martes, julio 27, 2021

LA IGLESIA CRISTIANA PRIMITIVA (19-73)

I. JESUCRISTO, EL FUNDADOR DE LA IGLESIA    

La Iglesia Universal.- Jesucristo es el fundador de la Iglesia universal. En primer lugar, lo es en el sentido de que ella abarca toda la congregación o familia de Dios que se extiende desde Adán hasta la segunda venida del Señor, y en segundo lugar, en el sentido particular de que es el fundador de la iglesia a partir de su encarnación. Consideraremos aquí a la iglesia universal en este segundo sentido.

Jesucristo no vino con la indescriptible gloria de la Deidad para fundar la iglesia cristiana, sino que apareció con la semejanza de carne de pecado (Rom. 8:3), y por eso fue muy mal comprendido. Tampoco vino con la pompa de la realeza humana, sino como un hombre sencillo y común, lo cual decepcionó a los judíos, quienes esperaban que la venida del Mesías sería el acontecimiento más esplendoroso de cuantos se hubieran visto alguna vez.

El Mesías.- Sin embargo, Jesucristo era el Mesías. Los judíos no entendieron dos verdades gemelas: (1) que el Mesías sería Dios mismo, y (2) que según el discurrir de los acontecimientos habría dos venidas del Mesías. El primer advenimiento daría al Mesías la oportunidad de condenar "al pecado en la carne" (Rom. 8:3) y de gustar "la muerte por todos" (Heb. 2:9); y el segundo advenimiento debería estar acompañado con el triunfo de la gloria del cielo, para cosechar el fruto de las labores que la iglesia debería llevar a cabo bajo el poder del Espíritu Santo, durante el lapso de siglos que separaría las dos grandes apariciones del Señor. En su primera venida Cristo cumplió perfectamente las profecías mesiánicas. El destacó este cumplimiento basándose en Isaías (cap. 61:1-2ª), cuando lo afirmó en la sinagoga de Nazaret en un sábado inolvidable (Luc. 4:16-22). Al concluir la lectura en el lugar en que lo hizo, separó la obra salvífica de su primera venida del "día de venganza del Dios nuestro" (Isa. 61:2b), obra que sólo se consumará con su segundo advenimiento (DTG 206-208).

El Maestro.- Jesús vino para enseñar. En primer lugar, enseñaba con el ejemplo de una vida inmaculada. Mientras vivía impecablemente, se desprendían de sus labios palabras de verdad pronunciadas con sencillez, que penetraban en la mente de los más desvalidos y de los pecadores más entenebrecidos. Hasta los poseídos del demonio escuchaban sus palabras. También enseñaba por medio de parábolas para los que quisieran ahondar y analizar, pero los dejaba expuestos a la frustración si permitían que su pensamiento no fuera claro y receptivo. "Te alabo, Padre, . . . por 20 que escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños" (Mat. 11:25).

La Revelación De Dios.- Los paganos temían a sus dioses -aquellos en los cuales aún creían- y los aplacaban con sacrificios y holocaustos sangrientos. Los judíos, conscientes de sus faltas, habían llegado al punto de ver a Dios, no como el Padre Creador que es, sino como una Deidad ofendida que buscaba la oportunidad de castigar a los desobedientes. Pensaban que podían aplacarlo con fin estricto régimen de vida, con un legalismo obligatorio y restrictivo, con una demostración pública de religiosidad. Su conciencia los impulsaba a procurar congraciarse con Dios mediante una rutina interminable de sacrificios requeridos por la ley; pero ese intento se frustraba por la falta de espiritualidad en sus corazones. Se esforzaban por ofrecer a Dios una justicia de hechura humana.

Jesús no vino a manifestar a Dios en lo que se refiere a su poder y su gloria visible, sino a mostrar ante la gente aquellos atributos proclamados a Moisés en el monte (Exo. 33:18 a 34:9): sabiduría, misericordia y rectitud, y el atributo supremo del amor.  Sólo Dios, y nadie más, podía dar esa revelación a los hombres que tanto se habían apartado de él, hasta el punto de que no pudieran resistir el esplendoroso fulgor de su gloria. La justicia debe venir de Dios.

De esa manera Jesús manifestó el amor bondadoso y las otras virtudes apacibles del benigno carácter de un Padre tierno y misericordioso.  Predicaba de gloria y de condenación, pero destacaba el gozo en el Señor y la belleza de la santidad. Afirmó: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida... El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Juan 14:6,9). No la gloria visible -todavía no-, sino todo aquello con lo que él pudiera manifestar a Dios mientras estuviera en carne humana, fue vivido y enseñado por Jesús.

La Obra.- Jesús hacía grandes milagros bajo el poder del Espíritu Santo mientras vivía con su divinidad velada por la humanidad. Resucitaba a los muertos, sanaba a los enfermos, aquietaba las agitaciones de la naturaleza, reprendía y expulsaba a los demonios, los hacía salir de las vidas de las personas como una vez antes los había expulsado del cielo. Alimentó los cuerpos hambrientos de la gente mediante la multiplicación milagrosa de los panes y los peces, y también alimentaba sus almas por medio de la multiplicación de las verdades espirituales.

Cumplía su misión sin alardes, sin un exhibicionismo indebido. Constantemente era mal comprendido, con frecuencia calumniado; demostraba prudencia; muchas veces ordenaba a los sanados por sus curaciones que no revelaran quién los había socorrido.  Pero a pesar de todo esto, sus obras eran hechas públicamente, y no podían menos que llamar la atención.

El Evangelio Público.- Tenía que ser así. La gente debía conocer la misión de Jesús y su mensaje. Debía ser atraída hacia él. Y lo fue. No sólo doce sino setenta se pusieron directamente bajo su liderazgo, y hubo veces cuando millares lo siguieron.

El testimonio terminó en Judea. Los samaritanos no quisieron oírlo porque "su aspecto era como de ir a Jerusalén" (Luc. 9:53). Predicó en Galilea y trabajó allí vez tras vez; pero en Nazaret misma y en otros lugares la gente rechazó su ministerio.

Cuando se acercaba el fin de su obra en la tierra, permitió que la atención pública se concentrara más y más en él. La colina del Calvario se vislumbraba en el horizonte del tiempo, y la gente debía estar atenta cuando él subiera esa colina para morir en la cruz. Alimentó a cinco mil -sin contar las mujeres ni los niños- y después a cuatro mil; entre tanto sus discípulos esperaban que pudiera ser hecho rey.  Cuando resucitó a Lázaro, toda la gente lo supo. Entró triunfalmente en Jerusalén mientras lo aclamaba el pueblo, y una corona real de nuevo apareció en la 21 imaginación de sus discípulos. Y cuando llegó el fin, también lo supieron todos los judíos.

La Iglesia.- Jesús, como fundador de un movimiento, dijo sólo lo indispensable para que la posteridad leyera en cuanto a su iglesia que él mismo fundó. El escritor evangélico hace equivaler la palabra probablemente aramea que Jesús usó con la palabra griega ekkl'sía, "iglesia", que viene de una raíz que significa "llamar fuera".

"Ekkl'sía" se usaba para referirse a las asambleas de ciudadanos en los gobiernos de las ciudades-estados de Grecia. En la LXX adquiere un significado religioso como la "congregación" de Israel, y en el Nuevo Testamento se aplica a la asamblea espiritual de los santos de Cristo. La sólida e íntima comunión entre sus miembros que hizo de la iglesia una organización, se puede ver cuando Cristo le encomendó un programa de servicio.

Cristo dijo que él edificaría su iglesia, y que su construcción sería levantada por medio de hombres de fe sincera en él como el Hijo de Dios, hombres que confesarían su nombre (Mat. 16:15-19). Esto implicaría necesariamente la misión de enseñar y la consiguiente recepción en la comunión de la iglesia de los que aceptaran la predicación de la Palabra. Cristo entretejió en sus enseñanzas generales los detalles del proceso de la formación de su iglesia. La iglesia debía poseer autoridad. El miembro de la asamblea de los santos que rechazara la oportunidad de ser reconciliado con sus hermanos, debía ser expulsado, y la excomunión contaría con la aprobación del cielo y concordaría con las decisiones del cielo (Mat. 18:15-18).

La Comisión Evangélica.- Antes de que terminara su vida terrenal, Jesús confió a sus discípulos la tarea de una gran comisión, cuyo cumplimiento los llevaría por todo el mundo. Los discípulos debían enseñar el mensaje evangélico y bautizar a cada uno que entrara en la iglesia.  Por supuesto, el conocimiento de la voluntad y de las palabras de Cristo debía acompañar al bautismo mediante el cual la iglesia reconocía a sus nuevos miembros. Y para que los discípulos tuvieran experiencia en esa obra y se familiarizaran con ella, Cristo envió primero a doce, después a setenta, de dos en dos. Debían llevar un mínimo de posesiones terrenales, pero muchísimo Poder espiritual.

El envío de esos hombres no podía hacerse al azar, pues Jesús respetaba el orden. La mañana de la resurrección, antes de que Jesús se presentara ante su Padre, se detuvo para poner en orden los lienzos y el sudario (Juan 20:5-7). Él envió de los doce y de los setenta, y el mismo plan de la comisión evangélica, sólo podrían haber proseguido con buen orden y con método. La iglesia estaba fundada sobre una base de sistema y organización.

La Terminación Del Ministerio De Jesús.- Finalmente los recelos que los dirigentes tenían de Cristo y la incomprensión de la gente en cuanto a la condición y la obra del Mesías, llegaron a su clímax.

Los judíos insistieron en que los romanos lo crucificaran, a lo cual accedió un servil y oportunista procurador romano: Poncio Pilato. Este procuró librarse de su responsabilidad en esta condena lavándose las manos; pero no hubo agua que pudiera quitarle su culpa. Y los judíos tomaron sobre ellos la responsabilidad con su horrible declaración: "Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos" (Mat. 27:25).

La Expiación Vicaria.- Es innecesaria la especulación en cuanto a quiénes, si los judíos o los romanos, causaron la muerte de Cristo, puesto que "él herido [o 'atormentado'] fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados" (Isa. 53:5); "llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero" (1 Ped. 2:24).

En la mente de Dios siempre estuvo presente el plan que había dispuesto para hacer frente 22 al pecado: que su Hijo viviera sin pecado en la tierra para demostrar así que su ley puede ser guardada; y que, aunque inocente, muriera y condenara al "pecado en la carne" (Rom. 8: 3), cumpliendo así el significado de los sacrificios del Antiguo Testamento y demostrando que la muerte es el resultado de violar la ley de Dios. Cristo siempre pensó en cumplir con esa determinación y, por lo tanto, se encarnó, vivió intachablemente y dejó un ejemplo que todos podrían seguir con el poder divino (1 Ped. 2:21-23). Gustó "la muerte por todos" (Heb. 2:9) tomando sobre sí, en expiación vicaria, los pecados de todos los que aceptaran "una salvación tan grande" (Heb. 2:3). Murió, como si él hubiera sido pecador, para impartir su justicia gratuitamente por los pecados de los hombres -aceptados en forma voluntaria-, e intercambió su vida por la muerte del pecador, sin pronunciar queja alguna (2 Cor. 5:21).  "Pasa de mí esta copa -oró-; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Luc. 22:42).

No es necesario distribuir la culpa entre Caifás, Herodes y Pilato. El pecado, que dominaba a todos éstos, fue el que mató a Cristo, pues en las densas tinieblas de la cruz experimentó la separación de su Padre (Mat. 27:46) y murió con el corazón quebrantado (Juan 19:34-35). Murió por nosotros.

La Resurrección.- "La paga del pecado es muerte" (Rom. 6:23). Pero la muerte no podía retener al Señor en el sepulcro (Hech. 2: 24) porque él tenía vida divina en sí mismo (Juan 5:26; 10:17-18; DTG 489), porque el Padre lo llamó (Mat. 28:2-4; DTG 726, 729) y porque como no había pecado (1 Ped. 2:22) la muerte no tenía ningún derecho sobre él.

Cuando resucitó, después de haber gustado la muerte por todos los hombres y de vencer la tumba, dio vida a todo ser humano: "Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados" (1 Cor. 15:22). Tan completa y eficiente fue la victoria de Cristo -Ser inmaculado- sobre la muerte, que su resurrección se convirtió en el tema de la iglesia apostólica; y Pablo, contemplando por anticipado el segundo advenimiento, exclamó: "¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?" (1 Cor. 15:55). 

La vida, la dádiva que Cristo dio a Adán en la creación, se convirtió otra vez en su dádiva particular, ofrecida gratuitamente a cada hijo de Adán que, de otro modo condenado a muerte, podía ahora aceptar la vida del Salvador resucitado (Rom. 5:10; 8:11).

Los Cuarenta Días.- Durante los cuarenta días que transcurrieron inmediatamente después de la resurrección, Cristo estuvo a disposición de los discípulos y se encontró con ellos varias veces. María, que lo saludó temprano en el jardín en la mañana de la resurrección, no recibió permiso para tocarlo sino hasta después de que hubiera ascendido al Padre.  Poco después Cristo, habiendo ya ido al cielo y regresado, aceptó bondadosamente el reverente homenaje de las mujeres (Juan 20:16-17; Mat. 28:9; DTG 732-735). También se encontró con Pedro (1 Cor. 15:5).

Al atardecer de ese día caminó con dos discípulos, que no eran de los doce, mientras regresaban a Emaús procedentes de Jerusalén. Escucharon profundamente turbados mientras Jesús, cuya identidad mantenía encubierta, les mostraba por las Escrituras que "era necesario que el Cristo padeciera estas cosas" (Luc. 24:26). Consolados, y curiosos por saber la identidad de ese aparente Extraño, lo invitaron a cenar con ellos. Mientras bendecía el pan, permitió que se dieran cuenta, por las huellas de los clavos en sus manos, quién era él (Luc. 24:31; DTG 74 l). En ese momento, por razones que Cristo sabía, desapareció de su vista; pero no se ausentó. Los dos discípulos volvieron inmediatamente a Jerusalén para contar a sus hermanos que habían visto al Señor. Cristo los acompañó de modo invisible en su regreso a Jerusalén (DTG 742). 23

El sol ya se había puesto y la luna aparecía. Los dos discípulos de Emaús llegaron al aposento alto donde estaban reunidos los discípulos "por miedo de los judíos" (Juan 20:19). Llamaron a la puerta, la cual les fue abierta con precaución.  Entraron y Jesús también entró en forma invisible (DTG 743). Entonces se hizo visible y tranquilizó a sus seguidores.

Cristo apareció otras veces. Una semana más tarde se mostró de nuevo, y Tomás, que no había estado presente en las apariciones previas, se convenció de que su Señor había resucitado (Juan 20:24-29).

Luego transcurrió el tiempo de espera de los discípulos. Regresaron a Galilea, y Pedro, impulsado por un sentido práctico de la vida, dijo: "Voy a pescar" (Juan 21:3). Seis de los discípulos se unieron a Pedro; pero trabajaron toda la noche sin ningún resultado. Por la mañana, un Extraño que estaba en la playa les ordenó que lanzaran la red al lado derecho de sus barcas, y la pesca fue tan abundante que no podían sacar las redes. Juan reconoció al Señor, y Pedro inmediatamente se metió en el agua hasta llegar a la orilla para adorar a Jesús. Estos hombres pescarían más tarde inmensas cantidades de personas con la red del Evangelio mediante el mismo poder divino que les había proporcionado la gran pesca de peces.

Jesús se apareció de nuevo a los once en Galilea (Mat. 28:16-17). Estuvo con un grupo de quinientos creyentes (1 Cor. 15:6); se presentó ante Jacobo (vers. 7), y después volvió a Jerusalén y se encontró allí con los discípulos (vers. 7).

Cristo Dio A Los Once, En Jerusalén, La Comisión Evangélica:

1. Ir a todo el mundo. El fracaso del pueblo hebreo, como pueblo escogido para ser una nación de sacerdotes que llevara la verdad de Dios al mundo (Exo. 19:6; PP 385-390), sería reparado por la iglesia (1 Ped. 2:9).

2. Enseñar. La obra de la iglesia habría de ser, básicamente, una misión de enseñanza.  Debían enseñar lo que enseñó Jesús (Mat. 28:20), basándose -como se habían basado las enseñanzas de Jesús- en la revelación de Dios en el Antiguo Testamento (Luc. 24:27,44). Suponer, como algunos lo hacen, que Jesús durante esos cuarenta días dio a la iglesia un conjunto de instrucciones que no están registradas en las Escrituras, que autorizan cualquier práctica que pudiera aparecer en determinado sector de la iglesia en años posteriores, es adoptar en su totalidad la teoría de la iglesia "tradicional". Hacerlo significa remover los límites definidos que deslindan el conjunto de las enseñanzas reveladas de Cristo, lo que daría origen a una amplia zona abierta para colocar -bajo la supuesta protección de las enseñanzas de Cristo- doctrinas y prácticas que sólo tienen autoridad humana.

3. Bautizar a los conversos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Aquí surge de nuevo la iglesia tal como estaba en el pensamiento de Jesús. Debe haber una iglesia que cumpla la comisión; una iglesia que reúna los resultados del cumplimiento de esa comisión. El bautismo, rito inicial para los conversos, debía ilustrar y llevar a la práctica los motivos que Jesús tuvo cuando él fue bautizado, y debía ser por inmersión para expresar el significado de la muerte a la vida antigua y la resurrección a la vida nueva.

Después, cuando Cristo estaba por dejar a los discípulos, les prometió su compañerismo continuo. Siempre estaría con ellos desde ese momento y hasta el fin de los siglos; este "fin" pronto lo definirían los ángeles que aparecieron durante la ascensión como el momento del regreso de Cristo.

La Promesa Del Espíritu Santo.- El Señor les dijo: "He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto" (Luc. 24:49). Tenían que esperar el don del poder divino. No debían iniciar una tarea tan formidable como la evangelización 24 del mundo confiando en su deplorable insuficiencia y debilidad. Cuando descendiera el poder debían ponerse en marcha, pero no antes.

Los discípulos ya habían experimentado la presencia del Espíritu Santo y algo de su poder. Así deben haber entendido algo del significado de la instrucción de Cristo de que permanecieran en Jerusalén hasta que descendiera abundantemente sobre ellos el poder del Espíritu.

Con la recepción del Espíritu vino una promesa de autoridad espiritual. A media que la iglesia cumpliera en la tierra la obra de preparar a los hombres para el cielo, el Espíritu de Dios cooperaría en la tierra con el cielo. La aceptación o el rechazo de los candidatos para el cielo afectaría, cuando fuera dirigida por el Espíritu omnipresente, tanto el registro terrenal como el celestial (Juan 20:23). Reclamar el poder prometido del Espíritu sin una evidencia de la presencia y del dominio del Espíritu, es presunción.

La Ascensión.- Cuando los discípulos contemplaban su ascensión, su sentimiento de pesar por la separación debe haber sido muy diferente del dolor y de la frustración que experimentaron frente a la cruz. Ahora sabían, debido a la resurrección, que Jesús tenía el poder de la vida. Ahora entendían por las instrucciones de Jesús, lo que había significado su muerte (Luc. 24:25-27). Se les había prometido un poder que se manifestaría mediante el Espíritu por el mismo Padre celestial.

La Promesa Del Segundo Advenimiento.- Otra seguridad más les fue dada cuando Jesús desapareció de su vista. "Este mismo Jesús -dijeron los ángeles que estaban en el sitio desde donde Jesús había ascendido-, vendrá como le habéis visto ir al cielo" (Hech. 1:11). Con esta triple promesa bien definida, los discípulos podían abrigar una firme esperanza para el futuro: (1) Jesús vendría otra vez; (2) el que vendría otra vez sería el mismísimo Jesús, Aquel a quien habían conocido y amado en la tierra; (3) vendría como le habían visto irse al cielo: en forma visible para todos, no en secreto o de tal forma que diera lugar a la incertidumbre. Todo esto fue una renovación categórica y tranquilizadora de lo que el mismo Jesús les había dicho pocos días antes de la crucifixión (Mat. 24:27).

II. EL SURGIMIENTO DE LA IGLESIA 

El Día De Pentecostés.- Todos los acontecimientos que habían ocurrido hasta aquí se necesitaban para establecer la iglesia en la tierra como un instrumento en manos de Dios. Lo único indispensable -el poder- vino cuando terminó el período de espera de diez días que Cristo había establecido, en el cual los discípulos tuvieron una íntima comunión mutua y con su Señor por medio de la oración. En el día de Pentecostés, cincuenta días después del día de la resurrección, cuando Cristo -los primeros frutos- había sido ofrecido (Lev. 23:15-16), fue derramado el Espíritu de Dios y la iglesia quedó inaugurada.

La venida del Espíritu produjo un fenómeno perceptible a los sentidos. Su venida se sintió como el sonido de un fuerte viento.  Los 120 discípulos, que estaban 25 reunidos en el lugar, vieron descender sobre cada uno de ellos algo parecido al fuego. El Espíritu llenó el edificio y a cada uno de los discípulos (Hech. 2:2-4).

La plenitud que produjo el Espíritu fue permanente e inmediatos los efectos. Los discípulos se sintieron vinculados por un sentimiento de unidad que no habían experimentado antes. Habían recibido como don, un valor diametralmente opuesto al "miedo de los judíos" que los había mantenido acobardados en el día de la resurrección (Juan 20:19), valor que los capacitó para avanzar y enfrentar a los mismos judíos que habían crucificado a su Señor y los habían impulsado a ocultarse. Era un poder que producía resultados totalmente diferentes de los que hubieran sido posibles mediante fuerzas inherentes en ellos.

El Don De Lenguas.- Los apóstoles predicaban ayudados en forma sobrenatural por el don de lenguas. Más tarde habrían de aprender más acerca de los dones del Espíritu (1Cor. 12:1-11; Rom. 12:6-8; Efe. 4:11-12). En el día de Pentecostés recibieron un don que necesitaban muchísimo en ese día de fiesta y de testificación, pues en ese momento se hablaban muchos dialectos en Jerusalén. Recibieron el don de lenguas. El discurso de Pedro fue el más notable. Al terminar ese día se habían bautizado tres mil fervientes buscadores de la salvación. Ver mapa p. 140.

La Iglesia Emergente.- Los acontecimientos de ese día constituyeron una parte vital de la historia de la iglesia. Se habían puesto los fundamentos. La iglesia que acababa de nacer, estaba preparada espiritual y psicológicamente para su tarea. Lo que siguió de inmediato fue la etapa de organización y la difusión de la obra a partir de un noble y eficiente comienzo.

Cristo El Sumo Sacerdote.- Cristo, el Autor de la salvación, había consumado su sacrificio y había conquistado una victoria completa. Con su triunfo sobre el pecado y su victoria sobre la muerte, había demostrado su aptitud para ser Sumo Sacerdote en el santuario celestial. El Autor de nuestra salvación había sido perfeccionado "por aflicciones" (Heb. 2:10). El que había sido la ofrenda por el pecado (Heb. 9:11-14) se ha convertido ahora en el ofrendante sacerdotal de su propia sangre en favor del pecador (8:1-2; 9:23-28) a la diestra del Padre (Hech. 7:56; Heb. 10:11-12). Ministra la gracia expiatoria a favor de los pecadores (Heb. 10:19-22). Ver Heb. 12:1-2; DTG 758.

Los sacerdotes de las religiones paganas nunca fueron intercesores válidos. La suya era no sólo una usurpación sino también una falsificación de la gran verdad de la intercesión entre Dios y el pecador. Cuando Cristo asumió el sumo sacerdocio, de lo cual su iglesia fue testigo, se revelaron en toda su plenitud la vanidad y la falsedad del antiguo sistema del sacerdocio pagano y sus sacrificios.

Pero el sacerdocio del sistema hebreo también tenía que llegar a su fin. Había servido para un propósito magnífico hasta que Cristo, el Sumo Sacerdote, después de hacer su preparación en la tierra comenzó su obra sagrada en el cielo. El sacerdocio típico de los hebreos y los sacrificios simbólicos que ofrecía, ya no tenían razón de existir. La sombra tenía que ceder el paso a la realidad.

Y más aún: ya no habría lugar para un sacerdocio terrenal entre los seres humanos. Antes de la cruz, hombres dedicados y bien instruidos no habían representado adecuadamente el sacerdocio de Cristo. Sería, pues, imposible e innecesario que después de la cruz algún hombre ofreciera la intercesión que es necesaria entre Dios y los hombres. Estando Cristo como sacerdote en el santuario celestial, sería imposible que algún hombre fuera sacerdote en la tierra, no importa cuán sincero fuera su propósito o cuán elevadas sus pretensiones.

La Relación Con La Iglesia Judía.- Los discípulos no se separaron de la comunidad judía, pues se consideraban como un elemento reformador que daría nueva 26 forma y nueva vida a ese antiguo cuerpo que estaba en decadencia. Los apóstoles pensaban que los conversos concentrarían de un modo especial su lealtad en Jesús como Mesías y Salvador, pero que se empeñarían con celo creciente en que el judaísmo se superara.

Por esto, era normal que Pedro y Juan fueran al templo a la hora del sacrificio y de la oración de la tarde, como siempre lo habían hecho cada vez que habían estado en Jerusalén. Una de estas visitas, poco después de Pentecostés, estuvo acompañada de una circunstancia muy peculiar. En la puerta del templo que se llamaba "la Hermosa", Pedro y Juan sanaron a un cojo en el nombre del Salvador crucificado y resucitado y por medio del poder del Espíritu (Hech. 3:1-10). Pero este resultado adicional y maravilloso de Pentecostés fue rechazado por los dirigentes de los judíos. La investigación hecha dio como resultado que dichos dirigentes prohibieran terminantemente que desde ese momento se hiciera cualquier obra en el nombre de Jesús; prohibición que, por supuesto, los discípulos no obedecieron. Entonces comenzó la persecución. Este nuevo rechazo del cristianismo de parte de los judíos produciría una separación entre el judaísmo conservador y el cristianismo reformador.

La Bolsa Común.- Mientras estuvieron en compañía de su Señor antes de la ascensión, los discípulos se habían auxiliado de una bolsa común que dependía de las contribuciones (Luc. 8:2-3), y a ésta se recurría para alimento y limosnas (Juan 4:8; 6:5-7). Judas era el tesorero (cap. 13:29).

El mismo sistema económico se practicó en la naciente iglesia. Había una tesorería común, a la que contribuían todos los que deseaban hacerlo y con la cantidad que quisieran. La unidad de esos primeros cristianos era espiritual, teológico, fraternal y económica; era efectiva en todas las relaciones mutuas de los creyentes.

La capacidad de la iglesia, dirigida por Dios, de procurarse sus propios medios para sostenerse, colocó a los seguidores de Cristo en la situación de no depender más económicamente de los judíos. La iglesia se bastó a sí misma. Su propósito supremo era testificar del Señor resucitado.Tenía poder, el don del Espíritu Santo. Rápidamente se desarrolló, convirtiéndose en una organización cuyos principios habían sido establecidos por el mismo Jesús cuando estuvo en la tierra.

III. LA PRIMERA ORGANIZACIÓN DE LA IGLESIA

El Apostolado.- Para la supervisión de la buena marcha de la iglesia y para la organización que esto requería, así como para todos los otros asuntos pertinentes a la iglesia y al bienestar de sus miembros, éstos recurrían, naturalmente, a los apóstoles en busca de dirección. Estos eran los hombres que Jesús había escogido de entre los centenares que de tiempo en tiempo lo habían seguido, para que fueran sus discípulos. Eran sus "apóstoles" (del Gr. apostJllÇ, "envío" y apóstolos, "enviado"); o "misioneros" (del latín mitto, "envío" y missus, "enviado"). Judas Iscariote se había suicidado después de traicionar a Jesús, por lo tanto quedaban once: Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, pescadores de oficio; Jacobo (o Santiago) y su hermano menor, Juan, hijos de Zebedeo, llamados Boanerges, hijos del trueno, también pescadores; pero Juan era conocido en la casa del sumo sacerdote (Juan 18:15) y, de acuerdo con una tradición consignada cien años después, tenía derecho a una categoría sacerdotal (Eusebio, Historia eclesiástica, v. 24. 3); Felipe de Betsaida; su amigo Natanael, conocido también como Bartolomé; Leví Mateo, el publicano; Tomás, conocido como el incrédulo y también como Dídimo: "gemelo"; Jacobo "el menor", de la familia de Alfeo; Judas, conocido también como Lebeo, "por sobrenombre Tadeo", de la familia de uno llamado Jacobo; y Simón el Zelote (Mat. 10:24; Mar. 3:14-19; Luc. 6:13-16; Hech. 1:13). Judas Iscariote era quizá el discípulo 27 más inteligente, el mejor preparado para triunfar en la vida; pero fracasó en máximo grado.  Los otros fueron grandes sólo debido a la grandeza de su Señor; sabios sólo en la sabiduría de su Señor; tuvieron éxito sólo en el éxito de su Señor, quien había prometido actuar en ellos y mediante ellos.

Estos hombres, con Matías, que reemplazó a Judas Iscariote, fueron los instrumentos del Espíritu Santo en la administración de la iglesia. Conducían a los nuevos conversos a una vida espiritual más elevada y dirigían la distribución de los recursos del fondo común. Esta administración no fue una tarea fácil. Implicaba serias responsabilidades. Significaba atender las necesidades de personas que habían sido desplazadas de su ambiente habitual debido a sus nuevas convicciones religiosas. También implicaba tentaciones. Ananías y Safira habían prometido cierta suma de dinero para el fondo común, y vendieron una propiedad para cumplir con su promesa. Cuando Ananías se encontró con Pedro para darle el dinero, fingió que le estaba entregando la cantidad total de la venta. Pero mintió al Espíritu Santo, y murió cuando Pedro se lo hizo notar. Un poco más tarde, ese mismo día, su esposa Safira trató de engañar de la misma manera, y también murió. Entonces "vino gran temor sobre toda la iglesia" (Hech. 5:11).

