Romanos 13. LA DOCTRINA PRACTICADA: Versículos (1-7) La relación del cristiano con el Estado. Debemos sujetarnos a las autoridades y cumplir otros deberes. (8-10) El
amor es el cumplimiento de la ley.
(11-14) La proximidad de la segunda venida: La glotonería, la embriaguez y las obras de las tinieblas están fuera de lugar en el momento de la aceptación del Evangelio.
1 SOMETASE toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. 2 De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. 3 Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; 4 porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. 5 Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. 6 Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. 7 Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra.
8 No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. 9 Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 10 El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor.
11 Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. 12 la noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. 13 Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, 14 sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne. (Romanos 13).
1. Sométase. Gr. hupotássÇ, "someterse", "estar
en sujeción", "obedecer".
Las autoridades. Con el significado de "los
que han sido puestos en cargo de autoridad sobre otros". Ver 1 Ped. 2:13;
cf. Luc. 12: 11; Tito 3:1. La palabra griega exousía, que en todo este pasaje
se ha traducido como "autoridades" y "autoridad", también
significa "poder"; pero debe entenderse en el sentido de facultad
para gobernar y no como dúnamis, vocablo griego que a menudo también se traduce
"poder" (Rom. 1:16,20; 1 Cor. 1:18), y que significa
"energía", "fuerza", "poder o capacidad para hacer
algo".
No hay autoridad sino de parte de Dios. Es decir, no
existe autoridad humana a menos que sea con la aprobación de Dios y bajo su
control. En el AT se afirma a veces que Dios pone y también depone gobernantes
(ver com. Dan. 4:17; cf. cap. 2:21; 4:25, 34-35).
Por Dios han sido establecidas. Las palabras griegas de los vers.
1 y 2 que se han traducido "sométase", "establecidas",
"establecido", "resiste" (la primera vez que aparece esta
palabra), derivan de la misma raíz, tássÇ, "ordenar",
"disponer" "colocar". Esto da una gran fuerza a la
expresión, que no puede representarse plenamente en nuestro idioma.
Pablo no quiere
decir en estos versículos que Dios siempre aprueba la conducta de los
gobernantes civiles, ni tampoco que el cristiano siempre tiene el deber de
someterse a ellos. Las exigencias de las autoridades a veces pueden oponerse a
la ley de Dios, y en tales circunstancias el cristiano debe "obedecer a
Dios antes que a los hombres" (Hech. 5:29; cf. cap. 4:19).
Lo que Pablo enseña
es que el poder de los gobiernos humanos es confiado por Dios a los hombres, de
acuerdo con el propósito divino para el bienestar humano. Está en las manos de
Dios que las autoridades continúen en el poder o caigan. Por lo tanto, el
cristiano debe apoyar a las autoridades, pues no cree que le corresponde
oponerse a ellas ni destituirlas.
Una instrucción de esta
naturaleza era muy necesaria en los días de Pablo, pues en ese tiempo los
judíos estaban muy agitados y ya habían causado rebeliones en diversas partes
del Imperio Romano.
Si los cristianos
hubiesen demostrado también un espíritu indócil, hubieran caído en el mismo
desprestigio en que ya estaban cayendo los judíos.
También habrían perdido la protección
del Estado romano, que con frecuencia había sido una bendición para los
primeros cristianos, como Pablo podía testificarlo por su propia experiencia
(ver Hech. 22:24-30). Además, esto habría sido una vergüenza para la iglesia
cristiana y su mensaje de paz y amor fraternal. Por eso Pablo insta en otros
pasajes a los creyentes para que oren por los que están en autoridad (1 Tim.
2:1-2) y les obedezcan (Tito 3:1). Pedro también ordena a los cristianos a que
"por causa del Señor" se sometan "a toda institución ['autoridad',
VP] humana" (1 Ped. 2:13-17).
2. Se opone a la autoridad. Literalmente "se pone en orden de batalla contra la autoridad". Lo establecido. Gr. diatag', "mandato", "disposición", "orden". La única otra vez que aparece esta palabra en el NT es en Hech. 7:53, donde se ha traducido "disposición"; lo que quiere decir Pablo podría traducirse literalmente: "Se rebela contra la ordenanza de Dios".
Condenación. Gr. kríma, "condenación", "juicio"
(cf. cap. 2:2; 5:16; 11:33). Pablo se está refiriendo a la sentencia
pronunciada por los gobernantes como ministros de Dios en este mundo (cap. 13:4),
contra los que son rebeldes. Como desobedecer a las autoridades es resistir lo
"establecido por Dios", el castigo que aplican las autoridades representa
también el castigo y la ira de Dios sobre los ciudadanos desobedientes.
3. No están para infundir temor. Generalmente no se debe temer a
los gobernantes, a menos que se haya hecho algo contra la ley. Sin embargo, en
la realidad no todos los gobernantes infunden temor sólo a los malos, pues
muchos de ellos han perseguido a gente correcta. Por ejemplo, Nerón, el
emperador romano en los días cuando Pablo escribió esta epístola, hizo ejecutar
más tarde al apóstol. A pesar de todo, los que viven correctamente por lo
general no tienen nada de qué temer a las autoridades civiles. Los gobernantes
no están para infundir temor al que hace el bien; al contrario, existen con
buenos propósitos, y los cristianos deben, en términos generales, someterse a
ellos para su propio beneficio (ver 1 Tim. 2:1-2).
¿Quieres? Gr. thélÇ, "desear", "querer".
El cristiano que desea no temer a las autoridades civiles, tiene que hacer lo
que es correcto, y entonces será alabado por su buena conducta (cf. 1 Ped. 2:14-15).
