domingo, noviembre 29, 2009

6 La Temperancia SECCIÓN VI "PRINCIPIOS ACTIVOS DE UNA VIDA RENOVADA"


1. Sólo Cuando Se  Cambia La Vida 
El carácter reformado.
Nuestra obra en favor de los tentados y caídos alcanzará verdadero éxito únicamente en la medida en que la gracia de Cristo vuelva a formar el carácter, y el hombre sea puesto en relación viva con el Dios infinito. Tal es el propósito de todo verdadero esfuerzo pro temperancia (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 399).

Cristo obra desde adentro.
Los hombres no serán nunca temperantes hasta que la gracia de Cristo sea un principio viviente en el corazón . . . 
Las circunstancias no pueden producir reformas. El cristianismo propone una reforma del corazón. Lo que Cristo obra dentro, se realizará bajo el dictado de un intelecto convertido. El plan de comenzar afuera y tratar de obrar hacia el interior siempre ha fracasado (Consejos sobre el Régimen Alimenticio, pág. 40).

Debe recuperarse el poder del dominio propio.
Uno de los efectos más deplorables de la apostasía original fue la pérdida de la facultad del dominio propio por parte del hombre. Sólo en la medida en que se recupere esta facultad puede haber verdadero progreso.

El cuerpo es el único medio por el cual la mente y el alma se desarrollan para la edificación del carácter. De ahí que el adversario de las almas encamine sus tentaciones al debilitamiento y a la degradación de las facultades físicas. Su éxito en esto envuelve la sujeción al mal de todo nuestro ser. A menos que estén bajo el dominio de un poder superior, las propensiones de nuestra naturaleza física acarrearán ciertamente ruina y muerte.

El cuerpo tiene que ser puesto en sujeción. Las facultades superiores de nuestro ser deben gobernar. Las pasiones han de obedecer a Dios. El poder soberano de la razón, 92 santificado por la gracia divina, debe dominar en nuestra vida 
(El Ministerio de Curación, págs. 91, 92).

Inutilidad de los intentos de abstinencia por etapas.
Aquellos que han tenido más oportunidades y mucha preciosa luz, que gozan de las ventajas de la educación, ¿argumentarán que no pueden cortar definitivamente con las prácticas malsanas? 

 Los que tienen excelentes facultades de raciocinio, ¿por qué no razonan de causa a efecto? ¿Por qué no abogan por la reforma, asentando firmemente sus pies sobre los principios, decididos a no probar bebida alcohólica o a usar tabaco? 

 Estos son venenos, y su uso es una violación de la ley de Dios. Cuando se hacen esfuerzos por ilustrarlos sobre este punto, algunos dicen: Yo me iré absteniendo de a poco. Pero Satanás se ríe de tales decisiones. El dice: Están seguros en mi poder. No tengo nada que temer de ellos en este respecto.

Pero él sabe que no tiene ningún poder sobre el hombre que, cuando los pecadores lo incitan, tiene el valor moral para decir "No" honrada y positivamente. El tal ha abandonado la compañía del diablo, y mientras se aferra de Jesucristo está a salvo. Está donde ángeles celestiales pueden relacionarse con él dándole fortaleza moral para vencer 
(Manuscrito 86, 1897).

Una batalla dura, pero Dios ayudará.
¿Fuma Ud. o bebe bebidas embriagantes? Apártelas de Ud., porque nublan sus facultades. Renunciar al uso de estas cosas significará una dura batalla, pero Dios lo ayudará a pelear esta batalla. Pídale gracia para vencer y luego crea que él se la dará, porque lo ama. No permita que compañeros mundanos lo aparten de su lealtad a Cristo. Más bien aparte su mente de esos compañeros y concéntrela en Cristo. Dígales que Ud. está buscando el tesoro celestial. Ud. no se pertenece; ha sido comprado por precio, con la misma vida del Hijo de Dios, y debe glorificar a Dios en su cuerpo y en su espíritu, porque son de Dios (Carta 226, 1903).

Pida ayuda a Dios y a los justos.
Tengo un mensaje del Señor para el alma tentada que ha estado bajo el dominio de Satanás, pero que está luchando para librarse. Acuda al Señor en busca de ayuda. Vaya a aquellos que sabe que aman y temen a Dios, y dígales: Ténganme bajo su cuidado; porque Satanás me tienta furiosamente. No tengo poder para huir de la trampa. Guárdenme con Uds. a cada 93 momento hasta que tenga más fuerza para resistir la tentación (Carta 166, 1903).

Relación personal con Dios.
Presentad a Dios vuestras necesidades, gozos, tristezas, cuidados y temores . . . "Porque el Señor es muy misericordioso y compasivo"(Sant. 5: 11). Su amoroso corazón se conmueve por nuestras tristezas, y aun por nuestra presentación de ellas. . . . Ninguna cosa que de alguna manera afecte nuestra paz es tan pequeña que él no la note. No hay en nuestra experiencia ningún pasaje tan oscuro que él no pueda leer, ni perplejidad tan grande que él no pueda desenredar.

 Ninguna calamidad puede acaecer al más pequeño de sus hijos, ninguna ansiedad puede asaltar el alma, ningún gozo alegrar, ninguna oración sincera escaparse de los labios, sin que el Padre celestial esté al tanto de ello, sin que tome en ello un interés inmediato. El "sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas"(Sal. 147: 3). Las relaciones entre Dios y cada una de las almas son tan claras y plenas como si no hubiese otra alma por la cual hubiera dado a su Hijo amado (El Camino a Cristo, págs. 102, 103)


2. La Conversión, El Secreto de La Victoria
Consentir es pecado.
La complacencia del apetito antinatural, ya sea por el té, el café, el tabaco o el alcohol, es intemperancia, y se halla en guerra contra las leyes de la vida y la salud. Usando estos artículos prohibidos, se crea una condición en el sistema, que el Creador nunca se propuso que hubiera. Esta indulgencia en cualquiera de los miembros de la familia humana es pecado. . . . El sufrimiento, la enfermedad y la muerte, son la penalidad segura de la indulgencia (Evangelismo, pág. 198).

