1. Abstinencia de los deseos carnales
Siempre hay una reacción.
Bajo el título de estimulantes y narcóticos se clasifica una gran variedad de sustancias que, aunque empleadas como alimento y bebida, irritan el estómago, envenenan la sangre y excitan los nervios. Su consumo es un mal positivo.
Los hombres buscan la excitación de estimulantes, porque, por algunos momentos, producen sensaciones agradables. Pero siempre sobreviene la reacción. El uso de estimulantes antinaturales lleva siempre al exceso, y es un agente activo para provocar la degeneración y el decaimiento físico (El Ministerio de Curación, pág. 250).
La abarcante advertencia de Pedro.
"Os ruego. . . que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma" (1 Ped. 2: 11), es el lenguaje que usa el apóstol Pedro. Muchos consideran esta advertencia aplicable sólo a la licencia; pero tiene un sentido más amplio. Nos guarda contra toda complacencia perjudicial del apetito o la pasión. Es una advertencia de las más fuertes contra el uso de estimulantes y narcóticos tales como el té, el café, el tabaco, el alcohol y la morfina. Estas complacencias pueden bien ser clasificadas entre la concupiscencia que ejerce una influencia perniciosa sobre el carácter moral. Cuanto más temprano en la vida se formen estos hábitos perjudiciales, más firmemente tomarán posesión de la víctima convirtiéndola en un esclavo de la concupiscencia, y más ciertamente rebajarán la norma de espiritualidad
(Consejos Sobre el Régimen Alimenticio, pág. 74).
Aminora la actividad física y mental.
No permitáis que se os haga participar en el uso de estimulantes, porque esto no sólo producirá una reacción y la pérdida de fortaleza física, sino que traerá como consecuencia la ofuscación del intelecto (Testimonies, tomo 4, pág. 214). 66
La energía vital es impartida a la mente mediante el cerebro; por lo tanto el cerebro nunca debiera ser embotado por el uso de drogas, o excitado por el uso de estimulantes. Cerebro, hueso y músculo deben ser puestos en acción armoniosa para que todos puedan trabajar como máquinas bien reguladas, y cada parte actúe en armonía, sin que ninguna esté sobrecargada (Carta 100, 1898).
Cuando los que tienen el hábito de usar té, café, tabaco, opio, o licores alcohólicos, son privados de esta complacencia habitual, encuentran que es imposible participar con interés y con celo en el culto de Dios. La gracia de Dios parece carente de poder para avivar o espiritualizar sus oraciones o sus testimonios. Estos cristianos profesos deben considerar la fuente de su gozo. ¿Es de arriba o de abajo? (La Edificación del Carácter y la Formación de la Personalidad, pág. 41).
La edad avanzada de algunos no es argumento.
Los que consumen té, café, opio y alcohol pueden, a veces, alcanzar edad avanzada, pero este hecho no es argumento en favor del uso de esos estimulantes. Sólo el gran día de Dios revelará lo que esas personas podrían haber realizado, pero no lo hicieron, debido a sus hábitos de intemperancia (Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 35).
No todos son tentados por igual.
Algunos miran con horror a hombres que han sido vencidos por el licor y andan haciendo eses y tambaleándose por la calle, cuando al mismo tiempo ellos están complaciendo su apetito por cosas que difieren en su naturaleza de la bebida alcohólica, pero que perjudican la salud, afectan el cerebro y destruyen su sentido elevado de las cosas espirituales.
El que bebe licores tiene apetito por la bebida fuerte, y lo satisface, mientras que otro no tiene apetito por las bebidas embriagantes, pero desea alguna otra complacencia perjudicial, y no practica la abnegación más de lo que lo hace el borracho (Spiritual Gifts, tomo 4, pág. 125.).
La falsificación satánica del árbol de la vida.
