(Este capítulo 74. Está basado en San Mateo 26:36-56; San Marcos 14:32-50; San Lucas 22:39-53; San Juan 18:1-12).
EN COMPAÑÍA DE
SUS DISCÍPULOS, EL SALVADOR SE ENCAMINÓ LENTAMENTE HACIA EL HUERTO DE GETSEMANÍ. La luna de
Pascua, ancha y llena, resplandecía desde un cielo sin nubes. La ciudad de
cabañas para los peregrinos estaba sumida en el silencio. Jesús había estado
conversando fervientemente con sus discípulos e instruyéndolos; pero al
acercarse a Getsemaní se fue sumiendo en un extraño silencio. Con frecuencia,
había visitado, este lugar para meditar y orar; pero nunca con un corazón tan
lleno de tristeza como esta noche de su última agonía. Toda su vida en la
tierra, había andado en la presencia de Dios. Se hallaba en conflicto con
hombres animados por el espíritu de Satanás, pudo decir: "El que me envió, está; no me ha dejado solo el Padre; porque yo,
lo que a él le agrada, hago siempre."*(Juan 8:29).
PERO AHORA LE PARECÍA ESTAR EXCLUIDO DE LA LUZ
DE LA PRESENCIA SOSTENEDORA DE DIOS. Ahora se contaba con los
transgresores. Debía llevar la culpabilidad de la humanidad caída. Sobre el que
no conoció pecado, debía ponerse la iniquidad de todos nosotros. Tan terrible
le parece tan grande el peso de la culpabilidad que debe llevar, que está
tentado a temer que quedará privado para siempre de su Padre. Sintiendo cuán
terrible es la ira de Dios contra la transgresión, exclama: "Mi
alma está muy triste hasta la muerte."
AL ACERCARSE AL
HUERTO,
los discípulos notaron el cambio de ánimo en su Maestro. Nunca antes le habían
visto tan triste y callado. Mientras avanzaba, esta extraña tristeza se iba
ahondando; pero no se atrevían a interrogarle acerca de la causa. Su cuerpo se
tambaleaba como si estuviese por caer... Al llegar al huerto, los discípulos
buscaron ansiosamente el lugar donde solía retraerse, para que su Maestro
pudiese descansar. Cada paso le costaba un penoso esfuerzo. Dejaba oír gemidos
como si le agobiase una terrible carga. Dos 637 veces le sostuvieron sus
compañeros, pues sin ellos habría caído al suelo. Cerca de la entrada del
huerto, Jesús dejó a todos sus discípulos, menos tres, rogándoles que orasen
por sí mismos y por él.
ACOMPAÑADO DE
PEDRO, SANTIAGO Y JUAN, entró en los lugares más retirados. Estos tres discípulos
eran los compañeros más íntimos de Cristo. Habían contemplado su gloria en el
monte de la transfiguración; habían visto a Moisés y Elías conversar con él;
habían oído la voz del cielo; y ahora en su grande lucha Cristo deseaba su
presencia inmediata. Con frecuencia habían pasado la noche con él en este
retiro. En esas ocasiones, después de unos momentos de vigilia y oración, se
dormían apaciblemente a corta distancia de su Maestro, hasta que los despertaba
por la mañana para salir de nuevo a trabajar. Pero ahora deseaba que ellos
pasasen la noche con él en oración. Sin embargo, no podía sufrir que aun ellos
presenciasen la agonía que iba a soportar.
"QUEDAOS AQUÍ --DIJO,-- Y VELAD
CONMIGO." Fue a corta distancia de ellos -no tan lejos que no
pudiesen verle y oírle-- y cayó postrado en el suelo. Sentía que el pecado le
estaba separando de su Padre. La sima era tan ancha, negra y profunda que su
espíritu se estremecía ante ella. No debía ejercer su poder divino para escapar
de esa agonía. Como hombre, debía sufrir las consecuencias del pecado del
hombre. Como hombre, debía soportar la ira de Dios contra la transgresión.
