"DIOS
ES AMOR." Su naturaleza y su ley son amor. Lo han sido siempre, y lo
serán para siempre. "El Alto y Sublime, el que habita la eternidad,"
cuyos "caminos son eternos," no cambia. En él "no hay mudanza,
ni sombra de variación."
Cada manifestación del
poder creador es una expresión del amor infinito. La soberanía de Dios encierra
plenitud de bendiciones para todos los seres creados.
El
Salmista Dice: "Tuyo el brazo con valentía; fuerte es tu mano,
ensalzada tu diestra. Justicia y juicio son el asiento de tu trono: misericordia
y verdad van delante de tu rostro. Bienaventurado el pueblo que sabe
aclamarte: andarán, oh Jehová, a la luz de tu rostro. En tu nombre se
alegrarán todo el día; y en tu justicia serán ensalzados. Porque tú eres la
gloria de su fortaleza; ... Porque Jehová es nuestro escudo; y nuestro rey es
el Santo de Israel." (Sal. 89:13-18).
La historia del gran
conflicto entre el bien y el mal, desde que principió en el cielo hasta el
final abatimiento de la rebelión y la total extirpación del pecado, es también
una demostración del inmutable amor de Dios.
El
Soberano Del Universo no estaba solo en su obra benéfica. Tuvo un
compañero, un colaborador que podía apreciar sus designios, y que podía
compartir su regocijo al brindar felicidad a los seres creados. "En el
principio era el Verbo, y el 12
Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con
Dios." (Juan 1:1, 2.)
CRISTO, el Verbo, el Unigénito de Dios,
era uno solo con el Padre eterno, uno solo en naturaleza, en carácter y en
propósitos; era el único ser que podía penetrar en todos los designios y fines
de Dios. "Y llamaráse su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre
eterno, Príncipe de paz" "sus salidas son desde el principio, desde
los días del siglo." (Isa. 9:6; Miq. 5:2.)
Y
EL HIJO DE DIOS, hablando de sí mismo, declara: "Jehová me poseía
en el principio de su camino, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternalmente
tuve el principado. . . Cuando establecía los fundamentos de la tierra; con él
estaba yo ordenándolo todo; y fui su delicia todos los días, teniendo solaz
delante de él en todo tiempo." (Prov. 8:22-30)
EL PADRE obró por medio de su Hijo en la creación de todos los seres celestiales. "Porque por él fueron criadas todas las cosas, . . . sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue criado por él y para él." (Col. 1:16.)
LOS ÁNGELES son los ministros de Dios, que, irradiando la luz que constantemente dimana de la presencia de él y valiéndose de sus rápidas alas, se apresuran a ejecutar la voluntad de Dios. Pero el Hijo, el Ungido de Dios, "la misma imagen de su sustancia," "el resplandor de su gloria" y sostenedor de" todas las cosas con la palabra de su potencia," tiene la supremacía sobre todos ellos.
Un "trono de gloria, excelso desde el principio," era el
lugar de su santuario; una "vara de equidad," el cetro de su reino. "Alabanza
y magnificencia delante de él: fortaleza y gloria en su santuario."
"Misericordia y verdad van delante de tu rostro." (Heb. 1:3,8; Jer.
17:12; Sal. 96:6; 89:14)
SIENDO LA LEY DEL AMOR el fundamento del
gobierno de Dios, la felicidad de todos los seres inteligentes depende de su
perfecto acuerdo con los grandes principios de justicia de esa ley. Dios desea
de todas sus criaturas el servicio que nace del amor, de la comprensión y del
aprecio de su carácter. No 13 halla placer en una obediencia
forzada, y otorga a todos libre albedrío para que puedan servirle
voluntariamente.
Mientras todos los seres creados
reconocieron la lealtad del amor, hubo perfecta armonía en el universo de Dios.
