domingo, noviembre 29, 2009

7 La Temperancia SECCIÓN VII "LA REHABILITACIÓN DEL INTEMPERANTE"

  
1. Consejos En Cuanto A La forma de Obrar.
La obra de la temperancia es un tema viviente.
Toda verdadera reforma tiene su lugar en la obra del Evangelio y tiende a elevar al alma a una vida nueva y más noble. 
 La obra de temperancia requiere especialmente la ayuda de los obreros cristianos, quienes deberían atender a esta reforma, y hacer de ella una cuestión vital. En todas partes deberían enseñar al pueblo los principios de la verdadera templanza, e invitar a los oyentes a firmar el voto de temperancia. Debe hacerse todo lo posible en beneficio de quienes son esclavos de malos hábitos. En todas partes hay algo que hacer por las víctimas de la intemperancia. 

 En el seno de las iglesias, de las instituciones religiosas y de los hogares en que se hace profesión cristiana, muchos jóvenes van camino de su ruina. Sus hábitos intemperantes les acarrean enfermedades, y por el afán de obtener dinero para satisfacer sus apetitos pecaminosos caen en prácticas deshonestas. Arruinan su salud y su carácter. Lejos de Dios, desechos de la sociedad, estas pobres almas se sienten sin esperanza para esta vida ni para la venidera. 

 A los padres se les parte el corazón. Muchos consideran a estos extraviados como casos desesperados; pero Dios no los considera así, pues comprende todas las circunstancias que han hecho de ellos lo que son, y se apiada de ellos. 
 Esta clase de gente requiere ayuda. Jamás debe dársele lugar a que diga: "Nadie se preocupa de mi alma".

Prestad preferente atención a la condición física.
Entre las víctimas de la intemperancia hay representantes de toda clase social y de todas las profesiones. Hombres encumbrados, de gran talento y altas realizaciones, han cedido a sus apetitos hasta que han quedado incapaces de resistir a la tentación. Algunos que en otro tiempo poseían riquezas, han quedado sin familia ni amigos, presos de padecimientos, miseria, 113 enfermedad y degradación. Perdieron el dominio de sí mismos. Si nadie les tiende una mano de auxilio, se hundirán cada vez más. En ellos el exceso no es tan sólo pecado moral, sino enfermedad física.

Muchas veces, al ayudar a los intemperantes, deberíamos primero, conforme a lo que Cristo hizo tantas veces, atender a su condición física. Necesitan alimentos y bebidas sanos y no excitantes, ropa limpia y facilidades para asegurar la limpieza del cuerpo. Necesitan que se les rodee de influencias sanas, cristianas y enaltecedoras. En cada ciudad debería haber un lugar donde los esclavos del vicio hallaran ayuda para romper las cadenas que los aprisionan. Para muchos las bebidas alcohólicas son el único solaz en la aflicción; pero tal no sucedería si, en vez de desempeñar el papel del sacerdote y del levita, los cristianos de profesión siguieran el ejemplo del buen samaritano.

Se necesita paciencia al tratar con ebrios, posesos del demonio.
Al tratar con las víctimas de la intemperancia debemos recordar que no son hombres cuerdos, sino que de momento están bajo el poder de un demonio. Hay que ser pacientes y tolerantes con ellos. No os fijéis en su exterior repulsivo; antes acordaos de la preciosa vida por cuya redención Cristo murió. Al despertar el borracho a la conciencia de su degradación, haced cuanto os sea posible por demostrarle que sois amigos suyos. No pronunciéis una sola palabra de censura. 

 No le manifestéis reproche ni aversión por vuestros actos y miradas. Muy probable es que esa pobre alma se maldice ya a sí misma. Ayudadle a levantarse. Decidle palabras que le alienten a tener fe. Procurad fortalecer todo buen rasgo de su carácter. Enseñadle a tender las manos al cielo. Mostradle que le es posible llevar una vida que le gane el respeto de sus semejantes. Ayudadle a ver el valor de los talentos que Dios le ha dado, pero que él descuidó de acrecentar.

