domingo, diciembre 06, 2009

8 LA EDUCACION "EL MAESTRO SUBALTERNO"


"Como me envió el Padre así también yo os envío"(Juan 20:21).275

La Preparación Necesaria
"Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado".
EL PRIMER maestro del niño es la madre. En las manos de ésta se concentra en gran parte su educación durante el período de mayor sensibilidad y más rápido desarrollo. A ella se da en primer lugar la oportunidad de amoldar su carácter para bien o para mal. Ella debería apreciar el valor de esa oportunidad y, más que cualquier otro maestro, debería estar preparada para usarla de la mejor manera posible. Sin embargo, no hay otro ser a cuya educación se preste tan poca atención. La persona cuya influencia en materia de educación es más poderosa y abarcante, es la que recibe menos preparación sistemática.

Aquellos a quienes se confía el cuidado del niñito desconocen a menudo sus necesidades físicas; poco saben de las leyes de la salud o de los principios relativos al desarrollo. Tampoco están mejor preparados para atender su desenvolvimiento mental y espiritual. Pueden poseer cualidades que les permitan actuar bien en los negocios o brillar en sociedad; pueden haber hecho progresos en la literatura y la ciencia; pero saben poco de la educación de un niño. Se debe principalmente a esta falla, en especial al descuido en los comienzos del desarrollo físico, el hecho de que una gran proporción de los miembros de la especie humana muera en la infancia, y de que entre los que llegan a la madurez haya tantos para quienes la vida es una carga. 276

Sobre los padres y las madres descansa la responsabilidad de la primera educación del niño, como asimismo de la ulterior, y por eso ambos padres necesitan urgentemente una preparación cuidadosa y cabal. Antes de aceptar las responsabilidades de la paternidad y la maternidad, los hombres y las mujeres deberían familiarizarse con las leyes del desarrollo físico: con la fisiología y la higiene, con la importancia de las influencias prenatales, con las leyes que rigen la herencia, la salud, el vestido, el ejercicio y el tratamiento de las enfermedades; deberían comprender también las leyes del desarrollo mental y de la educación moral.

El Ser infinito consideró tan importante la obra de la educación, que desde su trono envió mensajeros para que respondieran la pregunta de una futura madre: "¿Cómo debe ser la manera de vivir del niño, y qué debemos hacer con él?"*, e instruir a un padre en cuanto a la educación de un hijo prometido.
La educación nunca logrará lo que podría y debería llevar a cabo, hasta que se reconozca plenamente la obra de los padres y éstos reciban una preparación que los capacite para desempeñar sus sagradas responsabilidades.

Se admite universalmente la necesidad de la educación preparatoria del maestro; pero pocos reconocen el carácter de la preparación más esencial. El que aprecia la responsabilidad implícita en la educación de la juventud, se dará cuenta de que no es suficiente la instrucción literaria y científica. El maestro debería tener una educación más amplia que la que se obtiene por medio del estudio de los libros. Debería poseer no sólo fuerza, sino amplitud de mente; no sólo debería ser íntegro de alma, sino de gran corazón.

Sólo el que creó la mente y formuló sus leyes puede comprender perfectamente sus necesidades o 277 dirigir su desarrollo. Los principios de la educación que él ha dado constituyen la única guía segura. Una cualidad esencial para todo maestro es el conocimiento de estos principios y que los haya aceptado de tal manera que sean un poder dominante en su propia vida.

La experiencia en la vida práctica es indispensable. El orden, la prolijidad, la puntualidad, el dominio propio, el genio alegre, la invariabilidad de disposición, la abnegación, la integridad y la cortesía, son cualidades esenciales.

Por lo mismo que hay tanta bajeza, y tanta impostura rodea a los jóvenes, hay una gran necesidad de que las palabras, el comportamiento y la conducta del maestro representen lo elevado y lo verdadero. Los niños son perspicaces para descubrir la afectación o cualquier otra debilidad o defecto. No hay para el maestro otro modo de conquistar el respeto de sus alumnos que el de revelar en su propio carácter los principios que trata de enseñarles. Unicamente al hacerlo, mientras se relaciona diariamente con ellos, puede ejercer una influencia benéfica y permanente sobre ellos.