Del comienzo al fin, el crimen del uso del tabaco y de la medicación con opio y drogas tiene su origen en el conocimiento pervertido. Miles y decenas de miles de vidas se pierden por el acto de tomar y comer el fruto venenoso, mediante las complicaciones de nombres que el común del pueblo no comprende. Dios no dispuso que el hombre tuviese este gran conocimiento que los hombres dicen ser tan maravilloso. 67 Están usando los productos venenosos que Satanás mismo ha plantado para que tomen el lugar del árbol de la vida, cuyas hojas son para la sanidad de las naciones. Los hombres trafican con licores y drogas que están destruyendo a la familia humana (Manuscrito 119, 1898).
2. Té y Café
El régimen alimentario y las bebidas estimulantes de nuestros días no llevan al mejor estado de salud. El té, el café y el tabaco, son todos estimulantes y contienen venenos. No sólo no son necesarios, sino dañinos, y debieran ser descartados si queremos añadir a la ciencia, templanza (Review and Herald, 21-2-1888).
Los estimulantes no son alimento.
El té y el café no nutren el organismo. Alivian repentinamente, antes que el estómago haya tenido tiempo de digerirlos. Esto demuestra que aquello que los consumidores de estos estimulantes llaman fuerza proviene de la excitación de los nervios del estómago, que transmiten la irritación al cerebro, y éste a su vez es impedido a aumentar la actividad del corazón y a infundir una energía de corta duración a todo el organismo. Todo esto es fuerza falsa, cuyos resultados ulteriores dejan en peor condición, pues no imparten ni una sola partícula de fuerza natural (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 196).
La salud no mejora en ningún sentido por el uso de las cosas que estimulan por un tiempo pero que después causan una reacción que deja el organismo humano más deprimido que antes. El té y el café estimulan las energías que flaquean por el momento, pero cuando ha pasado su influencia inmediata, sobreviene un estado de depresión. Estas bebidas no tienen en absoluto ningún alimento en sí mismas. La leche y el azúcar que contienen constituyen todo el alimento que proporciona una taza de té o café (Consejos Sobre el Régimen Alimenticio, pág. 510).
Por el hecho de que estos estimulantes producen resultados pasajeros tan agradables, muchos piensan que los necesitan realmente y continúan consumiéndolos. Pero siempre hay una reacción. El sistema nervioso, habiendo sido estimulado indebidamente, obtuvo fuerzas de las reservas para su empleo inmediato (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 418). 68
Lo que hace el té.
"Penetra en la circulación y reduce gradualmente la energía del cuerpo y de la mente. Estimula, excita, aviva y apresura el movimiento de la maquinaria viviente, imponiéndole una actividad antinatural, y da al que lo bebe la impresión de que le ha hecho un gran servicio infundiéndole fuerza. Esto es un error".
El té sustrae energía nerviosa y debilita muchísimo. Cuando desapareció su influencia y cesa la actividad estimulada por su uso, ¿cuál es el resultado? Una languidez y debilidad que corresponden a la vivacidad artificial que impartiera el té.
Cuando el organismo está ya recargado y necesita reposo, el consumo de té acicatea la naturaleza, la estimula a cumplir una acción antinatural y por lo tanto disminuye su poder para hacer su trabajo y su capacidad de resistencia; y las facultades se agotan antes de lo que el Cielo quería. El té es venenoso para el organismo. Los cristianos deben abandonarlo. . . . El segundo efecto de beber té es dolor de cabeza, insomnio, palpitaciones del corazón, indigestión, temblor nervioso y muchos otros males (Joyas de los Testimonios, tomo 1, págs. 195, 196).
El café es más dañino todavía.
La influencia del café es hasta cierto punto la misma que la del té, pero su efecto sobre el organismo es aún peor.
Es excitante, y en la medida en que lo eleve a uno por encima de lo normal, lo dejará finalmente agotado y postrado por debajo de lo normal. A los que beben té y café, los denuncia su rostro. . . . No se advierte en el rostro el resplandor de la salud (Joyas de los Testimonios, tomo 1, págs. 195, 196).
Beber café es una complacencia perjudicial. Por un tiempo excita la mente. . . . pero el efecto posterior es el agotamiento, la postración, la parálisis de las facultades mentales, morales y físicas. La mente se enerva, y a menos que el hábito sea vencido mediante el esfuerzo decidido, la actividad del cerebro queda permanentemente disminuida
(Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 34).
