Hechos 6. Nombramiento De Los Diáconos. Vers. (1-2) Los apóstoles, deseosos de satisfacer las necesidades materiales de los pobres, pero a la vez no queriendo dejar de predicar la Palabra, (3-4) aconsejan a la iglesia que escoja a siete varones de buen testimonio para que sirvan como diáconos. (5-11) Uno de éstos es Esteban, un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, (12) que presenta las Escrituras con gran poder y confunde a sus opositores; (13-15) pero es falsamente acusado de blasfemia contra la ley y contra el templo. Iluminación de Esteban
1 En Aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas en la distribución diaria. 2 Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas.
3 Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. 4 Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra.
5 Agradó la propuesta a toda la
multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a
Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de
Antioquía; 6 a los cuales presentaron ante los apóstoles, quienes, orando, les
impusieron las manos. 7 Y crecía la palabra del Señor, y el número de los
discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los
sacerdotes obedecían a la fe.
8 Y Esteban, lleno de gracia y de
poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo.
9 Entonces se levantaron unos de la sinagoga llamada de los libertos, y de los de Cirene, de Alejandría, de Cilicia y de Asia, disputando con Esteban. 10 Pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. 11 Entonces sobornaron a unos para que dijesen que le habían oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios. 12 Y soliviantaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas; y arremetiendo, le arrebataron, y le trajeron al concilio.
13 Y pusieron testigos falsos que
decían: Este hombre no cesa de hablar palabras blasfemas contra este lugar
santo y contra la ley; 14 pues le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret
destruirá este lugar, y cambiará las costumbres que nos dio Moisés. 15 Entonces
todos los que estaban sentados en el concilio, al fijar los ojos en él, vieron
su rostro como el rostro de un ángel. (Hechos 6).
1. En aquellos días. Es decir, en los días descritos
en el cap. 5:41-42. Lucas maneja con notable soltura los datos históricos. Ha
mostrado el crecimiento de la iglesia bajo el poder del Espíritu Santo y la
gran afluencia de nuevos creyentes. Ha mostrado cómo la administración de la
iglesia, por lo menos por un tiempo, fue la de una comunidad fraternal. El cap.
6 muestra algunas de las dificultades que surgieron de ese modo de vida, pero
también sirve como introducción para el caso de Esteban, episodio estrechamente
relacionado con la conversión de Saulo de Tarso y sus actividades misioneras
posteriores. El relato es puramente histórico. La narración del cap. 6 está muy
relacionada con la del cap. 5:14, pero no se sabe cuánto tiempo transcurrió entre
los dos acontecimientos.
Creciera. "Al multiplicarse los discípulos" (BJ). Era
evidente que un gran crecimiento traería nuevos problemas. Había sido fácil
atender las necesidades de la familia apostólica con lo que había en la bolsa
que llevaba Judas. Fue más complicado, aunque no imposible, atender al primer
grupo de creyentes en Pentecostés. Pero los miembros de la sociedad cristiana
ahora habían aumentado de tal modo que el cuidado de los necesitados ocupaba
todo el tiempo de los apóstoles, impidiéndoles atender deberes más importantes.
Discípulos. Primera vez que aparece en los Hechos esta palabra
para describir a los cristianos. Los discípulos de los Evangelios se han
convertido en apóstoles, y el término "discípulo" se emplea para
referirse a los creyentes en general.
Murmuración. No fue
una queja suave, sino una protesta suficientemente fuerte como para merecer
seria preocupación.
El registro no culpa de nada a
los apóstoles, porque no tenían la menor culpa. El rápido crecimiento de la
feligresía había superado los recursos de la iglesia, y había creado un
problema.
Griegos. Gr. hell'nists, "helenista", es
decir judíos que hablaban griego. En el NT se distingue cuidadosamente entre el hellínistás y e1 héll'n, persona
de lengua y de raza griega (Juan 12:20).
Los helenistas eran los judíos de la diáspora odispersión (ver t. V, pp.
61-62; ver com. Juan 7:35; Hech. 2:8), que no sólo hablaban el griego sino que también
habían absorbido, hasta cierto punto, la cultura griega. También podían ser
judíos nacidos en lugares donde comúnmente se hablaba griego, y por lo tanto no
sabían hebreo ni arameo, y que, en vez de participar en los servicios
religiosos celebrados en hebreo en Palestina, tenían sus propias sinagogas en Jerusalén.
Podrían también haber sido prosélitos que hablaban griego. De todos modos, eran
conversos del judaísmo, porque hasta este momento el Evangelio no había sido
predicado a los gentiles. Muchos de los conversos del día de Pentecostés deben
haber pertenecido a este grupo, entre ellos Bernabé (cap. 4:36) y otros cuyos
nombres se mencionan específicamente en el relato (cap. 6:5).