Este caso y los milagros que siguieron (Hech. 5:12-16) dieron a Pedro y a los otros apóstoles la oportunidad de predicar a Jesús.  La inquebrantable persistencia de éstos en testificar de Cristo desafiando las órdenes de los dirigentes judíos, dio como resultado su arresto y encarcelamiento. Cuando el ángel del Señor los liberó, volvieron a su predicación, y de nuevo fueron arrestados. En ese momento Pedro estableció un principio permanente para regular las relaciones públicas de la iglesia en tiempos de dificultades: "Obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech. 5:29). Los apóstoles podrían haber sido muertos si Dios no hubiera usado a Gamaliel para que interviniera en su favor.  Ese gran maestro de los judíos instó a éstos para que fueran tolerantes. Entonces los apóstoles fueron azotados, se les ordenó que no siguieran predicando y se los dejó libres. En un lapso de sólo pocos meses habían experimentado la segunda persecución grave.

El Diaconado.- Se presentaron varias dificultades debido a la distribución de los bienes. El relato acerca del día de Pentecostés dice que muchos judíos que no eran de Palestina, llamados helenistas, o "griegos", se unieron a la iglesia. Entre éstos había viudas que pronto se quejaron de que no recibían la ayuda suficiente del fondo común.

Las quejas fueron insistentes, lo cual preocupó a los apóstoles en cuanto a su obra para el bien espiritual y el progreso de la iglesia. Entonces se propuso y se decidió que se eligieran siete hombres de buena reputación para que administraran los asuntos materiales de la iglesia. En esos primeros tiempos no había edificios de iglesia, ni los hubo sino hasta dos siglos después, y como aún no se necesitaba dinero para pagar sueldos a los ministros o para enviar misioneros, se usaban los fondos donados para el sostén de los pobres y necesitados. En una congregación compuesta de cinco a diez mil miembros, era natural que hubiera una gran cantidad de necesitados. Pero, para muchos, el hecho de unirse a la comunidad cristiana, en una ciudad tan llena de prejuicios contra el Nazareno como era la Jerusalén de entonces, tuvo que significar la pérdida de su empleo, y serios problemas sociales y económicos. Sin duda los siete primeros diáconos tuvieron mucho trabajo al ocuparse de las necesidades de los pobres y desvalidos de las congregaciones.

Los nombres de los siete fueron: Esteban, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás (Hech. 6: 5). Juzgando por los nombres, que son helenísticos, no eran judíos de Palestina.  Por lo menos uno -Nicolás- evidentemente era gentil, 28 pues es llamado "prosélito". Este grupo fue el prototipo de la orden posterior de los diáconos. Sin embargo, debe advertirse que los ancianos (llamados "presidentes") aparecen en el siglo II manejando los fondos de la iglesia (Justino Mártir, Primera apología 67); y es posible que los siete administradores elegidos constituyeran una base para la organización de los diáconos y de los ancianos (o presbíteros), cargos que Pablo reconocía (Hech. 14:23; 1 Tim. 3:8-13).

Los Hombres Con Dones.- La elección de los siete administradores fue una característica notable del desarrollo de la organización de la iglesia. Hasta ese momento había funcionado bajo la dirección de hombres que se distinguían por tener dones del Espíritu, claramente definidos como "apóstoles", "profetas", "evangelistas", "pastores" y "maestros" (Efe. 4:11). Estos conductores de la iglesia, que actuaban para la edificación espiritual de ella (vers. 12-15), no eran nombrados por la feligresía sino por el Espíritu Santo a medida que impartía los dones.

Por supuesto, los apóstoles estaban a la cabeza de esos hombres llamados pneumatikói, o "espirituales". La aplicación de este término a esos hombres con dones especiales, generalmente los destacaba como a personas con una naturaleza transformada, en contraste con la naturaleza común de la humanidad. Sin embargo, literalmente se refiere a hombres poseídos por el Espíritu Santo y en los que se manifestaban los dones especiales de Dios (1Cor. 2:15; 14:37; Gál. 6:1). Ejemplos del ejercicio de su autoridad se ven en el reproche de Ananías y Safira (Hech. 5:1-10), la elección de los siete (cap. 6:1-6), el envío de Felipe, Pedro y Juan y la forma en que fueron supervisados (cap. 8:5,14). Esta era la obra administrativa y, de acuerdo con la práctica tanto de judíos como de griegos, correspondía muy bien llamar "ancianos" a los apóstoles que se desempeñaban de esa manera (cap. 11:29-30; 15:2). También parece que los profetas se ocupaban algunas veces de la administración, como en el caso cuando fueron enviados Pablo y Bernabé (cap. 13:1-3).

Los Ancianos.- Es evidente que en cada congregación había varios ancianos.  El ejemplo del nombramiento de "los siete varones" en Jerusalén (Hech. 6) lo demuestra, y también el hecho de que Pablo no mencione un anciano sino "ancianos" en cada congregación (Hech. 14:23; Tito 1:5).

En el Nuevo Testamento hay dos palabras que describen el cargo de anciano. Una es presbúteros, "anciano", lo que indica una categoría de dignidad y respeto, y que corresponde con nuestra palabra "presbíteros. Entonces, como ahora en la iglesia  Adventista, los ancianos eran elegidos de entre los laicos. El otro título es epískopos, que significa "que mira desde arriba", "superintendente", y que se ha traducido "obispo". Comparando Hech. 20:17 con el vers. 28, y también por la forma en que se emplea la palabra en Tito 1:5-9, se ve que ambos vocablos "anciano" (presbúteros) y "obispo" (epískopos) se aplican indistintamente al cargo de anciano.

El Episcopado.- Con el correr del tiempo, en la iglesia estas dos palabras griegas adquirieron distintos significados al aplicarse a cargos diferentes. Al principio el "obispo" servía más o menos como presidente o primero entre sus iguales (hoy diríamos "primer anciano"), pero poco a poco asumió más y más autoridad sobre los que estaban junto con él en la administración de los asuntos de la iglesia local.  El término epískopos sirvió, pues, para designar a un "obispo" como el anciano presidente y finalmente, en los siglos II y III, como autoridad máxima en la iglesia. Hoy se usa el título de "obispo monárquico" para referirse a ese tipo de autoridad eclesiástica. Ver p. 40.

IV.  LA SEPARACIÓN DEL CRISTIANISMO Y EL JUDAÍSMO

El Apedreamiento De Esteban.- Los siete varones nombrados para que cuidaran 29 de "las mesas", como se registra en Hech. 6, no se limitaron a una obra material. Eran decididos evangelistas. Felipe, guiado por el Espíritu a Samaria, fue tan bendecido en sus labores, que los apóstoles de Jerusalén enviaron a Pedro y a Juan para que le ayudaran. Después el Espíritu condujo a Felipe al desierto, hacia el sur, donde encontró y bautizó al eunuco, quizá el primer cristiano de Etiopía (hoy Sudán).

Esteban estuvo activo evangelizando en las sinagogas de los Judíos helenistas de Jerusalén (Hech. 6:8-10). Argumentaba con eficacia y con persuasión, y hubo muchos conversos. Pero se despertó una intensa oposición, y los judíos se airaron de tal manera contra Esteban, que fue sentenciado a muerte por el sanedrín. Esteban fue apedreado mientras Saulo de Tarso guardaba las vestiduras de los que lanzaban las piedras de la ejecución. Los romanos fueron sobornados y no investigaron el asunto (HAp. 83).

La Terminación De Una Era.- Este acontecimiento, que sacudió tanto a la iglesia, consolidó la oposición de los judíos contra los cristianos. Los judíos habían dado muerte a Jesús.  Ahora era evidente que no habían cambiado de actitud hacia las verdades reveladas por el ministerio de Jesús, pues rechazaron la nueva oportunidad que les brindaron los apóstoles. El apedreamiento de Esteban señala su rechazo final, como nación, del verdadero Mesías y de su mensaje de salvación. En cuanto a la relación de esto con la profecía de las 70 semanas, ver com. Dan. 9:27.

La Persecución.- El apedreamiento de Esteban desató una ola de persecuciones instigadas por los dirigentes judíos de Jerusalén contra la "secta" cristiana. Aunque resulte extraño, los apóstoles que permanecieron en Jerusalén al parecer no sufrieron personalmente; pero hubo un gran esparcimiento de cristianos por Judea Y Samaria. Antes había habido persecución, como la que causó la conmoción ocasionada por la curación del cojo, sanado por Pedro y Juan; pero esta vez la persecución fue general y grave. La violencia con que se produjo dio a la iglesia una gran oportunidad de manifestar en un territorio más amplio el poder recibido en Pentecostés, y de llevar a la práctica más plenamente la comisión que le había dado su Señor. Un caudillo de la persecución fue Saulo de Tarso, joven fariseo que había estudiado bajo la dirección del gran teólogo judío Gamaliel I. Los dirigentes judíos esperaban mucho de Saulo, pues demostraba que era un acerbo perseguidor de los cristianos (Hech. 22:4-5; 26:9-12). 

Mientras los cristianos iban "por todas partes anunciando el evangelio" (Hech. 8:4), Saulo consiguió una carta del sanedrín para los dirigentes judíos de la ciudad de Damasco carta que lo autorizaba para dirigir a los judíos en un decisivo ataque contra los cristianos de esa importante ciudad. Cuando ya estaba cerca de Damasco para cumplir con esa misión, la voz del Señor le habló desde el cielo y le aconsejó que cambiara el rumbo de su vida. Saulo (que en hebreo significa "el pedido"), o Pablo (en latín "pequeño"), como se lo conoce mejor ahora, se convirtió al Señor Jesucristo y llegó a ser un incansable misionero evangelista.

V. LA EXPANSIÓN DE LA IGLESIA.

Primera Obra Evangelística De Pablo.- Pablo predicó durante "muchos días" en Damasco, y después pasó tres años de estudio y meditación en el desierto de Arabia (Gál. 1:17). Finalmente volvió a Damasco, pero con dificultad pudo escapar con vida; una noche fue bajado por el muro de la ciudad en una canasta. Regresó a Jerusalén donde Bernabé, judío converso de Chipre, persuadió a los apóstoles a que lo recibieran. Pablo trabajó allí entre los judíos en el nombre de Cristo con valor y vigor incansables, pero cuando se supo que los judíos helenistas habían decidido matarlo, los discípulos lo enviaron a Cesarea. Desde allí prosiguió viaje a su ciudad 30 natal de Tarso, en Cilicia. (Ver una cronología aproximada de la vida de Pablo en las pp. 104-105.)

Primera Obra Evangelística De Pedro.- Después siguió un período de paz transitoria para la iglesia, y los apóstoles de Jerusalén aprovecharon bien esa oportunidad. Pedro, que había estado ayudando a Felipe en Samaria, llegó a Jope durante su obra itinerante. La comunidad cristiana estaba allí lamentando la muerte de Dorcas, una de las mujeres que servían en la iglesia. Pedro entonces demostró que aún poseía el poder que lo había acompañado el día de Pentecostés y cuando había curado al cojo ante la puerta "la Hermosa" del templo de Jerusalén. A la orden, de Pedro, Dorcas resucitó, y muchos aceptaron el Evangelio (Hech. 9:42).

Después se le ordenó a Pedro, mediante la intervención milagrosa de un ángel, que visitara a Cornelio, centurión de la compañía llamada "Italiana". Cornelio simpatizaba con los judíos, creía en el verdadero Dios de los hebreos y era generoso en sus ofrendas para la causa religiosa. Pedro se reunió con Cornelio, su familia y sus amigos, y el resultado fue que Cornelio aceptó el Evangelio. Pero cuando pidió el bautismo, Pedro vaciló porque Cornelio era gentil; no obstante, el Espíritu Santo descendió sobre todos los que estaban en la casa, y entonces Pedro los bautizó (Hech. 10:48).

Cornelio aún no era totalmente un prosélito, pues no había sido admitido todavía en la comunión judía. Por eso llegó el informe a Jerusalén de que Pedro había dejado entrar en la iglesia cristiana a un gentil mediante el bautismo. Esto produjo muchísimas críticas, y Pedro tuvo que responder ante los apóstoles en Jerusalén por lo que había hecho. Cuando explicó que el Espíritu Santo había descendido sobre los nuevos conversos, los apóstoles no tuvieron nada que criticar sino que justificaron lo que Pedro había hecho.

La Muerte De Jacobo.- No mucho después de esto, los apóstoles Pedro y Jacobo (o Santiago) fueron encarcelados por el rey Herodes Agripa I. Pedro fue liberado por la intervención de un ángel, pero Jacobo fue ejecutado.

El Evangelio A Los Gentiles.- Por este tiempo el Espíritu Santo estaba haciendo que sucediera algo más en Antioquía de Siria. Durante la persecución que se desató cuando Esteban fue martirizado, algunos de los creyentes llegaron a Fenicia y Antioquía de Siria, y aun hasta la isla de Chipre; pero habían proclamado el Evangelio sólo a los judíos. Sin embargo, cuando algunos de los conversos de Chipre y Cirene llegaron a Antioquía, no restringieron su predicación a los judíos sino que anunciaron también el Evangelio a los griegos. Esa misión fue muy bendecida, y muchos creyeron (Hech. 11:19-21).

Esto es digno de destacarse. Por primera vez, gentiles que no habían sido alcanzados de alguna manera por la religión de los judíos, aceptaron el mensaje de Cristo el Señor. 

El etíope con quien se encontró Felipe, había estado en Jerusalén rindiendo culto con los judíos, y Cornelio ya era "temeroso de Dios"; pero ahora entraron en la iglesia cristiana griegos de Antioquía, sin ninguna relación previa con la religión de las Escrituras. Y los que creían en Cristo fueron llamados "cristianos por primera vez en Antioquía" (Hech. 11:26).

Cuando los hermanos de Jerusalén supieron de este notable progreso, enviaron a Bernabé, natural de Chipre, para que viera lo que estaba sucediendo. Bernabé se gozó con lo que encontró en Antioquía, y después de un tiempo se fue a Tarso en busca de Pablo. Lo llevó a Antioquía, y ambos estuvieron allí durante un año, enseñando a los conversos y procurando ganar a otros.  Fueron excelentes los resultados de esta campaña de evangelización.

Viajes Misioneros De Pablo.- En el libro de los Hechos no se mencionan ancianos 31 o diáconos de la iglesia de Antioquía, pero se da una lista de nombres de varones que tenían los dones del Espíritu, especialmente los de profecía y de enseñanza. En esa lista están Bernabé y Saulo, junto con Simón, llamado Niger, Lucio de Cirene y Manaén, a quien se menciona como hermano de crianza de Herodes el tetrarca, que había hecho matar a Juan. Esos hombres fueron movidos por el Espíritu Santo clara planificar un programa misionero mucho más abarcante que el que hasta entonces había intentado la iglesia. Bernabé y Pablo fueron invitados, y decidieron participar en ese programa. Los profetas y maestros de Antioquía, bajo la dirección del Espíritu Santo ordenaron a Pablo y a Bernabé, y los enviaron a lo que ha llegado a conocerse como el primer viaje misionero de Pablo. Ver mapa p. 280.

El Primer Viaje.- En el primero de los tres viajes misioneros en que se destaca Pablo, tuvo por compañeros a Bernabé, natural de Chipre, y a un sobrino de éste, Juan Marcos. Cuando Pablo fue por primera vez a Jerusalén para encontrarse con la iglesia, Bernabé hizo amistad con él, y de éste dependió que se llamara a Pablo de Cilicia para venir a Antioquía. Este grupo misionero viajó por mar de Antioquía de Siria a Chipre, donde testificó mediante curaciones y por la predicación, y luego continuó visitando ciertas ciudades del centro sur del Asia Menor, ahora Turquía. Pero antes de que viajaran por el sur del Asia Menor, Marcos se retiró. Los esfuerzos de Pablo y Bernabé alcanzaron un notable éxito. Sus dones espirituales se manifestaron mediante curaciones y una exitosa predicación. Siempre iban primero a los judíos y después a los gentiles, y en ambos grupos su obra dio buenos resultados. Se organizaron iglesias en las ciudades visitadas, y se nombraron ancianos para que las presidieron (Hech. 14:23). A pesar de la gran oposición de los judíos en todas partes, Pablo y Bernabé regresaron por la misma ruta que habían seguido antes, reconfortando a las iglesias; después viajaron por mar hacia Antioquía de Siria, partiendo de Atalia, el puerto marítimo de Panfilia. Ver mapa p. 280.

El Segundo Viaje.- Cuando volvieron se reunió el concilio de Jerusalén, cuyo registro se halla en Hech. 15. Después de esto Pablo y Bernabé hicieron planes para realizar otro viaje. Bernabé deseaba llevar otra vez a Juan Marcos, pero como éste los había dejado en el viaje anterior, mientras Pablo se oponía a que fuera con ellos la segunda vez. El desacuerdo en este asunto entre los dos evangelistas fue tan grande, que Pablo y Bernabé tomaron caminos diferentes. Bernabé fue a Chipre en compañía de Juan Marcos; y Pablo, con Silas, por tierra viajó hacia el norte pasando por Siria y Cilicia, su provincia natal. Ver mapa p. 314.

Luego continuaron visitando algunas de las iglesias del interior, que Pablo había organizado en su primer viaje. Después viajaron hacía el oeste con el plan de entrar en la provincia de Asia, limítrofe con el mar Egeo, pero el Espíritu Santo les prohibió hacerlo; y cuando intentaron entrar en Bitinia, el Espíritu otra vez se los prohibió. Estas dos provincias parece que fueron evangelizadas por el apóstol Pedro (1 Ped 1:1).

Cuando se dirigieron a Troas, en una visión se instruyó a Pablo y a Silas que continuaran hasta Macedonia, desde donde pasaron a Grecia predicando el Evangelio, y llegaron al sur, hasta Corinto. Desde aquí Pablo viajó en barco a Éfeso, luego siguió a Cesarea, en Palestina y finalmente a Antioquía de Siria.

El Tercer Viaje.- Después de permanecer algún tiempo en Antioquía, Pablo otra vez partió dando comienzo a lo que se conoce como su tercer viaje misionero. Pasó por Galacia y Frigia, y permaneció tres años en Efeso. Cuando lo obligó finalmente la oposición a salir de la ciudad, fue a Macedonia y después entró en Grecia. Había pensado viajar por mar desde allí a Siria, pero en vez de hacerlo, con un buen grupo de discípulos regresó por Macedonia, se dirigió a Troas, y después viajó por mar a lo 32 largo de la costa de Asia Menor hacia Jerusalén. En Mileto se encontró con los ancianos de la iglesia de Efeso, después continuó hacia Tiro, y viajando en barco llegó a Cesarea desde donde prosiguió a Jerusalén. Pablo recibió la bienvenida de los hermanos quienes le brindaron una recepción muy diferente a la de veinte años antes, después de su conversión en Damasco.  Sin embargo, los hermanos creían que Pablo debía demostrar su lealtad al judaísmo, y le sugirieron que entrara en el templo con cuatro hombres y que cumpliera con un ritual de acuerdo con la costumbre judía.

Primer Encarcelamiento De Pablo.- Pablo cumplió con el pedido, pero cuando los judíos lo vieron en el templo causaron un alboroto tan grande que fue necesaria la intervención de soldados romanos para protegerlo en ese momento y también posteriormente. Durante los dos años siguientes Pablo estuvo en Jerusalén y en Cesarea. Compareció ante Félix y ante Festo, que eran procuradores romanos, y ante Herodes Agripa II y Berenice. Pablo perdió finalmente la esperanza de que el gobernador le hiciera justicia, y como no deseaba ser juzgado por el sanedrín, apeló a César y fue llevado a Roma. Allí no se presentaron acusaciones contra Pablo, y por lo tanto, fue absuelto y dejado en libertad después de haber estado preso dos años.

El Lapso Intermedio.- Pablo reanudó inmediatamente su trabajo misionero. Según Clemente de Roma -quizá el amigo a quien se refiere en Fil. 4:3-, el apóstol predicó en el Oriente y en el Occidente (Primera epístola de Clemente a los corintios 5). Pablo había expresado su intención de visitar una vez más a los cristianos de Filipos (Fil. 2:24) y de Colosas (File. 22; cf. Col. 4:9; File. 10). Después de salir de Macedonia pudo haber visitado Efeso, y quizá también Colosas y Laodicea. Clemente afirma que Pablo fue hasta los "límites" del Occidente, lo que quizá signifique España. Esa visita, si la hizo, coincide con la intención que expresó antes a los romanos (Rom. 15:28). En el Fragmento Muratoriano (170 d. C.), se dice claramente que Pablo fue a España. Las epístolas pastorales sugieren que también fue a Creta y a Efeso, como asimismo a Nicópolis y Troas en Macedonia.

Segundo Encarcelamiento Y Muerte De Pablo.- Pablo quizá fue detenido nuevamente en Troas, llevado a Roma y, de acuerdo con la leyenda, encarcelado en la mazmorra Mamertina, cerca del Foro Romano. En algún momento entre los años 66-68 d.C. fue martirizado. Lucas, y tal vez Timoteo y Marcos, parecen haber sido sus únicos compañeros de trabajo en esas últimas lóbregas horas (2 Tim. 4:11).

VI. JUDAÍSMO EN LA IGLESIA CRISTIANA

El Problema.- Fue inevitable que, tan pronto como la iglesia emprendió una obra misionera de alcance mundial, surgiera entre sus miembros un serio problema. Los primeros cristianos eran judíos. Conocían la fe judía como la única fe verdadera, y al Dios que en ella se adoraba como al único Dios verdadero. Estaban plenamente convencidas de la inspiración y autoridad espiritual de las Escrituras que habían recibido de sus padres. Sabían lo que era hacer proselitismo, pero esto significaba incorporar a los gentiles a la comunidad judía, con el entendimiento de que tales conversos tenían que cumplir todas las exigencias judías.

Jesús había basado su obra y sus enseñanzas en las Escrituras. Había criticado las añadiduras de la tradición, los formalismos, las apariencias e hipocresías de los dirigentes religiosos con que se encontraba, pero insistía en que no había venido a cambiar ni la ley ni los profetas, sino a hacer que sus enseñanzas fueran una realidad espiritual efectiva en la vida de la gente. Los judíos que seguían a Cristo concluyeron equivocadamente que quienes creían en las enseñanzas de Jesús debían seguir las prácticas de los judíos. Si se convertían en miembros de la secta cristiana, también debían hacerse miembros del gran conjunto del judaísmo. 33

Por eso los dirigentes del grupo cristiano observaban muy cuidadosamente lo que hacían sus colegas respecto a los gentiles. Felipe bautizó al etíope, pero éste ya conocía el culto judío pues había ido a Jerusalén a adorar al Dios verdadero en su santo templo. Cuando Pedro bautizó a Cornelio y a su familia, tuvo que informar a los hermanos de Jerusalén de lo que había hecho.  Aunque Cornelio ya era un creyente reconocido del Dios verdadero, la única forma en que Pedro pudo justificarse ante los hermanos fue con el argumento de que Espíritu Santo ya había aceptado a Cornelio antes de que él lo bautizara.

Requisitos Para Los Gentiles Conversos.- Hasta que se menciona una "contienda" en Hech. 15:1-2, no tenemos información de que hubiera surgido problemas en Antioquía cuando algunos griegos paganos fueron llevados a la iglesia por los misioneros procedentes de Chipre y Cirene. Pero cuando Pablo y Bernabé emprendieron sus extensos viajes misioneros, adquirió mucha importancia la cuestión del trato de los gentiles que se hicieran cristianos. Bernabé y Pablo bautizaron paganos, convirtiéndolos así en miembros de la iglesia cristiana. ¿Debían someterse esos paganos a la antigua señal de la circuncisión, señal de lealtad al pacto de los hebreos con Dios, que venía desde Abrahán "el padre de los fieles"? ¿Debían acudir a Jerusalén para observar las tres principales fiestas, a las que se exigía que todos los judíos varones asistieran? (Exo. 23:14-17.) ¿Debían ofrecer los sacrificios para expresar su fe en la salvación?

Pablo y Bernabé creían que la respuesta a estas preguntas eran un no definitivo y enfático; pero algunos cristianos palestinos de origen judío creían con la misma certidumbre que la respuesta debía ser sí. Este fue el antecedente y la ocasión para el concilio de Jerusalén registrado en Hech. 15.

El Concilio De Jerusalén.- No se sabe con claridad cuan amplia fue la representación de las diversas iglesias reunidas en Jerusalén para este concilio. Pablo y Bernabé fueron delegados de Antioquía, y también representaban los intereses de las iglesias que acababan de surgir en las provincias distantes que habían visitado. 

Los ancianos mencionados (Hech. 15:6) quizá representaron a varias iglesias de Palestina (ver HAp 155, 159). 

El debate fue completo y exhaustivo, y quizá acalorado. Había miembros de la hermandad cristianas que simpatizaban con las ideas de los fariseos, e insistían que era "necesario" circuncidar a los gentiles convertidos "y mandarles que" guardaran "la ley de Moisés" (Hech. 15:5). Después de que el debate hubo continuado durante algún tiempo, Pedro habló, y sus palabras tuvieron buen efecto. Recordó el caso de la visión que había tenido antes de ir a enseñar a Cornelio, el centurión de la compañía italiana. Recordó además, que el Espíritu Santo había descendido sobre Cornelio y su casa aun antes de que recibiera el rito bautismal. Pedro sabía que Dios "ninguna diferencia hizo entre" judíos y gentiles, "purificando por la fe sus corazones" (vers. 8-9). "Ahora, pues", interrogo Pedro, "¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos" (vers. 10-11).

Entonces Bernabé y Pablo presentaron un informe completo de la obra que habían hecho en su reciente viaje, y describieron los milagros que Dios les había dado el poder de hacer. Tuvo que haber sido une presentación convincente, pues el concilio se halló entonces listo para tomar una decisión.

La Decisión Del Concilio.- Jacobo, el anciano que presidía (ver Hech. 15:13), presento el discurso final. Jacobo confirmó el punto de vista de Pablo, y declaró que los profetas habían hablado de la reedificación de la casa de David para que gente 34 de todas partes pudiera invocar el nombre del Señor. "Por lo cual -concluyó Jacobo- yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre" (vers. 19-20).

En respuesta a esta sugerencia de Jacobo, se redactó una carta en la que se destacaba el hecho de que aunque había algunos que habían insistido en que los gentiles conversos estaban obligados a guardar los requerimientos rituales de la ley judía, los hermanos de Jerusalén no ordenaban tal cosa. Por esto, Bernabé y Pablo regresarían llevando la decisión del concilio, acompañados por Judas Barsabás y Silas. "Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardarais, bien haréis. Pasadlo bien" (Hech. 15:28-29).

El concilio de Jerusalén fue uno de los grandes acontecimientos de la historia de la iglesia cristiana. La decisión del concilio fue en todo sentido una gran proclama de emancipación. Uno sólo puede conjeturar cuál habría sido el efecto sobre la iglesia cristiana si los enviados de Cristo, a medida que iban por todo el mundo, hubiesen procurado imponer sobre sus conversos no judíos todos los requerimientos de la ley judía. Habría hecho necesario que tales conversos cargaran, en un mundo no judío, todos los problemas característicos que sufrían los judíos en esos días. Hubiera significado que se sometieran a un programa de ritos que sin duda habría estorbado su crecimiento en los comienzos del movimiento. Lógicamente esto habría desfigurado el claro cuadro de Jesucristo muriendo en la cruz. Habría puesto en su lugar ceremonias que, en el mejor de los casos, no eran sino un símbolo del sacrificio del Hijo de Dios. Si hubiese continuado la circuncisión, se hubiera vinculado a los cristianos gentiles con un rito racial, peculiar y teocrático. El cristianismo, por su naturaleza misma, en contraste debía poner énfasis en la relación individual con Jesucristo. Esta comunión personal debía ser una realidad basada en la fe, una fe que no se podía tener en la infancia, cuando los judíos aplicaban la señal de la circuncisión, sino en una edad de responsabilidad inteligente.

La decisión del concilio de Jerusalén dejó a la iglesia e libertad de crecer sin trabas nacionales o raciales que impidieran que llegara a todos los hombres. La emancipación de la iglesia primitiva decretada en el concilio fue un factor de importancia máxima para su continuo crecimiento entre los gentiles durante la era apostólica. También se reflejó en su espíritu de libertad y de poder en Cristo.

La Obra De Los Judaizantes.- Pero esta noble decisión del concilio, concebida tan claramente y enunciada en un momento vital en la historia de la iglesia, no fue aceptada sin una intensa oposición de los que deseaban mantener el judaísmo en la iglesia. Pedro había hablado en defensa de la liberación de los gentiles, y cuando fue a Antioquía con los enviados del concilio, se juntaba libremente con los conversos gentiles. Pero el partido farisaico que existía entre los cristianos de Jerusalén no estaba contento. Este sector también envió sus representantes a Antioquía, los cuales afirmaban que iban en nombre de Jacobo y con la autoridad de la iglesia de Jerusalén (Gál. 2:12).