Cuando el Espíritu Santo trabaja entre nosotros.
La primera y más importante cosa es ablandar y subyugar el alma presentando a nuestro Señor Jesucristo como el Portador del pecado, el Salvador que perdona el pecado, haciendo el Evangelio tan claro como sea posible. Cuando el Espíritu Santo trabaja entre nosotros, . . . se convencen las almas que no están listas para la aparición de Cristo. . . . 
Los adictos al tabaco sacrifican su ídolo y el bebedor su alcohol. No podrían hacer esto si no captaran por la fe las promesas de Dios para el perdón de sus pecados (Evangelism, pág. 264). 94

La gran necesidad del hombre.
Cristo dio su vida para comprar la redención para el pecador. El Redentor del mundo sabía que la complacencia del apetito estaba trayendo flaqueza física y amortiguando las facultades perceptivas, de manera que no pudiesen discernirse las cosas sagradas y eternas. Sabía que la complacencia propia estaba pervirtiendo las facultades morales, y que la gran necesidad del hombre era la conversión del corazón, la mente y el alma de la vida de complacencia propia a una vida de abnegación y sacrificio (Medical Ministry, pág. 264).

El hombre fracasará con su propia fuerza.
El hábito del tabaco . . . ofusca muchísimas mentes. ¿Por qué no renuncia Ud. a este hábito? ¿Por qué no se levanta y dice: No serviré más al pecado y al diablo? Diga: Abandonaré esta hierba venenosa. Nunca podrá hacerlo por su propia fuerza. Cristo dice: "Yo estoy a tu diestra para ayudarte" (Manuscrito 9, 1893).

¿PORQUE TANTOS FRACASAN?
Las tentaciones a la complacencia del apetito tienen un poder que puede ser vencido solamente por la ayuda que Dios puede impartir. Pero con cada tentación tenemos la promesa de Dios de que habrá una salida. ¿Por qué, pues, tantos son vencidos? Es porque no ponen su confianza en Dios. No sacan provecho de los medios provistos para su seguridad. Por lo tanto, las excusas que se presentan en favor de la complacencia del apetito pervertido no tienen peso delante de Dios (Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 22).

El Único Remedio.
Para toda alma que lucha por elevarse de una vida de pecado a una vida de pureza, el gran elemento de fuerza reside "en el único nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos"(Hech. 4: 12). "Si alguno tiene sed", de esperanza tranquila, de ser libertado de inclinaciones pecaminosas, Cristo dice: "Venga a mí, y beba"(Juan 7: 37). El único remedio contra el vicio es la gracia y el poder de Cristo.

De nada sirven las buenas resoluciones que uno toma confiado en su propia fuerza. No conseguirán todas las promesas del mundo quebrantar el poder de un hábito vicioso. Nunca podrán los hombres practicar la templanza en todo sino cuando la gracia divina renueve sus corazones. No podemos guardarnos del pecado ni por un solo momento. Siempre tenemos que depender de Dios. . . . 95
Cristo llevó una vida de perfecta obediencia a la ley de Dios, y así dio ejemplo a todo ser humano. La vida que él llevó en este mundo, tenemos que llevarla nosotros por medio de su poder y bajo su instrucción.

Se requiere perfecta obediencia.
En la obra que desempeñamos por los caídos, han de quedar impresas en el espíritu y en el corazón las exigencias de la ley de Dios y la necesidad de serle leales. No dejéis nunca de manifestar que hay diferencia notable entre el que sirve a Dios y el que no le sirve. Dios es amor, pero no puede disculpar la violación voluntaria de sus mandamientos. Los decretos de su gobierno son tales que los hombres no pueden evitar las consecuencias de desobedecerlos. Dios sólo honra a los que le honran. El comportamiento del hombre en este mundo decide su destino eterno. Según haya sembrado, así segará. A la causa ha de seguir el efecto.

Sólo la obediencia perfecta puede satisfacer el ideal que Dios requiere. Dios no dejó indefinidas sus demandas. No prescribió nada que no sea necesario para poner al hombre en armonía con él. Hemos de enseñar a los pecadores el ideal de Dios en lo que respecta al carácter, y conducirlos a Cristo, cuya gracia es el único medio de alcanzar ese ideal.

La Victoria asegurada mediante la impecable Vida de Cristo.
El Salvador llevó sobre sí los achaques de la humanidad y vivió una vida sin pecado, para que los hombres no teman que la flaqueza de la naturaleza humana les impida vencer. Cristo vino para hacernos "participantes de la naturaleza divina", y su vida es una afirmación de que la humanidad, en combinación con la divinidad, no peca.

El Salvador venció para enseñar al hombre cómo puede él también vencer. Con la Palabra de Dios, Cristo rechazó las tentaciones de Satanás. Confiando en las promesas de Dios, recibió poder para obedecer sus mandamientos, y el tentador no obtuvo ventaja alguna. A cada tentación Cristo contestaba: "Escrito está". A nosotros también nos ha dado Dios su Palabra para que resistamos al mal. Grandísimas y preciosas son las promesas recibidas, para que seamos "hechos participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que está en el mundo por concupiscencia" 
(2 Ped. 1: 4).

Encareced al tentado que no mire a las circunstancias, a su propia flaqueza, ni a la fuerza de la tentación, sino al 96 poder de la Palabra de Dios, cuya fuerza es toda nuestra. "En mi corazón -dice el salmista- he guardado tus dichos, para no pecar contra ti". "Por la palabra de tus labios yo me he guardado de las vías del destructor" (Sal. 119: 11; 17: 4).