En cuanto a casi todas las demás cualidades que contribuyen a su buen éxito, el maestro depende en extenso grado del vigor físico. Mientras más buena sea su salud, mejor será su trabajo.
Tan cansadoras son sus responsabilidades, que se requiere de su parte un esfuerzo especial para conservar el vigor y la lozanía. A menudo se siente descorazonado y mentalmente fatigado, con una tendencia casi irresistible a la depresión, la indiferencia y la irritabilidad. No sólo tiene el deber de resistir esos estados de ánimo, sino de evitar su causa. Necesita conservar el corazón puro, afable, confiado y lleno de simpatía. A fin de estar siempre tranquilo, firme y animado, debe conservar la fuerza mental y nerviosa. 278

Puesto que en su tarea la calidad es tanto más importante que la cantidad, debería evitar el exceso de trabajo, el tratar de hacer demasiadas cosas, el aceptar otras responsabilidades que lo incapacitan para su obra, y el dedicarse a entretenimientos y actividades sociales más agotadoras que restauradoras.
El ejercicio al aire libre, especialmente el que se hace al realizar un trabajo útil, es uno de los mejores medios de recreación para el cuerpo y la mente, y el ejemplo del maestro inspirará en sus alumnos interés y respeto por el trabajo manual.

UNA VIDA DE CONTINUO DESARROLLO
En toda actividad el maestro debería practicar escrupulosamente los principios relativos a la salud. No sólo debería hacerlo a causa de la relación que esto tiene con su propia utilidad, sino también a causa de su influencia sobre los alumnos. Debería ser sobrio en todas las cosas: Un ejemplo en el régimen alimentarlo, el vestido, el trabajo y la recreación.

Con la salud física y la rectitud de carácter deberían combinarse amplios conocimientos intelectuales. Cuanto más conocimiento verdadero posea el maestro, mejor hará su trabajo. El aula no es lugar para hacer una obra superficial. Ningún maestro que se satisfaga con un conocimiento superficial alcanzará un grado elevado de eficiencia.

Pero la utilidad del maestro no depende tanto de su caudal de conocimientos como del nivel que se propone alcanzar. El verdadero maestro no se contenta con pensamientos indefinidos, una mente indolente o una memoria inactiva. Trata constantemente de progresar más y aplicar mejores métodos. Su vida es de continuo desarrollo. En la obra de semejante maestro hay una frescura y un poder vivificante que despierta e inspira a los alumnos.

El maestro debe ser apto para su trabajo. Debe tener la sabiduría y el tacto necesarios para manejar 279 las mentes. Por grande que sea su conocimiento científico, por excelentes que sean sus cualidades en otros ramos, si no logra conquistar el respeto y la confianza de sus alumnos, sus esfuerzos serán vanos.

Se necesitan maestros perspicaces para descubrir y aprovechar toda oportunidad de hacer bien; maestros que al entusiasmo unan la verdadera dignidad; que sean capaces de dominar y "aptos para enseñar"; que inspiren pensamientos, despierten energía e impartan valor y vida.
Las oportunidades de un maestro pueden haber sido limitadas, de modo que no haya logrado acumular, tantos conocimientos como sería de desear; sin embargo, si sabe incursionar en las intimidades de la naturaleza humana; si siente amor sincero por su trabajo, si aprecia su magnitud y está decidido a mejorar, si está dispuesto a trabajar afanosa y perseverantemente, comprenderá las necesidades de los alumnos y, mediante su espíritu comprensivo y progresista, despertará en ellos el deseo de seguirlo mientras trata de guiarlos por el camino ascendente.

Los niños y jóvenes que el maestro tiene a su cargo difieren grandemente unos de otros en carácter, hábitos y educación. Algunos no tienen propósito definido ni principios establecidos. Necesitan que se los despierte para que comprendan sus responsabilidades y posibilidades. Pocos son los niños que han sido debidamente educados en el hogar. Algunos han sido los mimados de la casa. Toda su educación ha sido superficial. Por habérseles permitido seguir su inclinación y evitar las responsabilidades y los quehaceres, carecen de estabilidad, perseverancia y abnegación.

Consideran a menudo toda disciplina como una restricción innecesaria. Otros han sido censurados y desanimados. La restricción arbitraria y la rudeza han desarrollado en ellos la obstinación y la rebeldía. Si estos caracteres deformados han de ser remodelados, el maestro debe hacer 280 esa obra en la mayoría de los casos. A fin de poder hacerlo con éxito, necesita poseer la simpatía y la perspicacia que lo habiliten para descubrir la causa de las faltas y los errores que se manifiestan en sus alumnos. También debe poseer el tacto, la habilidad, la paciencia y la firmeza que le permitan prestar a cada uno la ayuda necesaria; a los vacilantes y amantes de la comodidad, el ánimo y el auxilio que sean un estímulo para su esfuerzo; a los desalentados, la simpatía y el aprecio que creen confianza y estimulen el esfuerzo.

CARACTERÍSTICAS DEL MAESTRO
Con frecuencia los maestros no tienen bastante trato social con los alumnos. Manifiestan muy poca simpatía y ternura, y en cambio les sobra la dignidad que caracteriza al juez severo. Aunque el maestro debe ser firme y decidido, no debería ser exigente ni despótico. Ser rudo y censurador, mantenerse por encima de los alumnos y tratarlos indiferentemente, equivale a cerrar los caminos por medio de los cuales podría influir sobre ellos para bien.

