(Este capítulo 77. Está basado en San Mateo 27:2, 11-31; San Marcos 15:1-20; San Lucas 23:1-25; San Juan 18:28-40; 19:1-16).
EN EL TRIBUNAL
DE PILATO, EL GOBERNADOR ROMANO, Cristo estaba atado como un preso. En
derredor de él estaba la guardia de soldados, y el tribunal se llenaba
rápidamente de espectadores. Afuera, cerca de la entrada, estaban los jueces
del Sanedrín, los sacerdotes, los príncipes, los ancianos y la turba. Después
de condenar a Jesús, el concilio del Sanedrín se había dirigido a Pilato para
que confirmase y ejecutase la sentencia. Pero estos funcionarios judíos no
querían entrar en el tribunal romano.
SEGÚN SU LEY
CEREMONIAL, ELLO LOS HABRÍA CONTAMINADO y les habría impedido tomar parte en
la fiesta de la Pascua. En su ceguera, no veían que el odio homicida había
contaminado sus corazones. No veían que Cristo era el verdadero Cordero
pascual, y que, por haberle rechazado, para ellos la gran fiesta había perdido
su significado.
CUANDO EL SALVADOR FUE LLEVADO AL TRIBUNAL, Pilato le miró con ojos
nada amistosos. El gobernador romano había sido sacado con premura de su
dormitorio, y estaba resuelto a despachar el caso tan pronto como fuese
posible. Estaba preparado para tratar al preso con rigor. Asumiendo su
expresión más severa, se volvió para ver qué clase de hombre tenía que
examinar, por el cual había sido arrancado al descanso en hora tan temprana.
Sabía que debía tratarse de alguno a quien las autoridades judías anhelaban ver
juzgado y castigado apresuradamente.
PILATO MIRÓ A
LOS HOMBRES QUE CUSTODIABAN A JESÚS, y luego su mirada descansó
escrutadoramente en Jesús. Había tenido que tratar con toda clase de
criminales; pero nunca antes había comparecido ante él un hombre que llevase
rasgos de tanta bondad y nobleza. En su cara no vio vestigios de culpabilidad,
ni expresión de temor, ni audacia o desafío. Vio a un hombre de porte sereno y
digno, cuyo semblante no llevaba los estigmas de un criminal, sino la firma del
cielo. 672 La apariencia de Jesús hizo una impresión favorable en Pilato. Su
naturaleza mejor fue despertada. Había oído hablar de Jesús y de sus obras. Su
esposa le había contado algo de los prodigios realizados por el profeta
galileo, que sanaba a los enfermos y resucitaba a los muertos. Ahora esto
revivía como un sueño en su mente. Recordaba rumores que había oído de diversas
fuentes.
RESOLVIÓ EXIGIR A LOS JUDÍOS QUE
PRESENTASEN SUS ACUSACIONES CONTRA EL PRESO. ¿Quién es este hombre, y porqué le
habéis traído? dijo. ¿Qué acusación presentáis contra él? Los judíos
quedaron desconcertados. Sabiendo que no podían comprobar sus acusaciones
contra Cristo, no deseaban un examen público. Respondieron que era un impostor
llamado Jesús de Nazaret. Pilato volvió a preguntar: "¿Qué acusación
traéis contra este hombre?" Los sacerdotes no contestaron su pregunta sino
que con palabras que demostraban su irritación, dijeron: "Si éste no fuera
malhechor, no te lo habríamos entregado."
CUANDO LOS
MIEMBROS DEL SANEDRÍN, LOS PRIMEROS HOMBRES DE LA NACIÓN, te traen un
hombre que consideran digno de muerte ¿es necesario pedir una acusación contra
él? Esperaban hacer sentir a Pilato su importancia, y así inducirle a acceder a
su petición sin muchos preliminares. Deseaban ansiosamente que su sentencia
fuese ratificada; porque sabían que el pueblo que había presenciado las obras
admirables de Cristo podría contar una historia muy diferente de la que ellos
habían fraguado y repetían ahora.
LOS SACERDOTES
PENSABAN QUE CON EL DÉBIL Y VACILANTE PILATO podrían llevar a cabo sus
planes sin dificultad. En ocasiones anteriores había firmado apresuradamente
sentencias capitales, condenando a la muerte a hombres que ellos sabían que no
eran dignos de ella. En su estima, la vida de un preso era de poco valor; y le
era indiferente que fuese inocente o culpable. Los sacerdotes esperaban que
Pilato impusiera ahora la pena de muerte a Jesús sin darle audiencia. Lo pedían
como favor en ocasión de su gran fiesta nacional. Pero había en el preso algo
que impidió a Pilato hacer esto. No se atrevió a ello.
DISCERNIÓ EL PROPÓSITO DE LOS SACERDOTES. Recordó cómo, no mucho tiempo antes, Jesús había resucitado a Lázaro, hombre que había estado muerto cuatro días, y resolvió 673 saber, antes de firmar la sentencia de condenación, cuáles eran las acusaciones que se hacían contra él, y si podían ser probadas. Si vuestro juicio es suficiente, dijo, ¿para qué traerme el preso? "Tomadle vosotros, y juzgadle según vuestra ley." Así apremiados, los sacerdotes dijeron que ya le habían sentenciado, pero debían tener la aprobación de Pilato para hacer válida su condena.
¿Cuál es vuestra sentencia? preguntó Pilato. La muerte,
contestaron, pero no nos es licito darla a nadie. Pidieron a Pilato que
aceptase su palabra en cuanto a la culpabilidad de Cristo, e hiciese cumplir su
sentencia. Ellos estaban dispuestos a asumir la responsabilidad del resultado.
Pilato no era un juez justo ni concienzudo; pero aunque débil en fuerza moral,
se negó a conceder lo pedido. No quiso condenar a Jesús hasta que se hubiese
sostenido una acusación contra él.