Pablo Se Opone A Pedro.- Pedro, debido a la presión que tuvo que soportar, "se apartaba" de los gentiles, no confraternizando más con ellos, y se unió con los partidarios del ritualismo que provenían de Jerusalén. "Aun Bernabé fue también arrastrado" y se oponía a Pablo (Gál. 2:13). Pero Pablo no estaba dispuesto a permitir que fuera infructífera la victoria ganada en Jerusalén. Resistió a Pedro "cara a cara" (vers. 11) utilizando el argumento de que "el hombre no es justificado por las obras 35 de la ley, sino por la fe de Jesucristo". A esto añadió: "Nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado" (vers. 16).

La controversia sobre este asunto hizo que Pablo escribiera la Epístola a los Gálatas algunos años después, para contrarrestar la influencia de los judaizantes que seguían los pasos de Pablo y trabajaban entre sus conversos. Debe considerarse que esta situación también es el antecedente de la Epístola a los Romanos, escrita por Pablo probablemente alrededor del mismo tiempo en que escribió la de los Gálatas. El problema del judaísmo continuó creando perplejidades y dificultades a la iglesia cristiana durante más de dos siglos.

Se escribieron algunas obras en cuanto a la supuesta controversia entre Pedro y Pablo acerca del tema de los judaizantes. Entre esas obras son típicas las llamadas Reconocimientos de Clemente y Homilías Clementinas. En esos relatos imaginarios se describe a Pedro envuelto en una discusión con Simón el Mago, y se afirma que vez tras vez el apóstol venció a su oponente, tanto en las disputas como en los milagros hechos. Es posible que esos escritos fueran producidos por el grupo judaizante que reconocía a Pedro como el apóstol de la circuncisión, quienes para convertirlo en el paladín de la lucha para conservar el judaísmo en la iglesia cristiana emplearon a Simón el Mago como la figura del opositor de Pedro, cuando en realidad se tenía en mente al apóstol Pablo.

Sea como fuere, la contienda fue muy real y produjo un encono creciente entre los dos bandos dentro de la iglesia. Es posible que el partido judaizante hubiera transmitido algunos de sus sentimientos a los judíos en general. Sin duda esto aumentó el rencor con que los judíos consideraban a la secta cristiana. Un ejemplo puede verse en el ataque de que fue víctima Pablo en Jerusalén cuando regresó a esa ciudad después de su tercer viaje. El resultado fue su arresto y encarcelamiento, y su posterior traslado a Roma. Como reacción natural de la iglesia cristiana, hubo un esfuerzo de los cristianos gentiles para escapar, en todo lo posible, de las influencias de los judíos y de que se los confundiera con éstos. Como se destacará después, este deseo de evitar cualquier parecido con los judíos introdujo cambios notables en las creencias, las formas y las prácticas del cristianismo, a medida que se incorporaban en la iglesia grandes cantidades de gentiles que no tenían simpatía por el judaísmo.

VII. LA OBRA POSTERIOR DE LOS APÓSTOLES  

La Obra Posterior De Pedro.- La habilidad de Lucas como historiador hace que se sepa mucho más de la obra de Pablo que de la de Pedro. Lucas registra algunos hechos acerca de Pedro, y Pablo también hace algunas referencias incidentales a la actuación posterior de ese apóstol.

Poco después de que Jacobo, el hijo de Zebedeo, fuera muerto por orden de Herodes Agripa I, este rey también encarceló a Pedro, pero no pudo ejecutarlo porque el apóstol fue liberado milagrosamente por un ángel (Hech. 12:3-19). Como parece que esto sucedió poco antes de la muerte de Herodes, sería razonable ubicar esa liberación en el 44 d. C. (ver p. 100). Pedro después aparece en el concilio de Jerusalén, donde su discurso allanó el camino para la decisión de liberar a los cristianos gentiles de la obligación de practicar el ritual judaico (Hech. 15:7-1l). Pedro desaparece desde este momento de la narración de Hechos. Pablo menciona la presencia de ese apóstol en Antioquía, evidentemente poco después del concilio de Jerusalén (Gál. 2:11), y Eusebio, escribiendo casi tres siglos después, indica que fue el primer obispo de Antioquía (Historia eclesiástica iii. 36.2). Parecería evidente por la introducción de su primera epístola (cap. 1:1), que Pedro había trabajado entre 36 los habitantes del Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, zona que comprende una gran parte del norte y oeste del Asia Menor.

Según una tradición, Pedro pasó muchos años en Roma presidiendo la iglesia. Eusebio, según la versión armenia de su Crónica, afirma que Pedro fue a Roma en el tercer año de Calígula, lo que sería en el 39 d. C. Posteriormente, en el mismo documento, coloca el martirio de Pedro en Roma en el año 13.º de Nerón, el 66 d. C., o sea, que Pedro habría vivido unos 27 años en Roma. Gerónimo, escribiendo unas pocas décadas después de Eusebio, declara que Pedro fue a Roma en el año 2.º de Claudio, el 42 d. C., y permaneció allí durante 25 años, hasta el 14.º año de Nerón, 67 d. C. (De viris illustribus i). Es sumamente improbable que cualquiera de estas dos tradiciones sea correcta, pues difícilmente Pedro podría haber pasado en Roma un período tan largo. Si fue allí en una fecha tan temprana como la que indican esas tradiciones, forzosamente debe haber interrumpido su permanencia durante un período considerable, tanto por su presencia en el concilio de Jerusalén y su posterior visita a Antioquía como por sus probables actividades misioneras en una amplia zona del Asia Menor. Además, el hecho de que no se mencione a Pedro una sola vez en la correspondencia de Pablo dirigida a Roma o procedente de esta ciudad, donde Pablo menciona a muchos creyentes que allí habitaban, es una indicación de que lo más probable es que Pedro no estuviera en Roma en el invierno (diciembre-febrero) de 57/58 d.C. cuando Pablo escribió el libro de Romanos, ni aproximadamente durante los años 61 a 63 d.C. cuando Pablo estuvo encarcelado allí por primera vez.

La tradición de la llegada temprana de Pedro a Roma puede haber surgido junto con los informes en cuanto a Simón el Mago.  Justino Mártir (c. 150 d.C.) registra que un Simón, de Samaria, llegó a Roma durante el reinado de Claudio (41-54 d.C.) e hizo "grandes actos de magia" (Primera apología 26). Ireneo (c. 185 d.C., Contra herejías i. 23. 1-4) repite este relato e identifica a este Simón con Simón el Mago a quien Pedro había reprendido en Samaria (Hech. 8: 9-23). Un documento legendario llamado "Los hechos de Pedro con Simón", cuya fecha aproximada de origen es el año 200 d. C., narra una enredada fábula de cómo Pedro, mediante una visión de Cristo, fue enviado a Roma para que se opusiera a Simón. Como se creía que Simón había llegado allí durante el reinado de Claudio, era lógico concluir que Pedro había llegado a Roma por ese mismo tiempo. Sin embargo, una leyenda como la de Simón el Mago es muy insuficiente como prueba para ubicar la llegada de Pedro a Roma en una fecha tan temprana. Con todo, las pruebas presentadas no significan que Pedro nunca estuvo en Roma. 

La antigua tradición cristiana es concluyente en afirmar que Pedro fue un dirigente de la iglesia en Roma, y que murió allí.  Ignacio (c. 116 d. C.) dice que Pedro enseñó en Roma (A los romanos 4), e Ireneo (c. 185 d. C.) declara que Pedro y Pablo, "después de fundar y edificar espiritualmente a la iglesia, entregaron en manos de Lino el cargo del episcopado" (Contra herejías iii. 3. 3). Según el Nuevo Testamento es evidente que Pablo no fundó la iglesia de Roma (Rom. 1:13; 15:23-24), y de acuerdo con la prueba que acabamos de dar, también es dudoso que Pedro la fundara. Sin embargo, categóricas tradiciones antiguas hacen probable que Pedro muriera en Roma. Gayo, cristiano de Roma, declaró (c. 200 d. C.) que se sabía que el "trofeo" de Pedro -lo que quizá signifique su tumba o el lugar de su martirio- estaba en el Vaticano, que en ese tiempo no era un edificio sino un cementerio (HAp 428).

La cuestión de la permanencia de Pedro en Roma es algo muy diferente del primado de los papas que pretenden remontar su cargo hasta él. Esta pretensión 37 finalmente o se rechaza o se acepta no teniendo en cuenta si Pedro estuvo en Roma, sino considerando algo muy diferente: la posición o categoría de Pedro en la iglesia y la verdadera naturaleza de la sucesión apostólica. 

Para un estudio más detallado de este problema, ver tomo IV, pp. 861-863 (Daniel 7); tomo V, com. Mat. 16:18.

NOTA ADICIONAL DEL CAPÍTULO 7 DE DANIEL

El desarrollo de la gran apostasía que culminó con el papado fue un proceso gradual que abarcó varios siglos. La declinación de ese poder siguió un proceso semejante.

Respecto al futuro, Jesús advirtió a sus discípulos: "Mirad que nadie os engañe", porque "muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos", haciendo "grandes señales y prodigios" para confirmar sus pretensiones engañosas, "de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos" (Mat. 24: 4, 11, 24).

Pablo, hablando por inspiración, declaró que se levantarían "hombres que hablarían " "cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos" (Hech. 20: 30). El resultado iba a ser una "apostasía" durante la cual se revelaría ese poder al cual llama "hombre de pecado" y "misterio de la iniquidad" para oponerse a la verdad, exaltarse por encima de Dios y usurpar la autoridad de Dios sobre la iglesia (2 Tes. 2: 3-4, 7). Este poder que -según la advertencia de Pablo- ya estaba obrando en forma limitada (vers. 7) obraría "por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos" (vers. 9). 

La forma sutil de su crecimiento había de ser tan astutamente disfrazada que sólo los que creyesen sinceramente la verdad y la amasen. estarían a salvo de sus pretensiones engañosas (vers. 10- 12).

Antes del fin del primer siglo, el apóstol Juan escribió que "muchos falsos profetas han salido por el mundo" (1 Juan 4: 1), y un poco después que "muchos engañadores han salido por el mundo" (2 Juan 7).  Esto, afirmó, es el "espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo" (1 Juan 4: 3).

Estas predicciones advertían de la presencia de fuerzas siniestras que ya obraban en la iglesia, fuerzas que presagiaban herejía, cisma y apostasía de proporciones mayores.  Pretendiendo poseer privilegios y autoridad que pertenecen sólo a Dios, y sin embargo obrando mediante principios y métodos opuestos a Dios, este instrumento finalmente engañaría a la mayoría de los cristianos para que aceptasen su liderazgo, y así se aseguraría el dominio de la iglesia (Hech. 20: 29-30; 2 Tes. 2: 3-12).

Durante los tiempos apostólicos cada congregación local elegía sus dirigentes y se manejaba por sí misma. Sin embargo, la iglesia universal era "un cuerpo" en virtud de la operación invisible del Espíritu Santo y la dirección de los apóstoles que unían a los creyentes por doquiera en "un Señor, una fe, un bautismo" (Efe. 4: 3-6). Los dirigentes de las iglesias locales debían de ser hombres "llenos del Espíritu Santo" (Hech. 6: 3), elegidos, capacitados y guiados por el Espíritu Santo (Hech. 13: 2), y nombrados (Hech. 6:5) y ordenados por la iglesia (Hech. 13: 3).

Cuando la iglesia dejó su "primer amor" (Apoc. 2: 4), perdió su pureza de doctrina, sus elevadas normas de conducta personal y el invisible vínculo provisto por el Espíritu Santo.  En el culto, el formalismo desplazó a la sencillez. La popularidad y el poder personal llegaron a determinar más y más la elección de los dirigentes, quienes primero asumieron mayor autoridad dentro de la iglesia local y después intentaron extender su autoridad sobre las iglesias vecinas.

La administración de la iglesia local bajo la dirección del Espíritu Santo finalmente dio paso al autoritarismo eclesiástico en poder de un solo magistrado, el obispo, a quien cada miembro de iglesia estaba personalmente sujeto, y únicamente por cuyo intermedio el creyente tenía acceso a la salvación. Desde entonces los dirigentes sólo pensaron en gobernar la iglesia en vez de servirla, y el "mayor" ya no era aquel que se consideraba "siervo 862 de todos". De ese modo, gradualmente se formó el concepto de una jerarquía sacerdotal que se interpuso entre el cristiano como individuo y su Señor.

Según escritos que se atribuyen a Ignacio de Antioquía -que murió alrededor del año 117-, la presencia del obispo era esencial para la celebración de ritos religiosos y para la conducción de los asuntos de la iglesia. Ireneo, que murió por el año 200, catalogaba a los obispos de las diferentes iglesias según la edad y la importancia de las iglesias que presidían. Daba especial honor a las iglesias fundadas por los apóstoles, y sostenía que todas las otras iglesias debían estar de acuerdo con la iglesia de Roma en asuntos de fe y doctrina. Tertuliano (m. 225) enseñaba la supremacía del obispo sobre los presbíteros: ancianos elegidos localmente.

Cipriano (m. hacia el año 258) es considerado como el fundador de la jerarquía     católico-romana.  Defendía la teoría de que sólo hay una iglesia verdadera y que fuera de ella no hay acceso a la salvación. Adelantó la idea de que Pedro había fundado la iglesia en Roma, y que por lo tanto el obispo de la iglesia de Roma debía ser ensalzado por encima de los otros obispos, y que sus opiniones y decisiones debían prevalecer siempre. Recalcó la importancia de la sucesión apostólica directa, afirmó que el sacerdocio del clero era literal y enseñó que ninguna iglesia podía celebrar ritos religiosos o atender sus asuntos sin la presencia y consentimiento del obispo.

Los Principales Factores Que Contribuyeron Al Prestigio Y Finalmente A La Supremacía Del Obispo De Roma Fueron: (1) Como capital del imperio y metrópoli del mundo civilizado Roma era el lugar natural para la sede de una iglesia mundial. (2) La iglesia de Roma era la única en el Occidente que pretendía tener su origen apostólico, un hecho que, en aquellos días, hacía parecer como natural el que el obispo de Roma tuviese prioridad sobre los otros obispos. Roma ocupaba una posición muy honorable aun antes de 100 d. C. (3) El traslado de la capital política de Roma a Constantinopla realizado por Constantino (330) dejó al obispo de Roma relativamente libre de la tutela imperial, y desde ese tiempo el emperador casi siempre apoyó las pretensiones del obispo de Roma en contra de las de los otros obispos. (4) En parte el emperador Justiniano apoyó vigorosamente al obispo de Roma e hizo progresar su causa mediante un edicto imperial que reconocía su supremacía sobre las iglesias tanto del Oriente como del Occidente. Este edicto no pudo hacerse completamente efectivo hasta después de que fue quebrantado el dominio ostrogodo sobre Roma en 538. (5) El éxito que tuvo la iglesia de Roma al resistir varios movimientos así llamados heréticos, especialmente el gnosticismo y el montanismo, le dio una gran reputación de ortodoxa, y las facciones que en alguna parte estaban en contienda, a menudo apelaban al obispo de Roma para que fuese el árbitro de sus diferencias. (6) Las controversias teológicas que dividían y debilitaban la iglesia en el Oriente dejaron a la iglesia de Roma libre para que se dedicara a problemas más prácticos y para que aprovechara las oportunidades que surgían a fin de extender su autoridad. (7) El prestigio político del papado fue acrecentado por los repetidos éxitos que tuvo al evitar o mitigar los ataques de los bárbaros contra Roma, y a menudo en ausencia de un dirigente civil, el papa cumplió en la ciudad las funciones esenciales del gobierno secular. (8) Las invasiones mahometanas Constituyeron un impedimento para la iglesia del Oriente, y así eliminaron al único rival de importancia que tenía Roma. (9) Los invasores bárbaros del Occidente en su mayoría ya estaban nominalmente convertidos al cristianismo, y esas invasiones libraron al papa del dominio imperial. (10) Gracias a la conversión de Clodoveo (496), rey de los francos, el papado dispuso de un fuerte ejército para defender sus intereses y tuvo una ayuda eficiente para convertir a otras tribus bárbaras.

Haciendo profesión de cristianismo, Constantino el Grande (m. 337) vinculó la iglesia con el Estado, subordinó la iglesia al Estado e hizo de la iglesia un instrumento de la política del Estado. Su reorganización del sistema administrativo del Imperio Romano llegó a ser el modelo de la administración eclesiástica de la iglesia romana y así de la jerarquía católico-romana. Más o menos en 343 el sínodo de Sárdica asignó al obispo de Roma jurisdicción sobre los obispos metropolitanos o arzobispos. El papa Inocencio 1 (m. 417) pretendía tener una jurisdicción suprema sobre todo el mundo cristiano, pero no pudo ejercer ese poder.

Agustín (m. 430), uno de los grandes padres de la iglesia y fundador de la teología medieval, sostenía que Roma siempre había 863 tenido supremacía sobre las iglesias. Su obra clásica La ciudad de Dios hacía resaltar el ideal católico de una iglesia universal que rigiera a un Estado universal, y esto dio la base teórica del papado medieval.  

León I (el Grande, m. en 461) fue el primer obispo de Roma que proclamó que Pedro había sido el primer papa, que aseguró la sucesión del papado a partir de Pedro, que pretendió que el primado había sido legado directamente por Jesucristo, y que tuvo éxito en la aplicación de estos principios eclesiásticos a la administración papal. León I dio su forma final a la teoría del poder papal e hizo de ese poder una realidad. Él fue quien consiguió un edicto del emperador que declaraba que las decisiones papales tenían fuerza de ley. Con el apoyo imperial se colocó por encima de los concilios de la iglesia asumiendo el derecho de definir doctrinas y de dictar decisiones. El éxito que tuvo al persuadir a Atila que no entrase en Roma (452) y su intento de detener a Genserico (455) aumentaron su prestigio y el del papado. León el Grande fue indudablemente un dirigente secular a la vez que espiritual para su pueblo. Las pretensiones al poder temporal hechas por papas posteriores estaban basadas mayormente en la supuesta autoridad de documentos falsificados conocidos como "fraudes piadosos", tales como la así llamada Donación de Constantino.

La conversión de Clodoveo, caudillo de los francos, a la fe romana por el año 496, cuando la mayoría de los invasores bárbaros eran todavía arrianos, dio al papa un poderoso aliado político dispuesto a reñir las batallas de la iglesia. Durante más de doce siglos la espada de Francia, la "hija mayor" del papado, fue un instrumento eficaz para la conversión de hombres a la iglesia de Roma y para mantener la autoridad papal.

El pontificado del papa Gregorio I (el Grande, m. en 604), el primero de los prelados del medioevo de la iglesia, señala la transición de los tiempos antiguos a los medievales. Gregorio osadamente asumió el papel, aunque no el título, de emperador de Occidente. Él fue quien puso las bases del poder papal durante la Edad Media y las posteriores pretensiones absolutistas del papado datan especialmente de su administración. Gregorio el Grande inició grandes actividades misioneras, las que extendieron mucho la influencia y la autoridad de Roma.

Cuando más de un siglo después, los lombardos amenazaban invadir Italia, el papa recurrió a Pepino, rey de los francos, para que lo socorriera. Cumpliendo con este pedido, Pepino derrotó completamente a los lombardos y, en 756, entregó al papa el territorio que les había tomado. Esa dádiva, comúnmente conocida como Donación de Pepino, señala el origen de los Estados Pontificios y el comienzo formal del gobierno temporal del papa.

Desde el siglo VII al XI, en términos generales, el poder papal mermó. El próximo gran papa, y uno de los más grandes de todos, fue Gregorio VII (m. 1085). Proclamó que la iglesia romana nunca había errado y nunca podría errar, que el papa es juez supremo, que no puede ser juzgado por nadie, que no se puede apelar de sus decisiones, que sólo él tiene derecho al homenaje de todos los príncipes y que sólo él puede deponer a reyes y emperadores.

Durante dos siglos hubo una constante lucha por la supremacía entre el papa y el emperador. A veces uno, y otras veces otro, lograron un éxito pasajero. El pontificado de Inocencio III (m. 1216) encontró al papado en el apogeo de su poder y durante el siglo siguiente estuvo en el cenit de su gloria. Pretendiendo ser el vicario de Cristo, Inocencio III ejerció todos los privilegios que Gregorio se había atribuido más de un siglo antes.

Un siglo después de Inocencio III, el papa medieval ideal, Bonifacio VIII (m. 1303) intentó sin éxito reinar como lo habían hecho sus ilustres predecesores. Fue el último papa que trató de ejercer autoridad universal en la forma como lo había hecho Gregorio VII y como lo había pretendido Inocencio III. La decadencia del poder del papado se hizo plenamente evidente durante el así llamado cautiverio babilónico (1309-1377), cuando los franceses trasladaron por fuerza la sede del papado de Roma a Avignon, en Francia. Poco después del regreso a Roma, comenzó lo que se conoce como el gran cisma (13781417). Durante ese tiempo hubo por lo menos dos, y a veces tres papas rivales, cada uno amenazando y excomulgando a sus rivales y pretendiendo ser el verdadero papa. Como resultado, el papado sufrió una irreparable pérdida de prestigio a los ojos de los pueblos de Europa. Mucho antes de los tiempos de la Reforma, dentro y fuera de la Iglesia Católica, se levantaron voces en contra de sus arrogantes 864 pretensiones y de sus muchos abusos de poder, tanto seculares como espirituales. El resurgimiento cultural en la Europa occidental (Renacimiento), la era de los descubrimientos, el desarrollo de fuertes Estados nacionales, la invención de la imprenta y varios otros factores contribuyeron a la pérdida gradual del poder papal. Ya al aparecer Martín Lutero habían ocurrido muchas cosas que socavaron la autoridad de Roma.

Durante la Reforma -que comúnmente se considera que empezó en 1517 cuando Lutero colocó las noventa y cinco tesis-, el poder papal fue expulsado de grandes territorios del norte de Europa. Los esfuerzos del papado por combatir la Reforma se concretaron en la creación de la Inquisición, del Índice y en la organización de la orden de los jesuitas. Los jesuitas llegaron a ser el ejército intelectual y espiritual de la iglesia para la exterminación del protestantismo. Durante casi tres siglos la iglesia de Roma llevó a cabo una vigorosa lucha que gradualmente fue perdiendo en contra de las fuerzas que luchaban por la libertad civil y religiosa.

Finalmente, durante la Revolución Francesa, la Iglesia Católica fue proscrita de Francia: la primera nación de Europa que había patrocinado su causa, la nación que durante más de doce siglos había defendido las pretensiones papales y había reñido sus batallas, la nación donde los principios papales habían sido puestos a prueba más plenamente que en cualquier otro país y habían sido hallados faltos. En 1798 el gobierno francés ordenó al ejército que estaba en Italia bajo el comando de Berthier que tomara prisionero al papa. Aunque el papado continuó, su poder le había sido quitado, y nunca más ha esgrimido el mismo tipo de poder, ni en la medida en que lo hiciera en tiempos anteriores. En 1870 los Estados Pontificios pasaron a formar parte del reino unido de Italia, el poder temporal que el papado había ejercido durante más de 1.000 años se acabó, y el papa voluntariamente llegó a ser "el prisionero del Vaticano" hasta que su poder temporal fue restaurado en 1929. Ver com. cap. 7: 25.

Este breve esbozo del crecimiento del poder papal demuestra que éste fue un proceso  gradual que abarcó muchos siglos. Lo mismo ocurrió con su declinación. Se puede decir que el primer proceso se desarrolló desde aproximadamente el año 100 hasta el 756; el segundo, desde más o menos 1303 hasta 1870. El papado estuvo en el apogeo de su poder desde el tiempo de Gregorio VII (1073-85) hasta el de Bonifacio VIII (1294-1303). Queda pues en claro que no se pueden dar fechas que señalen una transición precisa entre la insignificancia y la supremacía, o entre la supremacía y la relativa debilidad. De la misma manera, como ocurre en todos los procesos históricos, tanto el crecimiento como la caída del papado fueron procesos graduales.

Sin embargo, por el año 538 el papado estaba completamente formado y obraba en todos sus aspectos esenciales, y para el año 1798 -1260 años más tarde- había perdido prácticamente todo el poder que había acumulado durante siglos. La inspiración había asignado 1260 años al papado para que demostrara sus principios, su política y sus propósitos. De esa manera esas dos fechas debieran considerarse como principio y fin del período profético del poder papal. (4CBA)

COMENTARIO SOBRE MATEO 16:18-19. 

18. Yo también te digo. El Padre ya había revelado una verdad (vers. 17); Jesús le añade aquí otra.

Tú eres Pedro. Llamando Pedro a Simón, hijo de Jonás (vers. 17), Jesús empleó el nombre que le había puesto cuando por primera vez lo conoció (ver Juan 1: 40-42; com.  Mat. 4: 18).

Sobre esta roca. Estas palabras se han interpretado de diversas maneras: (1) que Pedro era "esta roca", (2) que la fe de Pedro en Jesús como el Cristo era "esta roca", (3) que Cristo mismo era "esta roca".  Se han presentado persuasivos argumentos en favor de cada una de las tres explicaciones.  La mejor forma de determinar qué fue lo que Cristo quiso decir con estas palabras difíciles de entender, es preguntar a las Escrituras mismas qué era lo que esta figura de dicción significaba para los oidores judíos, especialmente para aquellos que se la oyeron a Jesús en esta ocasión (DMJ 7).

El testimonio de los escritos de los mismos discípulos es evidentemente superior a las ideas de los hombres que después de ese tiempo han escrito u opinado acerca del supuesto sentido de las palabras de Jesús.  Felizmente, algunos de los que fueron testigos oculares en esta ocasión (2 Ped. 1: 16; 1 Juan 1: 1-3) han dejado un registro claro e inequívoco.

Por su parte, Pedro, a quien fueron dirigidas estas palabras, rechaza enfáticamente, mediante sus enseñanzas, que la roca de la cual habló Cristo se refería al apóstol mismo (Hech. 4: 8-12; 1 Ped. 2: 4-8).  Mateo registra el hecho de que Jesús empleó otra vez la misma figura, en circunstancias que indican claramente que él mismo era la roca (ver com.  Mat. 21: 42; cf.  Luc. 20: 17-18).

Desde tiempos antiguos, el pueblo hebreo había empleado la figura de la roca para referirse específicamente a Dios (ver com.  Deut. 32: 4; Sal. 18: 2; etc.).

El profeta Isaías se refirió a Cristo como "gran peñasco en tierra calurosa" (Isa. 32: 2), y como "piedra probada, angular, preciosa" (ver com. cap. 28: 16).  Pablo afirma que Cristo era la Roca que había acompañado a su pueblo por el desierto en la antigüedad (1 Cor. 10: 4; cf.  Deut. 32: 4; 2 Sam. 22: 32; Sal. 18: 31).  En un sentido secundario, las verdades que Jesús habló son también una roca en la cual los hombres pueden construir con toda seguridad (ver com.  Mat. 7: 24-25).  Por otra parte, Cristo mismo es el "Verbo" hecho "carne" (Juan 1: 1, 14; cf.  Mar. 8: 38; Juan 3: 34; 6: 63, 68; 17: 8).

Jesucristo es "la roca de nuestra salvación" (DTG 381 ; cf.  Sal. 95: 1; Deut. 32: 4, 15, 18).  El es el único fundamento de la iglesia, porque "nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo" (1 Cor. 3: 11), ni "en ningún otro hay salvación" (Hech. 4: 12).  En estrecha relación con Jesucristo "la principal piedra del ángulo" en el fundamento de la iglesia, se encuentran los apóstoles y los profetas (Efe. 2: 20).  Todos los cristianos han de ser edificados como "piedras vivas" (Gr. líthos) para formar una casa espiritual (1 Ped. 2: 5), un edificio cuya piedra angular es Cristo (Efe. 2: 20-21).  El es la única "Roca" sobre la cual se afirma todo el edificio, porque sin él no habría ninguna iglesia.  Cuando creemos en él como Hijo de Dios, nosotros también podemos llegar a ser hijos de Dios (Juan 1: 12; 1 Juan 3: 1-2). 

 La comprensión de que Jesucristo es realmente el Hijo de Dios, tal como Pedro lo afirmó en 421 esta ocasión (Mat. 16: 16), es la llave de la puerta de la salvación (DTG 380-381).  Es incidental y no fundamental el que Pedro fuera el primero en reconocer este hecho y declarar públicamente su fe, la cual era compartida también por sus compañeros (ver com. vers. 16).

San Agustín (c. 400 d. C.), el mayor de los teólogos católicos de los primeros siglos de la era cristiana, deja que sus lectores decidan si Cristo dice que él mismo es la roca o si dice que Pedro es la roca (Retracciones 1. 21. 1).

Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla, célebre por su elocuencia (m. 407d.C.), dijo que Jesús había prometido poner el fundamento de la iglesia sobre la confesión de Pedro, y no sobre Pedro, pero también dice que Cristo mismo es verdaderamente nuestro fundamento (Comentario sobre Gálatas, cap. 1: 1-3; Homilías sobre 1 Timoteo xviii. 6. 21).

Eusebio, historiador de la iglesia primitiva (m. 340 d. C.), afirma que Clemente de Alejandría escribió que Pedro, Santiago y Juan no lucharon por la supremacía en la iglesia en Jerusalén, sino que escogieron a Santiago el justo como dirigente (Historia eclesiástica ii. 1).

Otros padres de la iglesia enseñaron lo mismo; tal fue el caso de Hilario de Poitiers.