Cristo asumía ahora una actitud diferente de la que jamás asumiera antes. Sus
sufrimientos pueden describirse mejor en las palabras del profeta: "Levántate, oh espada, sobre el
pastor, y sobre el hombre campanero mío, dice Jehová de los
ejércitos"*(Zacarías 13:7).
COMO SUBSTITUTO Y GARANTE DEL HOMBRE PECAMINOSO, Cristo estaba
sufriendo bajo la justicia divina. Veía lo que significaba la justicia. Hasta
entonces había obrado como intercesor por otros; ahora anhelaba tener un
intercesor para sí. Sintiendo quebrantada su unidad con el Padre, temía que su
naturaleza humana no pudiese soportar el venidero conflicto con las potestades
de las tinieblas.
EN EL DESIERTO
DE LA TENTACIÓN, HABÍA ESTADO EN JUEGO EL DESTINO DE LA RAZA HUMANA. 638 Cristo
había vencido entonces. Ahora el tentador había acudido a la última y terrible
lucha, para la cual se había estado preparando durante los tres años del
ministerio de Cristo. Para él, todo estaba en juego. Si fracasaba aquí, perdía
su esperanza de dominio; los reinos del mundo llegarían a ser finalmente de
Cristo; él mismo seria derribado y desechado. Pero si podía vencer a Cristo, la
tierra llegaría a ser el reino de Satanás, y la familia humana estaría para
siempre en su poder.
FRENTE A LAS
CONSECUENCIAS POSIBLES DEL CONFLICTO, EMBARGABA EL ALMA DE CRISTO EL TEMOR DE
QUEDAR SEPARADA DE DIOS. Satanás le decía que si se hacía garante de un mundo
pecaminoso, la separación seria eterna. Quedaría identificado con el reino de
Satanás, y nunca más seria uno con Dios. Y ¿qué se iba a ganar por este
sacrificio? ¡Cuán irremisibles parecían la culpabilidad y la ingratitud de los
hombres!
SATANÁS
PRESENTABA AL REDENTOR LA SITUACIÓN EN SUS RASGOS MÁS DUROS: El pueblo que
pretende estar por encima de todos los demás en ventajas temporales y
espirituales te ha rechazado. Está tratando de destruirte a ti, fundamento,
centro y sello de las promesas a ellos hechas como pueblo peculiar. Uno de tus
propios discípulos, que escuchó tus instrucciones y se ha destacado en las
actividades de tu iglesia, te traicionará. Uno de tus más celosos seguidores te
negará. Todos te abandonarán. Todo el ser de Cristo aborrecía este pensamiento.
Que aquellos a quienes se había comprometido a salvar, aquellos a quienes amaba
tanto se uniesen a las maquinaciones de Satanás, esto traspasaba su alma.
EL CONFLICTO
ERA TERRIBLE.
Se medía por la culpabilidad de su nación, de sus acusadores y su traidor, por
la de un mundo que yacía en la iniquidad. Los pecados de los hombres
descansaban pesadamente sobre Cristo, y el sentimiento de la ira de Dios contra
el pecado abrumaba su vida. Mirémosle contemplando el precio que ha de pagar
por el alma humana. En su agonía, se aferra al suelo frío, como para evitar ser
alejado más de Dios. El frío rocío de la noche cae sobre su cuerpo postrado,
pero él no le presta atención.
DE SUS LABIOS
PÁLIDOS, BROTA EL AMARGO CLAMOR: "Padre mío, si es posible, pase de mi
este vaso." Pero aún entonces añade: "Empero no como yo quiero,
sino como tú." 639 El corazón humano anhela simpatía en el
sufrimiento. Este anhelo lo sintió Cristo en las profundidades de su ser. En la
suprema agonía de su alma, vino a sus discípulos con un anhelante deseo de oír
algunas palabras de consuelo de aquellos a quienes había bendecido y consolado
con tanta frecuencia, y escudado en la tristeza y la angustia.
