lunes, septiembre 27, 2021

REFLEXIÓN 854. RELACIONES RECIENTES CON LA IGLESIA DE CORINTO: Credenciales Apostólicas De Pablo (2CORINTIOS 3).

2 CORINTIOS 3. CREDENCIALES APOSTÓLICAS: Vers. (1-5) Para que los falsos maestros no lo acusen de vanagloriarse, presenta la fe y conducta de los corintios como recomendación suficiente para su ministerio.

LA GLORIA DE LA COMISIÓN APOSTÓLICA: Vers. (6-11) Establece luego una comparación entre los ministros de la ley y los del Evangelio, (12-18) y prueba que su ministerio es muy superior, así como el Evangelio de vida y libertad es más glorioso que la ley de condenación.

1 ¿Comenzamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O tenemos necesidad, como algunos, de cartas de recomendación para vosotros, o de recomendación de vosotros? 2 Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; 3 siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón. 4 Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; 5 no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios,

6 el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, más el espíritu vivifica. 7 Y si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual había de perecer, 8 ¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu? 9 Porque si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación. 10 Porque aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente. 11 Porque si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece.

12 Así que, teniendo tal esperanza, usamos de mucha franqueza; 13 y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de ser abolido. 14 Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado.

15 Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos. 16 Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. 17 Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. 18 Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. (2 Corintios 3).

1. Recomendarnos a nosotros mismos. En el cap. 2:17 Pablo establece el contraste entre él y sus colaboradores por una parte, y los falsos dirigentes que habían ido a Corinto y allí habían corrompido la Palabra de Dios por la otra. Era muy posible que la clara afirmación de Pablo fuera mal interpretada y causara críticas. ¿Estaba recomendándose Pablo a sí mismo? ¿Se estaba jactando y ensalzando y también a sus colaboradores? ¿Con frecuencia no se había referido a sí mismo en términos altisonantes? (1 Cor. 2:6; 3:10; 4:1; 9:15).

Los falsos maestros quizá se habían presentado a los creyentes de Corinto mediante cartas de recomendación de la iglesia de Jerusalén, con lo cual parece que realmente tenían buena reputación y contaban con el apoyo de los apóstoles. 

De esa manera sus credenciales podrían parecer mejores que las de Pablo (cf. Hech. 13:1-3; Gál. 2:7,9). Ver com. 2 Cor. 5:12.

De recomendación. Tanto esta frase como el verbo "recomendarnos" vienen de una raíz que significa "pararse juntos", es decir, estar de acuerdo. Así el portador de la carta gozaba del buen concepto del que la había escrito pues "estaban de acuerdo", "juntos". Una carta tal tenía el propósito de identificar a los misioneros que viajaban por una región donde no eran conocidos personalmente. Así se protegía a las iglesias contra los falsos maestros.

Repetidas veces se mencionan cartas de presentación (Hech. 18:27; Col. 4:10). Pero había epístolas falsas así como había apóstoles falsos. Era obvio que las cartas de recomendación que algunos habían presentado en Corinto habían sido aceptadas como genuinas. Sin duda Pablo no había llevado cartas de presentación como misionero cristiano, y sus críticos de Corinto ahora menospreciaban su condición de apóstol y ponían en duda su autoridad.

2. Nuestras cartas. Pablo emplea la palabra "cartas" en sentido figurado. No necesitaba de cartas de presentación literales, pues sus conversos eran una prueba más que suficiente de su apostolado. No necesitaba de documentos escritos para fundamentar su autoridad apostólica. La metáfora de cartas escritas significa dos cosas: que los creyentes corintios tenían la Palabra y la ley de Dios escritas en sus corazones, y también que eran epístolas vivientes escritas en el corazón de Pablo. Lo primero constituía una evidencia de que eran verdaderos cristianos; lo segundo, que Pablo era un verdadero apóstol. Eran el "sello" de su "apostolado" (1 Cor. 9:2).

Nuestros corazones. Si bien algunos MSS dicen "vuestros corazones", la evidencia textual (cf. p. 10) se inclina por el texto reflejado en la RVR.

3. Siendo manifiesto. "Conocido", "revelado". El mundo necesita de más cristianos que puedan ser "leídos". El lenguaje de una vida semejante a la de Cristo vale en todas partes. Sólo así los hombres pueden comprender lo que significa el cristianismo; sólo así pueden entender sus grandes verdades y aprender a amar y a obedecer la ley de Dios.

Carta de Cristo. Cada creyente y cada iglesia debiera ser una carta de Cristo para el mundo. El autor de la carta es Cristo. El material en el que se escribe es el corazón de cada creyente, y lo que se escribe es la ley de Dios, reflejo del carácter del Señor. El que usó la pluma en este caso fue Pablo.

Cristo escribió los Diez Mandamientos con su propio dedo en tablas de piedra (Exo. 24:12; 31:18; Deut. 9:10-11; cf. PP 381). Dios inspiró a hombres para que escribieran la Biblia (2 Tim. 3:16; 2 Ped. 1:20-21), y de ese modo también es autor de ella. Los seres humanos pueden ver y encontrar a Cristo en la ley, en las Escrituras y en los que creen en él si así lo desean.

Expedida por nosotros. Cristo usó a Pablo como su escribiente o amanuense. La carta escrita en los corazones de los conversos no tuvo su origen en Pablo ni fue dictada por él; pero sí fue el instrumento de Dios en la escritura de esta epístola viviente. Los fieles ministros de la Palabra en la iglesia hoy día son los escribientes de Dios para esta generación.

No con tinta. En tiempos del NT las cartas se escribían por lo general en un papiro, con una pluma de caña, y con pigmento negro como tinta (ver 2 Juan 12). Las cartas de Pablo para las iglesias sin duda fueron escritas de esa manera. Pero cuando se trata de escribir en las tablas del corazón humano, es decir, de la mente, se necesita un intermediario más permanente, y ese intermediario es el Espíritu del Dios viviente. Donde el Espíritu Santo actúa en la vida, la ley de Dios y la verdad de Dios se manifiestan en santidad, obediencia y santificación. La obediencia a toda la voluntad de Dios resulta espontánea. La escritura de la que aquí habla Pablo no sólo afecta al intelecto, sino también a la voluntad y a los sentimientos (Sal. 1:2; 119:16).

Los adversarios del apóstol, los judaizantes, no habían escrito una carta tal en los corazones de los creyentes corintios, como lo había hecho Pablo. Su ministerio se reducía a la letra de la ley.  Se ocupaban casi exclusivamente de la forma externa de la ley; el espíritu de ella nunca había sido grabado en sus corazones.

Lo que el legalismo judaico nunca pudo alcanzar -por falta de fe de parte de los que lo practicaban (Heb. 4:2)- ahora debía llevarlo a cabo el Evangelio (Rom. 8:3-4). El apego literal a la letra del judaísmo no podía transferir los principios de la verdad a los corazones de los hombres. La práctica judaica de la religión siguió siendo formal y mecánica; le faltaba el espíritu.

Tablas de piedra. O "tablillas de piedra". Pablo contrasta las dos tablas de piedra en las cuales Dios escribió los Diez Mandamientos en el Sinaí con las tablillas de carne del corazón. No había nada malo en que la ley de Dios estuviera escrita en tablas de piedra, pero mientras sólo estuviera escrita allí y no fuera transferida a las tablillas de los corazones de los hombres, en la práctica permanecía sólo como letra muerta.

La verdad tiene fuerza viviente y activa sólo cuando es aplicada a los problemas de la vida.

Pablo anticipa aquí lo que va a decir acerca del nuevo pacto en los vers. 6-11. Se hace referencia a la experiencia del nuevo pacto en pasajes de las Escrituras como Jer. 31:31-33; Eze. 11:19-20; 36:26-27; Heb. 8:8-10.

Sólo Dios tiene poder para llegar hasta el corazón y escribir allí su ley. Le es más fácil escribir su ley en tablas de piedra, porque éstas no tienen voluntad para oponerse; pero una vez que la ley está escrita en el corazón, deja de ser letra muerta. El papel y la piedra son transitorios; pero no pasa lo mismo con la ley escrita en el corazón y en la vida.