En ninguna circunstancia debería manifestar parcialidad el maestro. Favorecer al alumno simpático y atrayente, y asumir una actitud de crítica, impaciencia y severidad hacia los que más necesitan estímulo y ayuda, indica que se tiene un concepto totalmente erróneo de la obra del maestro. El carácter se prueba en el trato con los deficientes e insoportables; y en eso se conoce si el maestro es realmente apto o no para desempeñar su puesto.

Grande es la responsabilidad de los que se encargan de guiar un alma humana. Los padres sinceros lo consideran como un cargo del cual nunca se librarán totalmente. En la vida del niño, desde el primer día hasta el último, se manifiesta el poder de ese lazo que lo liga al corazón de los padres; las acciones, las palabras, hasta la mirada de ellos forman al niño para bien o para mal. 281 El maestro comparte esa responsabilidad y necesita percatarse constantemente de la santidad de ella y mantener en vista el propósito de su trabajo. No sólo ha de desempeñar las tareas diarias para agradar a quienes patrocinan la escuela y mantener la reputación de ésta; debe considerar el mayor bien de sus alumnos como individuos, los deberes que la vida les va a imponer, el servicio que les requerirá y la preparación que les demandará. La obra que hace día tras día ejercerá sobre sus alumnos -y por medio de éstos sobre otros-, una influencia que no cesará de extenderse y fortalecerse hasta el fin del tiempo. En aquel gran día cuando se revisen ante Dios todas las palabras y todos los hechos, recibirá los frutos de su trabajo.
El maestro que comprenda esto no considerará completa su obra cuando haya terminado la rutina diaria de las clases y los alumnos no estén por un tiempo bajo su cuidado directo. Los llevará en su corazón. El objeto constante de su estudio y su esfuerzo será la forma de asegurar para ellos la norma más elevada que puedan alcanzar.

PROMESAS MARAVILLOSAS
El que ve las oportunidades y los privilegios de su trabajo no permitirá que nada se interponga en el camino del esfuerzo ferviente por mejorar. No escatimará sacrificios para alcanzar el dechado más elevado de excelencia. Se esforzará por ser todo lo que desea que lleguen a ser sus alumnos.
Cuanto más profundo sea el sentido de responsabilidad y más ferviente el esfuerzo del maestro por perfeccionarse, más claramente percibirá y más hondamente lamentará los defectos que le impiden ser más útil. Al contemplar la magnitud de su obra, sus dificultades y posibilidades, con frecuencia su corazón exclamará: "¿Quién es suficiente para estas cosas?" 282

Amados maestros, cuando consideréis vuestra necesidad de fuerza y dirección, necesidad que ninguna fuente humana puede suplir, os ruego que penséis en las promesas de Aquel que es un maravilloso Consejero. "He aquí -dice- he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie podrá cerrar".
"Clama a mí, y yo te responderé". "Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos"(Apoc.3:8; Jer. 33:3).*

"He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo"
(Mateo 28:20).*
Como la preparación más elevada para vuestro trabajo os aconsejo las palabras, la vida y los métodos del Príncipe de los maestros. Os ruego que lo consideréis. El es vuestro verdadero ideal. Contempladlo, meditad en él, hasta que el Espíritu del Maestro divino tome posesión de vuestro corazón y vuestra vida.

"Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen"( 2Cor. 3:18).*

Este es el secreto de la influencia que podéis ejercer sobre vuestros alumnos. Reflejad a Cristo. 283

La Cooperación
"Somos miembros los unos de los otros".
EN LA formación del carácter, ninguna influencia cuenta tanto como la del hogar. La obra del maestro debería complementar la de los padres, pero no ocupar su lugar. En todo lo que se refiere al bienestar del niño, los padres y maestros deberían esforzarse por cooperar.

La cooperación debería empezar con los padres en el hogar. Comparten la responsabilidad de la educación de los niños y deberían esforzarse constantemente por actuar juntos. Entréguense a Dios y pídanle ayuda, para sostenerse mutuamente. Enseñen a sus hijos a ser fieles al Señor, a los principios, a sí mismos y a todos aquellos con quienes se relacionan. Con semejante educación, los niños, una vez enviados a la escuela, no serán causa de disturbios o ansiedad. Serán un sostén para sus maestros y un ejemplo y estímulo para sus condiscípulos.