Efecto de todas las bebidas que contienen cafeína.
Parecida resulta también la acción del café y de muchas otras bebidas populares. El primer efecto es agradable. Se excitan los nervios del estómago, y esta excitación se transmite al cerebro, que, a su vez acelera la actividad del corazón, y da al organismo entero cierta energía pasajera. No se hace caso del cansancio, 69 la fuerza parece haber aumentado.
La inteligencia se despierta y la imaginación se aviva (El Ministerio de Curación, págs. 250, 251).
Mediante esta práctica continua de complacencia del apetito, el vigor natural del organismo queda gradual e imperceptiblemente lesionado. Si queremos conservar la acción saludable de todas las facultades del organismo, la naturaleza no debe ser forzada a una acción antinatural. La naturaleza permanecerá en su puesto del deber, y hará su labor sabia y eficientemente, si se abandonan los falsos estimulantes que han sido traídos para tomar su lugar
(Review and Herald, 19-4-1887).
Pérdida de tiempo por enfermedad.
Muchos que se han acostumbrado al uso de bebidas estimulantes, sufren de dolor de cabeza y de postración nerviosa, y pierden mucho tiempo por enfermedad. Creen que no pueden vivir sin los estimulantes, e ignoran su efecto sobre la salud. Lo que lo hace aún más peligroso es que sus malos efectos se atribuyen a menudo a otras causas
(Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 35).
Bebidas que forman hábito.
El té y el café no son ni saludables ni necesarios. No tienen ninguna utilidad en lo que respecta a la salud del cuerpo.
Pero la práctica en el uso de estas cosas se convierte en un hábito (Manuscrito 86, 1897).
Se produce un deseo antinatural.
El consumo continuo de estos excitantes de los nervios provoca dolor de cabeza, insomnio, palpitaciones del corazón, indigestión, temblores y otros muchos males; porque esos excitantes consumen las fuerzas vitales. Los nervios cansados necesitan reposo y tranquilidad en vez de estímulo y recargo de trabajo. La naturaleza necesita tiempo para recuperar las agotadas energías. Cuando sus fuerzas son aguijoneadas por el uso de estimulantes uno puede realizar mayor tarea; pero cuando el organismo queda debilitado por aquel uso constante, se hace más difícil despertar las energías hasta el punto deseado. Es cada vez más difícil dominar la demanda de estimulantes hasta que la voluntad queda vencida y parece que no hay poder para negarse a satisfacer un deseo tan ardiente y antinatural, que pide estimulantes cada vez más fuertes, hasta que la naturaleza, exhausta, no puede responder a su acción (El Ministerio de Curación, pág. 251). 70
Preparan el organismo para la enfermedad.
Son estos estimulantes perjudiciales los que están ciertamente minando el cuerpo y preparando el organismo para las enfermedades agudas, al dañar la fina maquinaria de la naturaleza y demoliendo sus fortificaciones erigidas contra la enfermedad y el deterioro prematuro (Testimonies, tomo 1, págs. 548,549).
Todo el organismo sufre.
Por el uso de los estimulantes sufre todo el organismo. Los nervios se desequilibran, el hígado funciona mal, la calidad de la sangre y su circulación son afectadas, y la piel se vuelve inactiva y pálida. La mente también es perjudicada.
La influencia inmediata de estos estimulantes es excitar el cerebro a una actividad indebida, sólo para dejarlo más débil y menos apto para el esfuerzo. El efecto ulterior es la postración, no sólo mental y física, sino moral. Como resultado, vemos a hombres y mujeres nerviosos, de juicio defectuoso y de mente desequilibrada. A menudo manifiestan un espíritu precipitado, impaciente y acusador, que mira las faltas de los demás como a través de un lente de aumento, pero completamente incapaz de discernir sus propios defectos (Christian Temperance and Bible Hygiene, págs. 35, 36).
La lengua se suelta.
Cuando estos tomadores de té y de café se reúnen para una fiesta social, los efectos de su pernicioso hábito se hacen manifiestos. Todos se sirven abundantemente de sus bebidas favoritas, y al sentir la influencia estimulante, sus lenguas se sueltan, y comienzan la impía tarea de hablar en contra de los demás. Sus palabras no son pocas o bien escogidas.
