(Este capítulo 64. Está basado en San Marcos 11:11-14, 20,21; San Mateo 21:17-19).
LA ENTRADA
TRIUNFAL DE CRISTO EN JERUSALÉN era una débil representación de su
venida en las nubes del cielo con poder y gloria, entre el triunfo de los
ángeles y el regocijo de los santos. Entonces se cumplirán las palabras de
Cristo a los sacerdotes y fariseos:
"Desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el
nombre del Señor.'*(Mateo 23:39). En visión profética se le mostró a
Zacarías ese día de triunfo final; y él contempló también la condenación de
aquellos que rechazaron a Cristo en su primer advenimiento: "Mirarán a mí, a quien traspasaron, y
harán llanto sobre él, como llanto sobre unigénito, afligiéndose sobre él como
quien se aflige sobre primogénito." (Zacarías 12:10).
CRISTO PREVIÓ ESTA ESCENA CUANDO CONTEMPLÓ LA
CIUDAD Y LLORÓ SOBRE ELLA. En la ruina temporal de Jerusalén, vio la destrucción
final de aquel pueblo culpable de derramar la sangre del Hijo de Dios. Los
discípulos veían el odio de los judíos por Cristo, pero no veían adónde los
conduciría. No comprendían todavía la verdadera condición de Israel, ni la
retribución que iba a caer sobre Jerusalén. Cristo se lo reveló mediante una
significativa lección objetiva. La última súplica a Jerusalén había sido hecha
en vano. Los sacerdotes y gobernantes habían oído la antigua voz profética
repercutir en la multitud en respuesta a la pregunta: "¿Quién es éste?" pero no la aceptaban como voz
inspirada. Con ira y asombro, trataron de acallar a la gente. Había
funcionarios romanos en la muchedumbre, y ante éstos denunciaron sus enemigos a
Jesús como el cabecilla de una rebelión. Le acusaron de querer apoderarse del
templo y reinar como rey en Jerusalén.
PERO LA SERENA
VOZ DE JESÚS ACALLÓ POR UN MOMENTO LA MUCHEDUMBRE CLAMOROSA al declarar
que no había venido para establecer un reino temporal; pronto iba a ascender a
su Padre, 534 y sus acusadores no le verían más hasta que volviese en gloria.
Entonces, pero demasiado tarde para salvarse, le reconocerían. Estas palabras
fueron pronunciadas por Jesús con tristeza y singular poder. Los oficiales
romanos callaron subyugados. Su corazón, aunque ajeno a la influencia divina,
se conmovió como nunca se había conmovido. En el rostro sereno y solemne de
Jesús, vieron amor, benevolencia y dignidad. Sintieron una simpatía que no
podían comprender. En vez de arrestar a Jesús, se inclinaron a tributarle
homenaje. Volviéndose hacia los sacerdotes y gobernantes, los acusaron de crear
disturbios. Estos caudillos, pesarosos y derrotados, se volvieron a la gente
con sus quejas y disputaron airadamente entre sí.
MIENTRAS TANTO,
JESÚS ENTRÓ SIN QUE NADIE LO NOTARA, EN EL TEMPLO. Todo estaba
tranquilo allí, porque la escena que se había desarrollado en el monte de las
Olivas había atraído a la gente. Durante un corto tiempo Jesús permaneció en el
templo, mirándolo con tristeza. Luego se apartó con sus discípulos y volvió a
Betania. Cuando la gente le buscó para ponerlo sobre el trono, no pudo
hallarle. Toda aquella noche Jesús la pasó en oración, y por la mañana volvió
al templo.
MIENTRAS IBA,
PASÓ AL LADO DE UN HUERTO DE HIGUERAS. Tenía hambre y, "viendo de lejos una higuera
que tenía hojas, se acercó, si quizá hallaría en ella algo; y como vino a ella,
nada halló sino hojas; porque no era tiempo de higos." No era
tiempo de higos maduros, excepto en ciertas localidades; y acerca de las
tierras altas que rodean a Jerusalén, se podía decir con acierto: "No
era tiempo de higos." Pero en el huerto al cual Jesús se acercó
había un árbol que parecía más adelantado que los demás. Estaba ya cubierto de
hojas. Es natural en la higuera que aparezcan los frutos antes que se abran las
hojas. Por lo tanto, este árbol cubierto de hojas prometía frutos bien
desarrollados. Pero su apariencia era engañosa. Al revisar sus ramas, desde la
más baja hasta la más alta, Jesús no "halló sino hojas." No era sino
engañoso follaje, nada más. Cristo pronunció una maldición agostadora. "Nunca
más coma nadie fruto de ti para siempre," dijo.
