martes, agosto 21, 2018

CONDUCCIÓN DEL NIÑO (EGW). SECCION XI. DISCIPLINA DEFECTUOSA.


CAPÍTULO 46. LOS MALES DE LA COMPLACENCIA.
EL AMOR NO ES INDULGENTE.
El amor es la llave para el corazón del niño, pero el amor que induce a los padres a ser complacientes con los deseos equivocados de sus hijos no es un amor que obrará para el bien de ellos.  El afecto ferviente que emana del amor a Jesús capacitará a los padres para ejercer juiciosamente su autoridad y para requerir pronta obediencia.  Necesitan entrelazarse los corazones de padres e hijos, de modo que como familia puedan ser un canal por el cual fluyan la sabiduría, la virtud, la tolerancia, la bondad y el amor (Review and Herald, 24-6-1890).

DEMASIADA LIBERTAD CREA HIJOS PRÓDIGOS.
La excesiva libertad es la causa de que los hijos no lleguen a ser piadosos.  Se complacen su propia voluntad e inclinaciones. . . . Muchos hijos pródigos llegan a ser tales debido a la complacencia en el hogar, debido a que sus padres no han sido hacedores de la Palabra.  La mente y la voluntad han de mantenerse mediante principios firmes, directos y santificados.  La integridad y el afecto han de ser enseñados por un ejemplo amante y consecuente (Carta 117, 1898).

MIENTRAS MÁS TOLERANCIA HAYA, MÁS DIFÍCIL ES LA CONDUCCIÓN.
Padres, haced el hogar más feliz para vuestros hijos.  Con esto no quiero decir que accedáis a sus caprichos.  Mientras más se los tolera, más difícil será conducirlos y más difícil les será 254 vivir vidas fieles y nobles cuando salgan al mundo.  Si les permitís hacer lo que les plazca, su pureza y amabilidad de carácter se desvanecerán prestamente. Enseñadles a obedecer.  Vean que vuestra autoridad debe ser respetada.  Esto quizá parezca entristecerlos un poco ahora, pero les ahorrará mucha desgracia en el futuro (Manuscrito 2, 1903).

Es un pecado tolerar a un hijo cuando es joven y se descarría.  Un hijo debiera ser mantenido bajo dominio (Carta 144, 1906).

Si se permite que los niños hagan lo que les plazca, conciben la idea de que deben ser atendidos, cuidados, tolerados y entretenidos.  Piensan que sus deseos y su voluntad deben ser satisfechos.
 (Manuscrito 27, 1896).

¿No debiera [la madre] dejar que su hijo haga lo que quiera de cuando en cuando, complacerlo en sus deseos, y permitirle ser desobediente?  Ciertamente no, pues si lo hace, permite que Satanás plante su bandera infernal en su hogar.  Debe luchar la batalla de ese niño que no puede pelear por sí mismo. Esa es su obra, reprochar al diablo, buscar a Dios fervientemente y no permitir nunca que Satanás le arrebate a su hijo de sus brazos y lo coloque en los suyos (Manuscrito 70, sin fecha).

LA TOLERANCIA OCASIONA DESASOSIEGO Y DESCONTENTO.
En algunas familias, son ley los deseos del niño.  Se le da todo lo que desea.  Se fomenta su disgusto por lo que no le gusta.  Se supone que esas complacencias lo hacen feliz, pero son esas mismas cosas las que lo hacen desasosegado, descontento e imposible de satisfacer.  La complacencia ha echado a perder su gusto por el alimento sencillo y saludable, por el uso recto y saludable de su tiempo; la complacencia ha hecho la obra de desquiciar aquel carácter para el tiempo y la eternidad (Manuscrito 126, 1897). 255

EL EFECTIVO REPROCHE DE ELISEO ANTE LA INSOLENCIA.
Es un error la idea de que debemos someternos a los caprichos de los niños perversos.  Eliseo, en el mismo comienzo de su obra, fue burlado y befado por los jovenzuelos de Betel.  Era un hombre muy bondadoso, pero el Espíritu de Dios lo movió a pronunciar una maldición contra los maldicientes.  Ellos habían oído de la ascensión de Ellas, y habían hecho objeto de sus burlas a ese solemne acontecimiento.  Eliseo demostró que no habían de burlarse de él, viejos o jóvenes, en su sagrado ministerio.  Cuando le dijeron que ascendiera, como Ellas lo habían hecho antes, los maldijo en el nombre del Señor.  El terrible juicio que cayó sobre ellos provino de Dios.                                         
Después de eso, Eliseo no tuvo más dificultades en su misión.  Durante cincuenta años entró y salió por la puerta de Betel, y fue de ciudad en ciudad, pasando entre las multitudes de la peor juventud, la más ruda, haragana y disoluta, pero nadie se mofó de él o habló livianamente de sus prerrogativas como profeta del Altísimo. 
(Testimonies, tomo 5, págs. 44, 45).

