CAPÍTULO 46. LOS MALES DE LA COMPLACENCIA.
EL AMOR NO ES INDULGENTE.
El amor es la llave para el corazón del niño,
pero el amor que induce a los padres a ser complacientes con los deseos
equivocados de sus hijos no es un amor que obrará para el bien de ellos. El afecto ferviente que emana del amor a
Jesús capacitará a los padres para ejercer juiciosamente su autoridad y para
requerir pronta obediencia. Necesitan
entrelazarse los corazones de padres e hijos, de modo que como familia puedan
ser un canal por el cual fluyan la sabiduría, la virtud, la tolerancia, la
bondad y el amor (Review and Herald, 24-6-1890).
DEMASIADA LIBERTAD CREA HIJOS PRÓDIGOS.
La excesiva libertad es la causa de que los
hijos no lleguen a ser piadosos. Se
complacen su propia voluntad e inclinaciones. . . . Muchos hijos pródigos
llegan a ser tales debido a la complacencia en el hogar, debido a que sus
padres no han sido hacedores de la Palabra.
La mente y la voluntad han de mantenerse mediante principios firmes,
directos y santificados. La integridad y
el afecto han de ser enseñados por un ejemplo amante y consecuente (Carta 117,
1898).
MIENTRAS MÁS TOLERANCIA HAYA, MÁS DIFÍCIL ES
LA CONDUCCIÓN.
Padres, haced el hogar más feliz para vuestros
hijos. Con esto no quiero decir que
accedáis a sus caprichos. Mientras más
se los tolera, más difícil será conducirlos y más difícil les será 254 vivir
vidas fieles y nobles cuando salgan al mundo.
Si les permitís hacer lo que les plazca, su pureza y amabilidad de
carácter se desvanecerán prestamente. Enseñadles a obedecer. Vean que vuestra autoridad debe ser
respetada. Esto quizá parezca
entristecerlos un poco ahora, pero les ahorrará mucha desgracia en el futuro
(Manuscrito 2, 1903).
Es un pecado tolerar a un hijo cuando es joven
y se descarría. Un hijo debiera ser
mantenido bajo dominio (Carta 144, 1906).
Si se permite que los niños hagan lo que les
plazca, conciben la idea de que deben ser atendidos, cuidados, tolerados y
entretenidos. Piensan que sus deseos y
su voluntad deben ser satisfechos.
(Manuscrito 27, 1896).
¿No debiera [la madre] dejar que su hijo haga
lo que quiera de cuando en cuando, complacerlo en sus deseos, y permitirle ser
desobediente? Ciertamente no, pues si lo
hace, permite que Satanás plante su bandera infernal en su hogar. Debe luchar la batalla de ese niño que no
puede pelear por sí mismo. Esa es su obra, reprochar al diablo, buscar a Dios
fervientemente y no permitir nunca que Satanás le arrebate a su hijo de sus
brazos y lo coloque en los suyos (Manuscrito 70, sin fecha).
LA TOLERANCIA OCASIONA DESASOSIEGO Y
DESCONTENTO.
En algunas familias, son ley los deseos del
niño. Se le da todo lo que desea. Se fomenta su disgusto por lo que no le
gusta. Se supone que esas complacencias
lo hacen feliz, pero son esas mismas cosas las que lo hacen desasosegado,
descontento e imposible de satisfacer.
La complacencia ha echado a perder su gusto por el alimento sencillo y
saludable, por el uso recto y saludable de su tiempo; la complacencia ha hecho
la obra de desquiciar aquel carácter para el tiempo y la eternidad (Manuscrito
126, 1897). 255
EL EFECTIVO REPROCHE DE ELISEO ANTE LA
INSOLENCIA.
Es un error la idea de
que debemos someternos a los caprichos de los niños perversos. Eliseo, en el mismo comienzo de su obra, fue
burlado y befado por los jovenzuelos de Betel.
Era un hombre muy bondadoso, pero el Espíritu de Dios lo movió a
pronunciar una maldición contra los maldicientes. Ellos habían oído de la ascensión de Ellas, y
habían hecho objeto de sus burlas a ese solemne acontecimiento. Eliseo demostró que no habían de burlarse de
él, viejos o jóvenes, en su sagrado ministerio.
Cuando le dijeron que ascendiera, como Ellas lo habían hecho antes, los
maldijo en el nombre del Señor. El
terrible juicio que cayó sobre ellos provino de Dios.
