyera, y el lector elegía el pasaje. Fue en esta parte del servicio en la que participó Jesús en la sinagoga de Nazaret (Luc. 4: 16-22), cuando después de leer en Isa. 61 presentó ante la gente su misión y autorización profético. El que leía de los profetas era llamado el "despedidor", pues su lectura más sus observaciones y exhortaciones basadas en el pasaje leído constituían la parte final del servicio.

4. La Derashah, o "investigación", "estudio", era un sermón generalmente presentado por un miembro de la congregación.  El lector de la haftarah, como los que leían de la ley, que daba en pie mientras leía.  Pero el que predicaba el sermón se sentaba en un asiento especial cerca del atril o pupitre de lectura conocido como "cátedra de Moisés" (Mat. 23: 2).  Sus observaciones generalmente se basaban en la lectura de los profetas; pero podían incluir también la de la ley.  En esas interpretaciones de los mensajes proféticos, la imaginación del orador con frecuencia divagaba mucho, usando paráfrasis, parábolas o leyendas para destacar cómo entendía el mensaje profético.  A los visitantes, con frecuencia se los honraba invitándolos a presentar el discurso.  Pablo aprovechó más de una vez esa oportunidad (Hech. 13: 14-16; 14:  l; 17: 1-2, 10-1 l; 18: 4; 19: 8).

5. El Sermón Era Seguido Por La Bendición.  Esta era ofrecida por un sacerdote si estaba presente; de lo contrario, se ofrecía una oración.  En algunos lugares se cantaban salmos en el servicio.

En Palestina no sólo había sinagogas para los judíos, autóctonos sino también para los judíos que habían nacido en el extranjero, pero habían regresado a la tierra 60 de sus antepasados. Por eso en Jerusalén había, en días de los apóstoles, una sinagoga de "los libertos" (Hech. 6: 9), que quizá eran judíos o descendientes suyos, que una vez habían sido cautivos o esclavos de los romanos, pero más tarde fueron libertados. Esteban disputó con los miembros de esa sinagoga.

También había sinagogas judías en Alejandría, en Antioquía de Siria, en Roma y, sin duda, virtualmente en todas las otras ciudades del imperio, pues Pablo las encontraba no sólo en lugares principales como Corinto, Efeso y Tesalónica, sino también en Salamina de Chipre, Antioquía de Pisidia, Iconio, Berea de Grecia, e indudablemente en muchos otros lugares que no son mencionados.

Fácilmente se puede entender cuánto influían sobre los judíos los servicios de la sinagoga, con su énfasis sobre la ley, el deber y las esperanzas y aspiraciones espirituales.  El énfasis puesto en la Torah -la voluntad revelada de Dios (ver com.  Deut. 31:9; Sal. 19:7)- daba a los judíos un carácter ético que los destacaba entre los pueblos del Imperio Romano.

LAS ESCUELAS.- Las escuelas eran especialmente importantes para la vida judía, pues ayudaban a modelar su carácter y a establecer su sistema ético.  La educación sistemática había desempeñado un papel significativo en la vida de los israelitas desde la antigüedad, como lo indican las escuelas de los profetas fundadas por Samuel y reestablecidas por Elías (PP 642-652).  Las escuelas judías se inauguraron de nuevo, quizá alrededor del período 90-80 a. C., debido a la reforma de Simeón ben Shetaj y Judas ben Tabbai.  Parece que establecieron escuelas en algunas de las sinagogas para afianzar una observación más estricta de la ley ceremonial y de un ritual mejor reglamentado que su reforma había elaborado.

Al padre y a la madre en el hogar siempre había correspondido, entre los judíos, la principal responsabilidad en la educación de la juventud.  Se esperaba que dieran a sus hijos un conocimiento de la Torah y de los principales dogmas del judaísmo.  Pero debido a las catastróficas vicisitudes por las que había pasado la nación se había interrumpido la vida hogareña, y con frecuencia los mismos padres necesitaban instrucción. Para remediar esta situación se establecieron escuelas con escribas como maestros, para que inculcaran en la mente de los niños aquellas cosas que habían de conservarlos fieles al judaísmo en años posteriores para robustecer a la nación. El pueblo o ciudad que no proporcionaba instrucción religiosa a su juventud, era considerado como si hubiera estado bajo la maldición de Dios (DTG 49-50).

Aunque esas escuelas respondían a una necesidad bien definida, crecían muy lentamente.  Sólo se ofrecía educación a los muchachos.  Para los que procedían de hogares de buena posición económica de los pueblos más grandes, les era fácil encontrar tiempo y oportunidades para estudiar; pero a los muchachos más pobres de los lugares más pequeños, les era muy difícil encontrar tiempo para dedicarlo a su educación.  Aún para poder subsistir con frecuencia se obligaba a los muchachos a trabajar en los campos o en el taller con sus padres.  No fue sino hasta en los días de Jesús (el hijo de Gamaliel), poco antes del estallido de la guerra romana de 66-73 d. C., cuando se fundaron escuelas en todos los distritos y en cada pueblo medianamente importante.

En esas escuelas elementales la instrucción era sencilla y rudimentaria.  Aunque se enseñaba a leer y a sacar cuentas, la Torah era la base de toda instrucción. Se enseñaban, ante todo, los ritos y rituales de la religión judía, su significado y la importancia de cumplir con todas las obligaciones de la ley.

Para los niños dotados de inteligencia y talento había escuelas superiores a las cuales rara vez podían aspirar los muchachos más pobres.  Aunque el curso de estudio en tales instituciones era más esmerado que en las escuelas elementales, siempre 61 se centralizaba en la Torah.  Esas escuelas superiores por lo general eran informales, cuyo centro era el maestro, y se reunían en una sinagoga bien equipada o en un local destinado para ese propósito.  Esas escuelas superiores existían en Jerusalén y en las ciudades más grandes del extranjero donde había suficientes judíos para sostenerlas y se podía disponer de los servicios de maestros instruidos e influyentes.  Una famosa escuela en Jerusalén era la de Gamaliel (Hech. 5: 34-40), a la cual asistió Pablo (Hech. 22: 3).

Como ya hemos dicho, en las escuelas de todos los niveles la instrucción se basaba en las Escrituras y en la tradición judía.  La ley y su interpretación basada en la tradición, era el principio y el fin de la instrucción.  Se daba énfasis especial a las enseñanzas que a través de los años habían añadido los escribas según su sabiduría.

Pero había judíos fieles que no estaban satisfechos con esa instrucción basada en la tradición legalista, y creían que con la bendición y la iluminación de Dios podían educar mejor a sus hijos instruyéndolos en sus hogares.  Entre esos padres se encontraban María y José de Nazaret. Jesús nunca asistió a las escuelas de la sinagoga (DTG 50-51).  La maestra de Jesús fue su madre, quien tomaba las Escrituras y de su propia experiencia con Dios y con la vida lo que enseñaba a Jesús, y él lo añadía a lo que aprendía de la naturaleza y de su comunión con su Padre celestial.  José enseñó a Jesús el oficio de carpintero y otras cosas prácticas de la vida.  Aunque los enemigos de Jesús declararon que no había "estudiado" Juan 7: 15), su carácter y su ética eran muy superiores a cualquier cosa que las mejores escuelas pudieran haberle impartido (DTG 59).

LA DIÁSPORA.- Los Judíos habían estado esparcidos por todo el mundo civilizado durante varios siglos antes del nacimiento de Cristo, llevando por donde quiera que iban el conocimiento del Dios verdadero.  Se podía encontrar comunidades Judías en la mayoría de las ciudades del Imperio Romano.  En algunas ciudades como Nehardea y Nisibis, en Mesopotamia de donde pudieron proceder los "magos"-, los Judíos constituían la mayoría de la población.  Una gran proporción de los habitantes de Siria eran judíos. Josefo estimaba el número de judíos, sólo en Egipto, en un millón.  Se afirma que en Alejandría constituían un tercio de la población.  Los judíos de la dispersión o diáspora -especialmente intensa desde el siglo III a. C.-, evidentemente superaban en número a los que se habían quedado en Palestina.

Los judíos establecían sus sinagogas por dondequiera que iban, y en ellas acogían bien a los gentiles.  Hacía ya unos dos siglos que el Antiguo Testamento podía leerse en griego (el idioma internacional de ese tiempo) y era ampliamente estudiado por las clases más educadas.  Los judíos y los prosélitos asistían a las grandes festividades religiosas de Jerusalén, especialmente a la pascua, y al volver contaban a otros lo que habían aprendido allí (ver t. IV, pp. 31-32).  Aunque los judíos quizá no fueran apreciados por sus vecinos paganos, sin embargo eran respetados, y en general prosperaban más.  Sus conceptos morales y sus prácticas eran incomparablemente superiores a los de los paganos.  Su vida familiar con frecuencia era un modelo que admiraban los paganos que los rodeaban, los cuales observaban cómo los judíos trataban y criaban a sus hijos, inclusive a los menos promisorios.  A pesar de su fracaso de no estar a la altura de los elevados ideales que podrían haber alcanzado, es un hecho innegable, que a pesar de sí mismos, los judíos dieron por todo el mundo un testimonio importante y eficaz del Dios verdadero, Creador y Sustentador de todas las cosas (cf. t. IV, pp. 29-32).

Los escritores romanos clásicos muestran que estaban familiarizados con las costumbres judías, aunque no siempre describen esas costumbres con exactitud.  Por ejemplo, el poeta Horacio menciona a un amigo quien en broma rehusaba hablar de 62 negocios con él porque era el "trigésimo sábado", y que preguntaba " '¿vas a provocar al judío circunciso?'... 'Yo soy un hermano un poco más débil, uno de los muchos [que tienen escrúpulos religiosos]´" (Sátiras i. 9. 68-73). Aunque evidentemente los judíos no debían hablar de negocios en su día sagrado.  Su oscura referencia al "trigésimo sábado" se ha interpretado de diversas maneras; pero ninguna explicación al respecto es plenamente satisfactoria.

Sin embargo, parece que los judíos eran despreciados en muchos círculos genitales por su forma de vivir, y especialmente por sus restricciones en la alimentación y su observancia del sábado.  Agustín, uno de los padres de la iglesia, nos informa que el filósofo Séneca se quejaba de que los judíos "proceden inútilmente guardando esos séptimos días, por lo que pierden debido a su ociosidad aproximadamente una séptima parte de su vida" (La ciudad de Dios vi. 11).  Juvenal el poeta satírico, escribió:  "Algunas que han tenido un padre que reverencia el sábado, no adoran otra cosa sino las nubes y la divinidad de los cielos, y no ven diferencia entre comer carne de cerdo, de la cual se abstuvo su padre, y la carne humana; y con el tiempo practican la circuncisión... Por todo lo cual debía culparse al padre, quien dedicaba cada séptimo día a la ociosidad apartándolo de todas las preocupaciones de la vida" (Sátira 14).

Tácito, el historiador romano presenta con detalles las prácticas religiosas judías; pero con frecuencia entiende mal su origen y significado.  "Los judíos -dice- consideran como profano todo lo que nosotros tenemos como sagrado; pero permiten todo lo que nosotros aborrecemos" (Historia v. 4).  Afirma que los judíos se abstenían de comer cerdo debido a que recordaban una plaga de escaras que una vez habían sufrido los cerdos.  Entendía que sus frecuentes ayunos eran una conmemoración de un hambre prolongada que sufrieron una vez, y creía que su consumo de pan sin levadura era un recuerdo de la prisa con que comieron cuando finalmente consiguieron alimento.  Acerca de su observancia del sábado, Tácito explica que los judíos "dicen que al principio eligieron descansar en el séptimo día porque ese día terminaban sus tareas; pero después de un tiempo fueron inducidos por los encantos de la indolencia a dedicar también el séptimo año a la inactividad" (Historia v. 4).

Otros escritores paganos que se refieren a las prácticas judías son Dio Casio, Historia romana xxxvii. 17; César Augusto, citado por Suetonio en Vidas de los césares ii .776; y Marcial, Epigramas iv. 4.