4. Porque. Así se introduce la explicación de la declaración previa.
El Estado existe como siervo de Dios para un buen fin, por esa razón el
cristiano no tiene por qué temer su autoridad si su conducta es correcta. Pablo
está expresando otra vez una verdad general, sin detenerse a ejemplificar su
afirmación con casos específicos.
Servidor. Gr. diákonos, "siervo" (cf. cap. 15:8;
16:1). Diákonos es la palabra de donde deriva el término "diácono" (1
Tim. 3:8,12).
Para tu bien. Es decir, para promover el bien. Esta es la
verdadera razón de la existencia del gobierno civil como "servidor" y
representante de Dios.
La espada. Símbolo de la autoridad del gobernante para
castigar.
Vengador. Gr. ékdikos, "vindicador"; "para
hacer justicia" (BJ). Esta palabra aparece sólo aquí y en 1 Tes. 4:6 en el
NT. En los papiros griegos generalmente se usa para referirse a "un
representante legal".
Para castigar. Literalmente "para ira". El Estado, como
"servidor de Dios", debe castigar a los malhechores (cf. vers. 2;
cap. 12:19).
5. Por lo cual. Una referencia a los cuatro
versículos precedentes, en los cuales Pablo ha presentado las razones por las
cuales debe obedecerse a los magistrados.
Por razón del castigo. Literalmente "debido a la
ira". Siendo que las autoridades civiles existen por disposición divina,
el cristiano debe obedecer no sólo porque desea evitar el castigo, sino porque
lo correcto es obedecer.
La única excepción
es cuando la ley del Estado contradice a la ley de Dios.
6. Pagáis también los tributos. La flexión del verbo griego
también podría traducirse como imperativo: "pagad". Tanto el
indicativo como el imperativo son gramaticalmente correctos en este caso; sin
embargo, el contexto sugiere que no se trata de una orden sino de la afirmación
de un hecho.
Es evidente que los primeros cristianos
consideraban como una cuestión de principio el pagar impuestos, quizá como
obediencia a las enseñanzas de Cristo (Luc. 20: 20-25), lo que se refleja en
Rom. 13:7.
Al sostener al gobierno civil con
sus tributos, los cristianos reconocían que debían obedecer al Estado como
instituido por Dios "para castigo de los malhechores y alabanza de los que
hacen bien" (1 Ped. 2:14).
Servidores. Gr. leitourgós "servidor", "servidor público".
De este vocablo deriva la palabra "liturgia". No es el
mismo que se ha traducido como "servidor" en el vers. 4 (ver
comentario respectivo).
Ambas palabras se usan para referirse a servicios seculares, pero la primera también se
aplica especialmente al ministerio sacerdotal (ver Rom. 15:16; Heb. 8:2), Pablo
quizá usa esta palabra para destacar la legitimidad y la necesidad de obedecer
a los poderes civiles, dándoles un matiz de carácter sagrado como
"servidores público de Dios".
Atienden continuamente. O "perseveran". La
palabra que aquí se traduce en esta forma, también se ha traducido
"constantes" en cap. 12:12.
Esto mismo. Es decir, el servicio de Dios descrito en los vers.
3 y 4.
7. Pagad a todos. Algunos comentadores consideran
este versículo como la conclusión del tema de Pablo acerca del deber del
cristiano de obedecer al Estado, en cuyo caso "todos" se refiere a
los que están en autoridad. Pero otros comentadores interpretan este versículo
como una afirmación de un principio amplio que se aplica tanto a la sección
precedente como a la que sigue; y en ese caso "todos" se refiere a
todos los hombres, y entonces la afirmación de Pablo sería: "Pagad a todos
los hombres lo que les corresponde".
Tributo. Gr. fóros, "impuesto",
"contribución". En los papiros se da a esta palabra el significado de
"alquiler" (cf. Luc. 20:22).
Impuesto. Gr. télos (ver com. Mat. 17:25). Respeto. Gr. fóbos, literalmente "temor". En este caso significa el respeto con que debe ser considerada una autoridad; no temor con el sentido de "miedo" o "terror" (cf. 1 Ped. 2:18; 3:2).
Honra. Cf. 1 Ped. 2:17. Los agentes del gobierno romano
que en los días de Pablo estaban autorizados para cobrar tributos e impuestos,
al menos a los judíos, eran blanco del odio popular y de desprecio. Por eso
Pablo aconsejaba a los creyentes de Roma que no sólo se sometieran al sistema
de impuestos, sino que también prestaran la debida honra y respeto a sus gobernantes.
Esto contrasta agudamente con el creciente sentimiento de rebelión que estaba
siendo fomentado por algunos fanáticos judíos, y que pronto causaría la
destrucción de su nación (ver Josefo, Guerra ii. 13.4-7).
8. No debáis a nadie nada. El cristiano debe pagar todo lo
que debe, pero hay una deuda que nunca podrá cancelar plenamente, a saber: la
deuda de amor a sus prójimos.
Amaros unos a otros. El amor mutuo es una obligación ilimitada. Es una
deuda que uno siempre debe procurar pagar, pero que nunca se saldará por
completo mientras haya oportunidad de hacer el bien a nuestros prójimos.
Ama al prójimo. Literalmente "ama al otro", al que no es "yo mismo".
Ha cumplido. El que ama a sus prójimos ha cumplido el intento y propósito de la ley. Todos los mandamientos de Dios se basan en el principio único del amor (Mat. 22:34-40; cf. Rom. 13:9).
Por lo tanto, la ley divina no puede ser perfectamente obedecida sólo con la conformidad externa a la letra. La verdadera obediencia tiene que ver con el corazón y el espíritu (cf. Rom. 2:28-29). El cumplimiento de la ley no es una sujeción externa a ella, sino amor sincero (cap. 13:10).