Después de eso, Eliseo no tuvo más
dificultades en su misión. Durante
cincuenta años entró y salió por la puerta de Betel, y fue de ciudad en ciudad,
pasando entre las multitudes de la peor juventud, la más ruda, haragana y
disoluta, pero nadie se mofó de él o habló livianamente de sus prerrogativas
como profeta del Altísimo.
(Testimonies, tomo 5, págs. 44, 45).
NO OS RINDÁIS ANTE LAS SÚPLICAS.
En el día del ajuste de cuentas, los padres
tendrán mucho de que responder debido a su maligna condescendencia con sus
hijos. Muchos complacen cada deseo
irrazonable, porque es más fácil librarse en esta manera de su importunación
que de cualquier otra forma. Debiera educarse
al niño de tal manera que reciba una negativa con el debido espíritu y la
acepte como final (Pacific Health Journal, mayo de 1890).
NO ACEPTÉIS LO QUE DICEN LOS NIÑOS POR ENCIMA
DE LO QUE AFIRMAN OTROS.
Los padres no debieran pasar por alto livianamente
los pecados de sus hijos. Cuando esos
pecados son señalados por algún amigo fiel, el padre no debiera creer que han
sido menoscabados sus derechos, que ha recibido una ofensa 256 personal. Los hábitos de cada joven y de cada niño
afectan el bienestar de la sociedad. El
mal proceder de un joven puede descarriar a muchos (Review and Herald,
13-6-1882).
No permitáis que vuestros niños vean que
aceptáis su palabra antes que lo testificado por cristianos de más edad. No podéis hacerles un daño mayor. Fomentáis en ellos el hábito de adulterar la
verdad si decís: yo creo a mis hijos antes que creer a aquellos de quienes
tengo la evidencia de que son hijos de Dios (Id., 13-4-1897).
LA HERENCIA DE UN NIÑO ECHADO A PERDER.
Es imposible describir el mal que resulta de
dejar a un niño librado a su propia voluntad.
Algunos de los que se extravían por habérselos descuidado en la
infancia, volverán en sí más
tarde por habérseles inculcado lecciones prácticas; pero muchos se
pierden para siempre porque en la infancia y en la adolescencia recibieron una
cultura tan sólo parcial, unilateral. El
niño echado a perder tiene una pesada carga que llevar a través de su
vida. En la prueba, en los chascos, en
la tentación, seguirá su voluntad indisciplinado y mal dirigida. Los niños que nunca han aprendido a obedecer
tendrán caracteres débiles e impulsivos.
Procurarán gobernar, pero no han aprendido a someterse. No tienen fuerza moral para refrenar su genio
díscolo, corregir sus malos hábitos, o subyugar su voluntad sin control. Los hombres y las mujeres heredan los errores
de la infancia no preparada ni disciplinada.
Al intelecto pervertido le resulta difícil discernir entre lo verdadero
y lo falso (Consejos para los Maestros, pág. 87). 257
CAPÍTULO 47. LA DISCIPLINA LAXA Y SUS FRUTOS.
UNA MALA EDUCACIÓN AFECTA TODA LA VIDA RELIGIOSA.
Un ay descansa sobre los padres que no han
educado a sus hijos para que sean temerosos de Dios, sino que les han permitido
que sean hombres y mujeres indisciplinados y faltos de dominio propio. Durante su propia niñez se les permitió
manifestar sus pasiones y caprichos y actuar por impulsos, y fomentan ese mismo
espíritu en su propio hogar. Son
defectuosos en su carácter e iracundos en el manejo del hogar. Aun en su aceptación
de Cristo, no han vencido las pasiones que se permitió que dominaran su corazón
en su niñez. Llevan los resultados de su
educación precoz a través de toda su vida religiosa. Es dificilísimo quitar la impresión que así
se ha hecho en el plantío del Señor;
pues cuando se dobla la rama, el árbol se inclina. Si tales padres aceptan la verdad, tienen
ante sí una dura batalla. Quizá se
transforme su carácter, pero queda afectada toda su experiencia religiosa por
la disciplina laxa a que estuvieron sometidos en los primeros años de su
vida. Y sus hijos tienen que sufrir
debido a esa educación defectuosa, pues graban esas faltas en ellos hasta la
tercera y cuarta generación.
(Review and Herald 9-10-1900).
COMO EL ELÍ DE ANTAÑO.
Cuando los padres sancionan los errores de sus
hijos, los perpetúan así como lo hizo
Elí. Ciertamente Dios los colocará en
una situación donde verán que no sólo han arruinado su propia influencia, sino
también la influencia de los jóvenes a quienes debieran haber reprimido... .