Cumplir los designios de su Creador era el gozo de las huestes celestiales. Se
deleitaban en reflejar la gloria del Todopoderoso y en alabarle. Y su amor
mutuo fue fiel y desinteresado mientras el amor de Dios fue supremo. No había
nota discordante que perturbara las armonías celestiales.
Pero se produjo un cambio en ese estado
de felicidad. Hubo uno que pervirtió la libertad que Dios había otorgado a sus
criaturas. El pecado se originó en aquel que, después de Cristo, había sido el
más honrado por Dios y que era el más exaltado en poder y en gloria entre los
habitantes del cielo.
LUCIFER, el "hijo de la mañana,"
era el principal de los querubines cubridores, santo e inmaculado. Estaba en la
presencia del gran Creador, y los incesantes rayos de gloria que envolvían al
Dios eterno, caían sobre él. "Así ha
dicho el Señor Jehová: Tú echas el sello a la proporción, lleno de sabiduría, y
acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste: toda piedra
preciosa fue tu vestidura. . . . Tú, querubín grande, cubridor: y yo te puse;
en el santo monte de Dios estuviste; en medio de piedras de fuego has
andado. Perfecto eras en todos tus
caminos desde el día que fuiste criado, hasta que se halló en ti maldad."
(Eze. 28:12-15.)
Poco a poco Lucifer llegó a albergar el deseo de
ensalzarse.
Las Escrituras dicen: "Enaltecióse tu corazón a
causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu resplandor."
(Vers. 17) "Tú que decías en tu corazón: . . . Junto a las estrellas de
Dios ensalzaré mi solio,.... y seré semejante al Altísimo." (Isa. 14:13,14).
AUNQUE toda
su gloria procedía de Dios, este poderoso ángel llegó a considerarla como
perteneciente a sí mismo. Descontento con el puesto que ocupaba, a pesar de ser
el ángel que recibía más honores entre las huestes celestiales, se aventuró a
codiciar el homenaje que 14 sólo debe darse al Creador. En vez de procurar el ensalzamiento de Dios como supremo en el
afecto y la lealtad de todos los seres creados, trató de obtener para sí mismo
el servicio y la lealtad de ellos. Y
codiciando la gloria con que el Padre infinito había investido a su Hijo,
este príncipe de los ángeles aspiraba al poder que sólo pertenecía a Cristo.
Ahora la perfecta armonía del cielo estaba quebrantada.
La disposición de Lucifer de servirse a si mismo en vez de
servir a su Creador, despertó un sentimiento de honda aprensión cuando fue
observada por quienes consideraban que la gloria de Dios debía ser suprema.
REUNIDOS
EN CONCILIO CELESTIAL, los ángeles rogaron a Lucifer que desistiese
de su intento. El Hijo de Dios presentó ante él la grandeza, la bondad y la
justicia del Creador, y también la naturaleza sagrada e inmutable de su ley. Dios
mismo había establecido el orden del cielo, y, al separarse de él, Lucifer
deshonraría a su Creador y acarrearía la ruina sobre sí mismo. Pero la amonestación,
hecha con misericordia y amor infinitos, solamente despertó un espíritu de
resistencia. Lucifer permitió que su envidia hacia Cristo prevaleciese, y se
afirmó más en su rebelión.
EL PROPÓSITO de este príncipe de los ángeles llegó a ser disputar la supremacía del
Hijo de Dios, y así poner en tela de juicio la sabiduría y el amor del
Creador. A lograr este fin estaba por consagrar las energías de aquella mente
maestra, la cual, después de la de Cristo, era la principal entre las huestes
de Dios. Pero Aquel que quiso que sus criaturas tuviesen libre albedrío, no
dejó a ninguna de ellas inadvertida en cuanto a los sofismas perturbadores con
los cuales la rebelión procuraría justificarse. Antes de que la gran
controversia principiase, debía presentarse claramente a todos, la voluntad de
Aquel cuya sabiduría y bondad eran la fuente de todo su regocijo.