Los judíos habían sido lentos
para creer y practicar esta verdad fundamental, a pesar de las claras
enseñanzas de Moisés sobre el tema (Lev. 19:18,34; Deut. 6:5; 10:12).
Convirtieron la ley de
amor de Dios en un código rígido, sin amor y de requerimientos legales.
Diezmaban meticulosamente la menta, el eneldo y el comino, pero pasaban por alto los asuntos más importantes de la ley: la fe, La justicia, la misericordia y el amor de Dios (Mat. 23:23; Luc. 11:42). Por eso Jesús procuró revelarles vez tras vez el verdadero propósito de los mandamientos de su Padre.
Enseñaba que todos los mandamientos
se resumen en el amor (Mat. 22:37-40; Mar. 12:29-34; Luc. 10:27-28), y que la
característica distintiva de un discípulo obediente es el amor por sus prójimos
(Juan 13:34-35).
La ley. "Ley" sin artículo (ver com. cap. 2:12). Aunque las referencias que hace Pablo a mandamientos específicos del Decálogo (cap. 13:9) indican que tenía especialmente en cuenta esa ley, la ausencia del artículo sugiere que quizá estaba hablando de "ley" como un principio.
El pecado es desobediencia a ley, o sea impiedad (ver com. 1 Juan
3:4); y por el contrario, el amor es, literalmente, "el cumplimiento de la
ley" (Rom. 13:10).
9. Porque. Es decir, los mandamientos que Pablo cita ahora. El
que ama a su prójimo ni le robará, ni le quitará la vida; tampoco codiciará sus
bienes, ni dará falso testimonio acerca de él, ni cometerá adulterio con su
cónyuge.
No dirás falso testimonio. La evidencia textual favorece (cf. p. 10) la omisión de este mandamiento. Quizá fue añadido por un copista para hacer más completa la lista de la segunda tabla de los Diez Mandamientos; sin embargo, es claro que Pablo no tenía el propósito de presentar una enumeración completa.
Lo atestiguan sus palabras: "y cualquier otro mandamiento". El orden de los mandamientos difiere del de Exo. 20:13-15, pues el séptimo ha sido colocado antes del sexto. La misma distribución se encuentra en Mar. 10:19; Luc. 18:20; Sant. 2:11. El orden regular aparece en Mat. 19:18. Pablo tal vez está siguiendo el orden de un manuscrito de la LXX.
El orden que él sigue es el de Deut. 5:17 como se halla en el Códice Vaticano.
Este mismo MS, en la lista de los últimos cinco mandamientos según Exo. 20:13-15,
coloca en primer lugar el séptimo mandamiento, y luego el octavo y el sexto.
Se resume. Gr. anakefalaióÇ, "recapitular",
"sintetizar".
Amarás. La cita es de Lev. 19: 18 (ver comentario
respectivo).
10. El amor no hace. Ver com. 1 Cor. 13:4-6.
Cumplimiento. Gr. pi'rÇma, "plenitud". "La ley en
su plenitud" (BJ). Cf. vers. 8.
La ley. "Ley" sin artículo (ver com. vers. 8).
11. Y esto. La expresión recuerda la orden precedente de no
debe nada sino amor, el cual es en sí mismo la síntesis de los deberes cristianos
ya prescritos (cap. 12;13). Como un verdadero incentivo para el cumplimiento de
esos deberes, Pablo ahora recurre a lo que siempre ha sido uno de los
alicientes más poderosos para la vida cristiana: la creencia en la proximidad
de la segunda venida de Cristo (cf. 1 Cor. 7:29; Heb. 10:25, 37; 1 Ped. 4:7).
Tiempo. Gr. kairós. Este término no se aplica al "tiempo" en general sino a un "momento" (BJ) definido, medido o fijado, o a un período crítico u ocasión (ver com. Mar. 1:15; cf. 1 Cor. 7:29; Apoc. 1:3). Los creyentes de Roma no podían menos que comprender el tiempo crítico en que vivían. Por eso Pablo los exhorta a abandonar toda tibieza e indolencia, a terminar con toda complacencia propia y a vestirse "del Señor Jesucristo". Es ya hora. Ver Mat. 24:44; 25:13.
De levantarnos. La evidencia textual se inclina (cf. p. 10) por la variante "de levantaros". Sueño. La preparación necesaria para el gran día de Dios exige de los cristianos una continua vigilancia. Compárese con la parábola de las diez vírgenes: "cabecearon todas y se durmieron" (Mat. 25:5; cf. 1 Tes. 5:6).
Más cerca. . . nuestra salvación. Por
"salvación" evidentemente Pablo quiere significar la venida de Cristo
en gloria y poder y todo lo que sucederá entonces, como ya lo ha descrito:
"la manifestación de los hijos de Dios" (cap. 8:19), "la
redención de nuestro cuerpo" (vers. 23) y la liberación de la naturaleza
"de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de
Dios" (vers. 21).
Creímos. Es decir, cuando primero creímos; "cuando
abrazamos la fe" (BJ). El tiempo del verbo griego indica el momento cuando
se aceptó la fe cristiana (cf. Hech. 19:2; 1Cor. 3:5; 15:2). La expectativa
constante de la venida del Señor es la actitud mental que Cristo ordenó en sus
repetidas advertencias (ver Mat. 24). Esta expectativa ha estado condicionada
desde el principio con el consejo de que "el día y la hora nadie
sabe" (Mat. 24:36), y Pablo tuvo en cuenta esta precaución (1 Tes. 5:1-2;
2 Tes. 2:1-2). Sin embargo, la forma en que anticipaba ese gran día no fue por
eso menos vívida (1Tes. 4:15,17; 1 Cor. 15:51-52).
Otros escritores del NT
compartían este mismo sentimiento (1 Ped. 4:7; 2 Ped. 3; 1Juan 2:18; Apoc. 22:12,
20; cf. Ev. 504; HAp 215).