Estos judíos helenistas leían el
AT en la versión griega de los LXX, versión que con mayor frecuencia se cita en
el NT. Por lo general eran más fervientes que los judíos de Palestina. Con gran
sacrificio venían a rendir culto en los lugares sagrados de Jerusalén, mientras
que para los judíos de Palestina los recintos del templo con demasiada
frecuencia eran considerados comunes (cf. cap. 21:27-28). La tradición rabínica
permitía que se pronunciara en griego la shema' o confesión hebrea de fe en
Jehová (Deut. 6:4; ver t. V, P. 59).
Hebreos. Eran los judíos que a diferencia de los helenistas,
habían nacido en Palestina, que vivían allí y hablaban arameo, llamado hebreo
en el NT (cf. cap. 22:2; ver t. I, p. 34).
Las viudas de aquéllos. Como los judíos palestinos
constituían la mayoría de los miembros en la naciente iglesia -lo cual no
significa que hubiera mala voluntad hacia los helenistas-, los necesitados que
había entre éstos bien podrían haber quedado desatendidos debido a diferencias
de idioma y de costumbres. En las Escrituras se destaca la importancia de la
atención de las viudas (ver com. Exo. 22:22; Deut. 14:29; Isa. 1:17; Luc.
18:3). Es posible que aquí haya una referencia a la atención que se debía
prestar a todos los pobres y necesitados. Es evidente que la administración de
la iglesia como una comunidad fraternal exigía algún tipo de supervisión
organizada del fondo común que se había creado (Hech. 4: 32). Más tarde la
iglesia estableció reglas para el cuidado de sus viudas (1 Tim. 5:3-16).
Distribución. Gr. diakonía, "servicio", que se traduce
"asistencia" en la BJ, y "socorro" en Hech. 11:29 (RVR). Esta
palabra deriva de la misma raíz de diákonos, "diácono", "el que
sirve". Esta ayuda se daba diariamente sin duda porque las necesidades
eran apremiantes. Es probable que constantemente estuvieran llegando dádivas y
quizá se las repartiera desde varios puntos de la ciudad. Esta obra debe haber
quitado mucho tiempo a los apóstoles; pero no hay ningún indicio de que ellos
fueran culpables de discriminación o negligencia, ni de que hubiera
resentimiento contra ellos.
2. Los doce. Matías era evidentemente el duodécimo apóstol (ver
com. cap. 1:24-26).
Convocaron a la multitud. Cuando los apóstoles escucharon las quejas y comprendieron su seriedad, aparentemente no trataron de disculparse; actuaron con prontitud. Pueden haber recordado el precedente establecido por Moisés (Exo. 18:25) y, como él, resolvieron compartir su autoridad. La expresión "multitud de los discípulos" no debe hacer pensar que cada uno de los cristianos de Jerusalén y de sus alrededores fue llamado a una reunión, sino que más bien se hizo una convocación especial, a la cual asistieron todos los que pudieron y en la cual presentaron los apóstoles el problema y el plan que habían trazado para resolverlo.
Muchos habían
contribuido para el fondo acerca de cuya distribución se habían levantado
quejas, y por lo tanto era justo que se consultara a muchos. Este método de
consultar a los hermanos, usado en varias oportunidades (Hech. 1:15,21-22;
11:2-18; 15:2-20), sirvió para desbaratar los esfuerzos de Satanás por lograr
que hubiera disensiones (HAp 78-79).
No es justo. Mejor "no es apropiado", "no parece
bien" (BJ). Los apóstoles no debían pasar tanto tiempo atendiendo asuntos
materiales y financieros.
Dejemos. Gr. kataléipÇ- "abandonar". Este verbo es
enfático y sugiere que ya los apóstoles habían dedicado mucho tiempo a atender
a los necesitados.
La palabra. Los doce reconocían que su primera responsabilidad
era el ministerio de la Palabra de Dios mediante la predicación y la enseñanza.
Servir a las mesas. Es decir, atender a las
necesidades materiales de los pobres.
3. Buscad. Los doce colocaron sobre los creyentes la
responsabilidad de escoger de entre ellos a quienes debían elegir.
Siete varones. Era razonable que los apóstoles pensaran en el
número siete. Entre los judíos se respetaba ese número. En tiempos posteriores
eran siete los que estaban encargados de los asuntos públicos de las aldeas
judías (Talmud, Megillah 26a). O simplemente puede haber sido porque en ese
momento se necesitaban siete personas.
En el NT no se llama "diáconos" a estos siete que fueron elegidos, y cuando se los vuelve a mencionar en el cap. 21:8 son "los siete", como si constituyeran un grupo especial. Sin embargo, con ellos se originó la función de los "diáconos" (HAp 73-74), y es claro que los diáconos descritos por Pablo cumplían con funciones análogas (1 Tim. 3: 8-13). En algunas iglesias, como en Roma, se fijó más tarde en siete el número de diáconos (Eusebio, Historia eclesiástica vi. 43.11).
El concilio de NeoCesarea (año 314 d. C.; canon 14) indicó que debía haber siete diáconos en cada lugar. Muchos comentadores piensan que los siete escogidos aquí corresponden con los "ancianos" que aparecen en Hech. 11:30; 14:23, y en adelante. Ver p. 27; HAp 73-74.