A LA MAÑANA
SIGUIENTE,
mientras el Salvador y sus discípulos volvían otra 535 vez a la ciudad, las
ramas agostadas y las hojas marchitas llamaron su atención. "Maestro
--dijo Pedro,-- he aquí la higuera que maldijiste, se ha secado."
El acto de Cristo, al maldecir la higuera, había asombrado a los discípulos.
Les pareció muy diferente de su proceder y sus obras. Con frecuencia le habían
oído declarar que no había venido para condenar al mundo, sino para que el
mundo pudiese ser salvo por él. Recordaban sus palabras: "El Hijo del hombre no ha venido para perder las almas de los
hombres, sino para salvarlas."*(Lucas 9:56). Había realizado sus obras
maravillosas para restaurar, nunca para destruir. Los discípulos le habían
conocido solamente como el Restaurador, el Sanador.
ESTE ACTO ERA
ÚNICO. ¿CUÁL ERA SU PROPÓSITO? se preguntaban. Dios "es amador de misericordia."
"Vivo yo, dice el Señor Jehová, que no quiero la muerte del impío." (Miqueas
7:18; Ezequiel 33:11). Para él la obra de destrucción y condenación es una "extraña obra."* (Isaías 28:21). Pero,
con misericordia y amor, alza el velo de lo futuro y revela a los hombres los
resultados de una conducta pecaminosa.
LA MALDICIÓN DE LA HIGUERA ERA UNA PARÁBOLA
LLEVADA A LOS HECHOS. Ese árbol estéril, que desplegaba su follaje
ostentoso a la vista de Cristo, era un símbolo de la nación judía. El Salvador
deseaba presentar claramente a sus discípulos la causa y la certidumbre de la
suerte de Israel. Con este propósito invistió al árbol con cualidades morales y
lo hizo exponente de la verdad divina. Los judíos se distinguían de todas las demás
naciones porque profesaban obedecer a Dios. Habían sido favorecidos
especialmente por él, y aseveraban tener más justicia que los demás pueblos. Pero
estaban corrompidos por el amor del mundo y la codicia de las ganancias.
Se jactaban de su conocimiento, pero ignoraban los requerimientos de Dios y
estaban llenos de hipocresía.
COMO EL ÁRBOL
ESTÉRIL,
extendían sus ramas ostentosas, de apariencia exuberante y hermosas a la vista,
pero no daban sino hojas.
LA RELIGIÓN
JUDÍA,
con su templo magnífico, sus altares sagrados, sus sacerdotes mitrados y
ceremonias impresionantes, era hermosa en su apariencia externa, pero carente
de humildad, amor y benevolencia. Ningún árbol del huerto tenía fruta, pero los
árboles que no tenían hojas no despertaban expectativa ni defraudaban
esperanzas. Estos árboles representaban a los gentiles. Estaban tan 536
desprovistos de piedad como los judíos; pero no profesaban servir a Dios. No
aseveraban jactanciosamente ser buenos. Estaban ciegos respecto de las obras y
los caminos de Dios. Para ellos no había llegado aún el tiempo de los frutos.
Estaban esperando todavía el día que les había de traer luz y esperanza. Los
judíos, que habían recibido mayores bendiciones de Dios, eran responsables por
el abuso que habían hecho de esos dones. Los privilegios de los que se habían
jactado, no hacían sino aumentar su culpabilidad.
JESÚS
HABÍA ACUDIDO A LA HIGUERA CON HAMBRE, PARA HALLAR ALIMENTO. Así también
había venido a Israel, anhelante de hallar en él los frutos de la justicia. Les
había prodigado sus dones, a fin de que pudiesen llevar frutos para beneficiar
al mundo. Les había concedido toda oportunidad y privilegio, y en pago buscaba
su simpatía y cooperación en su obra de gracia. Anhelaba ver en ellos
abnegación y compasión, celo en servir a Dios y una profunda preocupación por
la salvación de sus semejantes.
