(Este
capítulo 72. Está basado en San Mateo 26:20-29; San
Marcos 14:17-25; San Lucas 22:14-23; San Juan 13:18-30).
"EL SEÑOR JESÚS, la noche que fue
entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed:
esto es mi cuerpo que por vosotros es partido: haced esto en memoria de mí.
Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es
el nuevo pacto en mi sangre: haced esto todas las veces que bebierais, en
memoria de mí. Porque todas las veces que comiereis este pan, y bebierais esta
copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga." (1 Corintios
11:23-26).
CRISTO SE HALLABA EN EL PUNTO DE TRANSICIÓN
ENTRE DOS SISTEMAS Y SUS DOS GRANDES FIESTAS RESPECTIVAS. El, el Cordero
inmaculado de Dios, estaba por presentarse como ofrenda por el pecado, y así
acabaría con el sistema de figuras y ceremonias que durante cuatro mil años
había anunciado su muerte. Mientras comía la pascua con sus discípulos,
instituyó en su lugar el rito que había de conmemorar su gran sacrificio. La
fiesta nacional de los judíos iba a desaparecer para siempre. El servicio que
Cristo establecía había de ser observado por sus discípulos en todos los países
y a través de todos los siglos.
LA PASCUA fue ordenada como
conmemoración del libramiento de Israel de la servidumbre egipcia. Dios había
indicado que, año tras año, cuando los hijos preguntasen el significado de este
rito, se les repitiese la historia. Así había de mantenerse fresca en la
memoria de todos aquella maravillosa liberación.
EL
RITO DE LA CENA DEL SEÑOR fue dado para conmemorar la gran liberación
obrada como resultado de la muerte de Cristo. Este rito ha de celebrarse hasta
que él venga por segunda vez con poder y gloria. Es el medio por el cual ha de
mantenerse fresco en nuestra mente el recuerdo de su gran obra en favor
nuestro.
EN OCASIÓN DE
SU LIBERACIÓN DE EGIPTO, los hijos de Israel comieron la cena de Pascua de pie, con
los lomos ceñidos, con el bordón en la mano, listos para el viaje. La manera en
609 que celebraban este rito armonizaba con su condición; porque estaban por
ser arrojados del país de Egipto, e iban a empezar un viaje penoso y difícil a
través del desierto.
PERO EN EL TIEMPO DE CRISTO, las condiciones habían cambiado. Ya no estaban por ser arrojados de un país extraño, sino que moraban en su propia tierra. En armonía con el reposo que les había sido dado, el pueblo tomaba entonces la cena pascual en posición recostada. Se colocaban canapés en derredor de la mesa, y los huéspedes descansaban en ellos, apoyándose en el brazo izquierdo, y teniendo la mano derecha libre para manejar la comida. En esta posición, un huésped podía poner la cabeza sobre el pecho del que seguía en orden hacia arriba. Y los pies, hallándose al extremo exterior del canapé, podrán ser lavados por uno que pasase en derredor de la parte exterior del círculo.
Cristo
estaba todavía a la mesa en la cual se había servido la cena pascual. Delante
de él estaban los panes sin levadura que se usaban en ocasión de la Pascua. El
vino de la Pascua, exento de toda fermentación, estaba sobre la mesa. Estos
emblemas empleó Cristo para representar su propio sacrificio sin mácula. Nada
que fuese corrompido por la fermentación, símbolo de pecado y muerte, podía
representar al "Cordero sin mancha
y sin contaminación."*(1 Pedro 1:19).
"Y comiendo
ellos, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo:
Tomad, comed, esto es mi cuerpo. Y tomando el vaso, y hechas gracias, les dio,
diciendo: Bebed de él todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, la cual
es derramada por muchos para remisión de los pecados. Y os digo, que desde
ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día, cuando lo tengo
de beber nuevo con vosotros en el reino de mi Padre."
EL TRAIDOR JUDAS estaba presente en el servicio sacramental. Recibió de Jesús los emblemas de su cuerpo quebrantado y su sangre derramada.
Oyó las palabras: "Haced
esto en memoria de mí." Y sentado allí en la misma presencia del
Cordero de Dios, el traidor reflexionaba en sus sombríos propósitos y albergaba
pensamientos de resentimiento y venganza. Mientras les lavaba los pies, Cristo
había dado pruebas convincentes de que conocía el carácter de Judas.
"NO ESTÁIS LIMPIOS TODOS," (Juan 13:11). Había dicho.