EL
REY DEL UNIVERSO Convocó a las huestes celestiales a comparecer ante él, a fin de que
en su presencia él pudiese 15 manifestar
cuál era el verdadero lugar que ocupaba su Hijo y manifestar cuál era la
relación que él tenía para con todos los seres creados.
EL
HIJO DE DIOS compartió el trono del Padre, y la gloria del Ser eterno,
que existía por sí mismo, cubrió a ambos. Alrededor del trono se congregaron
los santos ángeles, una vasta e innumerable muchedumbre, "millones de
millones," y los ángeles más elevados, como ministros y súbditos,
se regocijaron en la luz que de la presencia de la Deidad caía sobre ellos.
Ante
los habitantes del cielo reunidos, el Rey declaró que ninguno, excepto
Cristo, el Hijo unigénito de Dios, podía penetrar en la plenitud de sus
designios y que a éste le estaba encomendada la ejecución de los grandes
propósitos de su voluntad.
EL HIJO DE DIOS había
ejecutado la voluntad del Padre en la creación de todas las huestes del cielo,
y a él, así como a Dios, debían ellas tributar homenaje y lealtad. Cristo había
de ejercer aún el poder divino en la creación de la tierra y sus habitantes. Pero
en todo esto no buscaría poder o ensalzamiento para sí mismo, en contra del
plan de Dios, sino que exaltaría la gloria del Padre, y ejecutaría sus fines de
beneficencia y amor.
Los ángeles reconocieron
gozosamente la supremacía de Cristo, y postrándose ante él, le rindieron su
amor y adoración.
LUCIFER se postró con ellos, pero en su corazón se
libraba un extraño y feroz conflicto. La verdad, la justicia y la lealtad
luchaban contra los celos y la envidia.
La influencia
de los santos ángeles pareció por algún tiempo arrastrarlo
con ellos. Mientras en melodiosos acentos se elevaban himnos de alabanza
cantados por millares de alegres voces, el espíritu del mal parecía vencido;
indecible amor conmovía su ser entero; al igual que los inmaculados adoradores,
su alma se hinchió de amor hacia el Padre y el Hijo. Pero luego se llenó del
orgullo de su propia gloria. Volvió a su deseo de supremacía, y nuevamente
dio cabida a su envidia hacia Cristo.
Los altos honores conferidos a Lucifer no
fueron justipreciados como dádiva especial de Dios, y por lo tanto, no
produjeron 16 gratitud alguna hacia
su Creador. Se jactaba de su esplendor y elevado puesto, y aspiraba a ser igual
a Dios. La hueste celestial le amaba y reverenciaba, los ángeles se deleitaban
en cumplir sus órdenes, y estaba dotado de más sabiduría y gloria que todos
ellos.
Sin embargo, el Hijo de Dios ocupaba
una posición más exaltada que él. Era igual al Padre en poder y autoridad. El
compartía los designios del Padre, mientras que Lucifer no participaba en los
concilios de Dios. ¿"Por qué -se preguntaba el poderoso ángel- debe Cristo
tener la supremacía? ¿Por qué se le honra más que a mí?"
Abandonando su lugar en la
inmediata presencia del Padre, Lucifer salió a difundir el espíritu de descontento
entre los ángeles. Trabajó con
misteriosa reserva, y por algún tiempo ocultó sus verdaderos propósitos
bajo una aparente reverencia hacia Dios. Principió
por insinuar dudas acerca de las leyes que gobernaban a los seres
celestiales, sugiriendo que aunque las leyes fuesen necesarias para los
habitantes de los mundos, los ángeles, siendo más elevados, no necesitaban
semejantes restricciones, porque su propia sabiduría bastaba para guiarlos. Ellos no eran seres que pudieran
acarrear deshonra a Dios; todos sus pensamientos eran santos; y errar era tan
imposible para ellos como para el mismo Dios.
