Romanos 5. La Doctrina De La Justificación Por La Fe: Los Benditos
Efectos De La Justificación. Vers. 1-11: (1) Justificados por la fe tenemos paz con Dios (2-7) y gozo en nuestra
esperanza, (8-9) pues si fuimos reconciliados con su sangre siendo aún
pecadores, (10-11) mucho más seremos salvados estando reconciliados.
Vers. 12-21. Los Efectos De La Justificación En Contraste Con Los Resultados De La Caída De Adán: (12-16) El pecado y la muerte entraron por Adán; (17-19) pero sobreabundó justicia y la vida mediante Jesucristo. (20-21) Donde abundó el pecado, mucho más sobreabundó la gracia.
1 Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio
de nuestro Señor Jesucristo;
2 por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. 3 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; 4 y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; 5 y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. 6 Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. 7 Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno.
8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. 9 Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre,
por él seremos salvos de la ira.
10 Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. 11 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.
12 Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.
13 Pues antes de la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado. 14 No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán,
el cual es figura del que había de
venir.
15 Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo. 16 Y con el don no sucede como en el caso de aquel uno que pecó; porque ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación.
17 Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y de la justicia. 18 Así que, como la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. 19 Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.
20 Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; más cuando el
pecado abundó, sobreabundó la gracia. 21 para que así como el pecado reinó para
muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante
Jesucristo, Señor nuestro. (Romanos 5).
1. Justificados. O "habiendo sido
justificados". Ver com. cap. 3:20,28; 4:8,25.
Pues. Es decir, en vista de la afirmación del versículo
procedente y de todo el razonamiento y la comprobación de los cap. 1-4. Pablo
ha mostrado claramente que todos los hombres, judíos y gentiles, son pecadores
que están bajo condenación y que necesitan justificación. Ha demostrado que esa
necesidad de justificación no puede alcanzarse en forma legalista por medio de
obras de obediencia (cap. 3:20); pero, tal como se revela en las buenas nuevas
del Evangelio, Dios ha hecho todo lo necesario para cubrir la necesidad del
hombre.
Como un don gratuito de su
gracia, Dios ofrece a todos perdón completo y reconciliación mediante la fe de
Jesucristo, quien ha vivido, muerto y resucitado para la redención del hombre
caído. Luego de establecer la doctrina de la justificación, Pablo procede ahora
a explicar algunos de los beneficios que reciben los que han compartido esa
experiencia salvadora.
Tenemos paz. La evidencia textual (cf. p. 10) se inclina por el
texto de la RVR, aunque en algunos MSS aparece con subjuntivo, "tengamos
paz". No se trata tanto de que los que han sido justificados deban buscar
la paz, sino que pueden estar seguros de que al haber sido justificados han
recibido la paz, y ya la poseen.
Sin embargo, hay una forma de traducir esta frase para que sea posible aceptar la variante "tengamos paz", dándole una interpretación apropiada con el contexto.
La flexión
verbal que se traduce "tengamos paz" permite la traducción
"prosigamos teniendo paz", con el significado de "disfrutemos de
la paz que tenemos" o "disfrutemos de paz"; "mantengamos la
paz" (BC).
Si Pablo hubiese querido decir
"alcancemos paz", la flexión del verbo griego sería diferente. Aparece
en esa forma diferente en Mat. 21:38, en donde se traduce "apoderémonos de
su heredad". Como la justificación en su sentido más pleno implica
reconciliación y paz, Pablo dice aquí: "Puesto que hemos sido justificados
por la fe, retengamos [o "disfrutemos de"] la paz que ahora
poseemos".
Pero si se prefiere la variante
"tenemos paz", el significado no es en esencia diferente. El énfasis
recae en la bendición de la paz que se deriva de la experiencia de ser
perdonado y puesto en armonía con Dios por medio de la fe en Jesucristo.
La verdadera religión con frecuencia es presentada en la Biblia como un estado de paz (Isa. 32:17; Hech. 10:36; Rom. 8:6; 14:17; Gál. 5:22). Con frecuencia Pablo llama a Dios "Dios de paz" (Rom. 15:33; 1 Tes. 5:23; Heb. 13:20; cf. 2 Cor. 13:11; 2 Tes. 3:16).
Se describe a los pecadores como enemigos de Dios (Rom. 5:10; cf.
cap. 8:7; Juan 15:18,24; 17:14; Sant. 4:4), y para éstos no hay paz, tranquilidad
ni seguridad (Isa. 57:20).
Pero el efecto de haber recibido
la justificación por la fe es proporcionar paz al alma del pecador antes
atormentada y enajenada. Antes de la justificación, el pecador vive en un
estado de enemistad contra Dios, como lo demuestra su rebelión contra la
autoridad de Dios y la transgresión a sus leyes. Pero después de que se ha
reconciliado, está en paz con Dios. Antes, mientras se sentía culpable por
causa de sus pecados, en su conciencia sólo había temor y desasosiego; pero
después de que sus pecados son perdonados alberga paz en el corazón, pues
comprende que ha sido eliminada toda su culpabilidad.
Cuando Pablo relaciona la paz con la justificación por la fe, hace aún más claro que la justificación no es sólo un ajuste legal de cuentas del pecador con Dios (ver com. Rom. 3:20,28; 4:25). Recibir únicamente el perdón no necesariamente proporciona paz.
El que ha sido
perdonado por un crimen quizá sienta gratitud hacia su benefactor, pero al
mismo tiempo tal vez esté tan lleno de vergüenza y turbación que no desea la
compañía del que lo ha perdonado. Está perdonado, pero quizá le sea difícil
sentirse mejor que un criminal que ha cumplido su condena; se ha desvanecido su
respeto propio y tiene muy poca motivación para vivir una vida de rectitud.
Si la justificación no
significara más que perdón, estaría, sin duda, contra el plan de Dios para
nuestra restauración. La única forma
como la imagen divina puede ser restaurada en el hombre caído, es por medio de
una confiada y amante comunión con Cristo por la fe. Por lo tanto, Dios no sólo
perdona, también reconcilia; nos pone en armonía con él. Cuando nos imputa o
atribuye la justicia de su Hijo que cubre nuestro pasado pecaminoso, nos trata
como si nunca hubiésemos pecado (ver com. cap. 4:8). Nos invita a disfrutar de
una comunión con Jesús que nos inspira valor para el futuro y nos proporciona
un ejemplo para que lo imitemos en nuestra vida.
Esta comprensión de la
justificación por la fe muestra qué son la conversión y el nuevo nacimiento en
la vida del pecador arrepentido. No sería posible que el hombre caído
disfrutara de una nueva relación de paz espiritual, a la cual le da derecho y
entrada la justificación, si no fuera por el cambio milagroso efectuado por el
renacimiento espiritual (Juan 3:3; 1 Cor. 2:14). De modo que cuando Dios
justifica al pecador que se ha convertido, también crea un corazón limpio y
renueva un espíritu recto dentro de él (Sal. 51:10). En cuanto a la relación
entre la conversión, el nuevo nacimiento y la justificación, ver PVGM 127; CS
523-524; CC 52-53.
2. Por quien. O "mediante quien".
Tenemos. Literalmente, "hemos tenido". En griego
no sólo se indica haber obtenido acceso a ese privilegio, sino además una
continua posesión de él. Hemos tenido acceso desde la primera vez que nos
hicimos cristianos, y lo tendremos mientras permanezcamos siendo cristianos.
Entrada. Gr. prosagÇg'.
Sólo Pablo usa esta palabra en el NT, y únicamente aparece en este pasaje
y en Efe. 2:18; 3:12. Aquí puede entenderse en el sentido de poder entrar, no
como nuestro acto de llegar hasta Dios sino como el hecho de que Cristo nos ha
llevado hasta él. El mismo pensamiento se expresa en forma similar en 1 Ped. 3:18:
"También Cristo padeció una vez por los pecados, el justo por los
injustos, para llevarnos[proságÇ] a Dios". La idea que se insinúa es la de
la cámara de audiencias de un rey a la cual no pueden entrar los súbditos
solos, sino que deben ser acompañados por alguien con autoridad. En este caso, Jesús es Aquel que nos
acompaña. Nosotros solos no podemos entrar en la cámara de audiencias de Dios,
pues nuestros pecados se han interpuesto entre nosotros y él, y nos separan de
Dios (Isa. 59:2).
Pero Cristo, en virtud de su
sacrificio, puede llevarnos de nuevo hasta Dios e introducirnos en el glorioso
estado de la gracia y del favor en que ahora estamos (ver Heb. 10:19).
Por medio de Cristo nos allegamos
por primera vez a Dios, y este privilegio se hace permanente mediante Cristo. Este
acceso a Dios, este poder llegar hasta su divina presencia, debe ser considerado
como un privilegio eterno. No somos llevados hasta Dios sólo para tener una
entrevista con él, sino para permanecer con él.
Por la fe. La evidencia textual se inclina por (cf. p. 10) la
inclusión de estas palabras, sin embargo faltan en varios MSS. Pero ya fuera
que Pablo mencionara la fe en este versículo o no, es obvio que podemos tener
acceso a la gracia sólo por la fe en Aquel mediante el cual es posible la
gracia.