Unidos con Cristo mediante la oración.
Dirigid a la gente palabras de aliento; elevadla hasta Dios en oración. Muchos vencidos por la tentación se sienten humillados por sus caídas, y les parece inútil acercarse a Dios; pero este pensamiento es del enemigo. Cuando han pecado y se sienten incapaces de orar, decidles que es entonces cuando deben orar. Bien pueden estar avergonzados y profundamente humillados; pero cuando confiesen sus pecados, Aquel que es fiel y justo se los perdonará y los limpiará de toda iniquidad.

No hay nada al parecer tan débil, y no obstante tan invencible, como el alma que siente su insignificancia y confía por completo en los méritos del Salvador. Mediante la oración, el estudio de su Palabra y el creer que su presencia mora en el corazón, el más débil ser humano puede vincularse con el Cristo vivo, quien lo tendrá de la mano y nunca lo soltará
 (El Ministerio de Curación, págs. 134-137).

Salud y fuerza para el vencedor.
Cuando los hombres que se han complacido en hábitos incorrectos y prácticas pecaminosas se rinden al poder de la verdad divina, la aplicación de esa verdad al corazón revitaliza las facultades morales que parecían estar paralizadas. El receptor llega a tener una comprensión más fuerte y más clara que antes de que su alma se asegurara a la Roca eterna. Aun su salud física mejora al darse cuenta que está seguro en Cristo. La bendición especial de Dios, que descansa sobre el receptor, es de por sí salud y fuerza (Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 13).

El poder para vencer está sólo en Cristo.
Los hombres han contaminado el templo del alma, y Dios los llama a desertar y a luchar con todas sus fuerzas para reconquistar la virilidad que Dios les diera. Nada excepto la gracia de Dios puede convencer y convertir el corazón; sólo de él los esclavos de los hábitos pueden obtener poder para romper las cadenas que los atan. Es imposible que un hombre presente su cuerpo como sacrificio viviente, santo, aceptable a Dios mientras siga complaciendo hábitos que le están restando de su vigor físico, mental y moral. Nuevamente dice el apóstol: 97 "No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Rom. 12: 2) (Christian Temperance and Bible Hygiene, págs. 10, 11).

En la fuerza de Cristo,
Cristo peleó la batalla en el terreno del apetito y salió victorioso. Nosotros también podemos vencer mediante la fuerza derivada de él. ¿Quién entrará por las puertas de la ciudad? No aquellos que declaran que no pueden vencer la fuerza del apetito. Cristo ha resistido el poder de aquel que quisiera mantenernos en esclavitud; aunque debilitado por su largo ayuno de cuarenta días, resistió a la tentación y demostró por medio de ese acto que nuestros casos no son desesperados. Yo sé que no podemos obtener la victoria solos. ¡Cuán agradecidos debiéramos estar de que tenemos un Salvador viviente que está listo y deseoso de ayudarnos!

Recuerdo el caso de un hombre en una congregación a la cual me tocó dirigir la palabra. Estaba casi perdido física y mentalmente por el uso del licor y del tabaco. Estaba postrado por los efectos de la disipación, y su vestimenta estaba en consonancia con su quebrantada condición. A todas luces había ido demasiado lejos como para ser rescatado, pero cuando lo insté a que resistiera la tentación en la fuerza del Salvador resucitado, se levantó temblando y dijo: "Ud. se interesa por mí, y yo me interesaré por mí mismo". Seis meses después llegó a mi casa. No lo reconocí. Con un rostro radiante de gozo y los ojos llenos de lágrimas, me aferró la mano y dijo: "Ud. no me conoce, pero, ¿recuerda al hombre vestido de azul que se levantó en su congregación y dijo que trataría de reformarse?" Estaba asombrada.

 Allí estaba de pie, y parecía diez años más joven. Había ido a su casa de esa reunión y había pasado en oración y lucha largas horas hasta que salió el sol. Fue una noche de conflicto, pero gracias a Dios, salió victorioso. Este hombre podía hablar, por su triste experiencia, acerca de la esclavitud de estos malos hábitos. Sabía cómo advertir a los jóvenes de los peligros de la contaminación y podía señalar a Cristo como la única fuente de ayuda a los que como él hubiesen sido vencidos (Christian Temperance and Bible Hygiene, págs. 19, 20).

Sin Cristo No Hay Reforma Genuina.
Sin el poder divino, ninguna reforma verdadera puede llevarse a cabo. Las vallas 98 humanas levantadas contra las tendencias naturales y fomentadas no son más que bancos de arena contra un torrente. Sólo cuando la vida de Cristo es en nuestra vida un poder vivificador podemos resistir las tentaciones que nos acometen de dentro y de fuera.

Cristo vino a este mundo y vivió conforme a la ley de Dios para que el hombre pudiera dominar perfectamente las inclinaciones naturales que corrompen el alma. El es el Médico del alma y del cuerpo y da la victoria sobre las pasiones guerreantes. Ha provisto todo medio para que el hombre pueda poseer un carácter perfecto.

Al entregarse uno a Cristo, la mente se sujeta a la dirección de la ley; pero ésta es la ley real, que proclama la libertad a todo cautivo. Al hacerse uno con Cristo, el hombre queda libre. Sujetarse a la voluntad de Cristo significa ser restaurado a la perfecta dignidad de hombre.

Obedecer a Dios es quedar libre de la servidumbre del pecado y de las pasiones e impulsos humanos. El hombre puede ser vencedor de sí mismo, triunfar de sus propias inclinaciones, de principados y potestades, de los "señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas", y de las "malicias espirituales en los aires" (El Ministerio de Curación, págs. 92, 93).


3. La Voluntad, Clave del Éxito
Una lucha mano a mano.
Cuando los hombres se conforman con vivir meramente para este mundo, la inclinación del corazón se une con las sugerencias del enemigo y se cumplen sus planes. Pero cuando se esfuerzan por abandonar la negra bandera de la potestad de las tinieblas y se alistan bajo la bandera ensangrentada del Príncipe Emanuel, la lucha comienza y la guerra se realiza a la vista del universo del cielo.
Todo el que lucha del lado del bien debe pelear mano a mano con el enemigo. Debe revestirse con toda la armadura de Dios a fin de poder estar firme contra los engaños del diablo (Manuscrito 47, 1896).

