Ezequiel
3:12-27. Por las vislumbres de lo que sería su ministerio profético. Ezequiel
se contrae y se molesta. Por la cual vacila en cumplir su misión. (12-15). Pero Dios, que tiene
derechos en todos, ejerce su autoridad y reprende su vacilación. le señala su
obligación con la profecía y Dios enmudece al profeta, y abre su boca. (16-27).
12 Y me levantó el Espíritu, y oí detrás de mí una voz de gran estruendo, que decía: Bendita sea la gloria de Jehová desde su lugar. 13 Oí también el sonido de las alas de los seres vivientes que se juntaban la una con la otra, y el sonido de las ruedas delante de ellos, y sonido de gran estruendo. 14 Me levantó, pues, el Espíritu, y me tomó; y fui en amargura, en la indignación de mi espíritu, pero la mano de Jehová era fuerte sobre mí. 15 Y vine a los cautivos en Tel-abib, que moraban junto al río Quebar, y me senté donde ellos estaban sentados, y allí permanecí siete días atónito entre ellos.
16 Y aconteció que al cabo de los siete días vino a mí palabra de Jehová, diciendo: 17 Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. 18 Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestaras ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano.
19 Pero si tú amonestaras al impío, y él no se convirtiera de su impiedad y de su mal camino, él morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma. 20 Si el justo se apartare de su justicia e hiciere maldad, y pusiere yo tropiezo delante de él, él morirá, porque tú no le amonestaste; en su pecado morirá, y sus justicias que había hecho no vendrán en memoria; pero su sangre demandaré de tu mano. 21 Pero si al justo amonestaras para que no peque, y no pecare, de cierto vivirá, porque fue amonestado; y tú habrás librado tu alma.
22 Vino allí la mano de Jehová sobre mí, y me dijo: Levántate, y sal al campo, y allí hablaré contigo. 23 Y me levanté y salí al campo; y he aquí que allí estaba la gloria de Jehová, como la gloria que había visto junto al río Quebar; y me postré sobre mi rostro. 24 Entonces entró el Espíritu en mí y me afirmó sobre mis pies, y me habló, y me dijo: Entra, y enciérrate dentro de tu casa. 25 Y tú, oh hijo de hombre, he aquí que pondrán sobre ti cuerdas, y con ellas te ligarán, y no saldrás entre ellos. 26 Y haré que se pegue tu lengua a tu paladar, y estarás mudo, y no serás a ellos varón que reprende; porque son casa rebelde. 27 Mas cuando yo te hubiere hablado, abriré tu boca, y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor: El que oye, oiga; y el que no quiera oír, no oiga; porque casa rebelde son. (Ezequiel 3).
12. Me levantó. Aquí termina la fase inicial de la consagración del
profeta a la función profético. Aún en espíritu, Ezequiel es alejado de la
escena del trono, de los seres vivientes y las ruedas. Al alejarse, oye detrás
de sí el sonido de un gran "estruendo" ("terremoto", LXX).
Es un sonido inteligible, una voz de alabanza. Nada se dice específicamente del
origen de este sonido, pero quizá como en Isa. 6 y Apoc. 4, la alabanza se
origina en los seres que rodean el trono.
14. Indignación. "Ardor" (BJ), "encono" (VM). El llamado de Dios, que tan dulce había sido para Ezequiel (Eze. 3:3), al llevarse a la práctica se convirtió en amargura.
La indignación de Ezequiel
pudo deberse en parte a los pecados de su pueblo; pero por encima de eso, la
revelación de la dificultad insuperable de la tarea, el temor al fracaso y
quizá también la conciencia de no ser apto, sin duda se sumaron para desanimar
abrumadoramente al profeta. Compárese esto con un caso similar en la vida de
Jeremías (Jer. 20:8, 9; cf. Jer. 9:2).
15. Tel-abib. Heb. tel 'abib, "montículo de espigas todavía
verdes". Pero se estima que más bien proviene del acadio til abubi,
"montículo de la inundación de la tormenta". Tales dunas de arena,
producidas por acción del viento y del agua, parecen ser comunes en las
cercanías de Nipur (ver com. cap. 1: 1). Sin embargo, no es posible ubicar con
precisión a Tel-abib.