EL QUE SIEMPRE
HABÍA TENIDO PALABRAS DE SIMPATÍA PARA ELLOS, sufría ahora agonía
sobrehumana, y anhelaba saber que oraban por él y por sí mismos. ¡Cuán sombría
parecía la malignidad del pecado! Era terrible la tentación de dejar a la
familia humana soportar las consecuencias de su propia culpabilidad, mientras
él permaneciese inocente delante de Dios.
SI TAN SÓLO PUDIERA SABER QUE SUS DISCÍPULOS COMPRENDÍAN Y APRECIABAN ESTO, se sentiría fortalecido. Levantándose con penoso esfuerzo, fue tambaleándose adonde había dejado a sus compañeros.
Pero "los halló durmiendo." Si
los hubiese hallado orando, habría quedado aliviado. Si ellos hubiesen estado
buscando refugio en Dios para que los agentes satánicos no pudiesen prevalecer
sobre ellos, habría quedado consolado por su firme fe. Pero no habían escuchado
la amonestación repetida: "Velad y
orad."
AL PRINCIPIO,
LOS HABÍA AFLIGIDO MUCHO EL VER A SU MAESTRO, GENERALMENTE TAN SERENO Y DIGNO, luchar con
una tristeza incomprensible. Habían orado al oír los fuertes clamores del que
sufría. No se proponían abandonar a su Señor, pero parecían paralizados por un
estupor que podrían haber sacudido sí hubiesen continuado suplicando a Dios. No
comprendían la necesidad de velar y orar fervientemente para resistir la
tentación.
PRECISAMENTE
ANTES DE DIRIGIR SUS PASOS AL HUERTO, JESÚS HABÍA DICHO A LOS DISCÍPULOS: "Todos
seréis escandalizados en mí esta noche." Ellos le habían asegurado
enérgicamente que irían con El a la cárcel y a la muerte. Y el pobre Pedro, en
su suficiencia propia, había añadido: "Aunque
todos sean escandalizados, mas no yo."*(Marcos 14:27,29).
PERO LOS DISCÍPULOS CONFIABAN EN SÍ MISMOS. No miraron
al poderoso Auxiliador como Cristo les había aconsejado que lo hiciesen. Así
que cuando más necesitaba el Salvador su simpatía y oraciones, los halló
dormidos, Pedro mismo estaba durmiendo. 640 Y Juan, el amante discípulo que se
había reclinado sobre el pecho de Jesús, dormía. Ciertamente, el amor de Juan
por su Maestro debiera haberlo mantenido despierto. Sus fervientes oraciones
debieran haberse mezclado con las de su amado Salvador en el momento de su
suprema tristeza.
EL REDENTOR
HABÍA PASADO NOCHES ENTERAS ORANDO POR SUS DISCÍPULOS, PARA QUE SU FE NO
FALTASE.
Si Jesús hubiese dirigido a Santiago y a Juan la pregunta que les había
dirigido una vez: "¿Podéis beber el
vaso que yo he de beber, y ser bautizados del bautismo de que yo soy bautizado?"
no se habrían atrevido a contestar: "Podemos."*(Mateo
20:22).
LOS DISCÍPULOS SE DESPERTARON AL OÍR LA VOZ DE JESÚS, pero casi no
le conocieron, tan cambiado por la angustia había quedado su rostro.
Dirigiéndose a Pedro, Jesús dijo: "¡Simón!
¿Duermes tú? ¿No has podido velar una sola hora? Velad, y orad, para que no
entréis en tentación; el espíritu a la verdad está pronto, más la carne es
débil."*(Marcos 14:37,38).
LA DEBILIDAD DE
SUS DISCÍPULOS DESPERTÓ LA SIMPATÍA DE JESÚS. Temió que no pudiesen soportar
la prueba que iba a sobrevenirles en la hora de su entrega y muerte. No los
reprendió, sino dijo: "Velad, y orad, para que no entréis en
tentación." Aun en su gran agonía, procuraba disculpar su debilidad.