No es probable que los padres que imparten esta educación critiquen al maestro. Piensan que tanto el interés de sus hijos como la justicia hacia la escuela exigen que, tanto como sea posible, apoyen y honren a aquel que comparte su responsabilidad. 284

En esto fallan muchos padres. Con su crítica precipitada y sin fundamento, a menudo destruyen completamente la influencia del maestro fiel y abnegado. Numerosos padres, cuyos hijos han sido echados a perder por la complacencia, dejan al maestro la desagradable tarea de reparar las consecuencias de su descuido y luego, con su proceder, influyen para que su tarea sea casi desesperada. Su crítica y su censura de la administración de la escuela fomentan la insubordinación en los niños, y los apoyan en sus malos hábitos.

Si llegan a ser necesarias la crítica o algunas sugerencias en cuanto al trabajo del maestro, deberían indicársela en privado. Si esto no da resultado, preséntese el asunto a los responsables de la dirección de la escuela. No se debería decir ni hacer nada que debilite el respeto de los niños hacia aquel de quien depende en tan extenso grado su bienestar.

Será de gran ayuda para el maestro que se le comunique el conocimiento íntimo que los padres tienen del carácter de los niños y de sus peculiaridades o debilidades físicas. Es de lamentar que sean tantos los que no comprenden esto. La mayoría de los padres se interesan poco en informarse de las cualidades del maestro o en cooperar con él en su trabajo.

Puesto que éstos se familiarizan rara vez con el maestro, es tanto más importante que éste trate de relacionarse con los padres. Debería visitar los hogares de los alumnos y enterarse del ambiente y las influencias en medio de los cuales viven. Al relacionarse personalmente con sus hogares y vidas, puede fortalecer los lazos que lo unen a sus alumnos y aprender la forma de tratar más eficazmente con sus diferentes temperamentos e inclinaciones.

Al interesarse en la educación del hogar, el maestro imparte un doble beneficio. Muchos padres, entregados 285 de lleno al trabajo y las ocupaciones, pierden de vista sus oportunidades para influir benéficamente en la vida de sus hijos. El maestro puede hacer mucho para despertar en los padres el sentimiento de sus posibilidades y privilegios. Hallará otros para quienes, por la ansiedad que tienen de que sus hijos sean hombres y mujeres buenos y útiles, el sentimiento de su responsabilidad ha llegado a ser una carga pesada. Con frecuencia el maestro puede ayudar a estos padres a llevar su carga y, al tratar juntos los asuntos relacionados con sus hijos, tanto el maestro como los padres se sentirán animados y fortalecidos.

En la educación que reciben los jóvenes en el hogar, el principio de la cooperación es valiosísimo. Desde los primeros años debería hacerse sentir a los niños que son una parte de esa empresa que es la casa. Hasta a los pequeñuelos debería enseñárselas a compartir el trabajo diario y hacerles sentir que su ayuda es necesaria y apreciada. Los mayores deberían ser los ayudantes de sus padres, y participar en sus planes, responsabilidades y preocupaciones. Dediquen tiempo los padres a la enseñanza de sus hijos, háganles ver que aprecian su ayuda, desean su confianza y se gozan en su compañía, y los niños no serán tardos en responder. No sólo se aliviará la carga de los padres y recibirán los niños una preparación práctica de inestimable valor, sino que se fortalecerán los lazos del hogar y se harán más profundos los propios cimientos del carácter.

La cooperación debería ser el espíritu del aula, la ley de su vida. El maestro que logra la cooperación de sus alumnos se asegura su valiosa ayuda para mantener el orden. En el servicio prestado en el aula, más de un muchacho cuya inquietud conduce al desorden y la insubordinación, hallará salida para su exceso de energía. Ayuden los mayores a los menores, los fuertes a los débiles y, en cuanto sea 286 posible, llámese a cada uno a hacer algo en lo cual sobresalga. Esto estimulará el respeto propio y el deseo de ser útil.

Sería de beneficio para los jóvenes, lo mismo que para los padres y maestros, estudiar la lección de cooperación que enseñan las Escrituras. Entre sus muchas ilustraciones, nótese la de la edificación del tabernáculo -ilustración de la formación del carácter-, en la cual se unió todo el pueblo, a "quien su corazón estimuló, y todo aquel a quien su espíritu le dio voluntad"(Exodo 35:21).*

Léase cómo fue construido el muro de Jerusalén por los cautivos que volvieron a la ciudad, en medio de la pobreza, las dificultades y el peligro, llevándose a cabo con éxito la gran tarea, porque "él pueblo tuvo ánimo para trabajar"(Nehemias 4: 6).*

Considérese la parte que tuvieron los discípulos en el milagro que hizo el Salvador para alimentar a la multitud. El alimento se multiplicó en las manos de Cristo, pero los discípulos recibieron los panes y los repartieron entre la gente que esperaba.