Moisés descendió del Sinaí trayendo dos tablas de piedra, evidencia visible de que había estado con Dios, y descendió del monte como portavoz instituido por Dios. Aunque las credenciales de Pablo no eran de una naturaleza tangible, no eran menos reales, pues la misma ley divina había sido escrita por el Espíritu Santo en el corazón del apóstol y en los corazones de sus conversos. Pablo no necesitaba otras credenciales. Su vida Y las de aquellos a quienes había llevado a Cristo, constituían una evidencia suficiente de que su comisión provenía de Dios.

4. Tal confianza. Los críticos literales de Pablo habían tergiversado la confianza y suficiencia del apóstol, convirtiéndolas en jactancia y alabanza propia. Pero era al contrario: su confianza resultaba de que conocía íntimamente que estaba bajo la constante conducción e influencia de Cristo (cf. cap. 5:14); por lo tanto, todo el honor y la alabanza pertenecían a Cristo y no a él. La necia y vana confianza propia es un vicio, pero la confianza en Dios es una gran virtud cristiana (1 Cor. 13:13; Gál. 5:22-23). La primera atribuye jactanciosamente al yo todo el éxito en el ministerio; la otra lo atribuye humildemente a Dios.

5. Competentes. Gr. hikanós, "suficiente", "bastante". La forma substantivada de la palabra se traduce más adelante en este versículo como "competencia" y su flexión verbal como "nos hizo . . . competentes" en el vers. 6. Pablo había cumplido de la mejor manera posible la misión que Dios le había encomendado, y no vacilaba en expresar su confianza de que su ministerio había sido exitoso. Pero toda la alabanza por ser él un instrumento eficaz, pertenecía a Dios

Pensar algo. Es decir, llegar a alguna conclusión respecto a su propio ministerio. Aunque la apreciación que hacía de su obra pudiera ser defectuosa, nadie podía negar que su trabajo había sido fructífero para el reino. Los principios del reino estaban indeleblemente escritos en los corazones y en las vidas de sus conversos.

Como de nosotros mismos. Pablo niega cualquier alabanza propia por el éxito que había acompañado a su ministerio.

6. Nos hizo ministros competentes. En los vers. 6-18 Pablo presenta la superioridad del "ministerio del espíritu" (vers. 8) -el cual él representa- por encima del "ministerio de muerte", el sistema judaico ya obsoleto, representado por sus adversarios judaizantes. Llega a esta conclusión comparando la "gloria" del nuevo pacto con la del período mosaico, y presentando a sus adversarios judaizantes como expositores de la letra de la ley y no del espíritu de ella. Llama al sacerdocio judaico el ministerio "de la letra", en contraste con el de los ministros cristianos cuyo ministerio era "del espíritu".

Un ministro "de la letra" de la ley presentaba un sistema de reglas y requerimientos. Su propósito era conseguir que se obedecieran requisitos externos. Pero Dios había hecho a Pablo ministro "del espíritu" de toda la voluntad revelada de Dios. El apóstol había sido educado de acuerdo con la rígida letra de la ley (Hech. 22:3; Fil. 3:4-6), pero el espíritu de vida en Cristo Jesús lo había liberado de ese rígido sistema (Rom. 8:2). Había renunciado al ministerio "de la letra" para dedicarse al ministerio "del espíritu" (Rom. 8:1-2; 2 Cor. 5:17).

Uno de esos ministerios es poderoso para salvar a los hombres del pecado y para convertirlos en hijos de Dios; el otro, no (Efe. 3:7). Uno tiene el Espíritu Santo; el otro, no. El ministerio "del espíritu" puede convencer de pecado; el otro, no (Juan 16:8-9, 13; Efe. 3:7; 1 Tim. 1:11-16).

El ministerio "de la letra" -las formas de la religión- y el "del espíritu" (ver com. Juan 4:23-24), no tenían por qué haberse excluido mutuamente (ver com. Mar. 2:21-22; 7:6-9). Pero el ministerio "de la letra" fue convertido, en la realidad, en una perversión del verdadero Evangelio que había sido revelado a Moisés y a todos los profetas (DTG 20-22, 26-27).

Nuevo pacto. Pablo contrasta el nuevo pacto con el antiguo. A uno lo identifica con el espíritu; al otro, con la letra. Bajo el antiguo pacto, la reverencia judía por la sencilla "letra" de la ley prácticamente se convirtió en idolatría; asfixió al "espíritu". Los judíos prefirieron vivir bajo el dominio de la "letra" de la ley. Su obediencia a la ley, al ritual y a las ceremonias establecidas, era formal y externa. La consagración y la obediencia de un cristiano no deben caracterizarse por procedimientos rutinarios, minuciosas regias y complicados requisitos, sino por la presencia y el poder del Espíritu de Dios.

No de la letra. El contraste entre "letra" y "espíritu" en las Escrituras es peculiar del apóstol Pablo (ver com. Rom. 2:27-29; 7:6). La primera es superficial; el segundo llega a lo íntimo. Tanto judíos como cristianos corren el peligro de poner énfasis en la "letra", excluyendo el "espíritu". El AT y el NT constituyen una revelación inspirada por el Espíritu Santo (2 Tim. 3:15-17). Dios quería que el judaísmo tuviera ambos, la "letra" y el "espíritu": el registro de la voluntad revelada de Dios y ciertas formas o ritos prescritos que se tradujeran en una experiencia viviente (ver com. Juan 4:23-24); lo mismo debe suceder en el cristianismo. Los credos oficiales, la teología teórica y las formas del culto, no tienen poder para salvar a los hombres del pecado.

La "letra" de la ley era buena pues procedía de Dios y quedó registrada en los escritos de Moisés; pero Dios tenía el propósito de que la "letra", el registro escrito de la ley, fuera sólo un medio para alcanzar no fin más elevado: establecer el "espíritu" de la ley en los corazones de los judíos. Sin embargo, la mayoría de los israelitas fracasaron en interpretar la "letra" de la ley en términos del "espíritu" de la ley; es decir, no la convirtieron en una experiencia religiosa de salvación personal del pecado por medio de la fe en la expiación que proporcionaría el Mesías. La observancia literal, nada más, de la ley, "mata". Sólo el "espíritu" de la ley puede "vivificar", ya se trate de judíos o de cristianos. La práctica del cristianismo fácilmente puede degenerar en una "apariencia de piedad " sin "la eficacia de ella" (2 Tim. 3:5). De modo que la "letra" del cristianismo "mata" a los que dependen de ella para la salvación.

En los días de Pablo el judaísmo había perdido a tal punto el "espíritu" de la verdadera religión, que sus ritos religiosos eran solamente "letra". Como sistema había perdido el poder de impartir vida a sus seguidores (ver com. Mar. 2:21-22; Juan 1:17); el cristianismo, por su parte, todavía era joven y fuerte, aunque en los siglos siguientes también se degeneraría (ver Nota Adicional de Dan. 7). De modo que cuando Pablo escribió, el judaísmo estaba identificado con la "letra", y el cristianismo se identificaba con el "espíritu" hasta donde estaba libre de la influencia del judaísmo.

No tiene ningún fundamento el argumento de que Pablo menosprecia aquí el AT y el Decálogo, pues al escribir a los gentiles que habían aceptado el Evangelio, repetidas veces afirma la vigencia del AT y del Decálogo para los cristianos (ver com. Rom. 8:1-4; 2 Tim. 3:15-17; cf. com. Mat. 5:17-19). Cristo y los apóstoles no tenían otras "Escrituras" fuera del AT (ver com. Juan 5:39). Los nombres de muchos fieles que se registran en Heb. 11, junto con muchos miles de creyentes del tiempo del AT, experimentaron la obra vivificante del Espíritu Santo en sus vidas así como miles la sintieron en los días del NT.

Cada iglesia y cada credo tiene su "letra" y su "espíritu". El Evangelio de Jesucristo tiene su "letra" y tiene su "espíritu"; pero sin el poder vivificante del Espíritu Santo, el Evangelio inevitablemente se convierte, en cualquier iglesia, en "letra" muerta. Miles y miles que se llaman cristianos están satisfechos con la "letra", y permanecen completamente desprovistos de vida espiritual.

Lo que Dios exige no es simplemente un proceder correcto, sino que dicho proceder sea el producto y la evidencia de una buena relación con Dios y una óptima condición moral y espiritual.