El hombre debe hacer su parte.
Dios no puede salvar al hombre contra su voluntad del poder de los artificios de Satanás. El hombre debe trabajar con su poder humano, ayudado por el poder divino de Cristo, para resistir y vencer 99 a cualquier precio. En otras palabras, el hombre debe vencer así como Cristo venció. Y entonces, mediante la victoria que es su privilegio ganar por el todopoderoso nombre de Jesús, puede llegar a ser heredero de Dios y coheredero de Cristo.

Esto no podría ocurrir si solamente Cristo fuera el que obrara la victoria. El hombre debe hacer su parte. Debe ser vencedor por su cuenta mediante la fuerza y gracia que Jesús le da. El hombre debe ser colaborador de Cristo en la obra de vencer, y entonces será partícipe con Cristo de su gloria (Review and Herald, 21-11-1882).

"Sé Varón".
Las víctimas de los malos hábitos deben reconocer la necesidad del esfuerzo personal. Otros harán con empeño cuanto puedan para levantarlos, y la gracia de Dios les es ofrecida sin costo; Cristo podrá interceder, sus ángeles podrán intervenir; pero todo será en vano si ellos mismos no resuelven combatir por su parte.

Las últimas palabras de David a Salomón, joven a la sazón y a punto de ceñir la corona de Israel, fueron éstas: "Esfuérzate, y sé varón" (1 Rey. 2: 2). A todo hijo de la humanidad, candidato a inmortal corona, van dirigidas estas palabras inspiradas: "Esfuérzate, y sé varón".

A los que ceden a sus apetitos se les ha de inducir a ver y reconocer que necesitan renovarse moralmente si quieren ser hombres. Dios les manda despertarse y recuperar, por la fuerza de Cristo, la dignidad humana dada por Dios y sacrificada a la pecaminosa satisfacción de los apetitos.

El puede: debe resistir el mal.
Al sentir el terrible poder de la tentación y la fuerza arrebatadora del deseo que le arrastra a la caída, más de uno grita desesperado: "No puedo resistir al mal". Decidle que puede y que debe resistir. Bien puede haber sido vencido una y otra vez, pero no será siempre así. Carece de fuerza moral, y le dominan los hábitos de una vida de pecado. Sus promesas y resoluciones son como cuerdas de arena. 

 El conocimiento de sus promesas quebrantadas y de sus votos malogrados le debilitan la confianza en su propia sinceridad, y le hacen creer que Dios, no puede aceptarle ni cooperar con él, pero no tiene por qué desesperar. Quienes confían en Cristo no han de ser esclavos de tendencias y hábitos hereditarios o adquiridos. En vez de quedar sujetos a la naturaleza inferior, han de dominar sus 100 apetitos y pasiones. Dios no deja que peleemos contra el mal con nuestras fuerzas limitadas. Cualesquiera que sean las tendencias al mal, que hayamos heredado o cultivado, podemos vencerlas mediante la fuerza que Dios está pronto a darnos.

El poder de la voluntad.
El tentado necesita comprender la verdadera fuerza de la voluntad. Ella es el poder gobernante en la naturaleza del hombre, la facultad de decidir y elegir. Todo depende de la acción correcta de la voluntad. El desear lo bueno y lo puro es justo; pero si no hacemos más que desear, de nada sirve. Muchos se arruinarán mientras esperan y desean vencer sus malas inclinaciones. No someten su voluntad a Dios. No escogen servirle.

Debemos Elegir.
Dios nos ha dado la facultad de elección; a nosotros nos toca ejercitarla. No podemos cambiar nuestros corazones ni dirigir nuestros pensamientos, impulsos y afectos. No podemos hacernos puros, propios para el servicio de Dios. Pero sí podemos escoger el servir a Dios; podemos entregarle nuestra voluntad, y entonces él obrará en nosotros el querer y el hacer según su buena voluntad. Así toda nuestra naturaleza se someterá a la dirección de Cristo.

Mediante el debido uso de la voluntad, cambiará enteramente la conducta. Al someter nuestra voluntad a Cristo, nos aliamos con el poder divino. Recibimos fuerza de lo alto para mantenernos firmes. Una vida pura y noble, de victoria sobre nuestros apetitos y pasiones, es posible para todo el que une su débil y vacilante voluntad a la omnipotente e invariable voluntad de Dios (El Ministerio de Curación, págs. 130-132).

Si la voluntad está dispuesta.
La voluntad es el poder gobernante en la naturaleza del hombre. Si la voluntad está dispuesta, todo el resto del ser estará bajo su mando. La voluntad no es el gusto o la inclinación, sino la elección, el poder de decidir, el poder real que obra en los hijos de los hombres para obedecer a Dios o desobedecerle.
Estaréis en constante peligro hasta que comprendáis la verdadera fuerza de la voluntad. Podéis creer y prometer todas las cosas, pero vuestras promesas y vuestra fe no tienen valor hasta que hayáis puesto vuestra voluntad del lado del bien. 
 Si peleáis la batalla de la fe con vuestra fuerza de voluntad, no hay duda que venceréis. 101

Cuando ponemos la voluntad del lado de Cristo.
Tu parte es poner tu voluntad del lado de Cristo. Cuando le rindes tu voluntad, inmediatamente toma posesión de ti y obra en ti para querer y hacer según su beneplácito. Tu naturaleza es sometida al dominio de su Espíritu. Aun tus pensamientos le están sujetos. Si no puedes dominar como quieres tus impulsos y emociones, puedes dominar la voluntad, y así se obrará un cambio total en tu vida. 