SI HUBIESEN GUARDADO LA LEY
DE DIOS, habrían hecho
la misma obra abnegada que hacía Cristo. Pero el amor hacia Dios y los hombres
estaba eclipsado por el orgullo y la suficiencia propia. Se atrajeron la ruina
al negarse a servir a otros. No dieron al mundo los tesoros de la verdad que
Dios les había confiado. Podrían haber leído tanto su pecado como su castigo en
el árbol estéril. Marchitada bajo la maldición del Salvador, allí, de pie, seca
hasta la raíz, la higuera representaba lo que sería el pueblo judío cuando la
gracia de Dios se apartase de él. Por cuanto se negaba a impartir bendiciones,
ya no las recibiría. "Te perdiste,
oh Israel," dice el Señor. (Oseas 13:9).
LA
AMONESTACIÓN QUE DIO JESÚS POR MEDIO DE LA HIGUERA ES PARA TODOS LOS TIEMPOS. El acto de
Cristo, al maldecir el árbol que con su propio poder había creado, se destaca
como amonestación a todas las iglesias y todos los cristianos. Nadie
puede vivir la ley de Dios sin servir a otros. Pero son muchos los que
no viven la vida misericordiosa y abnegada de Cristo.
ALGUNOS DE LOS QUE SE CREEN EXCELENTES CRISTIANOS no comprenden lo que es servir a Dios. Sus planes y sus estudios tienen por objeto agradarse a sí mismos. Obran solamente con referencia a sí mismos. El tiempo tiene para ellos valor únicamente en la medida en que les permite juntar para sí. Este es su objeto en 537 todos los asuntos de la vida. No obran para otros, sino para sí mismos. Dios los creó para vivir en un mundo donde debe cumplirse un servicio abnegado. Los destinó a ayudar a sus semejantes de toda manera posible. Pero el yo asume tan grandes proporciones que no pueden ver otra cosa. No están en contacto con la humanidad.
Los que así viven para sí son como la higuera que tenía mucha
apariencia, pero no llevaba fruto. Observan la forma de culto, pero sin
arrepentimiento ni fe. Profesan honrar la ley de Dios, pero les falta la
obediencia. Dicen, pero no hacen.
EN LA SENTENCIA
PRONUNCIADA SOBRE LA HIGUERA, Cristo demostró cuán abominable es a
sus ojos esta vana pretensión. Declaró que el que peca abiertamente es menos
culpable que el que profesa servir a Dios pero no lleva fruto para su gloria.
LA PARÁBOLA DE LA HIGUERA, PRONUNCIADA ANTES DE LA VISITA DE CRISTO A JERUSALÉN, está en relación directa con la lección que enseñó al maldecir el árbol estéril. En el primer caso, el jardinero de la parábola intercedió así: "Déjala aún este año, hasta que la excave y estercole. Y si hiciere fruto, bien; y si no, la cortarás después." (Lucas 13:8,9). Debía aumentarse el cuidado al árbol infructuoso. Debía tener todas las ventajas posibles. Pero si permanecía sin dar fruto, nada podría salvarlo de la destrucción.
EN LA
PARÁBOLA, NO SE INDICÓ EL RESULTADO DEL TRABAJO DEL JARDINERO. Dependía de
aquel pueblo al cual se dirigían las palabras de Cristo. Los judíos estaban
representados por el árbol infructuoso, y a ellos les tocaba decidir su propio
destino. Se les había concedido toda ventaja que el Cielo podía otorgar les,
pero no aprovecharon sus acrecentadas bendiciones. El acto de Cristo, al
maldecir la higuera estéril, demostró el resultado. Los judíos habían
determinado su propia destrucción.
DURANTE MÁS DE
MIL AÑOS,
esa nación había abusado de la misericordia de Dios y atraído sus juicios.
Había rechazado sus amonestaciones y muerto a sus profetas. Los judíos
contemporáneos de Cristo se hicieron responsables de estos pecados al seguir la
misma conducta. La culpa de esa generación estribaba en que había rechazado las
misericordias y amonestaciones de que fuera objeto. La gente que vivía en el tiempo
de Cristo estaba cerrando sobre sí los hierros que la nación había estado
forjando durante siglos. 538
EN TODA ÉPOCA
SE OTORGÓ A LOS HOMBRES SU DÍA DE LUZ Y PRIVILEGIOS, un tiempo de
gracia en el que pueden reconciliarse con Dios. Pero esta gracia tiene un
límite. La misericordia puede interceder durante años, ser despreciada y
rechazada. Pero llega al fin un momento cuando ella hace su última súplica. El
corazón se endurece de tal manera que cesa de responder al Espíritu de Dios.
Entonces la voz suave y atrayente ya no suplica más al pecador, y cesan las
reprensiones y amonestaciones. Ese día había llegado para Jerusalén.