Tendrán amargas lecciones que aprender (Manuscrito 33, 1903). 258
Ojalá los que hoy se asemejan a Elí, que por
doquiera aducen excusas para el descarrío de sus hijos, afirmarán prontamente
su autoridad recibida de Dios para restringir y corregir a sus hijos. Los padres y tutores que pasan por alto y
excusan el pecado en aquellos que están bajo su cuidado, recuerden que así se
hacen participantes de esos errores. Si
en vez de una indulgencia ilimitada se usara con más frecuencia la vara del
castigo, no con ira sino con amor y oración, veríamos familias más felices y
una mejor condición en la sociedad (Signs of the Times, 24-11-1881).
El descuido de Elí se presenta claramente
delante de cada padre y madre de la tierra.
Como resultado de su afecto no santificado o de su mala disposición para
realizar un deber desagradable, recogió una cosecha de iniquidad en sus hijos
perversos. Tanto el padre que permitió
la impiedad como los hijos que la practicaron, fueron culpables delante de
Dios, y el Altísimo no aceptaba ni sacrificios ni ofrendas por sus
transgresiones (Review and Herald, 4-5-1886).
LA SOCIEDAD RECIBE LA MALDICIÓN DE LOS
CARACTERES DEFECTUOSOS.
¿Cuándo serán sabios los padres? ¿Cuándo verán
y comprenderán lo que significa descuidar la obediencia y el respeto a las
instrucciones de la Palabra de Dios? Los
resultados de esa educación laxa se ven en los hijos cuando salen al mundo y
ocupan su lugar como cabezas de familia.
Perpetúan los errores de sus padres.
Alcanzan toda su magnitud sus rasgos de carácter defectuosos y
transmiten a otros las inclinaciones equivocadas, los hábitos y características
que permitieron que desarrollaran en su propio carácter. Así se convirtieron en una maldición en vez
de ser una bendición para la sociedad.
(Testimonies, tomo 5, págs. 324, 325).
259
La impiedad que existe en el mundo hoy día
tiene como su raíz el descuido de los padres para disciplinarse a sí mismos y
sus hijos. Miles y más miles de las
víctimas de Satanás son lo que son, debido a la poco juiciosa forma en que
fueron tratadas durante su niñez. El
severo reproche de Dios cae sobre esa mala conducta (Manuscrito 49, 1901).
CUANDO SE AFLOJAN LAS RIENDAS DE LA
DISCIPLINA.
Los niños que no son bien conducidos, que no
son educados en la obediencia y en el respeto, se unen con el mundo, dominan a
sus padres, los manejan a su antojo y los conducen a su capricho. Con demasiada frecuencia, precisamente cuando
los niños debieran mostrar respeto y
obediencia incuestionable al consejo de sus padres, éstos aflojan las riendas
de la disciplina. Los padres que hasta entonces han sido un ejemplo brillante
de piedad consecuente son ahora guiados por sus hijos. Ha terminado su firmeza. Los padres que han
llevado la cruz de Cristo y han mantenido las marcas del Señor Jesús sobre
ellos en unidad de propósitos, son guiados por sus hijos en senderos
cuestionables e inciertos (Review and Herald, 13-4-1897).
LA COMPLACENCIA CON LOS HIJOS MAYORES.
Los padres y las madres que debieran entender
la responsabilidad que descansa sobre ellos, relajan su disciplina para hacer
frente a las inclinaciones de sus hijos e hijas que van creciendo. La voluntad del hijo es la ley que se
reconoce. Las madres que no han sido
firmes, consecuentes e inmutables en su adhesión a los principios para mantener
la sencillez y la fidelidad, se vuelven indulgentes a medida que sus hijos
llegan a la edad adulta. En su amor por
la ostentación, entregan sus hijos a Satanás con sus propias manos, así como
los apóstatas judíos los hacían pasar por el fuego de Moloc.
(Manuscrito 119,
1899). 260
DESHONRANDO A DIOS PARA GANAR EL FAVOR DE UN
HIJO.
Los padres y madres dan rienda suelta a las
inclinaciones de sus hijos impíos, y los ayudan con dinero
y medios para que se
luzcan en el mundo.
¡Oh!