De buen testimonio. Literalmente "de quien se ha
dado testimonio"; "de buena fama" (BJ) entre sus hermanos (cf.
1Tim. 5:10). La situación de la iglesia no mejoraría a menos que se asignara la
tarea de distribuir equitativamente los fondos a hombres de reputación
intachable. Debían ser personas honradas y eficientes, aceptables ante sus
hermanos. Con referencia a la enumeración inspirada de cualidades que debían
tener tanto los diáconos como los ancianos (obispos), ver 1 Tim. 3:1-14; Tito
1:5-11.
Llenos del Espíritu Santo. La evidencia textual establece
(cf. p. 10) el texto: "llenos de espíritu". Sin embargo, en el vers.
5 se dice que Esteban, uno de los siete, era lleno del Espíritu Santo. Por lo
tanto, es razonable pensar que el espíritu de este versículo es el Espíritu Santo.
Era importantísimo que en esta primera expansión de la organización
eclesiástica, además de los apóstoles, se escogiera a personas aptas. Además de
tener buena reputación se esperaba que cada uno estuviera lleno del Espíritu
Santo. Es evidente que los apóstoles entendían que la obra del Espíritu incluía
más que el don de profecía y de lenguas.
Sabiduría. Los varones elegidos no sólo debían atender las
necesidades espirituales de los pobres, sino manifestar prudencia, discreción,
capacidad administrativa y sabiduría en su obra. Pablo incluye la sabiduría
entre los dones del Espíritu (1 Cor. 12:8). Santiago dice que es don de Dios
(Sant. 1:5) que debe ser acompañado de "buena conducta" (Sant. 3:13).
El único otro personaje del que se dice específicamente en Hechos que tuvo
"sabiduría" es Esteban (Hech. 6:10), y la palabra sólo aparece en su
discurso (cap. 7:10,22). También se dice de Esteban que estaba "lleno de
fe" (6:5).
A quienes encarguemos. Los apóstoles estaban dispuestos
a nombrar a los que fueran escogidos por los hermanos. Esta actitud promovía la
confianza mutua entre los dirigentes y los hermanos.
4. Y Nosotros. Se señala la diferencia entre la obra
de los apóstoles y la de los siete.
Persistiremos en. La misma palabra se emplea varias
veces para describir la conducta llena de piedad de los primeros cristianos
(cap. 1:14; 2:42,46).
La oración. Estos hombres piadosos, en cuyo recuerdo era
patente la vida de oración de Cristo, colocaban la oración en primer lugar. Sin
embargo, debiera recordarse que la oración incluye el culto público de la
iglesia además del culto privado.
Ministerio. Gr. diakonía, la misma palabra que aparece en el
vers. 1. Los siete debían ocuparse de la administración de los recursos
materiales, mientras que los doce debían quedar libres para ocuparse del
ministerio de los beneficios espirituales derivados de la Palabra de Dios. Esto
lo tenían que hacer mediante la predicación y diversas formas de enseñanza. Aquí
se explica claramente lo que significa "dejemos la palabra de Dios"
(vers. 2).
5. Agradó. Es evidente que no había habido ninguna intención
de excluir a nadie ni de descuidar a nadie, y se produjo entonces un regocijo
general porque se hizo frente al problema y se presentó una solución aceptable.
Eligieron. Ver com. vers. 3. Los nombres de los siete que fueron
escogidos son griegos, y es posible que fueran helenistas (ver com. vers. 1);
sin embargo, muchos judíos tenían nombres griegos, entre ellos apóstoles como
Andrés y Felipe (ver com. Mar. 3:18). Además, no hay evidencia alguna de que
los siete hubieran limitado su ministerio a los creyentes helenistas. Después
de esto, sólo se tiene noticias de la obra de Esteban y de Felipe.
Esteban. Gr. Stéfanos, "corona de victoria", se
refiere generalmente a la que se hacía con hojas, a veces de laurel. Este
nombre es relativamente común y aparece en inscripciones antiguas.
Según la tradición, Esteban y
Felipe estuvieron entre los setenta que fueron enviados a todas las ciudades y
aldeas para anunciar que el Mesías había llegado (Luc. 10:1-11). Es posible que
hubieran desempeñado su ministerio en Samaria (ver com. Luc. 10:1), pues es
probable que los judíos helenistas fueran mejor recibidos en Samaria que los
judíos de Palestina. Esto podría explicar por qué se envió a Felipe como
evangelista entre los samaritanos (Hech. 8:5).
Felipe. Gr. Fílippos, "aficionado a los caballos"
(ver com. Mar. 3:18). Uno de los doce tenía este nombre, y así también se
llamaban dos de los hijos de Herodes el Grande. Fue un nombre frecuente en la
casa real de Macedonia en siglos anteriores. Nada se sabe acerca de lo que
había hecho Felipe antes; la tradición afirma que fue uno de los setenta (ver
com. "Esteban"). Pablo lo visitó en Cesarea (Hech. 21:8), y es
probable que fuera por mucho tiempo dirigente de la iglesia en esa ciudad. El
hecho de que Felipe tuviera cuatro hijas ya mayores cuando Pablo lo visitó,
sugiere que ya estaba casado cuando fue nombrado como uno de los siete.
A Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas. De estos cuatro
nada se sabe, ni hay base para hacer conjeturas.
Nicolás. Gr. Nikólaos, "vencedor del pueblo". Este
fue el primer cristiano no judío cuyo nombre se registra.
Prosélito. Sin duda Nicolás era un "prosélito de
justicia", es decir uno que había aceptado plenamente el judaísmo, y como
tal conocía bien la religión judía. Ver t. V, p. 64. Con referencia a la
tradición de que este Nicolás fue el fundador de la secta de los nicolaítas,
ver t. VI, pp. 59-60 y com. Apoc. 2:6.
Nicolaítas.- Este
nombre se usa por primera vez en el libro de Apocalipsis, en el 60 mensaje a la iglesia de Efeso (cap.
2:6), donde la "doctrina de los nicolaítas" se presenta como el
equivalente en los tiempos apostólicos de la "doctrina de Balaam",
quien instigó al pueblo de Israel para que cayera en la idolatría y la
fornicación en el tiempo de Moisés (cf. Núm. 24:1,25; Apoc. 2:14; PP 479-486). No existe la historia de esa
"doctrina", pero en el mensaje a Tiatira se dice que la mujer Jezabel
origina la misma clase de males (Apoc. 2:20) que los que se atribuyen a la
"doctrina de los nicolaítas".
Escritores cristianos posteriores se ocuparon del término "nicolaítas". Ireneo, el primero que lo trató (Contra herejías i. 26), menciona como el fundador de esa secta a Nicolás, uno de los siete diáconos designados para que cuidaran de la administración de la iglesia primitiva (Hech. 6:1-3,5) y descrito como "prosélito de Antioquía".
Tertuliano, Hilario, Gregorio Niseno y Epifanio (Contra herejías i. 1, Herejía xxv) concuerdan en que está implicado el tal Nicolás, pero varían en el grado de culpabilidad que le atribuyen.
Un
relato dice que Nicolás celaba muchísimo a su bella esposa, y que para vencer
ese mal sentimiento cayó en el pecado peor de defender la promiscuidad.
Basándose en esto, se supone que un sector de la iglesia, compuesto sin duda de
cristianos judaicos, habría caído en pecados semejantes a aquellos en que
participaron los hebreos inducidos por el plan de Balaam.
Debe notarse que
las mismas faltas contra las cuales amonestó el Señor en sus mensajes a Pérgamo
y Tiatira (Apoc. 2:12-29), estaban entre aquellas cosas prohibidas por el
concilio de Jerusalén: "Que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos... y
de fornicación" (Hech. 15:29). Parece que el problema causado por los
nicolaítas ya había surgido en el tiempo de este concilio, quizá en forma
incipiente. Pablo, al hacer frente a condiciones similares en Corinto,
evidentemente no las consideraba como características de un movimiento definido
(1 Cor. 5:16,8; 10:5-11), aunque se refiere específicamente al caso de Israel
con Balaam (cap. 10:8).
Pero Pedro (2 Ped.
2:9-22) y Judas (Jud. 4-13) hablaron con dureza acerca de miembros de la
comunidad cristiana, que en las fiestas de amor (ágap') de los primeros tiempos
relacionadas entonces con la Cena del Señor eran culpables de los males que se
atribuyen a los nicolaítas (ver com. Apoc. 2:6). Es una extraña coincidencia
que por instigación de los judíos en la última parte del siglo II y en los
comienzos del siglo III, los cristianos fueran acusados de faltas repulsivas
relacionadas con sus fiestas. Esas
acusaciones, similares a las atribuidas a los nicolaítas, fueron dirigidas por
los paganos (Orígenes, Contra Celso vi. 27; Tertuliano, Ad Nationes 1.14)
contra los cristianos. Aparte de estas acusaciones, difícilmente puede dudarse
de que las transgresiones atribuidas a los nicolaítas no existieran dentro de
cierto grupo de la iglesia primitiva. La pregunta que se debe responder es
hasta qué punto los nicolaítas constituyeron un movimiento organizado,
consciente de su existencia. Acerca de esto sólo hay los indicios dados en las
referencias bíblicas citadas.
En cuanto a las
aplicaciones proféticas de la actuación de los nicolaítas en las iglesias de
Pérgamo y Tiatira, ver com. Apoc. 2:6,14,20. 6CBA
Apoc. 2:6. Nicolaítas. Una
de las sectas heréticas que atormentó a las iglesias de Éfeso y Pérgamo (vers.
15) y tal vez a otras. Ireneo identifica a los nicolaítas como una secta
gnóstica: "Juan el discípulo del Señor, predica esta fe [la deidad de
Cristo], y mediante la proclamación del Evangelio procura quitar aquel error
que había sido diseminado entre los hombres por Cerinto, y mucho tiempo antes
por los llamados nicolaítas, que son una rama de aquella falsamente llamada
'ciencia', a fin de poder confundirlos y persuadirlos de que sólo hay un Dios
que hizo todas las cosas por su Palabra" (Contra herejías iii. 11.1).
