(Este capítulo 87. Está basado en San Lucas 24:50-53; Hechos 1:9-12).
HABÍA LLEGADO
EL TIEMPO EN QUE CRISTO HABÍA DE ASCENDER AL TRONO DE SU PADRE. Como
conquistador divino, había de volver con los trofeos de la victoria a los
atrios celestiales. Antes de su muerte, había declarado a su Padre: "He acabado la obra que me diste que
hiciese.'*(Juan 17:4). Después de su resurrección, se demoró por un tiempo
en la tierra, a fin de que sus discípulos pudiesen familiarizarse con él en su
cuerpo resucitado y glorioso. Ahora estaba listo para la despedida. Había
demostrado el hecho de que era un Salvador vivo. Sus discípulos no necesitaban
ya asociarle en sus pensamientos con la tumba. Podían pensar en él como
glorificado delante del universo celestial.
COMO LUGAR DE
SU ASCENSIÓN, Jesús eligió el sitio con tanta frecuencia santificado por
su presencia mientras moraba entre los hombres. Ni el monte de Sión, sitio de
la ciudad de David, ni el monte Moria, sitio del templo, había de ser así
honrado. Allí Cristo había sido burlado y rechazado. Allí las ondas de la
misericordia, que volvían aun con fuerza siempre mayor, habían sido rechazadas
por corazones tan duros como una roca.
DE ALLÍ JESÚS,
CANSADO Y CON CORAZÓN APESADUMBRADO, había salido a hallar descanso en el
monte de las Olivas. La santa shekinah al apartarse del primer templo, había
permanecido sobre la montaña oriental, como si le costase abandonar la ciudad
elegida; así Cristo estuvo sobre el monte de las Olivas, contemplando a
Jerusalén con corazón anhelante. Los huertos y vallecitos de la montaña habían
sido consagrados por sus oraciones y lágrimas. En sus riscos habían repercutido
los triunfantes clamores de la multitud que le proclamaba rey. En su ladera
había hallado un hogar con Lázaro en Betania.
EN EL HUERTO DE
GETSEMANÍ,
que estaba al pie, había orado y agonizado solo. Desde esta montaña había de
ascender al cielo. En su cumbre, se asentarán sus pies cuando vuelva. No como
varón de dolores, sino como glorioso y triunfante rey, estará sobre 770 el
monte de las Olivas mientras que los aleluyas hebreos se mezclen con los
hosannas gentiles, y las voces de la grande hueste de los redimidos hagan resonar
esta aclamación: Coronadle Señor de todos.
AHORA, CON LOS
ONCE DISCÍPULOS, JESÚS SE DIRIGIÓ A LA MONTAÑA. Mientras
pasaban por la puerta de Jerusalén, muchos ojos se fijaron, admirados en este
pequeño grupo conducido por Uno que unas semanas antes había sido condenado y
crucificado por los príncipes. Los discípulos no sabían que era su última
entrevista con su Maestro. Jesús dedicó el tiempo a conversar con ellos,
repitiendo sus instrucciones anteriores. Al acercarse a Getsemaní, se detuvo, a
fin de que pudiesen recordar las lecciones que les había dado la noche de su
gran agonía. Volvió a mirar la vid por medio de la cual había representado la
unión de su iglesia consigo y con el Padre; volvió a repetir las verdades que
había revelado entonces.
En todo su
derredor había recuerdos de su amor no correspondido. Aun los
discípulos que tan caros eran a su corazón, le habían cubierto de oprobio y
abandonado en la hora de su humillación. Cristo había estado en el mundo
durante treinta y tres años; había soportado sus escarnios, insultos y burlas;
había sido rechazado y crucificado. Ahora, cuando estaba por ascender al trono
de su gloria --mientras pasaba revista a la ingratitud del pueblo que había
venido a salvar-- ¿no les retirará su simpatía y amor? ¿No se concentrarán sus
afectos en aquel reino donde se le aprecia y donde los ángeles sin pecado
esperan para cumplir sus órdenes? --No; su promesa a los amados a quienes deja
en la tierra es: "Yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo." (Mateo 28:20).
AL LLEGAR AL
MONTE DE LAS OLIVAS, Jesús condujo al grupo a través de la cumbre, hasta llegar
cerca de Betania. Allí se detuvo y los discípulos le rodearon. Rayos de luz
parecían irradiar de su semblante mientras los miraba con amor. No los
reprendió por sus faltas y fracasos; las últimas palabras que oyeron de los
labios del Señor fueron palabras de la más profunda ternura.
CON LAS MANOS
EXTENDIDAS PARA BENDECIRLOS, como si quisiera asegurarles su
cuidado protector, ascendió lentamente de entre ellos, atraído hacia el cielo
por un poder más fuerte que cualquier atracción terrenal. Y mientras él 771
subía, los discípulos, llenos de reverente asombro y esforzando la vista,
miraban para alcanzar la última vislumbre de su Salvador que ascendía. Una nube
de gloria le ocultó de su vista; y llegaron hasta ellos las palabras: "He
aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo,"
mientras la nube formada por un carro de ángeles le recibía. Al mismo tiempo,
flotaban hasta ellos los más dulces y gozosos acordes del coro celestial.