JESÚS LLORÓ CON ANGUSTIA
SOBRE LA CIUDAD CONDENADA, pero no la podía librar. Había agotado todo recurso. Al
rechazar las amonestaciones del Espíritu de Dios, Israel había rechazado el
único medio de auxilio. No había otro poder por el cual pudiese ser libertado.
La nación judía era un símbolo de las personas que en todo tiempo desprecian
las súplicas del amor infinito. Las lágrimas vertidas por Cristo cuando lloró
sobre Jerusalén fueron derramadas por los pecados de todos los tiempos. En los
juicios pronunciados sobre Israel, los que rechazan las reprensiones y
amonestaciones del Espíritu Santo de Dios pueden leer su propia condenación.
EN ESTA GENERACIÓN, MUCHOS
ESTÁN SIGUIENDO EL MISMO CAMINO QUE LOS JUDÍOS INCRÉDULOS. Han presenciado las
manifestaciones del poder de Dios; el Espíritu Santo ha hablado a su corazón;
pero se aferran a su incredulidad y resistencia. Dios les manda advertencias y
reproches, pero no están dispuestos a confesar sus errores, y rechazan su
mensaje y a sus mensajeros. Los mismos medios que él usa para restaurarlos
llegan a ser para ellos una piedra de tropiezo. Los profetas de Dios eran
aborrecidos por el apóstata Israel porque por su medio eran revelados los
pecados secretos del pueblo. Acab consideraba a Elías como su enemigo porque el
profeta reprendía fielmente las iniquidades secretas del rey.
ASÍ TAMBIÉN HOY LOS SIERVOS DE CRISTO, los que reprenden el pecado,
encuentran desprecios y repulsas. La verdad bíblica, la religión de Cristo,
lucha contra una fuerte corriente de impureza moral. El prejuicio es aún más
fuerte en los corazones humanos ahora que en los días de Cristo. Jesús no
cumplía las expectativas de los hombres; su vida reprendía sus pecados, y 539
le rechazaron. Así también ahora la verdad de la Palabra de Dios no armoniza
con las costumbres e inclinaciones naturales de los hombres, y millares
rechazan su luz. Impulsados por Satanás, los hombres ponen en duda la Palabra
de Dios y prefieren ejercer su juicio independiente. Eligen las tinieblas antes
que la luz, pero lo hacen con peligro de su propia alma.
LOS QUE CAVILABAN
ACERCA DE LAS PALABRAS DE CRISTO ENCONTRABAN SIEMPRE MAYOR CAUSA DE CAVILACIÓN hasta que se
apartaron de la verdad y la vida. Así sucede ahora. Dios no se propone suprimir
toda objeción que el corazón carnal pueda presentar contra la verdad. Para los
que rechazan los preciosos rayos de luz que iluminarían las tinieblas, los
misterios de la Palabra de Dios lo serán siempre. La Verdad Se Les Oculta.
Andan Ciegamente Y No Conocen La Ruina Que Les Espera.
CRISTO
CONTEMPLÓ EL MUNDO DE TODOS LOS SIGLOS DESDE LA ALTURA DEL MONTE DE LAS OLIVAS; y sus
palabras se aplican a toda alma que desprecia las súplicas de la misericordia
divina. Oh, escarnecedor de su amor, él se dirige hoy a ti. A ti, aun a ti, que
debieras conocer las cosas que pertenecen a tu paz. Cristo está derramando
amargas lágrimas por ti, que no las tienes para ti mismo. Ya se está
manifestando en ti aquella fatal dureza de corazón que destruyó a los fariseos.
Y toda evidencia de la gracia de Dios, todo
rayo de la luz divina, enternece y subyuga el alma, o la confirma en una
impenitencia sin esperanza.
CRISTO PREVIO
QUE JERUSALÉN permanecería empedernida e impenitente; pero toda la culpa,
todas las consecuencias de la misericordia rechazada, pesaban sobre ella. Así
también sucederá con toda alma que está siguiendo la misma conducta. El Señor
declara: "Te perdiste, oh
Israel." (Oseas 13:9). "Oye,
tierra. He aquí yo traigo mal sobre este pueblo, el fruto de sus pensamientos;
porque no escucharon a mis palabras, y aborrecieron mi ley." (Jeremías
6:19). 540 DTG/EGW
(Este capítulo 64. Está basado en San Marcos 11:11-14, 20,21; San Mateo 21:17-19).
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