Hay también evidencia histórica
de que más o menos un siglo después hubo una secta gnóstica llamada de los
nicolaítas. Algunos padres de la iglesia que nos informan respecto a esta secta
(Ireneo, Contra herejías i. 26, 3; Hipólito, Refutación de todas las herejías
vii. 24), identifican a su fundador con Nicolás de Antioquía, uno de los siete
diáconos (Hech. 6:5). No sabemos si esta tradición relativa a Nicolás el
diácono es correcta, pero la secta puede ser la misma mencionada por Juan. Los
seguidores de esta secta parecen haber enseñado, por lo menos en el siglo II,
que las obras de la carne no afectan la pureza del alma, y por consiguiente no
tienen que ver con la salvación. 7CBA
Antioquía. Esta ciudad siria (ver mapa, p. 226) tenía
estrechas relaciones con Palestina debido a sus muchos habitantes judíos. Herodes el Grande construyó en ella una
espléndida columnata a todo lo largo de la calle principal. Es de especial
interés notar que Nicolás era de Antioquía, pues allí fue donde los cristianos
fueron llamados por este nombre (cap. 11:26). La ciudad más tarde se convirtió
en una sede de la primera obra misionera de la iglesia (ver com. cap. 11:19).
6. A los cuales presentaron. Quizá los presentaron para que
fueran examinados, instruidos y, sin duda, ordenados.
Orando. La iglesia primitiva no daba un solo paso
importante sin antes orar (ver com. cap. 1:14,24; 2:42).
Les impusieron las manos. Esta es la primera vez que se menciona
esta ceremonia en el NT. En el AT se la menciona en relación con el acto de
bendecir (ver com. Gén. 48:13-14), de consagrar a los sacerdotes (ver com. Núm.
8:10), y en la dedicación de Josué al liderazgo (ver com. Núm. 27:18,23). Por
lo tanto, los fieles judíos no desconocían el significado de este acto. Para
los cristianos estaba el hecho adicional de que Jesús muchas veces sanaba
poniendo las manos sobre los enfermos (Mar. 6:5; Luc. 4:40; 13:13; cf. Mar. 16:18),
y del mismo modo bendijo a los niños (Mat. 19:15). Por todo esto, los apóstoles
tenían un buen precedente para pedir una bendición sobre los siete y
consagrarlos mediante la imposición de manos. Siguieron haciendo esto en
situaciones similares, como puede verse en Hech. 8:17; 13:3; 19:6. En la
iglesia apostólica, los que iban a ser ministros, eran ordenados mediante la
imposición de manos (1 Tim. 4:14; 5:22; 2 Tim. 1:6). Según Heb. 6:2, la
imposición de manos era un procedimiento eclesiástico acostumbrado. Esta
costumbre debía significar una estrecha relación espiritual entre el Señor y el
que era así consagrado (HAp 130-131).
7. Y crecía. Mejor "iba creciendo" (BJ), o seguía
creciendo, lo cual indica un crecimiento gradual, pero continuo. Esta
declaración implica más que el aumento numérico que se menciona en la frase
siguiente. Era la palabra de Dios lo que aumentaba. La "palabra del
Señor" se refiere aquí a las enseñanzas de Cristo tal como eran expuestas
por los apóstoles. Los versículos siguientes muestran que los siete estaban muy
activos en la obra del Señor. La obra de los diáconos, y especialmente la de
Esteban, señala una clara expansión, un evidente desarrollo de la proclamación
del mensaje cristiano (cf. cap. 6:8; 8:5).
El número de los discípulos. El crecimiento de la iglesia
había sido extraordinario: "Se añadieron aquel día como tres mil
personas" (Hech. 2:41); "el Señor añadía cada día a la iglesia"
(vers. 47); "muchos... creyeron; y el número de los varones era como cinco
mil" (cap. 4:4); "los que creían en el Señor aumentaban más, gran
número" (cap. 5:14). La cantidad de miembros de iglesia "se
multiplicaba grandemente en Jerusalén".
Muchos de los sacerdotes. Esta declaración es muy
significativa. Hasta donde se sepa,
ninguno de los seguidores íntimos de Cristo era sacerdote, ni tampoco se nombra
a ningún sacerdote entre los primeros conversos. Era de esperarse que algunas
de las claras enseñanzas de los apóstoles y de los diáconos hubieran producido
la profunda enemistad de todos los sacerdotes. Muchos de éstos sin duda eran
hostiles, pero el poder del Espíritu Santo atrajo a "muchos" de ellos
a Cristo por medio de la predicación.