 Cuando rindes tu voluntad a Cristo, tu vida se esconde con Cristo en Dios. Está aliada con el poder que está por encima de todos los principados y potestades. Tienes una fuerza de Dios que te mantiene unido a su fuerza, y es posible para ti una nueva vida, la vida de la fe. Nunca tendrás éxito en elevarte a ti mismo a menos que tu voluntad esté del lado de Cristo, colaborando con el Espíritu de Dios. No pienses que no puedes, sino dí: "Yo puedo, y lo haré". Dios ha prometido su Espíritu para ayudarte en todo esfuerzo decidido.

Es oído el más débil pedido de auxilio.
Cada uno de nosotros puede conocer que hay un poder obrando con nuestros esfuerzos para vencer. ¿Por qué los hombres no echarán mano de la ayuda que se ha provisto, a fin de ser elevados y ennoblecidos? ¿Por qué se degradan a sí mismos por la complacencia del apetito pervertido? ¿Por qué no se alzan en la fuerza de Jesús, para vencer en su nombre? Jesús oirá la más débil oración que podamos ofrecer. Se compadece de la debilidad de cada alma. Se ha puesto ayuda para cada uno sobre Aquel que es poderoso para salvar. Te señalo a Jesucristo, el Salvador del pecador, quien sólo puede darte poder para vencer en todas las cosas.

CORONA PARA TODOS LOS QUE TRIUNFEN
El cielo vale la pena cualquier sacrificio de nuestra parte. No podemos correr ningún peligro en este asunto. En esto no debemos arriesgarnos. Debemos saber que nuestros pasos están ordenados por el Señor. Que Dios nos ayude en nuestra gran obra de vencer. El tiene coronas para todos los que triunfan. Tiene ropas blancas para los justos. Tiene un mundo eterno de gloria para aquellos que buscan gloria, honor e inmortalidad. Todo aquel que entre en la ciudad de Dios, lo hará como triunfador. No entrará en ella como un criminal condenado, sino como un hijo de Dios. Y la bienvenida para todos los que entren, será: "Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo" (Mat. 25: 34). 102

Con placer hablaré palabras que ayuden a las almas temblorosas a aferrarse de la fe en el poderoso Ayudador, para que desarrollen un carácter que Dios contemplará complacido. El Cielo podrá invitarlas y presentarles sus bendiciones más escogidas, y ellas pueden tener toda facilidad para desarrollar un carácter perfecto; pero todo será en vano a menos que ellas estén dispuestas a ayudarse a sí mismas. Deben hacer uso de sus propias facultades, recibidas de Dios, o se hundirán cada vez más y no tendrán ningún valor para el bien, ni en este mundo ni en la eternidad 
(Christian Temperance and Bible Hygiene, págs. 147-149).


4. Victoria Permanente
Importancia de vivir saludablemente.
Los que luchan contra el poder de los apetitos deberían ser instruidos en los principios del sano vivir. Debe mostrárselas que la violación de las leyes que rigen la salud, al crear condiciones enfermizas y apetencias que no son naturales, echa los cimientos del hábito de la bebida. Sólo viviendo en obediencia a los principios de la salud pueden esperar verse libertados de la ardiente sed de estimulantes contrarios a la naturaleza. Mientras confían en la fuerza divina para romper las cadenas de los apetitos, han de cooperar con Dios obedeciendo a sus leyes morales y físicas.

Empleo; sostén propio.
A los que se esfuerzan por reformarse se les debe proporcionar ocupación. A nadie capaz de trabajar se le debe enseñar a esperar que recibirá comida, ropa y vivienda de balde. Para su propio bien, como para el de los demás, hay que idear algún medio que le permita devolver el equivalente de lo que recibe. Aliéntese todo esfuerzo hacia el sostenimiento propio, que fortalecerá el sentimiento de la dignidad personal y una noble independencia. Además la ocupación de la mente y el cuerpo en algún trabajo útil es una salvaguardia esencial contra la tentación.

Desengaños; peligros.
Los que trabajan en pro de los caídos encontrarán tristes desengaños en muchos que prometían reformarse. Muchos no realizarán más que un cambio superficial en sus hábitos y prácticas. Los mueve el 103 impulso, y por algún tiempo parecen haberse reformado; pero su corazón no cambió verdaderamente. Siguen amándose egoístamente a sí mismos, teniendo la misma hambre de vanos placeres y deseando satisfacer sus apetitos. 

 No saben lo que es la edificación del carácter, y no puede uno fiarse de ellos como de hombres de principios. Han embotado sus facultades mentales y espirituales cediendo a sus apetitos y pasiones, y esto los ha debilitado. Son volubles e inconstantes. Sus impulsos tienden a la sensualidad. Tales personas son a menudo una fuente de peligro para los demás. Considerados como hombres y mujeres regenerados, se les confían responsabilidades, y se los pone en situación de corromper a los inocentes con su influencia.

La única solución es la total dependencia de Cristo.
Aun aquellos que con sinceridad procuran reformarse no están exentos del peligro de la recaída. Necesitan que se les trate con gran sabiduría y ternura. La tendencia a adular y alabar a los que fueron rescatados de los más hondos abismos, prepara a veces su ruina. La práctica de invitar a hombres y mujeres a relatar en público lo experimentado en su vida de pecado abunda en peligros, tanto para los que hablan como para los oyentes. 

 El espaciarse en escenas del mal corrompe la mente y el alma. Y la importancia concedida a los rescatados del vicio les es perjudicial. Algunos llegan a creer que su vida pecaminosa les ha dado cierta distinción. Así se fomenta en ellos la afición a la notoriedad y la confianza en sí mismos, con consecuencias fatales para el alma. Podrán permanecer firmes únicamente si desconfían de sí mismos y dependen de la gracia de Cristo.