Estas palabras convencieron al falso 610 discípulo de que Cristo leía su
propósito secreto. Pero ahora Jesús habló más claramente. Sentado a la mesa con
los discípulos, dijo, mirándolos: "No hablo de todos vosotros: y sé los
que he elegido: más para que se cumpla la Escritura: El que come pan conmigo,
levantó contra mí su calcañar." Aun entonces los discípulos no
sospecharon de Judas. Pero vieron que Cristo parecía muy afligido. Una nube se
posó sobre todos ellos, un presentimiento de alguna terrible calamidad cuya
naturaleza no comprendían.
MIENTRAS COMÍAN EN SILENCIO, JESÚS DIJO: "De cierto os
digo, que uno de vosotros me ha de entregar." Al oír estas
palabras, el asombro y la consternación se apoderaron de ellos. No podían
comprender cómo cualquiera de ellos pudiese traicionar a su divino Maestro.
¿Por qué causa podría traicionarle? ¿Y ante quién? ¿En el corazón de quién
podría nacer tal designio? ¡Por cierto que no sería en el de ninguno de los
doce favorecidos, que, sobre todos los demás, habían tenido el privilegio de
oír sus enseñanzas, que habían compartido su admirable amor, y hacia quienes
había manifestado tan grande consideración al ponerlos en íntima comunión con
él!
Al darse cuenta del significado de sus
palabras y recordar cuán ciertos eran sus dichos, el temor y la desconfianza
propia se apoderaron de ellos. Comenzaron a escudriñar su propio corazón para
ver si albergaba algún pensamiento contra su Maestro. Con la más dolorosa
emoción, uno tras otro preguntó: "¿Soy yo, Señor?"
PERO JUDAS
GUARDABA SILENCIO. Al fin, Juan, con profunda angustia, preguntó: "Señor,
¿quién es?" Y Jesús contestó: "El que mete la mano conmigo en el
plato, ése me ha de entregar. A la verdad el Hijo del hombre va, como está
escrito de él, mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre es
entregado! bueno le fuera al tal hombre no haber nacido." Los
discípulos se habían escrutado mutuamente los rostros al preguntar: "¿Soy
yo, Señor?" Y ahora el silencio de Judas atraía todos los ojos hacia él.
En medio de la confusión de preguntas y expresiones de asombro, Judas no había
oído las palabras de Jesús en respuesta a la pregunta de Juan. Pero ahora, para
escapar al escrutinio de los discípulos, preguntó como ellos: "¿Soy yo, Maestro?" Jesús
replicó solemnemente: "Tú lo has
dicho." 611 SORPRENDIDO Y
CONFUNDIDO AL VER EXPUESTO SU PROPÓSITO, JUDAS se levantó apresuradamente
para salir del aposento. "Entonces Jesús le dice: Lo que haces,
hazlo más presto. . . Como él pues hubo
tomado el bocado, luego salió: y era ya noche." Era verdaderamente
noche para el traidor cuando, apartándose de Cristo, penetró en las tinieblas
de afuera. Hasta que hubo dado este paso, Judas no había traspasado la
posibilidad de arrepentirse. Pero cuando abandonó la presencia de su Señor y de
sus condiscípulos, había hecho la decisión final. Había cruzado el límite.
ADMIRABLE HABÍA
SIDO LA LONGANIMIDAD DE JESÚS EN SU TRATO CON ESTA ALMA TENTADA. Nada que
pudiera hacerse para salvar a Judas se había dejado de lado. Después que se
hubo comprometido dos veces a entregar a su Señor, Jesús le dio todavía
oportunidad de arrepentirse. Leyendo el propósito secreto del corazón del
traidor, Cristo dio a Judas la evidencia final y convincente de su divinidad.
Esto fue para el falso discípulo el último llamamiento al arrepentimiento.
EL CORAZÓN
DIVINO-HUMANO DE CRISTO no escatimó súplica alguna que pudiera hacer. Las olas de
la misericordia, rechazadas por el orgullo obstinado, volvían en mayor reflujo
de amor subyugador. Pero aunque sorprendido y alarmado al ver descubierta su
culpabilidad, Judas se hizo tan sólo más resuelto en ella. Desde la cena
sacramental, salió para completar la traición.