NO OS RINDÁIS ANTE LAS SÚPLICAS.
En el día del ajuste de cuentas, los padres tendrán mucho de que responder debido a su maligna condescendencia con sus hijos.  Muchos complacen cada deseo irrazonable, porque es más fácil librarse en esta manera de su importunación que de cualquier otra forma.  Debiera educarse al niño de tal manera que reciba una negativa con el debido espíritu y la acepte como final (Pacific Health Journal, mayo de 1890).

NO ACEPTÉIS LO QUE DICEN LOS NIÑOS POR ENCIMA DE LO QUE AFIRMAN OTROS.
Los padres no debieran pasar por alto livianamente los pecados de sus hijos.  Cuando esos pecados son señalados por algún amigo fiel, el padre no debiera creer que han sido menoscabados sus derechos, que ha recibido una ofensa 256 personal.  Los hábitos de cada joven y de cada niño afectan el bienestar de la sociedad.  El mal proceder de un joven puede descarriar a muchos (Review and Herald, 13-6-1882).

No permitáis que vuestros niños vean que aceptáis su palabra antes que lo testificado por cristianos de más edad.  No podéis hacerles un daño mayor.  Fomentáis en ellos el hábito de adulterar la verdad si decís: yo creo a mis hijos antes que creer a aquellos de quienes tengo la evidencia de que son hijos de Dios (Id., 13-4-1897).

LA HERENCIA DE UN NIÑO ECHADO A PERDER.
Es imposible describir el mal que resulta de dejar a un niño librado a su propia voluntad.  Algunos de los que se extravían por habérselos descuidado en la infancia, volverán en sí más                  tarde por habérseles inculcado lecciones prácticas; pero muchos se pierden para siempre porque en la infancia y en la adolescencia recibieron una cultura tan sólo parcial, unilateral.  El niño echado a perder tiene una pesada carga que llevar a través de su vida.  En la prueba, en los chascos, en la tentación, seguirá su voluntad indisciplinado y mal dirigida.  Los niños que nunca han aprendido a obedecer tendrán caracteres débiles e impulsivos.  Procurarán gobernar, pero no han aprendido a someterse.  No tienen fuerza moral para refrenar su genio díscolo, corregir sus malos hábitos, o subyugar su voluntad sin control.  Los hombres y las mujeres heredan los errores de la infancia no preparada ni disciplinada.  Al intelecto pervertido le resulta difícil discernir entre lo verdadero y lo falso (Consejos para los Maestros, pág. 87). 257

CAPÍTULO 47. LA DISCIPLINA LAXA Y SUS FRUTOS.
UNA MALA EDUCACIÓN AFECTA TODA LA VIDA RELIGIOSA.
Un ay descansa sobre los padres que no han educado a sus hijos para que sean temerosos de Dios, sino que les han permitido que sean hombres y mujeres indisciplinados y faltos de dominio propio.  Durante su propia niñez se les permitió manifestar sus pasiones y caprichos y actuar por impulsos, y fomentan ese mismo espíritu en su propio hogar.  Son defectuosos en su carácter e iracundos en el manejo del hogar. Aun en su aceptación de Cristo, no han vencido las pasiones que se permitió que dominaran su corazón en su niñez.  Llevan los resultados de su educación precoz a través de toda su vida religiosa.  Es dificilísimo quitar la impresión que así se ha hecho en el plantío del Señor;  pues cuando se dobla la rama, el árbol se inclina.  Si tales padres aceptan la verdad, tienen ante sí una dura batalla.  Quizá se transforme su carácter, pero queda afectada toda su experiencia religiosa por la disciplina laxa a que estuvieron sometidos en los primeros años de su vida.  Y sus hijos tienen que sufrir debido a esa educación defectuosa, pues graban esas faltas en ellos hasta la tercera y cuarta generación. 
(Review and Herald 9-10-1900).