Aunque la voluntad esté depravada y débil, hay para ese hombre esperanza en Cristo, quien despertará en su corazón impulsos superiores y deseos más santos. Alentadle a que mantenga firme la esperanza que le ofrece el Evangelio. Abrid la Biblia ante el tentado que lucha, y leedle una y otra vez las promesas de Dios, que serán para él como hojas del árbol de la vida. Seguid esforzándoos con paciencia, 114 hasta que con gozo agradecido la temblorosa mano se aferre a la esperanza de redención por Cristo.

Se necesitan esfuerzos continuos.
Debéis seguir interesándoos por aquellos a quienes queráis ayudar. De lo contrario, nunca alcanzaréis la victoria. Siempre los tentará el mal. Una y otra vez se sentirán casi vencidos por la sed de bebidas embriagantes; puede que caigan y vuelvan a caer; pero no cejéis por ello en vuestros esfuerzos. Resolvieron hacer el esfuerzo de vivir para Cristo; pero debilitóse su fuerza de voluntad, y, por tanto, deben guardarlos cuidadosamente los que velan por las almas como quienes han de dar cuenta.

 Perdieron su dignidad humana, y la han de recuperar. Muchos han de luchar con potentes tendencias hereditarias al mal. Al nacer heredaron deseos contrarios a la naturaleza e impulsos sensuales, y hay que prevenirlos cuidadosamente contra ellos. Por dentro y por fuera, el bien y el mal porfían por la supremacía. Quienes no han pasado jamás por semejantes experiencias no pueden conocer la fuerza casi invencible de los apetitos ni lo recio del conflicto entre los hábitos de satisfacerlos y la resolución de ser templados en todo. Hay que volver a batallar repetidamente.

No nos desanimemos por las apostasías.
Muchos de los atraídos a Cristo carecerán de valor moral para proseguir la lucha contra los apetitos y pasiones. 
 Pero el obrero no debe desalentarse por ello. ¿Recaen tan sólo los sacados de los profundos abismos?

Recordad que no trabajáis solos. Los ángeles comparten el servicio de los sinceros hijos de Dios. Y Cristo es el restaurador. El gran Médico se pone al lado de sus fieles obreros, diciendo al alma arrepentida: "Hijo, tus pecados te son perdonados"(Mar. 2:5).

Muchos entrarán en el cielo.
Muchos desechados se aferrarán a la esperanza que el Evangelio les ofrece, y entrarán en el reino de los cielos, mientras que otros que tuvieron hermosas oportunidades y mucha luz, pero no las aprovecharon, serán dejados en las tinieblas de afuera (El Ministerio de Curación, págs. 127-130).

Buenos impulsos debajo de una apariencia repulsiva.
Nos dejamos desalentar con demasiada facilidad respecto a los que no corresponden en el acto a los esfuerzos que hacemos por ellos. No debemos jamás dejar de trabajar por 115 un alma mientras quede un rayo de esperanza. Las preciosas almas costaron al Redentor demasiados sacrificios para que queden abandonadas así al poder del tentador.

Debemos ponernos en el lugar de los tentados. Consideremos la fuerza de la herencia, la influencia de las malas compañías, el poder de los malos hábitos. ¿Qué tiene de extraño que bajo semejantes influencias muchos se degraden? ¿Debe sorprendernos que no se apresuren a corresponder a los esfuerzos que se hacen para levantarlos?

Muchas veces, luego de ganados al Evangelio, los que parecían toscos y poco promisorios, llegan a ser sus partidarios y defensores más leales y ardientes. No estaban del todo corrompidos. Bajo una apariencia repulsiva, hay en ellos buenos impulsos que se pueden despertar. Sin una mano que les ayude, muchos no lograrán jamás reponerse moralmente; pero mediante esfuerzos pacientes y constantes se los puede levantar. Necesitan palabras de ternura, benevolente consideración, ayuda positiva. Necesitan consejos que no apaguen en sus almas el último pábilo de aliento. Tengan esto en cuenta los obreros de Jesús que traten con ellos.