MIENTRAS LOS
DISCÍPULOS ESTABAN TODAVÍA MIRANDO HACIA ARRIBA, se dirigieron
a ellos unas voces que parecían como la música más melodiosa. Se dieron vuelta,
y vieron a dos ángeles en forma de hombres que les hablaron diciendo:
"Varones Galileos, ¿qué estáis mirando al cielo? este mismo Jesús que ha
sido tomado desde vosotros arriba en el cielo, así vendrá como le habéis visto
ir al cielo."
ESTOS ÁNGELES pertenecían al
grupo que había estado esperando en una nube resplandeciente para escoltar a
Jesús hasta su hogar celestial. Eran los más exaltados de la hueste angélica,
los dos que habían ido a la tumba en ocasión de la resurrección de Cristo y
habían estado con él durante toda su vida en la tierra. Todo el cielo había
esperado con impaciencia el fin de la estada de Jesús en un mundo afligido por
la maldición del pecado. Ahora había llegado el momento en que el universo
celestial iba a recibir a su Rey. ¡Cuánto anhelarían los dos ángeles unirse a
la hueste que daba la bienvenida a Jesús! Pero por simpatía y amor hacia
aquellos a quienes había dejado atrás, se quedaron para consolarlos. "¿No son todos ellos espíritus
ministradores, enviados para hacer servicio a favor de los que han de heredar
la salvación?" (Hebreos 1:14, VM.).
Cristo
Había Ascendido Al Cielo En Forma Humana. Los Discípulos Habían Contemplado La
Nube Que Le Recibió.
EL MISMO JESÚS
QUE HABÍA ANDADO, hablado y orado con ellos; que había quebrado el pan con
ellos; que había estado con ellos en sus barcos sobre el lago; y que ese mismo
día había subido con ellos hasta la cumbre del monte de las Olivas, el mismo
Jesús había ido a participar del trono de su Padre. Y los ángeles les habían
asegurado que este mismo Jesús a quien habían visto subir al cielo, vendría
otra vez como había ascendido.
VENDRÁ "con
las nubes, y todo ojo le verá." "El
mismo Señor con aclamación, 772 con voz de arcángel, y con trompeta de Dios,
descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán." "Cuando
el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él,
entonces se sentará sobre el trono de su gloria."*(Apocalipsis 1:7;
1Tesalonicenses 4:16; Mateo 25:31).
ASÍ SE CUMPLIRÁ
LA PROMESA
que el Señor hizo a sus discípulos: "Y
si me fuere, y os aparejare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo:
para que donde yo estoy, vosotros también estéis.". (Juan 14:3).
Bien podían los discípulos regocijarse en la esperanza
del regreso de su Señor.
CUANDO LOS
DISCÍPULOS VOLVIERON A JERUSALÉN, la gente los miraba con asombro.
Después del enjuiciamiento y la crucifixión de Cristo, se había pensado que se
mostrarían abatidos y avergonzados. Sus enemigos esperaban ver en su rostro una
expresión de pesar y derrota. En vez de eso, había solamente alegría y triunfo.
Sus rostros brillaban con una felicidad que no era terrenal. No lloraban por
sus esperanzas frustradas; sino que estaban llenos de alabanza y agradecimiento
a Dios.
CON REGOCIJO, contaban la
maravillosa historia de la resurrección de Cristo y su ascensión al cielo, y
muchos recibían su testimonio. Los discípulos ya no desconfiaban de lo futuro.
Sabían que Jesús estaba en el cielo, y que sus simpatías seguían
acompañándolos. Sabían que tenían un amigo cerca del trono de Dios, y anhelaban
presentar sus peticiones al Padre en el nombre de Jesús. Con solemne
reverencia, se postraban en oración, repitiendo la garantía: "Todo cuanto pidiereis al Padre en mi
nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre: pedid, y
recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido."*(Juan 16:23,24).
EXTENDÍAN
SIEMPRE MÁS ALTO LA MANO DE LA FE, con el poderoso argumento: "Cristo es el que murió; más aún, el
que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también
intercede por nosotros." (Romanos 8:34).
Y EL DÍA DE PENTECOSTÉS les trajo la plenitud
del gozo con la presencia del Consolador, así como Cristo lo había prometido.
TODO EL
CIELO ESTABA ESPERANDO PARA DAR LA BIENVENIDA AL SALVADOR A LOS ATRIOS CELESTIALES.
Mientras ascendía, iba adelante, y la multitud de cautivos libertados en
ocasión de su resurrección le seguía. La hueste celestial, con aclamaciones de
alabanza y canto celestial, acompañaba al gozoso séquito. 773
AL
ACERCARSE A LA CIUDAD DE DIOS, la escolta de ángeles
demanda: "Alzad, oh puertas,
vuestras cabezas, Y alzaos vosotras, puertas eternas, Y entrará el Rey de
gloria." Gozosamente, los centinelas de guardia responden: "¿Quién es este Rey de gloria?"