COMO EL ELÍ DE ANTAÑO.
Cuando los padres sancionan los errores de sus hijos,  los perpetúan así como lo hizo Elí.  Ciertamente Dios los colocará en una situación donde verán que no sólo han arruinado su propia influencia, sino también la influencia de los jóvenes a quienes debieran haber reprimido... . Tendrán amargas lecciones que aprender (Manuscrito 33, 1903). 258

Ojalá los que hoy se asemejan a Elí, que por doquiera aducen excusas para el descarrío de sus hijos, afirmarán prontamente su autoridad recibida de Dios para restringir y corregir a sus hijos.  Los padres y tutores que pasan por alto y excusan el pecado en aquellos que están bajo su cuidado, recuerden que así se hacen participantes de esos errores.  Si en vez de una indulgencia ilimitada se usara con más frecuencia la vara del castigo, no con ira sino con amor y oración, veríamos familias más felices y una mejor condición en la sociedad (Signs of the Times, 24-11-1881).

El descuido de Elí se presenta claramente delante de cada padre y madre de la tierra.  Como resultado de su afecto no santificado o de su mala disposición para realizar un deber desagradable, recogió una cosecha de iniquidad en sus hijos perversos.  Tanto el padre que permitió la impiedad como los hijos que la practicaron, fueron culpables delante de Dios, y el Altísimo no aceptaba ni sacrificios ni ofrendas por sus transgresiones (Review and Herald, 4-5-1886).

LA SOCIEDAD RECIBE LA MALDICIÓN DE LOS CARACTERES DEFECTUOSOS.
¿Cuándo serán sabios los padres? ¿Cuándo verán y comprenderán lo que significa descuidar la obediencia y el respeto a las instrucciones de la Palabra de Dios?  Los resultados de esa educación laxa se ven en los hijos cuando salen al mundo y ocupan su lugar como cabezas de familia.  Perpetúan los errores de sus padres.  Alcanzan toda su magnitud sus rasgos de carácter defectuosos y transmiten a otros las inclinaciones equivocadas, los hábitos y características que permitieron que desarrollaran en su propio carácter.  Así se convirtieron en una maldición en vez de ser una bendición para la sociedad.
 (Testimonies, tomo 5, págs. 324, 325). 259

La impiedad que existe en el mundo hoy día tiene como su raíz el descuido de los padres para disciplinarse a sí mismos y sus hijos.  Miles y más miles de las víctimas de Satanás son lo que son, debido a la poco juiciosa forma en que fueron tratadas durante su niñez.  El severo reproche de Dios cae sobre esa mala conducta (Manuscrito 49, 1901).

CUANDO SE AFLOJAN LAS RIENDAS DE LA DISCIPLINA.
Los niños que no son bien conducidos, que no son educados en la obediencia y en el respeto, se unen con el mundo, dominan a sus padres, los manejan a su antojo y los conducen a su capricho.  Con demasiada frecuencia, precisamente cuando los niños debieran  mostrar respeto y obediencia incuestionable al consejo de sus padres, éstos aflojan las riendas de la disciplina. Los padres que hasta entonces han sido un ejemplo brillante de piedad consecuente son ahora guiados por sus hijos.  Ha terminado su firmeza. Los padres que han llevado la cruz de Cristo y han mantenido las marcas del Señor Jesús sobre ellos en unidad de propósitos, son guiados por sus hijos en senderos cuestionables e inciertos (Review and Herald, 13-4-1897).

LA COMPLACENCIA CON LOS HIJOS MAYORES.
Los padres y las madres que debieran entender la responsabilidad que descansa sobre ellos, relajan su disciplina para hacer frente a las inclinaciones de sus hijos e hijas que van creciendo.  La voluntad del hijo es la ley que se reconoce.  Las madres que no han sido firmes, consecuentes e inmutables en su adhesión a los principios para mantener la sencillez y la fidelidad, se vuelven indulgentes a medida que sus hijos llegan a la edad adulta.  En su amor por la ostentación, entregan sus hijos a Satanás con sus propias manos, así como los apóstatas judíos los hacían pasar por el fuego de Moloc.
 (Manuscrito 119, 1899). 260

DESHONRANDO A DIOS PARA GANAR EL FAVOR DE UN HIJO.
Los padres y madres dan rienda suelta a las inclinaciones de sus hijos impíos, y los ayudan con dinero 
y medios para que se luzcan en el mundo.
 ¡Oh! ¡Qué cuenta tendrán que rendir esos padres ante Dios!  Deshonran a Dios y enaltecen a sus hijos descarriados, abren la puerta a las diversiones que en lo pasado condenaban por principio.  Han permitido que los juegos de naipes y los bailes ganen a sus hijos para el mundo.  Al mismo tiempo, cuando su influencia sobre sus hijos debiera haber alcanzado el pináculo de la fuerza, al dar un testimonio de lo que significa el verdadero cristianismo, a semejanza de Elí, se colocan bajo la maldición de Dios al deshonrarlo y no obedecer sus requerimientos, a fin de ganar el favor de sus hijos.  Pero una piedad a la moda no será de mucho valor en la hora de la muerte.  Aunque algunos ministros del Evangelio quizá aprueben esta clase de religión, los padres hallarán que están dejando la corona de gloria para obtener laureles que no son de valor. ¡Dios ayude a los padres y madres para que comprendan su deber! (Review and Herald, 13-4-1897).