La
exaltación del Hijo de Dios como
igual al Padre fue presentada como una injusticia cometida contra Lucifer,
quien, según se alegaba, tenía también derecho a recibir reverencia y honra. Si este príncipe de los ángeles pudiese
alcanzar su verdadera y elevada posición, ello redundaría en grandes beneficios
para toda la hueste celestial; pues era su objeto asegurar la libertad de
todos. Pero ahora aun la libertad
que habían gozado hasta ese entonces concluía, pues se les había nombrado un
gobernante absoluto, y todos ellos tenían que prestar obediencia a su
autoridad. Tales fueron los sutiles engaños que por medio de las astucias de
Lucifer cundían rápidamente por los atrios celestiales.
No se había efectuado cambio alguno
en la posición o en 17 la autoridad de Cristo.
La
envidia de Lucifer, sus tergiversaciones, y sus pretensiones de igualdad con
Cristo, habían hecho absolutamente necesaria una declaración categórica acerca
de la verdadera posición que ocupaba el Hijo de Dios; pero ésta había sido la
misma desde el principio. Sin embargo, las argucias de Lucifer
confundieron a muchos ángeles.
Valiéndose de la amorosa y leal
confianza depositada en él por los seres celestiales que estaban bajo sus
órdenes, había inculcado tan insidiosamente en sus mentes su propia
desconfianza y descontento, que su influencia no se discernía. Lucifer había presentado con falsía los
designios de Dios, interpretándolos torcida y erróneamente, a fin de producir
disensión y descontento. Astutamente
inducía a sus oyentes a que expresaran sus sentimientos; luego, cuando así
convenía a sus intereses, repetía esas declaraciones en prueba de que los
ángeles no estaban del todo en armonía con el gobierno de Dios. Mientras aseveraba tener perfecta lealtad
hacia Dios, insistía en que era necesario que se hiciesen cambios en el
orden y las leyes del cielo para asegurar la estabilidad del gobierno divino.
Así,
mientras obraba por despertar oposición a la ley de Dios y por inculcar
su propio descontento en la mente de los ángeles que estaban bajo sus órdenes,
hacía alarde de querer eliminar el descontento y reconciliar a los ángeles
desconformes con el orden del cielo. Mientras fomentaba secretamente el
desacuerdo y la rebelión, con pericia consumada aparentaba que su único fin era
promover la lealtad y preservar la armonía y la paz.
El
espíritu de descontento así encendido hacía su funesta obra. Aunque no
había rebelión abierta, el desacuerdo aumentaba imperceptiblemente entre los
ángeles. Algunos recibían favorablemente
las insinuaciones de Lucifer contra el gobierno de Dios. Aunque previamente
habían estado en perfecta armonía con el orden que Dios había establecido,
estaban ahora descontentos y se sentían desdichados porque no podían penetrar
los inescrutables designios de Dios; les 18 desagradaba la idea de exaltar a
Cristo.
Estaban
listos para respaldar la demanda de Lucifer de que él tuviese
igual autoridad que el Hijo de Dios. Pero los ángeles que permanecieron leales
y fieles apoyaron la sabiduría y la justicia del decreto divino, y así trataron
de reconciliar al descontento Lucifer con la voluntad de Dios.
Cristo
era el Hijo de Dios. Había sido uno con el Padre antes que los
ángeles fuesen creados. Siempre estuvo a la diestra del Padre; su supremacía,
tan llena de bendiciones para todos aquellos que estaban bajo su benigno
dominio, no había sido hasta entonces disputada. La armonía que reinaba en el
cielo nunca había sido interrumpida. ¿Por qué debía haber ahora discordia?
Los
ángeles leales podían ver sólo terribles consecuencias como resultado de
esta disensión, y con férvidas súplicas aconsejaron a los descontentos que
renunciasen a su propósito y se mostrasen leales a Dios mediante la fidelidad a
su gobierno.