Reducir la vida y el culto cristianos al cumplimiento de un sistema de reglas sin que haya dependencia del Dios viviente, es confiar en el uso y el ministerio de la "letra". Los actos externos y las ceremonias de la religión, ya sea judía o cristiana, no son sino un medio para alcanzar un fin. Pero si se los considera como fines en sí mismos, se convierten al instante en un estorbo para la verdadera experiencia religiosa.

Lo mismo con la ley de Dios, el Decálogo. El cumplimiento externo de sus preceptos, en un esfuerzo para ganar la salvación mediante ellos, es vano. La obediencia tiene valor delante de Dios sólo cuando se produce como un resultado natural del amor a Dios yal prójimo (ver com. Mat. 19:16-30). En el Sermón del Monte nuestro Señor destacó el principio de que la obediencia a la "letra" de la ley sin el "espíritu" de obediencia, no alcanza la norma de justicia divina (ver com. Mat. 5:17-22).

En contra de lo que afirman ciertos expositores modernos de las Escrituras, el "espíritu" de la ley no invalida su "letra". 

Por ejemplo, Jesús ordenó a sus seguidores, apoyándose en el sexto mandamiento, que no se enojaran contra sus hermanos (Mat. 5:22), pero con eso no autorizó a nadie para que violara la letra del mandamiento matando a su prójimo. Es obvio que el "espíritu" del sexto mandamiento no ocupa el lugar de su "letra", sino que complementa la letra y la magnifica (ver com. Isa. 42:21). Lo mismo puede decirse de los otros nueve preceptos del Decálogo, incluso el cuarto (ver com.  Isa. 58:13; Mar. 2:28).

La letra mata. La "letra" era buena, pero no tenía poder para rescatar al pecador de la sentencia de muerte; en realidad, lo condenaba a muerte. La ley, como fue dada originalmente por Dios, tenía el propósito de dar vida (Rom. 7:10-11), y por eso el mandamiento es "santo justo y bueno" (Rom. 7: 12). La muerte entró por la desobediencia, pero la vida vino con la obediencia. La ley, pues, hace morir al pecador, pues "el alma que pecare, ésa morirá " (Eze. 18:4,20). "La paga del pecado es muerte" (Rom. 6:23), pero el Evangelio tenía y tiene el propósito de perdonar al pecador y darle vida (Rom. 8:1-3). La ley condena a muerte al violador del mandamiento, pero el Evangelio lo redime y le da vida nuevamente (Sal. 51).

Vivifica. El ministerio del "espíritu" imparte poder sobrenatural. La sentencia de muerte impuesta por la ley es invalidada por la dádiva de vida en Cristo (1 Juan 5:11-12). Cuando la norma de justicia de Dios llega hasta la conciencia de alguien que se ha convertido, se transforma en un motivo de obediencia y vida; pero cuando esa norma -la ley de Dios- penetra en la conciencia del que no se ha regenerado, lo condena a muerte.

7. Ministerio de muerte. Es decir, el sistema religioso judío que había sido pervertido de tal forma que era inerte y no podía impartir vida a los que lo practicaban. En el vers. 9 Pablo lo llama "ministerio de condenación". Los vers. 7-18 se basan en el episodio de Moisés registrado en Exo. 34:29-35. Pablo destaca aquí la gloria superior del ministerio del "espíritu". El propósito del apóstol era refutar a sus adversarios judaizantes de Corinto (ver com. 2 Cor. 11: 22), cuyo ministerio era de la "letra" y no del "espíritu".

Grabado con letras. Se hace énfasis en que lo escrito debía continuar, tener valor permanente. Es una clara referencia a las dos tablas de piedra en las que fueron escritos los Diez Mandamientos (Exo. 31:18). Compárese con las palabras de Cristo registradas en Mat. 4:4,7,10, "escrito está", que significan "permanece escrito". Pablo se refiere a la ocasión cuando la ley fue escrita por segunda vez en tablas de piedra (Exo. 34:1-7, 28-35).

Rostro de Moisés. Ver com. Exo. 34:29-35.

Gloria. Ver com. Rom. 3:23. En 2 Cor. 3:7-18 se establece un contraste entre la gloria que permanece y la gloria que se desvanece, entre lo más glorioso y lo menos glorioso, entre lo nuevo y lo antiguo. En ambos casos la "gloria" es la gloria de la presencia de Cristo. En lo nuevo hay una plena revelación de la gloria de Dios debido a la persona y la presencia reales de Cristo que vino a este mundo para que lo vieran los seres humanos (ver com.  Juan 1:14), y cuya gloria permanece para siempre (ver Heb. 7).

En el ministerio mosaico Cristo sólo estaba en los símbolos que proporcionaba la ley ceremonial, pero a pesar de toda la gloria que se reflejaba era la de Cristo. El Redentor estaba oculto detrás de un velo de símbolos, emblemas, ritos y ceremonias; pero el velo fue quitado con la llegada de la gran Realidad simbolizada (ver Heb. 10:19-20) por esos símbolos.

Había de perecer. Algunos, leyendo superficialmente, han llegado a la conclusión de que la ley de Dios "había de perecer"; pero lo que claramente se dice en este versículo es que la gloria fugaz reflejada en el rostro de Moisés era la que "había de perecer". Esa "gloria" se desvaneció a lo sumo en unas pocas horas o días, pero la ley de Dios grabada "con letras en piedras" permaneció en vigencia. 

El ministerio de Moisés y el sistema judío eran los que tenían que desaparecer, no la ley de Dios (ver com. Mat. 5:17-18). La gloria no estaba en las tablas de piedra, por lo tanto no se desvaneció de allí.

La gloria fugaz del rostro de Moisés fue el resultado de su comunión con Dios en el Sinaí. Demostraba a los que la veían que Moisés había estado en la presencia divina; era un testimonio silencioso de su misión como representante de Dios y de la obligación del pueblo de ajustarse a sus preceptos. Esa gloria debía confirmar el origen divino de la ley y su vigencia obligatoria.

Así como el rostro de Moisés reflejaba la gloria de Dios, así también la ley ceremonial y los servicios del santuario terrenal reflejaban la presencia de Cristo. El propósito de Dios era que los creyentes en los días del AT entendieran y sintieran la presencia salvadora de Cristo en la gloria reflejada del sistema simbólico.

Pero cuando Cristo vino, los hombres tuvieron el privilegio de contemplar la gloria de la Realidad simbolizada o anticipo (ver com. Juan 1:14), y ya no necesitaron más la gloria menor reflejada por los símbolos o tipos. En los días del AT los pecadores hallaban la salvación por la fe en Cristo, Aquel que había de venir; exactamente sucede lo mismo en la era cristiana.

Por esta razón Pablo habla de la administración de esos ritos y esas ceremonias como un "ministerio de muerte".

Los judíos que no vieran a Cristo en el sistema de sacrificios, morirían en sus pecados. Ese sistema nunca salvó por sí mismo a nadie de cosechar la paga del pecado: la muerte. Y puesto que la mayoría de los judíos de los días de Pablo -incluso los judaizantes que en ese momento perturbaban la iglesia de Corinto- consideraban que esos sacrificios eran esenciales para la salvación, evidentemente Pablo caracterizó todo el sistema como un ministerio de muerte. Era inerte. Judíos y gentiles debían encontrar vida en Cristo, pues sólo en él hay salvación (Hech. 4:12). Cristo fue sin duda el Salvador de Israel durante todo el tiempo del AT como lo es ahora (ver Material Suplementario de EGW com. Hech. 15:11).

El fracaso de la nación judía para ver a Cristo en los símbolos del sistema ceremonial y creer en él, caracteriza toda la historia hebrea desde el Sinaí hasta Cristo. De modo que la expresión ministerio de muerte caracteriza adecuadamente todo el período del sistema judío, aunque, por supuesto, hubo muchas excepciones notables. La ceguera de Israel lo indujo finalmente a rechazar a Jesús como el Mesías y a crucificar a su Redentor. Pablo declara que con la llegada de la gloria mayor revelada en Cristo y el consecuente desvanecimiento de la gloria reflejada del sistema simbólico, no podía haber más excusa para permanecer bajo tal sistema. La venida de Cristo y la plenitud del Espíritu Santo proporcionaron ampliamente un ministerio que podía impartir vida.