LOS SACERDOTES
ESTABAN EN UN DILEMA. Veían que debían cubrir su hipocresía con el velo más
grueso. No debían dejar ver que Jesús había sido arrestado por motivos
religiosos. Si presentaban esto como una razón, su procedimiento no tendría
peso para Pilato. Debían hacer aparecer a Jesús como obrando contra la ley
común; y entonces se le podría castigar como ofensor político.
ENTRE LOS
JUDÍOS, SE PRODUCÍAN CONSTANTEMENTE TUMULTOS e insurrecciones contra el
gobierno romano. Los romanos habían tratado estas revueltas muy rigurosamente,
y estaban siempre alerta para reprimir cuanto pudiese conducir a un
levantamiento. Tan sólo unos días antes de esto, los fariseos habían tratado de
entrampar a Cristo con la pregunta: "¿Nos
es licito dar tributo a César o no?" Pero Cristo había desenmascarado
su hipocresía. Los romanos que estaban presentes habían visto el completo
fracaso de los maquinadores, y su desconcierto al oír su respuesta: "Dad a César lo que es de César."
(Lucas 20:22-25).
AHORA LOS SACERDOTES PENSARON HACER APARENTAR que en esa ocasión
Cristo había enseñado lo que ellos esperaban que enseñara. En su extremo
apremio, recurrieron a falsos testigos, y "comenzaron a acusarle,
diciendo: A éste hemos hallado que pervierte la nación, y que veda dar tributo
a César, diciendo que él es el Cristo, el rey." Eran tres acusaciones,
pero cada 674 una sin fundamento. Los sacerdotes lo sabían, pero estaban
dispuestos a cometer perjurio con tal de obtener sus fines. Pilato discernió su
propósito. No creía que el preso hubiese maquinado contra el gobierno. Su
apariencia mansa y humilde no concordaba en manera alguna con la acusación.
PILATO ESTABA
CONVENCIDO
de que un tenebroso complot había sido tramado para destruir a un hombre
inocente que estorbaba a los dignatarios judíos. Volviéndose a Jesús, preguntó:
"¿Eres tú el Rey de los judíos?" El Salvador contestó: "Tú lo dices." Y mientras
hablaba, su semblante se iluminó como si un rayo de sol resplandeciese sobre
él. Cuando oyeron su respuesta, Caifás y los que con él estaban invitaron a
Pilato a reconocer que Jesús había admitido el crimen que le atribuían. Con
ruidosos clamores, sacerdotes, escribas y gobernantes exigieron que fuese
sentenciado a muerte. A esos clamores se unió la muchedumbre, y el ruido era
ensordecedor.
PILATO ESTABA
CONFUSO. VIENDO QUE JESÚS NO CONTESTABA A SUS ACUSADORES, le dijo: "¿No
respondes algo? Mira de cuántas cosas te acusan. Mas Jesús ni aun con
eso respondió." De pie, detrás de Pilato, a la vista de todos los que
estaban en el tribunal, Cristo oyó los insultos; pero no contestó una palabra a
todas las falsas acusaciones presentadas contra él. Todo su porte daba
evidencia de una inocencia consciente. Permanecía inconmovible ante la furia de
las olas que venían a golpearle. Era como si una enorme marejada de ira,
elevándose siempre más alto, se volcase como las olas del bullicioso océano en
derredor suyo, pero sin tocarle. Guardaba silencio, pero su silencio era
elocuencia. Era como una luz que resplandeciese del hombre interior al
exterior.
LA ACTITUD DE
JESÚS ASOMBRABA A PILATO. Se preguntaba: ¿Es indiferente este hombre a lo que está
sucediendo porque no se interesa en salvar su vida? Al ver a Jesús soportar los
insultos y las burlas sin responder, sentía que no podía ser tan injusto como
los clamorosos sacerdotes. Esperando obtener de él la verdad y escapar al
tumulto de la muchedumbre, Pilato llevó a Jesús aparte y le volvió a preguntar:
" ¿Eres tú el Rey de los Judíos?" Jesús no respondió directamente a
esta pregunta. Sabía que 675 el Espíritu Santo estaba contendiendo con Pilato,
y le dio oportunidad de reconocer su convicción. ¿Dices tú esto de ti mismo
--preguntó,-- o te lo han dicho otros de mí?" Es decir, ¿eran las
acusaciones de los sacerdotes, o un deseo de recibir luz de Cristo lo que
motivaba la pregunta de Pilato? Pilato comprendió lo que quería decir Cristo;
pero un sentimiento de orgullo se irguió en su corazón. No quiso reconocer la
convicción que se apoderaba de él. "¿Soy yo Judío? --dijo.-- Tu gente, y
los pontífices, te han entregado a mí: ¿qué has hecho?"
LA ÁUREA
OPORTUNIDAD DE PILATO HABÍA PASADO. Sin embargo Jesús no le dejó sin
darle algo más de luz. Aunque no contestó directamente la pregunta de Pilato,
expuso claramente su propia misión. Le dio a entender que no estaba buscando un
trono terrenal. "Mi
reino no es de este mundo --dijo:-- si de este mundo fuera mi reino, mis
servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los Judíos: ahora,
pues, mi reino no es de aquí. Díjole entonces Pilato: ¿Luego rey eres tú?
Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto
he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la
verdad, oye mi voz."
CRISTO AFIRMÓ QUE SU PALABRA ERA EN SÍ MISMA UNA
LLAVE que abriría el misterio para aquellos que estuviesen preparados para
recibirlo. Esta palabra tenía un poder que la recomendaba, y en ello estribaba
el secreto de la difusión de su reino de verdad. Deseaba que Pilato
comprendiese que únicamente si recibía y aceptaba la verdad podría
reconstruirse su naturaleza arruinada.
PILATO DESEABA
CONOCER LA VERDAD. Su espíritu estaba confuso. Escuchó ávidamente las
palabras del Salvador, y su corazón fue conmovido por un gran anhelo de saber
lo que era realmente la verdad y cómo podía obtenerla. "¿Qué cosa es verdad?" preguntó. Pero no esperó la
respuesta. El tumulto del exterior le hizo recordar los intereses del momento;
porque los sacerdotes estaban pidiendo con clamores una decisión inmediata.