Esta gracia. Es decir, esta condición de reconciliación con Dios
y de haber sido aceptados por él (ver com. cap. 3:24).
Estamos firmes. Cf. 1 Ped. 5:12. El estado de
justificación implica seguridad y confianza.
Nos gloriamos. Gr. kaujáomai, que se traduce como "glorias" (cap. 2:17) y "gloriamos" (cap. 5:3). En contraste con toda falsa jactancia, el creyente se regocija en la esperanza de la gloria de Dios. Los judíos se jactaban de sus propias obras (cap. 2:17); pero el cristiano se goza en lo que Dios está haciendo.
La verdadera religión
con frecuencia se describe en la Biblia como la fuente de ese gozo y esa
satisfacción (Isa. 12:3; 52:9; 61:3,7; 65:14,18; Juan 16:22,24; Hech. 13:52;
Rom. 14:17; Gál. 5:22; 1 Ped. 1:8).
En griego también podría
traducirse como "nos regocijamos" o "regocijémonos". Compárese con "tenemos" o
"tengamos" (com. Rom. 5:1). Aquí, como en el vers. 1,
"tengamos" significa "continuemos teniendo"; de modo que
"regocijémonos" significaría aquí "continuemos
regocijándonos". De acuerdo con
esta variante, Pablo exhortaba a los creyentes justificados a que siguieran
disfrutando de paz con Dios y continuaran regocijándose en la esperanza de la
gloria de Dios.
La gozosa y triunfante confianza
de la fe de Pablo contrasta con la doctrina de aquellos que creen que la
"fe" equivale necesariamente a estar siempre en un estado de
angustiosa expectativa e incertidumbre acerca de la justificación. Dios desea que sepamos si hemos sido
aceptados, de modo que de verdad tengamos la paz que proviene de una experiencia
tal (vers. 1; cap. 8:1). Juan también nos dice que podemos saber que hemos pasado
de muerte a vida (1 Juan 3:14). La fe no significa simplemente creer que Dios puede
perdonarnos y restaurarnos; significa creer que, mediante Cristo, Dios nos ha
perdonado y ha creado un nuevo corazón dentro de nosotros.
Por supuesto, esto no significa
que una vez que hemos sido justificados queda garantizada nuestra salvación
futura, y que no hay necesidad de que experimentemos continuamente la fe y la
obediencia. Es importante que se
distinga entre la seguridad de un estado presente de la gracia y la seguridad
de la redención futura (ver PVGM 119-120).
Lo primero está implícito en el
significado de la fe verdadera la aceptación personal de Cristo y todos sus
beneficios; lo segundo es algo propio de la esperanza, y debe estar acompañado
de una constante vigilancia. Aunque tengamos el gozo y la paz de la
justificación, es necesario que con diligencia asegurarnos nuestra vocación y
elección (2 Ped. 1:10).
La posibilidad de un fracaso era
un poderoso estímulo a la fidelidad y a la santidad aun en la vida del apóstol
Pablo. El practicaba una estricta disciplina propia, no fuera que habiendo
predicado a otros, él mismo fuera rechazado (1 Cor. 9:27). Cada cristiano que
ahora está firme en la gracia y que se goza en la esperanza de la gloria de
Dios, debe también estar alerta para no caer (1 Cor. 10:12).
En la esperanza. O "en razón de la
esperanza".
La gloria de Dios. Ver com. cap. 3:23.
3. No sólo esto. Pablo explica ahora como el plan
divino de la justificación por la fe proporciona paz y gozo no sólo en tiempos
de prosperidad sino también en tiempos de angustias y pruebas. La esperanza de
la gloria futura y el paciente sufrimiento de las dificultades actuales van
juntos. Jesús lo destacó cuando dijo: "Estas cosas os he hablado para que
en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido
al mundo" (Juan 16:33).
Gloriamos. Ver com. vers. 2: "nos gloriamos".
En las tribulaciones. El Gr. thlípsis significa
"presión", "aplastamiento", "opresión", y se ha
traducido de diversas formas, como "congojas",
"aflicciones". A los cristianos primitivos se los instaba a que soportaran
diferentes formas de persecuciones y sufrimientos. El apóstol no podía prometer
a los creyentes que estarían exentos de sufrimientos; pero les explicó cómo la
fe cristiana puede aprovechar las tribulaciones para la perfección del
carácter.
Pablo informó a los discípulos de Listra "que a través de muchas tribulaciones" entrarían "en el reino de Dios" (Hech. 14:22). Los apóstoles se regocijaban "de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta" (Hech. 5:41).
Pedro escribió que
los cristianos no debían sorprenderse "del fuego de prueba", sino regocijarse
(1 Ped. 4:12-13). Y Jesús dijo: "Bienaventurados los que padecen
persecución por causa de la justicia" (Mat. 5:10; cf. Rom. 8:17,28,35; 2
Tim. 2:12).
Sin embargo, los cristianos no
deben convertirse en fanáticos que se gloríen en el sufrimiento por el
sufrimiento mismo; pero sí regocijarse en las aflicciones porque consideran que
es un honor sufrir por Cristo, porque comprenden que es una ocasión para
testificar del poder de Jesús que los sostiene y los libera, porque saben que
el sufrimiento debidamente soportado (ver Heb. 12:11) se convierte en un medio
de su propia santificación y preparación, y también para ser útiles aquí y en
el más allá. La última de estas razones es la que Pablo destaca especialmente
en este contexto. Ver 3T 416.
Sabiendo. Pablo podía decirlo con certeza, pues quizá ningún
otro cristiano ha sufrido más que él por divulgar el Evangelio (ver 2 Cor. 11:23-27). Sabía por experiencia personal que "la
tribulación produce paciencia".
Produce. Gr. katergázomai, "lograr",
"realizar", "producir". Este verbo se traduce como "ocupaos" en Fil. 2:12.
Paciencia. Gr. hupomon'. "Paciencia" puede sugerir
sólo una resistencia pasiva ante el mal, la tranquila sumisión del alma que se
resigna a sufrir. Pero hupomon' significa más que esto; equivale también a una
virtud activa, una valiente perseverancia y persistencia que no puede ser
conmovida por temor al mal o al peligro. Una traducción más apropiada sería
"perseverancia" o "resistencia".
El verbo del cual se deriva este
sustantivo aparece con frecuencia en el NT, y por lo general se traduce como
"perseverar", "soportar" (Mat. 10:22; 24:13; Mar. 13:13; 1
Cor. 13:7; 2 Tim. 2:10; Heb. 10:32; 12:2,7; Sant. 1:12; 5:11).
En el hombre natural o que no ha
nacido de nuevo del Espíritu Santo, la tribulación, la demora y la oposición
producen con frecuencia sólo impaciencia, e inclusive el abandono de la buena causa
que ha abrazado (Mat. 13:21); pero en los que son espirituales y por lo tanto
están bajo la influencia del Espíritu de amor, la aflicción y la prueba
producen una paciencia más perfecta y una resistencia a toda prueba (1 Cor. 13:7).
El ejemplo supremo de fortaleza
cristiana en las aflicciones fue dado por Jesús durante las últimas horas antes
de su muerte. En medio de toda la terrible crueldad y los maltratos, se
comportó con majestuoso dominio propio (ver DTG 657, 679, 682-685, 693). El
cristiano que anhela ser como Cristo se regocijará en las pruebas y los
sufrimientos que Dios permita que le sobrevengan, cualesquiera sean, porque
sabe que a través de esas vicisitudes puede adquirir más de la paciencia divina
de Cristo para poder soportar hasta el fin.
4. Prueba. Gr. dokim', que deriva de un verbo que significa "probar" o "aprobar". En el NT sólo Pablo usa esta palabra. En otros pasajes se ha traducido como "prueba" (2Cor. 2:9; 8:2; 13:3), "méritos" (Fil. 2:22), "experiencia" (2 Cor. 9:13). Puede referirse al proceso de ser "probado" o al resultado de la prueba, "la condición del que es aprobado". Este último significado parece ser el más apropiado en este contexto, pues el método de la prueba ya ha sido mencionado en las tribulaciones".
La traducción más literal sería "virtud probada"
o "virtud aprobada". Las pruebas y las aflicciones que son soportadas
pacientemente demuestran que la religión y el carácter de una persona son
genuinos.
Esperanza. Cuando las pruebas de la tribulación se soportan con paciencia, la fe del cristiano se confirma y purifica, y se engendra una esperanza cada vez más confiada. Lo que en primer lugar fortalece al creyente para soportar las pruebas es su esperanza inicial de compartir la gloria de Dios (vers. 2); y a medida que continúa soportando, va obteniendo una seguridad firme y tranquila. La esperanza y la fe crecen a medida que son probadas y ejercitadas. Por ejemplo, la fe en Cristo que ya existía en los discípulos fue confirmada y aumentada por el milagro que Jesús hizo en Caná (Juan 2:11).
La
experiencia de Job ilustra la forma en que una severa disciplina del carácter
puede fortalecer la fe y la esperanza de un creyente sincero (ver com. Job 40;
42).