SED LO QUE DESEÁIS QUE SEAN VUESTROS HIJOS.
Sed lo que deseáis que sean vuestros hijos.  Por precepto y ejemplo, los padres han perpetuado su propio sello de carácter en su posteridad.  Las palabras y caracteres caprichosos, ásperos y descorteses se impresionan en los hijos, y en los hijos de los hijos, y así testifican contra los padres los defectos de su enseñanza, de generación en generación (Signs of the Times, 17-9-1894). 261

CAPÍTULO 48. LAS REACCIONES DE LOS HIJOS.
A LA PROVOCACIÓN.
A los hijos se les exhorta a obedecer a sus padres en el Señor, pero a los padres también se les ordena: "No provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina" (Manuscrito 38, 1895).
A veces hacemos más para provocar que para ganar.  He visto a una madre arrebatar de la mano de su hijo algo que le ocasionaba placer especial.  El niño no veía la razón de ello, y naturalmente se sintió maltratado.  Luego siguió un altercado entre ambos, y un vivo castigo puso fin a la escena, por lo menos aparentemente; pero esta batalla dejó en la mente tierna una impresión que no se iba a borrar fácilmente.  Esa madre actuó imprudentemente.  No razonó de causa a efecto.  Su acción dura, poco juiciosa, despertó las peores pasiones en el corazón de su hijo, y en toda ocasión similar esas mismas pasiones se iban a despertar y fortalecer (Consejos para los Maestros, pág. 90).

A LA CRÍTICA.
No tenéis derecho de ensombrecer la felicidad de vuestros hijos mediante la crítica o una severa censura por faltas insignificantes.  Los verdaderos errores debieran ser presentados tan pecaminosos como realmente son, y debiera seguirse una conducta firme y decidida para evitar que reaparezcan.  Sin embargo, no se debe dejar a los hijos en un estado falto de esperanza, sino con cierto grado de ánimo para que puedan mejorar y ganar vuestra confianza y aprobación.  Los hijos quizá deseen hacer lo correcto, quizá se propongan en su corazón ser obedientes, pero necesitan ayuda y ánimo.
 (Signs of the Times, 10-4-1884).

A LA DISCIPLINA DEMASIADO ÁSPERA.
¡Oh, cómo se deshonra a Dios en una familia donde no hay verdadera 262 comprensión de lo que constituye la disciplina familiar y los hijos están confundidos en cuanto a lo que es disciplina y gobierno!  Es cierto que la disciplina demasiado áspera, la crítica exagerada, las leyes y reglamentos no requeridos, conducen al menosprecio de la autoridad y finalmente a la desobediencia de aquellas reglas que Cristo quisiera que se cumplieran (Review and Herald, 13-3-1894).

Cuando los padres muestran un espíritu áspero, severo y dominante, se despierta en los hijos un espíritu de obstinación y terquedad.  Así los padres no ejercen la influencia 
suavizadora que podrían tener sobre sus hijos.
Padres, ¿no podéis ver que las palabras ásperas provocan resistencia? ¿Qué haríais si se os tratara con tanta desconsideración como tratáis a vuestros pequeños?  Es vuestro deber estudiar de causa a efecto.  Cuando regañasteis a vuestros niños, cuando con golpes de enojo heristeis a los que eran demasiado pequeños para defenderse, ¿os preguntasteis qué efecto tendría ese trato sobre vosotros? ¿Habéis pensado cuán sensibles sois a las palabras de censura o de condenación? ¿Cuán rápidamente os sentís heridos si pensáis que alguien deja de reconocer vuestras habilidades?  No sois sino niños crecidos.  Pensad pues cómo deben sentirse vuestros hijos cuando les dirigís palabras ásperas y cortantes, cuando los castigáis severamente por faltas que no son ni la mitad de ofensivas a la vista de Dios como es el trato que les dais (Manuscrito 42, 1903).