Saliendo a los judíos, declaró enfáticamente: "Yo no hallo en él ningún
crimen." Estas palabras de un juez pagano eran una mordaz
reprensión a la perfidia y falsedad de los dirigentes de Israel que 676
acusaban al Salvador. Al oír a Pilato decir esto, los, sacerdotes y ancianos se
sintieron chasqueados y se airaron sin mesura.
DURANTE LARGO
TIEMPO HABÍAN MAQUINADO Y AGUARDADO ESTA OPORTUNIDAD. Al vislumbrar
la perspectiva de que Jesús fuese libertado, parecían dispuestos a
despedazarlo. Denunciaron en alta voz a Pilato, y le amenazaron con la censura
del gobierno romano. Le acusaron de negarse a condenar a Jesús, quien,
afirmaban ellos, se había levantado contra César. Se oyeron entonces voces
airadas, las cuales declaraban que la influencia sediciosa de Jesús era bien
conocida en todo el país.
LOS SACERDOTES
DIJERON: "Alborota al pueblo,
enseñando por toda Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí." En este
momento Pilato no tenía la menor idea de condenar a Jesús. Sabía que los judíos
le habían acusado por odio y prejuicio. Sabía cuál era su deber. La justicia
exigía que Cristo fuese libertado inmediatamente. Pero Pilato temió la mala
voluntad del pueblo. Si se negaba a entregar a Jesús en sus manos, se
produciría un tumulto, y temía afrontarlo. Cuando oyó que Cristo era de
Galilea, decidió enviarlo al gobernador de esa provincia, Herodes, que estaba
entonces en Jerusalén. Haciendo esto, Pilato pensó traspasar a Herodes la
responsabilidad del juicio. También pensó que era una buena oportunidad de
acabar con una antigua rencilla entre él y Herodes. Y así resultó. Los dos
magistrados se hicieron amigos con motivo del juicio del Salvador.
PILATO VOLVIÓ A
CONFIAR A JESÚS A LOS SOLDADOS, y entre burlas e insultos de la
muchedumbre, fue llevado apresuradamente al tribunal de Herodes. "Y Herodes, viendo a Jesús, holgóse
mucho." Nunca se había encontrado antes con el Salvador, pero "hacía
mucho que deseaba verle; porque había oído de él muchas cosas, y tenía
esperanza que le vería hacer alguna señal." Este Herodes era aquel
cuyas manos se habían manchado con la sangre de Juan el Bautista. Cuando
Herodes oyó hablar por primera vez de Jesús, quedó aterrado, y dijo: "Este es Juan el que yo degollé: él ha
resucitado de los muertos;" "por
eso virtudes obran en él." (Marcos 6:16; Mateo 14:2).
SIN
EMBARGO, HERODES DESEABA VER A JESÚS. Ahora
tenía oportunidad de salvar la vida de este profeta, y el rey esperaba
desterrar para siempre de su memoria el recuerdo de aquella cabeza sangrienta
que le llevaran 677 en un plato. También deseaba satisfacer su curiosidad, y
pensaba que si ofrecía a Cristo una perspectiva de liberación, haría cualquier
cosa que se le pidiese. Un gran grupo de sacerdotes y ancianos había acompañado
a Cristo hasta Herodes. Y cuando el Salvador fue llevado adentro, estos
dignatarios, hablando todos con agitación, presentaron con instancias sus
acusaciones contra él. Pero Herodes prestó poca atención a sus cargos. Les
ordenó que guardasen silencio, deseoso de tener una oportunidad de interrogar a
Cristo. Ordenó que le sacasen los hierros, al mismo tiempo que acusaba a sus
enemigos de haberle maltratado. Mirando compasivamente al rostro sereno del
Redentor del mundo, leyó en él solamente sabiduría y pureza. Tanto él como
Pilato estaban convencidos de que Jesús había sido acusado por malicia y
envidia.
HERODES
INTERROGÓ A CRISTO CON MUCHAS PALABRAS, pero durante todo ese tiempo el
Salvador mantuvo un profundo silencio. A la orden del rey, se trajeron
inválidos y mutilados, y se le ordenó a Cristo que probase sus asertos
realizando un milagro. Los hombres dicen que puedes sanar a los enfermos, dijo
Herodes. Yo deseo ver si tu muy difundida fama no ha sido exagerada. Jesús no
respondió, y Herodes continuó instándole: Si puedes realizar milagros en favor
de otros, hazlos ahora para tu propio bien, y saldrás beneficiado. Luego
ordenó: Muéstranos una señal de que tienes el poder que te ha atribuido el
rumor. Pero Cristo permanecía como quien no oyese ni viese nada. El Hijo de
Dios había tomado sobre sí la naturaleza humana. Debía obrar como el hombre
habría tenido que obrar en tales circunstancias. Por lo tanto, no quiso
realizar un milagro para ahorrarse el dolor y la humillación que el hombre
habría tenido que soportar si hubiese estado en una posición similar.
HERODES
PROMETIÓ A CRISTO QUE SI HACÍA ALGÚN MILAGRO EN SU PRESENCIA, le
libertaría. Los acusadores de Cristo habían visto con sus propios ojos las
grandes obras realizadas por su poder. Le habían oído ordenar al sepulcro que
devolviese sus muertos. Habían visto a éstos salir obedientes a su voz.
Temieron que hiciese ahora un milagro. De entre todas las cosas, lo que más
temían era una manifestación de su poder. Habría asestado un 678 golpe mortal a
sus planes, y tal vez les habría costado la vida. Con gran ansiedad los
sacerdotes y gobernantes volvieron a insistir en sus acusaciones contra él.
Alzando la voz, declararon: Es traidor y blasfemo. Realiza milagros por el
poder que le ha dado Belcebú, príncipe de los demonios. La sala se transformó
en una escena de confusión, pues algunos gritaban una cosa y otros otra.