INFLUENCIA JUDÍA.- Apesar de estas opiniones adversas acerca de los judíos, Cicerón muestra que su influencia era poderosa en Roma.  Mientras Flaco gobernaba la provincia de Asia en el 62 a. C., confiscó una gran cantidad de oro que los judíos habían reunido para enviar al templo de Jerusalén.  Cicerón defendió a Flaco, y declaró de los judíos:  "Tú sabes qué gran multitud son ellos, cómo se mantienen firmemente juntos, cuán influyentes son en las asambleas que no son oficiales" (Pro Flaco, cap. 28). A pesar de la ironía que puede haber aquí, esto indica que los judíos ejercían una verdadera influencia política.  La jerarquía de algunos judíos, como Herodes Agripa I (ver p. 70), en el ambiente más elevado de la sociedad y del gobierno de Roma, llevó algún conocimiento del judaísmo hasta esos círculos.

También hay algunas pruebas de que la expectativa mesiánica judía hizo un impacto en el mundo gentil.  La expectativa de que pronto aparecería un rey-salvador se propagó por todo el mundo antiguo debido, en parte, a que los judíos diseminaban el conocimento del Dios verdadero; en parte, a que las religiones paganas estaban perdiendo su atracción en la mente de los que pensaban, y, en parte, a la continua intranquilidad política que pendía sobre la civilización como una mortaja.  Entre 63 los gentiles muchos tenían una comprensión más clara de la esperanza mesiánica que los mismos dirigentes religiosos judíos (DTG 24-25).

Es evidente que esta esperanza fue pervertida por la gran mayoría. Hubo muchos que la aplicaron a uno u otro de los césares. Un grupo de "sabios" hizo una peregrinación a Italia en la búsqueda del salvador-rey.  Inscripciones encontradas en Priene y Halicarnaso aplican un lenguaje mesiánico al emperador Augusto (27 a. C.-14 d. C.). El poeta romano Virgilio confirmaba que la popular esperanza mesiánica se había divulgado mucho, como se advierte en este pasaje  de su Egloga:

"Ahora ha llegado la última era del canto de Cumas; la gran sucesión de los siglos comienza ahora.  Ahora retorna la virgen, retorna el reinado de Saturno; ahora una nueva generación desciende del alto cielo.  Sólo tú, pura Lucina, ¡sonríe por el nacimiento del niño, bajo el cual la progenie de hierro cesará primero; y una raza áurea se levantará por todo el mundo!... Desaparecerá cualquier rasgo duradero de nuestra culpa y se librará la tierra de su continuo terror.  El tendrá el don  de la vida divina; verá héroes confundidos con dioses, y él mismo será visto por ellos, y regirá un mundo al cual las virtudes de su padre han traído paz" (Egloga IV).

El nítido mesianismo pagano de esta égloga, atribuida por su compositor al oráculo de Cumas, probablemente se originó en los oráculos sibilinos con fuerte influencia judía, que en los días de Virgilio ya eran populares en el mundo romano (ver p. 90).  Sin duda, el mesianismo judaico de la diáspora influyó, en otras formas en los intelectuales romanos durante la era de Augusto y más tarde. Suetonio, historiador romano, escribió en estos términos: "Se había divulgado por todo el Oriente una antigua y firme creencia, de que en ese tiempo estaban destinados a regir el mundo de los hombres provenientes de Judea.  Esta predicción, que se refiere al emperador de Roma, como después resultó ser en realidad, la gente de Judea se la aplicó a sí misma" (Vidas de los césares viii. 4). Otros historiadores antiguos registran una expectativa similar.

La aplicación popular de estas leyendas y profecías mesiánicas a Augusto (27 a. C.-14 d.C.) parecía estar justificada, pues durante su largo y pacífico reinado "se aplacó el turbulento mar de las conmociones civiles. Volvieron la paz y la prosperidad, y se establecieron en forma permanente en el imperio" (M. Rostovtseff, A History of the Ancient World, t. II, p. 198).  Siglos de contiendas fueron "súbita y muy inesperadamente seguidos por paz, y cuando la tormenta de la guerra civil se aquietó en un momento, pareció natural ver en esto un milagro, una intervención de un poder divino en los asuntos terrenales" (Id., p. 203). Tácito hablaba de "paz plenamente estable o sólo levemente perturbada" (citado en James T. Shotwell, An Introduction of the History of History, p. 263).  Esta era de paz pareció coincidir tan adecuadamente con la expectativa popular de un Mesías, que Augusto fue proclamado como salvador.

PROSELITISMO.- El judaísmo se destacaba especialmente por su énfasis ético que contrastaba muchísimo con las religiones generalmente amorales del mundo romano.  Los devotos de los antiguos dioses paganos se relacionaban con sus divinidades en los términos de un contrato.  Los sacerdotes revelaban a los suyos las ceremonias que debían ejecutar y el ritual que debían seguir a fin de agradar a sus dioses.  Cuando esos requisitos se cumplían en forma aceptable, los dioses -grandes y pequeños- estaban obligados, por lo menos, a no molestar o perjudicar a la gente, y en el mejor de los casos a protegerla de las dificultades y a proporcionarles beneficios materiales.  Las religiones paganas actuales consisten, en gran medida, en intentos similares para aplacar a los espíritus.

Los cultos de misterios ("mistagónicos" o "mistéricos", por derivar de "mistagogo", 64 sacerdote grecorromano que presidía en esos cultos), cuya popularidad aumentó rápidamente durante el período imperial, tampoco tenían un fondo moral.  El adorador procuraba en esos cultos ponerse en relación personal con su dios.  Por medio de sucesivas etapas de iniciación y de rituales, el devoto cumplía con los requisitos del culto al fin de los cuales -si no interfería alguna irreverencia o algún desliz de ritos- creía que se encontraría en la presencia del dios.  Si el dios que se adoraba era sosegado o el devoto era de buena índole, este tipo de culto podría tener algún valor ético para él; pero ese efecto era secundario, casi accidental. Ciertas escuelas filosóficas, especialmente el estoisismo, lograban un impacto ético; pero rara vez llegaban hasta el pueblo común, ni tampoco se las puede considerar exactamente religiones.

Dada esta falta de ética en la religión pagana, la moralidad alcanzada por el pueblo judío debido a su concepto de la Deidad y por la Torah, llamaba la atención de los habitantes del imperio, especialmente porque los judíos aplicaban esa moral en la vida diaria de una manera notable.  De ese modo muchos fueron inducidos a aceptar el judaísmo en mayor o menor grado, y el Nuevo Testamento habla de varias clases de "prosélitos", o sea individuos que acababan de aceptar la fe judía (ver t. IV, pp. 29-32).

El centurión de Capernaúm  del cual dijeron los judíos: "Ama a nuestra nación, y nos edifico una sinagoga", quizá era uno de esos prosélitos.  Según ellos, eso lo hacía "digno" (Luc. 7: 4-5).  Los prosélitos iban a Jerusalén para Pentecostés (Hech. 2: 10).  Nicolás, "prosélito de Antioquía", fue uno de los primeros diáconos de la iglesia cristiana (Hech. 6: 3-6); el eunuco etíope "había venido de Jerusalén para adorar" (Hech. 8: 27); el centurión Cornelio, de Cesarea, era "temeroso de Dios" y "oraba a Dios siempre" (Hech. 10: 2); y los prosélitos de Antioquía de Pisidia escucharon atentamente a Pablo y Bernabé (Hech. 13: 43).  Debido a que los métodos de los fariseos no eran éticos, Jesús condenó severamente su fervor para ganar prosélitos y también  las desafortunadas consecuencias espirituales de sus dudosos métodos para conquistarlos (Mat. 23: 15).

Los judíos eran muy cuidadosos en el procedimiento de hacer prosélitos.  Especificaban tres ceremonias necesarias por las cuales debía pasar un gentil para convertirse en un "prosélito de justicia", es decir un judío completo: (1) Debía someterse a la circuncisión; (2) debía ser bautizado por inmersión -bautismo que indudablemente fue el antecedente del rito cristiano-, y (3) debía ofrecer sacrificio.  Por supuesto, este último requisito resultó imposible de cumplir después de la destrucción del templo en al año 70 d. C.

No sólo hacían proselitismo los judíos que estaban dentro de los límites de Judea y Galilea, sino también los de la diáspora, los de la dispersión.  El éxito en el proselitismo se debía, en gran medida a que los gentiles con frecuencia eran atraídos por la constancia de los judíos en su religión y por la serenidad espiritual interior de éstos ante las dificultades, así como por el sentimiento fraternal que su sólida fe religiosa hacía que demostraran en su relación mutua.  Por eso y con frecuencia, cuando los gentiles examinaban el judaísmo para descubrir el secreto de su eficacia, se sentían inducidos a abrazarlo.  A medida que las religiones paganas perdían atracción y los judíos llevaban a cabo por doquiera una activa obra misionera, los prosélitos a la fe judía pudieron contarse por centenares de miles, y quizá millones, de acuerdo con la opinión de eruditos modernos autorizados, tanto judíos como cristianos.

Josefo se jacta del número de los que aceptaban el judaísmo por todo el mundo gentil: "Desde hace mucho tiempo las masas demuestran un vivo deseo en adoptar 65 nuestras observancias religiosas; y no hay un ciudad, griega o bárbara, ni una sola nación hasta la cual no se haya propagado nuestra costumbre de abstenernos de trabajo en el séptimo día, y donde no se observen los ayunos y el encender las lámparas, y muchas de nuestras prohibiciones en el asunto del alimento" (Contra Apión ii. 39).

VI. SUCESORES DE HERODES. Cuando Herodes murió dejó un testamento que determinaba quién debía heredar su reino.  Según las cláusulas de dicho testamento, los territorios, que con tanto esfuerzo y tanta falta de escrúpulos había tratado de que quedarán bajo un sola administración, fueron divididos entre sus hijos Arquelao, Herodes Antipas y Felipe.  Herodes dejó a Arquelao, el mayor de sus hijos sobrevivientes, Judea, Samaria e Idumea.  Como los romanos no estaban seguros de su capacidad para gobernar, sólo le dieron el título de "etnarca", que significa "gobernante del pueblo".  Herodes Antipas se convirtió en el "tetrarca" de Galilea y de Perea.  Este título que significaba originalmente "gobernante de la cuarta parte de una provincia", fue aplicado en la práctica al gobernante de cualquier subdivisión provincial.  Felipe también recibió el título de "tretarca" y el gobierno de los distritos del noreste: Paneas, Iturea, Traconítide, Gaulanítide, Batanea y Auranítide.  Ver el diagrama de la p. 224

ARQUELAO.- Arquelao convocó al pueblo de Jerusalén cuando murió su padre.  Sentado en lo alto de un trono de oro en el recinto del templo, se dirigió al pueblo con bellas palabras y promesas.  La gente reaccionó presentando muchos pedidos, demandando la libertad de los presos, el perdón de los castigos de los que estaban acusados de delitos políticos, y la reducción de los impuestos.  Era el tiempo de la pascua, y la ciudad estaba llena.  como temía que estallara una rebelión, una compañía de soldados entró en el atrio del templo para mantener el orden; los soldados encontraron resistencia, y cuando llego un destacamento mayor se produjo una lucha en la cual murieron más de tres mil judíos. Entonces Sabino, administrador de Siria, aprovecho la presencia de los soldados romanos, e hizo que lo protegieran mientras robaba el tesoro.  Esto provocó una revuelta por toda Galilea y Judea.  Por supuesto, esos levantamientos contra los romanos estaban condenados al fracaso. Varo, gobernador de Siria, llegó a Palestina con fuerzas suficientes, sofocó la revolución y crucificó a los dos mil de los infortunados Judíos rebeldes.

Entre tanto Arquelao, Antipas y Felipe se habían marchado de Palestina para hacer efectivas sus ambiciones al territorio de su padre. Al mismo tiempo apareció también en Roma una delegación de Judíos para rogarle a Augusto que los pusiera directamente bajo un gobernador romano y no bajo los hijos de Herodes. Pero Augusto aprobó las cláusulas del testamento de Herodes, con la excepción de que rehusó que Arquelao tuviera un título superior a la del etnarca. De esa manera los hijos de Herodes se posesionaron de la administración del reino de su padre.