Los bocados del chismerío pasan en la rueda, y demasiado a menudo también el veneno del escándalo. Esos chismosos irreflexivos se olvidan que hay un testigo. Un Vigilante invisible está escribiendo sus palabras en los libros del cielo.
Jesús registra todas esas críticas despiadadas, esos informes exagerados, esos sentimientos de envidia, expresados bajo la excitación de la taza de té, como si fuesen dirigidos en contra de él. "En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis" (Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 36).
Un verdadero derroche.
El dinero gastado en té y café es peor que derrochado. Sólo hacen daño al que los usa, y lo hacen en forma continua (Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 35). 71
Bebidas destructivas.
Todos deben presentar un claro testimonio contra el té y el café, al no usarlo jamás. Son sustancias narcóticas, perjudiciales tanto para el cerebro como para los otros órganos del cuerpo
(Consejos Sobre el Régimen Alimenticio, pág. 517).
Destruye el templo de Dios.
El borracho vende su razón por una copa de veneno. Satanás asume el dominio de su razón, de sus afectos y de su conciencia. Ese hombre está destruyendo el templo de Dios. El que toma té ayuda a hacer la misma obra. Sin embargo, ¡cuántos hay que colocan en sus mesas esos agentes destructores, sofocando de esa forma sus atributos divinos (Manuscrito 130, 1899).
Enemigo de la vida espiritual.
El beber té y café es un pecado, una complacencia dañina, que, a semejanza de otros males, perjudica el alma.
Estos ídolos acariciados crean una excitación, una acción mórbida del sistema nervioso
(Consejos Sobre el Régimen Alimenticio, pág. 511).
Los que complacen su apetito pervertido, lo hacen en perjuicio de la salud y del intelecto. No pueden apreciar el valor de las cosas espirituales. Su facultad de razonar se embota, el pecado no aparece muy pecaminoso, y la verdad no es considerada de mayor valor que los tesoros terrenales (Spiritual Gifts, tomo 4, pág. 129).
Menos sensible a la influencia del Espíritu Santo.
Al que usa estimulantes, todas las cosas le parecen insípidas sin la complacencia favorita. Esto amortece las sensibilidades naturales tanto del cuerpo como de la mente, y hace que éstos sean menos susceptibles a las influencias del Espíritu Santo. En ausencia del estimulante habitual, siente un hambre del cuerpo y del alma, no de justicia, de santidad, ni de la presencia divina, sino de su ídolo acariciado. En la complacencia de los deseos perniciosos, los profesos cristianos debilitan diariamente sus potencias, imposibilitándose para glorificar a Dios
(La Edificación del Carácter y la Formación de la Personalidad, pág. 41).
Fomenta el deseo de estimulantes más fuertes.
Por el uso del té y del café, se crea el apetito por el tabaco,
y éste fomenta el apetito por los licores
(Testimonies, tomo 3, pág. 563).
Algunos han cedido.
Algunos han cedido y usualmente beben té y café. Los que violan las leyes de la salud,
se 72 volverán mentalmente ciegos y violarán las leyes de Dios (Review and Herald, 21-10-1884).
El pueblo de Dios debe vencer.
Los que han recibido instrucciones acerca de los peligros del consumo de carne, té, café y alimentos demasiado condimentados o malsanos, y quieran hacer un pacto con Dios por sacrificio, no continuarán satisfaciendo sus apetitos con alimentos que saben son malsanos. Dios pide que los apetitos sean purificados y que se renuncie a las cosas que no son buenas. Esta obra debe ser hecha antes que su pueblo pueda estar delante de él como un pueblo perfecto
(Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 354).
La perseverancia decidida traerá la victoria.
Los que usan estos venenos lentos, como el fumador, piensan que no pueden
vivir sin ellos porque se sienten muy mal cuando no tienen esos ídolos.