LA CONCIENCIA
DE HERODES ERA AHORA MUCHO MENOS SENSIBLE QUE CUANDO TEMBLÓ DE HORROR AL OÍR A
SALOMÉ PEDIR LA CABEZA DE JUAN EL BAUTISTA. Durante cierto tiempo, había
sentido intenso remordimiento por su terrible acto; pero la vida licenciosa
había ido degradando siempre más sus percepciones morales, y su corazón se
había endurecido a tal punto que podía jactarse del castigo que había infligido
a Juan por atreverse a reprenderle. Ahora amenazó a Jesús, declarando repetidas
veces que tenía poder para librarle o condenarle. Pero Jesús no daba señal de
que le hubiese oído una palabra. Herodes se irritó por este silencio. Parecía
indicar completa indiferencia a su autoridad. Para el rey vano y pomposo, la
reprensión abierta habría sido menos ofensiva que el no tenerlo en cuenta.
Volvió a amenazar airadamente a Jesús, quien permanecía sin inmutarse. La
misión de Cristo en este mundo no era satisfacer la curiosidad ociosa. Había
venido para sanar a los quebrantados de corazón.
SI PRONUNCIANDO
ALGUNA PALABRA, hubiese podido sanar las heridas de las almas enfermas de
pecado, no habría guardado silencio. Pero nada tenía que decir a aquellos que
no querían sino pisotear la verdad bajo sus profanos pies. Cristo podría haber
dirigido a Herodes palabras que habrían atravesado los oídos del empedernido
rey, y haberle llenado de temor y temblor presentándole toda la iniquidad de su
vida y el horror de su suerte inminente. Pero el silencio de Cristo fue la
reprensión más severa que pudiese darle. Herodes había rechazado la verdad que
le hablara el mayor de los profetas y no iba a recibir otro mensaje.
NADA TENÍA QUE
DECIRLE LA MAJESTAD DEL CIELO. Ese oído que siempre había estado
abierto para acoger el clamor de la desgracia humana era insensible a las
órdenes de Herodes. Aquellos ojos que con amor compasivo y perdonador se habían
fijado en el pecador penitente 679 no tenían mirada que conceder a Herodes. Aquellos
labios que habían pronunciado la verdad más impresionante, que en tonos de la
más tierna súplica habían intercedido con los más pecaminosos y degradados,
quedaron cerrados para el altanero rey que no sentía necesidad de un Salvador.
La pasión ensombreció el rostro de Herodes. Volviéndose hacia la multitud,
denunció airadamente a Jesús como impostor. Entonces dijo a Cristo: Si no
quieres dar prueba de tu aserto, te entregaré a los soldados y al pueblo. Tal
vez ellos logren hacerte hablar. Si eres un impostor, la muerte en sus manos es
lo único que mereces; si eres el Hijo de Dios, sálvate haciendo un milagro.
APENAS FUERON
PRONUNCIADAS ESTAS PALABRAS LA TURBA SE LANZÓ HACIA CRISTO. Como fieras se
precipitaron sobre su presa. Jesús fue arrastrado de aquí para allá, y Herodes
se unió al populacho en sus esfuerzos por humillar al Hijo de Dios. Si los
soldados romanos no hubiesen intervenido y rechazado a la turba enfurecida, el
Salvador habría sido despedazado. "Más Herodes con su corte le
menospreció, y escarneció, vistiéndole de una ropa rica." Los
soldados romanos participaron de esos ultrajes. Todo lo que estos perversos y
corrompidos soldados, ayudados por Herodes y los dignatarios judíos podían
instigar, fue acumulado sobre el Salvador. Sin embargo, su divina paciencia no
desfalleció. Los perseguidores de Cristo habían procurado medir su carácter por
el propio; le habían representado tan vil como ellos mismos.
PERO DETRÁS DE
TODAS LAS APARIENCIAS DEL MOMENTO, SE INSINUÓ OTRA ESCENA, una escena
que ellos contemplarán un día en toda su gloria. Hubo algunos que temblaron en
presencia de Cristo. Mientras la ruda muchedumbre se inclinaba irrisoriamente
delante de él, algunos de los que se adelantaban con este propósito
retrocedieron, mudos de temor.
HERODES SE SINTIÓ CONVENCIDO. Los últimos rayos de la luz
misericordiosa resplandecían sobre su corazón endurecido por el pecado.
Comprendió que éste no era un hombre común; porque la Divinidad había fulgurado
a través de la humanidad. En el mismo momento en que Cristo estaba rodeado de
burladores, adúlteros y homicidas, Herodes sintió que estaba contemplando a un
Dios sobre su trono. 680 Por empedernido que estuviese, Herodes no se atrevió a
ratificar la condena de Cristo. Quiso descargarse de la terrible responsabilidad
y mandó a Jesús de vuelta al tribunal romano.
PILATO
SINTIÓ DESENCANTO Y MUCHO DESAGRADO. Cuando los judíos volvieron con el
prisionero, preguntó impacientemente qué querían que hiciese con él. Les
recordó que ya había examinado a Jesús y no había hallado culpa en él; les dijo
que le habían presentado quejas contra él, pero que no habían podido probar una
sola acusación. Había enviado a Jesús a Herodes, tetrarca de Galilea y miembro
de su nación judía, pero él tampoco había hallado en él cosa digna de muerte.
"LE SOLTARÉ , PUES, CASTIGADO," DIJO PILATO. En esto Pilato demostró su debilidad.
Había declarado que Jesús era inocente; y, sin embargo, estaba dispuesto a
hacerlo azotar para apaciguar a sus acusadores. Quería sacrificar la justicia y
los buenos principios para transigir con la turba. Esto le colocó en situación
desventajosa. La turba se valió de su indecisión y clamó tanto más por la vida
del preso.
SI DESDE EL
PRINCIPIO PILATO SE HUBIESE MANTENIDO FIRME, negándose a condenar a un
hombre que consideraba inocente, habría roto la cadena fatal que iba a
retenerle toda su vida en el remordimiento y la culpabilidad. Si hubiese
obedecido a sus convicciones de lo recto, los judíos no habrían intentado
imponerle su voluntad. Se habría dado muerte a Cristo, pero la culpabilidad no
habría recaído sobre Pilato.