Dicen esto, no porque no sepan quién es, sino porque quieren oír la respuesta
de sublime loor: "Jehová el fuerte
y valiente, Jehová el poderoso en batalla. Alzad, oh puertas, vuestras cabezas,
Y alzaos vosotras, puertas eternas, Y entrará el Rey de gloria."
Vuelve a oírse otra vez: "¿Quién es este Rey de gloria?" porque los ángeles no se
cansan nunca de oír ensalzar su nombre. Y los ángeles de la escolta responden: "Jehová de los ejércitos, Él es el Rey
de la gloria." *(Salmos 24:7-10).
ENTONCES LOS PORTALES DE LA CIUDAD DE DIOS SE ABREN DE PAR EN PAR, y la muchedumbre angélica entra por ellos en medio de una explosión de armonía triunfante. Allí está el trono, y en derredor el arco iris de la promesa. Allí están los querubines y los serafines. Los comandantes de las huestes angélicas, los hijos de Dios, los representantes de los mundos que nunca cayeron, están congregados.
El concilio celestial delante del cual Lucifer había acusado a
Dios y a su Hijo, los representantes de aquellos reinos sin pecado, sobre los
cuales Satanás pensaba establecer su dominio, todos están allí para dar la
bienvenida al Redentor.
Sienten impaciencia por celebrar su triunfo y
glorificar a su Rey.
PERO CON UN
ADEMÁN, ÉL LOS DETIENE. Todavía no; no puede ahora recibir la corona de gloria y el
manto real.
ENTRA A LA
PRESENCIA DE SU PADRE. Señala su cabeza herida, su costado traspasado, sus pies
lacerados; alza sus manos que llevan la señal de los clavos. Presenta los
trofeos de su triunfo; ofrece a Dios la gavilla de las primicias, aquellos que
resucitaron con él como representantes de la gran multitud que saldrá de la 774
tumba en ocasión de su segunda venida. Se acerca al Padre ante quien hay
regocijo por un solo pecador que se arrepiente.
Desde Antes Que
Fueran Echados Los Cimientos De La Tierra, el Padre y el Hijo se habían
unido en un pacto para redimir al hombre en caso de que fuese vencido por
Satanás. Habían unido sus manos en un solemne compromiso de que Cristo sería
fiador de la especie humana. Cristo había cumplido este compromiso.
CUANDO SOBRE LA
CRUZ EXCLAMÓ: "Consumado
es," se dirigió al Padre. El pacto había sido llevado plenamente a
cabo. Ahora declara: Padre, consumado es. He hecho tu voluntad, oh Dios mío. He
completado la obra de la redención. Si tu justicia está satisfecha, "aquellos que me has dado, quiero que
donde yo estoy, ellos estén también conmigo." (Juan 19:30; 17:24).
SE
OYE ENTONCES LA VOZ DE DIOS Proclamando Que La Justicia Está Satisfecha. Satanás
Está Vencido. Los Hijos De Cristo, Que Trabajan Y Luchan En La Tierra, Son
"Aceptos En El Amado." (Efesios 1:6). Delante de los ángeles
celestiales y los representantes de los mundos que no cayeron, son declarados
justificados. Donde él esté, allí estará su iglesia.
"La
misericordia y la verdad se encontraron: la justicia y la paz se besaron."
(Salmos 85:10).
LOS BRAZOS DEL PADRE RODEAN A SU HIJO, Y SE DA LA ORDEN: "Adórenlo todos los ángeles de Dios." (Hebreos 1:6). Con gozo inefable, los principados y las potestades reconocen la supremacía del Príncipe de la vida.
La hueste angélica se postra delante de él, mientras que
el alegre clamor llena todos los atrios del cielo: "¡Digno es el Cordero que ha sido inmolado, de recibir el poder, y
la riqueza, y la sabiduría, y la fortaleza, y la honra, y la gloria, y la
bendición!'*(Apocalipsis 5:12 VM.).
LOS CANTOS de triunfo se
mezclan con la música de las arpas angelicales, hasta que el cielo parece
rebosar de gozo y alabanza. El amor ha vencido. Lo que estaba perdido se ha
hallado. El cielo repercute con voces que en armoniosos acentos proclaman: "¡Bendición, y honra y gloria y
dominio al que está sentado sobre el trono, y al Cordero, por los siglos de los
siglos!" (Apocalipsis 5:13).
DESDE AQUELLA
ESCENA DE GOZO CELESTIAL, nos llega a la tierra el eco de las palabras admirables de
Cristo:
"Subo a mi
Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios." (Juan 20:17).
La familia del cielo y la familia de la tierra son una.
Nuestro Señor ascendió 775 para nuestro bien y para nuestro bien vive.
"Por lo cual puede también
salvar eternamente a los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre para
interceder por ellos." (Hebreos 7:25).
(Este capítulo 87. Está basado en
San Lucas 24:50-53; Hechos 1:9-12).
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