Arquelao heredó el carácter de su padre, pero no su capacidad. El pueblo se quejaba, con razón, de que su reinado era bárbaro y tiránico, y en 6 d. C; Augusto lo desterró a Vienne, en las Galias. Judea y Samaria fueron anexadas a Siria y quedaron bajo el gobierno de un procurador romano, que era responsable ante el emperador através del gobernador de Siria. Este arreglo continuó hasta que Herodes Agripa I, nieto de Herodes el Grande y de su esposa asmonea Mariamna, llegó a ser rey de Judea en 41 d. C. por orden del emperador Calígula. ver el diagrama de la p. 224.

HERODES ANTIPAS.- Herodes Antipas desempeñó bastante bien el gobierno de Galilea y de Perea. Aunque derrochaba en los gastos, su habilidad lo capacitó para 66 mantener la paz en Galilea y para evitar los reproches de Augusto, quien conocía sus tendencias traidoras. Jesús describió correctamente su carácter llamándolo "aquella zorra" (Luc. 13:32).  Cuando Tiberio ascendió al trono imperial en el año 14 d. C.,  Antipas fue favorecido; y en homenaje al emperador edificó una ciudad en la orilla  occidental del mar de Galilea y la llamó Tiberíades, y también le dio ese nombre a  todo el lago.  Antipas llevó a cabo otro gran programa de edificación por todo el  territorio de su tetrarquía.  Todos sus esfuerzos se inclinaron a la helenización, y su  fingido judaísmo no era más que una farsa.  Antipas se casó con una hija de Aretas  (2 Cor. 1 l: 32), del linaje de los gobernantes nabateos que habían luchado contra los  romanos en la guerra de 64-63 a. C. (ver p. 41).

Cuando Antipas estuvo de visita en Roma, renovó su trato con Herodías, que era  tanto su sobrina como su cuñada.  Herodías, hija de Aristóbulo -medio hermano de  Antipas- se había casado con otro de sus medios hermanos (y tío de ella), un insignificante hijo de Herodes el Grande llamado Herodes Felipe.  Antipas se enamoró  completamente de ella, y Herodías de buen grado consintió en abandonar su domicilio en Roma a cambio de un palacio en Galilea.  El entonces abandonó a la hija de  Aretas y tomó a Herodías, despojando así a su medio hermano.

Este hecho vergonzoso fue condenado por Juan el Bautista, condenación que le  causó primero su encarcelamiento (Luc. 3:19-20), y después su muerte, cuando Antipas lo ordenó para satisfacer el pedido de Herodías y su hija Salomé durante un  banquete lleno de voluptuosidad, celebrado quizá en la fortaleza de Machaeras  (Mat. 14:3-12; Josefo, Antigüedades xviii. 5. 2).  Antipas creía supersticiosamente que  Jesús podría ser Juan el Bautista que había resucitado (Mat. 14:1-2) y parece que  por lo menos una vez procuró matarlo (Luc. 13:3 l).  Sin embargo, cuando Jesús fue  juzgado, se negó a dictar la sentencia que pedían los judíos, sentencia que también  Pilato abrigaba la esperanza de evitar (Luc. 23:4-25).

Pasaron casi diez años antes de que Aretas -ex suegro de Antipas- pudiera  vengarse del divorcio de su hija.  En el año 36 d. C. unas disputas fronterizas entre  estos dos reyes causó una guerra, y Aretas infligió una seria derrota a las tropas de  Antipas.  Entonces éste ordenó al comandante romano Vitelio que vengara esa derrota; pero antes de que Vitelio pudiera hacerlo murió el emperador Tiberio, y  frente a esa situación el general romano rehusó participar en dicha guerra.

Antipas se vio complicado en cambios dinásticos que apresuraron su caída.  El  nuevo emperador, Calígula, era íntimo amigo de Herodes Agripa 1, hijo de Aristóbulo y hermano de Herodías.  Por lo tanto, tan pronto como Calígula subió al poder  dio a Agripa los territorios del noreste que habían sido gobernados por su tío Felipe  y también le dio el título de rey.  Los celos de Herodías se despertaron por esta  distinción concedida a su hermano, e insistió que Antipas fuera a Roma y pidiera  para él ese título.  Antipas, en contra de lo que le dictaba la razón, viajó el año 39  d. C.; pero entre tanto Agripa informaba a Calígula que Antipas había transgredido  los reglamentos imperiales al acumular una gran cantidad de armamentos.  Cuando  Antipas llegó a Roma, el emperador lo obligó a que reconociera la verdad de esa  acusación, y fue inmediatamente desterrado junto con su esposa a Lyon, en las Galias.  Calígula añadió entonces los territorios de Galilea y Perea a los dominios de  Herodes Agripa l. Ver el diagrama de la p. 224.

FELIPE.- Este tercer hijo de Herodes, que heredó parte del poder, era muy diferente de sus hermanos.  Se ha dicho que Felipe "hizo de su gobierno una bendición".

 Durante su administración, que duró 37 años, siempre escuchó cualquier reclamo  de justicia.  Al viajar por sus territorios siempre estaba listo para atender cualquier  caso que se le presentara.  Sus dominios eran grandes en comparación con los de sus 67 hermanos, pero económicamente, inferiores. Debido a la población mixta de esos territorios, hubo repetidos levantamientos; pero nunca en el tiempo de Felipe. Su reinado fue de paz tanto internamente como en sus relaciones exteriores. Su casamiento con Salomé, hija de Herodías, facilitó las relaciones amistosas con Antipas en Galilea y Perea durante los años finales de su reinado.

Aunque tenía sangre judía por parte de su madre -Cleopatra de Jerusalén como los otros hijos de Herodes el Grande, Felipe fue pagano de corazón. Fue el primer gobernante judío que acuñó monedas con imágenes humanas. Esas tendencias proclives a la helenización no fueron, por supuesto, una molestia para su pueblo que era mayormente pagano.

La capital de Felipe estaba en Paneas, el antiguo santuario del dios Pan, cerca de una de las fuentes del río Jordán. El reedificó y embelleció la ciudad, y la denominó Cesarea en homenaje al emperador. Para distinguirla de otros lugares del mismo nombre en el Mediterráneo, esta ciudad era conocida con frecuencia como Cesarea de Filipo (Mat. 16:13; Mar. 8:27). Felipe también reedificó a Betsaida en la orilla noroeste del mar de Galilea, y la denominó Julia en honor a la hija de Augusto.

TIBERIO Y LOS JUDÍOS.-Tanto Felipe como Antipas disfrutaban de la amistad de Tiberio -emperador romano, 14-37 d.C.- ; pero los judíos sentían que no compartían esos favores y culpaban a Sejano, un pérfido consejero de Tiberio, de la dificultad en sus relaciones con el emperador. En el año 19 d. C., debido a un desfalco en que estuvieron implicados ciertos judíos romanos, Tiberio desterró a todos los judíos de la capital. No se puede saber si ese edicto se cumplió rigurosamente. Sin embargo, por ese mismo tiempo -indudablemente con la aprobación del emperador- el senado enroló a 4.000 de los judíos más jóvenes de Roma para que combatieran a bandoleros en la isla de Cerdeña. Esto fue realmente un problema para ellos, pues hasta ese tiempo los judíos habían estado exceptuados de servir en el ejército de Roma, y algunos de esos jóvenes reclutas sufrieron porque se negaron a servir Josefo, Antigüedades xviii. 3. 5; Tácito, Anales ii. 85).

VII. GOBIERNO ROMANO EN JUDEA

LOS PROCURADORES.- Cuando Arquelao fue depuesto, sus territorios fueron anexados a la provincia romana de Siria.  Siendo parte de una provincia imperial, Judea fue gobernada por un procurador, representante del emperador, y no por un procónsul que era responsable ante el senado, como sucedía en muchas de las otras provincias.

La sede de los procuradores romanos de Judea estaba en Cesarea. Allí disponían de un pequeño ejército compuesto mayormente de tropas provinciales. Aunque el salario del procurador era pagado por el tesoro imperial, también tenía ciertas oportunidades para aumentar sus bienes con el ejercicio de su cargo. Una de éstas radicaba en su autoridad suprema en asuntos judiciales, aun de vida o muerte, excepto en el caso de aquellos que podían probar que eran ciudadanos romanos.

Había dos limitaciones principales a la autoridad del procurador. Por un lado, tenía que responder ante el emperador y también, localmente, ante el legado de Siria; y por otro lado -menos formalmente-, ante el sanedrín judío, que siempre vigilaba para que no se excediera en su autoridad. Sin embargo, al mismo tiempo y debido a las complicaciones políticas del cargo, el sumo sacerdocio sólo podía ser ocupado con el consentimiento del procurador.

No importa cuán cuidadosos fueran los procuradores en el ejercicio de su mandato -y no siempre fueron cautelosos-, no podían satisfacer al pueblo judío. Se ha afirmado correctamente que la llegada de los procuradores romanos a Judea señaló 68 el comienzo del fin de la nación judía porque los judíos repudiaban el gobierno extranjero.

LOS IMPUESTOS.- Con el nombramiento de los procuradores se estableció el sistema romano de impuestos. Eso Hacía necesario un censo para clasificar a la población. Ya se había hecho un empadronamiento en el tiempo del nacimiento de Jesús; pero no se sabe si fue acompañado por un impuesto (ver com. Luc. 2: l).

Cuando el primer procurador, Coponio, ocupó su cargo en Judea en reemplazo de Arquelao, se cobró un impuesto. Estos impuestos eran de dos clases: por cabeza (tributum capitis) y un impuesto a la tierra (tributum agri). Ambos resultaban muy ofensivos para los judíos. El impuesto por cabeza era una evidencia de esclavitud (Josefo, Antigüedades xviii. l. l); el impuesto a la tierra era una ofensa para Jehová, el verdadero propietario de la tierra y el dispensador de las bendiciones del agro.

Aunque este impuesto produjo una gran resistencia entre los judíos, el sumo sacerdote Joazar persuadió a muchos para que lo pagaran pacíficamente. Sin embargo, al mismo tiempo un caudillo extremista, Judas Galileo, causó la rebelión de un gran número de personas. Quirinio, el gobernador romano de Siria, sofocó severamente este levantamiento (Josefo, Antigüedades xviii. 1.1 ). Este movimiento presidido por Judas quizá haya marcado el comienzo de los zelotes (ver p: 56). Gamaliel se refirió a este levantamiento cuando aconsejó al sanedrín que no ejerciera ninguna acción drástica contra los cristianos (Hech. 5:38-39).

De aquí en adelante los romanos no hicieron ningún otro intento de cobrar un impuesto directo a los judíos. Más bien -mediante una licitación- entregaron los impuestos a contratistas, los publicanos (publicani) del Nuevo Testamento. Estos eran odiados y se los rehuía todo lo posible (Mat. 11: 19; 21: 31). Leví Mateo pertenecía a esa clase despreciada. El hecho de que Jesús lo aceptara entre los suyos (Mat. 9: 9-13) era algo asombroso para los judíos patriotas.

EL SANEDRÍN.- Era un organismo característicamente judío y no una parte integral de la administración del gobierno romano; sin embargo el sanedrín ejercía cierta influencia en los asuntos civiles y políticos así como en los estrictamente religiosos. Estaba compuesto por 71 hombres de la más alta reputación e influencia, y era el principal organismo gubernamental para el pueblo judío. Aunque su jurisdicción se restringía a Judea, los efectos de sus opiniones y decisiones se hacían sentir entre los judíos por todo el inundo; pero, al mismo tiempo, no interfería con la jurisdicción local, que estaba en manos de 11 corporaciones regionales de ancianos en toda Judea. Más bien se reservaba los asuntos de alcance y significado nacional. Promulgaba ordenanzas y las hacía poner en vigor, para lo cual disponía de un cuerpo de policía (Mat. 26: 47; Juan 7: 32). Sin embargo, debido a que los romanos ejercían el gobierno supremo, la función del sanedrín era principalmente religiosa. Por eso se ocupaba de los falsos profetas como se supuso que era Jesús y con sectas presuntuosas que debían ser suprimidas para que no perturbarais al pueblo. Debido a este sistema, antes de su conversión Pablo perseguía a los cristianos (Hech. 9: 1-2). Años más tarde él mismo apenas logró escapar de una persecución similar (Hech. 24: 6-9). El sanedrín también trataba puntos de doctrina y determinaba las características que debía tener el sumo sacerdote y supervisaba su nombramiento, aunque en el caso de ese importante cargo tanto los Herodes como los procuradores romanos vez tras vez impusieron su autoridad. El sanedrín no tenía autoridad sobre los romanos excepto en algún caso de profanación del templo, cuando los judíos aun podían ejecutar a un romano (Josefo, Guerra vi. 2. 4). En 1871 se descubrió una inscripción que una vez fue colocada en el templo, en el muro que separaba el atrio de los gentiles del de los israelitas, y dice así: "No entre ningún extranjero dentro de 69 la barrera y del muro circundante que rodea el templo. Cualquiera que sea aprehendido [dentro] será responsable de su propia muerte, que le sobrevendrá". Otra inscripción idéntica se encontró unos tres cuartos de siglo más tarde.