"Somos miembros los unos de los otros"(Efesios 4: 25).* "Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios"(1Pedro 4: 10).*

Bien podrían adoptar como lema los constructores de carácter de nuestros días, las palabras escritas acerca de los constructores de ídolos de antaño:
"Cada cual ayudó a su vecino, y a su hermano dijo: Esfuérzate"(Isa. 41. 6).* 287

La Disciplina
"Redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina".
UNA de las primeras lecciones que necesita aprender el niño es la obediencia. Se le debe enseñar a obedecer antes que tenga edad suficiente para razonar. El hábito debería establecerse mediante un esfuerzo suave y persistente. De ese modo se pueden evitar, en extenso grado, esos conflictos posteriores entre la voluntad y la autoridad que tanto influyen para crear desapego y amargura hacia los padres y maestros, y con demasiada frecuencia resistencia a toda autoridad, humana y divina.
El objeto de la disciplina es educar al niño para qué se gobierne solo. Se le debería enseñar la confianza en sí mismo y el dominio propio. Por lo tanto, tan pronto como sea capaz de comprender, se debería lograr que su razón esté de parte de la obediencia. Procúrese, al tratarlo, que él vea que la obediencia es justa y razonable. Ayúdesele a ver que todas las cosas están sujetas a leyes y que la desobediencia conduce, al fin, al desastre y el sufrimiento. Cuando Dios prohibe una cosa nos amonesta, en su amor, contra las consecuencias de la desobediencia, a fin de salvarnos de daños y pérdidas.

Ayúdese al niño a comprender que los padres y los maestros son representantes de Dios, y que al actuar en armonía con él las leyes que imponen en el hogar y en la escuela también son divinas. Así como el niño debe obediencia a los padres y maestros, 288 éstos a su vez deben prestar obediencia a Dios.

Tanto los padres como el maestro deberían estudiar la forma de orientar el desarrollo del niño sin estorbarle mediante un control indebido. Tan malo es el exceso de órdenes como la falta de ellas. El esfuerzo por "quebrantar la voluntad" del niño es una equivocación terrible. No hay una mente que sea igual a otra. Aunque la fuerza puede asegurar la sumisión aparente de algunos niños, el resultado, en el caso de muchos, es una rebelión aún más decidida del corazón. El hecho de que el padre o el maestro llegue a ejercer el "control" que pretende, no quiere decir que el resultado sea menos perjudicial para el niño.

La disciplina de un ser humano que ha llegado a la edad del desarrollo de la inteligencia debería ser distinta de la que se aplica para domar a un animal. A éste sólo se le enseña sumisión a su amo. Para él el amo es mente, criterio y voluntad. Este método, empleado a veces en la educación de los niños, hace de ellos sólo autómatas. La mente, la voluntad y la conciencia están bajo el dominio de otro. No es el propósito de Dios que se sojuzgue así ninguna mente. Los que debilitan o destruyen la individualidad de otras personas, emprenden una tarea que sólo puede dar malos resultados.

Mientras están sujetos a la autoridad, los niños pueden parecer soldados bien disciplinados. Pero cuando cesa ese dominio exterior, se descubre que el carácter carece de fuerza y firmeza. No habiendo aprendido jamás a gobernarse, el joven no reconoce otra sujeción fuera de la impuesta por sus padres o su maestro. Desaparecida ésta, no sabe cómo usar su libertad, y a menudo se entrega a excesos que dan como resultado la ruina.

Puesto que la sumisión de la voluntad es mucho más difícil para unos alumnos que para otros, el maestro debería facilitar tanto como sea posible la obediencia a sus órdenes. Debería guiar y amoldar 289 la voluntad, pero no desconocerla ni aplastarla. Ahórrese la fuerza de la voluntad; será necesaria en la batalla de la vida.

LA VERDADERA FUERZA DE VOLUNTAD
Todo niño debería comprender la verdadera fuerza de la voluntad. Se le debería hacer ver cuán grande es la responsabilidad que implica este don. La voluntad es el poder que gobierna en la naturaleza del hombre, el poder de decisión o elección. Todo ser humano que razone tiene la facultad de escoger lo recto. En toda vicisitud de la vida la Palabra de Dios nos dice: "Escogeos hoy a quién sirváis".* Todos pueden poner su voluntad de parte de la de Dios, escoger obedecerle y así, al relacionarse con los instrumentos divinos, mantenerse donde nada pueda forzarlos a hacer mal. En todo joven y todo niño hay poder para formar, con la ayuda de Dios, un carácter íntegro y vivir una vida útil.