El hecho de que este tiempo se ha
prolongado más de lo esperado, no significa que la Palabra de Dios haya
fallado. Hay una obra que debe ser hecha
y hay condiciones que se deben cumplir antes de que pueda venir Cristo (ver Ev
504-505). Entre tanto es indispensable que cada creyente experimente un
sentimiento continuo y vital de la brevedad del tiempo y de la inminencia del retorno
de Cristo. Esta motivación es indispensable para completar la obra que debe
concluirse y hacer frente a las condiciones que se presenten. Permanece siempre intacta la verdad de que a
los que duermen en una tibia complacencia propia el día del Señor los
sorprenderá como ladrón en la noche, "y no escaparán" (1 Tes. 5:3).
12. Noche. Después de comparar con el "sueño" la
condición espiritual en que se encontraban sus lectores, Pablo continúa el
símbolo contrastando la vida presente con la venidera, como la noche con el día
(cf. Heb. 10:25).
Desechemos. Gr. apotíth'mi, "echar a un lado", "quitarse algo de encima".
De ahí la traducción de la BJ:
"despojémonos". Esta palabra se usa varias veces en el NT para
describir el abandono de los malos hábitos (Efe. 4:22, 25; Col. 3:8; Heb. 12:1;
Sant. 1:21; 1 Ped. 2:1).
Obras de las tinieblas. "Las tinieblas" se
presentan como una vestimenta de la cual debe despojarse el cristiano, para
luego vestirse con la armadura de la verdad y la justicia para que pueda estar
preparado para la luz del día de la aparición de Cristo.
Armas. Gr. hóplon, vocablo traducido como "armas"
en Juan 18:3 y 2 Cor. 10:4, y como "instrumentos" en Rom. 6: 13. Compárese con la descripción que hace Pablo
de la armadura del cristiano en Efe. 6:11-18.
De la luz. Las "armas de la luz" llevan ese nombre
en contraste con "las obras de las tinieblas". Los cristianos son
invitados a salir "de las tinieblas a" la "luz admirable"
de Dios (1 Ped. 2:9); son llamados "hijos de luz" (1 Tes. 5: 5), y
por lo tanto libran la batalla espiritual con "armas de. . . luz".
13. Andemos. Es decir, vivamos, comportémonos.
Como de día. Los malhechores ocultan sus hechos de violencia y
maldad con la oscuridad de la noche (1 Tes. 5:7; Efe. 5:11-12). Pero el cristiano debe conducirse como si
todo el mundo pudiera ver lo que él hace. Es hijo del día y no de la noche (1Tes. 5:5), y debe vivir como hijo de la luz (Efe. 5: 8).
Honestamente. Gr. eusj'mónÇs, "en buena forma",
"decorosamente", "honorablemente". "Procedamos con decoro"
(BJ). Esta palabra aparece también en 1Cor. 14:40: "decentemente", y
1 Tes. 4:12: "honradamente".
Glotonería. Gr. kÇmos, "parranda",
"francachela", "orgía" (cf. Gál. 5:21; 1 Ped. 4:3).
En lujurias. En griego es más específico: se refiere a la inmoralidad
sexual. La palabra que se emplea es kóit',
"cama", y por extensión, "relación sexual".
Lascivias. Gr. asélgeia, "sensualidad", "libertinaje", "indecencia" (cf. 2 Cor. 12:21; Gál. 5:19). Los pecados de esta enumeración prevalecían entre los paganos de los días de Pablo (Rom. 1:24-31), pero de ninguna manera estaban limitados sólo a ellos (cap. 2:3, 21-24). Contiendas. Gr. éris, "querella"; "rivalidades" (BJ). Envidia. Gr. z'los, "celos".
14. Vestíos. En el vers. 12 se exhorta al cristiano a que se
vista con "las armas de la luz". Ahora Pablo describe a Cristo mismo como
la panoplia del cristiano. Pero esta vida con la que se ha "vestido"
("revestido", BJ) continuamente debe ser renovada cada día en la
experiencia del crecimiento y la santificación (Efe. 4:24; Col. 3:12-14). Cada
paso que se dé en ese desarrollo puede ser considerado como vestirse de nuevo
de Cristo, y el cristiano que persevera en esa experiencia transformadora,
imitará más y más perfectamente la vida y el carácter de Cristo y reflejará al
Salvador delante del mundo (ver 2 Cor. 3:2-3; PVGM 47; cf. Gál. 4:19).
La carne. Es decir, la naturaleza física depravada (cf. cap.
8:1-13). Deben satisfacerse las necesidades del cuerpo, pero el cristiano no
debe dejarse dominar por el estímulo y la complacencia de los apetitos físicos
impuros. Una vida Iujuriosa y de complacencia propia estimula esos impulsos
carnales, pero el cristiano debe más bien hacerlos morir (cap. 6:12-13; 8:13).
Por eso Pablo advierte a los creyentes que no presten atención a tales cosas.
NOTA ADICIONAL DEL CAPÍTULO 13
Algunos de los escritores del NT
dan la impresión de referirse a la segunda venida de Cristo como si fuera algo
inmediato. Se citan los siguientes textos como muestra típica de esta enseñanza:
Rom. 13:11-12; 1 Cor. 7:29; Fil. 4:5; 1 Tes. 4:15, 17; Heb. 10:25; Sant. 5:8-9;
1 Ped. 4:7; 1 Juan 2:18.
Quizá algunos se apresuren a
concluir que los escritores bíblicos estaban completamente equivocados, o que
por lo menos, nada se puede saber en cuanto al tiempo de la venida de Cristo;
pero la evidencia no requiere una conclusión tal.