Muchos padres que profesan ser cristianos no están convertidos. ¡Cristo no habita en su corazón por fe!  Su aspereza, su imprudencia, su carácter indómito, disgustan a sus hijos y hacen que aborrezcan toda su instrucción religiosa (Carta 18 b, 1891). 263

A LA CENSURA CONTINUA.
En los esfuerzos que hacemos por corregir el mal, deberíamos guardarnos contra la tendencia a la crítica o la censura.  La censura continua aturde, pero no reforma.  Para muchas mentes, y con frecuencia para las dotadas de más fina sensibilidad, una atmósfera de crítica hostil es fatal para el esfuerzo. Las flores no se abren bajo el soplo del ventarrón.
El niño a quien se censura frecuentemente por alguna falta especial, llega a considerar esa falta como una peculiaridad suya, algo contra lo cual es en vano luchar.  Así se da origen al desaliento y la desesperación que a menudo están ocultos bajo un aspecto de indiferencia o baladronada (La Educación, pág. 283).

A LAS ÓRDENES Y LA REPRENSIÓN.
Algunos padres suscitan muchas tormentas por su falta de dominio propio.  En vez de pedir bondadosamente a los niños que hagan esto o aquello, les dan órdenes en tono de reprensión, y al mismo tiempo tienen en los labios censuras o reproches que los niños no merecieron.  Padres, esta conducta para con vuestros hijos destruye su alegría y ambición.  Ellos cumplen vuestras órdenes, no por amor, sino porque no se atreven a obrar de otro modo.  No ponen su corazón en el asunto.  Les resulta un trabajo penoso en vez de un placer; y a menudo por esto mismo se olvidan de seguir todas vuestras indicaciones, lo cual acrece vuestra irritación y empeora la situación de los niños.  Las censuras se repiten; se les pinta con vivos colores su mala conducta, hasta que el desaliento se posesiona de ellos, y no les interesa agradaros.  Se apodera de ellos un espíritu que los impulsa a decir: "A mí qué me importa", y van a buscar fuera del hogar, lejos de sus padres, el placer y deleite que no encuentran en casa.  Frecuentan las compañías de la 264 calle, y pronto se corrompen tanto como los peores. 
(Joyas de los Testimonios, tomo 1, págs. 133, 134).

A UNA CONDUCTA ARBITRARIA.
La voluntad de los padres debe colocarse bajo la disciplina de Cristo.  Modelados y regidos por el puro Espíritu Santo de Dios, pueden ejercer dominio incuestionable sobre los hijos.  Pero si los padres son severos y demandan demasiado en su disciplina, hacen una obra que ellos mismos no pueden nunca deshacer.  Debido a esa conducta arbitraria, despiertan un sentimiento de injusticia (Manuscrito 7, 1899).

A LA INJUSTICIA.
Los niños son sensibles a la mejor injusticia, y algunos se desaniman con ella y nunca harán más caso a la voz alta y enojada en que se dan las órdenes, ni harán caso de amenazas de castigos.  Con demasiada frecuencia se provoca la rebelión en el corazón de los niños debido a una disciplina equivocada de los padres, cuando, si se hubiera seguido la conducta debida, los niños hubieran formado caracteres buenos y armoniosos.  Una madre que no tiene un perfecto dominio de sí misma, no está capacitada para manejar niños.
 (Testimonies, tomo 3, págs. 532, 533).

A UNA SACUDIDA O A UN GOLPE.
Cuando la madre da a su niño una sacudida o un golpe, ¿creéis que esto lo capacita para ver la belleza del carácter cristiano?  No ciertamente; tan sólo tiende a crear malos sentimientos en el corazón y el niño no es corregido en nada (Manuscrito 45, 1911).

A las palabras ásperas y faltas de simpatía.
Cristo está listo para educar al padre y a la madre a fin de que sean verdaderos educadores.  Los que estudian en su escuela . . . nunca hablarán en tonos ásperos y faltos de simpatía; pues las palabras así pronunciadas irritan los oídos, desgastan los nervios, causan sufrimiento mental y crean un estado de mente que hace imposible dominar el carácter del 265 niño al cual se hablan esas palabras.  Con frecuencia, ésta es la razón por la cual los niños hablan irrespetuosamente a sus padres (Carta 47 a, 1902).