8. Ministerio del espíritu. El ministerio de salvación que imparte vida es designado como (1) "el ministerio de reconciliación" (cap.  8:18), es decir un ministerio por el cual los hombres son reconciliados con Dios; (2) "el ministerio del espíritu" (cap. 3:8); (3) "el ministerio de la palabra " (Hech. 6:4); (4) "el ministerio de justificación" (2 Cor. 3:9), es decir un ministerio mediante el cual los hombres pueden aprender la forma de llegar a ser justos (ver com. Rom. 8:3-4).

El tema va de lo menor a lo mayor. Este pasaje presenta una serie de contrastes: la letra y el espíritu, la gloria que se desvanece y la gloria que permanece, condenación y justificación, Moisés y Cristo. En cada caso, el segundo término es infinitamente superior al primero (ver Heb. 3:1-6).

9. Ministerio de condenación. Es decir, "el ministerio de muerte" (ver com. vers. 7).

El "ministerio de justificación" sobrepuja en gloria al "ministerio de condenación" en la misma proporción en que la sangre de Jesús sobrepuja a la de los "toros" y "machos cabríos" (Heb. 9:13) como medio para expiar el pecado. Entre los dos hay una diferencia infinita.

10. No es glorioso. No en un sentido absoluto, sino comparativo. La gloria del ministerio centralizado en el sistema de sacrificios era grande, pero parecía ser nada cuando se la comparaba con la de Cristo; por esta razón había perdido su gloria el primer ministerio; se había eclipsado completamente. El brillo de la luna y de las estrellas se desvanece cuando sale el sol. Así sucedió cuando apareció Cristo, el Sol de justicia. La gloria suprema de su encarnación, su vida, sus sufrimientos, su muerte y resurrección, y su revelación del amor y del carácter de Dios -su santidad, justicia, bondad y misericordia-, hicieron completamente inadecuado el sistema de sacrificios, aunque estuvo bien adaptado para su tiempo y su obra.

11. Lo que perece. Pablo veía el desvanecimiento de la gloria del rostro de Moisés como una ilustración del fin del sistema mosaico, del fin del "ministerio de muerte". El ministerio apostólico hizo terminar el de Moisés porque éste ya había cumplido su propósito.  Un patrón o molde pierde su utilidad cuando se completa la prenda de vestir para la cual sirvió.  Los judaizantes mantuvieron fijos sus ojos en "las figuras de las cosas celestiales" después de que Cristo regresó al cielo para ministrar "las cosas celestiales mismas" (Heb. 9:23).

Pablo procuraba desviar la atención de los hombres de la "letra" de una ministración que era impotente para impartir vida, para que se fijaran en el "espíritu" del sistema que podía impartirles vida. El sistema judío no sólo había llegado a ser inútil como guía para la salvación, sino, en realidad, peligroso porque tendía a apartar la atención de los hombres de Cristo, aunque su propósito original había sido llevar a los seres humanos al Salvador.

Pero el sistema judío de ceremonias no sólo se había vuelto obsoleto, sino que cuando dicho sistema estuvo en vigencia, los judíos pervirtieron mucho el plan original y el propósito de Dios por medio de él. Esto hizo que el sistema fuera tan ineficaz como objeta Mat. 23:38; DTG 530). Con la venida de Cristo ya no había la menor excusa para perpetuar el antiguo ministerio, como procuraban hacerlo los judaizantes adversarios de Pablo. Cf. Rom. 9:30-33.

Mucho más. Así como la luz deslumbrante del sol hace desaparecer las estrellas, el ministerio del "espíritu" sobrepuja y sustituye al de la "letra".

12. Teniendo. En los vers. 7-11 Pablo contrasta el ministerio mosaico con el apostólico.  Ahora presenta los diferentes resultados de las dos clases de ministerios como se pueden ver en los judíos (vers. 13-16) y en los cristianos (vers. 17-18). Los judíos permanecieron ciegos y duros de corazón; pero para los cristianos el ministerio del "espíritu" significó libertad y transformación. Tal esperanza. Es decir la gloria y la eficacia superiores del ministerio del "espíritu" (cf.  Tito 2:13). 

Franqueza. U "osadía". Esta palabra también se ha traducido como "denuedo" en Hech. 4:13 y en otros pasajes. Expresa la idea de franqueza, candor y valor. Los judíos habían tenido miedo de mirar el brillo divino del rostro de Moisés y temblaron ante la manifestación de la gloria divina en el Sinaí. Moisés era el portavoz de Dios, pero debió cubrir la gloria divina reflejada en su rostro, la cual comprobaba su ministerio. Por el contrario, en el ministerio más glorioso de Pablo no había nada que debía ser ocultado. El apóstol podía proclamar sin reservas las verdades del Evangelio.

13. No como Moisés. Ver Exo. 34:29-35. Pablo utiliza el episodio del velo para ilustrar la ceguera espiritual de Israel (2 Cor. 3:14-16). Según el apóstol, la gloria que se desvaneció representaba los símbolos y las ceremonias que terminarían con el aparecimiento de la gran Realidad simbolizada, el Señor Jesucristo.

Pablo explica que debido al "velo" los israelitas no pudieron ver el desvanecimiento de esa gloria pasajera ni comprender su significado, pues creían firmemente que los símbolos y las ceremonias tenían que ser permanentes. Los consideraban como un fin en sí mismos; no comprendían que ese sistema simbólico era transitorio y provisional por naturaleza, que prefiguraba la gloria de Cristo que había de venir. 

Moisés no ocultó deliberadamente la verdad ni procuró engañar a los israelitas. Profetizó acerca del Mesías y anticipó el glorioso momento de su venida (ver Deut. 18:15). El velo simbolizaba la incredulidad de los judíos (Heb. 3:18-19; 4:1-2; cf. PP 340-341) y su insistencia en no percibir a Cristo en el ministerio de los sacrificios.

14. Embotó. La causa de esa condición espiritual fue la incredulidad persistente.

Hasta el día de hoy. Pablo había sido constituido como ministro del nuevo pacto, pero su ministerio entre los judíos de su tiempo no había sido más eficaz que el de Moisés en la antigüedad. ¿Se debía a que Pablo sólo había sido ministro de la "letra"? ¡No! Era el resultado de que el "velo" aún estaba sobre sus mentes y corazones. La solución era que quitaran el "velo", y no que Pablo cambiara su ministerio del espíritu a la "letra" como lo pedían sus adversarios.

Antiguo pacto. "Antiguo Testamento" (RVA, BC, BJ, NC). La palabra griega diathék' aparece 33 veces en el NT. En la RVR sólo en dos de esas ocasiones se ha traducido como "testamento" (Heb. 9:16-17), donde evidentemente lo requiere el contexto.

En este vers. 14 es más lógico "leen el Antiguo Testamento" que "leen el antiguo pacto". Pero aquí no se refiere al AT como lo que conocemos ahora, pues en esos días aún no existía el NT como lo tenemos ahora. En cuanto a la forma en que se referían al AT en el NT, ver com. Luc. 24:44.

Quizá Pablo se refiera al Pentateuco o a aquella parte del mismo en que se presentan las especificaciones de la disposición del pacto. El velo, en vez de estar sobre el rostro de Moisés, se encuentra ahora sobre el libro que él escribió. Pero sin hacer caso a la palabra hablada o escrita por Moisés, aún permanecían cegados los corazones y las mentes de la gente.

Los judíos no pusieron a un lado la ley; la leían con regularidad y es probable que honraran a Moisés. En realidad no creían en él, pues de lo contrario hubieran creído en Cristo (Juan 5: 46-47). La gloria de Moisés consistía para ellos en la "letra" de la ley y en las formas externas y en las ceremonias allí prescritas. La naturaleza y el significado de la obra del Mesías seguían siendo un misterio para ellos.

El mismo velo. Es decir, la misma incapacidad espiritual para reconocer las grandes verdades espirituales y el propósito espiritual del ministerio de Moisés. Unos 1.500 años después del Sinaí los judíos continuaban con el entendimiento tan embotado como antes. La incredulidad de los judíos en los días del apóstol Pablo era idéntica a la de los días de Moisés.

