(Este capítulo 51. Está basado en San Juan 8:12-59; Y el
capítulo 9).
"OTRA VEZ, Pues, Jesús Les Habló, Diciendo: Yo Soy La
Luz Del Mundo. El Que Me Sigue No Andará En Tinieblas, Mas Tendrá La Luz De La
Vida." (V.M.). Cuando pronunció estas palabras, Jesús estaba en el atrio
del templo especialmente relacionado con los ejercicios de la fiesta de las
cabañas. En el centro de este patio se levantaban dos majestuosas columnas que
soportaban portalámparas de gran tamaño.
Después
del sacrificio de la tarde, se encendían todas las lámparas, que arrojaban su
luz sobre Jerusalén. Esta ceremonia estaba destinada a conmemorar la columna de
luz que guiaba a Israel en el desierto, y también a señalar la venida del
Mesías.
Por la noche, cuando las lámparas estaban encendidas, el
atrio era teatro de gran regocijo. Los hombres canosos, los sacerdotes del
templo y los dirigentes del pueblo, se unían en danzas festivas al sonido de la
música instrumental y el canto de los levitas. Por la iluminación de Jerusalén,
el pueblo expresaba su esperanza en la venida del Mesías para derramar su luz
sobre Israel.
PERO PARA JESÚS
LA ESCENA TENÍA UN SIGNIFICADO MÁS AMPLIO. Como las lámparas radiantes del
templo alumbraban cuanto las rodeaba, así Cristo, la fuente de luz espiritual,
ilumina las tinieblas del mundo. Sin embargo, el símbolo era imperfecto.
Aquella gran luz que su propia mano había puesto en los cielos era una representación
más verdadera de la gloria de su misión.
Era
De Mañana; El Sol Acababa De Levantarse Sobre El Monte De Las Olivas, Y Sus
Rayos Caían Con Deslumbrante Brillo Sobre Los Palacios De Mármol, E Iluminaban
El Oro De Las Paredes Del Templo, Cuando Jesús, Señalándolo, Dijo: "Yo Soy
La Luz Del Mundo."
Mucho Tiempo
Después
estas palabras fueron repetidas, por uno que las escuchara, en aquel sublime
pasaje: "En él estaba 429 la vida,
y la vida era la luz de los hombres. Y la luz en las tinieblas resplandece; mas
las tinieblas no la comprendieron." "Era la luz verdadera, que
alumbra a todo hombre que viene a este mundo'' (Juan 1:4, 5,9).
Y
MUCHO DESPUÉS DE HABER ASCENDIDO JESÚS AL CIELO, Pedro también, escribiendo
bajo la iluminación del Espíritu divino, recordó el símbolo que Cristo había
usado: "Tenemos también la palabra profética más permanente, a la cual
hacéis bien de estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar obscuro
hasta que el día esclarezca, y el lucero de la mañana salga en vuestros
corazones." (2 Pedro 1:19).
En
la manifestación de Dios a su pueblo, la luz había sido siempre un símbolo de
su presencia. A la orden de la palabra creadora, en el principio, la luz
resplandeció de las tinieblas.
LA LUZ fue envuelta en
la columna de nube de día y en la columna de fuego de noche, para guiar a las
numerosas huestes de Israel.
LA LUZ brilló con
tremenda majestad, alrededor del Señor, sobre el monte Sinaí.
LA LUZ descansaba
sobre el propiciatorio en el tabernáculo.
LA LUZ llenó el
templo de Salomón al ser dedicado.
LA LUZ brilló sobre
las colinas de Belén cuando los ángeles trajeron a los pastores que velaban el
mensaje de la redención.
DIOS ES LUZ; y en las
palabras: "Yo soy la luz del mundo," Cristo declaró su unidad con
Dios, y su relación con toda la familia humana. Era él quien al principio había
hecho "que de las tinieblas
resplandeciese la luz." (2 Corintios 4:6).
ÉL ES LA LUZ del sol, la luna y las estrellas.
ÉL ERA LA LUZ espiritual que
mediante símbolos, figuras y profecías, había resplandecido sobre Israel.
PERO LA LUZ no era dada solamente para los
judíos. Como los rayos del sol penetran hasta los remotos rincones de la
tierra, así la luz del Sol de justicia brilla sobre toda alma. "Aquel era
la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo."