5. No avergüenza. Gr. kataisjúnÇ, "causar
oprobio", "deshonrar", "avergonzar". Compárese con el uso que se le da en 2 Cor.
7:14; 9:4. La esperanza cristiana nunca causa oprobio ni deshonra. Pablo puede
haber tenido en cuenta el pasaje de Sal. 22:5: "Confiaron en ti, y no
fueron avergonzados". Esta no es una esperanza común y corriente, que con
frecuencia es frustrada, sino la esperanza que se basa en la seguridad de la
justificación y es sostenida por la presencia del Espíritu Santo en el corazón
(Rom. 8:16). Esta esperanza nunca defrauda ni avergüenza.
El amor de Dios. Puede entenderse o como el amor
de Dios por nosotros, o nuestro amor por Dios. Los versículos siguientes
parecen indicar que es el amor de Dios por nosotros, el cual Dios ha revelado
en Cristo. La esperanza del cristiano no se basa en nada que haya en el
creyente, sino en la seguridad del inmutable amor de Dios para él. Esta
certidumbre del amor de Dios nos induce a su vez a amar al Señor (1 Juan 4:19)
y a nuestros prójimos (vers. 7), y esta experiencia de amor fortalece la
confianza y la esperanza para el futuro. El amor de Dios para nosotros es la
base de nuestra seguridad de que la esperanza no nos causará la vergüenza de
ser defraudados.
Ha sido derramado. La dádiva de las bendiciones espirituales con frecuencia se describe como un "derramamiento". "Mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos" (Isa. 44:3; cf. Joel 2:28-29; Juan 7:38-39; Hech. 2:17-18, 33; 10:45; Tito 3:5-6). Esta figura era especialmente significativa en los países del Cercano Oriente debido al calor y a la frecuente escasez de agua. "Derramado" también puede sugerir la riqueza y la abundancia del amor de Dios y de sus bendiciones. Corazones. Ver com. cap. 1:21.
El Espíritu Santo. Esta es la primera vez que Pablo
menciona en esta epístola al Espíritu Santo, de cuya presencia y actividad en
la vida cristiana tiene más que decir posteriormente (ver especialmente el cap.
8). El Espíritu Santo derrama amor en nuestro corazón testificando de Jesús
(Juan 15:26; 16:14), y cuando contemplamos la gloria, la perfección y el amor
de Jesús, somos transformados a su imagen bajo la influencia del Espíritu (2
Cor. 3:18).
Que nos fue dado. O "quien fue dado".
Pablo puede estarse refiriendo especialmente al don concedido en Pentecostés
(Hech. 2:1-4, 16-17), pero además también al caso especial de cada creyente
(ver Hech. 8:15; 19:2; 2 Cor. 1:22; 5:5; Gál. 4:6; Efe. 1:13; 4:30). El
Espíritu Santo es presentado como viviendo en nosotros (1 Cor. 3:16; 6:19).
6. Porque Cristo, cuando. Pablo prosigue con su
demostración de que la esperanza del cristiano, basada en el amor de Dios, no
puede fallar. Describe la inmensa grandeza de ese amor, tal como se reveló en
el hecho de que Cristo murió por nosotros cuando aún estábamos desvalidos y
éramos impíos.
Débiles. "Sin fuerzas" (BJ). Pablo está hablando
de la condición de impotencia explicada en los capítulos precedentes. La
palabra que aquí se usa con frecuencia se aplica en griego a los que están
enfermos y débiles (Mat. 25:39; Luc. 10:9; Hech. 5:15). En Hech. 4:9 se ha
traducido como "enfermo", descripción muy adecuada de la condición
del pecador antes de aceptar la gracia salvadora y el poder de Dios. La
referencia de Pablo a la impotencia y a la debilidad del pecador no regenerado
contrasta con su descripción del creyente justificado, que ahora se regocija
mientras se fortalece en esperanza, en paciencia, en carácter y en la seguridad
del amor de Dios.
A su tiempo. O "a su debido tiempo". En esencia, esta
frase es semejante a "el cumplimiento del tiempo" (Gál. 4:4; cf. Mar.
1:15). Durante miles de años se había permitido que el intento de lograr la
justificación por medio de las obras siguiera su curso. Pero los más fanáticos
legalistas judíos y los más destacados intelectuales griegos y romanos no
habían podido idear ninguna fórmula que pudiera curar los males del mundo,
salvando a los hombres del pecado y de la muerte. Por el contrario, el pecado y
la degradación habían llevado a los hombres hasta su máxima profundidad cuando
Jesús vino a esta tierra.
En muchos casos los hombres y las
mujeres se habían entregado completamente al dominio de Satanás, y el mismo
sello de los demonios estaba impreso en sus semblantes. De esa manera se había
demostrado ante el universo que la humanidad apartada de Dios nunca podría ser
restaurada. Y a menos que el Creador impartiera algún nuevo elemento de vida y
de poder, no había esperanza para la salvación del hombre (ver DTG 26-28). Este
momento decisivo fue cuando Cristo vino a morir por los impíos.
Este también fue el "tiempo
señalado", porque era el tiempo predicho por el profeta Daniel en que
moriría el Mesías (Dan. 9:24-27; cf. Juan 13:1; 17:1).
También era el tiempo
"debido" porque las condiciones del mundo habían preparado el corazón
de muchos para que recibieran con alegría las buenas nuevas del Evangelio. Por
todo el mundo había hombres y mujeres que se habían cansado del ritual
interminable y vacío de la religión legalista, y anhelaban ser liberados del
pecado y de su poder.
Además, por voluntad de la divina
providencia el mundo estaba unido bajo un solo gobierno, predominaba un idioma:
el griego, y el pueblo judío se había esparcido entre las naciones, lo que
hacía posible una rápida difusión de las nuevas de la salvación.
Cristo vino y murió cuando el
mundo tenía la mayor necesidad de él, en el tiempo predicho y cuando su
sacrificio podía cumplir mejor su propósito de revelar la justicia y el amor de
Dios para la salvación del hombre caído. Ver com. Gál. 4:4.
Por los impíos. "Por" o "en favor
de" o "para provecho de impíos". En cuanto al significado del
término "impíos", ver com. cap. 4:5. Pablo no sugiere que Cristo
murió por "los impíos" como una clase diferente de "los piadosos",
sino por todos como impíos. En el texto griego no se usa el artículo. Cristo murió
por nosotros, los impíos. Si pretendemos que no nos contamos entre los impíos,
nos excluimos de los beneficios de la expiación de Cristo, como lo hicieron los
judíos (ver Luc. 5:31; 1 Juan 1:10).
7. Apenas. Gr. mólis, "con dificultad",
"difícilmente", "apenas". El propósito de los vers. 7 y 8
es ilustrar la grandeza del amor de Dios comparándolo con lo máximo que los
hombres podrían estar dispuestos a hacer. Es muy difícil, diríamos casi
imposible, que entre los hombres haya uno que esté dispuesto a dar su vida aun
por una persona justa; pero lo maravilloso del amor de Cristo por nosotros fue
que estuvo dispuesto a morir por los impíos pecadores.
El bueno. Según algunos comentadores, Pablo establece aquí
una distinción entre "justo" y "bueno", aunque tal
distinción no es nítida. Según parece, generalmente se acepta que el
"justo" es aquel que es estrictamente recto e inocente, y fiel en
cumplir todos los deberes que se le piden; y que el "bueno" no es
solamente recto, sino además amable y generoso, y siempre bien dispuesto a
hacer favores a otros.
Por lo tanto, Pablo está diciendo
que aunque uno difícilmente estaría dispuesto a morir por una persona correcta
y estrictamente justa, y que por lo mismo impone respeto, sí podría
posiblemente estar dispuesto a dar la vida por una persona noble y generosa
-aunque no estrictamente justa- que inspira amor y afecto.
"Nadie tiene mayor amor que
éste, que uno ponga su vida por sus amigos" (Juan 15:13). Pero Pablo
destaca que esto es lo máximo que se puede esperar del amor humano. Es
remotamente posible que alguien estuviera dispuesto a sacrificarse por un amigo
a quien ama de verdad, que es muy bueno y muy bondadoso. Pero el amor de Dios
por sus hijos descarriados es tan grande, que Jesús murió por nosotros cuando
éramos impíos y enemigos rebeldes.
8. Muestra. Gr. suníst'mi, que también podría traducirse como
"establecer", "probar" (ver com. cap. 3: 5). "Dios
probó su amor hacia nosotros" (NC).
De modo que el pasaje podría traducirse: "Dios da una prueba de su
amor para con nosotros". Este verbo también tiene el significado de
"recomendar" (ver Rom. 16:1; 2 Cor. 4:2). La muerte de Cristo por los
pecadores no sólo demuestra o prueba que el amor de Dios es una realidad, sino que
también coloca ese amor ante nosotros en toda su grandeza y perfección.
La flexión del verbo indica que
Dios continúa probando y realzando su amor por nosotros. El sacrificio de
Cristo permanece como la demostración máxima de ese amor. Jesús murió una vez
por todos, pero en los resultados permanentes de su muerte tenemos una prueba
constante del amor de Dios por cada uno de nosotros.