¡Qué cuenta tendrán que rendir esos padres ante Dios! Deshonran a Dios y enaltecen a sus hijos
descarriados, abren la puerta a las diversiones que en lo pasado condenaban por
principio. Han permitido que los juegos
de naipes y los bailes ganen a sus hijos para el mundo. Al mismo tiempo, cuando su influencia sobre
sus hijos debiera haber alcanzado el pináculo de la fuerza, al dar un
testimonio de lo que significa el verdadero cristianismo, a semejanza de Elí,
se colocan bajo la maldición de Dios al deshonrarlo y no obedecer sus
requerimientos, a fin de ganar el favor de sus hijos. Pero una piedad a la moda no será de mucho
valor en la hora de la muerte. Aunque
algunos ministros del Evangelio quizá aprueben esta clase de religión, los
padres hallarán que están dejando la corona de gloria para obtener laureles que
no son de valor. ¡Dios ayude a los padres y madres para que comprendan su
deber! (Review and Herald, 13-4-1897).
SED LO QUE DESEÁIS QUE SEAN VUESTROS HIJOS.
Sed lo que deseáis que sean vuestros
hijos. Por precepto y ejemplo, los
padres han perpetuado su propio sello de carácter en su posteridad. Las palabras y caracteres caprichosos,
ásperos y descorteses se impresionan en los hijos, y en los hijos de los hijos,
y así testifican contra los padres los defectos de su enseñanza, de generación
en generación (Signs of the Times, 17-9-1894). 261
CAPÍTULO 48. LAS REACCIONES DE LOS HIJOS.
A LA PROVOCACIÓN.
A los hijos se les exhorta a obedecer a sus
padres en el Señor, pero a los padres también se les ordena: "No provoquéis
a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina" (Manuscrito 38,
1895).
A veces hacemos más para provocar que para
ganar. He visto a una madre arrebatar de
la mano de su hijo algo que le ocasionaba placer especial. El niño no veía la razón de ello, y
naturalmente se sintió maltratado. Luego
siguió un altercado entre ambos, y un vivo castigo puso fin a la escena, por lo
menos aparentemente; pero esta batalla dejó en la mente tierna una impresión
que no se iba a borrar fácilmente. Esa
madre actuó imprudentemente. No razonó
de causa a efecto. Su acción dura, poco
juiciosa, despertó las peores pasiones en el corazón de su hijo, y en toda
ocasión similar esas mismas pasiones se iban a despertar y fortalecer (Consejos
para los Maestros, pág. 90).
A LA CRÍTICA.
No tenéis derecho de ensombrecer la felicidad
de vuestros hijos mediante la crítica o una severa censura por faltas
insignificantes. Los verdaderos errores
debieran ser presentados tan pecaminosos como realmente son, y debiera seguirse
una conducta firme y decidida para evitar que reaparezcan. Sin embargo, no se debe dejar a los hijos en
un estado falto de esperanza, sino con cierto grado de ánimo para que puedan
mejorar y ganar vuestra confianza y aprobación.
Los hijos quizá deseen hacer lo correcto, quizá se propongan en su
corazón ser obedientes, pero necesitan ayuda y ánimo.
(Signs of the Times,
10-4-1884).
A LA DISCIPLINA DEMASIADO ÁSPERA.
¡Oh, cómo se deshonra a Dios en una familia
donde no hay verdadera 262 comprensión de lo que constituye la disciplina
familiar y los hijos están confundidos en cuanto a lo que es disciplina y
gobierno! Es cierto que la disciplina
demasiado áspera, la crítica exagerada, las leyes y reglamentos no requeridos,
conducen al menosprecio de la autoridad y finalmente a la desobediencia de
aquellas reglas que Cristo quisiera que se cumplieran (Review and Herald,
13-3-1894).
Cuando los padres muestran un espíritu áspero,
severo y dominante, se despierta en los hijos un espíritu de obstinación y
terquedad. Así los padres no ejercen la
influencia
suavizadora que podrían tener sobre sus hijos.
Padres, ¿no podéis ver que las palabras
ásperas provocan resistencia? ¿Qué haríais si se os tratara con tanta
desconsideración como tratáis a vuestros pequeños? Es vuestro deber estudiar de causa a
efecto. Cuando regañasteis a vuestros
niños, cuando con golpes de enojo heristeis a los que eran demasiado pequeños
para defenderse, ¿os preguntasteis qué efecto tendría ese trato sobre vosotros?
¿Habéis pensado cuán sensibles sois a las palabras de censura o de condenación?
¿Cuán rápidamente os sentís heridos si pensáis que alguien deja de reconocer
vuestras habilidades? No sois sino niños
crecidos. Pensad pues cómo deben
sentirse vuestros hijos cuando les dirigís palabras ásperas y cortantes, cuando
los castigáis severamente por faltas que no son ni la mitad de ofensivas a la
vista de Dios como es el trato que les dais (Manuscrito 42, 1903).