Cuando se buscó apoyo bíblico para las pretensiones del obispo de Roma a su primacía en la iglesia (ver t. IV, p. 863), las palabras pronunciadas por Cristo en esta ocasión fueron sacadas de su contexto original e interpretadas en el sentido de que Pedro era "esta roca".  León 1 fue el primer pontífice romano en pretender que había recibido su autoridad de Cristo por medio de Pedro.  Esto sucedió por el año 445 d. C. Acerca de esta pretensión, Kenneth Scott Latourette, conocido historiador de la iglesia, dice: "Insistió que por decreto de Cristo, Pedro era la roca, el fundamento, el guardián de la puerta del reino de los cielos, puesto para atar y para desatar, cuyos juicios retenían su validez en el cielo, y que por medio del papa como su sucesor, Pedro seguía realizando la tarea que le había sido encomendada" (A History of Christianity, 1953, p.186).

Resulta extraño que si esto es realmente lo que Cristo quiso decir, ninguno de los otros discípulos hubiera descubierto ese hecho, ni tampoco ningún otro cristiano durante cuatro siglos después de que Cristo pronunciara esas palabras.  Además, resulta extraordinario que ningún obispo de Roma descubriera este significado en las palabras de Cristo hasta que un obispo del siglo V pensó que era necesario hallar apoyo bíblico para la primacía papal.  La interpretación de las palabras de Cristo, que concede supremacía a los así llamados sucesores de Pedro, los obispos de Roma, no armoniza en absoluto con lo que Cristo enseñó a sus seguidores (ver cap. 23: 8, 10).

La mejor evidencia de que Cristo no designó a Pedro como la "roca" sobre la cual habría de construir su iglesia, es quizá el hecho de que ninguno de los que oyeron a Cristo en esta ocasión -ni siquiera Pedro- así lo entendió, mientras Jesús estuvo con ellos, ni después.  Si Cristo hubiera establecido a Pedro como principal entre los discípulos, éstos no habrían disputado repetidas veces el primer puesto (Luc. 22: 24; ver Mat. 18: 1; Mar. 9: 33-35; etc.; DTG 755-756; com.  Mat. 16: 19).

El nombre Pedro proviene del Gr. pétros, "piedra" o "canto rodado".  "Roca" es la raducción de la palabra griega pétra, que suele emplearse para designar una peña, o un macizo de piedra.  Una pétra es una roca grande, fija, inamovible; en cambio potros es una piedra pequeña o un canto rodado.  No puede saberse hasta qué punto Cristo tuvo en cuenta esta distinción, ni cómo pudo haberla explicado mientras hablaba, porque Cristo ciertamente habló en arameo, la lengua vernácula en Palestina en ese tiempo, y no empleó las palabras griegas.  La palabra griega pétros, sin duda, equivale a la palabra aramea kefa' (Cefas; ver com. cap. 4: 18).  Por otra parte, es muy posible que pétra también equivalga a kefa', aunque existe la posibilidad de que Cristo hubiera empleado algún otro sinónimo u otra expresión en arameo que haría notar la distinción entre pétra y pétros que se advierte en el relato evangélico en griego.  Sin embargo, parece probable que Cristo debe haber tenido el propósito de hacer una diferencia; de lo contrario, Mateo, escribiendo en griego y guiado por el Espíritu Santo, no la hubiera hecho.

Evidentemente pétros, una piedra pequeña, no podría servir de fundamento para ningún edificio. Jesús aquí afirma que únicamente una pétra, o "roca", sería suficiente.  Lo que Cristo dijo aquí queda más claro con sus palabras registradas en Mat. 7:24: "Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca [Gr. pétra]". 422 Cualquier edificio construido sobre Pedro, pétros, un débil y falible ser humano, tal como lo presenta claramente el relato evangélico, tiene un fundamento muy poco mejor que las arenas movedizas (ver com. cap. 7: 26-27).

Iglesia. Gr. ekkl'sía.  Ver com. cap. 18: 17.

Puertas. En las antiguas ciudades la puerta era el lugar de reunión de los ancianos de la localidad y el lugar clave en la defensa de la ciudad contra un ejército atacante (ver com. Gén. 19: 1; Jos. 8: 29).  Por esto, el tomar la puerta de la ciudad hacía posible la toma de toda la ciudad.

El triunfo de Cristo sobre la muerte y sobre el sepulcro es la verdad central del cristianismo.  Satanás no pudo mantener atado a Cristo con las cuerdas de la muerte (Hech. 2: 24), ni tampoco será posible que retenga a cualquiera de los que creen en Cristo (Juan 3: 16; Rom. 6: 23).  En forma figurada, Satanás retiene las "puertas del Hades", pero Cristo, con su muerte, entró en la fortaleza de Satanás y ató al adversario (ver com.  Mat. 12: 29).  En este sublime hecho descansa la esperanza del cristiano de que será rescatado de los ardides de Satanás en esta vida, de su poder sobre la tumba, y de su presencia en la vida venidera.  "El postrer enemigo que será destruido es la muerte" (1 Cor. 15: 26).  La muerte y el sepulcro finalmente serán echados en el lago de fuego (Apoc. 20: 14).

La interpretación de que las palabras de Cristo significaban que las "puertas del Hades" no habrían de prevalecer contra Pedro, contradice la insinuación de Mat. 16:21 (cuya introducción son los vers. 13-20), de que sería Cristo y no Pedro el que habría de desafiar las puertas del Hades al someterse al sufrimiento y a la muerte.  Además, si Pedro hubiera entendido que era él y no Jesús quien iba a enfrentar la muerte, no sería lógica su reacción (vers. 22).

Hades. Ver com. cap. 11: 23.

No prevalecerán. Según Elena de White, las puertas del infierno prevalecieron contra Pedro cuando negó tres veces a su Señor (DTG 381).  Literalmente, prevalecieron cuando la muerte lo retuvo (Juan 21: 18-19).

El significado pleno de lo que Cristo quiso decir cuando afirmó que las "puertas del Hades" no prevalecerían, puede entenderse por el hecho de que inmediatamente comenzó a hablar de cómo iba a padecer "y ser muerto y resucitar al tercer día" (ver com. Mat. 12:40; cf. DTG 386). Cristo triunfó gloriosamente sobre todo el poder de Satanás, y por ese triunfo aseguró la victoria de su iglesia en la tierra.  

19. LAS LLAVES. Las llaves del reino son las palabras de Cristo (DTG 381). Es importante señalar que Cristo mismo dice que la "llave" que da acceso al reino es la "llave de la ciencia" o del conocimiento (Luc. 11: 52).  Las palabras de Jesús son espíritu y son vida para todos los que las reciben (Juan 6: 63); ellas son las que dan vida eterna (Juan 6: 68).  La palabra de Dios es la llave de la experiencia del nuevo nacimiento (1 Ped. 1: 23). 

Así como las palabras pronunciadas por Jesús convencieron a los discípulos de la divinidad de su Maestro, así también ellos, como embajadores de Jesús, debían repetir sus palabras a otros hombres, a fin de reconciliarlos con Dios (2 Cor. 5: 18-20).  

El poder salvífico del Evangelio es lo único que puede permitir la entrada de los seres humanos en el reino de los cielos.  Cristo sencillamente confió a Pedro y a todos los otros discípulos (ver com.  Mat. 18: 18; Juan 20: 23) la autoridad y el poder de llevar a los hombres al reino.  Cuando Pedro percibió la verdad de que Jesús era el Cristo, fueron colocadas en sus manos las llaves del reino y le fue abierta la puerta del reino. Lo mismo puede decirse de todos los seguidores de Cristo hasta el mismo fin del siglo.  La afirmación de que Cristo concedió a Pedro mayor autoridad que a los otros discípulos, o que le otorgó una autoridad diferente de la que ellos tenían, carece de base bíblica (ver com.  Mat. 16: 18 ).  En verdad, entre los apóstoles, fue Jacobo, y no Pedro, el que desempeñó funciones administrativas en la iglesia primitiva de Jerusalén (Hech. 15: 13, 19; cf. caps. 1: 13; 12: 17; 21: 18; 1 Cor. 15: 7; Gál. 2: 9, 12).  Por lo menos en una ocasión Pablo resistió públicamente a Pedro, por lo que el primero consideraba como un proceder erróneo del segundo (Gál. 2: 11-14), lo que indudablemente no habría hecho si hubiera estado enterado de que Pedro poseía los derechos y los privilegios que algunos ahora le atribuyen basándose en Mat. 16: 18-19.

Reino de los cielos. Así como ocurre frecuentemente en el registro del ministerio de la vida de Cristo, el reino de los cielos se refiere en este pasaje al reino de la gracia divina en el corazón de aquellos que son sus ciudadanos, aquí y ahora (ver com. cap. 4: 17; 5: 3).  Nadie puede esperar entrar en el futuro reino de la gloria (ver com. cap. 25: 31, 34) si no ha pasado primeramente por el reino presente de la gracia divina.

Lo que atares. Este pasaje dice literalmente: "Y lo que atares sobre la tierra habrá sido atado en los cielos, y lo que desataras en la tierra habrá sido desatado en los cielos".  Evidentemente debe entenderse que la iglesia en la tierra sólo requerirá lo que el cielo requiere y prohibirá sólo lo que el cielo prohíbe. Esta parecería ser la clara enseñanza bíblica (ver com.  Mat. 7: 21-27; Mar. 7: 6-13).  Cuando los apóstoles salieron a proclamar el Evangelio, de acuerdo con la misión que les había sido dada (Mat. 28: 19-20), debían enseñar a los conversos que guardaran "todas las cosas" que Jesús había mandado: ni más ni menos.

Si se amplía el significado de los verbos "atar" y "desatar" hasta abarcar la autoridad de dictar lo que los miembros de la iglesia pueden creer y lo que pueden hacer en asuntos de fe y de práctica, se le da un sentido más abarcante del que Cristo quiso darles y que el que los discípulos pudieron entender en esa ocasión.  Dios no sanciona esa pretensión.  Los representantes de Cristo en la tierra tienen el derecho y la responsabilidad de atar todo lo que ya ha sido atado en el cielo, y de desatar todo lo que ya ha sido desatado en el cielo, es decir, de exigir o de prohibir aquello que la Inspiración revela con claridad.  Ir más allá de esto, es poner la autoridad humana en lugar de la autoridad de Cristo (ver com.  Mar. 7: 7-9), tendencia que Dios no puede tolerar en aquellos que han sido designados como supervisores de los ciudadanos del reino de los cielos en la tierra.

El Apóstol Juan.- Se sabe aun menos del apóstol Juan que de Pablo o Pedro. En los primeros años Juan trabajó con Pedro.  Acompañaba a Pedro cuando, mientras iban a adorar al templo, curaron al cojo (Hech. 3). Los apóstoles de Jerusalén enviaron a Pedro y a Juan para que ayudaran a Felipe en la evangelización de Samaria (Hech. 8). Esto fue pocos años después de Pentecostés. Excepto su mención específica en Gál. 2:9, lo siguiente que se registra de él en las Escrituras es su propia afirmación de que estuvo "en la isla llamada Patmos", siendo así "copartícipe... en la tribulación" con los que también estaban sufriendo persecución (Apoc. 1:9). Una tradición digna de crédito (Ireneo, Contra herejías v. 30. 3) dice que Juan escribió el Apocalipsis a fines del gobierno del emperador Domiciano, quien murió en 96 d. C. No hay ningún registro inspirado de lo que le sucedió a Juan durante los sesenta años que transcurrieron entre sus experiencias en Samaria y Patmos.

Si se tiene en cuenta que Juan, después de haber contemplado las extraordinarias y significativas visiones que se desplegaron ante él en Patmos, habría deseado registrarlas inmediatamente, se puede comprender con facilidad cuán afanosamente las redactaría.  Entonces debe haberlas enviado tan pronto como pudo al continente para que ese documento estuviera en manos más seguras que las de un preso en Patmos. Que se lo hizo retroceder en el tiempo y el espacio al ambiente de los antiguos profetas, y que vivió las emociones de ellos mientras escribía el Apocalipsis, se demuestra por el hecho de que una gran parte del vocabulario y aun de sus expresiones se parecen mucho a las de Isaías, Ezequiel y Daniel.

Juan no dice en su Evangelio dónde estaba cuando lo escribió; pero Ireneo (Id. iii. 3. 4) afirma que Juan estuvo en Éfeso hasta el reinado de Trajano (98-117 d. C.), y se considera como probable que escribió el Evangelio en esa ciudad.

Según Polícrates, que presidía la iglesia de Esmirna por el año 200 d. C., Juan era un sacerdote "y llevó la lámina [de oro en la frente]" (Eusebio, Historia eclesiástica, v. 24. 3). Un documento apócrifo, "Los hechos de los santos apóstoles y del evangelista Juan el teólogo", cuya autoridad y veracidad no se pueden determinar, describe con grandes detalles el arresto de Juan y cómo compareció ante Domiciano, en cuyo tiempo el apóstol dio testimonio del Evangelio. Se dice que en presencia de Domiciano bebió una taza de veneno sin sufrir daño, y que resucitó al servidor del rey. Según Tertuliano, que escribió a príncipes del siglo III, Juan fue arrojado en un tanque de aceite hirviente, y fue sacado sin daño, poco antes de ser exiliado a Patmos (De praescriptione haereticorum 36; cf. HAp 455).

Juan estaba firmemente convencido de la verdad, tal como lo manifiesta vez tras vez en su Evangelio, y, consecuentemente, detestaba la herejía (1 Juan 2:18-19, 22-23; 2 Juan 7-9). Esa aversión suya a la herejía queda ilustrada en un relato que se cuenta de él. Cuando estaba por entrar en cierta casa de baños públicos, en Éfeso, supo que estaba allí Cerinto, uno de los llamados cristianos gnósticos. Se dice que Juan, al saberlo, huyó gritando que las paredes de la casa de baños podrían caerse por estar allí Cerinto (Ireneo, Contra herejías iii. 3. 4). Sin embargo, en estas cosas es difícil distinguir lo real de lo fantástico.

El liderazgo de Juan en la iglesia de Efeso inevitablemente debe haberla convertido en un gran centro de evangelización. Los lugares donde la iglesia era más fuerte seguramente cambiaban debido al surgimiento y a la desaparición de los grandes líderes cristianos. En los primeros años de la dispensación evangélica, indudablemente 38 el centro fue Jerusalén, donde vivían por lo menos algunos de los apóstoles, donde se celebró el gran concilio y desde donde salieron los "enviados" para cumplir sus misiones. Este bien pudo haber sido el caso hasta el año 50 d. C., después de concilio.

Mientras tanto, los misioneros en Chipre y en Cirene habían iniciado una activa y exitosa campaña misionera entre los gentiles en Antioquía y alrededor de ella, y desde allí fueron enviados Pablo y Bernabé en su arriesgada empresa misionera entre los gentiles. A lo menos para llegar a los gentiles, Antioquía debe haber sido un centro de servicio cristiano más o menos a partir del año 44 d. C., y continuó hasta la muerte de Pablo o aún después.

Los años que Pablo pasó en Éfeso hicieron que esa ciudad fuera importante para los cristianos. El asignó ese lugar a su discípulo Timoteo, sin duda después de su primer encarcelamiento en Roma.  Bajo el liderazgo de ese talentoso joven, esa ciudad sin duda consintió siendo un foco de actividad para Cristo. Cuando Juan asumió el liderazgo en Éfeso, la importancia de ese centro debe haber aumentado más.

Los Otros Apóstoles.- No hay información fidedigna acerca de los otros apóstoles. Sus actividades y la forma en que terminaron su vida están sumidas en mayor oscuridad que las de Juan o Pedro. Se dice que Andrés, el hermano de Simón Pedro, predicó el Evangelio en Escitia y en Tracia, al norte de Grecia, y que fue crucificado en Grecia en una cruz en forma de X, por lo cual se llama la cruz de San Andrés. Nada se sabe con certeza de la suerte de Jacobo (o Santiago) el Menor, el autor de la epístola, pero se dice que predicó en Palestina, Siria y Arabia. Según la tradición, Mateo estuvo en Partia y Persia y se deduce de la misma que no murió mártir. Matías, elegido para ocupar el lugar de Judas, según se registra en el primer capítulo de Hechos, se dice que fue uno de los setenta que Cristo mandó a predicar (Luc. 10:1), que así lo hizo en Capadocia, al norte de Cilicia (la provincia natal de Pablo), y que murió mártir, quizá en Judea. Según Josefo (Antigüedades XX. 9. l), Jacobo, el hermano de nuestro Señor, murió apedreado en los atrios del templo.

La tradición sostiene categóricamente que Marcos, el autor del Evangelio que lleva este nombre, predicó en Egipto.  Este era el joven que rehusó continuar en el primer viaje misionero con Pablo y Bernabé (Hech. 13:13), y el mismo a quien Pablo pidió que lo acompañara mientras estaba preso en Roma (2 Tim. 4:11). Se cree que él fundó la iglesia de Alejandría, y fue su principal anciano. Se dice que murió allí mártir durante la persecución desatada por Nerón. Se piensa que Natanael (Bartolomé) predicó en Arabia, y quizá en las aproximidades de la actual Etiopía; sin embargo, la tradición afirma que fue crucificado cabeza abajo en una de las provincias de Armenia.

Es obvio que la tradición confunde a Felipe el apóstol, con Felipe el diácono. El relato bíblico dice del apóstol Felipe sólo lo que se registra en el Evangelio de Juan, donde se habla de él más que en ningún otro registro evangélico. El Felipe del libro de los Hechos es el diácono. La tradición sostiene que el apóstol Felipe predicó en Frigia.

Se dice que Simón el Zelote predicó en el norte de África y que fue martirizado en Palestina en tiempo de Domiciano, el emperador que desterró a Juan a la isla de Patmos. La tradición ubica a Tomás en Partia y Persia, y en sus últimos años en Edesa, donde se dice que fue martirizado. Sin embargo, hay también una tradición según la cual Tomás predicó el Evangelio en la India, y actualmente hay en la India un grupo de cristianos autóctonos de ese país que se llaman a sí mismos cristianos de Tomás.  Lo más probable es que las actividades de Tomás no se extendieran tan lejos. 39

VIII. DESARROLLO DE LA ORGANIZACIÓN DE LA IGLESIA

El Ejercicio De La Supervisión.- En el caso de la mayor parte de las actividades de la iglesia consignadas en el relato inspirado, hay claras indicaciones de planificación y supervisión administrativa. Los apóstoles al principio estuvieron en Jerusalén, y quedaron allí aun durante la persecución que se produjo a partir del apedreamiento de Esteban. Desde Jerusalén enviaron a Pedro y a Juan para que ayudaran a Felipe en Samaria. Cuando Pedro se relacionó con Cornelio, los hermanos de Jerusalén se alarmaron y pidieron que Pedro respondiera ante ellos. Y cuando tuvo que decidirse hasta dónde debía exigirse que los gentiles se sometieran al ritual -un grave asunto-, los hermanos convocaron un concilio más o menos representativo en Jerusalén, y desde allí comunicaron a las iglesias la decisión que se había tomado. Todo esto indica que los apóstoles reconocían la validez de referir los problemas de interés general a una autoridad superior a la de las congregaciones locales.

La Conducción Del Espíritu En La Administración.- No se sabe si alguien dio instrucciones específicas a los varones de Cirene y de Chipre para que fueran a Antioquía de Siria en una misión de evangelismo, pero la obra de ellos fue considerada con aprobación por Bernabé. Cuando se creyó que era provechoso sacar ventaja del éxito de esa misión, Bernabé viajó a Cilicia y llevó a Pablo para que trabajar en Antioquía.

No se menciona que hubiera ancianos y diáconos en la iglesia de Antioquía. Los que enviaron a Pablo y Bernabé en su famoso primer viaje misionero, fueron profetas y maestros, hombres con dones específicos del Espíritu (Hech. 13:1-3). No se declara si los hermanos de Antioquía indicaron a Bernabé y a Pablo la ruta que debían seguir; antes bien se recibe la impresión de que eran guiados por el Espíritu. Es muy claro que en su segundo viaje Pablo experimentó esa dirección, porque se le impidió que entrara en ciertas provincias mientras iba en ese viaje (Hech. 16:7). El Espíritu Santo es, sin duda alguna, el supremo Guía divino para la iglesia.

Los varones dirigidos en forma señalada por el Espíritu -apóstoles, profetas, maestros y evangelistas- presidían activamente la iglesia. Los diáconos, debido a su función, estaban nombrados para supervisar la distribución de los bienes y del alimento a los miembros de la iglesia en Jerusalén; su función era esencialmente administrativa. Pero con la bendición del Espíritu, demostraron ser también evangelista de éxito. Por lo tanto, en los días del comienzo de la iglesia no se puede descubrir ninguna clara división entre los ancianos y diáconos como administradores, y los apóstoles, profetas, maestros y evangelistas como hombres guiados por el Espíritu Santo. Sin embargo, en años posteriores se hizo una clara distinción entre esas dos clases de funcionarios de la iglesia. Los ancianos y los diáconos aumentaron en poder administrativo e influencia, y los hombres dirigidos en forma especial por el Espíritu no sólo llegaron a ser menos numerosos sino que -como es evidente por los escritos de cristianos posteriores- en realidad perdieron prestigio.

El Presbiterio.- Para los que ocupaban el liderazgo en las congregaciones locales se usaban dos términos. Presbúteros (literalmente, "más anciano") era aplicado al que ocupaba un cargo respetable. Esta palabra se ha convertido en el vocablo "presbítero", que tiene el significado de "sacerdote". Debe destacarse que los sacerdotes cristianos medievales y modernos ejercen funciones litúrgicas y sacerdotales, pero los "Presbíteros" de la iglesia primitiva ni siquiera pensaron en ejercer tales funciones. El otro término es "obispo", del griego epískopos, "quien ve de arriba", "supervisor". Debe aclararse que en la iglesia primitiva estos dos títulos no indicaban dos cargos u oficios diferentes. El hecho de que se aplicaban indistintamente para el 40 mismo cargo se ve claramente en Hech. 20:17, 28, donde los ancianos de Éfeso que se encontraron con Pablo en Mileto son llamados "ancianos" y "obispos".

La misma equivalencia de estos términos se halla en la carta de Pablo a Tito (cap. 1: 5-9), donde al describir las cualidades de los dirigentes de la iglesia, se usan como sinónimos los vocablos "anciano" y "obispo". La diferencia que surge entre el término "obispo" por un lado y "presbítero" o "sacerdote" por el otro, tuvo su origen en un tiempo muy posterior al de la iglesia apostólica o la que vino inmediatamente después de los apóstoles. Clemente, dirigente de la iglesia de Roma justamente antes de la terminación del siglo I, al escribir su Primera epístola a los corintios, sólo habla de "presbíteros" (cap. 44 y 47), y para el cargo del presbiterio usa el término "episcopado", es decir "supervisión" (cap. 44). Aún más notable es el hecho de que Ireneo, dirigente de la iglesia de Lyon, en las Galias, alrededor del año 185 todavía habla de los predecesores de Víctor, dirigente de la iglesia de Roma, como "presbíteros" (Eusebio, Historia eclesiástica v. 24.14).

¿A qué se debe, pues, el uso de dos términos?  Es claro que designan la misma actividad. "Anciano" o "presbítero" es evidentemente el título del cargo; "obispo" ("supervisor") se usa como el nombre de la función de ese cargo.

Episcopado De Antioquía.- El episcopado se desarrolló a partir de los ancianos principales (ver p. 28), aunque no en todas partes con el mismo ritmo. El episcopado monárquico parece haber surgido en su forma más antigua en Antioquía de Siria. No se sabe qué sucedió allí después del encarcelamiento de Pablo alrededor del año 60 ó 61. Eusebio nombra a quienes presidieron la iglesia en Antioquía: Pedro, Evodio e Ignacio (Historia eclesiástica iii. 36.2; 22).

Pero esta tradición de un supuesto primado de Pedro en Antioquía no concuerda con el libro de los Hechos. Pedro estuvo en Antioquía "simulando" en lo que se refiere al judaísmo, y debido a esto fue reprendido por Pablo (Gál. 2:11-21). La iglesia ya estaba organizada en Antioquía, y difícilmente Pedro pudo entonces haber sido su dirigente.

En Hech. 13:1-2 se dice que los primeros líderes de la iglesia antioqueña los pneumatikói, hombres en los que se manifestaban los dones espirituales. Puede ser que algunos hombres vigorosos asumieran el liderazgo y después hubieran apresurado la declinación del poder de los hombres de los dones, que por esto mismo eran vistos con sospecha. Si se llegó a esta clase de liderazgo, el episcopado bien pudo haberse convertido en una orden eclesiástica dominante en el tiempo de Ignacio.

El Episcopado Monárquico De Ignacio.- Ignacio de Antioquía murió mártir en 116 d. C., durante la persecución desatada por el emperador Trajano. La información que tenemos en cuanto a él proviene de materiales biográficos contenidos en la tradición martirológica de la iglesia, escrita cientos de años después de su muerte. También hay epístolas atribuidas a Ignacio, como si las hubiera escrito mientras era llevado preso a Roma, pero su autenticidad es muy dudosa. Philip Schaff, historiador eclesiástico, dice de esas epístolas: "Estos antiquísimos documentos de la jerarquía pronto llegaron a estar tan interpolados, cercenados y mutilados mediante fraudes piadosos, que hoy día es casi imposible distinguir con certeza al Ignacio genuino de la historia del Ignacio exagerado y falseado de la tradición" (History of the Christian Church, t. II, p. 660).

En las Actas del martirio de San Ignacio* y en las cartas de este padre apostólico se habla de los obispos como autoridades eclesiásticas dignas del mayor respeto. En las 41 diversas epístolas aparecen frases como las siguientes: "Os conviene concurrir en el parecer del obispo; como ya lo hacéis. Porque vuestro renombrado presbiterio, digno de Dios, tanto armoniza con su obispo como las cuerdas de una cítara" (A los efesios 4). 

"Por lo tanto, es evidente que debemos mirar al obispo como al mismo Señor" (Id. 6). "Os exhorto a hacerlo todo con tesón e inteligencia con Dios, bajo la presidencia del obispo en lugar de Dios, de los presbíteros en lugar del consejo de los apóstoles, y de los diáconos, mis delicias, encargados del servicio de Jesucristo" (A los magnesios 6). "Subordinados al obispo, y los unos a los otros, como Jesucristo al Padre" (Id. 13). "Porque cuando estáis subordinados al obispo como a Jesucristo, me parecéis vivir no a modo humano, sino según Jesucristo" (A los trallanos 2). 

"Igualmente respetan todos a los diáconos como el mandamiento de Jesucristo, Hijo del Padre, y a los presbíteros como a senado de Dios y concilio de los apóstoles" (Id. 3). 41 ¡Nadie puede hacer nada de cuanto atañe a la Iglesia sin la autoridad del obispo!" (A los esmirnenses 8). "Quien hace algo sin el conocimiento del obispo, sirve al diablo" (Id. 9). (Las citas están tomadas de Sigfrido Huber, Los padres apostólicos [Buenos Aires: Desclée de Brouwer, 1949], pp. 180- 226.)     

Testimonios Contemporáneos.- Suponiendo que fueran verdaderas estas afirmaciones tomadas de los documentos de Ignacio, nos hacen llegar a la conclusión de que el episcopado en Antioquía había evolucionado hasta transformarse en una autoridad monárquica antes de la muerte de Ignacio; pero dichas afirmaciones no pueden ser tomadas tan seriamente por una razón: otros documentos de esa época, procedentes de la misma región, no presentan el ensalzamiento del episcopado que destacan las epístolas de Ignacio. Por ejemplo, la "Doctrina de los doce apóstoles" (Didajé), un documento correspondiente a algún momento del siglo II, no presenta un encumbramiento tal de los obispos. 

Este documento no es apostólico; su autor es desconocido. Como generalmente se concuerda en que sus antecedentes son sirios, proviene del mismo ambiente y de las mismas condiciones de las supuestas cartas de Ignacio.  

En la Didajé sólo se dice del episcopado: "Elegíos, pues, obispos y diáconos dignos del Señor... No los menospreciéis, porque ellos son venerables entre vosotros, junto con los profetas y doctores" (Didajé 15). Los obispos no se clasifican aquí por encima de quienes poseen dones espirituales.

Por ese mismo tiempo Clemente Romano, como también Ireneo de Lyon unos noventa años más tarde, declaran que los dirigentes de la iglesia de Roma aún eran llamados "presbíteros" en el tiempo en que Ignacio fue martirizado y hasta setenta años después. Por lo tanto, o el obispo, como lo presenta Ignacio, es la creación de una mano posterior, o los varones de Antioquía guiados en forma especial por el Espíritu Santo estaban perdiendo muy rápidamente su liderazgo y su lugar estaba siendo ocupado por dirigentes elegidos en forma eclesiástica, y se estaba constituyendo un episcopado fuerte con una rapidez sumamente notable.

Sucesión Apostólica.- Un poco antes del año 200 d. C., Ireneo, dirigente de la iglesia en las Galias, elaboró una teoría bien definida del episcopado. La presenta en su tratado Contra herejías (libro iii). Su tesis es que los apóstoles transmitieron la verdadera enseñanza cristiana a los obispos, a quienes se daba por sentado que eran sucesores de aquéllos. Sostiene que los obispos de las iglesias fundadas por los apóstoles fueron los que conservaron la tradición sagrada. En esta tesis está el comienzo de la teoría de la sucesión apostólica.