El mundo ha tenido sus grandes maestros, hombres de
intelecto gigantesco y penetración maravillosa, hombres cuyas declaraciones han
estimulado el pensamiento y abierto vastos campos de conocimiento; y esos
hombres han sido honrados como guías y benefactores de su raza. Pero hay Uno
que está por encima de ellos. "Más
a todos los que le recibieron, dióles potestad de ser hechos hijos de
Dios." "A Dios nadie le vio jamás: el unigénito Hijo, que 430 está en el seno del Padre, él le
declaró." (Juan 1:12,18).
PODEMOS REMONTAR la línea de los grandes
maestros del mundo hasta donde se extienden los anales humanos; pero la Luz era
anterior a ellos. Como la luna y los planetas del sistema solar brillan por la
luz reflejada del sol, así, hasta donde su enseñanza es verdadera, los grandes
pensadores del mundo reflejan los rayos del Sol de justicia. Toda gema del
pensamiento, todo destello de la inteligencia, procede de la Luz del mundo.
HOY DÍA oímos hablar mucho de la
"educación superior." La verdadera "educación superior" la imparte
Aquel "en el cual están escondidos todos los tesoros de sabiduría y
conocimiento." "En él estaba la vida, y la vida era la luz de los
hombres." (Colosenses 2:3; Juan 1:4).
"EL QUE ME
SIGUE --DIJO JESÚS,-- NO ANDARÁ EN TINIEBLAS, MAS TENDRÁ LA LUZ DE LA
VIDA."
Con las palabras: "Yo soy la luz del mundo," Jesús declaró ser el
Mesías. En el templo donde Cristo estaba enseñando, Simón el anciano lo había
declarado "luz para ser revelada a
los Gentiles, y la gloria de tu pueblo Israel."* (Lucas 2:32).
En esas palabras, le había aplicado una profecía familiar
para todo Israel. El Espíritu Santo había declarado por el profeta Isaías: "Poco es que tú me seas siervo para
levantar las tribus de Jacob, y para que restaures los asolamientos de Israel:
también te di por luz de las gentes, para que seas mi salud hasta lo postrero
de la tierra."* (Isaías 49:6). Se entendía generalmente que esta
profecía se refería al Mesías, y cuando Jesús dijo: "Yo soy la luz del
mundo," el pueblo no pudo dejar de reconocer su aserto de ser el
Prometido.
PARA LOS
FARISEOS Y GOBERNANTES ESTE ASERTO PARECÍA UNA ARROGANTE PRESUNCIÓN. No podían
tolerar que un hombre semejante a ellos tuviera tales pretensiones. Simulando
ignorar sus palabras, preguntaron: "¿Tú quién eres?" Estaban empeñados
en forzarle a declararse el Cristo. Su apariencia y su obra eran tan diferentes
de las expectativas del pueblo que, como sus astutos enemigos creían, una
proclama directa de sí mismo como el Mesías, hubiera provocado su rechazamiento
como impostor.
PERO A SU
PREGUNTA:
"¿Tú Quién Eres?" Él Replicó:
"El Que Al Principio También Os He Dicho." Lo que se había
revelado por sus palabras se revelaba también por su carácter. Él era la 431
personificación de las verdades que enseñaba. "Nada hago de mí mismo
--continuó diciendo,-- mas como el Padre me enseñó, esto hablo. Porque el que
me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre; porque yo, lo que a él
agrada, hago siempre." No procuró probar su pretensión mesiánica, sino que
mostró su unión con Dios. Si sus mentes hubiesen estado abiertas al amor de
Dios, hubieran recibido a Jesús.
Entre sus oyentes, muchos eran atraídos a él
con fe, y a éstos les dijo: "Si vosotros permaneciereis en mi palabra,
seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os
libertará."
ESTAS PALABRAS
OFENDIERON A LOS FARISEOS. Pasando por alto la larga sujeción de la nación a un yugo
extranjero, exclamaron coléricamente: "Simiente
de Abraham somos, y jamás servimos a nadie: ¿cómo dices tú: Seréis libres?"
JESÚS MIRÓ A
ESOS HOMBRES ESCLAVOS DE LA MALICIA, cuyos pensamientos se concentraban en
la venganza, y contestó con tristeza: "De
Cierto, De Cierto Os Digo, Que Todo Aquel Que Hace Pecado, Es Siervo De
Pecado".