En la repetida discusión de las
Escrituras en cuanto al fin del mundo o la venida de Cristo, se destacan
claramente ciertos hechos. Y creemos que si se tienen en cuenta esos hechos, es
posible llegar a una conclusión totalmente consecuente con la creencia en la
inspiración de la Biblia y el hecho solemne del segundo advenimiento. Estos
hechos son los siguientes:
1. Los escritores bíblicos
siempre hablan de la certeza del segundo advenimiento. Esto se aplica tanto a
los escritores del AT como del NT. El lector de la Biblia que da a las palabras
de ésta su significado más evidente, concluirá que "el día del Señor
vendrá" (2Ped. 3:10).
2. Al referirse a este tema los
escritores bíblicos parecen estar tan dominados por la grandeza, la gloria y la
naturaleza apoteósica del acontecimiento para cada ser humano y para toda la
creación, que con frecuencia hablan como si fuera el único y exclusivo
acontecimiento futuro. La luz deslumbradora del día de Dios con frecuencia
parece excluir todo lo demás de la vista y de la mente del profeta. El lector
recibe la clara impresión de que el autor inspirado considera todo lo demás que
pueda preceder al advenimiento, como de menor importancia, como un prólogo del
gran clímax hacia el cual se encamina toda la creación; con frecuencia quizá
sienta como si el gran día estuviera por sobrevenir.
Es evidente que esta vívida
presentación del advenimiento comenzó con Enoc, "séptimo desde Adán",
quien declaró a los impíos de sus días: "He aquí, vino el Señor con sus
santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos" (Jud. 14-15).
No hay nada en el contexto que sugiera que Enoc hubiera explicado que la venida
tendría lugar miles de años más tarde, y lo más seguro que no lo sabía. Le
había sido revelado que el Señor vendría para juzgar; nada más importaba.
3. Los escritores bíblicos
destacaron que el día del Señor vendría súbita e inesperadamente. Las
afirmaciones de Cristo son el mejor respaldo de esta enseñanza. Él dijo:
"Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor"
(Mat. 24:42). "Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones
no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga
de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los
que habitan sobre la faz de toda la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando
que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de
estar en pie delante del Hijo del Hombre" (Luc. 21:34-36).
Las palabras de Pablo son un eco de las de nuestro Señor: "El día del Señor vendrá así como
ladrón en la noche" (1 Tes. 5:2). Pedro escribe en forma parecida:
"El día del Señor vendrá como ladrón en la noche" (2 Ped. 3:10).
Lo que dio a la predicación del
segundo advenimiento una calidad de inminencia, por lo menos potencialmente,
fue la seguridad de que ese evento ocurriría y de que sería inesperado y
repentino.
Ahora bien, en vista de que al
Señor no le pareció conveniente revelar el "día y la hora" (Mat. 24:36)
de su venida, y como instó a sus seguidores a que velaran constantemente para
que ese día no los sorprendiera como "ladrón", ¿qué otra cosa podría
esperarse sino que los autores del NT escribieran del advenimiento con un tono
de inminencia? Esto no proyecta ninguna sombra sobre la inspiración que
recibieron. Sabían, por revelación y por instrucción directa procedente de
Cristo, que él vendría otra vez, que su venida sería precedida por tiempos
tumultuosos, que sería súbita e inesperada, y que ellos y a quienes ellos
predicaran debían velar continuamente. Pero no les fue revelado el "día y
la hora". Por lo tanto, debido a esa limitación en la revelación que les
fue dada, presentaban a los creyentes la exhortación constante y la advertencia
acerca del día del Señor.
Era evidente en el plan de Dios
que sus profetas no dispusieran de cierto conocimiento acerca de la exactitud
del momento del advenimiento de Cristo. Precisamente antes de su ascensión,
nuestro Señor puso fin a las preguntas de sus discípulos en cuanto a calcular
el tiempo de las acciones futuras de Dios, cuando declaró: "No os toca a
vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola
potestad" (Hech. 1:7).
4. Los autores bíblicos no
escribieron sencillamente para sus días o para determinado grupo a quien
dirigían una carta. Si así fuera entonces la importancia de las Escrituras
habría concluido con la generación que recibió directamente los mensajes de los
portavoces de Dios. No; escribían bajo inspiración y sin duda comprendiendo con
frecuencia sólo en parte, para todas las generaciones hasta que volviera el
Señor. Es cierto que algunas cosas que escribieron, por ejemplo, sobre la
circuncisión, tenían una importancia particular para la generación de los
autores del NT, mientras que otras porciones han tenido y tienen una
importancia creciente a medida que se aproxima el fin de la historia de la
tierra.
El hecho de que los autores
inspirados de la Biblia escribieran para exhortar, amonestar e instruir a todos
los que vivieran hasta el segundo advenimiento, aclara más las declaraciones
del NT que hablan de la inminencia de la segunda venida. Es cierto que los
mensajes, dentro de su contexto histórico, están dirigidos a grupos específicos
que vivían en ese tiempo, y no hay duda alguna de que la mayoría de los
consejos espirituales de las Escrituras se sitúan dentro de un contexto
histórico que corresponde con determinadas personas y determinado tiempo del
pasado.
Pero aunque una declaración se
haya dirigido a ciertos creyentes, puede aplicarse no tanto a ellos como a sus
descendientes espirituales. Cuando Cristo describió a sus discípulos ciertos acontecimientos
claves que precederían a su venida y servirían como señales de ella, abarcó un
período de unos dos mil años; y cuando comenzó a describir la caída de
Jerusalén, dijo: "Cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora
de que habló el profeta Daniel" (Mat. 24:15). "Veáis" correspondía con los
discípulos a quienes se estaba dirigiendo; pero sigue hablando de la "gran
tribulación" de la cual había hablado Daniel en la profecía, que abarcaría
hasta el siglo XVIII, y continúa con la exhortación "entonces, si alguno
os dijere. . ." (vers. 23). Ahora bien, podría decirse que Cristo está
aquí advirtiendo otra vez a sus doce discípulos contra engaños amenazadores.