Siete días. Algunos han comparado este período de siete días de
silencio con un tiempo de retiro que han tenido otros grandes caudillos
religiosos, como por ejemplo los 40 días de Elías en el monte Horeb (1 Rey. 19:
48), la permanencia de Pablo en Arabia (Gál. 1: 17) y el retiro de nuestro
Señor al desierto después de su bautismo. Otros sugieren que la reacción de
Ezequiel se debió a su sorpresa ante las condiciones con que se encontró o a
las actitudes que enfrentó. Otros comparan el silencio de Ezequiel con la
conducta de los amigos de Job, que se sentaron en el suelo con el patriarca
"por siete días y siete noches, y ninguno le hablaba palabra" (Job 2:
13). Sin embargo, el contexto parecería
sugerir que Dios no había dispuesto esa demora. En cambio, la mudez puede haber
sido causada por la amargura y la indignación de espíritu que 616 sentía Ezequiel.
Es probable que el profeta postergara deliberadamente su misión, o quizá aun se
estuviera negando a realizarla. La misericordia de Dios esperó siete días.
Cuando al fin de ese período no hubo respuesta de Ezequiel, le vino palabra del
Señor a modo de una solemne advertencia. Cabe recordar una reticencia similar
de parte de Elena de White a hacer saber a otros lo que el Señor le había
revelado (1T 62-64).
17. Atalaya. La figura es la del centinela militar apostado en la
torre de vigía, cuyo trabajo es advertir a la gente de peligros que se avecinan
(2 Sam. 18: 24-27; 2 Rey. 9: 17-20). La palabra describe la característica
especial de la obra de Ezequiel. El profeta debía vigilar personalmente por las
almas.
18. Tú no le amonestaras. Cuando el atalaya veía que el peligro se acercaba,
debía tocar la trompeta. Cuando Ezequiel viera que los impíos iban
descuidadamente a la perdición, debía hablarles advirtiéndoles de los
inevitables resultados de su proceder. Puede entenderse que en su aplicación
más amplia estas palabras no se refieren meramente al peligro físico y a la
muerte, sino al peligro espiritual que podría acarrear el veredicto de muerte eterna
en el tribunal de Dios. Las decisiones de ese tribunal significan vida eterna o
muerte eterna para cada alma que alguna vez haya vivido. La aniquilación será
la suerte final de todos cuantos persistan en la transgresión. Al atalaya se le
impone la responsabilidad de advertir a los hombres acerca de este castigo
inevitable. Su descuido puede resultar en la pérdida de almas.
Muchas
veces surge el interrogante: "¿Es justo que Dios permita que la salvación
de un alma dependa de que otra persona cumpla o no con su deber de dar la
advertencia?" Debe responderse que Dios es justo, pero que el pecado es
sumamente injusto. Dios obra en favor de la salvación de los hombres en una
manera que concuerda con su carácter y con los aspectos decisivos del conflicto
de los siglos. No emplea coacción. Esto pone un límite a lo que Dios puede
hacer directamente para la salvación de un alma. Pero cuando otros cooperan con
Dios en sus esfuerzos por salvar esa alma, inmediatamente se incrementan las
influencias que operan sobre la persona, y aumenta la responsabilidad de que
acepte el plan divino para él. En esta consideración se fundamenta la actividad
misionera. Consideremos el caso de una isla que no ha sido tocada por la
influencia cristiana. Dios, quien por medio de Jesús "alumbra a todo
hombre" (Juan 1: 9), hace todo lo que puede para salvar a todos los
habitantes del lugar. Sin embargo, con la llegada del misionero, las
oportunidades aumentan mucho. Como resultado, muchos más son salvados. Así Dios
no puede ser acusado de injusticia, sino nosotros. Somos nosotros los que hemos
sido atalayas infieles, y nuestras propias almas se perderán a menos de que con
genuino arrepentimiento pidamos a Dios que nos perdone.
19. Tú habrás librado tu alma. La responsabilidad del atalaya acaba cuando la
advertencia ha sido dada en forma adecuada. Sin embargo, el atalaya haría bien
en preguntarse si ha dado la advertencia en la forma más efectiva posible y
durante un tiempo suficientemente largo.
Quienes
reciben la advertencia quedan libres de escoger si han de escuchar o no. Toda
alma que se pierda lo hará por su propia elección. Nadie podrá culpar a Dios, quien ha
proporcionado una oportunidad adecuada a todos.