"El espíritu a la verdad está pronto --dijo,-- más la carne es
débil." El Hijo de Dios volvió a quedar presa de agonía sobre humana, y
tambaleándose volvió agotado al lugar de su primera lucha.
SU SUFRIMIENTO
ERA AÚN MAYOR QUE ANTES. Al apoderarse de él, la agonía del alma, "fue
su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra."
Los cipreses y las palmeras eran los testigos silenciosos de su angustia. De su
follaje caía un pesado rocío sobre su cuerpo postrado, como si la naturaleza
llorase sobre su Autor que luchaba a solas con las potestades de las tinieblas.
Poco tiempo antes, Jesús había estado de pie como un cedro poderoso,
presintiendo la tormenta de oposición que agotaba su furia contra él.
Voluntades tercas y corazones llenos de malicia y sutileza habían procurado en
vano confundirle y abrumarle. Se había erguido con divina majestad como el Hijo
de Dios. Ahora era como un junco azotado y doblegado por la tempestad airada.
Se había acercado a la consumación 641 de su obra como vencedor, habiendo
ganado a cada paso la victoria sobre las potestades de las tinieblas. Como ya
glorificado, había aseverado su unidad con Dios. En acentos firmes, había
elevado sus cantos de alabanza. Había dirigido a sus discípulos palabras de
estímulo y ternura.
PERO YA HABÍA LLEGADO LA HORA DE LA POTESTAD DE LAS TINIEBLAS. Su voz se oía
en el tranquilo aire nocturno, no en tonos de triunfo, sino impregnada de
angustia humana. Estas palabras del Salvador llegaban a los oídos de los
soñolientos discípulos: "Padre mío, si no puede este vaso pasar
de mi sin que yo lo beba, hágase tu voluntad." El primer impulso
de los discípulos fue ir hacia él; pero les había invitado a quedarse allí
velando y orando.
CUANDO JESÚS VINO A ELLOS, LOS HALLÓ
OTRA VEZ DORMIDOS. Otra vez había sentido un anhelo de compañía, de oír de sus
discípulos algunas palabras que le aliviasen y quebrantasen el ensalmo de las
tinieblas que casi le dominaban. Pero "los ojos de ellos estaban cargados;
y no sabían qué responderle." Su presencia los despertó. Vieron su rostro
surcado por el sangriento sudor de la agonía, y se llenaron de temor. No podían
comprender su angustia mental. "Tan
desfigurado, era su aspecto más que el de cualquier hombre, y su forma más que
la de los hijos de Adán." *(Isaías 52:14 VM.).
APARTÁNDOSE, JESÚS VOLVIÓ A SU LUGAR DE RETIRO
Y CAYÓ POSTRADO, vencido por el horror de una gran obscuridad. La humanidad
del Hijo de Dios temblaba en esa hora penosa. Oraba ahora no por sus
discípulos, para que su fe no faltase, sino por su propia alma tentada y
agonizante. Había llegado el momento pavoroso, el momento que había de decidir
el destino del mundo. La suerte de la humanidad pendía de un hilo. Cristo podía
aun ahora negarse a beber la copa destinada al hombre culpable. Todavía no era
demasiado tarde. Podía enjugar el sangriento sudor de su frente y dejar que el
hombre pereciese en su iniquidad. Podía decir: Reciba el transgresor la
penalidad de su pecado, y yo volveré a mi Padre. ¿Beberá el Hijo de Dios la
amarga copa de la humillación y la agonía? ¿Sufrirá el inocente las consecuencias
de la maldición del pecado, para salvar a los culpables?
LAS PALABRAS
CAEN TEMBLOROSAMENTE DE LOS PÁLIDOS LABIOS DE JESÚS: "Padre
mío, si no puede 642 este vaso pasar de mi sin que yo lo beba, hágase tu
voluntad."
