miércoles, mayo 04, 2011

" SIN BISTURÍ "


Miré todas las obras, que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu. Lo torcido no se puede enderezar, y lo incompleto no puede contarse (Eclesiastés 1:14, 15).

Las estadísticas en torno a las intervenciones quirúrgicas inútiles son alarmantes. Sin embargo, más que las cifras mismas, lo que asombra a los facultativos responsables es la facilidad con que los propios pacientes no sólo aceptan sino que piden la intervención quirúrgica, persuadidos de que dará resultados radicales. ¿Por qué este convencimiento? ¿Qué induce a la gente a recurrir a la cirugía cuando no la necesita?

Una escalofriante encuesta realizada en los Estados Unidos, señala que 3.000.000 de norteamericanos son operados cada año sin necesidad, y 10.000 de ellos mueren. J. Lyon –autor de un interesante artículo que el ABC de Madrid publicó bajo el título de “El escándalo, de las operaciones inútiles”– cree que “esta carrera hacia el bisturí es a veces señal de una turbación mental.
Algunas personas buscan inconscientemente un remedio para su angustia”.

Y es que la angustia –como todo otro tipo de emociones negativas– a menudo ataca “a dos puntas”. Por un lado, produciendo enfermedades; por el otro, acentuando el sentimiento de culpabilidad, que busca entonces la expiación en la enfermedad misma, y si no, en la cirugía, pues el corte y la extirpación de órganos que ésta implica representa para el paciente el corte y la extirpación del problema que lo perturba. Sin embargo, quienes van al quirófano por esta causa, al salir de él siguen con los mismos –o aún peores– conflictos y tensiones.

Para eliminar la angustia y la causa que la produce, y gozar de la existencia, se necesita otro tipo de “intervención”.
Por eso, amigo lector, Dios interviene. La Escritura afirma que si confesamos nuestros pecados a él, “él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 San Juan 1:9); y también dice que “al que cree, todo le es posible” (S. Marcos 9:23). Cuando uno acepta el perdón, el poder transformador, y la ayuda cotidiana que le ofrece Jesucristo, resuelve positivamente sus problemas, y ve que se disuelven su angustia y la causa de ella.

Semejante “operación” es comparada en las Escrituras con un “nuevo nacimiento”.
Y en esencia, lo es. Es también el cumplimiento de un viejo anhelo del hombre: poder morir a los errores y fracasos, a los pecados y frustraciones de su vida anterior, y nacer a la conquista de una nueva experiencia; esta vez con la ventaja de saber –desde el principio– qué hacer, y cómo, para eliminar la angustia y los factores que la producen, y así obtener el máximo provecho de la vida. Sólo por esto, amigo mío, el ofrecimiento divino podría ya bastar. Pero hay más. Dios no sólo nos da vida –abundante y deseable-- aquí y ahora. Nos la da . . . por la eternidad.

La voz.org

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