¿Por qué sufren cuando interrumpen el uso de estos estimulantes? Porque han estado violando la naturaleza en su obra de preservar todo el organismo en armonía y salud. Sufrirán desvanecimientos, dolor de cabeza, adormecimiento, nerviosismo e irritabilidad. Se sienten como si fueran a hacerse pedazos, y algunos no tienen el valor de perseverar en abstenerse de ellos hasta que la naturaleza violada pueda recuperarse, sino que recurren de nuevo al uso de las mismas cosas dañinas. No le dan a la naturaleza el tiempo de recuperarse del que le han hecho, sino que para gozar de alivio momentáneo vuelven a esas complacencias perjudiciales. La naturaleza se está poniendo cada vez más débil e incapaz de recuperarse. Pero si ellos quieren ser decididos en sus esfuerzos para perseverar y vencer, la naturaleza maltratada pronto se reanimará y realizará su obra sabiamente y bien sin esos estimulantes (Spiritual Gifts, tomo 4, págs. 128, 129).
En algunos casos es tan difícil renunciar a este hábito del té y del café como lo es para el borracho dejar el uso del licor (Counsels on Health pág. 442).
Un voto que abarque el té y el café.
Todos estos irritantes nerviosos están consumiendo las fuerzas vitales; y el desasosiego, la impaciencia, la debilidad mental causados por los nervios destrozados llegan a ser un elemento de lucha que está trabajando constantemente contra el progreso espiritual. Los cristianos, ¿pondrán el apetito bajo el 73 dominio de la razón, o seguirán complaciéndolo porque se sienten tan "abatidos" al no hacerlo, como el borracho sin su estimulante? Los que abogan por la reforma en la temperancia, ¿no se despertarán también en cuanto a estas cosas perjudiciales? ¿No debiera abarcar el voto también el café y el té como estimulantes dañinos (Counsels on Health, pág. 442).
Algunos necesitan dar este paso.
Esperamos llevar a nuestros hermanos y hermanas a un nivel aún más alto haciéndoles firmar el voto de abstenerse del café de Java [un tipo de café que seguramente se usaba mucho en el año cuando la Sra. White escribió esto] y de la hierba que viene de la China. Vemos que hay algunos que necesitan dar este paso en la reforma (Review and Herald, 19-4-1887).
Conducta apropiada en la mesa ajena -una palabra a los colportores evangélicos.
Si os sentáis a su mesa, comed moderadamente, y sólo alimentos que no confundan la mente. Absteneos de toda intemperancia. Sed vosotros mismos una lección objetiva que ilustre los principios correctos. Si os ofrecen té para beber, decidles con palabras sencillas su efecto perjudicial sobre el organismo (Manuscrito 23, 1890).
Siguiendo a Jesús en la senda de la reforma.
Jesús venció en el terreno del apetito, y nosotros también podemos hacerlo. Avancemos, entonces, paso a paso, en la reforma, hasta que todos nuestros hábitos estén de acuerdo con las leyes de la vida y la salud. El Redentor del mundo en el desierto de la tentación peleó en favor nuestro la batalla en el terreno del apetito. Como nuestra garantía, él venció, haciendo posible que el hombre pueda vencer en su nombre. "Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono" (Review and Herald, 19-4-1887).
3. Las drogas
Una práctica común que es peligrosa.
Una práctica que prepara el terreno para un gran acopio de enfermedades y de males aun peores es el libre uso de drogas venenosas. Cuando se sienten atacados por alguna enfermedad, muchos no quieren darse el trabajo de buscar la causa. Su principal afán es librarse de dolor y molestias. Por tanto, recurren a específicos, cuyas propiedades apenas conocen, o acuden al médico para conseguir algún remedio que neutralice las 74 consecuencias de su error, pero no piensan en modificar sus hábitos antihigiénicos. Si no consiguen alivio inmediato, prueban otra medicina, y después otra. Y así sigue el mal (El Ministerio de Curación, pág. 88).
Medicina a toda costa.
Los enfermos tienen urgencia por sanarse, y los amigos de los enfermos son impacientes. Quieren tomar remedios, y si no sienten en su organismo esa influencia poderosa que sus puntos de vista equivocados los llevan a pensar que debieran sentir, cambian de médico con impaciencia. El cambio a menudo aumenta el mal. Toman una serie de medicinas tan peligrosas como la primera (How to Live, Nº 3, pág. 62).