El padre o el maestro que, por medio de esta instrucción, enseña al niño a dominarse, será utilísimo y siempre tendrá éxito. Tal vez su obra no parezca muy provechosa al observador superficial; tal vez no sea tan apreciada como la del que tiene la mente y la voluntad del niño bajo el dominio de una autoridad absoluta; pero los años ulteriores mostrarán el resultado del mejor método de educación.

El educador sabio, al tratar con sus alumnos, procurará estimular la confianza y fortalecer el sentido del honor. La confianza que se tiene en los jóvenes y niños los beneficia. Muchos, hasta entre los pequeños, tienen un elevado concepto del honor; todos desean ser tratados con confianza y respeto y tienen derecho a ello. No debería hacérseles sentir que no pueden salir o entrar sin que se los vigile.

 La sospecha desmoraliza y produce los mismos males que 290 trata de impedir. En vez de vigilar continuamente, como si sospecharan el mal, los maestros que están ,en contacto con sus alumnos se darán cuenta de las actividades de una mente inquieta y pondrán en juego influencias que contrarresten el mal. Hágase sentir a los jóvenes que se les tiene confianza y pocos serán los que no traten de mostrarse dignos de ella.

ES MEJOR PEDIR QUE ORDENAR
Según el mismo principio, es mejor pedir que ordenar; así se da oportunidad a la persona a quien uno se dirige de mostrarse fiel a los principios justos. Su obediencia es más bien resultado de su propia decisión que de la obligación.

En todo lo posible, las reglas que rigen en el aula deberían representar la voz de la escuela. Se debería presentar de tal modo al alumno todo principio implícito en ellas, que se convenza de su justicia. De ese modo se sentirá responsable de que se obedezcan las leyes que él mismo ayudó a formular.
Las reglas deberían ser poco numerosas pero bien meditadas; y una vez promulgadas, se deberían aplicar. La mente aprende a reconocer y adaptarse a todo lo que le resulte imposible de cambiar; por el contrario, la posibilidad de que haya lenidad despierta el deseo, la esperanza y la incertidumbre, y los resultados son la inquietud, la irritabilidad y la insubordinación.

Se debería explicar que el gobierno de Dios no reconoce transigencias con el mal. Ni en el hogar ni en la escuela se debería tolerar la desobediencia. Ningún padre ni maestro que desee sinceramente el bienestar de los que están a su cuidado, transigirá con la voluntad terca que desafíe a la autoridad o recurra al subterfugio o la evasiva con el fin de no obedecer. No es el amor, sino el sentimentalismo el que se complace con el mal, trata de obtener obediencia por medio de ruegos o sobornos, y finalmente acepta algún sustituto en vez de lo que exigía. 291

"Los necios se mofan del pecado"(Prov.14:9).* Deberíamos cuidar de no tratar al pecado como algo sin importancia. Es terrible su poder sobre el transgresor. "Prenderán al impío sus propias iniquidades, y retenido será con las cuerdas de su pecado"(Prov. 5: 22).*

El mayor mal que se le puede hacer a un joven o a un niño es el de permitirle que se someta a la esclavitud de un hábito malo.

Los jóvenes poseen un amor innato a la libertad: La desean. Y necesitan comprender que la única manera de gozar esa bendición inestimable consiste en obedecer la ley de Dios. Esa ley preserva la verdadera libertad. Señala y prohíbe lo que degrada y esclaviza, y de ese modo proporciona al obediente protección contra el poder del mal.

El salmista dice: "Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos". "Pues tus testimonios son mis delicias, y mis consejeros"(Salmos 119: 45, 24).*

LA CENSURA NO REFORMA
En los esfuerzos que hacemos por corregir el mal, deberíamos guardarnos contra la tendencia a la crítica o la censura. Esta, si se repite incesantemente, aturde, pero no reforma. Para muchas mentes, y con frecuencia para las dotadas de una sensibilidad mas delicada, una atmósfera de crítica hostil es fatal para el esfuerzo. Las flores no se abren bajo el soplo del ventarrón.

El niño a quien se censura frecuentemente por alguna falta especial, la llega a considerar como peculiaridad suya, algo contra lo cual es en vano luchar. Así se da origen al desaliento y la desesperación que a menudo están ocultos bajo una aparente indiferencia o fanfarronería.
Sólo se logra el verdadero objeto de la reprensión cuando se induce al transgresor a ver su falta y se prepara su voluntad para su corrección. Obtenido esto, indíquesela la fuente del perdón y el poder. 292

Trátese de que conserve el respeto propio e inténtese inspirarle valor y esperanza.
Esta obra es la más hermosa y difícil que haya sido confiada a los seres humanos. Requiere tacto y sensibilidad delicadísimos, conocimiento de la naturaleza humana, fe y paciencia divinas, dispuestas a obrar, velar y esperar. Nada puede ser más importante que esta obra.