Por Cristo es quitado. Descubrir a Cristo en las profecías del AT y en las ceremonias y formas prescritas en sus páginas, era lo único que podía ser suficiente para quitar el "velo" cuando se leían esos pasajes de las Escrituras. Pero los judíos se negaron a reconocer a Cristo como el Mesías, y por eso el velo continuaba sin ser quitado.

15. Aun hasta el día de hoy. Unos 1.500 años después del tiempo de Moisés y unos 30 años después de la muerte de Cristo.

Cuando se lee a Moisés. Los primeros cinco libros de la Biblia fueron escritos por Moisés y se conocían como "la ley de Moisés", Eran leídos regularmente en las sinagogas (Hech. 15:5,21; ver t. V, pp. 97-99).

Sobre el corazón de ellos. No tanto sobre el intelecto como sobre la voluntad. Podrían haber creído, pero se negaron a hacerlo (ver com. Ose. 4:6). Los judíos decidieron permanecer voluntariamente ciegos a través de toda su historia como nación. En los escritos de Moisés sólo veían lo que querían creer (ver t. IV, p. 35). Estaban completamente convencidas de la incomparable excelencia de la "letra" de la ley de Moisés, pero cerraban los ojos a su "espíritu".

Los servicios del santuario y los sacrificios señalaban al Cordero de Dios y su obra como mediador. Salmos como el 22, el 24 y el 110 destacaban a Aquel que es mayor que David. Las profecías de Isaías deberían haberlos inducido a comprender que el Mesías tenía que sufrir antes de que fuera coronado Rey. Es indudable que sólo esperaban que el Mesías los librara de sus enemigos extranjeros, y no de Sus Pecados (ver com. Luc. 4:19).

Este mismo velo de incredulidad voluntaria con frecuencia oculta la verdad de la gente hoy día. Necesitamos estudiar las Escrituras en mentes abiertas, listas para renunciar a opiniones preconcebidas y a reconocer y aceptar la verdad cualquiera que ella sea.

16. Cuando se conviertan. El obstáculo para la visión espiritual está dentro del individuo, no en Dios. Pablo no está enseñando que toda la nación de Israel se salvaría en masa (ver Rom. 9:6-8; com. Rom. 11:26).

Cuando las personas se convierten de verdad, disciernen que tanto el AT como el NT dan testimonio de Cristo (Luc. 24:27; Juan 5:39; 15:26-27; 16:13-14). Pero algunos cristianos modernos, a semejanza de los judíos incrédulos de los días del NT, velan su entendimiento y ven en el AT sólo un sistema de ritos y ceremonias,

El velo. Moisés se quitó el velo cuando regresó a la presencia de Jehová (Exo. 34:34), y la ceguera espiritual y la incredulidad serán quitadas de la mente y del corazón de los que verdaderamente se conviertan. Cuando los judíos, guiado por el Espíritu llegaban a creer en Cristo, les era quitado el velo que había oscurecido su visión del pacto eterno y que los había extraviado. Entonces Podían comprender el verdadero significado del sistema judío y entender que Cristo constituía, en su persona y obra, el mismo corazón del sistema de sacrificios y de toda la ley de Moisés.

Los hombres pueden leer correctamente el mensaje de las Escrituras -ya se trate del AT o del NT-únicamente cuando encuentran a Cristo en ellas. Para entender la Palabra de Dios e interpretarla correctamente, es imprescindible que se obedezca de todo corazón la voluntad divina (ver com.  Mat. 7:21-27).

17. El Espíritu. Pablo no está identificando a la segunda Persona de la Deidad con la tercera, sino que se refiere a la unidad de propósito y de acción de ambas. Es evidente que no se trata de una identidad por las palabras que siguen de inmediato: "el Espíritu del Señor". En el NT se designa al Espíritu Santo como el Espíritu de Dios y también como el Espíritu de Cristo (Rom. 8:9). Lo que Pablo quiere decir aquí es:

(1) Cristo vive en el hombre mediante el Espíritu, lo que significa que el Espíritu vive en el hombre (Juan 14:16-20; cf. Gál. 2:20);

(2) podemos recibir la sabiduría, la verdad y la justicia de Cristo mediante el Espíritu (Juan 16:10-14);

(3) el Espíritu actúa como instrumento de Cristo para llevar adelante la obra de la redención, para que sea vivificante y efectiva (Juan 7:37-39);

(4) tener comunión con Cristo es tener comunión con el Espíritu (Juan 14:17-18).

Donde está el Espíritu. El ministerio del Espíritu significa estar liberado del ministerio de la letra, que aisladamente y por sí mismo significa servidumbre. Andar "en el Espíritu" es disfrutar de la libertad cristiana (Gál. 5:13-16; cf. Juan 6:63). El ministerio de la "letra" grabada en tablas de piedra no tiene en sí y por sí mismo poder alguno para convertir a los pecadores y dar libertad. Sólo el Hijo puede hacer a los hombres "verdaderamente libres" (Juan 8:36).

La libertad del Espíritu es la de una nueva vida que siempre se expresa en forma natural y espontánea por una sencilla razón: cuando un hombre nace de nuevo, su deseo supremo es que la voluntad de Dios sea eficaz en él. La ley de Dios escrita en el corazón (ver com. 2 Cor. 3:3) lo libera de todo tipo de obligación externa. Prefiere hacer lo correcto no porque la "letra" de la ley le prohíba hacer lo incorrecto, sino porque el "espíritu" de la ley grabado en su corazón lo induce a preferir lo correcto. Cuando el Espíritu vive en el hombre, rige de tal manera su voluntad y sus sentimientos, que desea hacer lo que es correcto y se siente libre para obedecer la verdad tal como es en Jesús. Acepta que la ley es buena y "según el hombre interior" se deleita "en la ley de Dios" (Rom. 7:22; cf Sal. 1:2).

La libertad en Cristo no significa libertad para hacer lo que a uno le plazca, a menos que lo que a uno le agrada sea obedecer a Cristo en todas las cosas. Debe haber control. Cuanto menos haya control interno, tanto más deberá ser impuesto desde el exterior. Se puede confiar plenamente y sin reservas en la persona que ha sido renovada en Cristo Jesús, porque no abusará de esa confianza por motivos egoístas.

18. Mirando . . . como en un espejo. Gr. katoptrízomai, "reflejar" o "contemplar un reflejo". Algunos traductores y comentadores están en favor de la primera posibilidad;  otros prefieren la segunda. El contexto se inclina por la segunda, pues ser "transformados" a la semejanza de Cristo es el resultado lógico de contemplarlo y no de reflejarlo. Pero también es cierto que nuestras vidas son como espejos que reciben la luz de Cristo y la reflejan a otros. Así como el rostro de Moisés reflejaba la gloria de Dios en el Sinaí, así también nuestras vidas siempre deben reflejar la gloría del Señor que brilla en el rostro del Salvador para un mundo perdido.

A cara descubierta. A diferencia de los israelitas que todavía llevan un velo sobre la mente y el corazón, el cual les impide ver la gloria del Señor, los cristianos tienen el privilegio de contemplar la plenitud de esa gloria. En el monte Sinaí sólo Moisés recibió la revelación procedente de Dios sin tener un velo sobre su rostro. Ahora todos podemos acercarnos a Dios tan efectivamente como lo hizo Moisés y mantener una íntima comunión con el Señor (cf. Heb. 4:16).

Somos transformados. Literalmente "estamos siendo transformados". 

El plan de la redención tiene el propósito de restaurar la imagen de Dios en el hombre (Rom. 8:29; 1 Juan 3:2), transformación que se produce contemplando a Cristo (Rom. 12:2; Gál. 4:19). 

La contemplación de la imagen de Cristo actúa sobre la naturaleza moral y espiritual en la misma forma en que la presencia de Dios actuó sobre el rostro de Moisés. El cristiano más humilde que constantemente contempla a Cristo como su Redentor, refleja en su propia vida algo de la gloria de Cristo. Si fielmente continúa haciéndolo, irá "de gloria en gloria" en su experiencia cristiana personal (ver 2 Ped. 1:5-7).

De gloria en gloria. Esta transformación es progresiva: va de un estado de gloria a otro. Nuestra seme lanza espiritual con Cristo se produce por medio de su gloria, y da como resultado el reflejo de una gloria semejante a la de él.