Los rescatados han de ayudar a otros.
A todos los que dan pruebas de verdadera conversión se les debe alentar a que trabajen por otros. Nadie rechace al alma que deja el servicio de Satanás por el servicio de Cristo. Cuando alguien da pruebas de que el Espíritu de Dios lucha con él, alentadle para que entre en el servicio del Señor. "Recibid a los unos en piedad, discerniendo"(Jud. 22). Los que son sabios en la sabiduría que viene de Dios verán almas necesitadas de ayuda, personas que se han arrepentido sinceramente, pero que, si no se les alienta, no se atreverán a asirse de la esperanza. 

 El Señor incitará al corazón de sus siervos a dar la bienvenida a estos temblorosos y arrepentidos, y a invitarles a la comunión de su amor. Cualesquiera que 104 hayan sido los pecados que los asediaron antes, por muy bajo que hayan caído, si contritos acuden a Cristo, él los recibe. Dadles, pues, algo que hacer por él. Si desean procurar sacar a otros del abismo de muerte del que fueron rescatados ellos mismos, dadles oportunidad para ello. Asociadlos con creyentes experimentados, para que puedan ganar fuerza espiritual. Llenadles el corazón y las manos de trabajo para el Maestro.

Cuando la luz brille en el alma, algunos que parecían estar completamente entregados al pecado, se pondrán a trabajar con éxito en favor de pecadores tales como eran ellos. Por medio de la fe en Cristo, habrá quienes alcancen altos puestos de servicio, y se les encomendarán responsabilidades en la obra de salvar almas. Saben dónde reside su propia flaqueza, y se dan cuenta de la depravación de su naturaleza. Conocen la fuerza del pecado y el poder de un hábito vicioso. Comprenden que son incapaces de vencer sin la ayuda de Cristo, y su clamor continuo es: "A ti confío mi alma desvalida".

Estos pueden auxiliar a otros, Quien ha sido tentado y probado, cuya esperanza casi se desvaneció, pero fue salvado por haber oído el mensaje de amor, puede entender la ciencia de salvar almas. Aquel cuyo corazón está lleno de amor por Cristo porque el Salvador le buscó y le devolvió al redil, sabe buscar al perdido. Puede encaminar a los pecadores hacia el Cordero de Dios. Se ha entregado incondicionalmente a Dios, y ha sido aceptado en el Amado. La mano que el débil había alargado en demanda de auxilio fue asida. Por el ministerio de tales personas, muchos hijos pródigos volverán al Padre 
(El Ministerio de Curación, págs. 132-134).

Se ayuda a sí mismo el que ayuda a los demás.
Puede llegar a ser hijo de Dios uno que está debilitado y hasta degradado por la complacencia pecaminosa. Está en su poder el hacer continuamente bien a los demás al ayudarlos a vencer la tentación; al hacerlo se estará beneficiando a sí mismo. Puede ser una luz clara y brillante en el mundo, y al fin oír la bendición: "Bien hecho, buen siervo y fiel", de los labios del Rey de gloria (Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 149).

La temperancia presentada desde el punto de vista del cristiano.
En Australia me encontré con un hombre que era 105 considerado libre de toda clase de intemperancia, excepto por un hábito. Fumaba. Vino a escucharnos a la carpa, y vuelto a casa una noche, según nos contó después, luchó contra el hábito del tabaco y obtuvo la victoria. Algunos de sus familiares le habían dicho que le darían cincuenta libras esterlinas si renunciaba a su tabaco, pero él no había querido hacerlo. "Pero", dijo, "cuando Uds. presentan los principios de la temperancia ante nosotros como lo han hecho, no puedo resistirlos. Uds. presentan ante nosotros la abnegación de Alguien que dio su vida por nosotros. No lo conozco ahora, pero deseo conocerlo. Nunca ofrecí una oración en mi casa. He descartado mi tabaco, pero esto es todo lo que he hecho".

Oramos con él, y después de ausentarnos le escribimos, y más tarde lo visitamos de nuevo. Finalmente llegó el momento en que se entregó a Dios, y se está convirtiendo en una verdadera columna de la iglesia en el lugar donde vive. Está trabajando con toda su alma para llevar a sus familiares al conocimiento de la verdad (Evangelism, págs. 531, 532).

Un pescador gana la victoria.
En ese lugar, un pescador acababa de ser convertido a la verdad. Aunque había usado habitualmente la hierba venenosa, por la gracia de Dios decidió abandonarla. Se le preguntó: "¿Tuvo Ud. una lucha muy dura para renunciar al tabaco?" "Yo diría que sí", contestó, "pero vi la verdad tal como me fue presentada. Aprendí que el tabaco es perjudicial. Oré al Señor que me ayudara a abandonarlo, y él me ayudó en forma señalada. Pero todavía no he decidido renunciar a mi taza de té. Esta bebida me da fuerza, y sé que si no la tomo voy a sufrir de fuertes dolores de cabeza".

Los males del uso del té le fueron presentados por la Hna. Sara McEnterfer. Ella lo animó a tener el valor moral para tratar de probar qué significaría para él renunciar a su taza de té. El dijo: "Lo haré". Dos semanas después dio su testimonio en la reunión: "Cuando dije que renunciaría al té", dijo, "me propuse hacerlo. No lo tomé, y el resultado fue un dolor de cabeza muy fuerte. Pero pensé: ¿Voy a tener que seguir usando té para evitarme el dolor de cabeza? ¿Tengo yo que depender tanto de él que cuando no lo tomo estoy en esta condición? Ahora sé que sus efectos son malos. No lo voy a tomar más. No lo tomé más desde 106 entonces, y me siento cada día mejor. La cabeza ya no me duele. Mi mente está más clara que antes. Puedo comprender mejor las Escrituras al leerlas".

Pensé en este hombre, pobre en bienes de este mundo, pero con el valor moral suficiente para cortar con los hábitos de fumar y tomar té, que traía desde la niñez. No rogó que se le concediera complacerse un poco en el mal hacer. No; vio que el tabaco y el té eran perjudiciales, y decidió que su influencia estaría del lado correcto. Ha dado evidencia de que el Espíritu Santo está trabajando en su mente y carácter para hacer de él un vaso para honra (Manuscrito 86, 1897).