MÁS PILATO
HABÍA VIOLADO POCO A POCO SU CONCIENCIA. Había buscado pretexto para no juzgar
con justicia y equidad, y ahora se hallaba casi impotente en las manos de los
sacerdotes y príncipes. Su vacilación e indecisión provocaron su ruina. Aun
entonces no se le dejó actuar ciegamente. Un mensaje de Dios le amonestó acerca
del acto que estaba por cometer.
EN
RESPUESTA A LA ORACIÓN DE CRISTO, La Esposa De
Pilato Había Sido Visitada Por Un Ángel Del Cielo, y en un sueño
había visto al Salvador y conversado con él. La esposa de Pilato no era judía,
pero mientras miraba a Jesús en su sueño no tuvo duda alguna acerca de su
carácter o misión. Sabía que era el Príncipe de Dios. Le vio juzgado en el
tribunal. Vio las manos estrechamente ligadas como las manos de un criminal.
Vio a Herodes y sus soldados realizando su impía obra. Oyó a los 681 sacerdotes
y príncipes, llenos de envidia y malicia, acusándole furiosamente. Oyó las
palabras: "Nosotros tenemos ley, y según nuestra ley debe morir." Vio
a Pilato entregar a Jesús para ser azotado, después de haber declarado:
"Yo no hallo en él ningún crimen." Oyó la condenación pronunciada por
Pilato, y le vio entregar a Cristo a sus homicidas. Vio la cruz levantada en el
Calvario. Vio la tierra envuelta en tinieblas y oyó el misterioso clamor:
"Consumado es." Pero otra escena aún se ofreció a su mirada. Vio a
Cristo sentado sobre la gran nube blanca, mientras toda la tierra oscilaba en
el espacio y sus homicidas huían de la presencia de su gloria. Con un grito de
horror se despertó, y en seguida escribió a Pilato unas palabras de
advertencia.
MIENTRAS PILATO
VACILABA EN CUANTO A LO QUE DEBÍA HACER, un mensajero se abrió paso a través
de la muchedumbre y le entregó la carta de su esposa que decía: "No
tengas que ver con aquel justo; porque hoy he padecido muchas cosas en sueños
por causa de él." El rostro de Pilato palideció. Le confundían sus
propias emociones en conflicto. Pero mientras postergaba la acción, los
sacerdotes y príncipes inflamaban aún más los ánimos del pueblo. Pilato se vio
forzado a obrar.
RECORDÓ
ENTONCES UNA COSTUMBRE QUE PODRÍA SERVIR PARA OBTENER LA LIBERACIÓN DE CRISTO. En ocasión de
esta fiesta, se acostumbraba soltar a algún preso que el pueblo erigiese. Era
una costumbre de invención pagana; no había sombra de justicia en ella, pero
los judíos la apreciaban mucho.
EN AQUEL ENTONCES LAS AUTORIDADES ROMANAS
TENÍAN PRESO A UN TAL BARRABÁS QUE ESTABA BAJO SENTENCIA DE MUERTE.
Este hombre había aseverado ser el Mesías. Pretendía tener autoridad para
establecer un orden de cosas diferente para arreglar el mundo. Dominado por el
engaño satánico, sostenía que le pertenecía todo lo que pudiese obtener por el
robo. Había hecho cosas maravillosas por medio de los agentes satánicos, había
conquistado secuaces entre el pueblo y había provocado una sedición contra el
gobierno romano. Bajo el manto del entusiasmo religioso, se ocultaba un bribón
empedernido y desesperado, que sólo procuraba cometer actos de rebelión y
crueldad. Al ofrecer al pueblo que erigiese entre este hombre y el Salvador
inocente, Pilato pensó despertar en 682 él un sentido de justicia. Esperaba
suscitar su simpatía por Jesús en oposición a los sacerdotes y príncipes.
ASÍ QUE, VOLVIÉNDOSE A LA
MUCHEDUMBRE, DIJO CON GRAN
FERVOR: "¿CUÁL QUERÉIS QUE OS SUELTE? ¿A BARRABÁS, O A JESÚS QUE SE DICE
EL CRISTO?" Como el rugido de las fieras, vino la respuesta de la
turba: Suéltanos a Barrabás. E iba en aumento el clamor: ¡Barrabás! ¡Barrabás!
Pensando que el pueblo no había comprendido su pregunta, Pilato preguntó: "¿Queréis
que os suelte al Rey de los judíos?" Pero volvieron a clamar: "Quita
a éste, y suéltanos a Barrabás." "¿Qué pues haré de Jesús que se dice
el Cristo?" preguntó Pilato. Nuevamente la agitada turba rugió
como demonios. Había verdaderos demonios en forma humana en la muchedumbre, y
¿qué podía esperarse sino la respuesta: "Sea crucificado"?
PILATO ESTABA TURBADO. No había pensado obtener tal
resultado. Le repugnaba entregar un hombre inocente a la muerte más ignominiosa
y cruel que se pudiese infligir. Cuando hubo cesado el tumulto de las voces,
volvió a hablar al pueblo diciendo: "Pues ¿qué mal ha hecho?"
Pero era demasiado tarde para argüir. No eran pruebas de la inocencia de Cristo
lo que querían, sino su condena. Pilato se esforzó todavía por salvarlo. "Les
dijo la tercera vez: ¿Pues qué mal ha hecho éste? Ninguna culpa de muerte he
hallado en él: le castigaré, pues, y le soltaré." Pero la sola
mención de su liberación decuplicaba el frenesí del pueblo. "Crucifícale,
crucifícale," clamaban.