Pero todo el contexto nos obliga a creer que él está hablando también, y aun
con más razón, a sus seguidores que vivieran en el siglo XVIII y
posteriormente.
Este hecho bíblico, que el grupo
presente en ese momento puede ser el recipiente de un mensaje no sólo para
ellos sino también, y quizá más particularmente, para una generación posterior,
nos protege de no caer en conclusiones sin fundamento acerca de la ubicación
histórica de ciertos sucesos venideros.
Pareciera que inmediatamente
después de la ascensión "los hermanos", grupo que tal vez incluía a
los apóstoles, pensaban que Cristo podría volver en sus días: "Este dicho
se extendió entonces entre los hermanos, que aquel discípulo [Juan] no
moriría" (Juan 21:23), sino que quedaría vivo para contemplar el regreso
de su Señor (cf. Hech. 1:6-7).
Sin embargo, hay cierta evidencia
en el NT de que Dios dio alguna luz a sus portavoces acerca del tiempo que
transcurriría antes de que Cristo regresara. En su primera carta a los
Tesalonicenses, Pablo les escribió del advenimiento y dijo: "Nosotros que
vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor" (1 Tes. 4:15);
pero, ¿quería Pablo que los tesalonicenses llegaran a la conclusión de que el
día del Señor virtualmente estaba a las puertas? Es evidente que algunos
llegaron a esa conclusión, porque en su segunda carta el apóstol vuelve al
tema: "Os rogamos, hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro
modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta
como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca"
(2 Tes. 2:1-2). Después procede a
describir acontecimientos que debían suceder antes del advenimiento (vers.
3-12). El proceso clave sería determinada "apostasía" (vers. 3). Pero
Pablo explica en otros pasajes que esa "apostasía" ocurriría
principalmente después de su muerte (Hech. 20:28-30; 2 Tim. 4:6-8). Después de
presentarles un bosquejo de ciertos sucesos que precederían al advenimiento,
los exhorta a estar "firmes" para los días venideros (2 Tes. 2:15-17).
En la celda de la prisión donde
esperaba la muerte, Pablo escribió a su hijo espiritual Timoteo: "Lo que
has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean
idóneos para enseñar también a otros" (2 Tim. 2:2). Es claro que Pablo
estaba instruyendo a Timoteo que quedaba cierto período de tiempo antes de que
Cristo regresara.
Por lo tanto, es evidente que
cuando Pablo dijo en 1 Tes. 4:15 "habremos quedado", no se incluía él
sino que estaba hablando de aquellos creyentes cristianos que vivirían en los
días finales. El plural de la primera persona del verbo indicaba sencillamente
que Pablo pertenecía al grupo de fieles que, en forma ininterrumpida, abarcaban
los siglos.
Pedro escribió: "El fin de todas las cosas se acerca; sed,
pues, sobrios, y velad en oración" (1 Ped. 4:7). Esas palabras, ¿se
aplicaban necesariamente al grupo próximo a él, a quien escribía? La respuesta
parece ser: no. Leemos en su segunda epístola, escrita no sabemos cuánto tiempo
después de la primera: "Para que tengáis memoria de las palabras que antes
han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador
dado por vuestros apóstoles; sabiendo primero esto, que en los postreros días
vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo:
¿Dónde está la promesa de su advenimiento?" (2 Ped. 3:2-4). Lo más
razonable es admitir que estas palabras sugieren que Pedro esperaba algún
proceso futuro en que aparecerían cierta clase de burladores.
Nótese especialmente que Pedro,
al ocuparse del advenimiento venidero, exhorta a los creyentes a tener "memoria
de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas".
Anteriormente, en esta misma epístola, declaró: "Tenemos también la
palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una
antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero
de la mañana salga en vuestros corazones" (2 Ped. 1:19). Según estas
palabras es evidente que Pedro enseñaba que tenía que transcurrir cierto lapso
antes del advenimiento. Los creyentes debían dejarse guiar por la luz profética
"hasta que el día esclarezca". Respondiendo al mismo propósito, Pablo
declaró a los tesalonicenses: "Pero acerca de los tiempos y de las
ocasiones, no tenéis necesidad, hermanos, de que yo os escriba. Porque vosotros
sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche;
que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción
repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán. Mas vosotros,
hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como
ladrón" (1 Tes. 5:1-4). La forma en que los apóstoles recurren a lo que
escribieron los profetas es un eco de las palabras de Cristo acerca de lo que
"el profeta Daniel" había escrito en cuanto a sucesos venideros:
"El que lee, entienda" (Mat. 24:15).
5. En este cuadro de la
exhortación dirigida a los creyentes para guiar sus pasos con la luz de la
profecía, lógicamente reconocemos que la Biblia contiene algunas profecías
específicas acerca de la venida del Señor, las cuales abarcan grandes períodos
y que nos ayudan a saber que el advenimiento "está cerca, a las
puertas" (Mat. 24:33). Nos referimos especialmente a los libros de Daniel
y de Apocalipsis. Dentro de la sabiduría de Dios esos libros, aun en el mejor
de los casos, sólo fueron oscuramente entendidos en los primeros siglos de la
era cristiana. Algunas de las profecías
de Daniel quedarían sin duda "cerradas y selladas hasta el tiempo del
fin" (Dan. 12:9), pues eran mayormente para el tiempo del fin.