Muchos padres que profesan ser cristianos no
están convertidos. ¡Cristo no habita en su corazón por fe! Su aspereza, su imprudencia, su carácter
indómito, disgustan a sus hijos y hacen que aborrezcan toda su instrucción
religiosa (Carta 18 b, 1891). 263
A LA CENSURA CONTINUA.
En los esfuerzos que hacemos por corregir el
mal, deberíamos guardarnos contra la tendencia a la crítica o la censura. La censura continua aturde, pero no
reforma. Para muchas mentes, y con
frecuencia para las dotadas de más fina sensibilidad, una atmósfera de crítica
hostil es fatal para el esfuerzo. Las flores no se abren bajo el soplo del
ventarrón.
El niño a quien se censura frecuentemente por
alguna falta especial, llega a considerar esa falta como una peculiaridad suya,
algo contra lo cual es en vano luchar.
Así se da origen al desaliento y la desesperación que a menudo están
ocultos bajo un aspecto de indiferencia o baladronada (La Educación, pág. 283).
A LAS ÓRDENES Y LA REPRENSIÓN.
Algunos padres suscitan muchas tormentas por
su falta de dominio propio. En vez de
pedir bondadosamente a los niños que hagan esto o aquello, les dan órdenes en
tono de reprensión, y al mismo tiempo tienen en los labios censuras o reproches
que los niños no merecieron. Padres,
esta conducta para con vuestros hijos destruye su alegría y ambición. Ellos cumplen vuestras órdenes, no por amor,
sino porque no se atreven a obrar de otro modo.
No ponen su corazón en el asunto.
Les resulta un trabajo penoso en vez de un placer; y a menudo por esto
mismo se olvidan de seguir todas vuestras indicaciones, lo cual acrece vuestra
irritación y empeora la situación de los niños.
Las censuras se repiten; se les pinta con vivos colores su mala
conducta, hasta que el desaliento se posesiona de ellos, y no les interesa
agradaros. Se apodera de ellos un
espíritu que los impulsa a decir: "A mí qué me importa", y van a
buscar fuera del hogar, lejos de sus padres, el placer y deleite que no
encuentran en casa. Frecuentan las
compañías de la 264 calle, y pronto se corrompen tanto como los peores.
(Joyas
de los Testimonios, tomo 1, págs. 133, 134).
A UNA CONDUCTA ARBITRARIA.
La voluntad de los padres debe colocarse bajo
la disciplina de Cristo. Modelados y
regidos por el puro Espíritu Santo de Dios, pueden ejercer dominio
incuestionable sobre los hijos. Pero si
los padres son severos y demandan demasiado en su disciplina, hacen una obra
que ellos mismos no pueden nunca deshacer.
Debido a esa conducta arbitraria, despiertan un sentimiento de
injusticia (Manuscrito 7, 1899).
A LA INJUSTICIA.
Los niños son sensibles a la mejor injusticia,
y algunos se desaniman con ella y nunca harán más caso a la voz alta y enojada
en que se dan las órdenes, ni harán caso de amenazas de castigos. Con demasiada frecuencia se provoca la
rebelión en el corazón de los niños debido a una disciplina equivocada de los
padres, cuando, si se hubiera seguido la conducta debida, los niños hubieran
formado caracteres buenos y armoniosos.
Una madre que no tiene un perfecto dominio de sí misma, no está
capacitada para manejar niños.
(Testimonies, tomo 3, págs. 532, 533).
A UNA SACUDIDA O A UN GOLPE.
Cuando la madre da a su niño una sacudida o un
golpe, ¿creéis que esto lo capacita para ver la belleza del carácter
cristiano? No ciertamente; tan sólo
tiende a crear malos sentimientos en el corazón y el niño no es corregido en
nada (Manuscrito 45, 1911).
A las palabras ásperas y faltas de simpatía.
Cristo está listo para educar al padre y a la
madre a fin de que sean verdaderos educadores.
Los que estudian en su escuela . . . nunca hablarán en tonos ásperos y
faltos de simpatía; pues las palabras así pronunciadas irritan los oídos,
desgastan los nervios, causan sufrimiento mental y crean un estado de mente que
hace imposible dominar el carácter del 265 niño al cual se hablan esas
palabras. Con frecuencia, ésta es la
razón por la cual los niños hablan irrespetuosamente a sus padres (Carta 47 a,
1902).
AL RIDÍCULO Y A LA MOFA.
Ellos [los padres] no están autorizados para
impacientarse, regañar y ridiculizar.
Nunca debieran mofarse de sus hijos que tienen rasgos perversos de
carácter, que ellos mismos les han transmitido.