LA TEMPESTAD QUE LA
INDECISIÓN DE PILATO HABÍA PROVOCADO RUGÍA CADA VEZ MÁS. Jesús fue
tomado, extenuado de cansancio y cubierto de heridas, y fue azotado a la vista
de la muchedumbre. "Entonces los soldados le llevaron dentro de la sala, es a saber,
al pretorio; y convocan toda la cohorte. Y le visten de púrpura; y poniéndole
una corona tejida de espinas, comenzaron luego a saludarle: ¡Salve, Rey de los
Judíos! . . . Y escupían en él, y le adoraban hincadas las rodillas."
DE VEZ EN
CUANDO, ALGUNA MANO PERVERSA LE ARREBATABA LA CAÑA QUE HABÍA SIDO PUESTA EN SU
MANO,
y con ella hería la corona que estaba sobre su frente, haciendo penetrar las
espinas en sus sienes y chorrear la sangre por su rostro y barba. 683
¡Admiraos, oh cielos! ¡y asómbrate oh tierra! Contemplad al opresor y al
oprimido. Una multitud enfurecida rodea al Salvador del mundo. Las burlas y los
escarnios se mezclan con los groseros juramentos de blasfemia. La muchedumbre
inexorable comenta su humilde nacimiento y vida. Pone en ridículo su pretensión
de ser Hijo de Dios, y la broma obscena y el escarnio insultante pasan de labio
a labio.
SATANÁS INDUJO
A LA TURBA CRUEL A ULTRAJAR AL SALVADOR. Era su propósito provocarle a que
usase de represalias, si era posible, o impulsarle a realizar un milagro para
librarse y así destruir el plan de la salvación. Una mancha sobre su vida
humana, un desfallecimiento de su humanidad para soportar la prueba terrible, y
el Cordero de Dios habría sido una ofrenda imperfecta y la redención del hombre
habría fracasado.
PERO AQUEL QUE
CON UNA ORDEN PODRÍA HABER HECHO ACUDIR EN SU AUXILIO A LA HUESTE CELESTIAL, el que por la
manifestación de su majestad divina podría haber ahuyentado de su vista e
infundido terror a esa muchedumbre, se sometió con perfecta calma a los más
groseros insultos y ultrajes.
LOS ENEMIGOS DE CRISTO HABÍAN PEDIDO UN
MILAGRO COMO PRUEBA DE SU DIVINIDAD. Tenían una prueba mayor que cualquiera de
las que buscasen. Así como su crueldad degradaba a sus atormentadores por
debajo de la humanidad a semejanza de Satanás, así también la mansedumbre y
paciencia de Jesús le exaltaban por encima de la humanidad y probaban su
relación con Dios. Su humillación era la garantía de su exaltación. Las
cruentas gotas de sangre que de sus heridas sienes corrieron por su rostro y su
barba, fueron la garantía de su ungimiento con el "óleo de alegría" (Hebreos
1:9). Como Sumo Sacerdote Nuestro. La ira de Satanás fue grande al ver que
todos los insultos infligidos al Salvador no podían arrancar de sus labios la
menor murmuración. Aunque se había revestido de la naturaleza humana, estaba
sostenido por una fortaleza semejante a la de Dios y no se apartó un ápice de
la voluntad de su Padre.
CUANDO PILATO
ENTREGÓ A JESÚS PARA QUE FUESE AZOTADO Y BURLADO, pensó excitar
la compasión de la muchedumbre. Esperaba que ella decidiera que este castigo
bastaba. Pensó que aun la malicia de los sacerdotes estaría ahora satisfecha.
Pero, con aguda percepción, los judíos vieron la debilidad que 684 significaba
el castigar así a un hombre que había sido declarado inocente. Sabían que
Pilato estaba procurando salvar la vida del preso, y ellos estaban resueltos a
que Jesús no fuese libertado. Para agradarnos y satisfacernos, Pilato le ha
azotado, pensaron, y si insistimos en obtener una decisión, conseguiremos
seguramente nuestro fin.
PILATO MANDÓ ENTONCES QUE SE TRAJESE A
BARRABÁS AL TRIBUNAL. Presentó luego los dos presos, uno al lado del otro, y
señalando al Salvador dijo con voz de solemne súplica: "He aquí el hombre."
"Os le traigo fuera, para que entendáis que ningún crimen hallo en
él." Allí estaba el Hijo de Dios, llevando el manto de burla y la
corona de espinas. Desnudo hasta la cintura, su espalda revelaba los largos, y
crueles azotes, de los cuales la sangre fluía copiosamente. Su rostro manchado
de sangre llevaba las marcas del agotamiento y el dolor; pero nunca había
parecido más hermoso que en ese momento. El semblante del Salvador no estaba
desfigurado delante de sus enemigos. Cada rasgo expresaba bondad y resignación
y la más tierna compasión por sus crueles verdugos. Su porte no expresaba
debilidad cobarde, sino la fuerza y dignidad de la longanimidad.
EN
SORPRENDENTE CONTRASTE, SE DESTACABA EL PRESO QUE ESTABA A SU LADO. Cada rasgo del
semblante de Barrabás le proclamaba como el empedernido rufián que era. El
contraste hablaba a toda persona que lo contemplaba. Algunos de los
espectadores lloraban. Al mirar a Jesús, sus corazones se llenaron de simpatía.
Aun los sacerdotes y príncipes estaban convencidos de que era todo lo que
aseveraba ser. Los soldados romanos que rodeaban a Cristo no eran todos
endurecidos. Algunos miraban insistentemente su rostro en busca de una prueba
de que era un personaje criminal o peligroso.
DE VEZ EN
CUANDO, ARROJABAN UNA MIRADA DE DESPRECIO A BARRABÁS. No se
necesitaba profunda percepción para discernir cabalmente lo que era. Luego
volvían a mirar a Aquel a quien se juzgaba. Miraban al divino doliente con
sentimientos de profunda compasión. La callada sumisión de Cristo grabó en su
mente esa escena, que nunca se iba a borrar de ella hasta que le reconocieran
como Cristo, o rechazándole decidieran su propio destino. 685
LA PACIENCIA
DEL SALVADOR, QUE NO EXHALABA UNA QUEJA, LLENÓ A PILATO DE ASOMBRO. No dudaba de
que la vista de este hombre, en contraste con Barrabás, habría de mover a
simpatía a los judíos. Pero no comprendía el odio fanático que sentían los
sacerdotes hacia Aquel que, como luz del mundo, había hecho manifiestas sus
tinieblas y error. Habían incitado a la turba a una furia loca, y nuevamente
los sacerdotes, los príncipes y el pueblo elevaron aquel terrible clamor: "¡Crucifícale! ¡Crucifícale!"