Apoyaos en su fuerza.
El Señor tiene un remedio para cada persona que está asediada por un gran apetito por las bebidas fuertes o el tabaco, o por cualquier otra cosa dañina que destruye la fuerza cerebral y contamina el cuerpo. Nos pide que salgamos de entre esas cosas y, nos separemos, y no toquemos cosas inmundas. Debemos dar un ejemplo de temperancia cristiana. Debemos hacer todo lo que esté en nuestro poder mediante la abnegación y el sacrificio propio para dominar el apetito. Después de haberlo hecho todo, nos pide que nos irgamos, apoyados en su fuerza. Desea que seamos victoriosos en todo conflicto con el enemigo de nuestras almas. Desea que obremos con entendimiento, como sabios generales de un ejército, como hombres que tienen perfecto dominio sobre sí mismos (Manuscrito 38 1/2, 1905).


5. Ayuda Para Los Tentados
"Tomad mi yugo sobre vosotros".
Jesús miraba a los acongojados y de corazón quebrantado, a aquellos cuyas esperanzas habían sido defraudadas, y que procuraban satisfacer los anhelos del alma con goces terrenales, y los invitaba a todos a buscar y encontrar descanso en él. Con toda ternura decía a los cansados: "Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas"(Mat. 11:29).

Con estas palabras, Cristo se dirigía a todo ser humano. Sabiéndolo o sin saberlo, todos están trabajados y cargados. Todos gimen bajo el peso de cargas que sólo Cristo puede quitar. La carga más pesada que llevamos es la del pecado. 
 Si tuviéramos que llevarla solos nos aplastaría. Pero el que 107 no cometió pecado se ha hecho nuestro sustituto. "Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros"(Isa. 53:6). El llevó el peso de nuestra culpa. También quitará la carga de nuestros hombros cansados. Nos dará descanso. Llevará por nosotros la carga de nuestros cuidados y penas. Nos invita a echar sobre él todos nuestros afanes; pues nos lleva en su corazón.

Cristo conoce las debilidades de la humanidad.
El Hermano mayor de nuestra familia humana está junto al trono eterno. Mira a toda alma que vuelve su rostro hacia él como al Salvador. Sabe por experiencia lo que es la flaqueza humana, lo que son nuestras necesidades, y en qué consiste la fuerza de nuestras tentaciones, porque fue "tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado"(Heb. 4:15). 

 Está velando sobre ti, tembloroso hijo de Dios. ¿Estás tentado? Te librará. ¿Eres débil? Te fortalecerá. 
¿Eres ignorante? Te iluminará. ¿Estás herido? Te curará. Jehová "cuenta el número de las estrellas"; y, vio obstante, es también el que "sana a los quebrantados de corazón, y liga sus heridas"(Sal. 147:4,3).

Cualesquiera que sean tus angustias y pruebas, expónlas al Señor. Tu espíritu encontrará sostén para sufrirlo todo. Se te despejará el camino para que puedas librarte de todo enredo y aprieto. Cuanto más débil y desamparado te sientas, más fuerte serás con su ayuda. Cuanto más pesadas sean tus cargas, más dulce y benéfico será tu descanso al echarlas sobre Aquel que se ofrece a llevarlas por ti (El Ministerio de Curación, págs. 47, 48).

Poder para hacer frente a toda tentación.
El que realmente cree en Cristo es hecho partícipe de la naturaleza divina y tiene poder del cual puede apropiarse en cada tentación (Review and Herald, 14-1-1909).

Como el hombre caído no podía vencer a Satanás con su fuerza humana, Cristo vino de los atrios reales del cielo para ayudarlo con su fuerza combinada divina y humana. Cristo sabía que Adán en el Edén, en sus circunstancias ventajosas, podría haber resistido las tentaciones de Satanás y haberlo vencido. También sabía que no era posible que el hombre fuera del Edén, separado de la luz y del amor de Dios desde la caída, resistiera las tentaciones de Satanás con su propia fuerza. 

 A fin de proporcionar esperanza al hombre y salvarlo de la completa ruina, se humilló a sí mismo 108 al tomar la naturaleza del hombre, para que con su poder divino combinado con el humano, pudiese alcanzar al hombre allí donde estaba. Para todos los caídos hijos e hijas de Adán obtuvo esa fuerza que es imposible que obtengan por sí mismos, para que en su nombre puedan vencer las tentaciones de Satanás (Redemption; or the Temptation of Christ, pág. 44).

Ayuda para los que se provocan enfermedades a sí mismos.
Muchos de los que acudían a Cristo en busca de ayuda habían atraído la enfermedad sobre sí, y sin embargo él no rehusaba sanarlos. Y cuando estas almas recibían la virtud de Cristo, reconocían su pecado, y muchos se curaban de su enfermedad espiritual al par que de sus males físicos (El Ministerio de Curación, pág. 49).

Poder para liberar a los cautivos.
Cristo demostró su completa autoridad sobre los vientos y las olas, así como sobre los endemoniados. El que apaciguó la tempestad y sosegó el agitado mar, dirigió palabras de paz a los intelectos perturbados y dominados por Satanás. En la sinagoga de Capernaum estaba Jesús hablando de su misión de libertar a los esclavos del pecado. De pronto fue interrumpido por un grito de terror. Un loco hizo irrupción entre la gente, clamando: "Déjanos; ¿Qué tenemos contigo, Jesús Nazareno? ¿has venido a destruirnos? Yo te conozco quién eres, el Santo de Dios". Jesús reprendió al demonio diciendo: "Enmudece, y sal de él. Entonces el demonio, derribándole en medio, salió de él, y no le hizo daño alguno"(Luc. 4:34, 35).