AL RIDÍCULO Y A LA MOFA.
Ellos [los padres] no están autorizados para impacientarse, regañar y ridiculizar.  Nunca debieran mofarse de sus hijos que tienen rasgos perversos de carácter, que ellos mismos les han transmitido.  Este tipo de disciplina nunca curará el mal.  Padres, emplead los preceptos de la Palabra de Dios para amonestar y reprobar a vuestros hijos extraviados.  Mostradles un "así dice Jehová" para vuestras órdenes.  Un reproche que emana de la Palabra de Dios es mucho más efectivo que el que es presentado con tonos ásperos y enojados por los labios de los padres (Fundaments of Christian Education, págs. 67, 68).

A LA IMPACIENCIA.
La impaciencia de los padres excita la de los hijos.  La ira manifestada por los padres, crea ira en los hijos, y despierta lo malo de su naturaleza. . . . Cada vez que pierden el dominio propio, y hablan y obran con impaciencia, pecan contra Dios.
 (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 148).

A LAS REPRIMENDAS ALTERNADAS CON RUEGO.
He visto con frecuencia a niños a quienes se les negó algo que querían, arrojarse al suelo enojados, dando puntapiés y gritando, mientras que la madre poco juiciosa alternativamente suplicaba y regañaba con la esperanza de restaurar el buen humor en su hijo.  Este proceder tan sólo fomenta las pasiones del niño.  La próxima vez procederá de la misma manera con terquedad aumentada, confiando en ganar la victoria como antes.  Así se escatima la vara y se echa a perder al hijo.
La madre no debiera permitir que su niño ganara terreno sobre ella ni una sola vez.  Y, a fin de mantener esta autoridad, no es necesario recurrir a medidas 266 ásperas.  Una mano firme y constante y la bondad que convence al niño de vuestro amor realizarán el propósito (Pacific Health Journal, abril de 1890).

A LA FALTA DE FIRMEZA Y DECISIÓN.
Gran daño se hace por la falta de firmeza y decisión.  He conocido algunos padres que decían: No te voy a dar esto o aquello, y después cedían pensando que habían sido demasiado estrictos, y daban al niño justamente lo que al principio le rehusaron.  Así se provoca una herida que dura toda la vida.  Es una importante ley de la mente, que no debiera ser pasada por alto, que cuando un objeto deseado es muy firmemente negado como para quitar toda esperanza, la mente pronto dejará de anhelarlo, y se ocupará de otras cosas.  Pero mientras haya alguna esperanza de obtener el objeto deseado, se hará un esfuerzo para lograrlo. . . .

 Cuando es necesario que los padres den una orden directa, el castigo de la desobediencia debiera ser tan inevitable como son las leyes de la naturaleza.  Los niños que están bajo esta regla firme y decisiva, saben que cuando se prohibe o se niega una cosa, ninguna majadería ni ninguna artimaña conseguirán su objeto.  Así aprenden pronto a someterse y están mucho más felices al hacerlo.  Los hijos de padres indecisos y demasiado indulgentes tienen la constante esperanza de que los ruegos, el llanto o el mal humor pueden lograr su objeto, o que pueden atreverse a desobedecer sin sufrir el castigo. Así se los mantiene en un estado de deseo, esperanza e incertidumbre que los vuelve inquietos, irritables e insubordinados.  Dios considera que estos padres son culpables de destruir la felicidad de sus hijos.  Este mal proceder es la clave de la impenitencia e irreligión de miles.  Ha sido la ruina de muchos que han profesado el nombre de cristianos.
 (Sings of the Times 9-2-1882). 267

A LAS RESTRICCIONES INNECESARIAS.
Cuando los padres envejecen y tienen hijos menores que criar, es probable que el padre crea que los hijos deben seguir en la áspera y rugosa senda en que él está yendo.  Le es difícil comprender que sus hijos necesitan que la vida les sea hecha agradable y feliz por sus padres.
Muchos padres niegan a sus hijos complacerlos en algo que es seguro o inocente, y temen tanto fomentar en ellos el cultivo del deseo de cosas indebidas, que ni siquiera permiten que sus hijos disfruten de aquello que es propio de los niños.  Por el temor de malos resultados, rehúsan permitirles algunos placeres sencillos que hubieran evitado justamente el mal que procuraban eludir; y así los niños piensan que no vale la pena esperar favor alguno y, por lo tanto, no lo piden.  Se inclinan a los placeres que piensan que son prohibidos.  Así se destruye la confianza entre los padres y los hijos (Id., 27-8-1912).