CON GRAN MISERICORDIA, según su divino carácter, Dios soportó por mucho tiempo a Lucifer. El espíritu de descontento y desafecto no se había conocido antes en el cielo. Era un elemento nuevo, extraño, misterioso e inexplicable. Lucifer mismo, al principio, no entendía la verdadera naturaleza de sus sentimientos; durante algún tiempo había temido dar expresión a los pensamientos y a las imaginaciones de su mente; sin embargo no los desechó. No veía el alcance de su extravío.
Para convencerlo de su error,
se hizo cuanto esfuerzo podían sugerir la sabiduría y el amor infinitos. Se le
probó que su desafecto no tenía razón de ser, y se le hizo saber cuál sería el
resultado si persistía en su rebeldía.
LUCIFER quedó
convencido de que se hallaba en el error. Vio que "justo es Jehová en
todos sus caminos, y misericordioso en todas sus obras" (Sal. 145:17), que
los estatutos divinos son justos, y que debía reconocerlos como tales ante todo
el cielo. De haberlo hecho, podría haberse salvado a sí mismo y a muchos
ángeles. Aún no había desechado completamente
la lealtad a Dios. Aunque había abandonado su 19 puesto de querubín cubridor, si hubiese querido volver a Dios,
reconociendo la sabiduría del Creador y conformándose con ocupar el lugar que
se le asignó en el gran plan de Dios, habría sido restablecido en su puesto.
Había llegado el momento de hacer
una decisión final; él debía someterse completamente a la divina soberanía o colocarse
en abierta rebelión. Casi decidió volver
sobre sus pasos, pero el orgullo no se lo permitió. Era un sacrificio demasiado grande para quien había sido honrado
tan altamente el tener que confesar que había errado, que sus ideas y
propósitos eran falsos, y someterse a la autoridad que había estado presentando
como injusta.
UN
CREADOR COMPASIVO, anhelante de manifestar piedad hacia Lucifer y sus
seguidores, procuró hacerlos retroceder del abismo de la ruina al cual estaban
a punto de lanzarse. Pero su misericordia fue mal interpretada. Lucifer señaló
la longanimidad de Dios como una prueba evidente de su propia superioridad sobre
él, como una indicación de que el Rey del universo aún accedería a sus
exigencias. Si los ángeles se mantenían firmes de su parte, dijo, aún podrían conseguir
todo lo que deseaban. Defendió persistentemente su conducta, y se dedicó de
lleno al gran conflicto contra su Creador.
Así fue como Lucifer, el
"portaluz," el que compartía la gloria de Dios, el ministro de su
trono, mediante la transgresión, se convirtió en Satanás el
"adversario" de Dios y de los seres santos, y el destructor de
aquellos que el Señor había encomendado a su dirección y cuidado.
Rechazando con desdén los argumentos y las
súplicas de los ángeles leales, los tildó de esclavos engañados. Declaró que la preferencia otorgada a
Cristo era un acto de injusticia tanto hacia él como hacia toda la hueste
celestial, y anunció que desde ese entonces no se sometería a esa violación de
los derechos de sus asociados y de los suyos propios.
Nunca más reconocería la supremacía de Cristo. Había
decidido reclamar el honor que se le debió haber otorgado, y asumir la
dirección 20 de cuantos quisieran
seguirle; y prometió a quienes entrasen en sus filas un gobierno nuevo y mejor,
bajo cuya tutela todos gozarían de libertad. Gran número de ángeles manifestó su decisión de aceptarle como su
caudillo. Engreído por el favor que
recibieran sus designios, alentó la esperanza de atraer a su lado a todos los
ángeles para hacerse igual a Dios mismo, y ser obedecido por toda la hueste
celestial.