La causa de la aflicción de este hombre residía también en su propia conducta. Le habían fascinado los placeres del pecado, y pensó hacer de la vida un gran carnaval. La intemperancia y la frivolidad pervirtieron los nobles atributos de su naturaleza, y Satanás asumió pleno dominio sobre él. El remordimiento llegó demasiado tarde. Cuando hubiera querido sacrificar sus bienes y sus placeres para recuperar su virilidad perdida, ya estaba incapacitado y a la merced del maligno.

En presencia del Salvador, se le había despertado el deseo de libertad, mas el demonio opuso resistencia al poder de Cristo. Cuando el hombre procuró pedir ayuda a Jesús, el espíritu maligno le puso en la boca sus propias palabras, y él gritó con angustia y temor. Comprendía parcialmente 109 que se hallaba en presencia de quien podía libertarlo; pero cuando intentó ponerse al alcance de aquella mano poderosa, otra voluntad le retuvo; y las palabras de otro fueron pronunciadas por su medio.

Terrible era el conflicto entre sus deseos de libertad y el poder de Satanás. Parecía que el pobre atormentado habría de perder la vida en aquel combate con el enemigo que había destruido su virilidad. Pero el Salvador habló con autoridad y libertó al cautivo. El que había sido poseído del demonio, estaba ahora delante de la gente admirada, en pleno goce de la libertad y del dominio propio.

Con voz alegre, alabó a Dios por su liberación. Los ojos que hasta entonces despedían fulgores de locura brillaban ahora de inteligencia y derramaban lágrimas de gratitud. La gente estaba muda de asombro. Tan pronto como hubo recuperado el uso de la palabra, exclamó: "¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta, que con potestad aun a los espíritus inmundos manda, y le obedecen?"(Mar. 1:27).

Liberación para los que hoy están en necesidad.
También hoy hay muchedumbres tan ciertamente dominadas por el poder de los malos espíritus como lo era el endemoniado de Capernaum. Todos los que se apartan voluntariamente de los mandamientos de Dios se colocan bajo la dirección de Satanás. Muchos juegan con el mal, pensando que podrán romper con él cuando quieran; pero quedan cada vez más engañados hasta que se encuentran dominados por una voluntad más fuerte que la suya. No pueden sustraerse a su misterioso poder. El pecado secreto o la pasión dominante puede hacer de ellos cautivos tan inertes como el endemoniado de Capernaum.

Sin embargo, su condición no es desesperada. Dios no domina nuestra mente sin nuestro consentimiento, sino que cada hombre está libre para elegir el poder que quiera ver dominar sobre él. Nadie ha caído tan bajo, nadie es tan vil que no pueda hallar liberación en Cristo. El endemoniado, en vez de oraciones, sólo podía pronunciar las palabras de Satanás; sin embargo la muda súplica de su corazón fue oída. Ningún clamor de un alma en necesidad, aunque no llegue a expresarse en palabras, quedará sin ser oído. Los que consienten en hacer pacto con el Dios del cielo no serán abandonados al poder de Satanás ni a las flaquezas de su propia naturaleza. 110

"¿Será quitada la presa al valiente? o ¿libertarase la cautividad legítima? Así . . . dice Jehová: Cierto, la cautividad será quitada al valiente, y la presa del robusto será librada; y tu pleito pleitearé, y yo salvaré a tus hijos" (Isa. 49:24, 25). Maravillosa será la transformación de quien abra por la fe la puerta de su corazón al Salvador 
(El Ministerio de Curación, págs. 60-62).

El amor del Salvador por las almas entrampadas.
Jesús conoce las circunstancias particulares de cada alma. Cuanto más grave es la culpa del pecador, tanto más necesita del Salvador. Su corazón rebosante de simpatía y amor divinos se siente atraído ante todo hacia el que está más desesperadamente enredado en los lazos del enemigo. Con su propia sangre firmó Cristo los documentos de emancipación de la humanidad.

Jesús no quiere que los comprados a tanto precio sean juguete de las tentaciones del enemigo. No quiere que seamos vencidos ni que perezcamos. El que dominó los leones en su foso, y anduvo con sus fieles testigos entre las llamas, está igualmente dispuesto a obrar en nuestro favor para refrenar toda mala propensión de nuestra naturaleza. Hoy está ante el altar de la misericordia, presentando a Dios las oraciones de los que desean su ayuda. No rechaza a ningún ser humano lloroso y contrito. 

 Perdonará sin reserva a cuantos acudan a él en súplica de perdón y restauración. A nadie dice todo lo que pudiera revelar, sino que exhorta a toda alma temblorosa a que cobre ánimo. Todo el que quiera puede valerse de la fuerza de Dios, y hacer la paz con él, y el Señor la hará también. A las almas que se vuelven a él en busca de amparo, Jesús las levanta sobre toda acusación y calumnia. Ningún hombre ni ángel maligno puede incriminar a estas almas. Cristo las une con su propia naturaleza divina y humana (El Ministerio de Curación, págs. 59, 60).

Promesas preciosas.
Estas preciosas palabras puede hacerlas suyas toda alma que more en Cristo. Puede decir:
"A Jehová esperaré, esperaré al Dios de mi salud: el Dios mío me oirá. "Tú, enemiga mía, no te huelgues de mí; porque aunque caí, he de levantarme; aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz . . . "El tendrá misericordia de nosotros; él sujetará nuestras iniquidades, y echará en los profundos de la mar todos nuestros pecados" (Miq. 7:7, 8, 19).

Dios ha prometido lo siguiente:
"Haré más precioso que el oro fino al varón, y más que el oro de Ofir al hombre" (Isa. 13:12).
"Bien que fuisteis echados entre los tiestos, seréis como las alas de la paloma 
cubierta de plata, y sus plumas con amarillez de oro" (Sal. 68:13).
Aquellos a quienes Cristo más haya perdonado serán los que más le amarán. Estos son los que en el último día estarán más cerca de su trono. "Y verán su cara; y su nombre estará en sus frentes" (El Ministerio de Curación, pág. 137).
(La Temperancia de E. G. de White)


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