AL PRONUNCIAR
EL AY SOBRE JUDAS, Cristo tenía también un propósito de misericordia para con
sus discípulos. Les dio así la evidencia culminante de su carácter de Mesías. "Os
lo digo antes que se haga --dijo,-- para que cuando se hiciere, creáis que yo
soy." Si Jesús hubiese
guardado silencio, en aparente ignorancia de lo que iba a sobrevenirle, los
discípulos podrían haber pensado que su Maestro no tenía previsión divina, y
que había sido sorprendido y entregado en las manos de la turba homicida. Un
año antes, Jesús había dicho a los discípulos que había escogido a doce, y que
uno de ellos era diablo. Ahora las palabras que había dirigido a Judas
demostraban que su Maestro conocía plenamente su traición e iban a fortalecer
la fe de los discípulos fieles durante su humillación.
Y CUANDO JUDAS
HUBIESE LLEGADO A SU HORRENDO FIN, recordarían el ay pronunciado por
Jesús sobre el traidor. 612 El Salvador tenía otro propósito aún. No había
privado de su ministerio a aquel que sabía era el traidor. Los discípulos no
comprendieron sus palabras cuando dijo, mientras les lavaba los pies: "No estáis limpios todos," ni
tampoco cuando declaró en la mesa: "El
que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar." (Juan 13:11,18). Pero más tarde, cuando
su significado quedó aclarado, vieron allí pruebas de la paciencia y
misericordia de Dios hacia el que más gravemente pecara. Aunque Jesús conocía a
Judas desde el principio, le lavó los pies. Y el traidor tuvo ocasión de unirse
con Cristo en la participación del sacramento.
UN SALVADOR
LONGÁNIME OFRECIÓ AL PECADOR TODO INCENTIVO PARA RECIBIRLE, para
arrepentirse y ser limpiado de la contaminación del pecado. Este ejemplo es
para nosotros. Cuando suponemos que alguno está en error y pecado, no debemos
separarnos de él. No debemos dejarle presa de la tentación por algún
apartamiento negligente, ni impulsarle al terreno de batalla de Satanás. Tal no
es el método de Cristo. Porque los discípulos estaban sujetos a yerros y
defectos, Cristo lavó sus pies, y todos menos uno de los doce fueron traídos al
arrepentimiento.
EL EJEMPLO DE CRISTO PROHÍBE LA EXCLUSIVIDAD EN LA CENA DEL SEÑOR. Es verdad que el pecado abierto excluye a los culpables. Esto lo enseña claramente el Espíritu Santo. (1 Corintios 5:11). Pero, fuera de esto, nadie ha de pronunciar juicio. Dios no ha dejado a los hombres el decir quiénes se han de presentar en estas ocasiones.
Porque ¿Quién puede leer el corazón? ¿Quién puede distinguir
la cizaña del trigo? "Por tanto, pruébese
cada uno a sí mismo, y coma así de aquel pan, y beba de aquella copa."
Porque "cualquiera que comiere este
pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la
sangre del Señor." "El que come y bebe indignamente, juicio come y
bebe para sí, no discerniendo el cuerpo del Señor." (1 Corintios 11:28, 27,29).
CUANDO LOS CREYENTES SE CONGREGAN PARA CELEBRAR LOS RITOS, están
presentes mensajeros invisibles para los ojos humanos. Puede haber un Judas en
el grupo, y en tal caso hay allí mensajeros del príncipe de las tinieblas,
porque ellos acompañan a todos los que se niegan a ser dirigidos por el
Espíritu Santo. Los ángeles celestiales están también presentes. Estos
visitantes 613 invisibles están presentes en toda ocasión tal. Pueden entrar en
el grupo personas que no son de todo corazón siervos de la verdad y la
santidad, pero que desean tomar parte en el rito. No debe prohibírselas. Hay
testigos que estuvieron presentes cuando Jesús lavó los pies de los discípulos
y de Judas. Hay ojos más que humanos que contemplan la escena.
POR EL ESPÍRITU
SANTO, CRISTO ESTÁ ALLÍ PARA PONER EL SELLO A SU PROPIO RITO. Está allí
para convencer y enternecer el corazón. Ni una mirada, ni un pensamiento de
contrición escapa a su atención. El aguarda al arrepentido y contrito de
corazón. Todas las cosas están listas para la recepción de aquella alma. El que
lavó los pies de Judas anhela lavar de cada corazón la mancha del pecado. Nadie
debe excluirse de la comunión porque esté presente alguna persona indigna.