LOS FRUTOS DEL DOMINIO PROPIO
Los que desean dominar a otros deben primero dominarse a sí mismos. Si se trata airadamente a un niño o joven, sólo se provocará su resentimiento. Cuando un padre o un maestro se impacienta, y corre peligro de hablar imprudentemente, es mejor que guarde silencio. En éste hay un poder maravilloso.
El maestro debe tener en cuenta que va a encontrar naturalezas perversas y corazones endurecidos.

  Pero al tratar con ellos, nunca debería olvidar que él también fue niño y necesitó disciplina. Aún siendo adulto, y poseyendo las ventajas de la edad, la educación y la experiencia, yerra a menudo y necesita misericordia y tolerancia. Al educar a los jóvenes debería considerar que trata con personas que tienen inclinaciones al mal semejantes a las suyas. Tienen que aprender casi todas las cosas y para algunos es mucho más difícil aprender que para otros. Debería tratar pacientemente al alumno torpe, no censurar su ignorancia, sino aprovechar toda oportunidad para animarlo. Con los alumnos muy sensibles y nerviosos debería proceder con mucha ternura. La sensación de sus propias imperfecciones debería inducirlo constantemente a manifestar simpatía y tolerancia hacia los que también tienen que luchar con dificultades.

La regla del Salvador: "Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced 293 vosotros con ellos" *, debería ser adoptada por todos los que emprenden la educación de los niños y jóvenes. Son ellos los miembros más jóvenes de la familia del Señor, herederos, como nosotros, de la gracia de la vida. Se debería observar sagradamente la regla del Señor en el trato con los más torpes, los más jóvenes, los más desatinados, y hasta para con los extraviados y rebeldes.

Esta regla inducirá al maestro a evitar, en todo lo posible, el hacer públicas las faltas o los errores de un alumno. Tratará de evitar reprender o castigar en presencia de otros. No expulsará a un alumno antes de haber hecho todo esfuerzo posible para reformarlo. Pero cuando resulta evidente que el alumno no recibe beneficio, y que en cambio su desafío o indiferencia por la autoridad tiende a derribar el gobierno de la escuela, y su influencia contamina a otros, es necesario expulsarlo.

Sin embargo, en muchos casos la vergüenza de la expulsión pública puede conducir a la apatía absoluta y a la ruina. En la mayoría de los casos en que la expulsión es inevitable, no hay por qué dar publicidad al asunto. Con la cooperación y el consejo de los padres, arregle privadamente el maestro el retiro del alumno.

TODA ESCUELA UNA CIUDAD DE REFUGIO
En esta época de peligro especial para los jóvenes, la tentación los rodea por todas partes, y así como es fácil dejarse llevar por la corriente, se requiere un gran esfuerzo para ir contra ella. Toda escuela debería ser una "ciudad de refugio" para el joven tentado, un lugar donde se traten paciente y prudentemente sus debilidades. Los maestros que comprenden sus responsabilidades quitarán de su propio corazón y su vida todo lo que les impida tener éxito en el trato con los tercos y desobedientes. En todo momento, el amor y la ternura, la paciencia y el dominio propio deben constituir la ley de su lenguaje. 294

La justicia debe ir mezclada con la misericordia y la compasión. Cuando sea necesario reprender, su lenguaje no debe ser exagerado sino humilde. Con suavidad han de mostrar al transgresor sus errores y ayudarlo a corregirse. Todo verdadero maestro debería creer que, si ha de errar, es mejor errar del lado de la misericordia que del de la severidad.

Muchos jóvenes a quienes se cree incorregibles no son de corazón tan duro como parecen. Mediante una sabia disciplina, se puede ganar a muchos que se considera casos desesperados. Estos son con frecuencia los que más prestamente ceden a la influencia de la bondad. Conquiste el maestro la confianza del tentado, y al reconocer y desarrollar lo bueno que hay en su carácter, podrá, en muchos casos, corregir el mal sin llamar la atención.

SU AMOR NO SE ENFRÍA
El Maestro divino soporta a los que yerran, a pesar de toda su perversidad. Su amor no se enfría; sus esfuerzos para conquistarlos no cesan. Espera con los brazos abiertos para dar repetidas veces la bienvenida al extraviado, al rebelde y hasta al apóstata. Su corazón se conmueve con la impotencia del niñito sujeto a un trato rudo. Jamás llega en vano a su oído el clamor del sufrimiento humano. Aunque todos son preciosos a su vista, los caracteres, toscos, sombríos, testarudos, atraen más fuertemente su amor y simpatía, porque va de la causa, al efecto. Aquel que es más fácilmente tentado y más inclinado a errar es objeto especial de su solicitud.