El sumo sacerdote presidía el sanedrín (Mat. 26:57), pero el procurador podía  convocarlo para que sesionara; sin embargo, sólo en los casos de sentencia de muerte las decisiones del sanedrín debían someterse a la aprobación del procurador. Cuando Esteban fue apedreado, el sanedrín recurrió a un soborno (HAp 80-81, 83).

Después de la sublevación causada por los impuestos exigidos por Coponio, Palestina quedó relativamente tranquila durante muchos años.  Sin embargo, al mismo  tiempo el legalismo y el aislamiento de los fariseos, el fervor de los zelotes -que  lentamente crecían en número e influencia- y el celo religioso de la mayoría de la  población, fomentaron un espíritu de descontento.  Durante esos años fue que Jesús  tranquila Y reflexivamente alcanzaba la madurez en Nazaret.

PONCIO PILATO.- Alrededor del año 26 d. C. Poncio Pilato ocupó el cargo de procurador.  Su carácter duro e inflexible, revelado por sus métodos de gobierno, hizo  que se manifestara el espíritu de revolución que se había estado incubando entre los  judíos.

Pilato trató al principio de llevar los odiados estandartes de las legiones romanas  dentro de la ciudad de Jerusalén, a pesar del prejuicio judío.  Para lograrlo, hizo que  sus soldados los entraran de noche.  Cuando se supo, una numerosa delegación de  airados judíos fue a Cesarea donde, sin dejarse intimidar por las espadas desenvainadas de los soldados, se abrieron paso hasta la presencia de Pilato para protestar  por su proceder.  Ante semejante reacción, le pareció prudente retirar de Jerusalén  los estandartes del ejército.

Para aumentar la provisión de agua para Jerusalén, que se necesitaba mucho,  Pilato construyó un acueducto adicional.  Usó fondos de la tesorería del templo para  ese fin, y cuando el pueblo reaccionó violentamente por ese desprecio por la propiedad del templo, los reprimió en forma sangrienta (Josefo, Antigüedades xvili. 3. 2).

Además de esta ofensa, erigió en la ciudad escudos votivos con el nombre del emperador Tiberio.  Esto provocó una nueva rebelión en la ciudad, y sólo cuando el mismo emperador ordenó que los escudos fueran retirados, se aquietó el tumulto.

Una mañana, temprano, en marzo o abril del año 31 d. C., un Hombre que había  estado enseñando calmadamente las grandes verdades básicas que la religión judía  siempre había aceptado, fue presentado ante Pilato.  Este Hombre, Jesús de Nazaret, era acusado de blasfemia y sedición.  Sin embargo, su investigación lo convenció  de que Jesús no era sedicioso.  Con la esperanza de poder eludir el fallo de este caso,  lo envió a Herodes Antipas, quien estaba en Jerusalén, pues fue en el territorio de  Herodes donde Jesús se crió y pasó la mayor parte de su ministerio.  Pero Herodes  rehusó admitir que el caso era de su competencia y envió a, Jesús de nuevo a Pilato.

Este tuvo miedo de la turba que clamaba que él no era amigo de César si dejaba en  libertad al preso.  Por eso sentenció a muerte a Uno que, según su propia confesión,  era inocente.  Este proceder de los judíos con, Jesús debe haber parecido extraño a  Pilato, pues pocos años antes cuando, judas Galileo se había sublevado contra los  romanos, ellos procuraron defenderlo; y en contraste con judas, Jesús era un hombre tranquilo que no había hecho sino el bien y sólo había enseñado una vida de paz.

 El proceder de los dirigentes judíos al insistir en la ejecución de Jesús difícilmente  podía aumentar el respeto que les tenía el procurador.

Pilato quedó cinco años más como gobernador de Judea; pero sus años finales  fueron ensombrecidos especialmente por una matanza de un grupo de samaritanos 70 que se habían reunido en el monte Gerizim para presenciar el descubrimiento de unos vasos sagrados que se suponía que habían sido ocultados allí por Moisés. Cuando los samaritanos informaron esa atrocidad a Vitelio -superior inmediato de Pilato en Siria- éste ordenó que Pilato respondiera de sus acciones ante Tiberio en Roma, y nombró un nuevo procurador en su lugar.

MARCELO.- En el tiempo de Marcelo, el siguiente procurador, hubo una amenaza de una grave rebelión en el año 38 d. C., cuando Calígula, en su infatuación, declaró que era dios y ordenó que se erigieran estatuas suyas en los templos, tanto en Roma como en las provincias. En Alejandría, donde quizá un tercio de la población era judía, la situación fue gravísima pues había existido allí un templo judío desde los días cuando gran número de judíos huyeron de Palestina para evitar la persecución de Antíoco Epífanes, en torno al año 170 a. C.

Durante el reinado de Calígula, las luchas entre griegos y judíos en dicha ciudad dieron por resultado muchas víctimas. La turba destruyó muchas sinagogas y erigió estatuas del emperador en otras. Calígula, enfurecido porque los judíos se negaban a aceptar estatua alguna, decidió erigir por la fuerza una estatua suya en el templo de Jerusalén. Los judíos organizaron en defensa propia una gran delegación cuyo portavoz era Filón, el famoso filósofo judío de Alejandría, y llegaron a Roma. Aunque consiguieron una audiencia con Calígula, el emperador rehusó darles concesión alguna.

Cuando los judíos de Jerusalén conocieron el decreto de Calígula, se prepararon para lo peor. Se provocaron disturbios, y la situación habría sido casi con seguridad caótica si la muerte del demente Calígula, en el 41 d. C., no hubiera resuelto el problema. Claudio, su sucesor, canceló el odiado decreto.

HERODES AGRIPA I.- Uno de los primeros actos del emperador Claudio fue recompensar a su amigo, el rey Herodes Agripa I, por su papel en conseguir que Claudio subiera al trono en 41 d. C. Claudio añadió Judea y Samaria a los territorios de Galilea, Perea y el noreste que ya gobernaba Herodes Agripa. De ese modo los territorios que una vez habían estado regidos por Herodes el Grande, otra vez se unieron bajo el gobierno de un judío (ver el diagrama de la p. 224).

Herodes Agripa I gobernó tan magníficamente a Palestina, que su reinado fue llamado una edad de oro para, Judea. Cualesquiera fueran sus motivos, vivió observando cuidadosamente las leyes de los judíos, practicando las ceremonias y llevando a cabo los sacrificios instituidos. Se llevó tan bien con los fariseos que, de acuerdo con la Mishnah, ellos estuvieron dispuestos a llamarlo "hermano". Sin embargo, fuera de Palestina, Agripa a semejanza de su abuelo Herodes el Grande- propulsó la cultura helenística. En la ciudad vecina de Berytus (actual Beirut) erigió un teatro y un anfiteatro y disfrutaba allí de los juegos griegos cada vez que le parecía prudente hacerlo. En otros lugares también manifestó su interés por la cultura griega y le dio su generoso apoyo.

Agripa fue amistoso con los judíos en el mismo grado en que fue enemigo del cristianismo.  Siendo que "había agradado a los judíos" decretando la muerte de Jacobo, hermano de Juan, también arrestó a Pedro y lo encarceló (Hech. 12: 1-3); y sólo la intervención milagrosa de un ángel impidió que Pedro corriera la misma suerte de Jacobo, su amigo y colega.

Poco después (44 d. C.) murió Herodes Agripa I. Este suceso lo narran tanto Josefo (Antigüedades xix. 8. 2) como el registro inspirado (Hech. 12: 20-23). En Cesarea, la capital de la provincia judeo-samaritana, Agripa, hermosamente ataviado con ropas de color plata, estaba sentado sobre el solio de un tribunal. Cuando se dirigió al pueblo, el sol brilló sobre él, y todos exclamaron: "¡Voz de Dios, y no de hombre!" Mientras escuchaba esas adulaciones fue herido de un terrible dolor, y 71 murió después de cinco días. Lucas declara que su muerte fue un castigo de Dios (Hech. 12: 23).

PROCURADORES POSTERIORES.- Herodes Agripa I tenía un hijo de su mismo nombre, que apenas tenía 17 años cuando murió su padre. Al emperador Claudio se le aconsejó que no confiara a ese joven el gobierno de un país tan turbulento como Palestina. Por lo tanto, se convirtió una vez más en una provincia, y Cuspio Fado fue nombrado procurador. Después de un año lo reemplazó un judío, Tiberio Alejandro, sobrino de Filón, Judeo. Pero Alejandro había renunciado a la fe judía, y el mismo hecho de que fuera apóstata lo hacía indeseable para los judíos. El odio de ellos fue tal, que cuando hizo sacrificar a Jacobo y a Simón, hijos de Judas Galileo, destacado patriota  judío, se sublevaron los zelotes. En el año 48 d. C., Cumano sucedió a Alejandro. Ver el diagrama de la p. 224.

Si hubiese ocupado el cargo de procurador un hombre más hábil que Cumano, es posible que se hubiera apaciguado el país; pero Cumano permitió que ocurriera una cantidad de incidentes irritantes que, debido a la desesperación del pueblo, mantuvieron la provincia en un constante estado de turbulencia. Cuando un soldado insultó a los adoradores en el ¿atrio del templo, Cumano, en vez de castigar al ofensor, actuó de tal manera que en el motín que se produjo sus soldados mataron unas mil personas. Cuando un oficial romano fue robado y dejado desnudo por unos ladrones, el procurador envió soldados para que saquearan todas las aldeas vecinas. Cuando uno de los soldados rompió en pedazos un ejemplar de la ley, se evitó un motín sólo mediante la ejecución del ofensor. En otra ocasión algunos galileos que estaban en camino para una fiesta en Jerusalén fueron atacados por unos samaritanos, y muchos galileos fueron muertos; y Cumano convino en proteger a los samaritanos atacantes después de recibir un soborno. Cuando los judíos atacaron a los samaritanos para vengarse, Cumano los castigó severamente. Para evitar una rebelión del pueblo, Cumano fue destituido de su cargo en el año 52 d. C.

FÉLIX.- Antonio Félix reemplazó a Cumano como procurador de Judea. Félix era liberto y hermano de Palas, ministro del emperador Claudio. Félix quizá ya había sido gobernador de parte de Samaria; pero si así fue, su experiencia parece haber sido insuficiente para desempeñar las responsabilidades mayores que ahora le correspondían. Tácito, historiador romano, dice que "practicaba toda suerte de crueldades y albergaba toda codicia, y ejercía el poder de un rey con todos los instintos de un esclavo" (Historias v. 9). Félix parecía ser completamente incapaz de entender el temperamento del pueblo judío, y le faltaba el deseo de mejorar las condiciones que afligían a los judíos hasta la desesperación. Se casó con Drusila, hija de Agripa 1 (ver el diagrama de la p. 40).

Los zelotes, cuya influencia había aumentado durante los últimos años, ahora aumentaron mucho en número; y los fariseos aunque eran judíos patriotas contemplaban con temor los extremos a los que llegaban los zelotes. Para agravar las cosas, surgió en ese tiempo una organización llamada los "sicarios" o "acuchilladores", grupo que tomó la inflexible determinación de que nadie, sino judíos, quedaran en Judea; y se propusieron alcanzar esa meta a cualquier precio para ellos o para su país. Para lograrlo recurrían a la intimidación, al saqueo y el asesinato si era necesario, contra cualquiera que mostrara la más leve simpatía por los romanos. Incendiaban aldeas, saqueaban casas y mataban despiadadamente a la gente por todos los distritos.