Su amor. Literalmente "su propio amor". El amor
del Padre fue manifestado en la muerte de Cristo. Este hecho vital debe ser
reconocido para poder comprender correctamente la expiación (ver com. cap.
3:25). Cristo no murió para apaciguar a su Padre o para inducirlo a que nos
ame. El amor divino fue el que concibió en el principio el plan de la expiación
y de la salvación, y el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo han colaborado en
perfecta armonía para efectuarlo (Juan 3:16; 10:30; 14:16,26; 15:26; 17:11,
22-23; Rom. 3:24; 8:32; Efe. 2:4-7; 2 Tes. 2:16; 1 Juan 4:10).
A algunos les resulta difícil conciliar este concepto del eterno amor de Dios con la ira divina que se menciona frecuentemente. Pero la ira divina es el antagonismo de Dios contra el pecado, lo que finalmente resultará en su erradicación completa del universo. Mientras los hombres elijan permanecer bajo el dominio del pecado, estarán bajo la ira de Dios (ver com. Rom. 1:18).
Su amor por los pecadores fue lo que indujo a
Dios a dar a su Hijo para que muriera, y él se dio a sí mismo en ese sacrificio
expiatorio (2 Cor. 5:19).
Aún pecadores. En el hombre no había nada que mereciera el amor de
Dios. El hipotético hombre "bueno" del vers. 7 era benévolo, amable e
inspiraba afecto. Pero el amor de Dios para con nosotros no fue una respuesta a
amor alguno que hubiéramos tenido por él, pues éramos sus enemigos. "En
esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él
nos amó a nosotros" (1 Juan 4:10).
Por. Gr. hupér, que puede entenderse "a causa
de", "en lugar de". Pablo no dice únicamente que Cristo murió
"en lugar de nosotros", como "propiciación" (cap. 3:25),
"ofrenda y sacrificio" por nosotros (Efe. 5:2) y "rescate por
todos" (1 Tim. 2:6). Si la muerte de Cristo hubiera sido involuntario
habría sido suficiente para decir que murió "en lugar de nosotros";
pero Pablo también afirma que Cristo murió "por nosotros" a causa de
nosotros. Como nuestro Paladín, Amigo y Hermano, deliberada y voluntariamente
dio su vida por causa de nosotros, porque nos amaba (Efe. 5:2).
Mediante este sacrificio se
convirtió en
nuestro Representante, pues cuando "uno murió por todos, luego todos
murieron" (2 Cor. 5:14). De modo que es correcto decir que Cristo murió
"en lugar de nosotros" y "a causa de nosotros", y la
sencilla preposición "por" resulta adecuada para enlazar ambas ideas.
9. Pues mucho más. Si Cristo murió por nosotros
siendo aún pecadores, es seguro que nos salvará ahora que estamos justificados.
Si su amor fue tan grande que dio su vida por sus enemigos, ciertamente salvará
a sus amigos de la ira (vers. 10).
En su sangre. Es decir, por su muerte, la dádiva de su vida perfecta en el sacrificio expiatorio (ver com. cap. 3:25). Pablo habla aquí de la justificación como efectuada "por su sangre" en vez de ser "por la fe", debido a que está considerando la justificación desde el punto de vista de Dios. Nuestra fe no añade nada a la dádiva de Dios, sólo la acepta. El precio infinito que fue pagado por nuestra redención no sólo revela el maravilloso amor de Dios, sino también cómo valora Dios al ser humano.
El
razonamiento de Pablo es que si Dios nos ama tanto que estuvo dispuesto a pagar
un precio infinito por nuestra justificación, con seguridad guardará lo que ha
sido comprado a tan elevado precio.
De la ira. Es decir, de la ira venidera de Dios (ver 1 Tes.
1:10; com. Rom. 1:18; 2:5).
10. Enemigos. Pablo repite y magnifica el argumento del vers. 9.
Reconciliados. Gr. katallássÇ.
Esta palabra significa primeramente "intercambiar", y por lo
tanto se refiere a un cambio en la relación de dos partes hostiles que conciertan
un arreglo pacífico. Podría indicar tanto el fin de una enemistad mutua como el
de una enemistad unilateral, y el contexto debe determinar a qué se refiere. El
pecado ha separado al hombre de Dios, y el corazón humano está en guerra con
los principios de la ley de Dios (cap. 1:18 a 3:20; 8:7); sin embargo, Dios dio
a su Hijo para que el hombre de tendencias pecaminosas y rebelde pudiera ser
reconciliado (Juan 3:16).
En ningún lugar de la Biblia se
presenta a Dios como reconciliándose con el hombre por estar enemistado con él.
Más bien tomó la iniciativa para reconciliar al mundo consigo (2 Cor. 5:18-19).
La muerte de Cristo hizo posible que Dios hiciera por el hombre lo que no
podría haber hecho de otra manera (ver com. Rom. 3:25-26). Al llevar el castigo
de las transgresiones, Cristo abrió un camino por el cual el hombre pudiera ser
restaurado al labor de Dios y volver a su hogar edénico (ver PP 55). Si no
hubiera sido por el sacrificio de Cristo, todos los hombres habrían cosechado
los resultados inevitables del pecado y de la rebelión al ser finalmente
destruirlos por la ira de Dios (Rom. 2:5; 3:5; 5:9; 1 Tes. 1:10).
Esto no significa que Dios
necesitaba ser reconciliado; era el hombre quien se había alejado de su Hacedor
y enemistado con él (Col. 1:21). Dios es quien en su gran amor inicia la reconciliación.
"Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo" (2 Cor. 5:19; cf. Efe. 2:16; Col. 1:20). Aunque Dios odia
profundamente el pecado, su amor por los pecadores es aún más profundo. No escatimó nada, por costoso que fuera, para
que se efectuara la reconciliación (ver DTG 39). Cristo no murió para ganar el
amor de Dios para el hombre, sino para que el hombre pudiera volver a Dios (ver
com. Rom. 5:8).
El plan de Dios y los medios que
ha provisto para la reconciliación del hombre en realidad fueron concebidos en
la eternidad pasada, antes de que el hombre pecara (Apoc. 13:8; cf. PP 48; DTG
773-774). De este modo, anticipando el sacrificio expiatorio, fue posible que
la fe de Abrahán le fuera contada por justicia (Rom. 4:3), y que el patriarca
fuera considerado amigo de Dios (Sant. 2:23) mucho antes de que en realidad
Cristo muriera en la cruz.
El argumento de Pablo en esta
primera parte de Rom. 5 es que como tenemos una evidencia tan abrumadora del
ilimitado amor de Dios, aun para los pecadores separados de él, es
completamente seguro el fundamento que tenemos sobre el cual basar nuestra paz,
nuestro gozo y nuestra esperanza en la salvación final.
La referencia en este versículo a
la reconciliación, paralela con la justificación del vers. 9, confirma
nuevamente la idea de que la justificación no es sólo perdón sino también la
renovación de una relación de amor (ver com. cap. 3:20,28; 4:25; 5:1).
Muerte. Lo mismo que la "sangre" del vers. 9, por
la cual fue alcanzada la justificación.
Por su vida. Literalmente "en su vida". Podía
entenderse como una referencia a que somos salvados por una unión personal con
el Salvador viviente, quien vive siempre para interceder por nosotros (Heb.
7:25; cf. Rom. 4:25). Jesús dijo: "Porque yo vivo, vosotros también
viviréis" (Juan 14:19; cf. Rom. 8:11; Gál. 2:20). Si la muerte de Cristo
tenía tanto poder salvífico como para efectuar nuestra reconciliación, cuánto
más poder tendrá su vida de resucitado para hacer que nuestra salvación llegue
a su gozoso cumplimiento.
11. No sólo esto. Pablo menciona otro de los
resultados de la justificación por la fe. Ya ha dicho que nos regocijamos en
las tribulaciones y en la esperanza de la gloria de Dios (vers. 2-3). Ahora
añade que "también nos gloriamos en Dios".
Gloriamos. Gr. kaujáomai (ver com. vers. 23).
En Dios. No tenemos en nosotros mismos nada de qué gloriarnos
(cap. 3:27; 4:2), pero sí una gran razón para que nos gloriemos en Dios,
especialmente en vista de su amor salvador (Jer. 9:23-24; Rom. 5:5-10; 1 Cor.
1:31; 2 Cor. 10:17).
El cristiano se regocija en la
bondad de Dios y en el hecho de que el universo está bajo el dominio de Dios.
El pecador se opone a Dios y no halla placer en él. O le tiene miedo a Dios, o
lo odia. Una evidencia de que estamos verdaderamente convertidos y
reconciliados con Dios, es que nos regocijamos en él y hallamos placer en
contemplar sus perfecciones como se revelan en la Biblia.
Por el Señor nuestro. Los escritores del NT destacan
continuamente la mediación de Cristo en todos los actos y experiencias de la
vida cristiana. Nos regocijamos en Dios por Jesucristo, quien nos ha revelado
el verdadero carácter de su Padre y nos ha reconciliado con él.