El Establecimiento Del Episcopado.- La primera clara evidencia del obispo como líder dominante de diversas congregaciones se ve en los escritos de Cipriano, obispo de las iglesias cuyo centro estaba en Cartago, norte del África. Cipriano fue 42 martirizado en el año 258 d. C. Eusebio, el historiador eclesiástico, llama "obispos" a todos los dirigentes de la iglesia, aun desde tiempos más antiguos. Sin embargo, al hacerlo está hablando, por supuesto, desde el punto de vista común en 324 d. C., tiempo en que los obispos eran totalmente monárquicos en su autoridad, prácticamente en todas partes. Es claro que también usa la terminología propia del siglo IV.

Causas Del Ensalzamiento De Los Obispos.- En lo que a autoridad eclesiástica se refiere, los sucesores de los apóstoles eran en realidad los ancianos principales. Se necesitaron años para que el cargo de anciano evolucionara hasta convertirse en un episcopado monárquico.

Las causas de su evolución son claras:

1. El obispo metropolitano. Los ancianos que presidían en las ciudades más grandes, alcanzaron en la iglesia un prestigio en proporción a la importancia de las ciudades donde estaban. Aunque el grupo de creyentes en determinado lugar era considerado una iglesia, había varias congregaciones que se reunían en diferentes lugares dentro de un municipio. Como el cristianismo era una sociedad ilegal que no podía tener propiedades, cada grupo usaba un hogar o alquilaba algún lugar para reunirse. El anciano principal presidía sobre ese conjunto de pequeñas congregaciones. Mientras más grande fuera la ciudad, su puesto era más honroso.

2. El obispo y las Escrituras. El anciano que presidía era el guardián de las Escrituras y de las verdades contenidas en ellas, así como el dispensador de la "regla de la fe" apostólica. Los ejemplares de las Escrituras deben haber sido relativamente escasos, puesto que se escribían a mano. Las porciones de las Escrituras mejores y más completas eran puestas en las manos del anciano principal, que era su guardián. Así se convirtió en la personificación de la ortodoxia, un exponente de "la fe que ha sido una vez dada a los santos" (Jud. 3). Posteriormente, hubo persecuciones dirigidas contra el obispo como guardián de las Escrituras y, a los que bajo amenazas entregaban las Escrituras, la iglesia los enjuiciaba como "traidores".

3. El obispo y la ortodoxia. El anciano que presidía estaba en posesión de las Escrituras, y por eso se convirtió en una norma de ortodoxia. Al evolucionar su cargo convirtiéndose en lo que fue más tarde el episcopado, se lo consideraba como el sucesor de los apóstoles (Ireneo, Contra herejías iii. 3. 3) y el intérprete de la verdad. Por lo tanto, tenía la responsabilidad de proteger a la iglesia contra los ataques de los herejes. Ya se ha señalado la inquietud apostólica de Juan y Pablo al oponerse a las herejías. (Ver pp. 34, 37 acerca del tema de las primeras herejías.) Como pastores de la grey, los ancianos principales de las iglesias usaban su autoridad creciente para enfrentarse a los que procuraban descarriar a los creyentes, y su éxito en esa misión aumentaba su poder e influencia.

4. El obispo y las finanzas de la iglesia. Las finanzas de la iglesia estaban en manos de los ancianos que presidían.  En este asunto administrativo no se sabe con claridad cómo se efectuó la transición de los "siete varones de buen testimonio" (Hech. 6:3) de los primeros días apostólicos, al anciano principal e incipiente obispo. Pero a mediados del siglo II, el "presidente" recibía las ofrendas y las distribuía mayormente a los pobres. Esto le daba una gran categoría dentro de la iglesia, y de ese modo aumentaba el poder del naciente episcopado. Justino Mártir dice en cuanto a la ofrenda tomada en el "día del Señor": "Lo que se recoge es depositado con el presidente, el cual socorre a los huérfanos y a las viudas, y a aquellos a quienes por enfermedad u otra causa están en necesidad, y a los que están presos y a los forasteros de paso entre nosotros y, en una palabra, cuida de todos los que están en necesidad" (Primera apología 67).

Una carta escrita alrededor del año 251 d. C. por Cornelio, obispo de Roma, muestra la extensión de la obra de caridad de la iglesia y la influencia del obispo que 43 distribuía las dádivas. La carta afirma que en la iglesia de Roma "hay cuarenta y cuatro presbíteros; siete diáconos y otros tantos subdiáconos; cuarenta y dos acólitos; cuarenta y dos exorcistas y lectores con los estiarios; por último, más de mil quinientas viudas con los enfermos y necesitados. A todos los cuales facilita sustento la gracia y benignidad de Dios" (Eusebio, Historia eclesiástica vi. 43.11).

5. El obispo y la persecución. En tiempos de persecución, con frecuencia los dirigentes de la iglesia se convertían en verdaderos héroes al guiar a los hermanos, aconsejándolos en su lucha contra las duras autoridades civiles y al dar un ejemplo de fortaleza y valor. Acerca de obispos posteriores que, habiendo sobrevivido a la persecución de Galerio y Diocleciano, estaban reunidos en Nicea para el gran concilio del año 325 d. C., el historiador eclesiástico Teodoreto hace notar que "tenían el aspecto de un ejército de mártires congregados" (Historia eclesiástica i. 6). Allí estaban presentes obispos que habían perdido el ojo derecho que, en el caso de algunos, les había sido sacado quemándoselo con un hierro candente; otros cuyos miembros habían quedado inválidos debido a diversas clases de torturas; otros cuyo brazo derecho quizá había sido arrancado de su articulación.  Esta clase de perseverancia bajo la persecución y la capacidad de liderazgo así demostrada, aumentaban el poder de los dirigentes de la iglesia.

6. La Declinación de los pneumatikói. Hubo una causa negativa para el aumento de poder de los principales dirigentes de la iglesia: la disminución en la eficacia e influencia para el bien de los pneumatikói, los hombres de los dones espirituales. No se puede determinar ahora si la declinación se produjo más por un deterioro provocado dentro del grupo o debido a la presión de parte de agresivos dirigentes de iglesia, que pudieron sentir que sus funciones ejecutivas eran interferidas por hombres que atribuían el origen de sus facultades y dones al mismo Espíritu Santo. Sin duda ambos factores cooperaron para producir la declinación.

Se ha sugerido que esta decadencia de los hombres de los dones ya había comenzado cuando se escribió la Didajé, a la que ya se ha hecho referencia. En ese documento se advierte a los creyentes lo que deben hacer si "el que enseña se pervirtió y enseñare otra doctrina". "Todo apóstol que llegue a vosotros ha de ser recibido como el Señor. Pero no se quedará por más de un día o dos, si hace falta; quedándose tres días, es un falso profeta. Al partir, el apóstol no aceptará nada sino pan para sustentarse hasta llegar a otro hospedaje. Si pidiere dinero, es un falso profeta... Pero no cualquiera que habla en espíritu es profeta, sino sólo cuando tenga las costumbres del Señor... Pero todo profeta que enseña la verdad, y no hace lo que enseña, es un profeta falso... Mas quien dijere en espíritu: Dadme dinero, u otra cosa semejante, no lo escuchéis" (Didajé 11). Es difícil suponer que se hubieran pronunciado tales advertencias sin que hubiera una causa: el deterioro de los que decían tener los dones del Espíritu.

La misma situación se revela en un escrito de ficción, producido quizá en Roma por Hermas, conocido como hermano de Pío, dirigente de la iglesia de Roma a mediados del siglo II. Esa obra, llamada El pastor, contiene las supuestas visiones y admoniciones de uno que aseguraba que tenía el don profético. Fue muy apreciada por los cristianos de los siglos III y IV. Hubo quienes insistieron mucho para que se la incluyera en el canon del Nuevo Testamento.

Pero mientras Hermas afirmaba que era profeta de Dios, no vacilaba en señalar la falsedad de algunos que en sus días pretendían tener dones espirituales. Por ejemplo: "Aquel que está sentado en la cátedra es un seudoprofeta, que destruye el entendimiento de los siervos de Dios... Y aquel seudoprofeta, no teniendo en sí poder alguno del espíritu divino, les habla sobre sus preguntas (y conforme 44 a los deseos de su maldad de ellos), y llena sus almas como ellos mismos lo quieren... Porque el que así consulta al seudoprofeta sobre un negocio cualquiera, es un idólatra, vacío de la verdad e insensato" (El pastor de Hermas, Precepto undécimo). Después sigue un análisis de las cualidades de un verdadero profeta y una comparación con las características del falso profeta.

En otro lugar habla de "doctores difíciles, tercos y complacidos en sí mismos, dándose aires de saberlo todo, cuando en realidad nada saben a fondo. Por esta su terquedad, pues, la inteligencia ha huido de ellos, y ha entrado en ellos una tonta insensatez. Pero ellos se ensalzan a sí mismos como personas entendidas, y siendo necios, pretenden aparecer como doctores" (Id., Semejanza 9. 22).

En contraste habla de los verdaderos profetas. "Los apóstoles y doctores que predicaron en todo el mundo, y con piedad y pureza enseñaron la palabra del Señor, sin apartarse jamás de ella a causa de malas codicias, sino que siempre procedieron por la justicia y verdad, así como habían recibido al Espíritu Santo. Estos tales, pues, tienen su lugar junto con los ángeles" (Id., Semejanza 25.2).

Más adelante describe a los "obispos y personas hospitalarias que siempre, con placer y sin falsedad acogieron a los siervos de Dios en sus casas". Estos son los obispos que "ampararon en todo tiempo y constantemente con su ministerio a los menesterosos y a las viudas y llevaron siempre una conducta pura. Afirma que "todos estos, pues, estarán siempre amparados por el Señor" (Id., Semejanza 27. 2).

Teniendo en cuenta las pruebas presentadas, debe entenderse el siglo II como el tiempo cuando la eficacia y la influencia de los varones de los dones espirituales fueron declinando permanentemente, debido a abusos entre ellos y al poder y a la influencia crecientes de los dirigentes elegidos, especialmente del anciano principal o presidente. Esta función de supervisor se fue destacando de tal manera, que el obispo se convirtió en una clase diferente de dignatario eclesiástico. El pastor de Hermas debe entenderse como un esfuerzo de parte de alguien en la iglesia para establecer de nuevo la autoridad del don de profetizar; pero el esfuerzo fue vano.

Con el eclipse de los dones espirituales y con la ocupación de toda la autoridad eclesiástica por los dirigentes regulares, se produjo una declinación del vigor espiritual y de la pureza doctrinal de la iglesia primitiva.

Hubo otra reacción contra la declinación de los pneumatikói, la cual estuvo constituida por el movimiento llamado montañismo (ver p. 53). Pero los montañistas se fueron a los extremos, y cayeron bajo la condenación de la iglesia. Por eso su influencia fue dañina para la causa de los hombres de los dones espirituales, y más bien apresuró su deterioro.

IX. DE LOS RITOS A LOS SACRAMENTOS.

El Bautismo.- El bautismo es el primer rito con que se encuentra el lector del registro evangélico. Era practicado por Juan el Bautista y por los discípulos, por instrucción de Jesucristo, quien también fue bautizado. Los apóstoles bautizaron posteriormente en cumplimiento de la gran comisión evangélica.

Pero el bautismo tiene una historia aún más antigua. Los que eran sometidos por los sacerdotes a un régimen de purificación, eran bañados. En los días posteriores del judaísmo, esas abluciones eran, por lo menos, cumplidas por inmersión (ver Mishnah Mikwaoth). También los prosélitos ganados para la fe judía pasaban por un bautismo por inmersión cuando se incorporaban a la comunidad de los israelitas. Los esenios parece que también daban importancia a los lavamientos ceremoniales.

Por lo tanto, cuando Juan el Bautista se presentó predicando su mensaje de arrepentimiento, 45 era natural que ofreciera una ceremonia de lavamiento a los que respondían a su mensaje. Mucha de su predicación la hizo en zonas rurales, en el "desierto", donde vivía poca gente. Cuando las personas iban a Juan arrepentidos y confesando sus pecados, él las llevaba al Jordán.

Jesús mismo se sometió al bautismo a manos de su primo Juan, no en arrepentimiento por sus propios pecados, pues no los tenía, sino en relación con su obra como Redentor. Lo hizo para cumplir con "toda justicia" (Mat. 3:15), para dar cada paso de la vida cristiana, no para su propia salvación sino para el mundo. Al participar Jesús de ese rito, dio a sus seguidores un ejemplo, y al mismo tiempo en su propia persona unió el rito con la verdad de la salvación. Aquí también, por primera vez, el don del Espíritu Santo acompañó al rito del bautismo.

Jesús mismo no bautizaba después de comenzar su obra pública; sus discípulos oficiaban en ese rito. El bautismo llegó a ser una práctica general en la iglesia cristiana, y ha continuado siendo el medio de iniciar a los miembros nuevos al entrar a la iglesia, ya sea en la infancia, o al llegar al uso de razón, o siendo adultos, de acuerdo con las diferentes prácticas de los diversos grupos cristianos.

Que el bautismo de Juan no era suficiente para los que se convertían en seguidores completos de Cristo, se demuestra porque Pablo rebautizó a algunos que vinieron a él en Éfeso, que sólo habían sido bautizados por el bautismo de Juan y que, como lo descubrió Pablo, no sabían nada del Espíritu Santo. El los instruyó más en el camino del cristianismo, los instruyó acerca del Espíritu Santo, y los rebautizó. En ese momento recibieron el bautismo del Espíritu Santo y hablaron en lenguas (Hech. 19:1-7).

En la gran comisión que Jesús dio a sus discípulos, les ordenó que bautizaran a los conversos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; pero con frecuencia se registra el bautismo administrado en el nombre de Jesús, como la figura central de la presentación del plan de salvación. Esto no significa que no se usaba la fórmula bautismal regular de la comisión. Significa sencillamente que se destacaba el nombre de Jesús en la obra del Evangelio. El bautismo era por inmersión, y desde los primeros casos, como los bautismos del etíope y de Cornelio en Cesarea, efectuados por Felipe y Pedro respectivamente, era una ceremonia sencilla desprovista de un ritual complicado. En cada caso de bautismo que se registra, se daba instrucción antes de administrar el rito.

Sin embargo, no mucho después de la era apostólica se produjeron en la iglesia notables cambios en el rito del bautismo. No sólo se transformó en toda una ceremonia la administración del bautismo, sino que su significado y aun la forma del rito sufrieron un cambio. A mediados del siglo II, el autor de la Didajé escribió que para el bautismo sólo debe usarse agua viva, es decir, que corra; y que si no es posible bautizar en agua en movimiento o en agua detenida, es permitido derramar agua sobre la cabeza del candidato (Didajé 7). Aquí hay un cambio profundo en la comprensión del significado del rito, porque derramar agua nunca puede representar adecuadamente la muerte al hombre viejo de pecado y la resurrección a novedad de vida simbolizadas por la inmersión, como lo enseña Pablo (Rom. 6:3-4). 

La Didajé también pide una triple inmersión, una añadidura que sin duda se usó desde antiguo en la ceremonia. Tertuliano (c. 225 d. C.) habla de la triple inmersión practicada en sus días como una "señal más amplia" del voto bautismal, y acompaña su afirmación con una descripción de una ceremonia bautismal muy complicada (De Corona 3).

En esos mismos tiempos se estaba efectuando un cambio mucho más significativo en la práctica y el significado del bautismo.  Tertuliano sostenía a comienzos del 46 siglo III que no había necesidad de bautizar a los párvulos, porque el bautismo no era necesario para su salvación. Prefería un bautismo "cuando han llegado a conocer a Cristo" (De baptismo 18). El hecho de que se opusiera al bautismo de los párvulos, señala que se practicaba en ese tiempo. Orígenes (m. c. 254), contemporáneo más joven de Tertuliano, declaró que el bautizar a los niños era una "tradición de los apóstoles" (Comentario sobre Romanos, v. 9).

Y Cipriano instaba, casi al mismo tiempo, que el bautismo no debía ser negado a un párvulo "que se acerca con más facilidad, por esta misma razón, a la recepción del perdón de pecados; que a él le son perdonados, no sus propios pecados, sino los pecados de otro" (Epístola 58, A Fidus).

Este concepto de que el bautismo lava el pecado original heredado de Adán se convirtió, especialmente en el Occidente, en la razón dominante para administrar el rito a los niños. El bautismo llegó a ser considerado como un rito salvador. Se creía que el pecador estaba condenado si no recibía el bautismo.

De este modo el bautismo se transformó de un sencillo rito simbólico, con un profundo significado interno espiritual, en un sacramento.*

A medida que el cargo del anciano principal evolucionaba hacia un obispado monárquico, el obispo se fue convirtiendo en el depositario exclusivo del derecho de administrar el bautismo o de autorizar su administración. Al convertirse el hantisísmo en algo sacramental, se acrecentó la autoridad del obispo como si tuviera un poder sobrenatural que no poseían otros cristianos. La evolución simultánea de la Cena del Señor convertida en un rito que implicaba un poder sobrenatural (ver "La Cena del Señor"), también favoreció el desarrollo de la preeminencia del clero. El obispo llegó a ser un instrumento necesario para salvar a los pecadores, sin cuya ministracion no podía haber salvación. Esto significó el restablecimiento del sacerdocio en la iglesia cristiana, apesar de que la institución sacerdotal se había hecho innecesaria con el comienzo del ministerio de Jesucristo como Sumo Sacerdote en el santuario celestial.

De esta manera hubo una triple sucesión de errores: (1) La falsa doctrina de la herencia del pecado original; (2) la perberción del bautismo al cambiar el rito de una sola inmersión del adulto a una triple aspersión de agua sobre la cabeza de un niño; (3) el hecho de dar al bautismo un significado sacramental, y hacer del obispo un sacerdote sacramental: una parodia del plan de salvación, una sustitución del sacerdosio de Cristo y una apostasía de la verdadera senda cristiana. Esta apostasía se convirtió en una realidad en la iglesia afines del siglo III.

La Cena Del Señor.- Una evolución paralela tuvo lugar en el caso de la Cena del Señor. La comida de confraternidad se practicaba tanto entre los judíos como entre 47 los paganos. Se pedía que los hebreos emplearan las ofrendas de paz en una comida tal. La cena pascual era una comida cuyos ingredientes estaban estrictamente prescritos y de ella participaba el grupo familiar, o un grupo de amigos que habían ido juntos a Jerusalén para la fiesta. Cuando se acercaba la última pascua del ministerio de Jesús, él expresó su deseo de comerla con sus discípulos (Luc. 22: 15). Se hicieron los preparativos para tal fin, y la noche del jueves de la semana de la crucifixión, la víspera o comienzo de la parte oscura del 14 de Nisán, Jesús comió la pascua con sus discípulos (ver la 1.ª Nota Adicional de Mat. 26).

Probablemente al comienzo de la ceremonia, Jesús lavó los pies de sus discípulos. Luego estableció la Cena del Señor. Tomó el pan sin levadura, plano y delgado, de la cena de la pascua judía, y la copa que contenía el "fruto de la vid" Como los evangelistas invariablemente llaman a la bebida de la cena, y compartió esos elementos de la comida con sus discípulos. De acuerdo con la información proporcionada por el apóstol Pablo (1 Cor. 11:23-26), Cristo los instruyó para que participaran del pan y del "fruto de la vid" como una representación de su cuerpo herido mortalmente cuando llevó los pecados del mundo, y de la sangre que derramó al morir por los hombres. Esos emblemas deberían anunciar la muerte de Cristo hasta que él volviera por segunda vez. Sin embargo, se introdujeron cambios extraños. Veinticinco años después de la muerte de Jesús puede verse que ya se había convertido en una costumbre, por lo menos en Corinto, que los miembros de la iglesia llevaran a esas reuniones alimento y vino para comer y beber (1 Cor. 11:20-21). Pablo reprendió a los corintios por su exclusivismo y egoísmo manifestados en esos festines.

La fiesta que acompañaba a la Cena del Señor era llamada agáp', o fiesta de amor. Judas se refiere a ella (vers. 12) y al mismo tiempo indica que había elementos adversos en la fiesta de amor. El reproche de Judas y la crítica de Pablo en cuanto a la fiesta de amor, y quizá el sentimiento cristiano en general acerca de los abusos, sin duda hicieron que esta característica del rito se esfumara de la práctica de la iglesia, y sólo quedara la sencilla Cena del Señor. 

A comienzos del siglo II se usa en las epístolas de Ignacio (A los filadelfos 4; A los esmirnenses 7-8) la palabra griega eucaristía, "acción de gracias", para la Cena del Señor. De este vocablo deriva "eucaristía", nombre específico para la Cena del Señor.

El rito de la Cena del Señor continuó evolucionando. En el siglo II la Didajé ya daba el nombre de sacrificio a la Cena del Señor (14), y desde el tiempo de Gregorio de Nisa (In Christi resurrectionem, Oratio I) esta expresión se hace más frecuente. De este modo creció la convicción de que la eucaristía significaba una repetición del sacrificio de Cristo.

Adviértase la transición: al comienzo la Cena del Señor fue un servicio de acción de gracias, como lo muestra claramente el término "eucaristía".

Era un servicio conmemorativo en el que participaban los que creían que ya habían recibido el don de la salvación, por lo cual manifestaban su gratitud participando de los emblemas prescritos. Sin embargo, gradualmente y a través de los pasos indicados, la cena se convirtió en un medio de salvación, como una repetición del sacrificio del Señor. En esta forma la cena, como el bautismo, se convirtió en un rito salvador, y de la misma manera hizo necesario un intercesor para administrarlo como un proceso sacramental. Tanto en la eucaristía como en el bautismo, el obispo era el intercesor oficiante, haciendo de sacerdote en el sentido del Antiguo Testamento o aun casi en el sentido pagano. Este cambio de la Cena del Señor como un reconocimiento de la salvación recibida a un ritual realizado como un medio de salvación, y de un servicio de acción de gracias a un sacramento, no fue, de ninguna manera, una evolución inocente; fue una apostasía. Debido a este cambio, realizado sin autorización ni base 48 bíblica en la interpretación de la naturaleza del bautismo y de la Cena del Señor, un sacerdocio cristiano intercesorio -una verdadera contradicción de términos- llegó a ser una necesidad eclesiástica y sacramental. La ambición de destacarse, siempre presente en el corazón humano, hizo que los hombres que tenían autoridad eclesiástica sintieran intensos deseos de cumplir con esas funciones. El sacerdocio humano en la iglesia cristiana se convirtió en un hecho consumado a mediados del siglo III.

X. EL CULTO CRISTIANO

En ninguna parte del Nuevo Testamento se describe un servicio de culto cristiano. Hay indicios en Hech. 2 y 20 y en 1 Cor. 11 y 14; pero hay que recurrir a fuentes extrabíblicas para el programa de culto.

Plinio Y El Culto Cristiano.- La descripción más antigua de un servicio de culto cristiano procede de la pluma de un escritor pagano. Plinio el Joven (62-114 d. C.) era gobernador del Ponto, en la costa meridional del mar Negro. Había sido nombrado para ese cargo por el emperador Trajano. Plinio es mejor conocido como un hombre de letras que escribía en un latín tan precioso, que se han preservado sus epístolas; entre éstas se encuentra su amplia correspondencia con el emperador. En una de sus cartas describe lo que le pasó en el Ponto con la naciente secta de los cristianos (Cartas x. 96), y le cuenta al emperador lo que estaba haciendo para detener el crecimiento de la secta. En el curso de su informe describe un servicio de culto cristiano usando la información obtenida de algunos que encarceló por estar acusados de ser seguidores de Cristo.

Fuentes Documentales Cristianas.- Hay también dos fuentes documentales cristianas que dicen qué sucedía cuando se reunían los cristianos para adorar a su Señor. Una es el documento anónimo ya citado, la Didajé. Esta no da la secuencia u orden del servicio formal de culto, pero sí proporciona abundante información en cuanto a lo que hacían los cristianos a mediados del siglo II. La otra fuente documental es la Primera apología (67) de Justino Mártir, dirigida al emperador romano Antonino Pío (138-161 d. C.). Se presenta una clara descripción en la que se sigue el orden de un culto cristiano tal como se celebraba en ese tiempo en la ciudad de Roma, que probablemente era similar a los cultos realizados en otras partes.

Los cristianos eran, según ya se ha dicho, una secta ilegal que no podía poseer ninguna propiedad. Por lo tanto se reunían en los hogares de sus miembros (Rom. 16:5; 1 Cor. 16:19; Col. 4:15) o en lugares alquilados. Las reuniones, por lo menos en los tiempos de persecución, se celebraban muy de mañana (Plinio), quizá para evitar ser descubiertos. 

Las reuniones semanales estaban destinadas principalmente a los miembros de iglesia o para los que estaban sinceramente interesados. En los primeros días quizá se hacía poca propaganda pública para las reuniones cristianas, y se procuraba que no hubiera una asamblea pública general.  Plinio describe las reuniones para el culto como celebradas "en cierto día fijo" (Cartas x. 96), pero no identifica el día.

El Orden Del Servicio.- El servicio era muy sencillo, con un mínimo de programación o formalismo. La reunión comenzaba con un canto congregacional, en el que sin duda se empleaban los salmos (Efe. 5:19), y quizá salmodiaban o recitaban alguna sencilla declaración de fe cristiana, lo que quizá sugieren algunos pasajes de las Escrituras como 1Tim. 3:16; 2 Tim. 2:11-13. Plinio informa que "se comprometían con un solemne juramento a no hacer ningún acto malo, a no cometer nunca fraude, robo o adulterio, a nunca falsear su palabra, a no desconocer un crédito" (Ibíd.). Según Justino Mártir (Primera apología 67), había una lectura de las Escrituras, 49 lo que en el tiempo cuando escribió Justino (152 ó 153 d. C.) incluía por lo menos partes del Nuevo Testamento. 

Esa lectura bíblica no era evidentemente sólo un pasaje o dos, sino más bien largas porciones. Se entenderá fácilmente la razón de esto si se recuerda que en ese tiempo todas las copias de las Escrituras se hacían a mano, y que eran pocos los miembros de la iglesia que las poseían. El conocimiento bíblico de casi todos los cristianos era obtenido de las lecturas que oían. La lectura era seguida por comentarios de las porciones escogidas, lo que era hecho por una persona nombrada para ese día; sin duda generalmente por el anciano principal, si estaba presente en esa reunión, o por uno de los ancianos asociados. Cuando terminaba el sermón, la congregación se ponía de pie y oraba.

Una comparación de este culto cristiano primitivo con los celebrados en las sinagogas judías (ver t. V, pp. 59-60) revela parecidos tan notables, que es correcto llegar a la conclusión de que en muchos aspectos el orden del culto cristiano fue una imitación del judío.

Por lo que dice Plinio, parece que después de realizarse esta parte del servicio, se despedía a la congregación. Luego de un breve intervalo, se reunían nuevamente sólo los que eran miembros bautizados de la iglesia y celebraban la Cena del Señor. Según Justino Mártir, en este momento se recogían las ofrendas.

Es difícil saber hasta qué punto se empleaba para la comida de confraternidad lo que se traía como ofrenda. Según 1 Cor. 11:18-22, los miembros traían su propio alimento para comer en la ágape que precedía a la Cena del Señor. Justino Mártir parece insinuar que algunas de las cosas que se llevaban como ofrendas se usaban en la Cena del Señor.

Se llevaba algo del pan y del vino de la cena a los enfermos. Dinero, alimentos y vestidos que se habían entregado en las ofrendas se distribuían a los forasteros, los pobres y los que estaban en prisión por causa de su fe. La responsabilidad de la distribución descansaba sobre el anciano presidente. Parece que durante muchos años, por lo menos algunos de los cristianos de origen judío continuaron reuniéndose sábado tras sábado en las sinagogas judías (Hech. 15: 21). Es comprensible que no desearan separarse de sus hermanos judíos.

Más añadiduras y complicaciones del culto cristiano aparecen en documentos posteriores, tales como los escritos de Tertuliano (comienzos del siglo III) y en la obra anónima llamada Constituciones apostólicas, que contiene materiales de los siglos III d. C.

XI. DÍAS DE GUARDAR

El Día De Reposo.- Ni los escritores inspirados del Nuevo Testamento ni los escritores del siglo II se ocupan particularmente del día propio para el culto de los cristianos. Es cierto que Pablo amonesta a los cristianos de origen judío que no olviden de reunirse (Heb. 10:25); pero en este lugar de sus escritos Pablo no se refiere a ningún día de observancia especial.

Mientras estuvo en la tierra Cristo asistía a la sinagoga (Mat. 13:54-58; Mar. 1:21-29; 6:16; Luc. 4:16-38). Su presencia en la sinagoga en el día sábado era un acto que formaba parte de su culto personal, de "su costumbre"; no iba allí meramente porque buscaba una oportunidad de instruir a los judíos. Esto es evidente por su estilo de vida y por los hechos del relato evangélico. El hecho de que Jesús hiciera en sábado cosas desagradables para los dirigentes judíos, como la curación de enfermos y el negarse a reprender a sus discípulos porque recogieron manojos de espigas en el día de reposo, de ningún modo se debió a que menospreciase el sábado. Cristo actuaba así para inducir al pueblo judío a que abandonara las irrazonables 50 prácticas tradicionales que convertían la observancia del sábado en una carga. De acuerdo al relato evangélico, Jesucristo murió poco antes de la puesta del sol que indicaba el comienzo del sábado, descansó en la tumba el sábado (DTG 719) y resucitó temprano el primer día de la semana. Sin duda era el plan divino que descansara en la tumba durante el sábado de esa última memorable semana. Y mientras reposaba en la tumba, sus seguidores observaron el sábado "conforme al mandamiento" (Luc. 23:56).