Actualmente disponemos de un
caudal de luz adicional que irradia de las páginas de Daniel y de su libro
compañero, el Apocalipsis. Sus profecías nos capacitan para conocer, en una
forma en que no fue posible antes, "los tiempos y. . . las ocasiones"
(1Tes. 5:1) que tienen relación con las profecías. Las profecías de estos dos
libros nos permiten decir con seguridad profética que el fin de todas las
cosas, ciertamente, está cerca. El movimiento adventista, basado en la certeza
de estas páginas de la profecía que ahora están brillantemente iluminadas,
puede hoy proclamar con toda seguridad el mensaje inequívoco de la proximidad
del día de Dios. (6CBA).
COMENTARIOS DE EGW
1. 2JT 319. Males de la
legislación religiosa. Al ejercer el poder de la
legislación religiosa, el movimiento llamado Reforma Nacional manifestará,
cuando esté plenamente desarrollado la misma intolerancia y opresión que prevalecieron
en siglos pasados. Los concilios humanos asumieron entonces las prerrogativas
de la Divinidad y aplastaron bajo su poder despótico la libertad de conciencia;
a ello siguieron el encarcelamiento, el destierro y la muerte de los que se
oponían a sus dictados. Si por la legislación el papismo y sus principios
vuelven a tener poder, se volverán a encender los fuegos de la persecución
contra aquellos que no sacrifiquen su conciencia y la verdad en deferencia a
los errores populares. Este mal está a punto de producirse.
Cuando Dios nos ha dado una luz
que revela los peligros que nos esperan, ¿cómo podemos ser inocentes a sus ojos
si no hacemos todo esfuerzo posible para presentarla a la gente? ¿Podemos
permitir que arrostre sin advertencia esta tremenda crisis?
Tenemos delante de nosotros la perspectiva
de una lucha larga, con riesgo de encarcelamiento, pérdida de bienes y aun de
la vida misma, para defender la ley de Dios, que es anulada por las leyes de
los hombres. En esta situación, los métodos políticos del mundo recomendarían
que se cumplan exteriormente las leyes del país, por amor a la paz y la
armonía. Y hasta habrá quienes recomiendan una conducta tal basados en este
pasaje: "Toda alma se someta a las potestades superiores; . . . y las que
son, de Dios son ordenadas." (Rom. 13:1.)
Pero ¿cuál fue la conducta de los
siervos de Dios en siglos pasados?
Cuando los discípulos predicaron a Cristo y Cristo 320 crucificado,
después de su resurrección, las autoridades les ordenaron que no hablasen ni
enseñasen en el nombre de Jesús. "Entonces Pedro y Juan, respondiendo, les
dijeron: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer antes a vosotros que a
Dios: porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído." (Hech.
4: 19, 20.) Continuaron predicando las buenas nuevas de la salvación por Cristo;
y el poder de Dios dio testimonio al mensaje.
Los enfermos eran sanados, y miles eran añadidos a la iglesia.
"Entonces levantándose el príncipe de los sacerdotes, y todos los que
estaban con él, que es la secta de los Saduceos, se llenaron de celo; y echaron
mano a los apóstoles, y pusiéronlos en la cárcel pública." (Hech. 5: 17,
18.)
Pero el Dios del cielo, el
poderoso Gobernante del universo, tomó el asunto en sus manos; porque los hombres
guerreaban contra su obra. Les mostró claramente que hay quien impera sobre los
hombres, alguien cuya autoridad debe ser respetada. El Señor envió a su ángel
de noche a abrir las puertas de la cárcel; y sacó a esos hombres a quienes él
había ordenado que hiciesen su obra. Los príncipes dijeron: No habléis ni enseñéis
"en el nombre de Jesús;" pero el mensajero celestial enviado por Dios
dijo. "Id, y estando en el templo, hablad al pueblo todas las palabras de
esta vida." (Hech. 4: 18; 5: 20.)
Los que procuran obligar a los
hombres a observar una institución del papado y pisotear la autoridad de Dios,
están haciendo una obra similar a la de los príncipes judíos en los días de los
apóstoles. Cuando las leyes de los gobernantes terrenales se opongan a las
leyes del Gobernante supremo del universo, entonces le serán fieles los que son
leales súbditos de Dios. 2JT
PP 778. Hasta entonces la foja de servicios de David como soberano había sido tal
que pocos monarcas la tuvieron jamás igual. Se nos dice que "hacía David
derecho y justicia a todo su pueblo." (2 Sam. 8:15.) Su integridad le
había ganado la, confianza y 778 la lealtad de toda la nación. Pero cuando se
apartó de Dios y cedió al maligno, se hizo, por el momento, agente de Satanás;
sin embargo, conservaba el puesto y la autoridad que Dios le había dado, y a
causa de esto exigía ser obedecido en cosas que hacían peligrar el alma del que
las hiciera. Y Joab, más leal al rey que
a Dios, violó la ley de Dios por orden del rey.
El poder de David
le había sido dado por Dios, pero para que lo ejercitara solamente en armonía
con la ley divina. Cuando ordenó algo que era contrario a la ley de Dios, el
obedecerle se hizo pecado. "Las [potestades] que son, de Dios son
ordenadas" (Rom. 13:1), pero no
debemos obedecerlas en contradicción a la ley de Dios. El apóstol Pablo,
escribiendo a los corintios, fija el principio que, ha de guiarnos. Dice:
"Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo. (1 Cor. 11:1.)
10. CS 520. EL ASERTO de que Cristo
abolió con su muerte la ley de su Padre no tiene fundamento. Si hubiese sido
posible cambiar la ley o abolirla, entonces Cristo no habría tenido por qué
morir para salvar al hombre de la penalidad del pecado. La muerte 520 de Cristo, lejos de abolir la ley,
prueba que es inmutable. El Hijo de Dios vino para engrandecer la ley, y
hacerla honorable. (Isaías 42:21.) El dijo: "No penséis que vine a invalidar
la ley;" "hasta que pasen el cielo y la tierra, ni siquiera una jota
ni un tilde pasará de la ley." (Mateo 5:17,18, V.M.) Y con respecto a sí
mismo declara: "Me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley
está en medio de mi corazón." (Salmo 40:8, V.M.)