Los tristes resultados.
Por el uso de drogas venenosas muchos se acarrean enfermedades para toda la vida, y se malogran muchas existencias que hubieran podido salvarse mediante los métodos naturales de curación. Los venenos contenidos en muchos así llamados remedios crean hábitos y apetitos que labran la ruina del alma y del cuerpo. Muchos de los específicos populares, y aun algunas de las drogas recetadas por médicos, contribuyen a que se contraigan los vicios del alcoholismo, del opio y de la morfina, que tanto azotan a la sociedad (El Ministerio de Curación, pág. 88).
El sistema nervioso se desarregla.
Las drogas estupefacientes, sean cuales fueren, desarreglan el sistema nervioso (How to Live, Nº 3, pág. 57).
Un castigo fijado para cada transgresión.
Dios ha establecido leyes que gobiernan nuestra constitución, y estas leyes que él ha implantado en nuestro ser son divinas, y para cada transgresión existe una penalidad, que ha de cumplirse tarde o temprano. La mayor parte de las enfermedades que han hecho sufrir y que están haciendo padecer a la humanidad, han sido creadas por los hombres debido a la ignorancia de las leyes básicas que rigen su propio organismo. Parecen indiferentes en materia de salud, y trabajan con perseverancia para despedazarse, y cuando están quebrantados y debilitados corporal y mentalmente, mandan a buscar al médico y se acarrean la muerte con las drogas* (Consejos Sobre el Régimen Alimenticio, pág. 20). 75
La vida sencilla o la farmacia.
Miles de personas que están enfermas podrían recuperar la salud, si, en lugar de hacer depender su vida de la farmacia, eliminaran todos las drogas y vivieran en forma sencilla, sin usar té, café, alcohol o especias que irritan el estómago y lo dejan débil, incapaz de digerir aun el alimento más simple sin un estímulo. El Señor desea dejar brillar su luz en rayos claros y distintos para todos los que están débiles y enfermizos (Medical Ministry, pág. 229).
Un círculo vicioso.
Usar drogas mientras se siguen practicando malos hábitos es una inconsecuencia, y deshonra grandemente a Dios al deshonrar el cuerpo que él ha hecho. Sin embargo, se siguen recetando estimulantes y drogas, y los seres humanos los usan libremente, mientras no descartan las complacencias dañinas que producen la enfermedad (Carta 19, 1892).
Los que quieren complacer su apetito y luego sufren por causa de su intemperancia, y toman drogas para aliviarse, pueden estar seguros que Dios no intervendrá para salvar la salud y la vida que tan temerariamente se expone al peligro. La causa ha producido el efecto. Muchos, como último recurso, siguen las indicaciones de la Palabra de Dios, y solicitan las oraciones de los ancianos de la iglesia en favor de la restauración de su salud. Dios no ve conveniente contestar oraciones ofrecidas en favor de los tales, porque sabe que si se les devolviera la salud, nuevamente la sacrificarían en aras del apetito malsano (Spiritual Gifts, tomo 4, pág. 145).
Un pecado contra los niños.
Si los que toman esas drogas fueran los únicos en sufrir, el mal no sería tan grande. Pero los padres no sólo pecan contra sí mismos al ingerir drogas venenosas, sino que pecan contra sus hijos. La condición corrompida de su sangre, el veneno distribuido por todo el organismo, el cuerpo débil y las diferentes enfermedades producidas como resultado del uso de las drogas, se transmiten a su descendencia y quedan como una desgraciada herencia, la cual es otra gran causa de la degeneración de la raza humana (How to Live, Nº 3, pág. 50).
Es más fácil usar drogas.
Haced uso de los remedios que Dios ha provisto. El aire puro, la luz solar y el uso inteligente del agua son agentes benéficos en la restauración de la salud. Pero el uso del agua es considerado demasiado 76 trabajoso. Es más fácil usar las drogas que los remedios naturales (Healthful Living, pág. 247). Muchos padres reemplazan la atención cuidadosa del enfermo por las drogas (Health Reformer, septiembre de 1866).