Reconciliación. Pablo no se está refiriendo al
medio por el cual se efectúa la reconciliación (Rom. 3:25), sino al hecho de la
reconciliación (cap. 5:10).
12. Por tanto. El pasaje que aquí comienza ha sido considerado por
muchos como el más difícil del NT, o acaso de toda la Biblia; pero la
dificultad parece consistir principalmente en que se ha tratado de usarlo para
propósitos que no son los de Pablo. La principal meta del apóstol parece haber
sido destacar los abarcantes resultados de la obra de Cristo, comparando y
contrastando las consecuencias de su acto de justificación con el efecto del pecado
de Adán.
"Por tanto" quizá sea
una referencia retrospectiva a la descripción de los vers. 1-11, de la obra
salvadora de Cristo que reconcilia y justifica al pecador extendiéndole la
esperanza de la salvación final.
Pecado. Pablo comienza una personificación del pecado:
"entró en el mundo", "reinó para muerte" (vers. 21),
produce la muerte (cap. 7:13), tiene dominio sobre nosotros (cap. 6:14), genera
toda suerte de concupiscencias (cap. 7:8), engaña y da muerte al pecador (cap.
7: 11).
Compárese cap. 5:12-13, 20-21 con
vers. 15-18. Debido a la "desobediencia" de Adán el principio del
"pecado" entró en el mundo. El "pecado" a su vez se
convirtió en la fructífera raíz de innumerables "desobediencias". En
toda esta sección se hace una distinción entre "pecado" como el
principio y esencia de la impiedad (ver com. 1 Juan 3:4), y el acto concreto
del pecado, o sea la "desobediencia". Pablo usa en Rom. cap. 5 tres diferentes palabras para describir el mal
que se opone a la voluntad de Dios: hamártema (vers. 12-13, 20-2l); paráptoma
(15-18, 20); y parakoé (vers. 19).
La primera siempre se traduce
"pecado" en la RVR; la segunda, "transgresión", y la
tercera, "desobediencia"; pero la BJ la traduce "delito"
(vers. 19). En otros cap. Pablo utiliza también hamártema, que significa un
pecado específico, y no el pecado en general (Rom. 3:25). También usa el
sustantivo anomía, "lo que está fuera de la ley" o
"ilegalidad", que se traduce "iniquidad" (Rom. 4:7; 6:19; 2
Tes. 2:7), pero que la BJ traduce "impiedad" y "maldad". En 2 Cor. 6:14 anomía ha sido traducida en la
RVR como "injusticia".
Entró en el mundo. Pablo representa al pecado como
un intruso que viene de afuera y entra en el ámbito de la humanidad. El término
"mundo" se usa con frecuencia para referirse a la raza humana (Rom.
3:19; 11:15; cf. Juan 3:16-17). Pablo no se ocupa del origen del mal. El primer
hombre violó la ley de Dios y en esa forma se introdujo el pecado entre los
hombres.
Por un hombre. Con estas palabras Pablo continúa la comparación
entre los efectos de pecado de Adán y los de la redención de Cristo, pero
presenta sólo la primera parte de la comparación. Después de exponerlo e su
manera característica, se detiene para tratar algunos problemas implicados en
lo que ya ha dicho. Esta digresión corresponde con los vers. 13 a 17; sin
embargo, Pablo parece retomar su argumento principal en el vers 15.
Si Pablo hubiese completado la
comparación, hubiera sido más o menos así: "Como el pecado entró en el
mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos
los hombres por cuanto todos pecaron; así también por un hombre, Jesucristo, la
justificación entró en el mundo, y la vida por medio de la justificación, de
modo que, siendo todos justificados por la fe, pudieran ser salvos". Philip Schaff ha observado acertadamente:
"El apóstol podría haber evitado a los comentadores muchísimas
dificultades si, de acuerdo con las reglas usuales de la composición, primero
hubiera presentado la comparación en pleno, y después hubiera expuesto las
explicaciones y las distinciones. Pero en las Escrituras esas dificultades
gramaticales por lo general son superadas por una investigación más profunda y
una aclaración del sentido" (Nota editorial en el Commentary de Lange,
com. Rom. 5:12).
Los puntos principales de
comparación que Pablo destaca en este pasaje son: que así como el pecado y la
muerte -como un principio y un poder- derivaron de Adán y pasaron a toda la
raza humana, así también la justificación y la vida -como un principio y un poder
que contrarresta y vence al pecado y al mal- derivaron de Cristo para toda la
humanidad; y que así como la muerte había pasado a todos los hombres que
participaron del pecado de Adán, así también la vida ha pasado a todos los que
participan de la justicia de Cristo. Sin embargo, este paralelismo no es
perfecto, pues la participación en el pecado de Adán es general, mientras que
la participación en la justicia de Cristo se limita a los creyentes. Todos los
hombres son pecadores, y aunque la justicia de Cristo es igualmente universal
en poder y propósito, no todos son creyentes. Además, lo que Cristo ha ganado
supera a lo que perdió Adán (ver DTG 16).
Por el pecado la muerte. Antes de que entrara el pecado,
Dios había advertido a Adán que la muerte sería el resultado del pecado (Gén.
2:17); y después de que entró el pecado, Dios pronunció la sentencia:
"Polvo eres, y al polvo volverás" (Gén. 3:19).
La Biblia habla de tres muertes:
(1) La muerte espiritual (Efe. 2:1; 1 Juan 3:14); (2) la muerte transitoria, o
sea la "primera muerte" que Jesús describe como un "sueño"
(Juan 11:11-14; Apoc. 2:10; 12:11); y (3) la muerte eterna, o sea "la
segunda muerte" (Mat. 10:28; Sant. 5:20; Apoc. 2:11; 20:6,14; 21:8). Se ha
discutido mucho en cuanto a la clase de muerte que sobrevino por el pecado de
Adán, y especialmente en cuanto a la clase de muerte que ha pasado a su
posteridad (ver el com. de "la muerte pasó"). Gran parte de esta
dificultad se debe a que por lo general se ha tergiversado el concepto que se tiene
de la naturaleza de la muerte.
Sin embargo, Pablo no parece
preocuparse de esos problemas en este contexto, sino que sólo destaca el hecho
histórico de que "el pecado entró en el mundo" por medio de Adán, y
la muerte fue su consecuencia. Antes de la transgresión de Adán no había pecado
ni muerte en este mundo; ambos se presentaron después. Por lo tanto, la
transgresión de Adán fue la causa del pecado y de la muerte.
El contraste importante radica entre la muerte como resultado del pecado de Adán, y la vida como resultado de la justicia de Cristo. El argumento de Pablo es que la dádiva de la vida y los beneficios que logró Cristo, son mucho mayores que los efectos del pecado de Adán.
La nota tónica de este pasaje es: "sobreabundó la gracia" (Rom.
5:20).
La muerte pasó. Gr. diérjomai,
"atravesar", "recorrer", "penetrar". La oración
podría traducirse: "La muerte se extendió a todos los hombres". El
verbo sugiere que la muerte se abrió paso hasta cada miembro de la familia
humana.
A todos los hombres. Equivale a la frase previa
"en el mundo", pero difiere de ella, ya que las partes concretas son
diferentes de un todo abstracto. "Pasó" (ver com. "la muerte
pasó") tiene un matiz diferente del término "entró", así como ir
de casa en casa es diferente de entrar en una ciudad.
Esta declaración de que la pena
de muerte pronunciada sobre Adán ha pasado a todos los hombres, demuestra que
la sentencia contra Adán (Gén. 2:17) no se refería a la "segunda
muerte" (ver com. "por el pecado la muerte"; CS 599).
La segunda muerte no puede
transmitiese a otros, pues sobrevendrá como resultado del juicio final, acerca
del cual se afirma claramente: "Fueron juzgados cada uno según sus
obras" (Apoc. 20:12-13). El juicio final de Dios y la sentencia final de
muerte eterna se basan en la responsabilidad personal e individual (Rom. 2:6).
Todos los hombres descienden, sin
excepción, a la sepultura, y en este respecto todos comparten el castigo de la
transgresión de Adán. El derecho a la vida se perdió debido a la
transgresión. Adán no podía transmitir a
su posteridad lo que ya no poseía (ver CS 588). En este sentido "en Adán
todos mueren" (1 Cor. 15:22).
Si no hubiera sido por el plan de
salvación, el resultado del pecado de Adán habría sido la muerte eterna; pero
mediante las estipulaciones de este plan, todos los miembros de la familia de
Adán sean buenos o malos serán sacados de sus tumbas (Hech. 24:15; cf. 1 Cor.
15:22).
En ese tiempo todos verán y reconocerán claramente que los que se pierdan eternamente sufrirán sólo por causa de sus propios pecados. No podrán culpar a Adán por su destino. Los que "hicieron lo bueno", que por fe aceptaron la justicia de Cristo y la hicieron suya, saldrán "a resurrección de vida" (Juan 5:29).