Todo padre y maestro debería atesorar los atributos de Aquel que hace suya la causa de los afligidos, dolientes y tentados. Debería poder ser "paciente con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de debilidad".* Jesús nos 295 trata mucho mejor de lo que merecemos, y así como nos ha tratado, debemos nosotros tratar a los demás. No se justifica el proceder de ningún padre o maestro, a menos que sea semejante al que seguiría el Salvador en circunstancias semejantes.

ANTE LA DISCIPLINA DE LA VIDA
Después de la disciplina del hogar y la escuela, todos tienen que hacer frente a la severa disciplina de la vida. La forma de hacerlo sabiamente constituye una lección que debería explicarse a todo niño y joven. Es cierto que Dios nos ama, que obra para nuestra felicidad y que si siempre se hubiese obedecido su ley nunca habríamos conocido el sufrimiento; y no menos cierto es que, en este mundo, toda vida tiene que sobrellevar sufrimientos, penas y preocupaciones como resultado del pecado. Podemos hacer a los niños y jóvenes un bien duradero si les enseñamos a afrontar valerosamente esas penas y preocupaciones. Aunque les debemos manifestar simpatía, jamás debería ser de tal suerte que los induzca a compadecerse de sí mismos. Por el contrario, necesitan algo que estimule y fortalezca, y no que debilite.

Se les debería enseñar que este mundo no es un desfile, sino un campo de batalla. Se invita a todos a soportar las dificultades como buenos soldados. Deben ser fuertes y conducirse como hombres. Enséñeseles que la verdadera prueba del carácter se encuentra en la disposición a llevar responsabilidades, ocupar el puesto difícil, hacer lo que hay que hacer, aunque no produzca reconocimiento ni recompensa terrenal.

El verdadero modo de enfrentar las pruebas no consiste en evitarlas sino en transformarlas. Esto se aplica a todo tipo de disciplina, tanto a la de los primeros años como a la de los últimos. El descuido de la educación en los primeros años de la vida del 296 niño y el consecuente fortalecimiento de las malas tendencias dificulta su educación ulterior y es causa de que la disciplina sea, con demasiada frecuencia, un proceso difícil. Tiene que ser penosa para la naturaleza baja, pues se opone a los deseos y las inclinaciones naturales, pero se puede olvidar el dolor si se tiene en vista un gozo superior.
Enséñese al niño y al joven que todo error, toda falta, toda dificultad vencida, llega a ser un peldaño que conduce hacia las cosas mejores y más elevadas. Por medio de tales vicisitudes han logrado éxito todo los que han hecho de la vida algo digno de ser vivido.

"Las alturas logradas y conservadas por los grandes hombres.
 No fueron conseguidas repentinamente;
Sino que, mientras sus compañeros dormían,
Ellos aprovechaban la noche para seguir cuesta arriba.
"Nos elevamos mediante las cosas que están de bajo de nuestros pies;
Mediante lo que hemos logrado dominar para el bien y el provecho.
Mediante el orgullo destronado y la pasión destruida,
Y la derrota de los males que encontramos a cada momento.
"Las casas comunes, los sucesos cotidianos, Que comienzan y terminan cada hora,
Nuestros placeres y nuestros disgustos,
Son peldaños por medio de los cuáles podemos ascender".

No debemos mirar "las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas"
(2 Cor. 4:18).*

Al sacrificar los deseos e inclinaciones egoístas cambiamos cosas sin valor y transitorias por cosas preciosas y duraderas. Esto no es sacrificio, sino ganancia infinita.

"Algo mejor" es el santo y seña de la educación, la ley de toda vida verdadera. Al pedirnos Cristo que abandonemos alguna cosa, nos ofrece en su lugar otra mejor. A menudo los jóvenes albergan propósitos y anhelan ocupaciones y placeres que no parecen 297 malos, pero que distan mucho de ser buenos. Desvían la vida de su más noble propósito. Las medidas arbitrarias o la acusación directa pueden no servir para inducir a esos jóvenes a renunciar a lo que desean. Diríjaseles a algo mejor que la ostentación, la ambición o la complacencia. Póngaselos en contacto con una belleza más verdadera, con principios más elevaos y con vidas más nobles. Permítaseles ver a Aquel que es "del todo amable". Una vez que la mirada se fija en él, la vida halla su centro. El entusiasmo, la devoción generosa, el ardor apasionado de la juventud hallan en esto su verdadero objeto. El deber llega a ser un deleite y el sacrificio un placer. Honrar a Cristo, asemejarse a él, es la ambición superior de la vida, y su mayor gozo.   "El amor de Cristo nos constriñe"(2Cor. 5:14).* 299


(La Educación de E.G de White)

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