Frutos del milagro de la gracia.
Hallaránse algunos con las mentes envilecidas por tanto tiempo que nunca llegarán a ser en esta vida lo que hubieran podido ser si hubiesen vivido en mejores circunstancias. Pero los brillantes rayos del Sol de justicia pueden alumbrar sus almas. Tienen el privilegio de poseer la vida que puede medirse con la vida de Dios. Sembrad en sus mentes pensamientos que eleven y ennoblezcan. Hacedles ver por vuestra vida la diferencia entre el vicio y la pureza, entre las tinieblas y la luz, y por vuestro ejemplo lo que significa ser cristiano. Cristo puede levantar a los más pecadores, y ponerlos donde se les reconozca por hijos de Dios y coherederos con Cristo de la herencia inmortal.

Por el milagro de la gracia divina, muchos pueden prepararse para una vida provechosa. Despreciados y desamparados, cayeron en el mayor desaliento y pueden parecer estoicos e impasibles. Pero bajo la influencia del Espíritu Santo, se desvanecerá la estupidez que hace parecer imposible su levantamiento. La mente lerda y nublada despertará. El esclavo del pecado será libertado. El vicio desaparecerá, y la ignorancia quedará vencida. La fe que obra con 116 amor purificará el corazón e iluminará la mente (El Ministerio de Curación, págs. 125, 126).


2. El Obrero de Temperancia
Se demanda obra personal.
La obra misionera no consiste meramente en predicar. Incluye trabajo personal en favor de los que han abusado de su salud y se han colocado a sí mismos donde no tienen poder moral para dominar sus apetitos y pasiones. Ha de trabajarse tanto por estas almas como por las otras que están más favorablemente situadas. Nuestro mundo está lleno de personas que sufren (Evangelismo, pág. 198).

El ejemplo de dominio propio.
Los que se dominan a sí mismos son aptos para trabajar por los débiles y errantes. Tratarán con ellos con ternura y paciencia. Por su propio ejemplo mostrarán qué es lo correcto, luego tratarán de colocar a los errantes allí donde estarán bajo buenas influencias.

"Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis leyes, y no las guardasteis. Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mas dijisteis: ¿En qué hemos de volvernos?"

Si alguno de ustedes halla a otros que están en la incertidumbre acerca de lo que deben hacer, Uds. deben mostrárselo. Todos debieran estar empeñados en la obra de salvar almas. Todos debieran estar preparados para dar instrucción acerca de la ciencia de la salvación (Manuscrito 38 1/2, 1905).

Sed compasivos y misericordiosos.
Tratemos de aprender cómo alcanzar a la gente. No hay mejor manera de hacerlo que ser compasivo y misericordioso. 
 Si sabéis de quienes están enfermos o necesitados de asistencia, ayudadlos tratando de aliviarlos en su dolencia. 
 Al hacer esta obra, el poder del Señor hablará al alma mediante ella (General Conference Bulletin, 23-4-1901).

Ganad por la simpatía y el amor.
Las personas se sienten atraídas por la simpatía y el amor, y muchos pueden ser ganados de esta forma a las filas de Cristo y la reforma. Pero no han de ser obligados ni impulsados. La tolerancia, el candor, la consideración y la cortesía cristianas hacia los que no ven la verdad como nosotros la vemos, ejercerán una influencia 117 poderosa para el bien. Debemos aprender a no ir demasiado rápido y a exigir demasiado de los que están recién convertidos a la verdad (Manuscrito 1, 1878).

Fomentad las pequeñas atenciones.
En todas nuestras relaciones hemos de tener presente que en la experiencia ajena hay capítulos sellados en que no penetran las miradas de los mortales. En las páginas del recuerdo hay historias tristes que son inviolables para los ojos ajenos. Hay consignadas allí largas y rudas batallas libradas en circunstancias críticas, tal vez dificultades de familia que día tras día debilitan el ánimo, la confianza y la fe. Los que pelean la batalla de la vida contra fuerzas superiores pueden recibir fortaleza y aliento merced a menudas atenciones que sólo cuentan un esfuerzo de amor. Para ellos, el fuerte apretón de mano de un amigo verdadero vale más que oro y plata. Las palabras de bondad son tan bien recibidas como las sonrisas de ángeles (El Ministerio de Curación, pág. 115).