TRES VECES
REPITIÓ ESTA ORACIÓN. Tres veces rehuyó su humanidad el último y culminante
sacrificio, pero ahora surge delante del Redentor del mundo la historia de la
familia humana. Ve que los transgresores de la ley, abandonados a sí mismos,
tendrían que perecer. Ve la impotencia del hombre. Ve el poder del pecado. Los
ayes y lamentos de un mundo condenado surgen delante de él. Contempla la suerte
que le tocarla, y su decisión queda hecha.
SALVARÁ
AL HOMBRE, SEA CUAL FUERE EL COSTO. Acepta su bautismo de sangre, a fin
de que por él los millones que perecen puedan obtener vida eterna. Dejó los
atrios celestiales, donde todo es pureza, felicidad y gloria, para salvar a la
oveja perdida, al mundo que cayó por la transgresión. Y no se apartará de su
misión. Hará propiciación por una raza que quiso pecar.
SU ORACIÓN
EXPRESA AHORA SOLAMENTE SUMISIÓN: "Si no puede este vaso pasar de mí sin
que yo lo beba, hágase tu voluntad." HABIENDO HECHO LA DECISIÓN, CAYÓ MORIBUNDO AL SUELO DEL QUE SE HABÍA
LEVANTADO PARCIALMENTE. ¿Dónde estaban ahora sus discípulos, para poner
tiernamente sus manos bajo la cabeza de su Maestro desmayado, y bañar esa
frente desfigurada en verdad más que la de los hijos de los hombres?
EL SALVADOR
PISO SOLO EL LAGAR, y no hubo nadie del pueblo con él. Pero Dios sufrió con su
Hijo. Los ángeles contemplaron la agonía del Salvador. Vieron a su Señor
rodeado por las legiones de las fuerzas satánicas, y su naturaleza abrumada por
un pavor misterioso que lo hacia estremecerse. Hubo silencio en el cielo.
Ningún arpa vibraba.
SI LOS MORTALES
HUBIESEN PERCIBIDO EL ASOMBRO DE LA HUESTE ANGÉLICA mientras en
silencioso pesar veía al Padre retirar sus rayos de luz, amor y gloria de su
Hijo amado, comprenderían mejor cuán odioso es a su vista el pecado. Los mundos
que no habían caído y los ángeles celestiales habían mirado con intenso interés
mientras el conflicto se acercaba a su fin. Satanás y su confederación del mal,
las legiones de la apostasía, presenciaban atentamente esta gran crisis de la
obra de redención.
LAS POTESTADES
DEL BIEN Y DEL MAL Esperaban Para Ver Qué Respuesta Recibirla La Oración Tres
Veces Repetida Por Cristo. Los ángeles habían anhelado llevar alivio 643 al divino
doliente, pero esto no podía ser. Ninguna vía de escape había para el Hijo de
Dios.
EN ESTA
TERRIBLE CRISIS, cuando todo estaba en juego, cuando la copa misteriosa
temblaba en la mano del Doliente, los cielos se abrieron, una luz resplandeció
de en medio de la tempestuosa obscuridad de esa hora crítica, y el poderoso
ángel que está en la presencia de Dios ocupando el lugar del cual cayó Satanás,
vino al lado de Cristo.
NO VINO PARA
QUITAR DE SU MANO LA COPA, sino para fortalecerle a fin de que pudiese beberla,
asegurado del amor de su Padre. Vino para dar poder al suplicante
divino-humano. Le mostró los cielos abiertos y le habló de las almas que se
salvarían como resultado de sus sufrimientos. Le aseguró que su Padre es mayor
y más poderoso que Satanás, que su muerte ocasionaría la derrota completa de
Satanás, y que el reino de este mundo sería dado a los santos del Altísimo. Le
dijo que vería el trabajo de su alma y quedaría satisfecho, porque vería una
multitud de seres humanos salvados, eternamente salvos.
LA AGONÍA DE CRISTO NO CESÓ, pero le
abandonaron su depresión y desaliento. La tormenta no se había
apaciguado, pero el que era su objeto fue fortalecido para soportar su furia.
Salió de la prueba sereno y henchido de calma. Una paz celestial se leía en su
rostro manchado de sangre. Había soportado lo que ningún ser humano hubiera
podido soportar; porque había gustado los sufrimientos de la muerte por todos
los hombres.