"La
segunda muerte no tiene potestad sobre éstos" (Apoc. 20:6). Pero "los
que hicieron lo malo", los que han rechazado la justificación en Cristo y
no han alcanzado el perdón por medio del arrepentimiento y la fe, saldrán para
"resurrección de condenación" (Juan 5:29). Recibirán el castigo de la
transgresión, "la paga" final "del pecado" (Rom. 6:23):
"la muerte segunda" (ver CS 599).
Por cuanto. Gr. ef´ ho. Estas palabras, que se han traducido de
diferentes maneras, han dado motivo a muchas controversias teológicas; sin
embargo, parece claro que su significado es sencillamente "por lo
cual", "pues que" (RVA). En el griego clásico esta expresión por
lo general significaba "con la condición de que", pero no coincide
con la forma en que se la usa en el NT Compárese su empleo en 2 Cor. 5:4; Fil.
3:12; 4:10.
Todos pecaron. La flexión del verbo es la misma del cap. 3:23. El
principal propósito de Pablo no es destacar el hecho de que todos los hombres
individualmente "pecaron" y que por esa razón la muerte es la suerte
de todos (ver com. cap. 5:13). Una interpretación tal no corresponde con el
contexto, pues en el vers. 14 Pablo añade que hasta los días de Moisés los
hombres "no pecaron a la manera de la transgresión de Adán".
Cuando Adán y Eva se rebelaron
contra Dios, no sólo perdieron su derecho al árbol de la vida -lo que resultó
inevitablemente en su muerte y en la transmisión de ésta a sus descendientes-,
sino que por causa del pecado también se depravó su naturaleza, con lo cual
disminuyó su resistencia al mal (ver PP 45).
De esa manera Adán y Eva transmitieron a su posteridad la tendencia al pecado y el sometimiento a su castigo: la muerte. Por su transgresión el pecado se introdujo como un poder infeccioso en la naturaleza humana antagónica a Dios, y esa infección ha continuado desde entonces.
Debido a esa infección de la naturaleza humana, que
se remonta al pecado de Adán, los hombres deben nacer nuevamente (ver com. cap.
3:23; 5:1).
En cuanto a la transmisión de una
naturaleza pecaminosa de padre a hijo, debiera tenerse en cuenta lo siguiente:
"Es inevitable que los hijos sufran las consecuencias de la maldad de sus
padres, pero no son castigados por la culpa de sus padres a menos que
participen de los pecados de ellos. Sin embargo, generalmente los hijos siguen
los pasos de sus padres. Por la herencia y por el ejemplo los hijos llegan a
ser participantes de los pecados de sus progenitores. Las malas inclinaciones,
el apetito pervertido, la moralidad depravada, además de las enfermedades y la
degeneración física, se transmiten como un legado de padres a hijos hasta la
tercera y cuarta generación" (PP 313-314).
13. Antes de la ley. Literalmente "hasta
ley", "hasta la ley" (BJ) (ver com. cap. 2:12); es decir,
durante el período entre Adán y Moisés (cap. 5:14). Aunque en este contexto
"ley" claramente se refiere a la ley que Dios dio en el tiempo de
Moisés, se omite el artículo. Todos están igualmente sometidos a la muerte. Pablo
trata de demostrar que además de la culpabilidad individual por los pecados
personales, hay algo más en acción: el resultado y el efecto de la caída de
Adán. Todos sus descendientes comparten los efectos de esa caída, porque la
muerte y la tendencia al pecado son males que se heredan.
Había pecado en el mundo. Pablo enuncia una verdad que sus
lectores no refutarán.
Inculpa. Gr. ellogéo, palabra diferente de la que se tradujo
como "cuenta", "imputa", "atribuye" (ver com.
cap. 4:4-6; etc.). En el NT sólo aparece aquí y en File. 18, y significa
"poner a la cuenta de uno". Su significado se puede ver en los
papiros, cuando dos mujeres escriben a su mayordomo: "Carga a nuestra
cuenta todo lo que gastes en el cultivo de la propiedad".
Pablo no quiere decir que los
gentiles, que no tenían la ley escrita, estaban sin pecado. Ya ha advertido que
todos, judíos y gentiles, "pecaron, y están destituidos de la gloria de
Dios" (Rom. 3:23) porque "todos pecaron" (cap. 5:12). De modo
que los gentiles no estaban sin pecado. Estaban obligados a obedecer la ley
hasta donde les había sido revelada (ver com. cap. 1:20; 2:14-15). El pecado,
que había estado en el mundo desde la transgresión original de Adán, puede
definirse como una falta de conformidad con la voluntad de Dios, ya sea en
hechos, inclinaciones o naturaleza.
El pensamiento de Pablo en este
pasaje es que ya sea que los hombres hayan tenido o no un conocimiento
explícito de la voluntad de Dios (cap. 5:14), "todos pecaron" y están
sometidos a la herencia de muerte (cf. vers. 12). La transgresión de Adán,
aunque fue sólo un acto, ocasionó que el pecado como un principio y un poder
entrara en el mundo. Aun cuando no haya transgresiones personales, como en el
caso de los niñitos, los seres humanos están sujetos a la muerte. Pablo pone de
relieve la universalidad del pecado y de la muerte, de modo que, por contraste,
pueda realzar la universalidad de la gracia.
14. Reinó la muerte. Pablo personifica a la muerte así
como antes personificó al pecado (ver com. vers. 12). Destaca el reinado
universal de la muerte como evidencia del arrollador efecto del pecado de Adán.
Y esa tiranía de la muerte habría sido eterna si no hubiera sido por el
Evangelio.
A la manera de la transgresión. Es decir, en la misma forma en
que pecó Adán: en contra de una orden expresa. Aunque los hombres sólo tenían
un imperfecto conocimiento de la voluntad de Dios, tal como les era revelado
por la naturaleza y la conciencia (cap. 1:20; ver com. cap. 2:15), en cierta medida
eran culpables (Mat. 10:15); pero descontando los posibles grados de
culpabilidad individual, la muerte reinaba igualmente sobre todos. Hasta los
niñitos estaban bajo su dominio.
Figura. Gr. túpos, "tipo", palabra que aparece
varias veces en el NT, pero ha sido traducida de diferentes maneras:
"forma" (Rom. 6:17), "señal" (Juan 20:25),
"modelo" (Hech. 7:44), "términos" (Hech. 23:25),
"ejemplo" (Fil. 3:17), "figura" (Heb. 8:5). Básicamente
significa la impresión hecha mediante un molde. Por eso ha llegado a significar
"copia", "figura", también "modelo",
"ejemplo".
Pablo no se ocupa de todas las
posibles implicaciones de lo que ha dicho, sino que sencillamente enfoca su
atención en lo principal, a saber, que los efectos del pecado de Adán se han
transmitido a todos los hombres. El principio y el poder del pecado y de la
muerte se han propagado a todos los descendientes de Adán. Debido a que lo que
éste hizo afectó a toda la raza humana, es un símbolo de Aquel cuya vida justa
ha dado como resultado la transmisión del principio y el poder de la
justificación y la vida para todos los que nacen nuevamente y se incorporan a
su familia (Juan 1:12-13).
Había de venir. Compárese con "el que había
de venir" de Mat. 11: 3; Luc. 7:19. Adán era un símbolo de Cristo porque
ambos eran representantes de toda la familia humana. Adán era el representante
y el autor de la humanidad caída; Cristo el representante y autor de la
humanidad restaurada. Por eso Cristo es llamado "el postrer Adán" (1
Cor. 15:45), "el segundo hombre" (vers. 47; cf. CS 705). Sin embargo,
no sólo hay un parecido sino también una gran diferencia entre la obra de los
dos Adanes, como Pablo sigue explicando.
15. El don. Gr. járisma, vocablo derivado de járis, "gracia"
(ver com. cap. 3:24), que significa "acto de gracia", "don de
gracia". Járisma se usa para los dones sobrenaturales que son dados por el
Espíritu Santo (1 Cor. 12:4,31). Pablo está estableciendo su primer contraste
entre el efecto del pecado de Adán y el de la obra de Cristo. No hay
comparación entre la caída que aparta de la justicia y el don de la gracia.
Transgresión. Gr. paráptÇma. Literalmente, "resbalón",
"paso en falso", "desatino". Es una palabra apropiada para
describir la forma en que Adán se apartó de la rectitud.
De aquel uno. Literalmente "del uno", es decir de Adán. Los muchos. Equivale a "todos", como se ve por la frase "todos los hombres" del vers. 18.
Abundaron. Gr. perisséuÇ, "sobrar",
"abundar". Ver el uso de este verbo en Rom. 3:7; 1 Cor. 14:12; 2 Cor.
1:5; etc.
Para los muchos. Cristo murió por toda la raza
humana (2 Cor. 5:14-15; Heb. 2:9; 1Juan 2:2). El ofrecimiento de la salvación
es para todos los hombres (Mat. 11:28-29; Mar. 16:15; Juan 7:37; Apoc. 22:17).
Así se ha dispuesto lo necesario para hacer frente a todos los males causados
por la caída de Adán. Esta salvación es tan abarcante en su aplicación, como lo
fue la desgracia ocasionada por el pecado.