Como por el Espíritu del Señor. O también "conforme a la acción del Señor, que es Espíritu" (BJ). La transformación espiritual que proviene de Cristo sólo tiene lugar mediante la acción del Espíritu Santo que, al tener acceso al corazón, renueva, santifica y glorifica la naturaleza, y la recrea a la semejanza de la perfecta vida de Cristo. (6CBA).

COMENTARIOS DE EGW

1-3. HAp 263.

5-6. HAp 264.

PABLO ESTABA AHORA LLENO DE FE Y ESPERANZA. Sentía que Satanás no había de triunfar sobre la obra de Dios en Corinto, y con palabras de alabanza exhaló la gratitud de su corazón. Él y sus colaboradores habrían de celebrar su victoria sobre los enemigos de Cristo y la verdad avanzando con nuevo celo para extender el conocimiento del Salvador. Como el incienso, la fragancia del Evangelio habría de difundirse por el mundo. Para aquellos que aceptaran a Cristo, el mensaje sería un sabor 263 de vida para vida; pero para aquellos que persistieran en la incredulidad, un sabor de muerte para muerte.

COMPRENDIENDO LA ENORME MAGNITUD DEL TRABAJO, Pablo exclamó: "Para estas cosas ¿quién es suficiente?" ¿Quién puede predicar a Cristo de tal manera que sus enemigos no tengan justa causa para despreciar al mensajero o el mensaje que da? Pablo deseaba hacer sentir a los creyentes la solemne responsabilidad del ministerio evangélico. Sólo la fidelidad en la predicación de la Palabra, unida a una vida pura y consecuente, puede hacer aceptables a Dios y útiles para las almas, los esfuerzos de los ministros. Los ministros de nuestros días, compenetrados del sentido de la grandeza de la obra, pueden con razón exclamar con el apóstol: "Para estas cosas ¿quién es suficiente? "

HABÍA QUIENES ACUSABAN A PABLO de haberse alabado al escribir su carta anterior. El apóstol se refirió ahora a esto preguntando a los miembros de la iglesia si juzgaban así sus motivos. "¿Comenzamos otra vez a alabarnos a nosotros mismos? ­preguntó,­ ¿o tenemos necesidad, como algunos, de letras de recomendación para vosotros, o de recomendación de vosotros?"

Los creyentes que se trasladaban a un lugar nuevo llevaban a menudo consigo cartas de recomendación de la iglesia con la cual habían estado unidos anteriormente; pero los obreros dirigentes, los fundadores de esas iglesias, no necesitaban tal recomendación.

LOS CREYENTES CORINTIOS, que habían sido guiados del culto de los ídolos a la fe del Evangelio, eran toda la recomendación que Pablo necesitaba. Su recepción de la verdad, y la reforma que se había operado en sus vidas, atestiguaban elocuentemente la fidelidad de sus labores y su autoridad para aconsejar, reprender y exhortar como ministro de Cristo.

Pablo consideraba a los hermanos corintios como su recomendación. "Nuestras letras sois vosotros ­dijo,­ escritas en nuestros corazones, sabidas y leídas de todos los hombres; siendo manifiesto que sois letra de Cristo administrada de 264 nosotros, escrita no con tinta, mas con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón."

LA CONVERSIÓN DE LOS PECADORES y su santificación por la verdad es la prueba más poderosa que un ministro puede tener de que Dios le ha llamado al ministerio. La evidencia de su apostolado está escrita en los corazones de sus conversos y atestiguada por sus vidas renovadas. Cristo se forma en ellos como la esperanza de gloria. Un ministro es fortalecido grandemente por estas pruebas de su ministerio.

HOY LOS MINISTROS DE CRISTO debieran tener el mismo testimonio que la iglesia de Corinto daba de las labores de Pablo. Aunque en este tiempo los predicadores son muchos, hay una gran escasez de ministros capaces y santos,­ de hombres llenos del amor que moraba en el corazón de Cristo.

EL ORGULLO, LA CONFIANZA PROPIA, el amor al mundo, las críticas, la amargura y la envidia son el fruto que producen muchos de los que profesan la religión de Cristo. Sus vidas, en agudo contraste con la vida del Salvador, dan a menudo un triste testimonio del carácter de la labor ministerial bajo la cual se convirtieron.

UN HOMBRE no puede tener mayor honor que el ser aceptado por Dios como apto ministro del Evangelio. Pero aquellos a quienes el Señor bendice con poder y éxito en su obra no se vanaglorían. Reconocen su completa dependencia de él, y comprenden que no tienen poder en sí mismos. Con Pablo dicen: "No que seamos suficientes de nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra suficiencia es de Dios; el cual asimismo nos hizo ministros suficientes de un nuevo pacto."

UN VERDADERO MINISTRO hace la obra del Señor. Siente la importancia de su obra y comprende que mantiene con la iglesia y con el mundo una relación similar a la que mantenía Cristo. Trabaja incansablemente para guiar a los pecadores a una vida más noble y elevada, para que puedan obtener la recompensa del vencedor. Sus labios están tocados con un carbón encendido extraído del altar, y ensalza a Jesús como la 265 única esperanza del pecador. Los que le oyen saben que se ha acercado a Dios mediante la oración ferviente y eficaz.

7-11. PP 341,383. Durante el largo tiempo que Moisés pasó en comunión con Dios, su rostro había reflejado la gloria de la presencia divina.  Sin que él lo supiera, cuando descendió del monte, su rostro resplandecía con una luz deslumbrante.  Ese mismo fulgor iluminó el rostro de Esteban cuando fue llevado ante sus jueces; "entonces todos los que estaban sentados en el concilio, puestos los ojos en él, vieron su rostro como el rostro de un ángel." (Hech. 6: 15.) Tanto Aarón como el pueblo se apartaron de Moisés, "y tuvieron miedo de llegarse a él." Viendo su terror y confusión, pero ignorando la causa, los instó a que se acercaran.  Les traía la promesa de la reconciliación con Dios, y la seguridad de haber sido restituidos a su favor.  En su voz no percibieron otra cosa que amor y súplica, y por fin uno de ellos se aventuró a acercarse a él.  Demasiado temeroso para hablar, señaló en silencio el semblante de Moisés y luego hacia el cielo.  El gran jefe comprendió.  Conscientes de su culpa, sintiéndose todavía objeto del desagrado divino, no podían soportar la luz celestial, que, si hubieran obedecido a Dios, los habría llenado 341de gozo.  En la culpabilidad hay temor.  En cambio, el alma libre de pecado no quiere apartarse de la luz del cielo.

Moisés tenía mucho que comunicarles; y compadecido del temor del pueblo, se puso un velo sobre el rostro, y desde entonces continuó haciéndolo cada vez que volvía al campamento después de estar en comunión con Dios.

Mediante este resplandor, Dios trató de hacer comprender a Israel el carácter santo y exaltado de su ley, y la gloria del Evangelio revelado mediante Cristo.  Mientras Moisés estaba en el monte, Dios le dio no sólo las tablas de la ley, sino también el plan de la salvación.  Vio que todos los símbolos y tipos de la época judaica prefiguraban el sacrificio de Cristo; y era tanto la luz celestial que brota del Calvario como la gloria de la ley de Dios, lo que hacía fulgurar el rostro de Moisés. Aquella divina iluminación era un símbolo de la gloria del pacto del cual Moisés era el mediador visible, el representante del único Intercesor verdadero.

La gloria reflejada en el semblante de Moisés representa las bendiciones que, por medio de Cristo, ha de recibir el pueblo que observa los mandamientos de Dios.  Atestigua que cuanto más estrecha sea nuestra comunión con Dios, y cuanto más claro sea nuestro conocimiento de sus requerimientos, tanto más plenamente seremos transfigurados a su imagen, y tanto más pronto llegaremos a ser participantes de la naturaleza divina.