Un hombre sabio quizás habría sido capaz de restaurar la paz, pero Félix no era ese hombre.  Parecía ser completamente incapaz de ganarse en forma alguna la estimación de los judíos, y particularmente la de esos patriotas fanáticos. La severidad 72 de las medidas que tomaba sólo agravaba la situación. Como reacción surgieron caudillos violentos y falsos profetas que atrajeron a la gente con varias promesas, introduciéndole a tumultos que sólo les causó su propia muerte y una intensa irritación de parte de los romanos.

Las autoridades judías debidamente constituidas poco hicieron para remediar esa situación.  Los escribas estaban preocupados por la teología y la mayoría de los sacerdotes por obtener toda la ganancia material posible del templo.  La camarilla sacerdotal dominante codiciaba tanto los diezmos, que se dice que algunos de los sacerdotes que no eran de ese grupo murieron de hambre.  Los conservadores, que temían la audacia de los zelotes y sus consecuencias, poco podían hacer para aquietar la tormenta.  Las masas populares eran como ovejas sin pastor.  Todo esto gradualmente indujo a una gran preocupación por la Torah y a un deseo fanático de observar los más pequeños detalles de la ley.

Durante ese tiempo fue cuando Pablo hizo sus grandes viajes misioneros, y una turba fanática -semejante a los grupos con los cuales se enfrentó Félix repetidas veces- fue la que atacó al apóstol mientras estaba en el templo de Jerusalén.  Ese tumulto se levantó cuando ciertos judíos procedentes de Asia Menor acusaron falsamente a Pablo de haber profanado el templo introduciendo a un gentil.  Pablo fue presentado ante Félix como un revolucionario, pero no habló de insurrección sino de "la justicia, del dominio propio y del juicio venidero".  No es de extrañarse que Félix, más aún que asombrarse, se espantara (Hech. 24: 25).

CLAUDIO Y LOS JUDÍOS.- Claudio (murió en el año 54 d. C.) expulsó a los judíos de Roma (cf.  Hech. 18: 2) quizá a mediados de su reinado.  No son muy claras las razones para tomar esa drástica medida.  Suetonio dice sencillamente que "puesto que los judíos constantemente provocan perturbaciones siendo instigados por Cresto, él [Claudio] los expulsó de Roma" (Vidas de los césares t. 25).  Pero es posible entender por el latín de este pasaje que los disturbios se levantaron contra Cresto.  No se conoce ningún personaje de este nombre que proceda de cualquier otro registro, y algunos cristianos posteriores interpretaron que significaba Christus, Cristo (Lactancio, Instituciones divinas iv. 7; Tertuliano, Apología, cap. 3).  Por lo tanto, podría entenderse que los judíos habrían provocado tumultos contra los seguidores de Cristo y no en su favor.  Puesto que fuera de Roma los judíos levantaban tumultos siempre que los cristianos hacían públicamente su obra (Hech. 14: 2-6, 19; 17: 5-9, 13; 18: 12-17; 19: 8-9), no sería nada extraño que los judíos hubieran hecho lo mismo en Roma.

Sin embargo, Claudio continuó al mismo tiempo con la política de sus predecesores, favorable con los Herodes, que en ese tiempo ya era algo casi tradicional.  Aunque Claudio no había hecho caso de los reclamos de los hijos de Herodes Agripa cuando éste murió en 44 d. C., sin embargo, cuando el tío de Agripa, rey de Calcis en el Antilíbano, murió unos cuatro años más tarde, Claudio dio el reino al joven Herodes Agripa II.  En 52 d. C. el emperador continuó favoreciéndolo cuando le entregó territorios más extensos, en el noreste de Palestina, que una vez había gobernado Felipe el tetrarca.  Más tarde Nerón aumentó esas posesiones.  En la guerra de los años 66-73, Herodes Agripa II estuvo de parte de los romanos contra los judíos. Ver el diagrama de la p. 224.

PORCIO FESTO.- Probablemente en el año 60 d. C.  Félix volvió a Roma, y Porcio Festo ocupó su lugar como procurador de Palestina.  Festo era capaz y honrado; pero apareció en el escenario demasiado tarde para lograr alguna mejora perdurable en la situación política que se desintegraba rápidamente.  Por lo tanto, su actuación como procurador sólo se caracterizó por la continuación de los desórdenes, el aumento del poder de los zelotes y el creciente desafío de los "sicarios" (asesinos de 73 los romanos).  Festo murió en su cargo dos años después.  Este procurador fue el que envió a Pablo -a pedido del mismo apóstol- para que compareciera ante el tribunal de Nerón (Hech. 25: 11-12). Ver el diagrama de la p. 224.

LA MUERTE DE JACOBO.- Inmediatamente después de la muerte de Festo y antes de la llegada de Albino, su sucesor, el sumo sacerdote Anano, hizo comparecer ante el sanedrín a Jacobo, el hermano del Señor.  Quizá éste fue el mismo Jacobo que había presidido en el concilio de Jerusalén unos trece años antes y autor de la epístola de Santiago.  Los dirigentes judíos lo hicieron morir apedreado junto con otro por violar la ley".  Josefo registra que cuando el nuevo procurador recibió las protestas de algunos dirigentes judíos, reprendió severamente a Anano por haber convocado al sanedrín y haber pronunciado una sentencia de muerte sin su consentimiento.  Herodes Agripa II, que controlaba el sumo sacerdocio, lo eliminó de su cargo después de haberlo ejercido sólo tres meses (Josefo, Antigüedades xx. 9. l).

ALBINO.- El sucesor de Festo fue Albino, que sin duda llegó después de recibir severas instrucciones para restaurar el orden en Judea.  Inmediatamente actuó contra los "sacarios", los que a su vez resistieron con mucha violencia y éxito.  Una de sus tácticas era la de secuestrar a algún judío prominente, y con la amenaza de matarlo pedían que el sumo sacerdote consiguiera de los romanos la liberación de algunos compañeros de ellos que estaban presos.  La situación se complicó más debido a una áspera división entre los sacerdotes, división que se produjo cuando Herodes Agripa II nombró a un nuevo sumo sacerdote.  Esto provocó disturbios menores.

Albino aumentó la intranquilidad de Judea, en vez de calmarla.  Josefo declara que "no hubo ninguna forma de villanía que él dejara de practicar" (Guerra ii. 14. 1 [272]).  Su codicia de dinero no reconocía límites.  Saqueaba propiedades privadas, imponía impuestos más altos que los habituales, abiertamente aceptaba sobornos para liberar a criminales, y aun llegó al punto de conceder inmunidad -por dinero- a aquellos judíos que activamente actuaban como sediciosos contra los romanos. Como consecuencia de esta anarquía, los zelotes se enardecieron más y los "sicarios" se volvieron más agresivos.  La gente amante de la paz vivía atemorizada de perder la vida y sin esperanza de que se le hiciera justicia.  Cuando recurrieron a Roma, se le ordenó a Albino que regresara a esta ciudad.  Al recibir la noticia de su destitución, Albino se esforzó por aquietar la situación apaciguando a los elementos sediciosos con halagos, lisonjas y sobornos.  Esta complacencia a los turbulentos sólo empeoró las cosas, y todo el país se convirtió en material inflamable listo para encenderse.

FLORO.- Gesio Floro reemplazó a Albino, y difícilmente podría haberse hecho un nombramiento peor.  Floro cometió todas las necedades, inconsideraciones, violencias y maldades que su predecesor había hecho, y las hizo descarada y manifiestamente como si hubieran sido justas.  Josefo dice: "Gesio Floro hizo que él [Albino] pareciera en comparación de él un modelo de virtudes" (Guerra ii. 14.2 [277]).  Ver el diagrama de la p. 224.

Floro llegó a Palestina en 64 d. C.  Ahora no se podía evitar que estallara la guerra.  Repetidas veces bandas de judíos habían robado armas de los depósitos romanos, de modo que algunos de los guerrilleros judíos estaban bien equipados para la guerra.  Cuando Cestio Galo, gobernador de Siria, llegó a Jerusalén en la pascua del año 65 d. C., en una recorrida por sus provincias lo esperaba una multitud de peticionantes que clamaban por justicia.  Galo prometió que amonestaría a Floro, su subordinado; pero cuando lo hizo, Floro se justificó y echó la culpa a los judíos por las dificultades.  Por supuesto, el registro de las insubordinaciones pasadas de los judío dio validez a los argumentos de Floro. 74

Entre tanto parece que Floro esperaba que hubiera una guerra con los judíos a   fin de ocultar su propia conducta vergonzosa.  Repetidas veces, y sin duda a propósito, parece que provocaba la rebelión, y no demoró la guerra.  Josefo dice que esta  rebelión contra los romanos comenzó por un acontecimiento que ocurrió en la primera parte del año 66 d. C. (Guerra ii. 14. 4 [284-288]).  Floro aceptó soborno de los   judíos para permitirles que se vengaran de unos griegos que habían profanado una   sinagoga en Cesarea, sin temor a ser castigados.  Cuando esto estaba a punto de   provocar una crisis, él pidió a la tesorería del templo 17 talentos (unos 580 kg) de   plata, con la excusa de que eran para "los gastos de César".  Esto enardeció al pueblo, e irónicamente unos pocos comenzaron a hacer una colecta de dinero para los "indigentes".  Floro aprovechó esa mofa como pretexto para atacar a los judíos.   Al día   siguiente sus soldados mataron en Jerusalén a todos los que encontraron en el mercado, irrumpieron en los hogares, y saquearon y mataron a hombres, mujeres y   niños.   Floro se extralimitó más que cualquier gobernador anterior, y aun crucificó, sin juicio previo, a judíos que habían recibido la jerarquía de caballeros romanos.  Josefo dice que en esta ocasión fueron muertos 3.600 hombres, mujeres y niños.  Berenice, la hermana de Herodes Agripa, fue testigo de la matanza y procuró contener a Floro; pero fueron vanos sus esfuerzos para evitar más derramamiento de sangre.

Al día siguiente de la matanza más judíos perdieron la vida cuando, con el pretexto de otra provocación, Floro ordenó que dos cohortes de soldados acometieran a una multitud que se había reunido para encontrarse con los romanos en paz.

INTERVENCIÓN DE HERODES AGRIPA.- Herodes Agripa II, que había estado ausente en Alejandría, volvió y presentó un ferviente discurso al pueblo de Jerusalén instándole a que no pensara en un conflicto con los romanos, sino que hiciera la   paz a cualquier precio.  Hizo notar que el tiempo de haber luchado por la libertad fue cuando Pompeyo había llegado a Judea cien años antes.  Se refirió a los grandes imperios y las famosas ciudades del pasado que ya estaban bajo el dominio de Roma.  Recordó al pueblo que no tendría aliados terrenales que lo ayudaran si se sublevaba, y que aun Dios parecía estar del lado de los romanos, pues de lo contrario no podrían haber fundado un imperio tan grande; que la rebelión contra los  romanos sólo llevaría al desastre, no sólo a la población de Judea, a la ciudad y a su bello templo, sino también a los judíos dispersos, "pues no hay" -dijo el rey-  "ningún pueblo en el mundo donde no haya una parte de nuestra raza" (Guerra ii. 16. 4).

El pueblo de Jerusalén consintió, por consejo del rey, en ocuparse en la reedificación de los edificios dañados en la ciudad, especialmente en el distrito del templo, y en cobrar y pagar los impuestos que estaban atrasados.  Pero cuando Agripa los instó a que se sometieran a Floro, se enfurecieron tanto que decidieron que el rey fuera desterrado de Jerusalén.  Ante esto, Agripa volvió a sus dominios.