Sin embargo, este don de la
justificación no tiene validez a menos que sea aceptado por la fe (Juan 3:16),
y no todos los hombres eligen creer. Aunque es amplísimo lo que se ha dispuesto
para la salvación de todos, son comparativamente pocos los que aceptan la
gracia ofrecida (Mat. 22:14). No hay límites para el don en sí, pero de la
voluntad humana depende el aceptarlo.
La gracia. Ver com. cap. 3:24. Para Pablo la gracia de Dios no
sólo es su favor inmerecido, sino también el poder salvador de su amor mediante
Jesucristo.
Don. Se define en el vers. 17 como "don de la
justicia".
De un hombre. Gr. "de un hombre", es decir, de Cristo.
16. De aquel uno que pecó. Literalmente "y no como por
uno que pecó". Pablo dice que no hay comparación entre "el don"
de Cristo y los resultados del pecado de Adán.
Juicio. Gr. kríma, "decisión",
"sentencia". El pecado de Adán resultó en una sentencia condenatoria.
A causa de un solo pecado. "La sentencia partiendo de
uno solo" (BJ). El griego permite entender "de un hombre solo",
refiriéndose a "aquel uno que pecó"; o podría referirse a "un
solo pecado", en vista del paralelismo con "muchas
transgresiones". En ambos casos es claro el pensamiento de Pablo.
Condenación. Adán había recibido una orden específica: "No
comerás"; y junto con la orden había un castigo: "El día que de él
comieres, ciertamente morirás" (Gén. 2:17). Por lo tanto, su pecado fue
una clara transgresión de una ley, y fue inmediatamente "inculpado" o
tenido en cuenta su pecado (ver com. Rom. 5:13). Sobre él recayó la sentencia
condenatoria con toda justicia. Pero la sentencia pronunciada sobre el primer
hombre se ha extendido en sus efectos sobre todos sus descendientes.
El don. "Don gratuito" (VM). "Obra de la
gracia" (BJ). Gr. járisma, "don, o dádiva que se concede como un
favor o por gracia". Deriva de
jaris, "gracia" (ver com. cap. 3:24). Este don gratuito es definido
como "el don de la justicia" (cap. 5:17). En la RVR aparece dos veces
la palabra "don" en este versículo. En el primer caso corresponde con
el vocablo drama (traducido como "don" tanto en la BJ como en la VM);
en el segundo caso, se trata de járisma ("don gratuito" en la VM y
"obra de la gracia" en la BJ).
De muchas transgresiones. La transgresión de Adán fue
seguida por muchas otras suyas y de sus descendientes, y cada una merece
condenación; pero cada una dio motivo para que se revelara la gracia inmerecida
de Dios y su perdón, y de ese modo el don gratuito "vino a causa de muchas
transgresiones para justificación", para los que aceptan esa dádiva.
Justificación. Gr. dikáiÇma, generalmente "acto de
justicia", "requerimiento", "decreto" (ver com. cap.
2:26); sin embargo, Pablo parece emplear aquí dikáiÇma por dikáiÇsis, "justificación"
(ver com. cap. 4:25). La prosodia del idioma griego podría ser una razón para
que aquí se emplee dikáiÇma. Las palabras griegas traducidas "don",
"juicio", "condenación", "don gratuito" (VM),
"transgresiones", terminan todas en ma. Sería razonable que Pablo hubiera
usado dikáiÇma como un recurso literario.
17. Reinó la muerte. Ver com. vers. 14.
Mucho más. El contraste en este versículo está entre
transgresión y gracia, muerte y vida, Adán y Cristo.
Reinarán. Pablo menciona dos veces el reinado de la muerte, y
ahora lo contrasta con el reinado de la vida. La Biblia presenta con frecuencia
a los santos reinando en el más allá: "Si sufrimos, también reinaremos con
él" (2 Tim. 2:12; cf. Luc. 22:30; Apoc. 3:21; 20:6; 22:5). El plan de
redención restaura todo lo que se perdió por el pecado. Cuando la tierra sea
renovada y se convierta en el hogar eterno de los redimidos, se cumplirá
plenamente el propósito original de Dios para la creación del mundo (ver CS
732); se recuperará el dominio que perdió el hombre (ve PR 502, 503). "Los
justos heredarán la tierra y vivirán para siempre sobre ella" (Sal 37:29).
En vida por uno solo. Estas palabras está can la
posición que ocupa Cristo como el mediador en la obra de la redención del
hombre. Mediante su muerte es justificado el creyente, y mediante su unión con
él, el cristiano recibe, a partir de este momento ese poder vitalizador y
santificador que transforma su vida y le asegura la vida eterna venidera.
Reciben. La justicia es una dádiva de Dios y ya sea imputada
en la justificación o impartida en la santificación, debe ser recibida por medio
de la fe en Jesucristo. Sólo los que estén dispuestos a reconocer su propia
impotencia y necesidad, y que con toda humildad y gratitud acepten la
justificación como una dádiva, reinarán en vida.
18. Así que. Gr. ára oun, "así pues" (BJ), "así,
pues" (BC), "por consiguiente" (NC), lo que indica la conclusión
del razonamiento. Las mismas palabras griegas se repiten en los cap. 7:3, 25;
8:12. Pablo resume las comparaciones y los contrastes de los versículos
precedentes.
La transgresión de uno. O "por uno,
transgresión". Igualmente: "por uno, justicia".
Vino la condenación. El texto griego no tiene verbo
aquí. Se ha suplido el verbo "vino" dos veces en este versículo. La
construcción griega de este versículo es extremadamente concisa para destacar
paralelismo y contraste. Podría traducirse: "Como por uno, transgresión a
todos los hombres para condenación, así también por uno, justicia a todos los
hombres para justificación".
Justicia. Gr. dikáiÇma, la misma palabra que se traduce como
"justificación" en el vers. 16 (ver comentario respectivo). Sin
embargo, aquí probablemente tiene el significado de "obra de
justicia" (BJ) y tal vez equivalga a la "obediencia" mencionada
en el vers. 19. La vida perfecta de Jesús, su obediencia hasta la muerte (Fil.
2:8), proporcionó la justificación de todos los que recurren a Jesús con fe
(ver com. Rom. 4:8).
Justificación de vida. Quizá con el significado de
justificación que como resultado da vida. Compárese con "así también la
gracia reine por la justicia para vida eterna" (vers. 21).
19. Desobediencia. Gr.
parako', literalmente "oír mal". Aparece sólo tres veces en el NT (2
Cor. 10:6; Heb. 2:2). El verbo "desobedecer" (parakóuÇ) está en Mat.
18:17, y se ha traducido como "si no oyere". El descuido implícito en
esta palabra podría referirse al primer paso en la caída de Adán.
Fueron constituidos. Gr. kathíst'mi. En Tito 1: 5
kathíst'mi se usa en el sentido de "establecer", es decir, poner en
un cargo u oficio. Este es el sentido en que generalmente se emplea en el NT
(Mat. 24:45; Hech. 6:3; 7:10; Heb. 5:1). El sentido básico es el de
oponer" o "colocar", y se usa en el griego clásico con el
significado de "traer a", como en el caso de un barco que es traído a
tierra, o una persona que conduce a otra a algún lugar. Este es su significado
en Hech. 17:15.
También se traduce como
"establecer", "imponer", o "formar".
El paralelismo sugiere que los
hombres fueron constituidos pecadores por la transgresión de Adán, en una forma
similar a aquella por la cual son constituidos justos por la obediencia de
Cristo. Puesto que el énfasis en este contexto es la justificación y no la
santificación (Rom. 5:16,18), el objetivo principal de Pablo parece ser el de
enseñar que los hombres son constituidos justos mediante los resultados del
acto redentor de Cristo, sin tener en cuenta sus esfuerzos personales (ver com.
cap. 3:28). Así también, como resultado de la desobediencia de Adán se
constituyeron en pecadores (ver com. cap. 5:12-14).
Sin embargo, este pensamiento no
puede ser separado del hecho de que así como la desobediencia de Adán dio como
resultado que sus descendientes vivieran vidas de transgresión (vers. 16), así
también la obediencia a Cristo produce vidas de obediencia en todos los que
viven unidos con él por la fe. Este es el énfasis de Pablo en el cap. 6.
Obediencia. Gr. hupako'. La
idea de esta palabra es "sumisión a lo que se oye". Hay un contraste
entre este vocablo y parakoé, que corresponde a "desobediencia",
"oír mal", o "rehusar oír" (ver el comentario de "desobediencia").
En cuanto a la obediencia de Cristo, ver com. vers. 18.
20. La ley. Ley, sin artículo (ver com. cap. 2:12; 5:13). Es
claro que Pablo está pensando en el tiempo de Moisés como la ocasión cuando
entró "ley" (cf. cap. 5:13-14). Las leyes de Dios para la conducción
de su pueblo fueron dadas formalmente en el Sinaí, aunque la ley moral -los
Diez Mandamientos-, fue escrita en el corazón de Adán en la creación.