A LA NEGATIVA DE CONCESIONES RAZONABLES.
Si los padres y madres no han pasado por una niñez feliz, ¿por qué debieran ensombrecer la vida de sus hijos debido a la gran pérdida que ellos experimentaron? Quizá el padre piense que ésta es la única conducta que es seguro seguir; pero recuerde que no todas las mentes son iguales, y que mientras mayores sean los esfuerzos para restringir, más decidido será el deseo de obtener lo que se niega, y el resultado será la desobediencia a la autoridad paternal.  El padre quedará adolorido por lo que considera que es un proceder extraviado de su hijo, y su corazón sufrirá por esa rebelión.  Pero, ¿no sería correcto que considerara que la causa principal de la desobediencia de su hijo fue su propia mala disposición para concederle lo que no era pecaminoso?  
El padre piensa que es suficiente razón su negativa para que su hijo se abstenga 268 de su deseo. Pero los padres debieran recordar que sus hijos son seres inteligentes y que deberían tratarlos como ellos mismos quisieran ser tratados (Ibid.).

A LA SEVERIDAD.
Los padres que manifiestan un espíritu dominante y autoritario, que les fue transmitido por sus propios padres, que los induce a ser exigentes en su disciplina e instrucción, no educarán debidamente a sus hijos.  Por la severidad con que tratan sus errores, despiertan las peores pasiones en el corazón humano y dejan a sus hijos con un sentimiento de injusticia y equivocación.  Encuentran en sus hijos justamente la disposición de carácter que ellos mismos les habían impartido.
Tales padres alejan a sus hijos de Dios al hablarles de temas religiosos; pues la religión cristiana no resulta atrayente y aun es repulsiva por esa falsa representación de la verdad.  Los hijos dirán: "Si ésta es la religión, yo no la quiero".  Así con frecuencia se crea una enemistad en el corazón contra la religión; y debido a un uso indebido de la autoridad, los niños son inducidos a despreciar la ley y el gobierno del cielo.  Los padres han determinado el destino eterno de sus hijos por su conducta equivocada (Review and Herald, 13-3-1894).

AL PROCEDER TRANQUILO Y BONDADOSO.
Si los padres desean que sus hijos sean amables, nunca deben increparlos.  Con frecuencia, la madre se manifiesta irritable y nerviosa.  Con frecuencia sacude a su hijo y le habla ásperamente.  Si un niño es tratado en forma tranquila y bondadosa, eso tendrá mucho éxito para preservar en él un carácter amable (Id., 17-5-1898).

A LA SÚPLICA AMANTE.
El padre, como sacerdote del hogar, debiera tratar suave y pacientemente a sus hijos.  Debiera ser cuidadoso de no despertar en ellos un carácter combativo.  No debiera permitir que la 269 transgresión siga sin ser corregida, y sin embargo hay una forma de corregir sin despertar las peores pasiones del corazón humano.  Hable con amor a sus hijos, diciéndoles cuánto agraviaron al Salvador con su conducta; y después arrodíllese con ellos delante del propiciatorio y preséntelos a Cristo, orando para que él tenga compasión de ellos y los guíe al arrepentimiento y a la petición de perdón.  Una disciplina tal casi siempre quebrantará el corazón más obstinado.
Dios desea que tratemos a nuestros hijos con sencillez.  Estamos expuestos a olvidar que los niños no han tenido la ventaja de los largos años de educación que los adultos han tenido.  Si los pequeños no proceden de acuerdo con nuestras ideas en todo, a veces pensamos que merecen una reprimenda.  Pero esto no arreglará las cosas.  Elevadlos al Salvador y contadle todo a él; creed luego que su bendición descansará sobre ellos (Manuscrito 70, 1903). 270

CAPÍTULO 49. LA ACTITUD DE LOS PARIENTES.
LOS PARIENTES COMPLACIENTES SON UN PROBLEMA.
Tened cuidado de no entregar el gobierno de vuestros hijos a otros.  Nadie puede adecuadamente tomar vuestro lugar en esa responsabilidad dada por Dios.  Muchos hijos han sido completamente arruinados debido a la interferencia de parientes o amigos en el gobierno de su hogar.  Las madres nunca debieran permitir que sus hermanas o madres interfieran en el debido manejo de sus hijos.  Aunque la madre haya recibido la mejor educación posible de su madre, sin embargo, en nueve casos de diez, como abuela echará a perder a los hijos de su hija al complacerlos y alabarlos con poco juicio.  Se pueden desbaratar todos los esfuerzos de la madre mediante esa conducta.  Como regla, es proverbial que los abuelos no estén capacitados para educar a sus nietos.  Los hombres y mujeres debieran tributar todo el debido respeto a sus padres; pero en lo que atañe a la educación de sus propios hijos,  no debieran permitir ninguna interferencia sino mantener en sus manos las riendas del gobierno (Pacific Health Journal, enero de 1890).