VIII. LA GUERRA JUDÍO-ROMANA, 66-73 D. C.

 LOS COMIENZOS DE LA REVOLUCIÓN.- A mediados del año 66 sucedieron dos cosas que ya una u otra significaban la guerra.  Unos insurgentes judíos expulsaron a los   romanos de la fortaleza de Masada, y los sacerdotes cesaron de ofrecer el sacrificio diario por Roma y por el emperador.  Los sacerdotes, presionados por judíos fanáticos, establecieron la ley de que ninguna ofrenda procedente de manos extranjeras debía recibirse en el templo, y por lo menos parte del sacrificio diario de dos corderos y un becerro provenían de la tesorería imperial.

Los judíos conservadores, que deseaban evitar la guerra, comprendían la terrible 75 crisis que había sobrevenido, y ante su incapacidad para influir sobre los insurrectos, enviaron dos delegaciones: una a Floro y otra al rey Agripa.  Floro no dio respuesta; pero Agripa envió 2.000 jinetes para ayudarles a mantener el orden.

Por ese tiempo Eleazar, caudillo del partido radical y pariente del sumo sacerdote, había ocupado la ciudad baja y el templo.  Los conservadores, con la caballería de Agripa, ocuparon la ciudad alta.  Cuando procuraron expulsar a los insurgentes del distrito del templo se produjo, durante una semana, un conflicto sangriento con   una gran matanza para ambas partes.  Cuando terminó la semana hubo un día de fiesta, y una cantidad de personas penetraron en el templo junto con muchos de los "sicarios". Abrumados por el número de sus contrarios, los conservadores se retiraron de la ciudad alta y salieron de Jerusalén o se refugiaron en el palacio, del cual posteriormente salieron con un salvoconducto.  Los soldados romanos se refugiaron en las torres, pero pronto fueron cercados.  Sin embargo, mientras tanto los "sicarios" habían asesinado al sumo sacerdote y a su hermano, y bandas de extremistas luchaban entre sí.  Parecía como si la rebelión fuera a destruirse a sí misma.  El pueblo rogaba en vano a las bandas en lucha que hicieran la paz.  Cuando los pocos soldados romanos que quedaban en la torre del palacio ofrecieron rendirse, fueron asesinados traidoramente.

Entonces los judíos se vieron envueltos en una serie de increíbles matanzas.  Precisamente cuando estaban eliminando al puñado de legionarios que se habían rendido en Jerusalén, se levantaron los gentiles de Cesarea y en una hora -según Josefo- mataron allí a más de 20.000 judíos (Guerra ii. 18.1).  Floro ordenó que los sobrevivientes fueran encadenados y enviados a las galeras; y los judíos, en venganza, mataron a los gentiles en ciudades tales como Machaeros y Jericó, donde éstos eran minoría.  También asesinaron a gentiles en las regiones de la antigua Filistea, Fenicia y las provincias del noreste hasta llegar a Siria.

En Escitópolis (Bet-seán), cerca del río jordán en el límite de Galilea y Samaria, los judíos de la localidad se unieron con sus vecinos gentiles para resistir a las hordas de los judíos insurrectos, con la esperanza de tener más tarde la garantía de estar a salvo con los gentiles.  Sospechando una traición, los habitantes gentiles ordenaron que esos judíos de la localidad se retiraran a un bosque hasta que terminara la batalla.  Tres días más tarde asesinaron a todos esos judíos que, según se dice, eran 13.000. Los gentiles de otras naciones también atacaron a los judíos, y millares fueron muertos y otros millares fueron encadenados.  Aun en la lejana Alejandría, donde ocurrió un levantamiento, los soldados romanos cayeron sobre los judíos y mataron, según el dato de Josefo, 50.000 hombres, mujeres y niños (Guerra ii. 18. 8).

  LA CAMPAÑA DE CESTIO GALO.- Entonces entró en acción Cestio Galo, gobernador de Siria.  Encabezando una fuerza de unos 12.000 legionarios con 1.000 jinetes y cerca de 15.000 soldados auxiliares entre los que había infantes, arqueros y jinetes, marchó por la costa persiguiendo a los insurrectos judíos que huían de él.

En Tolemaida los judíos esperaron hasta que hubiera pasado, y entonces dieron  muerte a una guarnición de 2.000 soldados.  Cestio continuó hacia el sur, y cuando llegó a Jope hizo matar a cuchillo a más de 8.000 judíos.  En otras ciudades cometió atrocidades similares.  En Galilea -a la cual despachó una fuerza respetable- los judíos huyeron luchando sólo donde pensaban que podían hacerlo con éxito.  Allí los romanos mataron a 2.000 de ellos.

Por septiembre del año 66 d. C., Cestio concentró todas sus fuerzas contra Jerusalén.  Llegó durante la celebración de la fiesta de los tabernáculos, y aunque era sábado los judíos abandonaron sus ritos religiosos y se apresuraron a atacar a las tropas de Cestio.  Para asombro tanto de romanos como de judíos, rompieron las 76 filas romanas.  Josefo destaca que un ataque lateral con infantería y caballería fue lo que salvó a las fuerzas de Cestio.  Fueron muertos más de 500 soldados romanos,   mientras que los judíos sólo perdieron 22 hombres (Guerra ii. 19. 2).  Entonces Agripa envió una embajada a los judíos, los cuales reaccionaron y atacaron a esos emisarios, matando a uno e hiriendo al otro.  Cestio, animado por la promesa del partido de Jerusalén leal al rey de abrirle las puertas, reunió sus tropas para un nuevo asalto y penetró hasta la muralla norte del templo; pero entonces sucedió algo asombroso: Cestio hizo retroceder su ejército se colocó en una posición tan mala estratégicamente, entre los montes de Judea, que los judíos lo atacaron y mataron a más de 5.000 soldados de infantería y casi 500 de caballería, incluso muchos oficiales, y capturaron también muchos pertrechos.

UNA TREGUA EN LA TORMENTA.- La retirada y derrota de Cestio dio una oportunidad a muchos de los judíos conservadores para huir de Jerusalén.  Algunos se unieron con Agripa, otros buscaron la quietud de lugares aislados, y otros hasta salieron del país.  Fue en ese tiempo cuando huyeron los cristianos de Jerusalén de acuerdo con la advertencia de Jesús registrada en Mat. 24:15-19.  Según Eusebio al historiador eclesiástico del siglo IV, los cristianos de Jerusalén habían sido advertidos por los profetas antes de que comenzara la guerra de que debían abandonar la ciudad condenada para refugiarse en Pella, en Perea.  Entonces aprovecharon esta oportunidad para ponerse a salvo (Historia Eclesiástica iii. 5. 3).  Sin embargo, durante este tiempo de relativa paz en Judea, los judíos de Damasco sufrieron muchísimo.  Los gentiles de esa ciudad los habían encerrado en el gimnasio y los vigilaban.  Cuando recibieron noticias de la victoria judía en Jerusalén, asesinaron a más de 10.000 en un día. 

La combinación del desastre en las provincias y la inesperada victoria sobre Cestio en Jerusalén, finalmente indujo a los judíos a intentar unirse de alguna manera.  Eleazar, uno de los extremistas, tomó el mando de la ciudad, mientras que diferentes generales salieron para reunir las fuerzas de los judíos en diversas zonas.

JOSEFO.- Josefo, hijo de Matías, conocido más tarde como Flavio Josefo, y que   llegaría a ser el historiador de la guerra, fue enviado a Galilea.  Su programa de acción quizá sea un ejemplo de cómo se esforzaron otros generales.  Procuró ganar la amistad de la gente, edificó fortificaciones y adiestró a las tropas.  Al principio tenía 100.000 hombres provistos de las armas que pudieron conseguir, de los cuales 65.000 estaban listos para la acción.  Confió algunas tropas al zelote Juan de Gichala, pero finalmente Juan rechazó el liderazgo de Josefo y luchó contra él.

LA LLEGADA DE VESPASIANO.- Roma consideró que la rebelión de Judea no era sólo una úlcera en el imperio, sino un centro infeccioso de rebelión que podría propagarse; y Nerón decidió nombrar como general a cargo del comando supremo de   Siria a un militar veterano: Flavio Vespasiano, quien no sólo había actuado con éxito en la campaña contra los germanos y subyugado a Bretaña, sino que también tenía experiencia en política.  Vespasiano estaba con Nerón en una gira por Grecia, cuando el emperador decidió entregarle el mando de Siria.  Vespasiano fue a Siria y  reunió su ejército en Antioquía.  Mientras tanto, una fuerza judía atacó Ascalón.  Los judíos fueron derrotados por una pequeña guarnición romana y perdieron dos generales y 10.000 hombres.

GALILEA ES SUBYUGADA.- Vespasiano estableció su cuartel general en Tolemaida, sobre la costa al norte del monte Carmelo.  Allí, con la ayuda eficaz de su hijo Tito, reunió 60.000 hombres de los cuales unos 35.000 eran soldados de primera línea.  La situación geográfica de Tolemaida le permitió a Vespasiano atacar a Galilea.  Hubo pequeñas pero sangrientas batallas entre sus tropas y los judíos.  El ejército de 77 Josefo sucumbió ante los romanos, quienes, a medida que avanzaban, destruían   todo como una advertencia contra nuevas revueltas.  Josefo ocupó posiciones en Jotapata con el resto de sus tropas, pero Vespasiano la cercó inmediatamente.  Lo sorprendente es que la ciudad resistió terribles ataques durante 47 días.  Cuando cayó  (Julio de 67 d. C.), los romanos asesinaron a 40.000 judíos.  Mientras se efectuaba el asedio, Trajano -padre del futuro emperador romano de ese mismo nombre- tomó la cercana localidad de Jafa, donde mató a 27.000 judíos y vendió a 2.000 más como esclavos.  Los romanos aniquilaron en Samaria a 11.000 personas en una batalla en el monte Gerizim.

Josefo huyó de Jotapata con unos pocos soldados y se refugió en una caverna donde convinieron que cada soldado matara a un compañero, hasta que sólo quedaron Josefo y uno más.  Esos dos se rindieron a los romanos. (Ver en el subtítulo "Josefo", p. 95, donde hay más informaciones sobre este caudillo judío.)

Después los romanos tomaron la ciudad de Jope.  Allí una tormenta destruyó los barcos donde se habían refugiado muchos de los habitantes, y los romanos mataron a los que fueron echados por el mar a la playa.  En total fueron muertos 4.000 y la ciudad fue arrasada.

El método implacable y sanguinario de Vespasiano era destruir los centros judíos fuera de Jerusalén para privar de provisiones a la capital.  Después trazó el plan de reunir sus fuerzas para atacar a Jerusalén.  Para fines del año 67 d. C. la revolución ya había terminado en Galilea y las ciudades de la costa.  Juan de Gichala -el caudillo de Galilea que se había opuesto a Josefo- huyó a Jerusalén, donde el partido belicoso le dio una cordial bienvenida.

LUCHAS ENTRE LOS JUDÍOS.- A medida que los romanos dejaban tras sí los pueblos devastados, aparecían grupos de merodeadores que provocaban pequeños conflictos internos.  Los habitantes de esos pueblos, cuando les era posible, huían a Jerusalén, por lo que aumentó la población que había que alimentar y mantener.  Al fin, comprendiendo la importancia de una acción unificada, se unieron los merodeadores y también fueron a Jerusalén donde tomaron las riendas del gobierno.  Apresaron a los mejores hombres de la ciudad que se oponían a la violencia convencidos de su inutilidad, y mataron a muchos de ellos acusándolos de estar en negociaciones con los romanos.

Cuando el pueblo organizó una revolución contra esos desaforados extremistas, estos se fortificaron en el recinto del templo y eligieron por sorteo a una persona  completamente indigna como sumo sacerdote.  Siguió una cruel lucha entre los conservadores de la ciudad y los zelotes y sus sicarios dentro del recinto del templo.  Estos últimos recurrieron a los idumeos en procura de ayuda, y permitieron que entrara en la ciudad un gran contingente de ellos.  Como resultado hubo una terrible matanza de los que pertenecían al partido conservador.  Posteriormente los idumeos comprendieron que por engaño habían sido inducidos a apoyar a los peores elementos de la ciudad, y se retiraron disgustados por haber sido entrampados de esa manera en un momento tan peligroso.  Juan de Gichala se convirtió entonces en el caudillo de los que estaban determinados a continuar con la guerra hasta el fin.