Obedecían. El tiempo del verbo griego sugiere continuidad: las conversiones de sacerdotes seguían produciéndose. Con referencia a la necesidad de obedecer, ver com. cap. 5:32. Fe. Hay opiniones divergentes en cuanto a la correcta interpretación de "obedecían a la fe". La posición literal sostiene que la "fe" se refiere al conjunto de doctrinas cristianas al cual los sacerdotes asentían y por las cuales regían sus vidas (cf. Hech. 13:8; 14:22; 16:5; Gál. 1:23). Sin embargo, muchos comentadores piensan que aquí se emplea la palabra "fe" en un sentido subjetivo, y que Lucas dice que los sacerdotes manifestaban fe en Jesús. Esto armoniza con una forma común de expresarse en el NT (cf. Hech. 24:24; Rom. 1:5; 16:26; Gál. 3:2). Una fe tal comprende la doctrina cristiana, porque ésta es la que permite que los hombres tengan una fe inteligente en Jesús. Cf. com. Rom. 1:5.
8. De gracia y poder. Esta "gracia" no sólo
era el atributo divino (cf. com. Juan 1:14,16), sino la gracia y la hermosura
de espíritu con las cuales presentaba el mensaje evangélico (cf. Luc. 4:22). El
"poder" era la virtud de hacer milagros. Parece que Esteban tenía
tantos dones del Espíritu como los doce.
Prodigios y señales. Ver com. cap. 2:19. Estos
milagros demostraban el poder del cual estaba investido Esteban. No se sabe
cuánto tiempo transcurrió entre la ordenación de Esteban como diácono y su
martirio; pero es probable que no hubiera sido un lapso prolongado.
9. Se levantaron. Ver com. cap. 5:17. Sinagoga. Ver. t. V, pp. 57-59. Una sinagoga podía ser establecida por diez adultos. En tiempos posteriores hubo 12 sinagogas en Tiberias, y la tradición, quizá exagerando mucho, dice que en Jerusalén había 480. Aunque esta última cifra no es digna de confianza, muestra que en la capital había gran número de sinagogas.
Libertos. Palabra de origen latino que se usaba para
referirse a los esclavos que adquirían su libertad. Se cree que estos
"libertos" eran judíos que habían sido esclavos en el Imperio Romano,
quizá descendientes de judíos llevados cautivos a Roma por Pompeyo en el 63 a.
C., y que después fueron puestos en libertad por los romanos.
Es difícil saber exactamente si
había una o más sinagogas de libertos. El griego permite entender que había
una, y que sus miembros provenían de diferentes países. También permite interpretar que eran dos: una
de cireneos y alejandrinos (cabe señalar que en esos lugares había grandes
colonias de judíos), y otra de los de Cilicia y de Asia. Algunos interpretan
que había cinco sinagogas: de libertos, de cireneos, de alejandrinos, de los de
Asia y de los de Cilicia; sin embargo, es difícil sostener esta última
posición.
Los descubrimientos arqueológicos
muestran que antes del año 70 d. C. había en Jerusalén por lo menos una
sinagoga dedicada específicamente para que se congregaran los judíos
helenistas. En Jerusalén se descubrió
una inscripción en griego que relata la construcción de una sinagoga hecha por
un tal Teodoto, la cual era especialmente para el uso de los judíos de la
dispersión. La inscripción dice:
"Teodoto, [hijo de] Veteno,
sacerdote y dirigente de la sinagoga, hijo del jefe de la sinagoga, nieto de un
jefe de la sinagoga, construyó la sinagoga para la lectura de la ley y para la
enseñanza de los mandamientos; y la cámara de visitas, y las habitaciones, y la
provisión de agua, para alojar allí a los extranjeros que la necesitan, la cual
[sinagoga] los padres de él y los ancianos y Simónides fundaron" (Citado
en Seventh-day Adventist Bible Dictionary, bajo "Freedmen").
Aunque no puede probarse, es
posible que ésta fuera la sinagoga de los libertos que se menciona en este
pasaje. Sea como fuere, esta inscripción es un testimonio de la existencia de
una sinagoga helenista en Jerusalén, similar a aquella con cuyos miembros
Esteban entró en conflicto.
Los de Cirene. Había gran número de judíos en Cirene, en la costa
norte de Africa, entre Egipto y Cartago. Josefo (Antigüedades xiv. 7.2) cita a
Estrabón, geógrafo clásico, quien dice que en Cirene había cuatro clases de
habitantes, de las cuales una era de judíos.
Los judíos de Cirene se habían destacado por las generosas ofrendas que
enviaron al templo de Jerusalén, y habían buscado la ayuda de César Augusto
para que los protegiera de las irregularidades en los impuestos que les exigían
los gobernadores de la provincia, quienes habían procurado apoderarse de sus
dádivas (Id. xvi. 6.5). Simón cireneo, quien llevó la cruz de Cristo, parece
haber sido uno de esos judíos (ver com. Mat. 27:32). Hubo judíos de Cirene que
estuvieron presentes en Pentecostés (Hech. 2:10), y en Hech. 11:20 aparecen
varones de Cirene predicando el Evangelio a los gentiles en Antioquía.