La ley de Dios, por su naturaleza
misma, es inmutable. Es una revelación de la voluntad y del carácter de su
Autor. Dios es amor, y su ley es amor. Sus dos grandes principios son el amor a
Dios y al hombre. "El amor pues es el cumplimiento de la ley."
(Romanos 13:10, V.M.) El carácter de Dios es justicia y verdad; tal es la
naturaleza de su ley. Dice el salmista: "Tu ley es la verdad;"
"todos tus mandamientos son justos." (Salmo 119:142,172, V.M.) Y el
apóstol Pablo declara: "La ley es santa, y el mandamiento, santo y justo y
bueno." (Romanos 7:12, V.M.) Semejante ley, expresión del pensamiento y de
la voluntad de Dios, debe ser tan duradera como su Autor.
Es obra de la conversión y de la
santificación reconciliar a los hombres con Dios, poniéndolos de acuerdo con
los principios de su ley. Al principio el hombre fue creado a la imagen de
Dios. Estaba en perfecta armonía con la naturaleza y la ley de Dios; los
principios de justicia estaban grabados en su corazón. Pero el pecado le separó
de su Hacedor. Ya no reflejaba más la imagen divina. Su corazón estaba en
guerra con los principios de la ley de Dios. "La intención de la carne es
enemistad contra Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco
puede." (Romanos 8:7.) Mas "de tal manera amó Dios al mundo, que dio
a su Hijo unigénito," para que el hombre fuese reconciliado con Dios. Por
los méritos de Cristo puede restablecerse la armonía entre el hombre y su
Creador. Su corazón debe ser renovado por la gracia divina; debe recibir nueva
vida de lo alto. Este cambio es el nuevo nacimiento, sin 521 el cual, según expuso Jesús, nadie "puede ver el reino de
Dios." El primer paso hacia la reconciliación con Dios, es la convicción
del pecado. "El pecado es transgresión de la ley." "Por la ley
es el conocimiento del pecado." (1 Juan 3: 4; Romanos 3: 20.) Para
reconocer su culpabilidad, el pecador debe medir su carácter por la gran norma
de justicia que Dios dio al hombre. Es un espejo que le muestra la imagen de un
carácter perfecto y justo, y le permite discernir los defectos de su propio
carácter.
La ley revela al hombre sus
pecados, pero no dispone ningún remedio. Mientras
promete vida al que obedece, declara que la muerte es lo que le toca al
transgresor. Sólo el Evangelio de Cristo puede librarle de la condenación o
de la mancha del pecado. Debe arrepentirse ante Dios cuya ley transgredió, y
tener fe en Cristo y en su sacrificio expiatorio. Así obtiene "remisión de
los pecados cometidos anteriormente," y se hace partícipe de la naturaleza
divina. Es un hijo de Dios, pues ha recibido el espíritu de adopción, por el
cual exclama: "¡Abba, Padre!"
¿ESTÁ ENTONCES LIBRE PARA VIOLAR
LA LEY DE DIOS? El apóstol Pablo dice: "¿Abrogamos pues la
ley por medio de la fe? ¡No por cierto! antes bien, hacemos estable la
ley." "Nosotros que morimos al pecado, ¿cómo podremos vivir ya en
él?" Y San Juan dice también: "Este es el amor de Dios, que guardemos
sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos." (Romanos 3:31; 6:2;
1 Juan 5:3, V.M.)
En el nuevo nacimiento el corazón
viene a quedar en armonía con Dios, al estarlo con su ley. Cuando se ha
efectuado este gran cambio en el pecador, entonces ha pasado de la muerte a la
vida, del pecado a la santidad, de la transgresión y rebelión a la obediencia y
a la lealtad. Terminó su antigua vida de separación con Dios; y comenzó la
nueva vida de reconciliación, fe y amor. Entonces "la justicia que
requiere la ley" se cumplirá "en nosotros, los que no andamos según
la carne, sino según el espíritu." (Romanos 8:4, V.M.) Y el lenguaje del
alma será 522 "¡Cuánto amo yo
tu ley! todo el día es ella mi meditación." (Salmo 119:97.) "La ley
de Jehová es perfecta, que convierte el alma." (Salmo 19: 7, V.M.)
SIN LA LEY, los hombres no
pueden formarse un justo concepto de la pureza y santidad de Dios ni de su
propia culpabilidad e impureza. No tienen verdadera convicción del pecado, y no
sienten necesidad de arrepentirse. Como no ven su condición perdida como
violadores de la ley de Dios, no se dan cuenta tampoco de la necesidad que
tienen de la sangre expiatoria de Cristo. Aceptan la esperanza de salvación sin
que se realice un cambio radical en su corazón ni reforma en su vida.
Así abundan las
conversiones superficiales, y multitudes se unen a la iglesia sin haberse unido
jamás con Cristo.
DMJ 20. Mucho mejor sería para nosotros sufrir bajo una falsa 20 acusación que infligirnos la tortura de vengarnos de nuestros enemigos. El espíritu de odio y venganza tuvo su origen en Satanás, y sólo puede reportar mal a quien lo abrigue. La humildad del corazón, esa mansedumbre resultante de vivir en Cristo, es el verdadero secreto de la bendición. "Hermoseará a los humildes con la salvación".*Sal. 149:4. Los mansos "recibirán la tierra por heredad".
Ministerio Hno. Pio
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