POR FIN,
PERDIENDO TODA PACIENCIA CON SU CRUELDAD IRRACIONAL, Pilato
exclamó desesperado: "Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo
en él crimen." El gobernador romano, aunque familiarizado con escenas de
crueldad, se sentía movido de simpatía hacia el preso doliente que, condenado y
azotado, con la frente ensangrentada y la espalda lacerada, seguía teniendo el
porte de un rey sobre su trono.
PERO LOS
SACERDOTES DECLARARON: "NOSOTROS TENEMOS LEY, Y SEGÚN NUESTRA LEY DEBE
MORIR, PORQUE SE HIZO HIJO DE DIOS." Pilato se sorprendió. No tenía
idea correcta de Cristo y de su misión; pero tenía una fe vaga en Dios y en los
seres superiores a la humanidad. El pensamiento que una vez antes cruzara por
su mente cobró ahora una forma más definida. Se preguntó si no sería un ser
divino el que estaba delante de él cubierto con el burlesco manto purpúreo y
coronado de espinas. Volvió al tribunal y dijo a Jesús: "¿De dónde eres tú?" Pero Jesús no le respondió.
EL
SALVADOR HABÍA HABLADO ABIERTAMENTE A PILATO EXPLICÁNDOLE SU MISIÓN COMO
TESTIGO DE LA VERDAD. Pilato había despreciado la luz, Había abusado del alto
cargo de juez renunciando a sus principios y autoridad bajo las exigencias de
la turba. Jesús no tenía ya más luz para él. Vejado por su silencio, Pilato
dijo altaneramente: "¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo potestad para
crucificarte, y que tengo potestad para soltarte?" Jesús
respondió: "Ninguna potestad tendrías contra mí, si no te fuese dado de
arriba: por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene."
ASÍ, EL
SALVADOR COMPASIVO, EN MEDIO DE SUS INTENSOS SUFRIMIENTOS Y PESAR, disculpó en
cuanto le fue posible el acto del gobernador romano que le entregaba para ser
crucificado. 686 ¡Qué escena digna de ser transmitida al mundo para todos los
tiempos! ¡Cuánta luz derrama sobre el carácter de Aquel que es el juez de toda
la tierra! "El que a ti me ha entregado --dijo Jesús,-- mayor pecado
tiene."
CON ESTAS
PALABRAS, CRISTO INDICABA A CAIFÁS, quien, como sumo sacerdote,
representaba a la nación judía. Ellos conocían los principios que regían a las
autoridades romanas. Habían tenido luz en las profecías que testificaban de
Cristo y en sus propias enseñanzas y milagros. Los jueces judíos habían
recibido pruebas inequívocas de la divinidad de Aquel a quien condenaban a
muerte. Y según la luz que habían recibido, serían juzgados. La mayor
culpabilidad y la responsabilidad más pesada incumbían a aquellos que estaban
en los lugares más encumbrados de la nación, los depositarios de aquellos sagrados
cometidos vilmente traicionados. Pilato, Herodes y los soldados romanos eran
comparativamente ignorantes acerca de Jesús. Insultándole trataban de agradar a
los sacerdotes y príncipes. No tenían la luz que la nación judía había recibido
en tanta abundancia. Si la luz hubiese sido dada a los soldados, no habrían
tratado a Cristo tan cruelmente como lo hicieron.
PILATO VOLVIÓ A
PROPONER LA LIBERACIÓN DEL SALVADOR. "Más los Judíos daban voces, diciendo:
Si a éste sueltas, no eres amigo de César." Así pretendían estos
hipócritas ser celosos por la autoridad de César. De entre todos los que se
oponían al gobierno romano, los judíos eran los más encarnizados. Cuando no
había peligro en ello, eran los más tiránicos en imponer sus propias exigencias
nacionales y religiosas; pero cuando deseaban realizar algún propósito cruel
exaltaban el poder de César. A fin de lograr la destrucción de Cristo,
profesaban ser leales al gobierno extranjero que odiaban.
"CUALQUIERA QUE SE HACE REY --continuaron,--
a César contradice." Esto tocaba a Pilato en un punto
débil. Era sospechoso para el gobierno romano y sabía que un informe tal le
arruinaría. Sabía que si estorbaba a los judíos, volverían su ira contra él.
Nada descuidarían para lograr su venganza. Tenía delante de sí un ejemplo de la
persistencia con que buscaban la vida de Uno a quien odiaban sin razón. Pilato
tomó entonces su lugar en el sitial del tribunal, y 687 volvió a presentar a
Jesús al pueblo diciendo: "He aquí vuestro Rey."Volvió a
oírse el furioso clamor: "Quita, quita crucifícale."
CON
VOZ QUE FUE OÍDA LEJOS Y CERCA, PILATO PREGUNTÓ:
"¿A
vuestro Rey he de crucificar?" Pero labios
profanos y blasfemos pronunciaron las palabras: "No tenemos rey sino a
César." Al escoger así a un gobernante pagano, la nación judía se
retiraba de la teocracia. Rechazaba a Dios como su Rey. De ahí en adelante no
tendría libertador. No tendría otro rey sino a César. A esto habían conducido
al pueblo los sacerdotes y maestros. Eran responsables de esto y de los
temibles resultados que siguieron.
El
Pecado De Una Nación Y Su Ruina Se Debieron A Sus Dirigentes Religiosos.