LOS ÁNGELES LEALES volvieron a instar a Satanás
y a sus simpatizantes a someterse a Dios; les presentaron lo que resultaría inevitable
en caso de rehusarse. El que los había creado podía vencerlos y castigar severamente
su rebelde osadía. Ningún ángel podía oponerse con éxito a la ley divina, tan
sagrada como Dios mismo. Advirtieron y
aconsejaron a todos que hiciesen oídos sordos a los razonamientos engañosos
de Lucifer, y le instaron a él y a sus secuaces a buscar la presencia de Dios
sin demora alguna, y a confesar el error de haber puesto en tela de juicio la
sabiduría y la autoridad divinas.
MUCHOS
estaban dispuestos a prestar atención a este consejo, a arrepentirse de su
desafecto, y a pedir que se les admitiese en el favor del Padre y del Hijo. Pero Lucifer tenía otro engaño listo. El poderoso rebelde declaró entonces que
los ángeles que se le habían unido habían ido demasiado lejos para retroceder,
que él estaba bien enterado de la ley divina, y que sabía que Dios no los
perdonaría. Declaró que todos
aquellos que se sometieran a la autoridad del cielo serían despojados de su
honra y degradados. En cuanto a él se
refería, estaba dispuesto a no reconocer nunca más la autoridad de
Cristo. Manifestó que la única
salida que les quedaba a él y a sus seguidores era declarar su libertad, y
obtener por medio de la fuerza los derechos que no se les quiso otorgar de buen
grado.
En lo que concernía a Satanás mismo, era
cierto que ya había ido demasiado lejos en su rebelión para retroceder. Pero no
ocurría lo mismo con aquellos que habían sido cegados 21 por sus engaños. Para
ellos el consejo y las súplicas de los ángeles leales abrían una puerta
de esperanza; y si hubiesen atendido la advertencia, podrían haber escapado del
lazo de Satanás. Pero permitieron que el
orgullo, el amor a su jefe y el deseo de libertad ilimitada los dominasen
por completo, y los ruegos del amor y la misericordia divinos fueron finalmente
rechazados.
DIOS permitió que Satanás siguiese con su obra
hasta que el espíritu de desafecto se trocó en una activa rebelión. Era necesario que sus planes se
desarrollasen en toda su plenitud, para que su verdadera naturaleza y tendencia
fuesen vistas por todos. Como querubín
ungido, Lucifer, había sido altamente exaltado; era muy amado por los seres
celestiales, y su influencia sobre ellos era poderosa. El gobierno de Dios incluía no sólo los habitantes del cielo sino
también los de todos los mundos que había creado; y Lucifer llegó a la conclusión de que si pudiera arrastrar a los
ángeles celestiales en su rebelión, podría también arrastrar a todos los
mundos. El había presentado su punto
de vista astutamente, haciendo uso de sofismas y engaños para lograr sus fines.
Su poder para engañar era
enorme.
Disfrazándose con un manto de mentira, había
obtenido una ventaja. Todo cuanto hacía estaba tan revestido de misterio que era
muy difícil revelar a los ángeles la verdadera naturaleza de su obra. Hasta que
ésta no estuviese plenamente desarrollada, no podría manifestarse cuán mala era
ni su desafecto sería visto como rebelión. Aun los ángeles leales no podían
discernir bien su carácter, ni ver adonde se encaminaba su obra.
Al principio Lucifer había encauzado sus
tentaciones de tal manera que él mismo no se comprometía. A los ángeles a quienes no pudo atraer completamente a su lado los
acusó de ser indiferentes a los intereses de los seres celestiales. Acusó a los ángeles leales de estar
haciendo precisamente la misma labor que él hacía. Su política era confundirlos con argumentos sutiles acerca de los
designios de Dios. Cubría de 22 misterio todo lo
sencillo, y por medio de astuta perversión ponía en
duda las declaraciones más claras de Jehová. Y su elevada posición, tan íntimamente relacionada con el gobierno
divino, daba mayor fuerza a sus pretensiones.