Este tipo de disciplina nunca curará el mal. Padres, emplead los preceptos de la Palabra
de Dios para amonestar y reprobar a vuestros hijos extraviados. Mostradles un "así dice Jehová"
para vuestras órdenes. Un reproche que
emana de la Palabra de Dios es mucho más efectivo que el que es presentado con
tonos ásperos y enojados por los labios de los padres (Fundaments of Christian
Education, págs. 67, 68).
A LA IMPACIENCIA.
La impaciencia de los padres excita la de los
hijos. La ira manifestada por los
padres, crea ira en los hijos, y despierta lo malo de su naturaleza. . . . Cada
vez que pierden el dominio propio, y hablan y obran con impaciencia, pecan
contra Dios.
(Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 148).
A LAS REPRIMENDAS ALTERNADAS CON RUEGO.
He visto con frecuencia a niños a quienes se
les negó algo que querían, arrojarse al suelo enojados, dando puntapiés y
gritando, mientras que la madre poco juiciosa alternativamente suplicaba y
regañaba con la esperanza de restaurar el buen humor en su hijo. Este proceder tan sólo fomenta las pasiones
del niño. La próxima vez procederá de la
misma manera con terquedad aumentada, confiando en ganar la victoria como
antes. Así se escatima la vara y se echa
a perder al hijo.
La madre no debiera permitir que su niño
ganara terreno sobre ella ni una sola vez.
Y, a fin de mantener esta autoridad, no es necesario recurrir a medidas
266 ásperas. Una mano firme y constante
y la bondad que convence al niño de vuestro amor realizarán el propósito
(Pacific Health Journal, abril de 1890).
A LA FALTA DE FIRMEZA Y DECISIÓN.
Gran daño se hace por la falta de firmeza y
decisión. He conocido algunos padres que
decían: No te voy a dar esto o aquello, y después cedían pensando que habían sido
demasiado estrictos, y daban al niño justamente lo que al principio le
rehusaron. Así se provoca una herida que
dura toda la vida. Es una importante ley
de la mente, que no debiera ser pasada por alto, que cuando un objeto deseado
es muy firmemente negado como para quitar toda esperanza, la mente pronto
dejará de anhelarlo, y se ocupará de otras cosas. Pero mientras haya alguna esperanza de
obtener el objeto deseado, se hará un esfuerzo para lograrlo. . . .
Cuando
es necesario que los padres den una orden directa, el castigo de la
desobediencia debiera ser tan inevitable como son las leyes de la
naturaleza. Los niños que están bajo
esta regla firme y decisiva, saben que cuando se prohibe o se niega una cosa,
ninguna majadería ni ninguna artimaña conseguirán su objeto. Así aprenden pronto a someterse y están mucho
más felices al hacerlo. Los hijos de
padres indecisos y demasiado indulgentes tienen la constante esperanza de que
los ruegos, el llanto o el mal humor pueden lograr su objeto, o que pueden
atreverse a desobedecer sin sufrir el castigo. Así se los mantiene en un estado
de deseo, esperanza e incertidumbre que los vuelve inquietos, irritables e
insubordinados. Dios considera que estos
padres son culpables de destruir la felicidad de sus hijos. Este mal proceder es la clave de la
impenitencia e irreligión de miles. Ha
sido la ruina de muchos que han profesado el nombre de cristianos.
(Sings of the
Times 9-2-1882). 267
A LAS RESTRICCIONES INNECESARIAS.
Cuando los padres envejecen y tienen hijos
menores que criar, es probable que el padre crea que los hijos deben seguir en
la áspera y rugosa senda en que él está yendo.
Le es difícil comprender que sus hijos necesitan que la vida les sea
hecha agradable y feliz por sus padres.
Muchos padres niegan a sus hijos complacerlos
en algo que es seguro o inocente, y temen tanto fomentar en ellos el cultivo
del deseo de cosas indebidas, que ni siquiera permiten que sus hijos disfruten
de aquello que es propio de los niños.
Por el temor de malos resultados, rehúsan permitirles algunos placeres
sencillos que hubieran evitado justamente el mal que procuraban eludir; y así
los niños piensan que no vale la pena esperar favor alguno y, por lo tanto, no
lo piden. Se inclinan a los placeres que
piensan que son prohibidos. Así se
destruye la confianza entre los padres y los hijos (Id., 27-8-1912).
A LA NEGATIVA DE CONCESIONES RAZONABLES.