LOS DISCÍPULOS
DORMIDOS HABÍAN SIDO DESPERTADOS REPENTINAMENTE POR LA LUZ QUE RODEABA AL
SALVADOR.
Vieron al ángel que se inclinaba sobre su Maestro postrado. Le vieron alzar la
cabeza del Salvador contra su pecho y señalarle el cielo. Oyeron su voz, como
la música más dulce, que pronunciaba palabras de consuelo y esperanza. Los
discípulos recordaron la escena transcurrida en el monte de la transfiguración.
Recordaron la gloria que en el templo había circuido a Jesús y la voz de Dios
que hablara desde la nube. Ahora esa misma gloria se volvía a revelar, y no
sintieron ya temor por su Maestro. Estaba bajo el cuidado de Dios, y un ángel
poderoso había sido enviado para protegerle.
NUEVAMENTE LOS
DISCÍPULOS CEDIERON, EN SU CANSANCIO, al extraño estupor que los dominaba.
Nuevamente Jesús los encontró durmiendo. Mirándolos tristemente, dijo: "Dormid
ya, y descansad: he aquí ha llegado la hora, y el Hijo del hombre es entregado
en manos de pecadores." Aun mientras decía estas palabras, oía los
pasos de la turba que le buscaba, y añadió: "Levantaos, vamos: he aquí
ha llegado el que me ha entregado."
NO SE VEÍAN EN
JESÚS HUELLAS DE SU RECIENTE AGONÍA CUANDO SE DIRIGIÓ AL ENCUENTRO DE SU
TRAIDOR.
Adelantándose
a sus discípulos, dijo: "¿A quién buscáis?" Contestaron: "A
Jesús Nazareno." Jesús respondió: "Yo soy."
MIENTRAS ESTAS
PALABRAS ERAN PRONUNCIADAS, el ángel que acababa de servir a Jesús, se
puso entre él y la turba. Una luz divina iluminó el rostro del Salvador,
y le hizo sombra una figura como de paloma. En presencia de esta gloria divina,
la turba homicida no pudo resistir un momento. Retrocedió tambaleándose.
Sacerdotes, ancianos, soldados, y aún Judas, cayeron como muertos al suelo. El
ángel se retiró, y la luz se desvaneció. Jesús tuvo oportunidad de escapar,
pero permaneció sereno y dueño de sí. Permaneció en pie como un ser
glorificado, en medio de esta banda endurecida, ahora postrada e inerme a sus
pies. Los discípulos miraban, mudos de asombro y pavor.
PERO LA ESCENA
CAMBIÓ RÁPIDAMENTE. La turba se levantó. Los soldados romanos, los sacerdotes y
judas se reunieron en derredor de Cristo. Parecían avergonzados de su
debilidad, y temerosos de que se les escapase todavía, Volvió el Redentor a preguntar:
"¿A quién buscáis?" Habían tenido pruebas de que el que
estaba delante de ellos era el Hijo de Dios, pero no querían convencerse. A la
pregunta: "¿A quién buscáis?" volvieron a contestar: "A Jesús
Nazareno." El Salvador les dijo entonces: "Os he dicho que yo soy:
pues si a mí buscáis, dejad ir a éstos," señalando a los
discípulos. Sabía cuán débil era la fe de ellos, y trataba de escudarlos de la
tentación y la prueba. Estaba listo para sacrificarse por ellos.
EL TRAIDOR
JUDAS NO SE OLVIDÓ DE LA PARTE QUE DEBÍA DESEMPEÑAR. Cuando entró
la turba en el huerto, iba delante, seguido de cerca por el sumo sacerdote.