ELLOS ESTABAN
EN LA PEOR CLASE DE SERVIDUMBRE: regidos por el espíritu del maligno.
Todo aquel que rehúsa entregarse a Dios está bajo el dominio de otro poder. No
es su propio dueño. Puede hablar de libertad, pero está en la más abyecta
esclavitud. No le es dado ver la belleza de la verdad, porque su mente está
bajo el dominio de Satanás. Mientras se lisonjea de estar siguiendo los
dictados de su propio juicio, obedece la voluntad del príncipe de las
tinieblas. Cristo vino a romper las cadenas de la esclavitud del pecado para el
alma. "Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente
libres." "Porque la ley del
Espíritu de vida en Cristo Jesús --se nos dice-- me ha librado de la ley del
pecado y de la muerte." (Romanos 8:2).
EN LA
OBRA DE LA REDENCIÓN NO HAY COMPULSIÓN. No se emplea ninguna fuerza
exterior. Bajo la influencia del Espíritu de Dios, el hombre está libre para
elegir a quien ha de servir. En el cambio que se produce cuando el alma se
entrega a Cristo, hay la más completa sensación de libertad. La expulsión del
pecado es obra del alma misma. Por cierto, no tenemos poder para librarnos a
nosotros mismos del dominio de Satanás; pero cuando deseamos ser libertados del
pecado, y en 432 nuestra gran necesidad clamamos por un poder exterior y
superior a nosotros, las facultades del alma quedan dotadas de la fuerza divina
del Espíritu Santo y obedecen los dictados de la voluntad, en cumplimiento de
la voluntad de Dios. La única condición bajo la cual es posible la libertad del
hombre, es que éste llegue a ser uno con Cristo. "La verdad os
libertará;" y Cristo es la verdad. El pecado puede triunfar solamente
debilitando la mente y destruyendo la libertad del alma. La sujeción a Dios
significa la rehabilitación de uno mismo, de la verdadera gloria y dignidad del
hombre. La ley divina, a la cual somos inducidos a sujetarnos, es "la ley de libertad." (Santiago
2:12).
LOS FARISEOS SE
HABÍAN DECLARADO A SÍ MISMOS HIJOS DE ABRAHÁN. Jesús les dijo
que solamente haciendo las obras de Abrahán podían justificar esta pretensión.
Los verdaderos hijos de Abrahán vivirían como él una vida de obediencia a Dios.
No procurarían matar a Aquel que hablaba la verdad que le había sido dada por
Dios. Al conspirar contra Cristo, los rabinos no estaban haciendo las obras de
Abrahán. La simple descendencia de Abrahán no tenía ningún valor. Sin una
relación espiritual con él, la cual se hubiera manifestado poseyendo el mismo
espíritu y haciendo las mismas obras, ellos no eran sus hijos.
ESTE
PRINCIPIO se aplica con igual propiedad a una cuestión que ha agitado por mucho
tiempo al mundo cristiano: la cuestión de la sucesión apostólica. La
descendencia de Abrahán no se probaba por el nombre y el linaje, sino por la
semejanza del carácter. La sucesión apostólica tampoco descansa en la
transmisión de la autoridad eclesiástica, sino en la relación espiritual. Una
vida movida por el espíritu de los apóstoles, el creer y enseñar las verdades
que ellos enseñaron: ésta es la verdadera evidencia de la sucesión apostólica.
Es lo que constituye a los hombres sucesores de los primeros maestros del
Evangelio.
JESÚS NEGÓ QUE
LOS JUDÍOS FUERAN HIJOS DE ABRAHÁN. Dijo:
"Vosotros hacéis las obras de vuestro padre." En mofa
respondieron: "Nosotros no somos
nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios." Estas palabras,
que aludían a las circunstancias del nacimiento de Cristo, estaban destinadas a
ser una estocada contra Cristo en presencia de los que estaban 433 comenzando a
creer en él.
JESÚS NO PRESTÓ
OÍDO A ESTA RUIN INSINUACIÓN, SINO QUE DIJO: "Si vuestro padre fuera Dios, ciertamente me amaríais: porque yo de Dios
he salido, y he venido." Sus obras testificaban del parentesco de
ellos con el que era mentiroso y asesino. "Vosotros
de vuestro padre el diablo sois --dijo Jesús,-- y los deseos de vuestro padre
queréis cumplir. El, homicida ha sido desde el principio, y no permaneció en la
verdad, porque no hay verdad en él.... Y porque yo digo verdad, no me
creéis."