Si los padres y madres no han pasado por una
niñez feliz, ¿por qué debieran ensombrecer la vida de sus hijos debido a la gran
pérdida que ellos experimentaron? Quizá el padre piense que ésta es la única
conducta que es seguro seguir; pero recuerde que no todas las mentes son
iguales, y que mientras mayores sean los esfuerzos para restringir, más
decidido será el deseo de obtener lo que se niega, y el resultado será la
desobediencia a la autoridad paternal.
El padre quedará adolorido por lo que considera que es un proceder
extraviado de su hijo, y su corazón sufrirá por esa rebelión. Pero, ¿no sería correcto que considerara que
la causa principal de la desobediencia de su hijo fue su propia mala
disposición para concederle lo que no era pecaminoso?
El padre piensa que es suficiente razón su
negativa para que su hijo se abstenga 268 de su deseo. Pero los padres debieran
recordar que sus hijos son seres inteligentes y que deberían tratarlos como
ellos mismos quisieran ser tratados (Ibid.).
A LA SEVERIDAD.
Los padres que manifiestan un espíritu
dominante y autoritario, que les fue transmitido por sus propios padres, que
los induce a ser exigentes en su disciplina e instrucción, no educarán
debidamente a sus hijos. Por la
severidad con que tratan sus errores, despiertan las peores pasiones en el
corazón humano y dejan a sus hijos con un sentimiento de injusticia y
equivocación. Encuentran en sus hijos
justamente la disposición de carácter que ellos mismos les habían impartido.
Tales padres alejan a sus hijos de Dios al
hablarles de temas religiosos; pues la religión cristiana no resulta atrayente
y aun es repulsiva por esa falsa representación de la verdad. Los hijos dirán: "Si ésta es la
religión, yo no la quiero". Así con
frecuencia se crea una enemistad en el corazón contra la religión; y debido a
un uso indebido de la autoridad, los niños son inducidos a despreciar la ley y
el gobierno del cielo. Los padres han
determinado el destino eterno de sus hijos por su conducta equivocada (Review
and Herald, 13-3-1894).
AL PROCEDER TRANQUILO Y BONDADOSO.
Si los padres desean que sus hijos sean
amables, nunca deben increparlos. Con frecuencia,
la madre se manifiesta irritable y nerviosa.
Con frecuencia sacude a su hijo y le habla ásperamente. Si un niño es tratado en forma tranquila y
bondadosa, eso tendrá mucho éxito para preservar en él un carácter amable (Id.,
17-5-1898).
A LA SÚPLICA AMANTE.
El padre, como sacerdote del hogar, debiera
tratar suave y pacientemente a sus hijos.
Debiera ser cuidadoso de no despertar en ellos un carácter
combativo. No debiera permitir que la
269 transgresión siga sin ser corregida, y sin embargo hay una forma de
corregir sin despertar las peores pasiones del corazón humano. Hable con amor a sus hijos, diciéndoles
cuánto agraviaron al Salvador con su conducta; y después arrodíllese con ellos
delante del propiciatorio y preséntelos a Cristo, orando para que él tenga
compasión de ellos y los guíe al arrepentimiento y a la petición de
perdón. Una disciplina tal casi siempre
quebrantará el corazón más obstinado.
Dios desea que tratemos a nuestros hijos con
sencillez. Estamos expuestos a olvidar
que los niños no han tenido la ventaja de los largos años de educación que los
adultos han tenido. Si los pequeños no
proceden de acuerdo con nuestras ideas en todo, a veces pensamos que merecen
una reprimenda. Pero esto no arreglará
las cosas. Elevadlos al Salvador y
contadle todo a él; creed luego que su bendición descansará sobre ellos
(Manuscrito 70, 1903). 270
CAPÍTULO 49. LA ACTITUD DE LOS PARIENTES.
LOS PARIENTES COMPLACIENTES SON UN PROBLEMA.
Tened cuidado de no entregar el gobierno de
vuestros hijos a otros. Nadie puede
adecuadamente tomar vuestro lugar en esa responsabilidad dada por Dios. Muchos hijos han sido completamente
arruinados debido a la interferencia de parientes o amigos en el gobierno de su
hogar. Las madres nunca debieran
permitir que sus hermanas o madres interfieran en el debido manejo de sus
hijos. Aunque la madre haya recibido la
mejor educación posible de su madre, sin embargo, en nueve casos de diez, como
abuela echará a perder a los hijos de su hija al complacerlos y alabarlos con
poco juicio. Se pueden desbaratar todos
los esfuerzos de la madre mediante esa conducta. Como regla, es proverbial que los abuelos no
estén capacitados para educar a sus nietos.