Ofreced algo mejor - No ataquéis.
Poca utilidad tiene el intento de reformar a los demás atacando de frente lo que consideremos malos hábitos suyos. 
 Tal proceder resulta a menudo más perjudicial que benéfico. En su conversación con la samaritana, en vez de desacreditar el pozo de Jacob, Cristo presentó algo mejor. "Si conocieses el don de Dios -dijo-, y quién es el que te dice: Dame de beber: tú pedirías de él, y él te daría agua viva"(Juan 4: 10). Dirigió la plática al tesoro que tenía para regalar y ofreció a la mujer algo mejor de lo que ella poseía: el agua de vida, el gozo y la esperanza del Evangelio.

Esto ilustra la manera en que nos toca trabajar. Debemos ofrecer a los hombres algo mejor de lo que tienen, es decir la paz de Cristo, que sobrepuja todo entendimiento. Debemos hablarles de la santa ley de Dios, trasunto fiel de su carácter y expresión de lo que él desea que lleguen a ser. Mostradles cuán infinitamente superior a los goces y placeres pasajeros del mundo es la imperecedera gloria del cielo. Habladles de la libertad y descanso que se encuentran en el Salvador. Afirmó: "El que bebiere del agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed"(vers. 14).

Levantad en alto a Jesús y clamad: "He aquí el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo"(S. Juan 1:29). 
 El solo puede satisfacer el ardiente deseo del corazón y dar paz al alma. 118

Abnegados, bondadosos, corteses.
De todos los habitantes del mundo, los reformadores deben ser los más abnegados, bondadosos y corteses. En su vida debe manifestarse la verdadera bondad de las acciones desinteresadas. El que al trabajar carece de cortesía, que se impacienta por la ignorancia y aspereza de otros, que habla descomedidamente u obra atolondradamente, puede cerrar la puerta de los corazones de modo que nunca podrá llegar a ellos.

Como el rocío y las lluvias suaves caen sobre las plantas agostadas, caigan también con suavidad vuestras palabras cuando procuréis sacar a los hombres del error. El plan de Dios consiste en llegar primero al corazón. Debemos decir la verdad con amor, confiados en que él le dará poder para reformar la conducta. El Espíritu Santo aplicará al alma la palabra dicha con amor.

Por naturaleza somos egoístas y tercos. Pero si aprendemos las lecciones que Cristo desea darnos, nos haremos partícipes de su naturaleza, y de entonces en adelante viviremos su vida. El ejemplo admirable de Cristo, la incomparable ternura con que compartía los sentimientos de los demás, llorando con los que lloraban, regocijándose con los que se regocijaban, deben ejercer honda influencia en el carácter de los que le siguen con sinceridad. Con palabras y actos bondadosos tratarán de allanar el camino para los pies cansados (El Ministerio de Curación, págs. 114, 115).

La moneda perdida es todavía preciosa.
En la parábola del Salvador, aunque la dracma perdida estaba en el polvo y la basura, no dejaba de ser una moneda de plata. Su dueña la buscó porque tenía valor. Así también toda alma, por degradada que esté por el pecado, es preciosa a la vista de Dios. Como la moneda llevaba la imagen y la inscripción del monarca reinante, así también el hombre cuando fue creado recibió la imagen y la inscripción de Dios. Aunque empeñada y deteriorada por el pecado, el alma humana guarda aún vestigios de dicha inscripción. Dios desea recuperar esta alma, y estampar nuevamente en ella su propia imagen en justicia y santidad.

¡Cuán poco simpatizamos con Cristo en aquello que debiera ser el lazo de unión más fuerte entre nosotros y él, esto es, la compasión por los depravados, culpables y dolientes, que están muertos en delitos y pecados! La inhumanidad del hombre para con el hombre es nuestro 119 mayor pecado. Muchos se figuran que están representando la justicia de Dios, mientras que dejan por completo de representar su ternura y su gran amor. Muchas veces aquellos a quienes tratan con aspereza y severidad están pasando por alguna violenta tentación. Satanás se está ensañando en aquellas almas, y las palabras duras y despiadadas las desalientan y las hacen caer en las garras del tentador (El Ministerio de Curación, págs. 120, 121).