Los
hombres viven o mueren según sea su elección personal. Ezequiel hace resaltar
la responsabilidad personal antes que la nacional. Individualmente los
israelitas no debían considerar que estaban perdidos porque su nación sufría un
castigo. Por otra parte, no debían suponer que el arrepentimiento sería
innecesario para ellos como personas porque tenían a Abrahán como padre (Mat.
3: 9).
20. Tropiezo. El propósito de la piedra de tropiezo es detener al
pecador en su camino descendente y despertarlo para que sienta su peligro.
Cuando se detiene así al pecador, se necesita la voz de un atalaya. Una
advertencia en el momento debido puede hacer que se aparte de su mal camino. El
que no se dé la advertencia puede dar como resultado que se lance
desenfrenadamente hacia la destrucción. Por esto se exigirá del atalaya que dé
cuenta de su sangre. De nuevo puede verse hasta qué punto Dios depende de la
cooperación de los seres humanos en la obra de la salvación (ver com. vers.
18).
Sus justicias. Es decir, sus acciones piadosas o justas. Este
pasaje contradice la difundida idea de que el hombre que es de veras piadoso no
puede apostatar ni perderse finalmente. Sólo los que perseveren hasta el fin
serán salvos (Mat. 24: 13). 617
No vendrán en memoria. En el plan de Dios no se calculan las recompensas
teniendo en cuenta el número de acciones piadosas menos el número de pecados
cometidos, ni viceversa, como lo enseñaban los judíos. En el caso del hombre
justo que persevera hasta el fin, todo el registro de su culpa es borrado y su
recompensa es determinada en base a su aceptación del sacrificio de Cristo. Por
otra parte, el pecador que no se arrepiente encuentra que ninguna de sus obras
piadosas es tomada en cuenta al asignársela el castigo (cap. 18). Esto explica
la razón de que, al perdonarse los pecados, no son borrados inmediatamente. Se
conserva un registro hasta el momento del juicio, porque si el justo luego
rechaza el perdón ofrecido y se pierde, todas sus iniquidades, hayan sido
perdonadas en algún momento o no, son tomadas en cuenta para determinar su
recompensa final (PVGM 196).
22. Mano de Jehová. Es evidente que lo que Ezequiel había oído lo colmó
de una abrumadora sensación de la gravedad de su responsabilidad.
23. La gloria de Jehová. Ezequiel volvió a ver la impresionante visión que
había contemplado (cap. 1). La gran manifestación de la gloria de Dios que lo
había inspirado a aceptar su misión, sin duda lo imbuyó con una renovada certeza.
Aceptó la reprensión debida a su silencio. En adelante, Ezequiel aparece como
siervo humilde y obediente.
24. Enciérrate. Probablemente Dios mandó esto a fin de que tuviera
el tiempo necesario para meditar antes de comenzar a realizar su obra.
25. Cuerdas. Sin duda, esto no se refiere a un encarcelamiento
literal, pues no hay en el libro ninguna referencia a tal cosa. Si se hace alusión a cuerdas figuradas,
podrían referirse a la obstinada negativa del pueblo a escuchar, lo que haría
casi imposible que Ezequiel declarase sus profecías. De este modo, sería como
si estuviera atado.
26. Se pegue tu lengua. Como en el caso de Zacarías (Luc. 1:22) que no creyó
las palabras del ángel, parecería haber una reprobación de la negativa de
Ezequiel a hablar cuando se le ordenó que debía hacerlo. Sin embargo, el Señor
empleó este caso para bien. La mudez del profeta y el que sólo pudiera hablar
cuando el Señor abría su boca, era otra señal a la casa rebelde de que las
palabras que pronunciaba eran en verdad las palabras del Señor.
27. Oiga. Compárese esto con las palabras de Jesús registradas
en Mat. 11: 15 y 13: 9. En la LXX la segunda frase dice: "El que
desobedezca, que desobedezca", que halla un eco en Apoc. 22: 11.
Casa rebelde. En tiempos anteriores, Dios había dicho que Israel
era un pueblo "de dura cerviz" (Exo. 32: 9). El mismo espíritu que provocó los 40 años de
peregrinación en el desierto había hecho que el cautiverio fuera inevitable.
(4CBA) Ministerio Hno. Pio
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