El apóstol Pablo menciona una y otra vez que en las ciudades en donde se encontraba en sus viajes misioneros iba a la sinagoga en el día sábado. Sin duda lo hacía no sólo para evangelizar sino también para rendir culto. En su primer viaje misionero, cuando en Antioquía de Pisidia asistió a la sinagoga en sábado, habló a los que estaban allí, y después los gentiles de la ciudad pidieron que les predicara en la sinagoga el sábado siguiente, lo cual hizo (Hech. 13:14-16, 42-44). En Tesalónica, en su segundo viaje misionero, "Pablo, como acostumbraba, fue a ellos [los judíos], y por tres días de reposo discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras" (Hech. 17:23).  En Corinto, donde Pablo permaneció 18 meses, se ganaba la vida trabajando en su oficio, fabricando tiendas, junto con sus compañeros, Aquila y Priscila (Hech. 18:23). Es imposible pensar que Pablo, viviendo con judíos, trabajara en día sábado mientras estuvo allí. Al contrario, se declara que "discutía en la sinagoga todos los días de reposo" (vers. 4), hasta que se retiró (vers. 7) debido a la oposición de los judíos frente a su evangelismo. Es completamente razonable creer que Pablo después de su expulsión de la sinagoga, continuó observando el sábado como antes.

Los escritores de los Evangelios sólo mencionan el sábado como el día semanal de culto.  Juan dice de sí mismo que estuvo en el Espíritu en el "día del Señor" (Apoc. 1:10), y el sábado es el día del cual Jesucristo es Señor (Mat. 12:8; Mar. 2:28). Este es el "día santo" del Señor (Isa. 58:13) y el día de reposo del Señor de los Diez Mandamientos (Exo. 20:10). Además, el autor del Evangelio de Juan, que escribió también el Apocalipsis, no reconocía sino un solo día semanal santo, el sábado. El único otro día que menciona Juan se conoce con el sencillo nombre de "primer día de la semana" (cf.  Juan 5:1-9 y Juan 9:6-14 con Juan 20:1,19). Como Juan escribió el Evangelio alrededor del mismo tiempo en que escribió el Apocalipsis, o quizá después, tuvo amplia oportunidad para dar al primer día de la semana un título especial, y aun decir que debía ser observado especialmente por los cristianos; pero no lo hizo. El hecho de que los escritores del Nuevo Testamento no discutan sobre cuál día debe guardarse, es la mejor evidencia posible de que no había duda en sus mentes en cuanto a esto. Los cristianos guardaban el sábado, séptimo día de la semana, durante el tiempo de los apóstoles. Hay abundantes pruebas de que muchos de ellos lo guardaron durante siglos.

Los Días Anuales De Reposo.- Después de que Cristo murió en la cruz, dejaron de tener vigencia ciertos ritos de la ley de Moisés. Eso estaba claramente predicho en Dan. 9:24-27, donde se profetiza que "a la mitad de la semana [el Mesías] hará cesar el sacrificio y la ofrenda". Cuando Cristo murió en la cruz, el velo del templo se rasgó "de arriba abajo"; con eso Dios indicó que, mediante la intercesión del Señor Jesucristo, estaba abierto el camino al verdadero santuario, el celestial, y que los sacrificios que diariamente había ofrecido el pueblo hebreo ya no necesitaban ofrecerse más (Mat. 27:50-51).

Eran tres las solemnes fiestas anuales en las cuales debían presentarse todos los varones israelitas en el templo: la pascua, Pentecostés y los tabernáculos (Lev. 23). 51  

Estos "días de reposo" se celebraban "además de los días de reposo de Jehová" (Lev. 23:38), es decir, además del "séptimo día" de la semana, el día de reposo, en el cual no se hacía ningún trabajo, y que debía observarse no importaba dónde estuvieran los hebreos (Lev. 23:3). En el Antiguo Testamento, tanto el sábado semanal, como las fiestas anuales, aparecen designados como "sábado" (Heb. shabbat), o sea "día de cesar", "día de descansar". En la RVR este vocablo se traduce comúnmente como "día de reposo".* 

Las fiestas anuales, unidas por un lado al calendario agrícola de Palestina, prefiguraban por otra parte la obra de Jesucristo.  Como símbolo, perdieron validez cuando vino la realidad.  Por ejemplo, Pablo afirma que "nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros" (1Cor. 5:7).   

Pablo escribe a los gálatas advirtiéndoles en contra de la observancia de ciertos días. "Guardáis los días, los meses, los tiempos y los años"(Gál. 4:10), les dice con tristeza. No especifica si se trata de ceremonias paganas o días de fiesta judíos. Sin embargo, no hay duda de que, al hablar en Colosenses de la observancia de días especiales, habla de las fiestas conocidas y observadas por los judíos. "Por tanto, nadie os juzgue en comida [Gr. 'manera de comer'] o en bebida [Gr. 'mainera de beber'], o en cuanto a [manera de observar] días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir" (cap. 2:16-17). Si bien este pasaje es interpretado en diversas formas (ver com. Col. 2:16-17), es claro que aquí Pablo reafirma la gloriosa libertad del cristiano que no necesita preocuparse más por los reglamentos rituales que controlaban la manera como los judíos vivían y celebraban las fiestas religiosas.

Pero, a pesar de referirse a estas fiestas como sombras, el Nuevo Testamento deja en claro que los primeros cristianos no habían dejado totalmente de lado la celebración de las fiestas anuales. Las solemnes fiestas judías aparecen como fechas clave en el calendario de los cristianos. 

 También es evidente que, hasta cierto punto, seguían celebrando esos sábados (o "días de reposo") anuales. Por ejemplo, Pablo escribió a los corintios que estaría en Éfeso hasta Pentecostés (1 Cor. 16:8). Asimismo al apóstol no le pareció bien detenerse en Éfeso al concluir su tercer viaje misionero, pues creyó que debía apresurarse para llegar a Jerusalén, a fin de estar allí en el día de Pentecostés (Hech. 20:16). El dejar de lado las fiestas anuales la pascua, Pentecostés y los tabernáculos parece haber sido difícil para quienes estaban acostumbrados a festejar con todos sus hermanos judíos esas grandes ocasiones.

Es evidente, por lo que dice el Nuevo Testamento, que después de la muerte de Cristo algunos elementos básicos del judaísmo quedaron sin mayor valor:

1. Los sacrificios de diversas clases, que los hebreos ofrecían como parte del plan de salvación que se iba desplegando ante ellos, ya no fueron necesarios.

2. La circuncisión, marca que llevaban los varones hebreos desde antes de que tuvieran uso de la razón o que se practicaba en los adultos que aceptaban la fe judía, no fue más exigida como muestra de adhesión a la comunidad de los fieles (Hech. 15).   

Este rito desapareció con el primer advenimiento del Señor, pues después de que viniera Cristo ya no hubo un único grupo con el cual Dios hacía su pacto, lo que antes se evidenciaba en los hombres mediante la  circuncisión. La familia de Cristo 52 pasó a estar formada de personas provenientes de todas las naciones, todas las razas, y todas las condiciones humanas (Gál. 3:28-29).

3. Las fiestas anuales, con sus correspondientes días de reposo, eran "sombra de lo que ha de venir", representación del Mesías y de la salvación que proporcionaría a los creyentes. Una vez iniciada la dispensación evangélica la celebración de estas fiestas no tuvo más sentido.

Ya en el concilio de Jerusalén se discutió lo que debía exigirse de los gentiles que se convertían al cristianismo. Se logró el triunfo de la libertad cristiana, los ritos y las ceremonias propiamente de los judíos no fueron más necesarios. Sin embargo, es evidente que por largo tiempo algunos de los cristianos no pudieron aceptar la sencillez y la libertad del mensaje evangélico. A éstos Pablo exhorta a estar "firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres" y no volver a estar "sujetos al yugo de la esclavitud" (Gál. 5:1).

Pascua De Resurrección (O Pascua Florida).- Sin embargo, la observancia de la pascua y de Pentecostés se introdujo, con un cambio de énfasis, en las prácticas de la iglesia cristiana. Esto dio lugar a una intensa disputa en la iglesia en los siglos II-IV Entonces apareció, principalmente en el Oriente, una secta llamada los cuartodecimanos. Esta palabra, que se deriva del latín, significa literalmente "catorcenos" o "decimocuartos". Esos cristianos insistían en que el día de la crucifixión de Cristo debía celebrarse anualmente en la primavera (marzo-mayo) con ritos especiales y siempre en el día correspondiente en que había muerto Cristo. Ese día era el 14 de Nisán, de ahí el nombre de "catorcenos" o "decimocuartos". De esta manera celebraban anualmente la pascua el mismo día que los judíos, pero por una razón enteramente diferente a la de éstos y sin las ceremonias especiales propias de la pascua judía. Sin embargo, la observancia de los cristianos del 14 de Nisán significaba que estaban reunidos el mismo día en que los judíos celebraban su fiesta en las sinagogas. Como resultado de las persecuciones iniciadas por los judíos y del serio conflicto dentro de la iglesia, centralizado en la continuación de los ritos judíos, especialmente en el Occidente, se desarrolló una fuerte oposición contra la celebración en la iglesia cristiana de cualquier fiesta que coincidiera con otra judía.

Esta reacción originó un movimiento definido en la ciudad de Roma en el tiempo de la segunda guerra judía, durante el reinado del emperador Adriano, alrededor del año 130 d. C. El que presidía la iglesia de Roma en ese tiempo el cual ocupaba con sencillez un cargo que más tarde se transformó en el papado insistió en que la iglesia cristiana debía celebrar anualmente la resurrección de Cristo, no su crucifixión; y que dicha celebración anual debía caer siempre en el primer día de la semana porque ese era el día de la resurrección. Este fue el origen de la práctica de celebrar esta fiesta anual en la primavera del hemisferio norte (marzo-mayo).

Esto era sólo motivo de un apacible debate entre Oriente y Occidente alrededor del año 150 d. C.; pero al finalizar el siglo II, Víctor, que presidía la iglesia de Roma, insistió en que todas las iglesias debían concordar con la práctica de la iglesia de Roma, no celebrando más la crucifixión sino la resurrección y evitando congregarse en el mismo día con los judíos. Y para que así sucediera, hizo caer la celebración de primavera de los cristianos en el primer día de la semana, hoy llamado domingo. Tan categórico fue Víctor en este asunto, que se intentó excomulgar a todas las iglesias que no aceptaran la práctica romana. La excomunión fue suspendida debido a una fuerte protesta. Pero desde allí en adelante la práctica de celebrar la resurrección en domingo, en la primavera, quedó establecida en la iglesia cristiana, y finalmente evolucionó convirtiéndose en la fiesta que ahora popularmente se llama "pascua de resurrección". 53

Domingo.- Esta celebración anual de la resurrección en el primer día de la semana fue, sin duda, un factor importante en el establecimiento del culto semanal en domingo. La primera evidencia indudable de culto regular en día domingo se encuentra en los escritos de Justino Mártir (c. 155 d. C.), quien describe reuniones de cristianos celebradas en la mañana del "día del sol" (Primera apología 67). La secta de los astrólogos ya rendía homenaje al sol en el primer día del ciclo semanal, y los mitraístas en ese tiempo quizá hacían en domingo su culto especial de Mitra. Es imposible saber ahora cuánto influyó esto para que los cristianos fijaran un día para celebrar la resurrección triunfante de Cristo en el mismo día en que era adorado el sol. También influyó el hecho de que los cristianos quisieron distanciarse de sus raíces judías, en parte para no sufrir junto con los judíos los vilipendios de los cuales eran objeto. Sea como fuere, a mediados del siglo II muchos cristianos observaban semanalmente el domingo, especialmente en Roma.

Eso no significa en manera alguna que se guardara el domingo como día de reposo. Parece que los cristianos se ocupaban de sus deberes regulares después del culto matinal. Pasó algún tiempo antes de que la iglesia procurara convertir el domingo en día de reposo. Tertuliano sugería alrededor del año 225 d. C. que se evitara tratar los asuntos seculares en día domingo; pero el primer registro de un verdadero intento en ese sentido no se hizo sino hasta el siglo IV d. C.

No es, pues, necesario acudir a las Escrituras para buscar el origen del descanso en domingo. Entró en la iglesia cristiana aproximadamente medio siglo después de que muriera el último de los apóstoles.

Es evidente que fueron los astrólogos del antiguo Medio Oriente los que primero dieron a los días de la semana los nombres de ciertas deidades paganas, como el Sol, la Luna y Saturno. Los historiadores llaman a esto la semana astrológica. Este sistema de señalar el tiempo poco a poco se hizo popular entre los habitantes de Roma. Las pruebas de una semana tal se encuentran en los registros de las guerras de los romanos en la 6.ª década antes de Cristo, cuando se menciona el día de Saturno. Lo mismo se halla en las ruinas de las ciudades de Herculano y Pompeya (destruidas por la erupción del Vesubio en el año 79 d. C.), y en los escritos del cristiano Justino Mártir alrededor del año 150 d. C., quien habla de que los cristianos rendían culto "en el día del sol" (Primera apología 67).

COMENTARIO DE DANIEL 7:25. *25. Hablará palabras. Arameo millin (singular millah), simplemente, "palabras". La expresión "grandes cosas" (vers. 8,20) es una traducción del vocablo arameo rabreban. Millah se traduce "asunto" en cap. 2:5, 8,10-11, 23; 5:15, 26; 7:1; "palabra" en los cap. 4:31,33; 5:10; 7:11,25,28; "edicto" en 3:28; 6:12 y "respuesta" en 2:9.   

Contra. Arameo letsad. Si bien tsad significa "lado", letsad no significa, como se esperaría, "al lado", sino "contra". Pero aquí parecería significar además "ponerse en lugar de". Al oponerse al Altísimo, el cuerno pequeño pretendería ser igual a Dios (ver com. 2 Tes. 2:4; cf. Isa. 14:12-14).

La literatura eclesiástica abunda en ejemplos de las pretensiones arrogantes y blasfemas del papado. Ejemplos típicos son los siguientes tomados de una gran obra enciclopédica escrita por un teólogo católico del siglo XVIII: "El papa es de una dignidad tan grande y es tan excelso, que no es un mero hombre, sino como si fuera Dios y el vicario de Dios...

"El papa está coronado con una triple corona, como rey del cielo y de la tierra y de las regiones inferiores...

"El papa es como si fuera Dios sobre la tierra, único soberano de los fieles de Cristo, jefe de los reyes, tiene plenitud de poder, a él le ha sido encomendada por Dios omnipotente la dirección no sólo del reino terrenal sino también del reino celestial...

"El papa tiene tan grande autoridad y poder que puede modificar, explicar e interpretar aun las leyes divinas...

"El papa puede modificar la ley divina, ya que su poder no es de hombre sino de Dios, y actúa como vicerregente de Dios sobre la tierra con el más amplio poder de atar y soltar a sus ovejas.

"Cualquier cosa que se diga que hace el Señor Dios mismo, y el Redentor, eso hace su vicario, con tal que no haga nada contrario a la fe" (traducción de Lucio Ferraris, "Papa II", Prompta Bibliotheca, t. VI, pp. 25-29).

Quebrantará. O, "desgastará". Esto se describe antes con las palabras, "este cuerno hacía guerra contra los santos, y los vencía" (vers. 21). La frase describe una persecución continua e implacable. El papado reconoce que ha perseguido y defiende tales hechos como el legítimo ejercicio del poder que pretende haber recibido de Cristo. Lo siguiente está tomado de The Catholic Encyclopedia: "En la bula 'Ad exstirpanda' (1252), Inocencio IV dice: 'Cuando los que hayan sido condenados como culpables de herejía hayan sido entregados al poder civil por el obispo o su representante, o la Inquisición, el podestá o primer magistrado de la ciudad los llevará inmediatamente y ejecutará las leyes promulgadas contra ellos, dentro del término máximo de cinco días'... Ni podía quedar duda alguna en cuanto a cuáles disposiciones civiles se indicaban, porque los pasajes que ordenaban quemar a los herejes impenitentes estaban incluidos en los decretos papales de las constituciones imperiales 'Commissis nobis' e 'lnconsutibilem tunicam'. La bula antes mencionada 'Ad exstirpanda' permaneció de allí en adelante como documento fundamental de la Inquisición, renovada o puesta nuevamente en vigencia por varios papas, Alejandro IV (1254-61), Clemente IV (1265-68), Nicolás IV (1288-92), Bonifacio VIll (1 294-1303) y otros. Por lo tanto, las autoridades civiles estaban obligadas por los papas, so pena de excomunión, a ejecutar las sentencias legales que condenaban a los herejes impenitentes a la hoguera" (Joseph Blötzer, art. "Inquisition", t. VIII, p. 34). Pensará. Arameo sebar, "procurar", "intentar". Se indica un esfuerzo premeditado (CS 499-500).

Tiempos. Arameo zimnin (singular, zeman), término que indica tiempo fijo, como en los cap. 3:7-8; 4:36; 6:10,13, o un lapso como en los cap. 2:16; 7:12. En el cap. 2:21 se da una sugestión en cuanto al significado de la expresión "cambiar los tiempos'. Allí se usan juntas otra vez las mismas palabras arameas que significan "mudar" y "tiempos". Sin embargo, en ese pasaje Daniel dice que es Dios quien tiene la autoridad de mudar los tiempos. Es Dios quien rige el destino de las naciones. Es él quien "quita reyes, y pone reyes" (cap. 2:21). "En la palabra de Dios contemplamos detrás, encima y entre la trama y urdimbre de los intereses, las pasiones y el poder de los hombres, los instrumentos del Ser misericordioso, que ejecutan silenciosa y pacientemente los consejos de la voluntad de Dios" (Ed 169). Es también Dios quien determina el "tiempo" (arameo zeman) cuando los santos poseerán el reino (cap. 7:22). El esfuerzo del cuerno pequeño para mudar los tiempos indicaría un esfuerzo premeditado para ejercer el derecho divino de dirigir el curso de la historia humana.

La ley. Arameo dath, palabra usada para referirse tanto a la ley humana (cap. 2:9,13,15; 6:8,12,15) como a la divina (Esd. 7:12,14,21,25-26). Es evidente que aquí se hace referencia a la ley divina, ya que la ley humana puede ser cambiada según la voluntad de la autoridad civil, y tales cambios difícilmente podrían ser el tema de la profecía. Al investigar si el papado ha intentado cambiar las leyes divinas o no, encontramos la respuesta en la gran apostasía de los primeros siglos de la era cristiana cuando fueron introducidas numerosas doctrinas y prácticas contrarias a la voluntad de Dios revelada en las Sagradas Escrituras. El cambio más audaz corresponde al día de descanso semanal. La iglesia apóstata admite sin ambages que es responsable de la introducción del descanso dominical, y pretende que tiene el derecho de hacer tales cambios (CS 499-500). Un catecismo autorizado para sacerdotes dice: "La Iglesia de Dios [es decir, la Iglesia Católica] en su sabiduría ha ordenado que la celebración del día sábado fuese transferida al 'día del Señor' " (Cathechism of the Council of Trent, traducción de Donovan, Ed. 1829, p. 358). Este catecismo fue escrito por orden del gran Concilio de Trento y publicado bajo los auspicios del Papa Pío V.

Durante los tiempos del NT los cristianos observaron el sábado, séptimo día de la semana (ver com. Hech. 17:2). " transición del sábado al domingo fue un proceso gradual que comenzó antes de 150 d. C. y continuó durante unos tres siglos. 

Las primeras referencias históricas que tenemos en cuanto a la observancia del domingo por profesos cristianos aparecen en la Epístola de Bernabé (cap. 15) y en la Primera apología de Justino Mártir (cap. 67), obras que datan aproximadamente del 150 d. C. Ambas condenan la observancia del sábado e instan a observar el domingo. Las primeras referencias auténticas al domingo como "día del Señor" proceden de fines del siglo II y provienen del llamado Evangelio según San Pedro y de Clemente de Alejandría (Misceláneas, v. 14).

Antes de la revolución judía instigada por Barcoquebas en 132-135 d. C., el Imperio Romano reconocía al judaísmo como una religión legal y al cristianismo como una secta judía. Pero como resultado de esa revolución los judíos y el judaísmo se desprestigiaron. Para evitar la persecución que siguió, de allí en adelante los cristianos trataron por todos los medios posibles de dejar en claro que no eran judíos.

Las repetidas referencias que hacen los escritores cristianos de los tres siglos siguientes a la observancia del sábado como una práctica "judaizante", junto con el hecho de que no hay referencia histórica de la observancia cristiana del domingo como día sagrado antes de la revolución judía, indican el período comprendido entre los años 135-150 como el tiempo cuando los cristianos empezaron a atribuirle santidad de día de reposo al primer día de la semana. Sin embargo, la observancia del domingo no reemplazó inmediatamente a la del sábado sino que la acompañó y completó.

Durante varios siglos los cristianos observaron ambos días. Por ejemplo, a comienzos del siglo III, Tertuliano observó que Cristo no había anulado el sábado. Un poco más tarde, en las Constituciones apostólicas, libro apócrifo, (ii. 36) se amonestaba a los cristianos a "guardar el sábado y la fiesta del día del Señor".

A principios del siglo IV el domingo había alcanzado una clara preferencia oficial sobre el sábado. En su Comentario sobre el Salmo 92 Eusebio, principal historiador eclesiástico de esa época, escribió: "Todas aquellas cosas que era deber hacer en el sábado, las hemos transferido al día del Señor, como que le pertenecen de manera más apropiada, porque este día tiene preferencia y ocupa el primer lugar y es más honorable que el sábado judío".

La primera acción oficial de la Iglesia Católica que expresa preferencia por el día domingo fue tomada en el Concilio de Laodicea (c. 364 d. C.). El canon 29 de ese concilio estipula que "los cristianos no han de judaizar y estar sin trabajar en sábado, sino, que han de trabajar ese día; pero honrarán de especial manera el día del Señor, y como cristianos que son, si es posible, no harán ningún trabajo en ese día. Sin embargo, si se los encuentra judaizando, serán excluidos de Cristo".     

Este concilio dispuso que hubiera culto en el día sábado, pero designó a ese día como día laborable. Es digno de notarse que ésta, la primera ley eclesiástica que ordena la observancia del domingo, especifica el judaizar como la razón para evitar la observancia del sábado. Además, la rígida prohibición de la observancia del sábado es una evidencia de que muchos estaban todavía 'judaizando' en ese día. En realidad, los escritores cristianos de los siglos IV y V con frecuencia amonestan a sus correligionarios en contra de esa práctica. Por ejemplo, alrededor del año 400, Crisóstomo observa que muchos guardaban aún el sábado a la manera judía y estaban así judaizando.

Los registros de la época también revelan que las iglesias de Alejandría y Roma fueron las principales en fomentar la observancia del domingo. Por 440 d. C. el historiador eclesiástico Sócrates escribió que "aunque casi todas las iglesias del mundo celebran los sagrados misterios cada semana en sábado, sin embargo los cristianos de Alejandría y Roma, por una antigua tradición, han dejado de hacer esto" (Ecclesiastical History v. 22). Alrededor de la misma fecha Sozomenos (o Sozomeno) escribió que "la gente de Constantinopla, y de casi todas partes, se reúne en el sábado, tanto como en el primer día de la semana, costumbre que nunca se observa en Roma ni en Alejandría".

Hay pues tres hechos claros: (1) El concepto de la santidad del domingo entre los cristianos se originó, principalmente, en su esfuerzo de evitar prácticas que los identificaran con los judíos, y provocaran así persecución. (2) La iglesia de Roma desde muy antiguo fomentó una preferencia por el domingo; y la creciente importancia que se le dio al domingo en la iglesia primitiva, a expensas del sábado, siguió muy de cerca al crecimiento gradual del poder de Roma. (3) Finalmente, la influencia romana prevaleció para hacer que la observancia del domingo fuese motivo de una ley eclesiástica, en la misma forma en que prevaleció para establecer otras prácticas tales como la adoración de María, la veneración de los santos y de los ángeles, el uso de imágenes y las oraciones por los muertos. La santidad del domingo descansa sobre la misma base que esas otras prácticas que no se encuentran en las Escrituras, y que fueron introducidas en la iglesia por el obispo de Roma.

Hasta tiempo, y tiempos, y medio tiempo. La palabra aramea 'iddan, que aquí se traduce "tiempo", aparece también en el cap. 4:16,23,25,32. En estos pasajes la palabra 'iddan indudablemente significa "un año" (ver com. cap. 4:16). La palabra que se traduce "tiempos", que también proviene de 'iddan, era puntuada por los masoretas como plural, pero los eruditos generalmente están de acuerdo en que debiera puntuarse como dual, indicando así "dos tiempos". La palabra que se traduce "medio", pelag puede también traducirse "mitad'. Por eso, es más aceptable la traducción de la Versión Moderna: 'Un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un tiempo".

Al comparar este pasaje con profecías paralelas que se refieren al mismo período, pero designándolo de otras maneras, podemos calcular el total del tiempo implicado. En Apoc. 12:14 se denomina a este período "un tiempo, y tiempos y la mitad de un tiempo". Un poco antes, en Apoc. 12:6, se hace referencia al mismo período al decir "mil doscientos sesenta días". En Apoc. 11:2-3 la expresión "mil doscientos sesenta días" equivale a "cuarenta y dos meses". Así queda claro que un período de tres tiempos y medio corresponde con 42 meses, que a su vez son representados como 1.260 días, y que un "tiempo" equivale a 12 meses o 360 días. Este período puede llamarse un año profético. Sin embargo, no debe confundirse un año profético de 360 días ó 12 meses de 30 días cada uno con el año judío, que era un año lunar de extensión variable (tenía meses de 29 y de 30 días), ni con el calendario solar de 365 días (ver t. 11, pp. 114-115). Un año profético significa 360 días proféticos, pero un día profético representa un año solar.

Esta distinción puede explicarse así: Un año profético de 360 días no es literal sino simbólico. Por eso sus 360 días son proféticos, no literales. Según el principio de día por año, ilustrado en Núm. 14:34 y Eze. 4:6, un día en profecía simbólica representa un año literal. Así un año profético, o "tiempo", simboliza 360 años naturales, literales, y de la misma manera un período de 1.260 ó 2.300 o de cualquier otra cantidad de días proféticos representa la misma cantidad de años literales (es decir, años solares completos, marcados por las estaciones que son controladas por el sol). Aunque el número de días de cada año lunar era variable, el calendario judío se corregía con la adición ocasional de un mes extra (ver t. II, pp. 106-107), de modo que para los escritores bíblicos -al igual que para nosotros- una larga serie de años siempre era igual al mismo número de años solares naturales. En cuanto a la aplicación histórica del principio de día por año ver pp. 41-80.

La validez del principio de día por año ha sido demostrada por el cumplimiento preciso de varias profecías calculadas por este método, en particular la de los 1.260 días y la de las 70 semanas. Un período de tres años y medio contados en forma literal es completamente exiguo para cumplir los requisitos de las profecías de 1.260 días con relación al papado. Pero cuando, de acuerdo con el principio de día por año, el período se extiende a 1.260 años, la profecía tiene un cumplimiento excepcional.

En julio de 1790, treinta obispos católicos se presentaron ante los que encabezaban el gobierno revolucionario de Francia para protestar por la legislación que independizaba al clero francés de la jurisdicción del papa y lo hacía responsable directamente ante el gobierno. Preguntaron si los dirigentes de la revolución iban a dejar libres a todas las religiones "excepto aquella que fue una vez suprema, que fue mantenida por la piedad de nuestros padres y por todas las leyes del Estado y ha sido por mil doscientos años la religión nacional" (A. Aulard, Christianity and the French Revolution, p. 70).

El período profético del cuerno pequeño comenzó en 538 d. C., cuando los ostrogodos abandonaron el asedio a Roma, y el obispo de Roma, liberado del dominio arriano, quedó libre para ejercer las prerrogativas del decreto de Justiniano de 533, y aumentar de allí en adelante la autoridad de la "Santa Sede" (ver com. vers. 8). Exactamente 1.260 años más tarde (1798) las espectaculares victorias de los ejércitos de Napoleón en Italia pusieron al papa a merced del gobierno revolucionario francés, quien informó a Bonaparte que la religión romana sería siempre la enemiga irreconciliable de la república, y que "hay una cosa aún más esencial para alcanzar el fin deseado, y eso es destruir, si es posible, el centro de unidad de la iglesia romana, y depende de Ud., que reúne en su persona las más distinguidas cualidades del general y del hábil político, alcanzar esa meta si lo considera factible" (Id., p. 158). En respuesta a esas instrucciones y por orden de Napoleón, el general Berthier entró en Roma con un ejército francés, proclamó que el régimen político del papado había concluido y llevó al papa prisionero a Francia, donde murió en el exilio.

El derrocamiento del papado en 1798 marca el pináculo de una larga serie de acontecimientos vinculados con su decadencia progresiva, y también la conclusión del período profético de los 1.260 años. Ver la Nota Adicional al fin de este capítulo, donde hay un bosquejo más completo del surgimiento y la decadencia del papado. (4CBA).

Pero la iglesia primitiva no abandonó por completo el sábado.  El sábado y el domingo se observaron juntos durante siglos, de un modo especial en el Oriente.  Europa occidental fue evangelizada principalmente desde Roma, por lo cual no hay casi ningún indicio de la observancia del sábado en esa zona.  La observancia del domingo era lo común dondequiera se extendiera la influencia de Roma.