PORQUE JESÚS Hablaba La Verdad Y La Decía Con
Certidumbre, No Fue Recibido Por Los Dirigentes Judíos.
ERA
LA VERDAD lo que ofendía a estos hombres que se creían justos.
LA
VERDAD exponía la falacia del error; condenaba sus enseñanzas y prácticas, y
fue mal acogida.
Ellos
preferían cerrar los ojos a la verdad, antes que humillarse para confesar
que habían estado en el error.
NO
amaban la verdad. No la deseaban aunque era la verdad.
"¿Quién
De Vosotros Me Convence De Pecado? Y Si Digo La Verdad, ¿Por Qué No Me Creéis?'
(Juan 8:46 V.M.).
DÍA TRAS DÍA,
DURANTE TRES AÑOS LOS ENEMIGOS DE CRISTO LE HABÍAN SEGUIDO, procurando
hallar alguna mancha en su carácter. Satanás y toda la confederación del
maligno habían estado tratando de vencerle; pero nada habían hallado en él de
lo cual sacar ventaja. Hasta los demonios estaban obligados a confesar: "Sé quién eres, el Santo de Dios.'*
(Marcos 1:24).
JESÚS VIVIÓ LA
LEY A LA VISTA DEL CIELO, de los mundos no caídos y de los hombres pecadores. Delante
de los ángeles, de los hombres y de los demonios, había pronunciado sin que
nadie se las discutiese palabras que, si hubiesen procedido de cualesquiera
otros labios, hubieran sido blasfemia: "Yo,
lo que a él agrada, hago siempre".
El
Hecho De Que, A Pesar De Que No Podían Hallar Pecado En Él, Los Judíos No
Recibían A Cristo Probaba Que No Estaban En Comunión Con Dios. No Reconocían La
Voz De Dios En El Mensaje De Su Hijo. Pensaban Que Estaban Condenando A Cristo;
Pero Al Rechazarlo Estaban Sentenciándose A Sí Mismos. "El Que Es De Dios --Dijo
Jesús,-- Las Palabras De Dios Oye: Por Esto No Las Oís Vosotros, Porque No Sois
De Dios." La lección es verdadera para todos los tiempos.
MUCHOS HOMBRES QUE SE DELEITAN EN SUTILIZAR, CRITICAR y buscar en la Palabra de Dios algo que poner en duda,
piensan que de esa 434 manera están dando muestras de independencia de
pensamiento y agudeza mental. Suponen que están condenando la Biblia, cuando en
verdad se están condenando a sí mismos. Ponen de manifiesto que son incapaces
de apreciar las verdades de origen celestial y de alcance eterno. En presencia
de la gran montaña de la justicia de Dios, su espíritu no siente temor
reverencial. Se ocupan en buscar pajas y motas, con lo cual revelan una
naturaleza estrecha y terrena, un corazón que pierde rápidamente su capacidad
para comprender a Dios.
AQUEL CUYO CORAZÓN HA RESPONDIDO AL TOQUE DIVINO, buscará lo que aumente su conocimiento de Dios, y refine y
eleve su carácter. Como una flor se torna al sol para que sus brillantes rayos
le den bellos colores, así se tornará el alma al Sol de justicia, para que la
luz del cielo embellezca el carácter con las gracias del carácter de Cristo.
JESÚS CONTINUÓ,
PONIENDO DE MANIFIESTO UN PRONUNCIADO CONTRASTE ENTRE LA ACTITUD DE LOS JUDÍOS
Y LA DE ABRAHÁN: "Abraham
vuestro padre se gozó por ver mi día; y lo vio, y se gozó." Abrahán
había deseado mucho ver al Salvador prometido. Elevó la más ferviente oración
porque antes de su muerte pudiera contemplar al Mesías. Y vio a Cristo. Se le
dio una comunicación sobrenatural, y reconoció el carácter divino de Cristo.
Vio su día, y se gozó. Se le dio una visión del sacrificio divino por el
pecado.
Tuvo una ilustración de ese sacrificio en su propia vida.