Los oficiales de Vespasiano lo instaban para que atacara a Jerusalén en ese momento, pero no aceptó el consejo.  Decidió acertadamente dejar que los judíos agotaran sus provisiones y se destruyeran luchando entre sí.  Por eso el invierno (diciembre 67 a febrero 68) pasó en relativa calma. 

Al comenzar la primavera de 68 d. C., Vespasiano subyugó a Perea, lo cual hizo con implacable y cruenta eficiencia.  Entonces prosiguió para completar la conquista de Judea e Idumea.  A mediados de junio los romanos ocuparon a Jericó casi abandonada. 78

VESPASIANO EMPERADOR.- Vespasiano estaba por comenzar el sitio de Jerusalén cuando recibió la noticia de la muerte de Nerón, e inmediatamente y a la distancia contempló, en rápida sucesión, la elección y asesinato de Galba y Otón; y aceptó su elección como emperador, elección hecha por las tropas de Egipto y el Cercano Oriente. Vespasiano entregó a su hijo Tito, en quien tenía plena confianza, la dirección de la campaña contra Jerusalén, y se marchó lentamente a Roma. Vitelio, que había intentado tomar el gobierno después de que Otón fuera asesinado, fue, a su vez, desplazado por partidarios de Vespasiano, y éste se convirtió, de hecho, en el emperador. Ver el diagrama de la p. 224.

UNA GUERRA CIVIL JUDÍA.- Mientras estaban momentáneamente quietas las tropas romanas, un caudillo judío llamado Simón bar Giora comenzó una campaña por Judea e Idumea, saqueando y matando. Finalmente se presentó en Jerusalén, donde algunos de los zelotes, que al principio se le habían opuesto, lo admitieron junto con sus fuerzas.  Entonces Eleazar hijo de Simón, también caudillo insurgente, formó otro grupo para oponerse a Simón bar Giora, y otra vez estalló la guerra civil dentro de Jerusalén.  De esa manera se justificó la táctica dilatoria de Vespasiano debido a la formación de tres facciones entre los judíos extremistas: los seguidores de Juan de Gichala, los de Simón y los de Elcazar, quienes al destruirse mutuamente facilitaron la tarea de los romanos.

EL SITIO DE JERUSALÉN.- Tito ocupó el monte de los Olivos en la primavera de 70 d. C. y puso sitio a Jerusalén.  Las incursiones de los judíos frenaban a los romanos, y las artimañas de que se valían en la lucha enfurecieron a los sitiadores y los predispusieron para las implacables crueldades que pronto cometerían.  El relato del sitio es un terrible registro de ataques y contraataques, de incursiones y de lanzamientos de proyectiles, y una matanza creciente.  Los judíos luchaban con valor fanático, y los romanos se enfurecían terriblemente.  Debido a la presión del peligro, las facciones que había entre los zelotes se unieron en forma precaria; pero el 25 de mayo del año 70 d. C. Tito ya había conquistado la muralla exterior; y una semana más tarde tomó la segunda muralla.  Dentro de la ciudad -atestada por miles de personas desde el tiempo de la pascua- los sufrimientos eran terribles.  Desde afuera de los muros Josefo rogaba en vano a los judíos a que se rindieran.  Sin hacerle caso, continuaban luchando entre sí y contra los romanos.  Tito crucificaba frente a los defensores a los judíos que capturaba.  Las provisiones se iban agotando en la ciudad y se desataron pestes. Josefo ha conservado el informe de que entre el 1º. de mayo y el 20 de julio más de 100.000 cadáveres fueron sacados de la ciudad para ser enterrados.

LA CAÍDA DE LA CIUDAD.- El fin se veía venir.  El 25 de julio los romanos tomaron la torre Antonia, donde la lucha permitió que hubiera maravillosas demostraciones de heroísmo.  No dándose cuenta de cuán desesperada era la situación de los judíos, los romanos se desalentaron, y le fue difícil a Tito reanimarlos.  La situación empeoró entonces rápidamente.  Algunos judíos de la nobleza desertaron pasándose a los romanos.  El hambre se generalizó, a tal punto que una mujer sumida en la desesperación asó a su propio hijito y se lo comió.

El 30 de agosto, y en contra de las órdenes de Tito, el templo fue incendiado y destruido.  No fue posible impedir que los soldados romanos saquearan y mataran. Tito consiguió salvar el candelabro de oro de siete brazos y algunos otros trofeos para su triunfo en Roma; pero fuera de esto la ruina fue completa. Fueron incendiadas tanto la ciudad baja como la ciudad alta; los muros fueron derribados, y hasta donde lo permitió su topografía, el lugar fue arrasado. Excepto las tres torres del palacio de Herodes, toda la ciudad de Jerusalén fue destruida.

El salvajismo de la matanza que caracterizó el sitio y la toma de Jerusalén quizá 79 fue lo peor de toda la larga historia de las guerras de los romanos.  Los judíos lucharon entre sí a muerte, y lucharon con los romanos con el valor de la desesperación, pues estos últimos no tenían otro deseo sino el de matar a tantos como pudieran.  Los vencedores vendieron a miles de judíos como esclavos y enviaron a otros miles a diversas ciudades para que perecieran en las arenas del circo.  Tito se reservó a los cautivos más altos y más hermosos para su triunfo en Roma.  Se dice que 11.000 prisioneros murieron de hambre en los días que se necesitaron para clasificar y dividir las hordas de cautivos. Josefo estima que los romanos tomaron 97.000 prisioneros.  Calcula que los que murieron durante el asedio alcanzaron la casi increíble cifra de 1.100.000. Declara que la gran mayoría de los que perecieron eran judíos visitantes que estaban en la ciudad, y no moradores de ella (Guerra vi. 9. 3).  Terminada su victoria, Tito regresó a Roma con sus prisioneros y trofeos, exhibiéndolos en el camino.  En Roma disfrutó de un magnífico desfile triunfal que todavía se conmemora en el arco de Tito en el foro romano.  Entre otros trofeos aparece allí el candelabro de siete brazos que había estado en el templo (ver la ilustración en t. 111, p. 42).

La lucha continuó en Judea durante tres años, y los romanos siguieron conquistando fortaleza tras fortaleza y matando y esclavizando a los judíos que capturaban.  En mayo del año 73 d. C. terminó la sangrienta guerra judeo-romana.

IX EL PERÍODO DE LA POSTGUERRA. Con la destrucción del templo, la dispersión del sanedrín y la desaparición de todos los medios de gobierno propio, sólo quedó la sinagoga.  Por lo tanto, aunque los judíos siguieron existiendo, unidos por vínculos de raza y de religión, cesaron por muchos siglos los vínculos nacionales y políticos. Desde entonces, su vida giraba, más que nunca antes, en torno a la sinagoga.  Como ya no podían ofrecer sacrificios y aun el templo de Onías en Egipto estaba cerrado, recurrían a la Torah como a su única fuente de fortaleza, en tanto que dirigían sus esperanzas futuras al Mesías que aún creían que vendría.  La ley les proporcionaba una íntima convicción de justicia que ahora era más necesaria, pues el pueblo en general estaba lleno de melancolía y sus corazones abrumados por un sentimiento de fracaso y desesperanza; y la esperanza mesiánica les daba una seguridad de su restauración nacional y la promesa de que pronto tendrían aun más de lo que habían perdido.  Aunque los judíos de esta triste época no podían tener una vida política propia, los romanos no les quitaron sus derechos políticos en el imperio ni tampoco interfirieron en nada en el uso de sus sinagogas.

EL CONCILIO DE JAMNIA.- Todo el sanedrín no escapó de Jerusalén, como algunos han dicho. Pero se formó un nuevo consejo en Jamnia, pueblo en la costa al sur de Jope.  El director de ese nuevo centro de judaísmo fue Johanán ben Zakkai, fariseo, rabino y discípulo del famoso maestro Hillel.  Era conservador, y cuando vio durante la guerra judía a donde el gobierno de los zelotes había llevado al pueblo, escapó de Jerusalén dentro de un ataúd y se rindió a los romanos. Después de la guerra consiguió permiso para establecer un colegio en Jamnia.  Allí se reunieron rabinos sensatos, inteligentes y de influencia para establecer el nuevo concilio. A partir de esta fecha se obligó a los judíos a pagar impuestos al templo romano, pero el dinero que antes habían enviado para su propio templo ahora iba a Jamnia, de modo que este consejo disponía de recursos.  

Aunque este consejo no tenía poder legislativo ni judicial en el sentido político, presidía en la codificación de la ley y en las interpretaciones de los rabinos.  Así comenzó la obra que más tarde produjo el Talmud.  Las decisiones de este consejo se dejaban sentir entre los judíos dispersos, conocidos como los de la diáspora.  Y algo más importante aún, el Concilio de Jamnia 80 fue el que oficialmente confirmó el canon del Antiguo Testamento.  No reconoció como autoridad espiritual de importancia primordial los libros llamados apócrifos (ver t. I, p. 47; t. IV, pp. 83 - 120).

LA REBELIÓN EN TIEMPO DE TRAJANO.- La libertad de que disfrutaron los judíos en tiempo de Vespasiano (69-79 d. C.) y de Tito (79-81 d. C.) desapareció en tiempo de Domiciano (81-96 d. C.). Domiciano es conocido por su persecución contra los cristianos, y también fue implacable con los judíos.  Cualquier judío que procuraba ocultar su nacionalidad era castigado, y los que se convertían en prosélitos del judaísmo sufrían la pérdida de sus propiedades y aun de su vida.  Esta persecución polarizó de nuevo el sentido judío de solidaridad y, una vez más, despertó su ira.

Nerva (96-98 d. C.) terminó con la inhabilitación política de los judíos; pero 15 años más tarde estalló su latente enojo por sentirse oprimidos, y en Cirene, Egipto y Chipre se rebelaron abiertamente atacando a sus vecinos gentiles antes que a los gobernantes políticos. Cuando el emperador Trajano (98-117 d. C.) dirigió sus tropas en su campaña contra los partos, se sublevaron los judíos de Mesopotamia.  Los romanos tomaron represalias en cada levantamiento de los judíos y los aplastaron sin misericordia y con pérdida de muchas vidas.

LA REVOLUCIÓN EN TIEMPO DE ADRIANO.- Adriano (117-138 d. C.), sucesor de Nerva y Trajano, podría describirse como un hombre bueno, consciente de la dignidad de su cargo y firme en su administración.  Viajaba mucho, y conocía su imperio y a su pueblo.  En primer lugar era romano, y se preocupaba por el bienestar de Roma y del imperio.  Por eso completó, sin misericordia, la tarea de raer el residuo de la sangrienta revolución que se produjo durante el gobierno de Trajano.  Adriano prohibió la circuncisión, y en el año 130 d. C. ordenó que Jerusalén fuera reedificada como una ciudad pagana, con un santuario de Júpiter erigido en el lugar del templo.  Esto fue más de lo que los judíos podían soportar, no sólo porque ponía fin a sus esperanzas de una pronta reedificación de su propio templo, sino porque también significaba que los sacrificios paganos constantemente contaminarían el lugar santo de Jehová.

 Por esta razón los judíos palestinos se rebelaron una vez más en el año 132 d. C. Animados por el venerable rabino Akiba, aclamaron a Simón Barcoquebas, caudillo del levantamiento, como al Mesías que tanto habían esperado; y bajo su liderazgo lucharon casi como un solo hombre contra los romanos.  Si para esta guerra dispusiéramos de un registro tan completo como el que Josefo presenta de la guerra en tiempo de Vespasiano, nos contaría una historia asombrosa de valor, fanatismo y derramamiento de sangre.  Dión Casio, el historiador romano, estima (Historia lxix. 14) que más de medio millón de judíos perdieron la vida en la lucha, además de las incontables multitudes de civiles que sucumbieron de hambre y enfermedades, y por los estragos de la guerra.  En el año 135 d. C., después de tres años y medio de intensa lucha, los romanos vencieron una vez más a los judíos, y éstos de nuevo quedaron humillados ante sus vencedores.  A Jerusalén se le dio el nombre de Aelia Capitolina, fue convertida en una ciudad gentil en la cual no podía entrar ningún judío sin quedar bajo pena de muerte, y se erigió un santuario a Júpiter en el lugar donde había estado el templo (ver com.  Dan. 9: 27). Estas constantes rebeliones hicieron que los gobernantes y el pueblo de Roma desconfiaran de los judíos.  Los maldecían, ultrajaban y ridiculizaban y los vigilaban sin cesar para que no se sublevaran otra vez.  Los romanos los llamaban despectivamente la "segunda raza", y se referían aún con mayor desprecio a los cristianos llamándolos "la tercera raza".  Pero 75 años después, en tiempo de Caracalla, los judíos disfrutaron con todos los habitantes del imperio del privilegio concedido a 81 todos: la ciudadanía romana.  Mas en ese tiempo el cristianismo crecía constantemente; y cuando se convirtió en la religión legal del imperio en los días de Constantino (3 13 d. C.) los judíos se vieron una vez más en serias dificultades en buena parte del imperio.