Había dado una señal a los perseguidores de Jesús diciendo: "Al que yo besare, aquél es:
prendedle." (Mateo 26:48). Ahora, fingiendo no tener parte con ellos,
se acercó a Jesús, le tomó de la mano como un amigo familiar, 645 diciendo: "Salve, Maestro," le besó
repetidas veces, simulando llorar de simpatía por él en su peligro. Jesús
le dijo: "Amigo, ¿a qué vienes?" Su voz temblaba de pesar al
añadir: "Judas, ¿con beso entregas al Hijo del hombre?" Esta
súplica debiera haber despertado la conciencia del traidor y conmovido su
obstinado corazón; pero le habían abandonado la honra, la fidelidad y la
ternura humana. Se mostró audaz y desafiador, sin disposición a enternecerse.
Se había entregado a Satanás y no podía resistirle. Jesús no rechazó el beso
del traidor.
LA TURBA SE ENVALENTONÓ AL VER A JUDAS TOCAR
LA PERSONA De Aquel Que Había Estado Glorificado Ante Sus Ojos Tan Poco Tiempo
Antes.
Se apoderó entonces de Jesús y procedió a atar aquellas
preciosas manos que siempre se habían dedicado a hacer bien.
LOS DISCÍPULOS HABÍAN
PENSADO QUE SU MAESTRO NO SE DEJARÍA PRENDER. Porque el mismo poder que
había hecho caer como muertos a esos hombres podía dominarlos hasta que Jesús y
sus compañeros escapasen. Se quedaron chasqueados e indignados al ver sacar las
cuerdas para atar las manos de Aquel a quien amaban.
EN SU IRA, PEDRO SACÓ
IMPULSIVAMENTE SU ESPADA y
trató de defender a su Maestro, pero no logró sino cortar una oreja del siervo
del sumo sacerdote. Cuando Jesús vio lo que había hecho, libró sus manos,
aunque eran sujetadas firmemente por los soldados romanos, y diciendo: "Dejad
hasta aquí," tocó la oreja herida, Y ésta quedó inmediatamente sana. Dijo
luego a Pedro: "Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomaren
espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre,
y él me daría más de doce legiones de ángeles?"--una legión en
lugar de cada uno de los discípulos—
PERO LOS
DISCÍPULOS SE PREGUNTABAN: ¿Oh, por qué no se salva a sí mismo y a
nosotros? Contestando a su pensamiento inexpresado, añadió: "¿Cómo,
pues, se cumplirían las Escrituras, que así conviene que sea hecho?"
"El vaso que el Padre me ha dado, ¿no lo tengo de beber?" La
dignidad oficial de los dirigentes judíos no les había impedido unirse al
perseguimiento de Jesús. Su arresto era un asunto demasiado importante para
confiarlo a subordinados; así que los astutos sacerdotes y ancianos se habían
unido a 646 la policía del templo y a la turba para seguir a Judas hasta
Getsemaní.
¡QUÉ COMPAÑÍA PARA ESTOS DIGNATARIOS: Una Turba Ávida De Excitación Y Armada Con Toda Clase De Instrumentos Como Para Perseguir A Una Fiera! Volviéndose A Los Sacerdotes Y Ancianos, Jesús Fijó Sobre Ellos Su Mirada Escrutadora. Mientras viviesen, no se olvidarían de las palabras que pronunciara. Eran como agudas saetas del Todopoderoso. Con dignidad dijo: Salisteis contra mí con espadas y palos como contra un ladrón. Día tras día estaba sentado enseñando en el templo. Tuvisteis toda oportunidad de echarme mano, y nada hicisteis. La noche se adapta mejor para vuestra obra. "Esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas." Los discípulos quedaron aterrorizados al ver que Jesús permitía que se le prendiese y atase. Se ofendieron porque sufría esta humillación para sí y para ellos. No podían comprender su conducta, y le inculpaban por someterse a la turba. En su indignación y temor, Pedro propuso que se salvasen a sí mismos. Siguiendo esta sugestión, "todos los discípulos huyeron, dejándole." Pero Cristo había predicho esta deserción. "He aquí había dicho, la hora viene, y ha venido, que seréis esparcidos cada uno por su parte, y me dejaréis solo: mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo."*(Juan 16:32). DTG/EGW
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