Días De Ayuno.- Además de estas prácticas, se propagó en la iglesia primitiva la observancia de ciertos días de ayuno. Se los menciona en la Didajé (8) como el "cuarto de los sábados" y la preparación, es decir, miércoles y viernes. Se advertía a los cristianos que no ayunaran en el segundo y en el quinto día de la semana, pues el lunes y el jueves eran días de ayuno judíos.  Se suponía que el miércoles era el día en el cual Judas había vendido a Cristo y el viernes el día de su crucifixión y sepultura.

XII. SECTAS QUE PRODUCÍAN DIVISIONES Y RIVALIDADES  

El cristianismo era una "herejía" (Hech. 24:14) para los judíos. Es justo decir que el cristianismo tuvo sus herejías, y los apóstoles amonestaron contra ellas, ya fuera como peligros presentes o como peligros de los que habría que guardarse en el futuro (cf. 1 Cor. 11:19; Gál. 5:20; 2 Ped. 2:1)

Los Montanistas.- Los montanistas eran una secta con metas espirituales muy 54 elevadas. Una de las razones para el surgimiento de esta secta se encuentra en la declinación de la influencia de los pneumatikói o varones de los dones espirituales.  Ya se han presentado pruebas de la decadencia de ese grupo de personas. Montano ejerció una profunda influencia espiritual a fines del siglo II; comenzó predicando un mensaje de reforma en la provincia de Frigia. Afirmaba que él y sus más allegados poseían los dones del Espíritu, particularmente el espíritu de profecía. Predicaban reavivamiento y reforma y exhortaban a la iglesia para que abandonara la mundanalidad. Los montanistas se daban cuenta que ésta ya existía en sus tiempos, a fines del siglo II.

La secta, llena de un celo reformador, se extendió rápidamente. Estuvo a punto de ser aceptada como ortodoxa en Roma, pero finalmente fue declarada cismática. Tertuliano, el gran escritor latino y líder de la iglesia del norte del África, aceptó el montanismo y su espíritu reformador de todo corazón, y así propagó las ideas montanistas.

Los montañistas usaban la terminología de Pablo para describirse a sí mismos y a los que se oponían a ellos. Se daban a sí mismos el nombre de pneumatikói, y a sus opositores llamaban psujikói (naturales, carnales). Condenaban las segundas nupcias, consideraban el casamiento como una unión espiritual, y esperaban que esa unión se renovara después de la muerte.  Insistían en que fueran expulsados de la iglesia todos los que fueran culpables de crímenes. Imponían rígidos ayunos, propiciaban el celibato, alababan profusamente a los que habían sido martirizados y aun opinaban que debía aceptarse el martirio, pues sostenían que era ilícito huir de él en tiempo de persecución. Para ellos la vida cristiana era no sólo el resultado de un comienzo milagroso, sino un milagro que se repetía constantemente. Afirmaban que para el progreso cristiano no valía nada que emanara de la forma natural de vivir o de un proceso normal de desarrollo mental y espiritual.  Parece que creían que el desarrollo de la experiencia religiosa en toda la comunidad debía pasar por cuatro etapas: (1) religión natural, o el concepto innato de Dios; (2) la religión del Antiguo Testamento; (3) la encarnación de Cristo y el Evangelio que él ponía de manifiesto; (4) la venida del Paracleto con el derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés, y particularmente con los dones del Espíritu sobre Montano. De modo que creían que sus experiencias particulares determinarían las experiencias culminantes de la iglesia, y que la perfección de su mensaje en la iglesia conquistaría su triunfo en la tierra en la segunda venida de Jesucristo, su Señor.  Esperaban ese segundo advenimiento muy poco después del surgimiento de ellos y de la propagación de su mensaje.

Al principio, y no pocas veces después, la secta fue llamada la herejía frigia.  Aún existía en el siglo V. Su impacto sobre la cristiandad modificó ciertas creencias de la Iglesia Católica. Los puntos de vista de Montano reaparecieron en varias manifestaciones diferentes entre las sectas de la Edad Media. Debido en parte a su firme creencia en la presencia dinámica interior del Espíritu Santo, y en parte a la oposición de las autoridades administrativas de la iglesia contra los montanistas y su obra, éstos criticaban el creciente punto de vista católico, según el cual la autoridad de la iglesia consiste o está en los obispos.  

Tertuliano dijo: " 'La iglesia', es cierto, estará dispuesta a perdonar pecados; pero (será) la iglesia del Espíritu, mediante un hombre espiritual; no la iglesia, la cual consiste de una cantidad de obispos" (De Pudicitia 21).

Los Ebionitas.- Se ha hecho notar que hubo varias divisiones entre dos grupos que surgieron en la iglesia apostólica: (1) cristianos de origen judío que insistían en que toda la iglesia ya se tratara de judíos o de gentiles debía amoldarse a la ley 55 de Moisés; (2) cristianos de origen judío como lo era Pablo, y la gran mayoría de los conversos gentiles que aceptaban las enseñanzas de Pablo y acataron la decisión del concilio de Jerusalén (Hech. 15). Estos sostenían que los gentiles debían aceptar la salvación mediante Jesucristo, por la fe, y que no necesitaban prestar ninguna atención al ritual judío. A medida que crecía el número de gentiles en la iglesia cristiana y los cristianos de origen judío se convertían en una minoría, los que eran especialmente celosos de la ley se constituyeron en un grupo. Formaron una o más sectas que, en pensamiento y en práctica, se ubicaban en la zona fronteriza entre el cristianismo y el judaísmo. Los escritores cristianos hablan de los ebionitas como el grupo principal quizá el único de estos cristianos judaicos.

El nombre de la secta deriva de una palabra hebrea que significa "pobre", y pudo haber sido un término que se aplicaba al principio a los cristianos en general, como lo afirma Epifanio; más tarde se usó para designar a los cristianos judaicos (Orígenes, Contra Celso ii. 1).   

Es muy posible que la Epístola a los Hebreos hubiera sido escrita para que los cristianos judaicos que estaban dispuestos a escuchar a Pablo se mantuvieran fieles en la aceptación de Jesucristo como Salvador y Sumo Sacerdote, en oposición al grupo de cristianos judaicos que insistían en mantener su vinculación con el sacerdocio judaico y sus rituales.  Si fue así, la Epístola a los Hebreos bien podría haber señalado una división entre las dos clases de cristianos judaicos, con el resultado de que los ebionitas se constituyeron en una secta ritualista y legalista que dependía de la conservación de las formas externas del judaísmo. Schaff describe este movimiento como "un cristianismo judaizante, seudopetrino [falsos seguidores de Pedro]" o "un judaísmo cristianizante" (History of the Christian Church, t. 2, p. 429).

La mayor parte de los ebionitas deben haber sido fariseos. Eran los sucesores naturales de los judaizantes, a quienes Pablo se opuso tan vigorosamente, tal como se lee en su Epístola a los Gálatas. Aceptaban a Jesús como el Mesías prometido, el hijo de David, pero sólo como a un hombre como Moisés y David y como el resultado de la unión natural de José y de María. Según su creencia, Jesús se dio cuenta de su condición mesiánica cuando fue bautizado por Juan, momento en el que le fue dado un espíritu divino. Los unitarios del siglo XIX reconocían que esta enseñanza es similar a su creencia en cuanto a Jesús.  Por eso algunos de ellos afirmaban que los ebionitas fueron los verdaderos cristianos primitivos y que el movimiento cristiano inicial fue unitario. La idea de los ebionitas de que en su bautismo el Jesús humano recibió un espíritu divino podría hacer que fueran los progenitores del adopcionismo posterior (ver t. V, pp. 890- 891).

Insistían en mantener la circuncisión y toda le ley ritual de Moisés como necesaria para la salvación de los hombres.  Eusebio hace notar que los ebionitas observaban tanto el sábado como el domingo, en memoria de la resurrección del Señor (Historia eclesiástica iii. 27. 5). Los ebionitas no podían menos que calificar a Pablo como apóstata y hereje. Algunos llegaron hasta el punto de afirmar que Pablo era un pagano convertido al judaísmo, del cual se apartó posteriormente debido a su impureza.  Esperaban el pronto regreso de Cristo para dar comienzo a un reinado milenario de gloria en la tierra, cuya sede sería la Jerusalén terrenal restaurada.

Ciertas pruebas indican que los ebionitas tenían tendencias gnósticas. Esto probablemente puede remontarse a un grupo ebionita de una influencia y reputación mucho menores que el conjunto principal, grupo en que se manifestó una curiosa mezcla de enseñanzas cristiano-judaicas y gnósticas. No hay rastros de ebionitas después del siglo IV.

Los Nazarenos.- Los primeros escritores cristianos no mencionan esta secta; sólo lo hacen los escritores de los siglos IV y V, como Epifanio, Jerónimo y Agustín. 56 Se refieren a los nazarenos como una secta cristiano-judaica representada por los cristianos que huyeron a Pella en ocasión de la destrucción de Jerusalén (Epifanio, Contra herejías i. 2, Herejía xxix. 7). Se dice que creían en la obligación universal de obedecer la ley, y que condenaban a Pablo como transgresor. Sin embargo, a diferencia de los ebionitas, parecen haber aceptado a Jesucristo como el Hijo de Dios en un sentido especial.

Aunque es difícil hacer una nítida distinción entre los nazarenos y los ebionitas, quizá los nazarenos estuvieron un poco más cerca del cristianismo ortodoxo que los ebionitas.

Gnósticos.- Lo que se sabe del gnosticismo proviene principalmente de los primeros escritores cristianos, que le eran hostiles. Hombres como Ireneo, Tertuliano, Hipólito y Orígenes escribieron contra el gnosticismo porque reconocían que sus enseñanzas eran peligrosas para el cristianismo; sin embargo, entre los Rollos del Mar Muerto se han encontrado documentos que algunos eruditos piensan que contienen pruebas de una tendencia gnóstica judaica antigua. Un descubrimiento más directo que se refiere al gnosticismo fue hecho en Chenoboscion, Egipto, en 1946, donde se descubrió una biblioteca de obras gnósticas de casi 1,000 páginas de papiros. Esta extensa colección ha permitido aumentar el conocimiento que se tiene del gnosticismo.

En realidad no hubo una secta gnóstica, sino tendencias al gnosticismo presididas por líderes que a veces tuvieron pocos seguidores, y en otras ocasiones muchos. El gnosticismo no fue tanto un movimiento como un modo de pensar. No tuvo una organización que abarcara todo el movimiento, y en sus adeptos no hubo la conciencia de que podían formar una unidad. Es evidente que llegó a ser un problema para los líderes del cristianismo en los últimos años de la era apostólica, y hubo que hacerle frente hasta los últimos años del siglo III. Ver t. V, pp. 890-891.

El Antiguo Testamento habla de conocer a Dios (Jer. 9:23-24), pero no se trata de un conocimiento especulativo, sino más bien de un trato con Dios que resulta de aceptar por fe lo que él revela acerca de sí mismo. El Nuevo Testamento también se refiere a una "gnosis" espiritual o "conocimiento", pero que no es una filosofía abstracta. En primer lugar es algo práctico: un conocimiento espiritual de Dios, basado en sus propias revelaciones y que actúa en las experiencias de los cristianos.  "Conocer" podría tomarse como el tema del Evangelio de Juan. El apóstol destaca el conocimiento de Dios y registra la afirmación de Jesús de que conocer a Dios y a su Hijo es tener vida eterna (Juan 17:3). Juan destaca la realidad de Jesús y el gozo de tener comunión en el conocimiento de él, en términos de ver en realidad al Señor y de tocarlo (1 Juan 1:17). Para Pablo, conocer a Cristo es un simple hecho experimental al alcance de todos. Pero también hay una sabiduría más profunda al alcance del cristiano maduro y "perfecto", que a su vez se transforma en perfección. "Hablamos -dice Pablo- sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, . . . la que ninguno de los príncipes de este siglo no conoció " (1 Cor. 2:6-8).

Hay una "palabra de sabiduría" un don del Espíritu acerca del cual habla Pablo (1 Cor. 12:78). Por ejemplo, el concilio de Jerusalén había dispuesto que los cristianos de origen gentil debían evitar todo contacto con los ídolos, y que aun debían abstenerse de alimentos ofrecidos a éstos. Pablo hace notar que los que tienen un conocimiento maduro comprenderán que los dioses paganos son espíritus de demonios y que los ídolos que se hacían para representarlos no eran nada. Por lo tanto, no tiene trascendencia alguna si un alimento ha sido ofrecido a los ídolos o no, y podría comerse ese alimento a no ser que tal acción afectara la conciencia del escrupuloso  (1 Cor. 8). 57 Además del conocimiento cotidiano y práctico de Dios, esencial para la experiencia cristiana, y el conocimiento más profundo de los "perfectos", hay una falsa "gnosis" que deben evitar los dirigentes de la iglesia, y deben ayudar a otros para que la eviten (1 Cor. 3:20-21).

Hay, pues, dos clases de conocimiento, gnÇsis al'thin', el conocimiento verdadero, y gnÇsis pseudÇnumos, conocimiento falso. Debe distinguirse, porque uno conduce a la salvación y el otro al engaño y a la condenación. El verdadero conocimiento (gnosis) se somete a la autoridad de las Escrituras, y es una especie de fe desarrollada y perfeccionada.

La falsa "gnosis" era presuntuosa y arrogante. Pretendía ser intelectual y estar muy por encima del alcance del vulgo. Se propagaba no mediante pruebas lógicas, sino afirmando su autoridad intuitiva. Después de exponer sus ideas trataba de sistematizarlas y de hacer de ellas una forma de razonamiento discursivo acerca del mundo espiritual.

Por lo que se conoce del antiguo gnosticismo, se puede ver que tenía varias raíces muy profundas y que éstas se habían difundido. Se han propuesto diversas teorías en cuanto a su origen, pero lo más probable es que sea producto de un sincretismo religioso característico del mundo helenístico. Se ve claramente que tomó del pensamiento oriental su pronunciado dualismo, que sostenía la existencia de una lucha perpetua entre la luz y las tinieblas.   

En esto el gnosticismo es paralelo con el parsismo, que a su vez estaba arraigado en el antiguo zoroastrismo. El desprecio del gnosticismo por lo corpóreo y material recuerda ciertas características del platonismo y de las más antiguas filosofías naturales de Grecia.

 El judaísmo del tiempo de los Macabeos y de los primeros períodos del cristianismo sintió fuertemente la influencia de los elementos especulativos del gnosticismo, que tendieron a apartarlos de los límites fijados por la autoridad de las Escrituras. Los esenios y los cabalistas judíos parecen haber tenido alguna relación con el gnosticismo. A medida que el gnosticismo traspasó las fronteras del pensamiento cristiano, usó las Escrituras cristianas y tomó prestada la terminología cristiana para disfrazar las formas del pensamiento gnóstico.

Con estas relaciones y antecedentes complejos, y los ambientes espirituales e intelectuales donde surgió el gnosticismo, fue inevitable que hubiera una amplia variedad en el sistema gnóstico si es que se lo puede llamar sistema, con extrañas combinaciones de compatibilidades y de aversiones. Había formas de gnosticismo pagano; había un gnosticismo en el que el paganismo y el cristianismo procuraban combinarse; había combinaciones de paganismo y judaísmo. Algunas clases de gnosticismo cristiano daban la impresión de ser antijudaicas, y otras parecían antipaganas. El gnosticismo fue un intento especulativo, dentro de un método filosófico, de explicar el mundo invisible, de dar una razón para las perplejidades y frustraciones de la vida, y de ofrecer alguna especie de esperanza de alcanzar un gozo triunfante en todo el programa de la existencia.

Es difícil saber cuáles ideas gnósticas eran aceptadas en los diferentes sectores y cuáles eran practicadas en forma general. Es casi tan difícil encontrar un común denominador aplicable a todas las formas de gnosticismo, como lo es hallar un común denominador para todas las formas de hinduismo o de cristianismo. Pero las siguientes ideas parecen haber sido típicas

1. Detrás de cada cosa que pudiera conocerse o imaginarse, estaba un dios supremo, un espíritu divino. Ese dios era una esencia completamente espiritual e incorpórea. Algunos gnósticos enseñaban que su dios no tenía esencia ni persona.  Aplicaban al concepto términos como ábusos, "abismo", y buthós, "profundidad". 58

2. Procedentes de ese dios supremo, decían, se habían originado a través de incontables siglos una sucesión de emanaciones llamadas aiÇnes, eones, que eran expresiones del principio originador y servían para hacerlo menos incomprensible. Tomadas en conjunto, esas emanaciones que habían surgido eran llamadas pl'rÇma, "plenitud".

3. Todo esto, a lo que la esencia divina estaba dando expresión, contenía en perfección el principio divino de luz. Pero también había un principio de oscuridad que luchaba con la luz procurando hallar un lugar en el universo de luz y esperando vencerlo finalmente. Si tal cosa hubiera de suceder, sería un inimaginable eclipse de todas las cosas. Finalmente, uno de los eones cayó del pl'rÇma.

4. Como consecuencia de esa difícil situación, resultó la creación de la materia de la mezcla del eón caído con el mundo inferior de oscuridad. La materia era amorfa, disforme, caótica, impregnada de oscuridad y, por lo tanto, mala. El demiurgo una fuerza cósmica casi inconsciente identificado por algunos gnósticos con el Jehová del Antiguo Testamento, dio forma a esa mala materia, y resultó el mundo material. El mundo, pues, siendo material, era esencialmente malo y estaba regido por una fuerza más o menos mecánica.

5. La caída del eón y la formación de un mundo malo necesitaban un acto de salvación. Esto fue emprendido por otro eón, identificado como Cristo. El descendió al nivel del mundo imperfecto, se unió transitoriamente con el hombre Jesús, quizá en ocasión de su bautismo, y permaneció con él hasta poco antes de su muerte. El eón-Cristo cumplió la obra de la salvación rescatando al eón caído, extrayendo la luz de la oscuridad de este mundo y revelando mediante Jesús un conocimiento oculto (gnosis), mediante el cual los hombres pueden ser liberados de la oscuridad y pueden llegar a la esfera de luz.

El concepto gnóstico acerca de Jesús, variaba. Algunos enseñaban lo que acabamos de bosquejar. Otros declaraban que él no había tenido en absoluto cuerpo material, sino que era tan sólo una apariencia. Por lo tanto, éstos son conocidos como docetistas (Gr. dokéÇ, "parecer").

Algunos gnósticos enseñaban que mediante la obra de Cristo la materia sería liberada de la oscuridad; otros, que la materia sería vencida y desaparecería, y los espíritus de los hombres serían liberados para ser reabsorbidos dentro del buthós, o para convertirse en espíritus libres del mundo incorpóreo.

Había muchas formas de gnosticismo cristiano, presididas por sus correspondientes líderes. Cerinto fue un gnóstico contemporáneo del apóstol Juan, detestado, según se dice, por el apóstol (ver p. 37). Los docetistas (ver p. 59), contra quienes es evidente que escribió Juan, eran un serio problema para el verdadero cristianismo. Basílides, aunque posterior al apóstol Pablo, presentó una enseñanza similar a aquella contra la cual escribió el apóstol en su Epístola a los Colosenses. Taciano, el autor de la primera armonía de los Evangelios, fue un gnóstico del siglo II. Saturnino y Valentín fueron gnósticos que causaron dificultades en el siglo II, así como lo hicieron Manes (de aquí maniqueo) y Bardesanes en el siglo III. Orígenes combatió en algunos de sus escritos a un grupo gnóstico llamado de los ofitas. Alrededor del año 200 se podían identificar unas 65 formas diferentes de gnosticismo.

Los pensadores gnósticos usaban ampliamente las Escrituras, interpretándolas para que concordaran con sus teorías. Reunían tradiciones que habían surgido en la iglesia y las acomodaban para sus propósitos. Usaban sin trabas los escritos de otros autores gnósticos, y se valían de los escritos de cualquier pensador anterior que les parecieran útiles. Utilizaban los escritos judaicos especulativos de la época, además de valerse abiertamente de filosofías paganas contemporáneas y anteriores. 59  

El pensamiento de los gnósticos causó un impacto sobre el cristianismo durante los años de la formación de la iglesia, y por esto influyó mucho en ella. Las especulaciones y distorsiones del gnosticismo estimularon al pensamiento cristiano a resistir la herejía e indujeron a sus pensadores a formular una teología cristiana. El Evangelio de Juan debe considerarse como uno de los primeros intentos de hacerlo, escrito quizá para combatir al gnosticismo incipiente. Pero Orígenes es el primer escritor cristiano que elaboró una teología bastante sistemática.

El gnosticismo estimuló también a la iglesia cristiana para que acelerara la formación de una organización que tuviera autoridad, para que se constituyera una jerarquía sacerdotal, y para que se llegara, en cierta medida, a un acuerdo en cuanto al canon bíblico. El énfasis que ponía en los espíritus del mundo invisible sin duda motivó a la iglesia cristiana a tomar ideas paganas acerca del estado consciente de los muertos. Es muy probable que la jerarquía de espíritus de los gnósticos sirviera para que la iglesia desarrollara su veneración por los santos. El gnosticismo indujo a la iglesia a practicar un método especulativo y sumamente alegórico de interpretación de la Biblia. Además, indujo al cristianismo a que abrazara la tradición como autoridad junto con las Escrituras. Por cuanto el gnosticismo se oponía al judaísmo, el contacto con él aceleró la formación del antijudaísmo en la iglesia cristiana.

Como la escuela de teología cristiana alejandrina, bajo el liderazgo de Clemente y Orígenes, usaba el término "gnóstico" para referirse a su forma de vida y pensamiento cristianos, destacando el conocimiento intuitivo de los asuntos divinos, se ha pensado que esos líderes y sus escuelas fueron gnósticos en el sentido de lo que acabamos de mencionar. Esto no es verdad. La escuela alejandrina fue una escuela especulativa y filosófica muy influida por el platonismo, y por lo tanto conocida más tarde como la escuela platónica del cristianismo. Pero los cristianos alejandrinos combatían a los gnósticos que eran muy dados a la especulación, rechazaban la teoría de las emanaciones y de las tinieblas vencedoras, e insistían en la personalidad de Dios el Padre, en la deidad de Jesucristo y, en gran medida, en la personalidad del Espíritu Santo. Identificaban al Jehová del Antiguo Testamento no como el demiurgo, sino como el Dios del Nuevo Testamento, y daban a las Escrituras un lugar de supremacía. La escuela alejandrina contribuyó a la formación de la apostasía de los siglos posteriores, pero no por la vía del gnosticismo extremista.

Los Docetistas.- Los docetistas (Gr. doketói, del verbo dokéÇ, "parecer", "tener apariencia") fueron un grupo de gnósticos que sostenían que la primera venida de Cristo a la tierra debía explicarse sólo como una "apariencia". El docetismo enseñaba que la materia era mala, especialmente la carne; por lo tanto esta doctrina no podía aceptar la idea de que lo divino pudiera formar una unión con lo humano mientras los hombres vivieran en la carne. El docetismo negaba enteramente la humanidad de Cristo, pues consideraba que lo que se vio fue sólo una visión. Esto era directamente opuesto al ebionismo, que era eminentemente práctico y pleno de actividad. El docetismo, sutil tanto en su pensamiento como en sus métodos, fue un serio problema, incluso para los líderes cristianos del tiempo de Pablo y Juan. Pablo quizá se ocupó de algunas formas de docetismo en su Epístola a los Colosenses. Es imposible dudar de que Juan tuviera en mente al docetismo cuando escribió la exhortación a sus hermanos cristianos, para que recordaran que Jesús pudo ser tocado y palpado y que habitó entre los hombres como una realidad (1 Juan 1:13). No importa qué otras herejías posteriores puedan incluirse dentro del término "anticristo", debe reconocerse en forma inequívoca que Juan se refiere aquí principalmente a la herejía de los docetistas.

Nicolaítas.- Este nombre se usa por primera vez en el libro de Apocalipsis, en el 60 mensaje a la iglesia de Efeso (cap. 2:6), donde la "doctrina de los nicolaítas" se presenta como el equivalente en los tiempos apostólicos de la "doctrina de Balaam", quien instigó al pueblo de Israel para que cayera en la idolatría y la fornicación en el tiempo de Moisés (cf.  Núm. 24:1,25; Apoc. 2:14; PP 479-486). No existe la historia de esa "doctrina", pero en el mensaje a Tiatira se dice que la mujer Jezabel origina la misma clase de males (Apoc. 2:20) que los que se atribuyen a la "doctrina de los nicolaítas".

Escritores cristianos posteriores se ocuparon del término "nicolaítas". Ireneo, el primero que lo trató (Contra herejías i. 26), menciona como el fundador de esa secta a Nicolás, uno de los siete diáconos designados para que cuidaran de la administración de la iglesia primitiva (Hech. 6:1-3,5) y descrito como "prosélito de Antioquía". Tertuliano, Hilario, Gregorio Niseno y Epifanio (Contra herejías i. 1, Herejía xxv) concuerdan en que está implicado el tal Nicolás, pero varían en el grado de culpabilidad que le atribuyen. Un relato dice que Nicolás celaba muchísimo a su bella esposa, y que para vencer ese mal sentimiento cayó en el pecado peor de defender la promiscuidad. Basándose en esto, se supone que un sector de la iglesia, compuesto sin duda de cristianos judaicos, habría caído en pecados semejantes a aquellos en que participaron los hebreos inducidos por el plan de Balaam.

Debe notarse que las mismas faltas contra las cuales amonestó el Señor en sus mensajes a Pérgamo y Tiatira (Apoc. 2:12-29), estaban entre aquellas cosas prohibidas por el concilio de Jerusalén: "Que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos... y de fornicación" (Hech. 15:29). Parece que el problema causado por los nicolaítas ya había surgido en el tiempo de este concilio, quizá en forma incipiente. Pablo, al hacer frente a condiciones similares en Corinto, evidentemente no las consideraba como características de un movimiento definido (1 Cor. 5:16,8; 10:5-11), aunque se refiere específicamente al caso de Israel con Balaam (cap. 10:8).

Pero Pedro (2 Ped. 2:9-22) y Judas (Jud. 4-13) hablaron con dureza acerca de miembros de la comunidad cristiana, que en las fiestas de amor (ágap') de los primeros tiempos relacionadas entonces con la Cena del Señor eran culpables de los males que se atribuyen a los nicolaítas (ver com. Apoc. 2:6). Es una extraña coincidencia que por instigación de los judíos en la última parte del siglo II y en los comienzos del siglo III, los cristianos fueran acusados de faltas repulsivas relacionadas con sus fiestas. Esas acusaciones, similares a las atribuidas a los nicolaítas, fueron dirigidas por los paganos (Orígenes, Contra Celso vi. 27; Tertuliano, Ad Nationes 1.14) contra los cristianos. Aparte de estas acusaciones, difícilmente puede dudarse de que las transgresiones atribuidas a los nicolaítas no existieran dentro de cierto grupo de la iglesia primitiva. La pregunta que se debe responder es hasta qué punto los nicolaítas constituyeron un movimiento organizado, consciente de su existencia. Acerca de esto sólo hay los indicios dados en las referencias bíblicas citadas.

En cuanto a las aplicaciones proféticas de la actuación de los nicolaítas en las iglesias de Pérgamo y Tiatira, ver com. Apoc. 2:6,14,20.

XIII. RELACIONES CON EL ESTADO

Religiones Tribales.- Las religiones paganas eran, por naturaleza, locales o tribales. Había dioses de las ciudades y dioses del campo, dioses de las montañas y dioses de los valles (1 Rey. 20:22-30). A medida que las familias, los clanes y las tribus constituían lo que hoy llamaríamos naciones, ciertos dioses o grupos de dioses llegaron a ser considerados como deidades nacionales.

Los romanos reconocían nítidamente esta distinción. Por esto, a medida que ensanchaban 61 su imperio, fueron suficientemente sabios como para practicar la tolerancia. No sólo permitían que los diversos pueblos retuvieran, hasta donde fuera posible, las formas locales de gobierno propio, sino que también les permitían que conservaran sus dioses. Debían, eso sí, incluir en su nómina de dioses a las principales deidades de Roma, para que éstas no se airaran, y para que los pueblos sujetos a Roma no se sintieran inducidos por su religión a rebelarse contra el régimen romano. Pero junto con esas estipulaciones se les permitía que continuaran con sus propias formas de culto. Los romanos, viendo que les era ventajoso tener más y más dioses que consideraran favorablemente a Roma y a su progreso por todo el mundo, añadían dioses extranjeros a su panteón.

La Religión Romana Y La Judía.- Cuando los romanos se relacionaron directamente con la religión judía, especialmente por las conquistas de Pompeyo en el Cercano Oriente, donde subyugó a Siria y a los judíos durante los años 65-63 a. C., se enfrentaron con un problema religioso. Estaban dispuestos a tolerar la religión judía, pero ésta estaba tan entretejida con la vida judía e influía tan obviamente para que los judíos no estuvieran dispuestos a ceder ante la dominación romana, que les resultó muy difícil mantener la tolerancia. Además, los romanos no podían entender la religión judía. Como los judíos hablaban de su Dios, pero no lo representaban en ninguna forma, a los romanos les parecía que la religión judía era sólo una creación de la imaginación hebrea. Los judíos se negaban completamente a tener alguna relación con los dioses romanos, y sólo consentían en orar por el Estado romano. Sin embargo, los romanos aceptaron esa transacción, permitieron que los judíos retuvieran su culto, y pusieron a Herodes como rey de los judíos. Herodes afirmaba ser judío, aunque esto sólo se debía a que su familia había sido obligada años antes por los Macabeos a plegarse al judaísmo.