CADA DISCÍPULO
ESTÁ LLAMADO A PARTICIPAR PÚBLICAMENTE DE ELLA Y DAR ASÍ TESTIMONIO DE QUE
ACEPTA A CRISTO COMO SALVADOR PERSONAL. Es en estas ocasiones designadas por
él mismo cuando Cristo se encuentra con los suyos y los fortalece por su presencia.
Corazones y manos indignos pueden administrar el rito; sin embargo Cristo está
allí para ministrar a sus hijos. Todos los que vienen con su fe fija en él
serán grandemente bendecidos. Todos los que descuidan estos momentos de
privilegio divino sufrirán una pérdida. Acerca de ellos se puede decir con
acierto: "No estáis limpios todos."
AL PARTICIPAR CON SUS DISCÍPULOS DEL PAN Y DEL VINO, CRISTO SE COMPROMETIÓ COMO SU REDENTOR. Les confió el nuevo pacto, por medio del cual todos los que le reciben llegan a ser hijos de Dios, coherederos con Cristo. Por este pacto, venía a ser suya toda bendición que el cielo podía conceder para esta vida y la venidera. Este pacto había de ser ratificado por la sangre de Cristo. La administración del sacramento había de recordar a los discípulos el sacrificio infinito hecho por cada uno de ellos como parte del gran conjunto de la humanidad caída. Pero el servicio de la comunión no había de ser una ocasión de tristeza. Tal no era su propósito. Mientras los discípulos del Señor se reúnen alrededor de su mesa, no han de recordar y lamentar sus faltas. No han de espaciarse en su experiencia religiosa pasada, haya sido ésta elevadora o deprimente.
No han de recordar las
divergencias existentes entre ellos y sus 614 hermanos. El rito preparatorio ha abarcado todo esto. El examen propio, la
confesión del pecado, la reconciliación de las divergencias, todo esto se ha
hecho. Ahora han venido para encontrarse con Cristo. No han de permanecer en la
sombra de la cruz, sino en su luz salvadora. Han de abrir el alma a los
brillantes rayos del Sol de justicia. Con corazones purificados por la
preciosísima sangre de Cristo, en plena conciencia de su presencia, aunque
invisible, han de oír sus palabras: "La
paz os dejo, mi paz os doy: no como el mundo la da, yo os la doy." (Juan
14:27).
NUESTRO SEÑOR DICE: BAJO LA CONVICCIÓN DEL
PECADO, RECORDAD QUE YO MORÍ POR VOSOTROS. Cuando seáis oprimidos,
perseguidos y afligidos por mi causa y la del Evangelio, recordad mi amor, el
cual fue tan grande que di mi vida por vosotros. Cuando vuestros deberes
parezcan austeros y severos, y vuestras cargas demasiado pesadas, recordad que
por vuestra causa soporté la cruz, menospreciando la vergüenza. Cuando vuestro
corazón se atemoriza ante la penosa prueba, recordad que vuestro Redentor vive
para interceder por vosotros.
EL
RITO DE LA COMUNIÓN SEÑALA LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO. Estaba
destinado a mantener esta esperanza viva en la mente de los discípulos. En
cualquier oportunidad en que se reuniesen para conmemorar su muerte, relataban
cómo él "tomando el vaso, y hechas gracias, les dio, diciendo: Bebed
de él todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, la cual es derramada por
muchos para remisión de los pecados. Y os digo, que desde ahora no beberé más
de este fruto de la vid hasta aquel día, cuando lo tengo de beber nuevo con
vosotros en el reino de mi Padre." En su tribulación,
hallaban consuelo en la esperanza del regreso de su Señor. Les era
indeciblemente precioso el pensamiento: "Todas
las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor
anunciáis hasta que venga." (1 Corintios 11:26).
ESTAS SON LAS COSAS QUE NUNCA HEMOS DE OLVIDAR. El amor de Jesús,
con su poder constrictivo, ha de mantenerse fresco en nuestra memoria. Cristo
instituyó este rito para que hablase a nuestros sentidos del amor de Dios
expresado en nuestro favor. No puede haber unión entre nuestras almas y Dios
excepto por Cristo. La unión y el amor entre hermanos deben ser cimentados y
hechos eternos por el amor de Jesús. Y nada menos que la muerte de Cristo podía
hacer eficaz para nosotros este amor. 615
ES ÚNICAMENTE
POR CAUSA DE SU MUERTE POR LO QUE NOSOTROS PODEMOS CONSIDERAR CON GOZO SU
SEGUNDA VENIDA. Su sacrificio es el centro de nuestra esperanza. En él
debemos fijar nuestra fe. Demasiado a menudo los ritos que señalan la
humillación y los padecimientos de nuestro Señor son considerados como una
forma. Fueron instituidos con un propósito. Nuestros sentidos necesitan ser
vivificados para comprender el misterio de la piedad.