Recibió la orden: "Toma ahora tu
hijo, tu único, Isaac, a quien amas,... y ofrécelo. . . en holocausto.'*
(Génesis 22:2). Sobre el altar del sacrificio, colocó al hijo de la
promesa, el hijo en el cual se concentraban sus esperanzas. Entonces, mientras
aguardaba junto al altar con el cuchillo levantado para obedecer a Dios, oyó
una voz del cielo que le dijo: "No
extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; que ya conozco que temes
a Dios, pues que no me rehusaste tu hijo, tu único." (Génesis 22:12).
Se le impuso
esta terrible prueba a Abrahán para que pudiera ver el día de Cristo y
comprender el gran amor de Dios hacia el mundo, tan grande que
para levantarlo de la degradación dio a su Hijo unigénito para que sufriera la
muerte más ignominiosa. Abrahán aprendió de Dios la mayor lección que haya sido
dada a los mortales. Su oración porque pudiera ver a Cristo 435 antes de morir
fue contestada. Vio a Cristo; vio todo lo que el mortal puede ver y vivir.
Mediante una entrega completa, pudo comprender esa visión referente a Cristo.
Se le mostró que al dar a
su Hijo unigénito para salvar a los pecadores de la ruina eterna, Dios hacía un
sacrificio mayor y más asombroso que el que jamás pudiera hacer el hombre. La
experiencia de Abrahán contestó la pregunta: "¿Con qué prevendré a Jehová, y adoraré al alto Dios? ¿Vendré ante
él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Agradaráse Jehová de millares de
carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi
rebelión, el fruto de mi vientre por el pecado de mi alma? "* (Miqueas 6:6,7).
En Las Palabras
De Abrahán:
"Dios se proveerá de cordero para
el holocausto, hijo mío,'* (Génesis 22:8). Y en la provisión de Dios de un
sacrificio en lugar de Isaac, se declaró que el hombre no puede hacer expiación
por sí mismo. El sistema pagano de sacrificios era totalmente inaceptable para
Dios. Ningún padre debe ofrecer su hijo o su hija como sacrificio
propiciatorio. Solamente el Hijo de Dios puede cargar con la culpa del mundo.
Por su propio sufrimiento, Abrahán fue capacitado para contemplar la misión de
sacrificio del Salvador.
Pero Los Hijos
De Israel No Podían Entender Lo Que Era Tan Desagradable Para Su Corazón
Orgulloso.
Las palabras de Cristo concernientes a Abrahán no tuvieron para sus oyentes
ningún significado profundo. Los fariseos vieron en ellas sólo un nuevo motivo
para cavilar. Contestaron con desprecio, como si probaran que Jesús debía ser
un loco: "Aun no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?" Con
solemne dignidad Jesús respondió: "
DE CIERTO, DE CIERTO OS DIGO: ANTES QUE ABRAHAM FUESE, YO
SOY." Cayó el silencio sobre la vasta
concurrencia. El nombre de Dios, dado a Moisés para expresar la presencia
eterna había sido reclamado como suyo por este Rabino galileo. Se había
proclamado a sí mismo como el que tenía existencia propia, el que había sido
prometido a Israel, "cuya
procedencia es de antiguo tiempo, desde los días de la eternidad.'* (Miqueas
5:2 V.M.).
OTRA VEZ LOS SACERDOTES Y RABINOS clamaron contra Jesús acusándole de blasfemo. Su pretensión de ser uno con Dios los había incitado antes a quitarle la vida, y pocos meses más 436 tarde declararon lisa y llanamente: "Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; y porque tú, siendo hombre, te haces Dios.'* (Juan 10:33). Porque era y reconocía ser el Hijo de Dios, estaban resueltos a matarlo. Ahora muchos del pueblo, adhiriéndose a los sacerdotes y rabinos, tomaron piedras para arrojárselas. "Más Jesús se encubrió, y salió del templo; y atravesando por medio de ellos, se fue." La Luz estaba brillando en las tinieblas, "más las tinieblas no la comprendieron."* (Juan 1:5).
EL CIEGO DE NACIMIENTO
"Y PASANDO
JESÚS, VIO UN HOMBRE CIEGO DESDE SU NACIMIENTO. Y
preguntáronle sus discípulos, diciendo: Rabbí, ¿quién pecó, éste o sus padres,
para que naciese ciego? Respondió Jesús: ni éste pecó, ni sus padres: más para
que las obras de Dios se manifestasen en él.... Esto dicho, escupió en tierra,
e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo sobre los ojos del ciego, y
díjole: Ve, lávate en el estanque de Siloé (que significa, si lo interpretares,
Enviado). Y fue entonces, y lavóse, y volvió viendo."