Entre los judíos había una cantidad de sectas (ver t. V, pp. 53-55). Los romanos las reconocían como parte de la religión judía porque los judíos incluían esas sectas en su sistema religioso. Una secta como la de los zelotes era considerada con desconfianza debido a sus tendencias a la rebelión, y con frecuencia era objeto de medidas disciplinarias; pero no era puesta fuera de la ley sino como último recurso.

El Cristianismo Rechazado Por El Judaísmo.- Los dirigentes judíos habían rechazado a Jesús desde el principio. Después de hacerlo matar también rechazaron a sus seguidores y a la iglesia que éstos formaron; por esto el cristianismo no era considerado legal. Por esta razón no era lógico que los romanos incluyeran a Cristo en su panteón, aunque hubieran deseado hacerlo. No podían aceptar el cristianismo a través del cauce judaico, pues los mismos judíos lo rechazaban. De modo que el cristianismo fue desde el principio una religión ilegal, sin una posición reconocida ante la ley.

Posición Romana Frente Al Cristianismo.- Además, había algo en las enseñanzas cristianas que empeoraba su situación ante el gobierno romano. Los judíos eran un pueblo proselitista, por lo tanto, los romanos consideraron necesario en el siglo II promulgar una ley que prohibía a los judíos hacer prosélitos. Los judíos no pretendían tener una fe universal, pero ofrecían a los paganos la posibilidad de aceptar el judaísmo como una especie de privilegio. No sucedió así con el cristianismo. Los cristianos afirmaban desde el comienzo que pertenecían a la única religión verdadera, declaraban que tenían un mensaje de extensión mundial, invitaban a todos a que se les unieran si cumplían con las condiciones de creencia y rectitud, e insistían en que el cristianismo era universal en sus alcances. No permitían rivales y eran fundamentalmente intolerantes con otras creencias. Por eso el cristianismo se presentó ante el mundo romano como una fe universal y conquistadora. Al principio fue burlado 62 y ridiculizado, pero después fue temido como una amenaza para la vida romana.

Los judíos habían dicho: "No tenemos más rey que César" (Juan 19:15), pero este no era el caso de los cristianos. Tenían un solo Señor, el Señor Jesucristo, y no querían aplicar el término "Señor" al César romano. Enseñaban públicamente que su Señor Jesucristo volvería como Rey de reyes y Señor de señores y dominaría el universo. Ya fuera que lo dijeran con tanta claridad o no, estaba implícito en su enseñanza que ningún imperio terrenal, ni siquiera el de Roma, podría permanecer ante la presencia de un Rey tal (cf.  Dan. 2:34-35, 44-45). 

El Imperio Romano era un Estado consciente y seguro de sí mismo, y lleno de amor propio. No tenía rivales que pudieran disputarle su poder en su mundo mediterráneo. El Estado tenía que ser lo principal para cada ciudadano. El emperador, no importa cuán débil, necio o malo pudiera ser, personificaba el poder y la gloria del Estado romano. Un Estado tal no podía tolerar secta alguna, no importa cuán buena fuera, si como centro de sus enseñanzas tenía la creencia en un Rey supremo y divino que alguna vez destruiría todos los Estados, dominios y poderes.

El cristianismo exhortaba a la sociedad romana a que viviera una vida mejor, y eso causaba irritación. Los antiguos romanos, que entendían el valor de la moral, tenían una rígida ética. Pero la moral cristiana no era del tipo de la romana, ni tampoco era una evolución de la tesis romana concerniente a los valores de la vida. Además, los romanos de los tiempos del Nuevo Testamento no vivían de acuerdo con su ética antigua. Como consecuencia, la vida de los cristianos era un constante reproche para los romanos. Estos no entendían la forma cristiana de vivir.  Si bien quizá respetaban a regañadientes al cristianismo, en realidad lo odiaban.

El Cristianismo Como Religión Ilícita.- Los judíos estaban resentidos con el cristianismo por muchas razones. Tenían temor de que los cristianos pudieran atraer la ira de los romanos sobre los judíos. Odiaban al Cristo de los cristianos como a un rival de su esperado Mesías. Odiaban aún más a los cristianos, porque aceptaban a gentiles en su comunión. Por lo tanto, los judíos creaban dificultades a los cristianos en toda oportunidad que tenían, persiguiéndolos hasta donde les era posible en Palestina, y en otras partes soliviantando a la turba para que se levantara contra los cristianos. Hay varios ejemplos de esto en el libro de los Hechos. Un documento, El martirio de Policarpo, narra cosas semejantes, sucedidas en la ciudad de Esmirna en el siglo II. En el siglo III Tertuliano llamó a las sinagogas judías "manantiales de persecución" (Scorpiace* x).

Estando las relaciones en tal situación, no se necesita buscar en la ley romana para hallar algún decreto contra los cristianos. No se necesitaba ningún decreto, pues los cristianos no tenían personería legal. En años posteriores se promulgaron disposiciones legales contra los cristianos, y éstas se hicieron cada vez más severas. Los primeros ataques de la magistratura romana contra los cristianos fueron esporádicos; no fueron decretados legalmente sino que se debieron al capricho o al rencor de los emperadores. Tales fueron las persecuciones de Nerón (c. 64 d. C.) y de Domiciano (c. 95 d. C.) contra los cristianos.

Disposiciones Legales Romanas. Persecución Provocada Por Capricho.- El historiador romano Tácito (Anales xv. 44; cf.  Suetonio, Nerón vi. 16) narra esto correctamente, pues culpa a Nerón de haber incendiado a Roma. Para apartar de sí mismo la acusación, echó la culpa a los cristianos. Una cantidad de seguidores de Jesús fueron quemados vivos en la ciudad de Roma. Algunos de ellos fueron usados como 63 antorchas para alumbrar las orgías nocturnas en los jardines de Nerón. La persecución sin duda se extendió algo por las provincias, aunque poco se ha registrado de esto. Como ya se ha dicho, tanto Pedro como Pablo perecieron en la ciudad de Roma debido a la persecución de Nerón (ver pp. 32,36).

La siguiente persecución de los cristianos a manos de los romanos quizá surgió del rencor del emperador Domiciano, hombre inestable y caprichoso. Quizá descubrió que había cristianos en su propia casa, y por esta u otras razones persiguió a la secta. Juan fue desterrado a la isla de Patmos durante el gobierno de este emperador. La persecución desatada por Domiciano quizá no se extendió tanto ni fue tan destructora, pero fue una dificultad para la iglesia y representó sufrimientos para los que la soportaron directamente.

Empleo De Disposiciones Legales.- La primera disposición claramente legal contra los cristianos, decretada por un emperador romano, fue expedida por Trajano (98-117 d. C.). Plinio el Joven, amigo y protegido de Trajano, era gobernador del Ponto, en la costa sur del mar Negro. Plinio estaba muy preocupado por la propagación del cristianismo en su provincia. Los templos paganos se descuidaban; los que comerciaban con animales para los sacrificios y con materiales para el culto de los templos se quejaban de que su negocio sufría muchísimo; por eso Plinio comenzó a ocuparse de los cristianos. Hacía dar muerte a los que estaban dispuestos a admitir que pertenecían a esa fe. Para asegurarse de su conducta, escribió a su amigo el emperador y le pidió que aprobara lo que estaba haciendo. La carta de Plinio se halla en la colección de sus escritos (Cartas x. 96). En esa carta presenta una interesante descripción del culto cristiano, a lo que ya se ha hecho referencia, y después cuenta cómo había estado tratando a los cristianos. El supplicium, la pena capital romana, había caído sobre ellos.

Trajano escribió su respuesta (Plinio, Cartas x. 97) para aprobar lo que su representante había hecho en el Ponto. Pero el emperador, que por lo general era bueno y justo, estipuló que nadie debía ser muerto por ser cristiano a menos que reconociera sin ambages que lo era, o a menos que hubiera suficientes testigos que probaran que lo era. No debía ser condenado por meros rumores, sino que debía haber quienes testificaran contra él para que el testimonio fuera válido. Esta disposición legal no era otra cosa sino la aplicación de los poderes ordinarios de la policía común a un problema de la sociedad. Trajano no se proponía desatar esa persecución; pero como los cristianos no tenían lugar en la sociedad, debían ser eliminados. Si no se hacía eso, podrían convertirse en un verdadero peligro. Plinio informó que su método para tratar a los cristianos había tenido éxito y que había recomenzado el culto en los templos paganos.

Esta disposición policial ordenada por Trajano continuó como una norma del Imperio Romano durante los 150 años siguientes.  Fue más bien un desdeñoso modo de actuar, porque el gobierno romano todavía no había llegado al punto de tomar en serio al cristianismo como un movimiento. Por esto, los cristianos fueron perseguidos durante los reinados de los emperadores Antonino Pío (138-161 d. C.) y Marco Aurelio (161-180 d. C.) que, en otros sentidos, fueron benévolos. Estas persecuciones se efectuaron en parte mediante la violencia propia de las turbas, con frecuencia por instigación de los judíos, y en parte debido al celo pagano de gobernantes locales, pero con el conocimiento y el consentimiento de los emperadores.

Política De Exterminio.- A mediados del siglo III empeoró la política romana en su relación con los cristianos. Los gobernantes ya se habían dado cuenta de que debían tomar en serio la propagación del movimiento cristiano. Se dice que el emperador Felipe (llamado "el árabe") fue cristiano (Eusebio, Historia eclesiástica vi. 34). 64 Al final de su corto reinado se celebró el milésimo aniversario de la fundación de la ciudad de Roma y hubo un gran resurgimiento del sentimiento patriótico romano.  Decio, el rival político de Felipe y su sucesor cuando esa ola de patriotismo llegó a su apogeo, creía que los cristianos habían favorecido a Felipe; por eso, en el año 250 comenzó una política de exterminio contra ellos. Su sangrienta persecución de los cristianos fue repetida por el emperador Valeriano unos siete años más tarde.

La Persecución Final.- Para ese tiempo los cristianos habían crecido en popularidad y aumentado extraordinariamente en número. Este aumento continuó en los años de relativa paz que siguieron a la persecución del tiempo de Valeriano, paz que terminó con la severa persecución desatada por Diocleciano y Galerio, la que comenzó en el año 303 d. C. y continuó durante diez años. Esta persecución señaló otro cambio de política, en el sentido de que representó un intento de completo exterminio. Fue un caso de guerra entre acerbos enemigos. En esa guerra perdió el imperio pagano. 

La Política De Tolerancia.- Constantino fue coronado emperador en 306, y en el año 312 d. C. se presentó como amigo del cristianismo. Al año siguiente promulgó su famoso edicto de tolerancia, y el cristianismo estuvo entonces en condiciones no sólo de propasarse libremente sino de convertirse pronto en la religión exclusiva del imperio. Constantino dio comienzo a la extraordinaria y nueva política de unión de la Iglesia y el Estado, cuyos efectos, aunque materialmente beneficiosos para la iglesia, espiritualmente le fueron más adversos que cualquier persecución que hubiera sufrido.

Comportamiento De La Iglesia Frente Al Estado.- Al examinar el comportamiento de la iglesia frente al Estado durante los siglos cuando el cristianismo era una religión ilícita, sin reconocimiento oficial en la sociedad, debe recordarse que en esos años la iglesia no buscaba su afianzamiento material en el mundo, como lo enseñó después San Agustín, sino un lugar en el reino de los cielos, con Jesucristo como Gobernante. Por lo tanto, el comportamiento de los cristianos era de una paciente resignación hasta que Cristo los rescatara.

Es cierto que la significativa declaración de Cristo: "Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios" (Mat. 22:21) rara vez se encuentra en los escritos de los autores cristianos de los primeros siglos; sin embargo, aplicaban esta admonición a su relación con el imperio. Pablo exhortó a la iglesia en el mismo sentido, cuando escribió: "Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos.    

Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo... Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia.  Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios" (Rom. 13:16). Pedro dice: "Honrad al rey" (1 Ped. 2:17). Por lo tanto, aun cuando su religión era ilegal, los cristianos procuraban vivir como buenos ciudadanos en un ambiente hostil, aplicando todos los días la ética manifestada en la vida de Jesús y contenida en el ejemplo y en las enseñanzas de los apóstoles. Ganaron buena reputación por la pureza de su vida y por su bondad para con sus prójimos. 

El gobierno odiaba y finalmente llegó a temer más y más al cristianismo, pero el pueblo apreciaba cada vez más la clase de vida manifestado por los cristianos. Cuando eran arrastrados ante los tribunales, al responder la pregunta de los Jueces, con frecuencia los cristianos sencillamente contestaban: "Soy cristiano", e iban a la muerte sonriendo en medio de sus sufrimientos, amonestando a los otros cristianos para que 65 fueran fieles y exhortando a los paganos que presenciaban la escena para que siguieran a Jesucristo, su Señor y Maestro. Los cristianos que presenciaban la muerte de tales mártires permanecían admirablemente fieles, y Tertuliano pudo decir: "La sangre de los cristianos es semilla" (Apología 50).

Una innumerable cantidad de mártires cristianos murió porque Cristo había dicho: "Dad... a Dios lo que es de Dios".  Pedro había afirmado: "Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech. 5:29). "Si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis" (1Ped. 3:14). "No os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo... Si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello" (1 Ped. 4:12-16). Pablo sabía por experiencia propia lo que era vivir una vida consecuente para Cristo. Ha dejado una lista para la posteridad de sus primeros sufrimientos por causa de su Señor (2 Cor. 11:23-27).

Por principio, los cristianos eran ciudadanos cumplidores de la ley, siempre que las autoridades les indicaban lo que era su deber hacer.  Pero cuando se les exigía negar a Cristo, participar de un culto falso y vivir la clase de vida que hubiera significado apostatar de los principios cristianos, en la mayoría de los casos se mantenían firmes de parte de lo correcto.  Escogían obedecer a Dios antes que a los hombres y, como resultado, sufrir azotes, encarcelamiento o muerte. La disyuntiva era muy clara y las consecuencias seguras: muerte aquí, pero vida eterna con Cristo.

Separación De La Iglesia Y El Estado.- Esta filosofía de la separación de la Iglesia y el Estado resultaba necesaria, con el pensamiento de que debía manifestarse cierto grado de cooperación con el ambiente pagano debido a la necesidad del momento, hasta que Cristo los transportara a un nuevo ambiente. Tertuliano, en el siglo III y Lactancio en el siglo IV, insistían en que la Iglesia cristiana debía mantenerse separada del Estado pagano.

Pero como no se produjo la segunda venida de Cristo, ya en el siglo III se fue formando una nueva filosofía. El cristianismo se iba popularizando y continuamente aumentaba su número de miembros. Los maestros cristianos eran escuchados con más y más respeto, y surgió la esperanza de que antes de mucho el cristianismo pudiera, manejar el mundo. Por lo tanto, cada vez que era posible, se incorporaban costumbres mundanas que eran "bautizadas", dándoselas un nombre cristiano y también una apariencia exterior cristiana. Se tenía cuidado de ofender lo menos posible al Estado. Cuando la situación era clara, los dirigentes de la iglesia y aquellos a quienes ellos dirigían procuraban mantenerse firmes. Con frecuencia, sin embargo, resultaba conveniente posponer el momento del enfrentamiento, y en más de una ocasión las decisiones fueron enturbiadas por la claudicación. Bien podría suponerse que si durante el siglo III los gobernantes romanos hubiesen sido más complacientes, el cristianismo hubiera seguido un programa tal de componendas que lo hubiera llevado al punto de vivir satisfecho en un ambiente pagano, y quizá finalmente hubiera sido completamente modificado por ese ambiente y absorbido por él. Felizmente para la iglesia, el gobierno continuó siendo un acerbo enemigo del cristianismo, y éste se vio obligado a permanecer separado del Estado hasta que Constantino hizo que el gobierno romano tomara las formas externas del cristianismo.

XIV. EL IMPACTO DE LA TRADICIÓN SOBRE LA IGLESIA

Los Apóstoles Y La Tradición.- La palabra "tradición" (Gr. parádosis) en sí misma no tiene un mal significado.  Parádosis significa "transmisión", "entrega". Pablo aconsejaba 66 a los creyentes de Tesalónica a retener "la doctrina [Gr. parádosis] que habéis aprendido" (2 Tes. 2:15), y les advertía que no tuvieran comunión con cualquiera que no anduviera "según la enseñanza [Gr. parádosis que recibisteis de nosotros" (cap. 3:6). Pablo expresó estos conceptos porque es evidente que algunos se habían presentado a los tesalonicenses con una carta que decían que era de Pablo, acerca del inminente advenimiento de Cristo (cap. 2:2). Las "tradiciones" que Pablo mantenía como dignas de confianza eran sus propias enseñanzas orales por las cuales los tesalonicenses debían probar cualquier supuesto mensaje suyo, usando también las cartas que verdaderamente eran de él.

Pero Pablo advirtió a los creyentes de Colosas que no se dejaran engañar "por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo" (Col. 2:8). Pedro recordó a los que se habían convertido a Cristo mediante su ministerio, que estaban salvados por el poder de Cristo de la "vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres" [Gr. "recibir como tradición de padres"].  

Más clara es aún la condenación que hace Cristo de la tradición. Cuando le preguntaron por qué permitía que sus discípulos quebrantaran "la tradición de los ancianos" (Mat. 15:2), él colocó la autoridad de la ley de Dios por encima de la tradición y mostró que la tradición de los judíos los había llevado a quebrantar los mandamientos de Dios (vers. 3-6). 

Citó a Isaías (cap. 29: 13, tal como se conserva hasta hoy en la LXX) como si hablara en nombre de Dios: "En vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres" (Mat. 15:9); y pronunció esta sentencia: "Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada" (Mat. 15:13). Estableció claramente que las Escrituras "dan testimonio" de él (Juan 5:39) y usó los escritos del Antiguo Testamento para confirmar su mesianismo cuando habló con sus discípulos después de su resurrección (Luc. 24:27,44).  

Pablo entendía que las Escrituras son suficientes para la salvación y para la edificación del cristiano (2 Tim. 3:15-17). 

Juan amonesta duramente a cualquiera que intentara añadir o suprimir a las palabras del libro del Apocalipsis, que le fue dado por inspiración (Apoc. 22:18-19).

Las Escrituras Fueron Subordinadas.- No cabe duda de que el mal uso que los judíos dieron a las Escrituras cuando se opusieron al cristianismo, y el que le dieron los falsos profetas dentro de la iglesia, los herejes, y especialmente los gnósticos, debilitó un poco la fe de los cristianos en la autoridad de las Escrituras. 

Tertuliano escribió a comienzos del siglo III que las Escrituras no son suficientes para hacer frente a los ataques de los herejes, porque los mismos herejes usan las Escrituras como fundamento de sus opiniones (De Praescriptione Haereticorum 14,19).

Ireneo, obispo de las Galias, escribió su notable obra Contra herejías alrededor del año 185 d. C.; en ella hace frente al mismo problema que Tertuliano enfrentó unos pocos años después. Como ya se destacó, Ireneo estableció el principio de que la verdad del cristianismo se debe encontrar en las iglesias fundadas por los apóstoles, los cuales transmitieron la verdad a los obispos, los sucesores de los apóstoles según la opinión de Ireneo. Para él esa verdad "transmitida" era la tradición, e insistía que ésta debía ser una norma de verdad puesto que los herejes usaban las Escrituras (Contra herejías iii. 1-4).

Tertuliano presenta la máxima defensa posible en favor de la tradición en su obra De Corona 3,4): "Averigüemos, por lo tanto, si la tradición no debe ser aceptada a menos que esté escrita. Ciertamente diremos que no debe ser aceptada si no hay casos de otras prácticas registradas anteriormente que, sin ningún instrumento escrito, mantenemos sólo sobre la base de la tradición, y en adelante el apoyo de la costumbre nos proporcione algún 67 precedente. Para tratar este asunto brevemente comenzaré con el bautismo. Un poco antes de que entremos en el agua, en la presencia de la congregación y bajo la mano del presidente, solemnemente afirmamos que renunciamos al diablo, a su pompa y a sus ángeles. 

Después somos sumergidos tres veces haciendo una promesa algo más amplia de la que el Señor ha establecido en el Evangelio. Luego somos levantados (como malos nacidos de nuevo), gustamos en primer lugar de una mezcla de leche y miel, y desde ese día nos abstenemos del baño diario durante toda una semana. También tomamos, congregados antes del alba y únicamente de la mano de los presidentes, el sacramento de la eucaristía que el Señor ordenó que fuera comido a la hora de comer y disfrutado por todos sin excepción.  Cada vez que llega el aniversario hacemos ofrendas por los muertos como homenaje de cumpleaños. Consideramos que es contra la ley ayunar o arrodillarse en el culto en el día del Señor. Nos regocijamos en el mismo privilegio también desde la pascua de resurrección hasta el domingo de Pentecostés. Sentimos tristeza si algo del vino o del pan, aunque sea nuestro, es echado en tierra. En cada paso y en cada movimiento que damos, en cada entrar y salir, cuando nos vestimos y nos calzamos, cuando nos bañamos, cuando nos sentamos a la mesa, cuando encendemos las lámparas, acostados o sentados, en todos los actos comunes de la vida diaria, hacemos en la frente la señal [de la cruz].

"Si para éstas y otras reglas parecidas insistís en tener una orden positiva de las Escrituras, no la encontraréis. La tradición se os presentará como la originadora de ellas; la costumbre, como la que les da fuerza, y la fe, como su observadora. Que la razón sostiene a la tradición, y a la costumbre, y a la fe, lo percibiréis por vosotros mismos, o lo aprenderéis de alguien que lo ha percibido.  Mientras tanto creeréis que hay alguna razón a la cual se debe dar acatamiento".

Ensalzamiento De La Tradición.- El siguiente es un argumento sumamente interesante.  Se afirma que la tradición tuvo que ser aceptada como autoridad para ciertas prácticas seguidas en la iglesia a comienzos del siglo III, para las cuales, se reconoce, no hay autoridad bíblica. Después se dice que estas prácticas son auténticas porque la iglesia las sigue. Luego se afirma la autoridad de la tradición porque la iglesia las sigue basada en una autoridad tradicional. La atrevida lista de Tertuliano de las cosas que la iglesia de sus días hacía basándose en la tradición, nos da una idea de hasta dónde había llegado la iglesia en el siglo III, apartándose de la base de las Escrituras.

De allí en adelante se hizo mucho más basándose en la tradición. Cuando la iglesia aceptó esa autoridad no bíblica, se abrieron las compuertas para que entrara una inundación casi interminable de rituales sin base bíblica y de enseñanzas erróneas. Estas se posesionaron de la iglesia no sólo en la Edad Media, sino que hasta han llegado a los tiempos modernos; y no sólo en las más antiguas iglesias ritualistas, sino también, en cierta medida, en las iglesias más evangélicas. Aún sigue en pie esta verdad: "En vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres" (Mat. 15:9).

Veneración De Los Santos.- La doctrina del estado consciente de los muertos y el castigo eterno de los impíos en el infierno, aparece desde muy antiguo en la historia cristiana. Los servicios conmemorativos ante la tumba de los mártires pronto fueron seguidos por oraciones en favor de los mártires, que se pensaba que estaban en una especie de purgatorio. Luego, como se creía que los santos perfectos habían ido a una eterna bienaventuranza, se ofrecían oraciones a los santos para que intercedieran por los que todavía estaban en la tierra. La veneración de los santos y más tarde el culto a la Virgen María fueron la consecuencia lógica de una mala interpretación de la doctrina de la naturaleza del hombre.

La Expiación.- La expiación también fue mal comprendida.  Se la envolvió en una atmósfera de magia. La gente llegó a pensar que los emblemas de la Cena del 68 Señor estaban investidos de una especie de poder mágico. Pronto se creyó que la presencia de Cristo en los emblemas impartía el poder de Cristo mismo a los participantes. Apareció después la enseñanza de la "presencia real" que Cristo está personalmente en el pan y en el vino, y así fácilmente surgió la doctrina de la transubstanciación: que el pan y el vino se convierten literalmente en el cuerpo y la sangre de Cristo, no sólo en apariencia exterior sino en su naturaleza intrínseca. Como ya se ha dicho, los emblemas se habían convertido en un sacrificio, y Cristo era nuevamente ofrecido como la ofrenda por el pecado. 

Los ancianos se transformaron en sacerdotes, necesarios para cumplir la función sacerdotal de ofrecer nuevamente a Cristo. Ver pp. 46-47.

El bautismo llegó a ser un rito que salva a los niños, quienes, según se creía, habían heredado la culpa de sus padres. Para administrar este rito con propiedades salvadores se necesitaba otra vez un sacerdote. La comprensión errada de la expiación y de los ritos que la representaban, hicieron posible el establecimiento de un sacerdocio humano que de una manera blasfema ocupó el lugar, en la creencia de la gente, del sacerdocio de Jesucristo en el santuario celestial.

Un Nuevo Legalismo Y Ascetismo.- Con la propagación del antijudaísmo en la iglesia sobrevino una ola de antilegalismo, debido en parte a una tergiversación de ciertas declaraciones de Pablo (cf. 2 Ped. 3:15-16). Esto hizo que la iglesia, especialmente en el Occidente, estuviera lista para poner de lado el sábado semanal y para descuidar otras enseñanzas de las Escrituras. Esto duró en la iglesia el tiempo necesario para hacer daño. Vino después una especie de neolegalismo que hizo que la iglesia observara de nuevo las festividades que ocupaban el lugar de los días de reposo anuales del Antiguo Testamento y que observara el domingo, primer día de la semana, en memoria de la resurrección. Detalles rituales fueron añadidos a las ceremonias que se introdujeron en la iglesia, como se puede ver por el pasaje de Tertuliano ya citado, debido en parte a la presión de creencias tomadas del paganismo. La iglesia tergiversó lo que Pablo dijo en 1 Cor. 7, y llegó a considerar el celibato como una demostración de consagración. Diversas prácticas ascéticas proporcionaron a los cristianos fervientes una nueva norma para expresar su celo.  

El ayuno se convirtió en algo necesario para la salvación. Finalmente algunos entusiastas, insatisfechos con las iglesias, huyeron al desierto y se convirtieron en ermitaños que practicaban el celibato y otras formas de ascetismo. Llegaron a ser finalmente tan numerosos, que fue necesario organizarlos en comunidades. En esta forma el monasticismo, con todos sus males inherentes, se convirtió en una institución de la iglesia. Debido a la presión del antijudaísmo, el sábado semanal gradualmente perdió su importancia. Aún más rápidamente, se abandonó por completo la distinción entre alimentos limpios e inmundos. Al convertirse los ancianos en sacerdotes e incorporarse muchas creencias del paganismo se produjo una nueva estructura, y el cristianismo perdió de tal manera su naturaleza original y su carácter, que si los apóstoles hubieran resucitado, difícilmente habrían podido reconocer el sistema que ayudaron a fundar. En su estructura oficial y en su naturaleza general, el cristianismo llegó a ser alrededor del año 400 poco más que un culto de misterio pagano. En lo que sucedió a la iglesia primitiva con el Estado y con la sociedad, hay lecciones de advertencia para la iglesia remanente.

XV. LA PROPAGACIÓN DEL EVANGELIO

La Iglesia Como Una Empresa Misionera.- En cuanto a los alcances de la predicación del Evangelio a fines del siglo I, ya se ha presentado un panorama al tratar la 69 obra de los apóstoles. Los registros del siglo II no son claros. En el último tercio del siglo II había una próspera congregación cristiana en el valle del Ródano, de la Francia actual, y al mismo tiempo prosperaba el cristianismo en el Oriente. A comienzos del siglo III había progresos visibles del cristianismo en el norte del África y se había extendido algo en España e Inglaterra. A comienzos del siglo IV se habían establecido iglesias a lo largo del río Rin. Informes incidentales que se hallan en los escritos de los cristianos primitivos muestran una propagación gradual del cristianismo, lo que significó el establecimiento de iglesias, y a veces su extinción debido a la persecución. Al mismo tiempo se describe una sociedad que lentamente comenzaba a cristianizarse. Cuando fue legalizado el cristianismo, los cristianos sin duda podían contarse por millones, y se usaron edificios de iglesia desde el siglo III en adelante. Es evidente que las iglesias no eran establecidas con la pureza del cristianismo apostólico, sino con la naturaleza y la complejidad de las apostasías en que había caído la iglesia. El agua no puede alcanzar un nivel más alto que el de su fuente. Las nuevas iglesias siguieron naturalmente a las que les habían dado existencia y las habían nutrido.

La Extensión Del Mensaje Evangélico.- Hay una declaración impresionante en los escritos del apóstol Pablo. El habla de "la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación ['a toda criatura', BJ] que está debajo del cielo" (Col. 1: 23).  Este es un indicio bastante claro de que el progreso de la obra misionera de la iglesia no se medía en los primeros años por las iglesias establecidas que se conocen históricamente. 

Hay suficiente base para creer que con el poder del Espíritu de Pentecostés y con el celo y el valor de los apóstoles, el mensaje del Evangelio fue llevado rápidamente a todo el mundo conocido. Aunque no dio como resultado en todas partes el establecimiento de comunidades cristianas permanentes, cumplió con el propósito de amonestar a los hombres para que creyeran en el Mesías que había sido crucificado, y había resucitado y ascendido al cielo donde estaba cumpliendo su obra de mediación para todos los que creyeran en él.  Si fue así, debe pensarse que es algo paralelo con el mensaje de amonestación que debe ser predicado al mundo entero antes de la segunda venida de Cristo (Mat. 24:14; Apoc. 14:6-12), y que ahora está en marcha.

Bibliografía

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