Lejos de las drogas.
La medicación por medio de las drogas, tal como se la practica generalmente, es una maldición. Aprended a evitar las drogas. Usadlas cada vez menos y confiad más en la higiene; entonces la naturaleza responderá a los médicos de Dios: el aire puro, el agua pura, el ejercicio apropiado, una clara conciencia. Los que persisten en el uso del té, el café y los alimentos a base de carne sentirán la necesidad de las drogas, pero muchos podrían restablecerse sin una pizca de medicina si obedecieran las leyes de la salud. Rara vez es necesario usar drogas (Counsels on Health, pág. 261).
La única esperanza de mejorar la situación estriba en educar al pueblo en los principios correctos. Enseñen los médicos que el poder curativo no está en las drogas, sino en la naturaleza. La enfermedad es un esfuerzo de la naturaleza para librar al organismo de las condiciones resultantes de una violación de las leyes de la salud. En caso de enfermedad, hay que indagar la causa. Deben mortificarse las condiciones antihigiénicas y corregirse los hábitos erróneos. Después hay que ayudar a la naturaleza en sus esfuerzos por eliminar las impurezas y restablecer las condiciones normales del organismo (El Ministerio de Curación, págs. 88, 89).
Importancia de la medicina preventiva.
La primera tarea del médico debería ser la de educar al enfermo y al doliente explicándoles el camino a seguir para prevenir la enfermedad. Puede hacerse el mayor bien si tratamos de iluminar la mente de todos aquellos a los cuales podamos alcanzar. Eso sería para ellos la mejor forma de prevenir la enfermedad y el sufrimiento, la debilidad y la muerte prematura. Pero los que no se cuidan de emprender un trabajo que exige esfuerzo de sus facultades físicas y mentales, estarán prontos a recetar drogas, lo cual pondrá en el organismo humano un fundamento para un mal doblemente mayor que el que ellos pretenden haber aliviado (Medical Ministry, págs. 221, 222). 77
Hay que enseñar a la gente que las drogas no curan la enfermedad. Es cierto que a veces proporcionan algún alivio inmediato momentáneo, y el paciente parece recobrarse por efecto de las drogas, cuando se debe en realidad a que la naturaleza posee fuerza vital suficiente para expeler el veneno y corregir las condiciones causantes de la enfermedad. Se recobra la salud a pesar de la droga, que en la mayoría de los casos sólo cambia la forma y el foco de la enfermedad. Muchas veces el efecto del veneno parece quedar neutralizado por algún tiempo, pero los resultados subsisten en el organismo y producen un gran daño ulterior (El Ministerio de Curación, pág. 88).
Una exhortación a los médicos concienzudos.
Un médico que tenga el valor moral para arriesgar su reputación al iluminar el entendimiento mediante la verdad lisa y llana, mostrando la naturaleza de la enfermedad y cómo prevenirla, y la práctica peligrosa de recurrir a las drogas, tendrá una carrera difícil, pero vivirá y dejará vivir. . . . Como reformador, hablará claramente en cuanto a los falsos apetitos y a la ruinosa complacencia propia en el vestir, el comer y beber, el sobrecargarse de mucho trabajo para hacer en un tiempo dado, lo cual tiene una influencia desastrosa sobre el temperamento y las facultades físicas y mentales. . . . Los hábitos correctos y apropiados, practicados inteligentemente y con perseverancia, eliminarán la causa de la enfermedad, y no se necesitará recurrir a las drogas (Medical Ministry, pág. 222).
Estudiad y enseñad las leyes de la medicina preventiva.
Hay ahora una positiva necesidad, aun entre los médicos reformadores en la línea del tratamiento de la enfermedad, de que se hagan esfuerzos mayores y concienzudos para realizar y llevar adelante la obra en favor de sí mismos, y de instruir a los que acuden a ellos debido a su habilidad profesional para descubrir la causa de sus enfermedades. Debieran llamar la atención en manera especial hacia las leyes que Dios ha establecido, que nadie puede violar impunemente. Ellos se detienen mucho en el desarrollo de la enfermedad, pero en general no llaman la atención hacia las leyes que debieran ser escrupulosa e inteligentemente obedecidas para prevenir la enfermedad (Medical Ministry, pág. 223). 78
Medicinas que dejan rastros perjudiciales.