De Alejandría. Probablemente en ninguna ciudad del imperio,
excepto Jerusalén, hubiera una comunidad judía más numerosa e influyente que en
Alejandría (ver t. V, p. 61). Se calcula que en ese tiempo había unos 100.000
judíos en Alejandría. Tenían su propia sección, que formaba uno de los cinco
distritos en que se dividía la ciudad de Alejandría. Eran gobernados por su
propio etnarca (Josefo, Antigüedades xiv 7.2), como si hubieran formado una
república autónoma. Los gobernantes romanos los reconocían como ciudadanos (Id.
xiv. 10.1). En Alejandría se había traducido el AT al griego (ver t. I, p. 43);
Filón, filósofo y escritor judío, vivió allí durante el primer siglo de la era
cristiana, y en Alejandría fue donde nació Apolos (cap. 18:24).
De Cilicia. En el extremo sudeste de Asia Menor. Una de las
principales ciudades de Cilicia era Tarso, donde nació Pablo. Allí vivían
muchos judíos descendientes de 2.000 familias que Antíoco el Grande había
llevado a Asia Menor (Josefo, Antigüedades xii. 3.4), para asegurarse la
lealtad de la provincia y quizá para ayudar a defenderla. Por lo que se dice en
otro pasaje (cap. 7:58-60) es evidente que Saulo de Tarso estaba en Jerusalén
en este tiempo, y parece que fue uno de los que disputaba con Esteban. Los
irrefutables argumentos de Esteban sin duda produjeron en Saulo una intensa
oposición, aunque se sugiere que inconscientemente sintió una inquietante
convicción (HAp 83).
De Asia. En los tiempos del NT Asia era la provincia romana
situada en lo que ahora se conoce como Asia Menor. Comprendía las regiones que
antes se llamaban Lidia y Jonia. Efeso era su ciudad principal. En Pentecostés
habían estado presentes judíos de Asia (cap. 2:9). Algunos judíos provenientes
de Asia demostraron más tarde su celo por la defensa de la santidad del templo
(cap. 21:27).
Disputando. Literalmente "buscando juntos", o sea
"discutiendo" o "disputando". La disputa la iniciaron
judíos de la dispersión. Eran hombres piadosos que habían venido a Jerusalén
con profundo espíritu de consagración, porque cuanto más lejos están las
personas del centro de su devoción tanto más celosas suelen ser. Tuvo que haber
algo en la enseñanza de Esteban que los hacía pensar que estaba disminuyendo, o
quizá tratando de quitarle la singular importancia espiritual del templo de Jerusalén
(ver com. cap. 6:13; 7:1). Los que disputaban en la sinagoga deben haber estado
bien preparados para discutir temas teológicos con los cristianos.
10. No podían resistir. En este episodio se cumplió la promesa de Cristo hecha a sus seguidores (Luc. 21:15). Sabiduría. Cf. com. vers. 3. En los Evangelios se le atribuye sabiduría a Cristo (Mat. 13:54; Luc. 2:40,52), y en Mat. 12:42 se habla de "La sabiduría de Salomón". Pero Esteban fue el primer maestro de la nueva sociedad a quien se le atribuyó específicamente sabiduría. Si se tiene en cuenta la precisión con que describe Lucas, esta palabra debe tener un significado específico; sugiere que Esteban poseía una visión singularmente clara de la verdad y la capacidad para destacar verdades que antes no se percibían.
Espíritu. En primer lugar, se hace referencia a la energía
inspirada con la cual hablaba Esteban. Compárese este caso con el de Juan el
Bautista, quien obraba "con el espíritu y el poder de Elías" (Luc. 1:17).
11. Sobornaron. Gr. hupobállÇ- literalmente
"echar debajo", con el sentido de "sobornar",
"instigar secretamente". Este término se usa a veces para referirse a
la acción de emplear, instigar o instruir a un agente secreto.
Palabras blasfemas. Ver com. Mat. 12:31. La acusación
es más clara en Hech. 6:13. Esta se basaba en una distorsión de la verdad, así
como había ocurrido en el caso de Jesús. Cristo fue acusado de blasfemar (ver
com. Mat. 26:65) porque se había llamado a sí mismo Hijo de Dios,
"haciéndose igual a Dios" (Mat. 26:63-64; Juan 5:18), y, según se
afirmaba, haba amenazado con "derribar el templo" (Mat. 26:61). Cada
una de estas acusaciones se basaba en declaraciones hechas por Jesús. Esteban
bien pudo haber dicho lo que aparentaba dar fundamento a las acusaciones. Pudo
haber enseñado que ya no había necesidad de que existiera el templo (Cf. Hech.
7:48), así como lo había insinuado Jesús al hablar con la mujer samaritana
(Juan 4:21). Esto habría significado atacar las raíces mismas del judaísmo y,
naturalmente, despertó una fuerte oposición. Frente a tal enseñanza, los
saduceos y los fariseos se unieron para oponerse a ella. La blasfemia era castigada con pena de muerte
mediante apedreamiento (Lev. 24:16).
Moisés. Es decir, contra los sistemas que Moisés había
instituido y que se registraron en el Pentateuco. Nótese que se menciona a
Moisés junto con Dios; esto señala la gran importancia que se le daba al
caudillo de los hebreos, y sugiere que lo que se decía contra Moisés se decía
contra Cristo.