Moisés fue un símbolo de Cristo.  Como intercesor de Israel, veló su rostro, porque el pueblo no soportaba la visión de su gloria; asimismo Cristo, el divino Mediador, veló su divinidad con la humanidad cuando vino a la tierra.  Si hubiera venido revestido del resplandor del cielo, no hubiera hallado acceso a los corazones de los hombres, debido al estado pecaminoso de éstos.  No habrían podido soportar la gloria de su presencia.  Por lo tanto, se humilló a sí mismo, tomando la "semejanza de carne de pecado" (Rom. 8: 3), para poder alcanzar y elevar a la raza caída. 342

* En las enseñanzas que dio cuando estuvo personalmente aquí entre los hombres, Jesús dirigió los pensamientos del pueblo hacia el Antiguo Testamento. Dijo a los judíos: "Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mi." (Juan 5:39.) En aquel entonces los libros del Antiguo Testamento eran la única parte de la Biblia que existía. Otra vez el Hijo de Dios declaró: "A Moisés y a los profetas tienen: óiganlos." Y agregó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán, si alguno se levantare de los muertos." (Luc. 16:29, 31.)

La ley ceremonial fue dada por Cristo. Aun después de ser abolida, Pablo la presentó a los judíos en su verdadero marco y valor, mostrando el lugar que ocupaba en el plan de la redención, así cómo su relación con la obra de Cristo; y el gran apóstol declara que esta ley es gloriosa, digna de su divino Originador. El solemne servicio del santuario representaba las grandes verdades que habían de ser reveladas a través de las siguientes generaciones. La nube de incienso que ascendía con las oraciones de Israel representaba su justicia, que es lo único que puede hacer aceptable ante Dios la oración del pecador;, la víctima sangrante en el altar del sacrificio daba testimonio del Redentor que había de venir; y el lugar santísimo irradiaba la señal visible de la presencia divina. Así, a través de siglos y siglos de tinieblas y apostasía, la fe se mantuvo viva en los corazones humanos hasta que llegó el tiempo del advenimiento del Mesías prometido.

Jesús era ya la luz de su pueblo, la luz del mundo, antes de venir a la tierra en forma humana. El primer rayo de luz que penetró la lobreguez en que el pecado había envuelto al mundo, provino de Cristo. Y de él ha emanado todo rayo de resplandor celestial que ha caído sobre los habitantes de la tierra. En el plan de la redención, Cristo es el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo.

Desde que el Salvador derramó su sangre para la remisión 384 de los pecados, y ascendió al cielo "para presentarse ahora por nosotros en la presencia de Dios" (Heb. 9: 24), raudales de luz han brotado de la cruz del Calvario y de los lugares santos del santuario celestial.  Pero porque se nos haya otorgado una luz más clara no debiéramos menospreciar la que en tiempos anteriores fue recibida mediante símbolos que revelaban al Salvador futuro.  El Evangelio de Cristo arroja luz sobre la economía judía y da significado a la ley ceremonial.  A medida que se revelan nuevas verdades, y se aclara aún más lo que se sabía desde el principio, se hacen más manifiestos el carácter y los propósitos de Dios en su trato con su pueblo escogido.  Todo rayo de luz adicional que recibimos nos hace comprender mejor el plan de redención, cumplimiento de la voluntad divina en favor de la salvación del hombre.  Vemos nueva belleza y fuerza en la Palabra inspirada, y la estudiamos con interés más profundo y concentrado.

13-14 HAp 36. PEDRO INSISTIÓ ANTE EL CONVICTO PUEBLO En El Hecho De Que Habían Rechazado A Cristo Porque Habían Sido Engañados Por Los Sacerdotes Y Gobernantes; y en que si continuaban dependiendo del consejo de esos hombres y esperando que reconocieran a Cristo antes de reconocerlo ellos mismos, jamás le aceptarían. Esos hombres poderosos, aunque hacían profesión 36 de piedad, ambicionaban las glorias y riquezas terrenales. No estaban dispuestos a acudir a Cristo para recibir luz.

Bajo la influencia de esta iluminación celestial, las escrituras que Cristo había explicado a los discípulos resaltaron delante de ellos con el brillo de la verdad perfecta. El velo que les había impedido ver hasta el extremo de lo que había sido abolido, fue quitado ahora, y comprendieron con perfecta claridad el objeto de la misión de Cristo y la naturaleza de su reino. Podían hablar con poder del Salvador; y mientras exponían a sus oyentes el plan de la salvación, muchos quedaron convictos y convencidos.

LAS TRADICIONES Y SUPERSTICIONES Inculcadas Por Los Sacerdotes Fueron Barridas De Sus Mentes, Y Las Enseñanzas Del Salvador Fueron Aceptadas.

"Así que, los que recibieron su palabra, fueron bautizados; y fueron añadidas a ellos aquel día como tres mil personas."

LOS DIRIGENTES JUDÍOS HABÍAN SUPUESTO QUE LA OBRA DE CRISTO TERMINARÍA CON SU MUERTE; pero en vez de eso fueron testigos de las maravillosas escenas del día de Pentecostés. Oyeron a los discípulos predicar a Cristo, dotados de un poder y energía hasta entonces desconocidos, y sus palabras confirmadas con señales y prodigios.

En Jerusalén, La Fortaleza Del Judaísmo, Miles Declararon Abiertamente Su Fe En Jesús De Nazaret Como El Mesías.

Los discípulos se asombraban y se regocijaban en gran manera por la amplitud de la cosecha de almas. No consideraban esta maravillosa mies como el resultado de sus propios esfuerzos; comprendían que estaban entrando en las labores de otros hombres. Desde la caída de Adán, Cristo había estado confiando a sus siervos escogidos la semilla de su palabra, para que fuese sembrada en los corazones humanos. Durante su vida en la tierra, había sembrado la semilla de la verdad, y la había regado con su sangre.

LAS CONVERSIONES que se produjeron en el día de Pentecostés fueron el resultado de esa siembra, la cosecha de la obra de Cristo, que revelaba el poder de su enseñanza. 37

13-18. EC 107. La condición del mundo con anterioridad al primer advenimiento de Cristo es un cuadro de la condición del mundo precisamente en los días que precederán a su segunda venida.

El pueblo judío fue destruido porque rechazó el mensaje de salvación enviado del cielo. ¿Seguirán los de esta generación, a los cuales ha dado Dios gran luz y oportunidades maravillosas, el curso de aquellos que rechazaron la luz para ruina suya?

Muchos hay hoy día que tienen un velo sobre su rostro. Este velo consiste en la simpatía con las costumbres y prácticas del mundo, que les ocultan la gloria del Señor. Dios quiere que mantengamos nuestros ojos fijos en él, para que perdamos de vista las cosas de este mundo.

A medida que se va introduciendo la verdad en la vida práctica, la norma ha de ser elevada de más en más para ponerse a la altura de las demandas de la Biblia. Esto hará necesaria la oposición a las modas, costumbres, prácticas y máximas del mundo. Las influencias mundanales, a semejanza de las olas del mar, baten contra los seguidores de Cristo para arrancarlos de los verdaderos principios de su mansedumbre y de su gracia; pero debemos permanecer en los principios tan firmes como una roca. El hacerlo exigirá valor moral, y aquellos cuyas almas no estén aseguradas a la Roca eterna serán arrastrados por la corriente mundana. Podremos quedar firmes solamente si nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. La independencia moral está en su sitio cuando se opone al mundo. Poniéndonos en completa armonía con la voluntad de Dios, estaremos en situación ventajosa y veremos la necesidad de una separación terminante de las costumbres y prácticas del mundo.

No hemos de elevar nuestra norma tan sólo un poquito sobre la norma del mundo, sino que hemos de hacer la diferencia incontestablemente evidente. La razón por la cual hemos tenido tan poca [108] influencia sobre nuestros parientes y amigos incrédulos, es que ha habido una diferencia muy poco categórica entre nuestras prácticas y las del mundo.

17. HAp 367. LA ESCLAVITUD ERA UNA INSTITUCIÓN establecida en todo el Imperio Romano, y tanto amos como esclavos se encontraban en la mayoría de las iglesias por las cuales Pablo había trabajado. En las ciudades, donde a menudo el número de esclavos era mayor que el de la población libre, se creía necesario tener leyes de terrible severidad para mantenerlos en sujeción. Muy a menudo un romano rico era dueño de cientos de esclavos, de toda clase, de toda nación y de toda capacidad. Teniendo un control completo sobre las almas y cuerpos de estos desvalidos siervos, podía infligirles cualquier sufrimiento que escogiera. Si alguno de ellos en su propia defensa se aventuraba a levantar su mano contra su amo, toda la familia del ofensor podía ser sacrificada despiadadamente. La menor equivocación, accidente o falta de cuidado se castigaba generalmente sin misericordia.