X. JUDÍOS Y CRISTIANOS

LOS JUDÍOS REPUDIAN EL CRISTIANISMO.- El libro de los Hechos señala que los judíos causaban dificultades a la naciente iglesia cristiana en dondequiera que podían hacerlo (Hech. 14: 2-6, 19; 17: 5-9, 13; 18: 12-17; 19: 13).  Había muchas sectas o ramificaciones del judaísmo, todas reconocidas como parte de la comunidad religiosa judía, que disfrutaban de mucha libertad por parte de los demás judíos; pero con los cristianos todo era diferente.

La secta cristiana, repudiada por los judíos, no tenía arraigo nacional para su existencia.  Los romanos reconocían oficialmente la religión judía; pero cuando los judíos rechazaron el cristianismo, éste quedó sin reconocimiento legal.  De modo que los cristianos fueron un grupo legal durante los tres primeros siglos de su existencia.

PROCEDER DE LOS CRISTIANOS ANTE LOS JUDÍOS.- En todo el período del Nuevo Testamento no se registra que los cristianos manifestaran odio hacia los judíos, sino que procuraban ganarlos para Cristo.  Lamentaban que los judíos no quisieran aceptar el Evangelio, proseguían con su obra misionera a pesar de las persecuciones inspiradas por los judíos.  Es cierto que Pablo habla de lo que los judíos estaban haciendo (1 Tes. 2:14-16), pero no se registra que los cristianos los odiaran, si bien ese odio pronto se hizo sentir.

Por medio de las labores de Pablo y otros como él, aumentó rápidamente el número de gentiles dentro de la iglesia cristiana, y llegó el tiempo cuando éstos eran mayoría.  Pablo había logrado que esos conversos quedaran libres de practicar el ritual mosaico, a lo que se opusieron algunos judíos dentro de la iglesia cristiana.  Esta actitud, junto con la reacción de los cristianos gentiles, abrió una brecha entre ellos por un lado, y por el otro, los judíos, tanto los que habían aceptado el cristianismo como los que seguían como judíos.

EL EFECTO DE LAS REVOLUCIONES DE LOS JUDÍOS.- Cuando sucedió la serie de revoluciones de los judíos, dado que los cristianos eran generalmente considerados como una secta judía se vieron en una situación difícil.  Si permitían que se los confundiera con los judíos, podrían sufrir lo que estaban soportando estos últimos debido a sus rebeliones.  Por eso los apologistas cristianos del siglo II comenzaron a destacar la diferencia entre ellos y los judíos.  De esa manera el odio de los judíos contra el cristianismo, junto con sus sublevaciones contra los romanos, hicieron que el cristianismo rápidamente entrara en un ambiente gentil, mientras que así se aislaba a los judíos aún más del mundo que los rodeaba.  La historia de los judíos en el siglo I -siglo en que vino Cristo a los judíos y éstos lo rechazaron- es, sin duda, un impresionante cumplimiento de la lúgubre profecía de Moisés en cuanto a las calamidades que sobrevendrían a Israel si éste desobedecía a Dios (Deut. 28:15-68).  Después del año 70 d. C., y más aún después del año 135 d. C., los judíos dejaron de ser un factor significativo como nación en los asuntos mundiales.  Aunque los siglos siguientes fueron testigos de un desarrollo cultural entre ellos, ese progreso fue en sí mismo, por lo menos parcialmente, un resultado de la posición del aislamiento en que se encontraban en relación con el mundo en general. 82

Bibliografía

FUENTES ANTIGUAS

Dión Casio. Historia romana (9 t.). Loeb Classical Library. Cambridge, Massachussetts: Harvard University Press, 1914-1927.  Sobreviven casi la mitad de los ochenta libros de historia que Dión Casio escribió en torno al año 200 d. C. Es esta obra una excelente fuente para estudiar el Imperio Romano y sus diversos pueblos.

Filón de Alejandría.  Obras completas de Filón de Alejandría (5 t.). Buenos Aires: Acervo Cultural Editores, 1975.  

Las obras de Filón muestran la fuerte influencia de los métodos alejandrinos y de la filosofía griega, sobre todo el platonismo.  Los escritos conocidos describen la forma de pensar y de vivir de los judíos durante la primera mitad del siglo I d.C.

Josefo, Flavio.  Obras completas de Flavio Josefo (4 t.). Buenos Aires: Acervo Cultural Editores, 1961.  Tres tomos corresponden a Antigüedades judías y uno a Guerra de los judíos. Josefo fue general judío en los primeros tiempos de la revuelta judía de 66-73 d. C. Luego se pasó a los romanos, y su historia, aunque compendiosa, evidentemente fue escrita para ellos.  Hay imprecisiones, sobre todo en asuntos no judíos.

Justino Mártir.  Diálogo con Trifón el judío.  Aparece en The Ante- Nicene Fathers (t. 10).  Grand Rapids, Michigan: Wm.  B. Eerdmans, 1950-1951. Justino, apologista cristiano del siglo II, convertido del paganismo, ve el judaísmo como enemigo del cristianismo, que pronto será conquistado por la ética superior y filosofía del cristianismo.

Melito de Sardis. The Homily on the Passion. Traducido al inglés por Campbell Bonner. Londres: Christophers, 1940.  Esta obra expresa un parecer del siglo II sobre los cristianos y judíos del siglo I.

La Misna. (Ed. a cargo de Carlos del Valle [Madrid: Editora Nacional, 1981], 1436 pp.).

Pseudo Filón.  The Biblical Antiquities of Philo.  Traducido al inglés por Mantague Rhodes james.  Londres: Society for Promoting Christian Knowledge, 1917.  Es un relato legendario de acontecimientos desde Adán hasta David, escrito por un autor palestino relacionado con los fariseos.  Refleja el parecer judío de sus tiempos.

Stern, Menahem, editor y traductor. Greek and Latín Authors on jews and judaism (2 t.). Jerusalén: The Israel Academy of Sciences and Humanities, 1976.  Es una colección completa de obras de autores greco-romanos referentes a los judíos y a su religión.  Aparecen en griego y latín con traducción al inglés.

Suetonio Tranquilo, Cayo. The Lives of the Caesars (2 t.). Loeb Classical Library.  Cambridge, Massachussetts: Harvard University Press, 1935-1939.  Esta obra, más literaria que histórica, favorece al senado romano.  Fue escrita por el año 120, y apenas toca el judaísmo.

Tácito, Cayo Cornelio.  Los anales.  Buenos Aires: Albatros, 1944.  Una valiosa fuente de información, escrita por el año 100 d. C. Desafortunadamente faltan partes importantes.  Sus ideas en cuanto a los pueblos no romanos son difíciles de aceptar, según lo ilustra su evaluación de los judíos.

Tertuliano, Quinto Séptimo Florencio. Works.  En The Ante-Nicene Fathers, t. 3-4.  Grand Rapids, Michigan: Wm.  B. Eerdmans, 1950-1951.  Este autor cristiano, quien escribió en torno al año 200 d. C., tiene mucho que decir acerca de los judíos.  Se manifiesta contrario a éstos y los considera como enemigos del cristianismo.

ESTUDIOS MODERNOS

Bevan, Edwin Roberts, y Singer, Charles. The Legacy of Israel.  Oxford: Clarendon Press, 1928.  Un estudio cuidadoso e imparcial de la importancia del judaísmo para la vida y la cultura del mundo occidental.

Brandon, Samuel George Frederick. The Fall of Jerusalem and the Christian Church.  Londres:

Society for the Promotion of Christian Knowledge, 195 l. Un estudio bien documentado del cristianismo primitivo y de su relación con el judaísmo.

Finkelstein, Louis. The Pharisees (2 t.). Filadelfia: Jewish Publication Society of America, 1938.

Un examen meticuloso de la historia, las creencias y la operación del fariseísmo, con 83 excelente documentación y bibliografía. Ver también la obra editada por Finkelstein, p. 44.

Foakes-Jackson, Frederick John Josephus and the jews.  New York: R. R. Smith, 1930.  Un análisis de un historiador de la obra de Josefo, el más conocido historiador del antiguo judaísmo y del pueblo que describe.

Hengel, Martin. Judaism and Helenism: Studies in their Encounter in Palestine during the Early Hellenistic Period (2 t.). Filadelfia: Fortress Press, 1974.  Obra traducida del alemán, en la cual se estudia en forma cuidadosa la relación entre el judaísmo y el helenismo en Palestina.

James, E. O. Historia de las religiones (3 t.). 3.a ed.  Barcelona: Vergara, 1963.  Parte del t. 3 trata del judaísmo y el origen del cristianismo, el cual se introduce con la descripción del medio ambiente judío en el que nació.

Jeremias, Joachim. Jerusalem in the Time of Jesus: An Investigation into Economic and Social Conditions during the New Testament Period.  Filadelfia: Fortress Press, 1969.  Obra traducida del alemán, en la cual se estudian detalladamente las condiciones económicas y sociales imperantes en Jerusalén durante el siglo I.

Klausner, Joseph. From Jesus to Paul.  New York: Macmillan, 1943.  Originalmente escrita en hebreo moderno para lectores judíos, esta obra de un erudito judío intenta explicar que el cristianismo se convirtió de secta judía en religión mundial.  Se estudia el marco social, político, intelectual y religioso del Imperio Romano en los tiempos del Nuevo Testamento.

-.Jesús de Nazareth.  Buenos Aires: Paidós, 1971. Un estudio de las condiciones políticas, económicas, religiosas e intelectuales imperantes en la nación judía en los tiempos de Jesús.  Sigue un análisis de las enseñanzas de Jesús desde un punto de vista judío.  Se hace extenso uso de antiguas fuentes literarias judías, lo cual torna valiosa la obra.

-.The Messianic Idea in Israel.  New York: Macmillan, 1955.  Un estudio sistemático de la idea mesiánica en la antigua literatura judía, incluyendo el Antiguo Testamento, los libros apócrifos, los pseudoepigráficos, la Mishnah, y el Talmud, junto con un análisis de la idea mesiánica judía y una comparación entre el mesías judío y el Mesías cristiano. 

Konig, Franz. Cristo y las religiones de la tierra. Manual de historia de la religión.  Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1960.  El cristianismo en relación con el judaísmo, desde un punto de vista cristiano.

Matziah Melmed, Meir. El judaísmo.  Madrid: Centro Superior de Investigaciones Científicas, 1981. Esta obra investiga cuidadosamente la historia y las creencias del judaísmo.  Interesa la parte que trata sobre el siglo I.

Moore, George Foot. Judaism in the First Centuries of the Christian Era (3 t.). Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 1927-1930.  Esta obra, aunque algo antigua, contiene valiosa información sobre el judaísmo de los primeros siglos.

Safrai, S. y Stern, M., editores. The Jewish People in the First Century (Compendia Rerum Judaica, rum ad Novum Testamentum).  Filadelfia: Fortress Press, 1974.  Obra importantísima sobre los judíos del primer siglo, en una serie sobre relaciones entre cristianos y judíos en todos los tiempos, que deberá tener 10 t., y han aparecido dos hasta 1985.  Sus autores son eruditos de diversas convicciones religiosas.

Sandmel, Samuel. The First Christian Century in judaism and Christianity: Certainties and Uncertainties.  New York: Oxford University Press, 1969.  Obra interesante en la cual se consideran hechos históricos y puntos imposibles de comprobar. (5CBA). MHP 


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