Dios podía emplear sólo
aquellos medios que fuesen compatibles con la verdad y la justicia. Satanás
podía valerse de medios que Dios no podía usar: la lisonja y el engaño.
Había
procurado falsear la palabra de Dios, y había tergiversado el plan de
gobierno divino, alegando que el Creador no obraba con justicia al imponer
leyes a los ángeles; que al exigir sumisión y obediencia de sus criaturas,
buscaba solamente su propia exaltación. Por
lo tanto, era necesario demostrar ante los habitantes del cielo y de todos
los mundos que el gobierno de Dios es justo y su ley perfecta. Satanás había fingido que procuraba fomentar
el bien del universo. El verdadero carácter del usurpador, y su verdadero
objetivo, debían ser comprendidos por todos. Debía dársele tiempo suficiente
para que se revelase por medio de sus propias obras inicuas.
La discordia que su propio proceder había
causado en el cielo, Satanás la atribuía al gobierno de Dios. Todo lo malo, decía, era resultado de
la administración divina. Alegaba que su propósito era mejorar los estatutos de
Jehová. Por consiguiente, Dios le permitió demostrar la naturaleza de sus
pretensiones para que se viese el resultado de los cambios que él proponía
hacer en la ley divina. Su propia labor había de condenarle.
Satanás había dicho desde
el principio que no estaba en rebeldía. El universo entero había de ver al
engañador desenmascarado.
Aun cuando Satanás fue
arrojado del cielo, la Sabiduría infinita no le aniquiló. Puesto que sólo el
servicio inspirado por el amor puede ser aceptable para Dios, la lealtad de sus
criaturas debe basarse en la convicción de que es justo y benévolo. Por no estar los habitantes del cielo y
de los mundos preparados para entender la naturaleza o las consecuencias del
pecado, no podrían haber discernido la justicia de 23 Dios en la destrucción de Satanás. Si se le hubiese suprimido
inmediatamente, algunos habrían servido a Dios por temor más bien que por amor.
LA INFLUENCIA DEL
ENGAÑADOR no habría sido anulada totalmente, ni se habría extirpado por completo
el espíritu de rebelión. Para el bien del universo entero a través de los
siglos sin fin, era necesario que Satanás desarrollase más ampliamente sus
principios, para que todos los seres creados pudiesen reconocer la naturaleza
de sus acusaciones contra el gobierno divino y para que la justicia y la
misericordia de Dios y la inmutabilidad de su ley quedasen establecidas
para siempre.
LA REBELIÓN DE SATANÁS había de ser una lección para el
universo a través de todos los siglos venideros, un testimonio perpetuo acerca
de la naturaleza del pecado y sus terribles consecuencias. Los resultados del gobierno de Satanás y sus efectos sobre los ángeles
y los hombres iban a demostrar qué resultado se obtiene inevitablemente al
desechar la autoridad divina. Iban a atestiguar que la existencia del gobierno
de Dios entraña el bienestar de todos los seres que él creó. De esta manera la historia de este terrible
experimento de la rebelión iba a ser una perpetua salvaguardia para todos los
seres santos, para evitar que sean engañados acerca de la naturaleza de la
transgresión, para salvarlos de cometer pecado y sufrir sus consecuencias.
EL
QUE GOBIERNA en los cielos ve el fin desde el principio. Aquel en cuya
presencia los misterios del pasado y del futuro son manifiestos, más allá de la
angustia, las tinieblas y la ruina provocadas por el pecado, contempla la
realización de sus propios designios de amor y bendición. Aunque haya
"nube y oscuridad alrededor de él: justicia y juicio son el asiento de su
trono." (Sal. 97:2.)
Y
esto lo entenderán algún día todos los habitantes del universo, tanto los
leales como los desleales.
"El
es la Roca,
cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud: Dios de verdad, y
ninguna iniquidad en él: es justo y recto." (Deut. 32:4.) 24 PP/EGW
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