SE
CREÍA GENERALMENTE ENTRE LOS JUDÍOS QUE EL PECADO ERA CASTIGADO EN ESTA VIDA. Se
consideraba que cada aflicción era castigo de alguna falta cometida por el
mismo que sufría o por sus padres. Es verdad que todo sufrimiento es resultado
de la transgresión de la ley de Dios, pero esta verdad había sido falseada.
Satanás, el autor del pecado y de todos sus resultados, había inducido a los
hombres a considerar la enfermedad y la muerte como procedentes de Dios, como
un castigo arbitrariamente infligido por causa del pecado. Por lo tanto, aquel
a quien le sobrevenía una gran aflicción o calamidad debía soportar la carga
adicional de ser considerado un gran pecador. Así estaba preparado el camino
para que los judíos rechazaran a Jesús.
El que "llevó. . . nuestras enfermedades, y sufrió
nuestros dolores," iba a ser tenido por los judíos "por azotado, por
herido de Dios y abatido;" y de él escondieron "el rostro."*
Isaías 53:4,3). Dios había dado una lección destinada a prevenir esto. La
historia de Job había mostrado que el sufrimiento es infligido por Satanás,
pero que Dios predomina sobre él con fines de misericordia. Pero Israel no
entendía la lección. Al rechazar a Cristo, los judíos repetían el mismo error
por el cual Dios había reprobado a los amigos de Job. 437
Los discípulos compartían
la creencia de los judíos concerniente a la relación del pecado y el
sufrimiento. Al corregir Jesús el error, no explicó la causa de la aflicción
del hombre, sino que les dijo cuál sería el resultado. Por causa de
ello se manifestarían las obras de Dios. "Entre tanto que estuviere en el
mundo --dijo él,-- luz soy del mundo." Entonces, habiendo untado los ojos
del ciego, lo envió a lavarse en el estanque de Siloé, y el hombre recibió la
vista. Así Jesús contestó la pregunta de los discípulos de una manera práctica,
como respondía él generalmente a las preguntas que se le dirigían nacidas de la
curiosidad.
Los discípulos no estaban
llamados a discutir la cuestión de quién había pecado o no, sino a entender el
poder y la misericordia de Dios al dar vista al ciego. Era evidente
que no había virtud sanadora en el lodo, o en el estanque adonde el ciego fue
enviado a lavarse, sino que la virtud estaba en Cristo.
Los
fariseos no podían menos que quedar atónitos por esta curación.
Sin embargo, se llenaron más que nunca de odio; porque el
milagro había sido hecho en sábado. Los vecinos del joven y los que le habían
conocido ciego dijeron: "¿No es éste el que se sentaba y mendigaba?"
Le miraban con duda; pues sus ojos estaban abiertos, su semblante cambiado y
alegre, y parecía ser otro hombre. La pregunta pasaba de uno a otro. Algunos
decían: "Este es;" otros: "A él se parece." Pero el que
había recibido la gran bendición decidió la cuestión diciendo: "Yo
soy."
Entonces Les
Habló De Jesús y de la manera en que él había sido sanado, y ellos le
preguntaron: "¿Dónde está aquél? Él dijo: No sé."
ENTONCES LE
LLEVARON ANTE EL CONCILIO DE LOS FARISEOS. Nuevamente se le preguntó al
hombre cómo había recibido la vista. "Y él les dijo: Púsome lodo sobre los
ojos, y me lavé, y veo. Entonces unos de los fariseos decían: Este hombre no es
de Dios, que no guarda el sábado." Los fariseos esperaban hacer aparecer a
Jesús como pecador, y que por lo tanto no era el Mesías. No sabían que el que
había sanado al ciego había hecho el sábado y conocía todas sus obligaciones.
Aparentaban tener admirable celo por la observancia del día de reposo, pero en
ese mismo día estaban planeando un homicidio. Sin embargo, al enterarse de este
milagro muchos quedaron muy 438 impresionados y convencidos de que Aquel que
había abierto los ojos del ciego era más que un hombre común. En respuesta al
cargo de que Jesús era pecador porque no guardaba el sábado, dijeron:
"¿Cómo puede un hombre pecador hacer estas señales?"
