DESPUES de la dedicación del tabernáculo fueron consagrados los sacerdotes para su oficio sagrado. Estos servicios requirieron siete días, y en cada uno de ellos se cumplieron importantes ceremonias. Al octavo día principiaron su ministerio. Ayudado por sus hijos, Aarón ofreció los sacrificios que Dios estipulaba, y alzó sus manos y bendijo al pueblo. Todo se había hecho conforme a las instrucciones de Dios, y el Señor aceptó el sacrificio y reveló su gloria de una manera extraordinaria: descendió fuego de Dios y consumió la víctima que estaba sobre el altar.
El pueblo vio
estas maravillosas manifestaciones del poder divino, con reverencia y sumo
interés. Las tuvo por señal de la gloria
y el favor de Dios, y todos a una elevaron sus voces en alabanza y adoración, y
se postraron como si estuviesen en la inmediata presencia de Jehová.
Pero bien pronto cayó una
calamidad repentina y terrible sobre la familia del sumo sacerdote. A la hora del culto, cuando las oraciones y
las alabanzas del pueblo ascendían a Dios, dos de los hijos de Aarón tomaron
cada uno su incensario, y quemaron incienso, para que ascendiera como agradable
perfume ante el Señor. Pero violaron las
órdenes de Dios usando "fuego extraño." Para quemar el incienso se
valieron de fuego común en lugar del fuego sagrado que Dios mismo había
encendido, y cuyo uso había ordenado para este objeto. A causa de este Pecado, salió fuego de
delante del Señor y los devoró a la vista del pueblo.
Después de Moisés y de
Aarón, Nadab y Abiú ocupaban la posición más elevada en Israel. Habían sido
especialmente honrados por el Señor, y juntamente con los setenta ancianos 374
se les había permitido contemplar su gloria en el monte. Pero su transgresión no debía disculparse ni
considerarse con ligereza. Todo aquello hacía su pecado aun más grave. Por el hecho de que los hombres hayan
recibido gran luz, y como los príncipes de Israel, hayan ascendido al monte,
hayan gozado de la comunión con Dios y hayan morado en la luz de su gloria, no
deben lisonjearse de que pueden después pecar impunemente; no deben creer que
porque fueron así honrados, Dios no castigará estrictamente su iniquidad. Este es un engaño fatal. La gran luz y los privilegios otorgados
demandan reciprocidad, que debe manifestarse en una virtud y santidad
correspondientes a la luz recibida. Dios
no aceptará nada menos que esto. Las
grandes bendiciones o privilegios no debieran adormecer a los hombres en la
seguridad o la negligencia. Nunca
debieran dar licencia para pecar, ni debieran creer los favorecidos que Dios no
será estricto con ellos. Todas las
ventajas que Dios concede son medios suyos para dar ardor al espíritu, celo al
esfuerzo y vigor en el cumplimiento de su santa voluntad.
En su juventud, Nadab y Abiú
no habían sido educados para que desarrollaran hábitos de dominio propio. La disposición indulgente del padre, su falta
de firmeza en lo recto, le habían llevado a descuidar la disciplina de sus
hijos. Les había permitido seguir sus
propias inclinaciones. Los hábitos de
complacencia propia, practicados durante mucho tiempo, los dominaban de tal
manera que ni la responsabilidad del cargo más sagrado tenía poder para
romperlos. No se les había enseñado a
respetar la autoridad de su padre, y por eso no comprendían la necesidad de ser
estrictos en su obediencia a los requisitos de Dios. La equivocada indulgencia de Aarón respecto a
sus hijos, preparó a éstos para que fueran objeto del castigo divino,
Dios quiso enseñar al pueblo
que debía acercarse a él con toda reverencia y veneración y exactamente como él
indicaba. El Señor no puede aceptar una
obediencia parcial. No bastaba 375 que
en el solemne tiempo del culto casi todo se hiciera como él había
ordenado. Dios ha pronunciado una
maldición sobre los que se alejan de sus mandamientos y no establecen
diferencia entre las cosas comunes y las santas. Declara por medio del profeta: "¡Ay de
los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz
tinieblas, y de las tinieblas luz! . . . ¡Ay de los sabios en sus ojos, y de
los que son prudentes delante de sí mismos! ... ¡Los que dan por justo al impío
por cohechos, y al justo quitan su justicia! ... porque desecharon la ley de
Jehová de los ejércitos, y abominaron la palabra del Santo de Israel."
(Isa. 5: 20-24.)
Nadie se engañe a si mismo
con la creencia de que una parte de los mandamientos de Dios no es esencial, o
que él aceptará un substituto en reemplazo de lo que él ha ordenado. El profeta Jeremías dijo: "¿Quién será
aquel que diga, que vino algo que el Señor no mandó?" (Lam. 3: 37.) Dios
no ha puesto ningún mandamiento en su Palabra que los hombres puedan obedecer o
desobedecer a voluntad sin sufrir las consecuencias. Si el hombre elige cualquier otro camino que
no sea el de la estricta obediencia, encontrará que "su fin son caminos de
muerte." (Prov. 14: 12.)