"Y VIENDO PILATO QUE NADA ADELANTABA, antes se hacía
más alboroto, tomando agua se lavó las manos delante del pueblo, diciendo:
Inocente soy yo de la sangre de este justo: veréislo vosotros." Con temor y
condenándose a sí mismo, Pilato miró al Salvador. En el vasto mar de rostros
vueltos hacia arriba, el suyo era el único apacible. En derredor de su cabeza
parecía resplandecer una suave luz. Pilato dijo en su corazón: Es un Dios.
Volviéndose a la multitud, declaró: Limpio estoy de su sangre, tomadle y
crucificadle. Pero notad, sacerdotes y príncipes, que yo lo declaro justo. Y
Aquel a quien él llama su Padre os juzgue a vosotros y no a mí por la obra de
este día. Luego dijo a Jesús: Perdóname por este acto; no puedo salvarte. Y
cuando le hubo hecho azotar otra vez, le entregó para ser crucificado.
PILATO ANHELABA LIBRAR A JESÚS. Pero Vio Que
No Podría Hacerlo Y Conservar Su Puesto Y Sus Honores. Antes que perder su poder
mundanal, prefirió sacrificar una vida inocente.
¡CUÁNTOS, para escapar a la pérdida o al
sufrimiento, sacrifican igualmente los buenos principios! La conciencia y el
deber señalan un camino, y el interés propio señala otro. La corriente arrastra
fuertemente en la mala dirección, y el que transige con el mal es precipitado a
las densas tinieblas de la culpabilidad.
PILATO
CEDIÓ A LAS EXIGENCIAS DE LA TURBA. Antes que arriesgarse a perder su puesto
entregó a Jesús para que fuese crucificado, pero a pesar de sus precauciones
aquello mismo que temía le aconteció después. Fue despojado de sus honores, fue
derribado de su alto cargo y, atormentado por el remordimiento 688 y el orgullo
herido, poco después de la crucifixión se quitó la vida. Asimismo, todos los
que transigen con el pecado no tendrán sino pesar y ruina. "Hay camino que
al hombre parece derecho; empero su fin son caminos de
muerte."*(Proverbios 14:12).
CUANDO PILATO SE DECLARÓ INOCENTE DE LA SANGRE
DE CRISTO,
Caifás
contestó desafiante: "Su sangre sea sobre nosotros sobre nuestros
hijos." Estas terribles palabras fueron repetidas por los
sacerdotes y gobernantes, y luego por la muchedumbre en un inhumano rugir de
voces. Toda la multitud contestó y dijo: "Su sangre sea sobre nosotros, y sobre
nuestros hijos." El pueblo de Israel había hecho su elección.
SEÑALANDO A
JESÚS, HABÍAN DICHO: "Quita a éste,
y suéltanos a Barrabás." Barrabás, el ladrón y homicida, era
representante de Satanás. Cristo era el representante de Dios. Cristo había
sido rechazado; Barrabás había sido elegido. Iban a tener a Barrabás. Al hacer
su elección, aceptaban al que desde el principio es mentiroso y homicida.
Satanás era su dirigente. Como nación, iban a cumplir sus dictados. Iban a
hacer sus obras. Tendrían que soportar su gobierno. El pueblo que eligió a
Barrabás en lugar de Cristo iba a sentir la crueldad de Barrabás mientras
durase el tiempo.
MIRANDO
AL HERIDO CORDERO DE DIOS, LOS JUDÍOS HABÍAN CLAMADO: "Su
sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos." Este
espantoso clamor ascendió al trono de Dios. Esa sentencia, que pronunciaron
sobre sí mismos, fue escrita en el cielo. Esa oración fue oída. La sangre del
Hijo de Dios fue como una maldición perpetua sobre sus hijos y los hijos sus
hijos. Esto se cumplió en forma espantosa en la destrucción de Jerusalén y
durante dieciocho siglos en la condición de la nación judía que fue como un
sarmiento cortado de la vid, una rama muerta y estéril, destinada a ser juntada
y quemada. ¡De país a país a través del mundo, de siglo a siglo, muertos,
muertos en delitos y pecados! Terriblemente se habrá de cumplir esta oración en
el gran día del juicio.
CUANDO CRISTO
VUELVA A LA TIERRA, LOS HOMBRES NO LE VERÁN COMO PRESO RODEADO POR UNA TURBA. Le verán como
Rey del cielo. Cristo volverá en su gloria, en la gloria de su Padre y en la
gloria de los santos ángeles. Miríadas y miríadas, 689 y miles de miles de
ángeles, hermosos y triunfantes hijos de Dios que poseen una belleza y gloria
superiores a todo lo que conocemos, le escoltarán en su regreso.
ENTONCES SE
SENTARÁ SOBRE EL TRONO DE SU GLORIA Y DELANTE DE ÉL SE CONGREGARÁN TODAS LAS
NACIONES.
Entonces todo ojo le verá y también los que le traspasaron. En lugar de una
corona de espinas, llevará una corona de gloria, una corona dentro de otra
corona. En lugar de aquel viejo manto de grana, llevará un vestido del blanco
más puro, "tanto que ningún lavador
en la tierra los puede hacer tan blancos."*(Marcos 9:3).
Y EN SU VESTIDURA Y EN SU MUSLO Estará Escrito
Un Nombre: "Rey de reyes y Señor de señores." (Apocalipsis 19:16).
LOS QUE LE ESCARNECIERON E HIRIERON ESTARÁN ALLÍ. Los sacerdotes y príncipes contemplarán de nuevo la escena del pretorio. Cada circunstancia se les presentará como escrita en letras de fuego. Entonces los que pidieron: "Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos," recibirán la respuesta a su oración. Entonces el mundo entero conocerá y entenderá. Los pobres, débiles y finitos seres humanos comprenderán contra quién y contra qué estuvieron guerreando. Con terrible agonía y horror, clamarán a las montañas y a las rocas: "Caed sobre nosotros, y escondednos de la cara de Aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero: porque el gran día de su ira es venido; ¿y quién podrá estar firme?" (Apocalipsis 6:16,17). DTG/EGW
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