Los Rabinos
Volvieron A Dirigirse Al Ciego: "¿Tú, qué dices del que te abrió
los ojos? Y él dijo: Que es profeta."
Los Fariseos
Aseguraron Entonces Que No Había Nacido Ciego Ni Recibido La Vista. Llamaron a sus
padres, y les preguntaron, diciendo: ' ¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros
decís que nació ciego?" Allí estaba el hombre mismo declarando que había
sido ciego y que se le había dado la vista; pero los fariseos preferían negar
la evidencia de sus propios sentidos antes que admitir que estaban en el error.
Tan poderoso es el prejuicio, tan torcida es la
justicia farisaica.
A Los Fariseos les quedaba
una esperanza, la de intimidar a los padres del hombre. Con aparente
sinceridad, preguntaron: "¿Cómo, pues, ve ahora?" Los padres temieron
comprometerse, porque se había declarado que cualquiera que reconociese a Jesús
como el Cristo, fuese echado "de la sinagoga;" es decir, excluido de
la sinagoga por treinta días. Durante ese tiempo ningún hijo sería circuncidado
o ningún muerto sería lamentado en el hogar ofensor. La sentencia era
considerada como una gran calamidad; y si no mediaba arrepentimiento, era
seguida por una pena mucho mayor.
La obra realizada en favor de su hijo había convencido a los
padres; sin embargo respondieron: "Sabemos que éste es nuestro hijo, y que
nació ciego: más cómo vea ahora, no sabemos; o quién le haya abierto los ojos,
nosotros no lo sabemos; él tiene edad, preguntadle a él, él hablará de
sí." Así transfirieron toda la responsabilidad a su hijo; porque no se
atrevían a confesar a Cristo.
El dilema en el cual fueron puestos los
fariseos, sus dudas y prejuicios, su incredulidad en los hechos del caso,
fueron revelados a la multitud, especialmente al pueblo común.
Jesús había
realizado frecuentemente sus milagros en plena calle, y sus obras servían
siempre para aliviar el sufrimiento. La pregunta que estaba en muchas mentes
era: ¿Haría Dios esas obras poderosas mediante un impostor como afirmaban los
439 fariseos que era Jesús? La discusión se había vuelto encarnizada por ambas
partes. Los fariseos veían que estaban dando publicidad a la obra hecha por
Jesús. No podían negar el milagro.
El ciego rebosaba gozo y gratitud; contemplaba las
maravillas de la naturaleza y se llenaba de deleite ante la hermosura de la
tierra y del cielo. Relataba libremente su caso y otra vez ellos trataron de
imponerle silencio, diciendo: "Da gloria a Dios: nosotros sabemos que este
hombre es pecador." Es decir: No repitas que este hombre te dio la vista;
es Dios quien lo ha hecho. El ciego respondió: "Si es pecador, no lo sé:
una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo."
Entonces le
preguntaron otra vez: "¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?"
Procuraron confundirlo con muchas palabras, a fin de que él se juzgase
engañado. Satanás y sus ángeles malos estaban de parte de los fariseos, y unían
sus fuerzas y argucias al razonamiento de los hombres a fin de contrarrestar la
influencia de Cristo. Embotaron las convicciones hondamente arraigadas en
muchas mentes. Los ángeles de Dios también estaban presentes para fortalecer al
hombre cuya vista había sido restaurada.
Los
fariseos no comprendían que estaban tratando más que con un hombre inculto que
había nacido ciego; no conocían a Aquel con quien estaban en
controversia. La luz divina brillaba en las cámaras del alma del ciego.
Mientras aquellos hipócritas procuraban hacerle descreído, Dios le ayudó a
demostrar, por el vigor y la agudeza de sus respuestas, que no había de ser
entrampado. Replicó: "Ya os lo he dicho, y no habéis atendido: ¿por qué lo
queréis otra vez oír? ¿queréis también vosotros haceros sus discípulos? Y le
ultrajaron, y dijeron: Tú eres su discípulo; pero nosotros discípulos de Moisés
somos. Nosotros sabemos que a Moisés habló Dios: mas éste no sabemos de dónde
es."