"Entonces Moisés dijo a
Aarón, y a Eleazar, y a Ithamar, sus hijos: No descubráis vuestras cabezas, ni
rasguéis vuestros vestidos, porque no muráis, ni se levante la ira sobre toda
la congregación ... por cuanto el aceite de la unción de Jehová está sobre
vosotros." El gran jefe recordó a su hermano las palabras de Dios:
"En mis allegados me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré
glorificado." (Lev. 10: 6, 7, 3.) Aarón guardó silencio. La muerte de sus hijos, aniquilados sin
ninguna advertencia, por un pecado terrible, que él reconocía ahora como
resultado de su propia negligencia en el cumplimiento de sus deberes, entristeció
angustiosamente el corazón del padre, pero no expresó sus sentimientos. No debía hacer ninguna manifestación de dolor
que demostrara simpatía por el pecado.
No debía obrar en forma que 376 pudiera inducir a la congregación a
murmurar contra Dios.
El Señor quería enseñar a su pueblo a reconocer la justicia de sus castigos, para que otros temieran. Había en Israel algunos a quienes la amonestación de este terrible juicio podría evitar que abusaran de la tolerancia de Dios hasta el extremo de sellar también su propio destino. La amonestación divina se hace sentir sobre la falsa simpatía hacia el pecador, que trata de excusar su pecado. El pecado adormece la percepción moral, de tal manera que el pecador no comprende la enormidad de su transgresión; y sin el poder convincente del Espíritu Santo permanece parcialmente ciego en lo referente a su pecado. Es deber de los siervos de Cristo enseñar a estos descarriados el peligro en que están.
Los que destruyen el efecto de la
advertencia, cegando los ojos de los pecadores para que no vean el carácter y
los verdaderos resultados del pecado, a menudo se lisonjean de que en esa forma
demuestran su caridad; pero lo que hacen es oponerse directamente a la obra del
Espíritu Santo de Dios e impedirla; arrullan al pecador para que se duerma al
borde de la destrucción, se hacen partícipes de su culpa, y asumen una terrible
responsabilidad por su impenitencia. Muchísimos han descendido a la ruina como resultado de esta falsa y
engañosa simpatía.
Nunca hubieran cometido
Nadab y Abiú su fatal pecado, si antes no se hubiesen intoxicado parcialmente
bebiendo mucho vino. Sabían que era
menester hacer la preparación más cuidadosa y solemne antes de presentarse en
el santuario donde se manifestaba la presencia divina; pero debido a su
intemperancia se habían descalificado para ejercer su santo oficio. Su mente se confundió y se embotaron sus
percepciones morales, de tal manera que no pudieron discernir la diferencia que
había entre lo sagrado y lo común. A Aarón y a sus hijos sobrevivientes, se les dio la amonestación: "Tú, y tus
hijos contigo, no beberéis vino ni sidra, cuando hubierais de entrar en el
tabernáculo del testimonio, porque no muráis: estatuto perpetuo por vuestras
generaciones; y para poder 377 discernir entre lo santo y lo profano, y entre
lo inmundo y lo limpio; y para enseñar a los hijos de Israel todos los
estatutos que Jehová les ha dicho." (Lev. 10: 9-11.) El consumo de bebidas
alcohólicas tiene el efecto de debilitar el cuerpo, confundir la mente y
degradar las facultades morales. Impide
a los hombres comprender la santidad de las cosas sagradas y el rigor de los
mandamientos de Dios. Todos los que
ocupaban puestos de responsabilidad sagrada debían ser hombres estrictamente
temperantes, para que tuviesen lucidez para diferenciar entre lo bueno y lo
malo, firmeza de principios y sabiduría para administrar justicia y manifestar
misericordia.
La misma obligación descansa sobre cada discípulo de Cristo. El apóstol Pedro declara: "Más vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido." (1 Ped 2: 9.) Dios requiere que conservemos todas nuestras facultades en las mejores condiciones, a fin de poder prestar un servicio aceptable a nuestro Creador. Si se ingieren bebidas intoxicantes, producirán los mismos efectos que en el caso de aquellos sacerdotes de Israel.
La conciencia perderá su sensibilidad al pecado, y con toda seguridad se sufrirá un proceso de endurecimiento en lo que toca a la iniquidad, hasta que lo común y lo sagrado pierda toda diferencia de significado.
¿Cómo podremos entonces ajustarnos a la norma y a los requerimientos divinos? "¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros.? Porque comprados sois por precio: glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios." "Si pues coméis, o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios."
A la iglesia de Cristo de todas las edades se le dirige esta solemne y terrible
advertencia: "Si alguno violare el templo de Dios, Dios destruirá al tal:
porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es." (1 Cor. 6: 19,
20; 10: 31; 3: 17.) 378 PP/EGW
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