Algunos amos, más humanitarios que otros, mostraban mayor indulgencia para con sus siervos; pero la gran mayoría de los ricos y nobles daban rienda suelta a sus excesivas concupiscencias, pasiones y apetitos, haciendo de sus esclavos las 367 desdichadas víctimas de sus caprichos y tiranía. La tendencia de todo el sistema era sobremanera degradante.

NO ERA LA OBRA DEL APÓSTOL trastornar arbitraria o repentinamente el orden establecido en la sociedad.  Intentar eso hubiera impedido el éxito del Evangelio. Pero enseñó principios que herían el mismo fundamento de la esclavitud, los cuales, llevados a efecto, seguramente minarían todo el sistema. Donde estuviere "el Espíritu del Señor, allí hay libertad" (2 Cor. 3:17), declaró. Una vez convertido, el esclavo llegaba a ser miembro del cuerpo de Cristo, y como tal debía ser amado y tratado como un hermano, un coheredero con su amo de las bendiciones de Dios y de los privilegios del Evangelio. Por otra parte, los siervos debían cumplir sus deberes, "no sirviendo al ojo, como los que procuran agradar a los hombres, sino antes, como siervos de Cristo, haciendo de corazón la voluntad de Dios" (Efe. 6:6 V.M.)

EL CRISTIANISMO Forma Un Fuerte Lazo De Unión Entre: El Amo Y El Esclavo, El Rey Y El Súbdito, El Ministro Del Evangelio Y El Pecador Caído Que Ha Hallado En Cristo Purificación Del Pecado. Han Sido Lavados En La Misma Sangre, Vivificados Por El Mismo Espíritu; Y Son Hechos Uno En Cristo Jesús. 368

18. HAp 248, 435, 446. Desde muchos púlpitos de las iglesias se enseña a la gente que no es obligatoria la ley de Dios. Se exaltan las tradiciones, ordenanzas y costumbres humanas.

LOS DONES DE DIOS SE EMPLEAN PARA FOMENTAR EL ORGULLO y la complacencia propia, al paso que se olvidan las demandas de Dios. Al poner a un lado la ley de Dios, los hombres no saben lo que están haciendo.  La ley de Dios es la transcripción de su carácter. Abarca los principios de su reino.  El que rehúsa aceptar esos principios, se está colocando fuera del canal por donde fluyen las bendiciones de Dios. 247

LAS GLORIOSAS POSIBILIDADES PRESENTADAS ANTE ISRAEL SE PODÍAN REALIZAR ÚNICAMENTE MEDIANTE LA OBEDIENCIA A LOS MANDAMIENTOS DE DIOS. La misma elevación de carácter, la misma plenitud de bendición -bendición de la mente, el alma y el cuerpo, bendición del hogar y del campo, bendición para esta vida y la venidera-, podemos obtenerlas únicamente por medio de la obediencia.

Tanto en el mundo espiritual como en el natural, la obediencia a las leyes de Dios es la condición para llevar fruto.  Y cuando los hombres enseñan a la gente a desobedecer los mandamientos de Dios, están impidiendo que den fruto para su gloria.  Son culpables de retener del Señor los frutos de su viña.

Los mensajeros de Dios mandados por el Maestro vienen a nosotros.  Vienen, como Cristo, demandando obediencia a la Palabra de Dios.  Piden los frutos de la viña, los frutos del amor, la humildad y el servicio abnegado.

¿ACASO NO HAY MUCHOS LABRADORES QUE, A SEMEJANZA DE LOS DIRIGENTES JUDÍOS, SE MUEVEN A IRA?  Cuando se presentan delante del pueblo las demandas de la ley de Dios, ¿no usan su influencia esos maestros para inducir a los hombres a rechazarlas?  A tales maestros Dios llama siervos infieles. Las palabras que Dios dirigió al antiguo Israel encierran una solemne amonestación para la iglesia actual y sus dirigentes.  De Israel dijo el Señor: "Escribíle las grandezas de mi ley, y fueron tenidas por cosas ajenas".*Oseas 8:12. Y él declaró de los sacerdotes y maestros: "Mi pueblo fue talado porque le faltó sabiduría. Porque tú desechaste la sabiduría, yo te echaré... pues que olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos". Oseas 4:6.

¿No se hará caso de las reprensiones de Dios? ¿No se aprovecharán las oportunidades de servir? ¿Impedirán la mofa del mundo, el orgullo de la razón, la conformidad a las costumbres y tradiciones humanas, que los profesos seguidores 248 de Cristo le sirvan? ¿Rechazarán la Palabra de Dios como los dirigentes judíos rechazaron a Cristo?Delante de nosotros está el resultado del pecado de Israel.¿Aceptará la amonestación la iglesia de Dios hoy día?

"Si algunas de las ramas fueron quebradas, y tú siendo acebuche, has sido ingerido en lugar de ellas, y has sido hecho partícipe de la raíz y de la grosura de la oliva; no te jactes... por su incredulidad fueron quebradas, mas tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, antes teme, que sí Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco no perdone". Rom. 11:17-21. 249

* Jesús ama a aquellos que representan al Padre, y Juan pudo hablar del amor del Padre, como no lo pudo hacer ningún otro de los discípulos. Reveló a sus semejantes lo que sentía en su propia alma, representando en su carácter los atributos de Dios. La gloria del Señor se expresaba en su semblante. La belleza de la santidad que le había transformado brillaba en su rostro con resplandor semejante al de Cristo. En su adoración y amor contemplaba al Salvador hasta que la semejanza a Cristo y el compañerismo con él llegaron a ser su único deseo, y en su carácter se reflejó el carácter de su Maestro.

"Mirad -dijo- cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios.... Muy amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él apareciere, seremos semejantes a él, porque le veremos como él es." (1 Juan 3:1, 2.) 436

*. La práctica de las verdades que Cristo enseñaba se oponía a sus deseos y propósitos, y no quiso renunciar a sus ideas a fin de recibir la 446 sabiduría del cielo. En vez de caminar en la luz, escogió andar en las tinieblas.  Acarició deseos perversos, la codicia, pasiones de venganza, obscuros y sombríos pensamientos, hasta que Satanás obtuvo la dirección completa de su vida.

Juan y Judas representan a los que profesan ser seguidores de Cristo. Ambos discípulos tuvieron las mismas oportunidades de estudiar y seguir al Modelo divino. Ambos estuvieron íntimamente relacionados con Jesús y tuvieron el privilegio de escuchar sus enseñanzas. Cada uno poseía graves defectos de carácter. Y ambos tuvieron acceso a la gracia divina que transforma el carácter. Pero mientras uno en humildad aprendía de Jesús, el otro reveló que no era un hacedor de la palabra, sino solamente un oidor. El uno, destruyendo diariamente el yo y venciendo al pecado, fue santificado por medio de la verdad; el otro, resistiendo al poder transformador de la gracia y dando rienda suelta a sus deseos egoístas, fue reducido a servidumbre por Satanás.

Semejante transformación de carácter como la observada en la vida de Juan, es siempre resultado de la comunión con Cristo.  Pueden existir defectos notables en el carácter de una persona, pero cuando llega a ser un verdadero discípulo de Cristo, el poder de la gracia divina le transforma y santifica.  Contemplando como por un espejo la gloria del Señor, es transformado de gloria en gloria, hasta que llega a asemejarse a Aquel a quien adora.

Juan era un maestro de santidad, y en sus cartas a la iglesia señaló reglas infalibles para la conducta de los cristianos.  "Y cualquiera que tiene esta esperanza en él -escribió,- se purifica, como él también es limpio." "El que dice que está en él, debe andar como él anduvo." (1 Juan 3: 3; 2: 6.) Enseñó que el cristiano debe ser puro de corazón y vida.  Nunca debe estar satisfecho con una profesión vana.  Así como Dios es santo en su esfera, el hombre caído, por medio de la fe en Cristo, debe ser santo en la suya. HAp/EGW

Ministerio Hno. Pio

 

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