Los hombres y mujeres debieran tributar todo el debido respeto a sus padres;
pero en lo que atañe a la educación de sus propios hijos, no debieran permitir ninguna interferencia
sino mantener en sus manos las riendas del gobierno (Pacific Health Journal,
enero de 1890).
CUANDO SE RÍEN POR LA FALTA DE RESPETO Y POR
LA IRA.
Doquiera voy, me siento apenada por el
descuido de la debida disciplina del hogar y de las restricciones. Se permite que los niñitos contesten, que
manifiesten falta de respeto e impertinencia, que usen un lenguaje que nunca
debiera permitirse que un niño empleara para contestar a sus superiores. Los padres que permiten el empleo de un
lenguaje impropio son más dignos de reproche que sus hijos. Ni una sola vez debiera tolerarse la
impertinencia en un niño. Sin embargo,
padres y madres, tíos y tías y abuelos se ríen cuando un niñito de un año
manifiesta 271 su ira. Su expresión
imperfecta de falta de respeto, su terquedad pueril, son tomadas como algo
divertido. Así se confirman los hábitos
erróneos y el niño crece para convertirse en un objeto de disgusto para todos
los que lo rodean (Sings of the Times, 9-2-1882).
CUANDO SE DESCUIDA LA DEBIDA CORRECCIÓN.
Tiemblo especialmente por las madres cuando
las veo tan ciegas y que sienten tan livianamente la responsabilidad que
descansa sobre una madre. Ven a Satanás
que está trabajando en el niño caprichoso aun cuando tenga pocos meses de
edad. Lleno de ira rencorosa, Satanás
parece poseerlos completamente. Sin
embargo, quizá haya en el hogar una abuela, una tía o algún otro pariente o
amigo que procure hacer que crea el padre que sería una crueldad corregir a ese
niño; cuando precisamente lo opuesto es verdadero; y la mayor de las crueldades
es permitir que Satanás se posesione de ese tierno e indefenso niño. Satanás debe ser reprochado. Debe quebrantarse su dominio sobre el
niño. Si se necesita la corrección, sed
fieles y leales. El amor de Dios, la
verdadera compasión por el niño, inducirán al fiel cumplimiento del deber (Review
and Herald, 14-4-1885).
LAS PERPLEJIDADES DEL TRATO FAMILIAR.
No es lo mejor que los miembros de una, dos o
tres familias que están unidas por vínculos matrimoniales, se establezcan cerca
unas de otras. La influencia no resulta
tan buena. Las ocupaciones de una son
las ocupaciones de todas. Las
perplejidades y dificultades que de una forma u otra afectan a toda familia, y
que, hasta donde sea posible, debieran quedar dentro de los límites del círculo
familiar, se extienden a las otras familias y tienen su influencia sobre las
reuniones religiosas. Hay asuntos que no
debieran ser conocidos por una tercera persona, no importa cuán amigable sea o
cuán íntimamente esté relacionada. 272
Los individuos y las familias debieran
mantener esos asuntos para ellos mismos.
Pero la íntima relación de varias familias, que están en constante
comunicación, tiene la tendencia de quebrantar la dignidad que debiera
mantenerse en cada familia. Al realizar
el delicado deber de reprochar y amonestar, habrá el peligro de herir
sentimientos, a menos que se lleve a cabo con la mayor ternura y cuidado. Aun las mejores personas están expuestas a
cometer errores y faltas y debiera tenerse mucho cuidado en no exagerar las
cosas pequeñas.
Es muy agradable para los sentimientos
naturales tal relación familiar y de iglesia; pero no es lo mejor cuando se toman
en cuenta todos los factores del desarrollo de caracteres simétricos y
cristianos. . . . Todas las familias serían mucho más felices si estuvieran
separadas y se visitaran ocasionalmente, y su influencia mutua sería diez veces
mayor.
Unidas como están esas familias por vínculos
matrimoniales y compartiendo como comparten mutuamente de su compañía, cada una
sabe las faltas y errores de las otras, y siente que es su deber corregirlos; y
debido a que esos parientes se tienen verdadero afecto, se ofenden por cosas
pequeñas que no advertirían en aquellos que no están tan íntimamente
relacionados. Se experimentan profundos
sufrimientos, debido a que se despiertan sentimientos en algunos de que no han
sido tratados imparcialmente y con toda la consideración que merecen. A veces se levantan pequeños celos y se
convierten en montañas pequeñas colinas.
Esas pequeñas incomprensiones y minúsculas discordias causan más
dolorosos sufrimientos que las pruebas que provienen de otras fuentes.
(Testimonies, tomo 3, págs. 55, 56). 273
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