Se introdujo. Gr. pareisérjomai, "entrar al lado". En
el NT esta palabra sólo reaparece en Gál. 2:4, en donde se ha traducido como
"introducidos a escondidas" (RVR), "solapadamente se
infiltraron" (BJ).
Abundase. Este no era el propósito principal de la ley, la
que debía revelar la norma de justicia; pero debido a las tendencias humanas al
mal, heredadas y cultivadas, lo que hizo la ley fue en realidad, multiplicar la
transgresión. La ley tuvo este efecto porque prohibió ciertos actos pecaminosos
que hasta ese tiempo no habían sido reconocidos como delito. Pero cuando la ley
fue promulgada, el continuar en esos actos se convirtió en transgresión
premeditada. Como la ley es espiritual y santa, y prohíbe complacencias
pecaminosas, inevitablemente despierta oposición en los corazones rebeldes, y
se convierte en un instrumento que aguijonea el pecado al multiplicar o hacer
conocer las transgresiones. Si el corazón del hombre fuera santo y estuviera
dispuesto a hacer lo correcto, la ley no tendría este resultado.
Sobreabundó. Gr. huperperisseúÇ, palabra con la que corresponde
muy exactamente el verbo "sobreabundar". Este verbo aparece sólo aquí
y en 2 Cor. 7:4. "Abundase" y "abundó", que están antes en
el vers. 20, son traducciones del Gr. pleonázÇ, "ser muchos",
"multiplicar". Dios permitió el pecado, y también que abundara y
entonces predominó sobre esa situación con un supermaravilloso despliegue de la
gloria divina y de su gracia, para que los beneficios de la redención superaran
infinitamente a los males de la rebelión.
21. Para muerte. Gr. "en la muerte"
(BJ), pues la muerte es, a no dudarlo, la esfera o dominio dentro del cual el
pecado ejerce su soberanía (cf. vers. 14,17). El pecado reina sobre un reino de
muerte.
La gracia reine. La gracia (ver com. cap. 3:24) es
personificada como ya lo fueron el pecado (ver com. cap. 5:12) y la muerte (ver
com. vers. 14).
Justicia. Es decir, la justicia de Cristo que se imputa o
atribuye en la justificación y se imparte en la santificación (ver com. cap.
3:31; 4:8).
Mediante Jesucristo. Pablo comenzó este capítulo
describiendo el gozo y la seguridad que se posesionan del creyente que ha
aceptado la justificación por la fe en Jesucristo. Este lo indujo a hablar de
la grandeza del amor y de la gracia de Dios que hacen posible un plan tan generoso
para salvar a indignos pecadores. Después, para magnificar el amor hacia Dios
como la base de la esperanza del cristiano y de su confianza, Pablo prosigue
contrastando la sobreabundancia y el poder de la gracia salvadora de Dios
mediante Jesucristo, con la pecaminosidad y la degeneración del hombre,
resultados de la gran apostasía del hombre. (6CBA).
COMENTARIOS DE EGW
1-21 TM 91. EL MENSAJE DE
LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE
El Señor en su gran misericordia
envió un muy precioso mensaje a su pueblo por medio de los pastores Waggoner y
Jones. Este mensaje había de presentar
en forma más prominente al mundo al Salvador levantado, el sacrificio por los
pecados del mundo entero. Presentaba la
justificación por la fe en el Garante [Cristo]; invitaba al pueblo a recibir la
justicia de Cristo, que se manifiesta en la obediencia a todos los mandamientos
de Dios. Muchos habían perdido de vista
a Jesús. Necesitaban dirigir sus ojos a
su divina persona, a sus méritos, a su amor inalterable por la familia humana.
Todo el poder es colocado en sus manos, y él puede dispensar ricos dones a los
hombres, impartiendo el inapreciable don de su propia justicia al desvalido
agente humano. Este es el mensaje que
Dios ordenó que fuera dado al mundo. Es
el mensaje del tercer ángel, que ha de ser proclamado en alta voz, y acompañado
por el derramamiento de su Espíritu en gran medida.
El Salvador resucitado ha de
aparecer en su obra eficaz como el Cordero inmolado, sentado en el trono, para
dispensar las inapreciables bendiciones del pacto, los beneficios que él murió
para comprar en favor de toda alma que creyere en él. Juan no podía expresar aquel amor en palabras;
era demasiado profundo, demasiado ancho; hace un llamamiento a la familia
humana para que lo contemple. Cristo
está intercediendo por la iglesia en los atrios celestiales, abogando en favor
de aquellos por quienes pagó el precio de la redención con su propia
sangre. Los siglos y las edades nunca
pueden aminorar la eficacia 90 de este sacrificio expiatorio. El mensaje del Evangelio de su gracia había
de ser dado a la iglesia con contornos claros y distintos, para que el mundo no
siguiera afirmando que los adventistas del séptimo día hablan de la ley, pero
no enseñan acerca de Cristo, o creen en él.
La eficacia de la sangre de
Cristo había de ser presentada a los hombres con frescura y poder, a fin de que
la fe de ellos pudiera echar mano de sus méritos. Así como el sumo pontífice asperjaba la
sangre caliente sobre el propiciatorio, mientras la fragante nube de incienso
ascendía delante de Dios, de la misma manera, mientras confesamos nuestros
pecados, e invocamos la eficacia de la sangre expiatoria de Cristo, nuestras
oraciones han de ascender al cielo, fragantes con los méritos del carácter de
nuestro Salvador. A pesar de nuestra
indignidad, siempre hemos de tener en cuenta que hay Uno que puede quitar el
pecado, y salvar al pecador. Todo pecado
reconocido delante de Dios con un corazón contrito, él lo quitará. Esta fe es la vida de la iglesia. Como la serpiente fue levantada por Moisés en
el desierto, y se pedía a todos los que habían sido mordidos por las serpientes
ardientes que miraran y vivieran, también el Hijo del hombre debía ser
levantado, para que "todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna".
A menos que haga de la
contemplación del Salvador la gran ocupación de su vida, y por la fe acepte los
méritos que tiene el privilegio de reclamar, el pecador no puede ser salvado
más de lo que Pedro podía caminar sobre
las aguas si no mantenía sus ojos fijos permanentemente en Jesús. En este tiempo ha sido el propósito
determinado de Satanás el de eclipsar la visión de Jesús, e inducir a los
hombres a mirar al hombre, a confiar en el hombre, y ser educados para esperar
ayuda del hombre. Durante siglos la
iglesia ha estado mirando al hombre, y esperando 91 mucho del hombre, pero no
mirando a Jesús, en el cual están centradas nuestras esperanzas de vida eterna.
Por lo tanto, Dios dio a su siervo un testimonio que presentaba con contornos
claros y distintos, la verdad como es en Jesús, que es el mensaje del tercer
ángel. El pueblo de Dios ha de hacer
resonar las Palabras de Juan, según las cuales todos pueden discernir la luz y
andar en la luz: "El que de arriba viene, sobre todos es: el que es de la
tierra, terreno es, y cosas terrenas habla: el que viene del cielo, sobre todos
es. Y lo que vio y oyó, esto testifica:
y nadie recibe su testimonio. El que
recibe su testimonio, éste signó que Dios es verdadero. Porque el que Dios envió, las palabras de
Dios habla: porque no da Dios el Espíritu por medida. El Padre ama al Hijo, y todas las cosas dio
en su mano. El que cree en el Hijo,
tiene vida eterna; mas el que es incrédulo
al Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él".
Este es el testimonio que debe
circular por toda la longitud y la anchura del mundo. Presenta la ley y el Evangelio, vinculando
ambas cosas en un conjunto perfecto. (Véase Romanos 5 y 1 Juan 3: 9 hasta el
fin del capítulo.) Estos preciosos
textos serán impresionados sobre todo corazón que esté abierto para
recibirlos. "El principio de tus
palabras alumbra; hace entender a los simples" -aquellos que tienen el
corazón contrito. "Más a todos los
que le recibieron, dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen
en su nombre". Estos no tienen una
mera fe nominal, una teoría de la verdad, una religión legal, sino que creen
con un propósito, apropiándose de los ricos dones de Dios. Suplican que se les conceda el don, a fin de
que puedan dar a otros. Pueden decir:
"De su plenitud tomamos todos, y gracia por gracia".
"El que no ama, no conoce a
Dios; porque Dios es amor. En esto se
mostró el amor de Dios para con 92 nosotros, en que Dios envió a su Hijo
unigénito al mundo, para que vivamos por él.
En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que
él nos amó a nosotros, y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros
pecados. Amados, si Dios así nos ha
amado, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Ninguno vio jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios está en
nosotros, y su amor es perfecto en nosotros: En esto conocemos que estamos en
él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu”.
1 DMJ 27; DTG 304; HAp 380;
1JT 522; P 389
1-2 2T 509
3-4 3T 416
3-5 2T 510, 514
5 1JT 481; 2JT 437; MeM 190;
8T 139
8 DMJ 66-67; MC 43, 119; TM
249
9-10 DMJ 22
12 CS 588; MJ 67
19 MeM 333
20 DTG 18; OE 165
Ministerio Hno. Pio
No hay comentarios:
Publicar un comentario