ES PATRIMONIO DE TODOS COMPRENDER MUCHO MEJOR
DE LO QUE LOS COMPRENDEMOS LOS SUFRIMIENTOS EXPIATORIOS DE CRISTO. "Como Moisés levantó la serpiente en el desierto," así el
Hijo de Dios fue levantado, "para que todo aquel que en él creyere, no se
pierda, sino que tenga vida eterna." (Juan 3:14,15). Debemos mirar la
cruz del Calvario, que sostiene a su Salvador moribundo. Nuestros intereses
eternos exigen que manifestemos fe en Cristo. Nuestro Salvador dijo: "Si
no comiereis la carne del Hijo del hombre, y bebierais su sangre, no tendréis
vida en vosotros. ...Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es
verdadera bebida."*(Juan 6:53-55).
ESTO ES VERDAD
ACERCA DE NUESTRA NATURALEZA FÍSICA. A la muerte de Cristo debemos aun
esta vida terrenal. El pan que comemos ha sido comprado por su cuerpo
quebrantado. El agua que bebemos ha sido comprada por su sangre derramada.
Nadie, santo, o pecador, come su alimento diario sin ser nutrido por el cuerpo
y la sangre de Cristo. La cruz del Calvario está estampada en cada pan. Está
reflejada en cada manantial. Todo esto enseñó Cristo al designar los emblemas
de su gran sacrificio. La luz que resplandece del rito de la comunión realizado
en el aposento alto hace sagradas las provisiones de nuestra vida diaria. La
despensa familiar viene a ser como la mesa del Señor, y cada comida un
sacramento. ¡Y cuánto más ciertas son las palabras de Cristo en cuanto a nuestra
naturaleza espiritual! El declara: "El
que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna."
ES RECIBIENDO la vida
derramada por nosotros en la cruz del Calvario como podemos vivir la vida
santa. Y esta vida la recibimos recibiendo su Palabra, haciendo aquellas cosas
que él ordenó. Así llegamos a ser uno con él.
"EL QUE
COME MI CARNE --dice él,-- y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como
me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me 616
come, él también vivirá por mí." (Juan 6:54, 56,57). Este pasaje se
aplica en un sentido especial a la santa comunión. Mientras la fe contempla el
gran sacrificio de nuestro Señor, el alma asimila la vida espiritual de Cristo.
Y esa alma recibirá fuerza espiritual de cada comunión.
EL RITO FORMA
UN ESLABÓN VIVIENTE POR EL CUAL EL CREYENTE ESTÁ LIGADO CON CRISTO, Y ASÍ CON
EL PADRE.
En un sentido especial, forma un vínculo entre Dios y los seres humanos que
dependen de él. Al recibir el pan y el vino que simbolizan el cuerpo quebrantado
de Cristo y su sangre derramada, nos unimos imaginariamente a la escena de
comunión del aposento alto. Parecemos pasar por el huerto consagrado por la
agonía de Aquel que llevó los pecados del mundo. Presenciamos la lucha por la
cual se obtuvo nuestra reconciliación con Dios. El Cristo crucificado es
levantado entre nosotros. Contemplando al Redentor crucificado, comprendemos
más plenamente la magnitud y el significado del sacrificio hecho por la
Majestad del cielo.
EL PLAN DE SALVACIÓN QUEDA GLORIFICADO DELANTE DE NOSOTROS, y el pensamiento del Calvario despierta emociones vivas y sagradas en nuestro corazón. Habrá alabanza a Dios y al Cordero en nuestro corazón y en nuestros labios; porque el orgullo y la adoración del yo no pueden florecer en el alma que mantiene frescas en su memoria las escenas del Calvario. Los pensamientos del que contempla el amor sin par del Salvador, se elevarán, su corazón se purificará, su carácter se transformará. Saldrá a ser una luz para el mundo, a reflejar en cierto grado ese misterioso amor. Cuanto más contemplemos la cruz de Cristo, más plenamente adoptaremos el lenguaje del apóstol cuando dijo: "Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo."*(Gálatas 6:14). 617 DTG/EGW
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