12. Soliviantaron. "Amotinaron" (BJ),
"pusieron en movimiento". Por
medio de estas falsas acusaciones encolerizaron a la gente entre la cual
Esteban había hecho milagros (vers. 8).
Ancianos. Estos ya habían estado disgustados contra los
apóstoles (cap. 4:5-7) y no necesitaban que se los incitara mucho para atacar a
Esteban.
Arremetiendo. "Vinieron de improviso" (BJ), así como lo
habían hecho los escribas y los fariseos con Jesús en el templo (Luc. 20:1).
Concilio. Este juicio delante del concilio, así como había
ocurrido con Jesús, fue el preludio de un fin violento (cap. 7:57). Nótese cuán
parecido es el paralelismo entre el martirio de Esteban y el de su Maestro.
13. Testigos falsos. Ver com. vers. 11.
Este hombre. Estas palabras fueron pronunciadas en forma
despectiva y sarcástica.
Palabras blasfemas. La evidencia textual establece (cf. p. 10) el texto: "palabras". Se omite el adjetivo. Contra este lugar santo. Es decir, contra el templo y sus inmediatos alrededores (ver com. cap. 3:1).
La ley. Esteban tuvo que haber insistido, como lo había
hecho Jesús (Mat. 5:17-19) y posteriormente lo hizo Pablo (Hech. 24:14-16; 25:8),
que el cristianismo no estaba introduciendo ningún cambio en los principios
morales básicos de la ley que los judíos tanto amaban. Sin embargo, era claro
que la proclamación concerniente al Cordero de Dios equivalía al fin del
sistema de sacrificios que se explicaba en la ley. Tal predicación se
interpretaba como destructora de casi todo lo que los judíos valoraban.
14. Le hemos oído decir. La enseñanza pudo haber sido mal
entendida por los sinceros de corazón, y evidentemente fue mal aplicada por los
deshonestos. Esto ocurre con relativa frecuencia en los asuntos que encienden
disputas religiosas.
Ese Jesús. Otra referencia despectiva, aunque en los labios de
un cristiano este nombre debe haber sido hermoso (cf. cap. 2:22). Nótese cómo
los testigos falsos le atribuyen a Esteban la continuación de la predicación de
Cristo.
Destruirá este lugar. Cf. com. Mat. 24:2; 26:61; 27:40.
Las palabras de Cristo, posiblemente repetidas por Esteban, evidentemente
habían hecho una profunda y duradera impresión en la mente de los acusadores. Aunque
creían que Cristo había muerto, estaban preocupados porque destruiría el templo
y cambiaría sus costumbres en algún momento futuro.
Cambiará las costumbres. Es posible que esta acusación
pudiera haber sido hecha por los fariseos, ya que tiene que ver con
"costumbres" (ver t. V, pp. 53-54). Aunque era hecha contra Esteban,
aún está unida a Jesús de Nazaret y sus enseñanzas. Ya habían acusado a Esteban en cuanto al
templo y la ley (vers. 13); ahora lo acusaban en relación con las
"costumbres" que habían surgido en cuanto al templo y la ley.
Afirmaban que Moisés les había dado estas leyes, pero tal aseveración no era
válida. Se habían impuesto restricciones difíciles, la mayor parte de ellas
después del retorno del exilio en el año 536 a.C., casi mil años después de los
días de Moisés (ver com. Mar. 7:1-23, especialmente el vers. 3). Jesús había
condenado fuertemente estas tradiciones (Mat. 15:1-13).
15. Al fijar los ojos. Este verbo es emplea con
frecuencia por Lucas (ver com. Hech. 1:10). Era natural que los acusadores de
Esteban lo miraran fijamente, preguntándose lo que diría para defenderse. Los miembros
del concilio se asombraron por lo que vieron y oyeron.
El rostro de un ángel. No basta decir que la mirada de
Esteban se debía a una natural dignidad de expresión, o que Esteban estaba
admirablemente tranquilo y sereno frente a los graves peligros que lo
amenazaban. Sin duda su rostro se iluminó con un brillo divino. El resplandor
de los mensajeros angélicos se describe vez tras vez en las Escrituras. Por
ejemplo, en el caso del "joven" de Mar. 16:5. El rostro de Moisés
brilló cuando descendió del monte Sinaí donde había estado en la misma
presencia de Dios (Exo. 34:28-35). El rostro de Esteban también estaba
iluminado porque estaba muy cerca de Cristo, y por la luz de la visión que
estaba por recibir de Jesús, que está a la diestra de Dios (Hech. 7: 56). 6CBA
COMENTARIOS DE EGW
1-15 HAp 72-81; 3JT 53; SR
259-264.
LOS SIETE DIÁCONOS. 72-79
https://elaguila3008.blogspot.com/2012/07/capitulo-9-los-siete-diaconos.html
EL PRIMER
MÁRTIR CRISTIANO. 80-84
https://elaguila3008.blogspot.com/2012/07/capitulo-10-el-primer-martir-cristiano.html
Ministerio Hno. Pio
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