CUANDO SE RÍEN POR LA FALTA DE RESPETO Y POR LA IRA.
Doquiera voy, me siento apenada por el descuido de la debida disciplina del hogar y de las restricciones.  Se permite que los niñitos contesten, que manifiesten falta de respeto e impertinencia, que usen un lenguaje que nunca debiera permitirse que un niño empleara para contestar a sus superiores.  Los padres que permiten el empleo de un lenguaje impropio son más dignos de reproche que sus hijos.  Ni una sola vez debiera tolerarse la impertinencia en un niño.  Sin embargo, padres y madres, tíos y tías y abuelos se ríen cuando un niñito de un año manifiesta 271 su ira.  Su expresión imperfecta de falta de respeto, su terquedad pueril, son tomadas como algo divertido.  Así se confirman los hábitos erróneos y el niño crece para convertirse en un objeto de disgusto para todos los que lo rodean (Sings of the Times, 9-2-1882).

CUANDO SE DESCUIDA LA DEBIDA CORRECCIÓN.
Tiemblo especialmente por las madres cuando las veo tan ciegas y que sienten tan livianamente la responsabilidad que descansa sobre una madre.  Ven a Satanás que está trabajando en el niño caprichoso aun cuando tenga pocos meses de edad.  Lleno de ira rencorosa, Satanás parece poseerlos completamente.  Sin embargo, quizá haya en el hogar una abuela, una tía o algún otro pariente o amigo que procure hacer que crea el padre que sería una crueldad corregir a ese niño; cuando precisamente lo opuesto es verdadero; y la mayor de las crueldades es permitir que Satanás se posesione de ese tierno e indefenso niño.  Satanás debe ser reprochado.  Debe quebrantarse su dominio sobre el niño.  Si se necesita la corrección, sed fieles y leales.  El amor de Dios, la verdadera compasión por el niño, inducirán al fiel cumplimiento del deber (Review and Herald, 14-4-1885).

LAS PERPLEJIDADES DEL TRATO FAMILIAR.
No es lo mejor que los miembros de una, dos o tres familias que están unidas por vínculos matrimoniales, se establezcan cerca unas de otras.  La influencia no resulta tan buena.  Las ocupaciones de una son las ocupaciones de todas.  Las perplejidades y dificultades que de una forma u otra afectan a toda familia, y que, hasta donde sea posible, debieran quedar dentro de los límites del círculo familiar, se extienden a las otras familias y tienen su influencia sobre las reuniones religiosas.  Hay asuntos que no debieran ser conocidos por una tercera persona, no importa cuán amigable sea o cuán íntimamente esté relacionada. 272

Los individuos y las familias debieran mantener esos asuntos para ellos mismos.  Pero la íntima relación de varias familias, que están en constante comunicación, tiene la tendencia de quebrantar la dignidad que debiera mantenerse en cada familia.  Al realizar el delicado deber de reprochar y amonestar, habrá el peligro de herir sentimientos, a menos que se lleve a cabo con la mayor ternura y cuidado.  Aun las mejores personas están expuestas a cometer errores y faltas y debiera tenerse mucho cuidado en no exagerar las cosas pequeñas.
Es muy agradable para los sentimientos naturales tal relación familiar y de iglesia; pero no es lo mejor cuando se toman en cuenta todos los factores del desarrollo de caracteres simétricos y cristianos. . . . Todas las familias serían mucho más felices si estuvieran separadas y se visitaran ocasionalmente, y su influencia mutua sería diez veces mayor.

Unidas como están esas familias por vínculos matrimoniales y compartiendo como comparten mutuamente de su compañía, cada una sabe las faltas y errores de las otras, y siente que es su deber corregirlos; y debido a que esos parientes se tienen verdadero afecto, se ofenden por cosas pequeñas que no advertirían en aquellos que no están tan íntimamente relacionados.  Se experimentan profundos sufrimientos, debido a que se despiertan sentimientos en algunos de que no han sido tratados imparcialmente y con toda la consideración que merecen.  A veces se levantan pequeños celos y se convierten en montañas pequeñas colinas.  Esas pequeñas incomprensiones y minúsculas discordias causan más dolorosos sufrimientos que las pruebas que provienen de otras fuentes.
 (Testimonies, tomo 3, págs. 55, 56). 273


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