El Señor Jesús conocía la prueba por la cual estaba pasando
el hombre, y le dio gracia y palabras, de modo que llegó a ser un testigo por
Cristo. Respondió a los fariseos con palabras que eran una hiriente censura a
sus preguntas. Aseveraban ser los expositores de las Escrituras y los guías
religiosos de la nación; sin embargo, había allí Uno que hacía milagros, y
ellos 440 confesaban ignorar tanto la fuente de su poder, como su carácter y
pretensiones. "Por cierto, maravillosa cosa es ésta --dijo el hombre,--
que vosotros no sabéis de dónde sea, y a mí me abrió los ojos. Y sabemos que
Dios no oye a los pecadores: más si alguno es temeroso de Dios, y hace su
voluntad, a éste oye. Desde el siglo no fue oído, que abriese alguno los ojos
de uno que nació ciego. Si éste no fuera de Dios, no pudiera hacer nada."
El hombre había
hecho frente a sus inquisidores en su propio terreno. Su
razonamiento era incontestable. Los fariseos estaban atónitos y enmudecieron,
hechizados ante sus palabras penetrantes y resueltas. Durante un breve momento
guardaron silencio. Luego esos ceñudos sacerdotes y rabinos recogieron sus
mantos, como si hubiesen temido contaminarse por el trato con él, sacudieron el
polvo de sus pies, y lanzaron denuncias contra él: "En pecados eres nacido
todo, ¿y tú nos enseñas?" Y le excomulgaron.
JESÚS
SE ENTERÓ DE LO HECHO; Y HALLÁNDOLO POCO DESPUÉS, LE DIJO: "¿Crees tú en el Hijo de Dios?"
Por primera vez el ciego miraba el rostro de Aquel que le sanara. Delante del
concilio había visto a sus padres turbados y perplejos; había mirado los
ceñudos rostros de los rabinos; ahora sus ojos descansaban en el amoroso y
pacífico semblante de Jesús. Antes de eso, a gran costo para él, le había
reconocido como delegado del poder divino; ahora se le concedió una revelación
mayor.
A la pregunta del Salvador: "¿Crees tú en
el Hijo de Dios?" el ciego respondió: "¿Quién es, Señor, para que
crea en él?" Y Jesús dijo: "Y le has visto, y el que habla contigo,
él es." El hombre se arrojó a los pies del Salvador para adorarle. No
solamente había recibido la vista natural, sino que habían sido abiertos los
ojos de su entendimiento. Cristo había sido revelado a su alma, y le recibió
como el Enviado de Dios.
HABÍA UN GRUPO
DE FARISEOS REUNIDO CERCA, y el verlos trajo a la mente de Jesús el contraste que
siempre se manifestaba en el efecto de sus obras y palabras. Dijo: "Yo,
para juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que
ven, sean cegados."
Cristo Había
Venido Para Abrir Los Ojos Ciegos, para dar luz a los que moran en
tinieblas. Había 441 declarado ser la luz del mundo y el milagro que acababa de
realizar era un testimonio de su misión.
El pueblo que contempló al Salvador en su
venida fue favorecido con una manifestación más abundante de la presencia
divina que la que el mundo jamás había gozado antes. El conocimiento de Dios
fue revelado más perfectamente. Pero por esta misma revelación, los hombres
fueron juzgados. Su carácter fue probado, y determinado su destino. La
manifestación del poder divino que le había dado al ciego vista natural tanto
como espiritual, había sumido a los fariseos en tinieblas más profundas.
ALGUNOS DE SUS OYENTES, al sentir que las palabras de Cristo se aplicaban a ellos, preguntaron: "¿Somos nosotros también ciegos?" Jesús respondió: "Si fuerais ciegos, no tuvierais pecado." Si Dios hubiese hecho imposible para vosotros ver la verdad, vuestra ignorancia no implicaría culpa. "Más ahora . . . decís, Vemos." Os creéis capaces de ver, y rechazáis el único medio por el cual podríais recibir la vista. A todos los que percibían su necesidad, Jesús les proporcionaba ayuda infinita. Pero los fariseos no confesaban necesidad alguna; rehusaban venir a Cristo, y por lo tanto fueron dejados en una ceguedad de la cual ellos mismos eran culpables. Jesús dijo: "Vuestro pecado permanece." 442 DTG/EGW
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