Los siervos de Dios no debieran administrar medicinas que saben dejarán rastros perjudiciales en el organismo, aunque momentáneamente alivien el sufrimiento. Todo preparado venenoso, tomado de los reinos vegetal y mineral, introducido en el organismo dejará su desastrosa influencia, afectando el hígado y los pulmones y trastornando el organismo en general (Spiritual Gifts, tomo 4, pág. 140).
Por qué se establecieron nuestros sanatorios.
No debiera introducirse en el organismo humano nada que deje en pos de sí una influencia funesta. La razón que se me ha dado por la cual debemos establecer sanatorios en diversas localidades es la de arrojar luz sobre este asunto para practicar tratamientos higiénicos (Medical Ministry, pág. 228).
Hace años el Señor me reveló que debieran establecerse instituciones para tratar a los enfermos sin drogas. El hombre es propiedad de Dios, y son una ofensa a Dios la devastación que se ha hecho de la habitación viviente y los sufrimientos causados por las semillas de la muerte sembrados en el organismo humano (Medical Ministry, pág. 229).
Debiera proporcionárseles a los pacientes alimento bueno y saludable; debe observarse una abstinencia total de todas las bebidas embriagantes; deben descartarse las drogas y seguirse métodos racionales de tratamiento. No debe dárseles alcohol, té, café o drogas a los pacientes, porque éstos siempre dejan rastros. Al seguir estas reglas, muchos que han sido desahuciados por los médicos pueden ser restaurados a la salud (Medical Ministry, pág. 228).
Rara vez se necesitan drogas.
Muchos podrían restablecerse sin una pizca de medicina si vivieran de acuerdo con las leyes de la salud. Rara vez se necesita usar drogas. Se requerirán esfuerzos fervientes, pacientes y prolongados para establecer la obra y llevarla adelante sobre la base de principios higiénicos. Pero, combínese la oración ferviente y la fe con vuestros esfuerzos, y tendréis éxito. Mediante esta obra estaréis enseñando a los pacientes, y también a otros, cómo cuidar de sí mismos cuando están enfermos sin recurrir al uso de las drogas (Medical Ministry, págs. 259, 260).
Nuestras instituciones están establecidas para que los enfermos puedan ser tratados con métodos higiénicos, descartando casi enteramente el uso de las drogas.... Tendrán que rendir una terrible cuenta a Dios los hombres que 79 tienen tan poco respeto por la vida humana como para tratar tan cruelmente el cuerpo al administrar sus drogas. . . . No tendremos disculpa si por ignorancia destruimos el edificio de Dios, introduciendo en nuestro estómago drogas venenosas bajo una variedad de nombres que no comprendemos. Es nuestro deber rechazar todas las recetas de esta clase. Deseamos construir un sanatorio donde puedan curarse las enfermedades mediante las provisiones de la misma naturaleza, y donde pueda enseñarse a la gente cómo tratarse a sí misma cuando está enferma, donde puedan aprender a comer con moderación alimentos saludables y se eduquen a rechazar todos estos elementos dañinos: té, café, vinos y estimulantes de toda clase, y a descartar la carne de animales muertos (Manuscrito 44, 1896).
Para una obra más efectiva.
No se ventila la cuestión de la reforma pro salud como debiera hacérselo. Un régimen sencillo y la ausencia total de drogas, que dejen a la naturaleza libre para recuperar las energías gastadas del cuerpo, haría que nuestros sanatorios fueran mucho más eficientes en restaurar la salud de los enfermos (Carta 73a, 1896).
Enseñad a los pacientes cómo colaborar con Dios.
Debe enseñarse a la gente a comprender que es un pecado destruir las energías físicas, mentales y espirituales, y que debe comprender cómo colaborar con Dios en su propio restablecimiento. Mediante la fe en Cristo pueden vencer el hábito de usar estimulantes y drogas que destruyen la salud (Manuscrito 12, 1900). 80
(La Temperancia de E. G. de White)
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