No se censure a la oveja extraviada.
La parábola de la oveja perdida es una eficaz ilustración del amor del Salvador por los que yerran. El Pastor deja a las noventa y nueve al abrigo del redil mientras sale a buscar a la oveja perdida, a punto de perecer; cuando la halla, la pone sobre su hombro, y regresa con regocijo. No buscó faltas en la oveja descarriada; no dijo: "Que se vaya, si quiere"; sino que salió por entre el temporal de agua y nieve para salvar a la que estaba perdida. Pacientemente prosiguió su búsqueda hasta que halló el objeto de su preocupación.

Así debemos tratar al que yerra, al descarriado. Debiéramos estar dispuestos a sacrificar nuestra propia comodidad cuando está en peligro un alma por la cual Cristo murió. Jesús dijo: "Habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento". Así como se manifestó gozo por el hallazgo de la oveja perdida, los verdaderos siervos de Cristo manifestarán gozo y gratitud rebosantes cuando sea salvada un alma de la muerte (Manuscrito 1, 1878).

Cristo nos mostrará cómo.
Somos invitados a trabajar con energía más que humana, a obrar con el poder que hay en Cristo Jesús. 
 El que condescendió a tomar la naturaleza humana es el que nos mostrará como dirigir la batalla. Cristo dejó su obra en nuestras manos y hemos de luchar con Dios, impetrando día y noche el poder invisible. Echando mano de Dios por intermedio de Jesucristo es como ganaremos la victoria (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 399).

La gratitud de los salvados.
El valor de un alma no puede ser plenamente comprendido por mentes finitas. ¡Con cuánta gratitud los rescatados y glorificados recordarán a los que fueron instrumentos para su salvación! Nadie lamentará en aquel día sus esfuerzos abnegados y labores perseverantes, su paciencia, tolerancia y fervientes anhelos del 120 corazón por las almas que podrían haberse perdido si hubiese descuidado su deber o si se hubiese cansado de bien hacer (Manuscrito 1, 1878).

Salvaguardias para el obrero.
Las tentaciones a que estamos expuestos cada día hacen de la oración una necesidad. Todo camino está sembrado de peligros. Los que procuran rescatar a otros del vicio y de la ruina están especialmente expuestos a la tentación.
 En continuo contacto con el mal, necesitan apoyarse fuertemente en Dios, si no quieren corromperse. Cortos y terminantes son los pasos que conducen a los hombres desde las alturas de la santidad al abismo de la degradación. 
 En un solo momento pueden tomarse resoluciones que determinen para siempre el destino personal. Al no obtener la victoria una vez, el alma queda desamparada. Un hábito vicioso que dejemos de reprimir se convertirá en cadenas de acero que sujetarán a todo el ser.

Muchos se ven abandonados en la tentación porque no han tenido la vista siempre fija en el Señor. Al permitir que nuestra comunión con Dios se interrumpa, perdemos nuestra defensa. Ni aun todos vuestros buenos propósitos e intenciones os capacitarán para resistir al mal. Tenéis que ser hombres y mujeres de oración. Vuestras peticiones no deben ser lánguidas, ocasionales, ni caprichosas, sino ardientes, perseverantes y constantes. No siempre es necesario arrodillarse para orar. Cultivad la costumbre de conversar con el Salvador cuando estéis solos, cuando andéis o estéis ocupados en vuestro trabajo cotidiano. Elévese el corazón de continuo en silenciosa petición de ayuda, de luz, de fuerza, de conocimiento. Sea cada respiración una oración.

Protección para los que confían en Dios.
Como obreros de Dios, debemos llegar a los hombres doquiera estén, rodeados de tinieblas, sumidos en el vicio y manchados por la corrupción. Pero mientras afirmemos nuestro pensamiento en Aquel que es nuestro sol y nuestro escudo, el mal que nos rodea no manchará nuestras vestiduras. Mientras trabajemos para salvar las almas prontas a perecer, no seremos avergonzados si ponemos nuestra confianza en Dios. Cristo en el corazón, Cristo en la vida: tal es nuestra seguridad. La atmósfera de su presencia llenará el alma de aborrecimiento a todo lo malo. Nuestro espíritu puede identificarse de tal modo con el suyo, que en pensamiento y propósito seremos uno con él. 
(El Ministerio de Curación, págs. 408, 409). 121 
La Temperancia Con Elena G. de White

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