2 CORINTIOS 3. CREDENCIALES APOSTÓLICAS: Vers. (1-5) Para
que los falsos maestros no lo acusen de vanagloriarse, presenta la fe y
conducta de los corintios como recomendación suficiente para su ministerio.
LA GLORIA DE LA COMISIÓN APOSTÓLICA: Vers. (6-11) Establece luego una comparación entre los ministros de la ley y los del Evangelio, (12-18) y prueba que su ministerio es muy superior, así como el Evangelio de vida y libertad es más glorioso que la ley de condenación.
1 ¿Comenzamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O tenemos necesidad, como algunos, de cartas de recomendación para vosotros, o de recomendación de vosotros? 2 Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; 3 siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón. 4 Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; 5 no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios,
6 el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, más el espíritu vivifica. 7 Y si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual había de perecer, 8 ¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu? 9 Porque si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación. 10 Porque aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente. 11 Porque si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece.
12 Así que, teniendo tal esperanza, usamos de mucha franqueza; 13 y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de ser abolido. 14 Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado.
15 Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos. 16 Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. 17 Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. 18 Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. (2 Corintios 3).
1. Recomendarnos a nosotros mismos. En el cap. 2:17
Pablo establece el contraste entre él y sus colaboradores por una parte, y los
falsos dirigentes que habían ido a Corinto y allí habían corrompido la Palabra
de Dios por la otra. Era muy posible que la clara afirmación de Pablo fuera mal
interpretada y causara críticas. ¿Estaba recomendándose Pablo a sí mismo? ¿Se
estaba jactando y ensalzando y también a sus colaboradores? ¿Con frecuencia no
se había referido a sí mismo en términos altisonantes? (1 Cor. 2:6; 3:10; 4:1;
9:15).
Los falsos maestros quizá se habían presentado a los creyentes de Corinto mediante cartas de recomendación de la iglesia de Jerusalén, con lo cual parece que realmente tenían buena reputación y contaban con el apoyo de los apóstoles.
De esa manera sus credenciales podrían parecer mejores que las
de Pablo (cf. Hech. 13:1-3; Gál. 2:7,9). Ver com. 2 Cor. 5:12.
De recomendación. Tanto esta frase como el verbo
"recomendarnos" vienen de una raíz que significa "pararse
juntos", es decir, estar de acuerdo. Así el portador de la carta gozaba
del buen concepto del que la había escrito pues "estaban de acuerdo",
"juntos". Una carta tal tenía el propósito de identificar a los
misioneros que viajaban por una región donde no eran conocidos personalmente.
Así se protegía a las iglesias contra los falsos maestros.
Repetidas veces se mencionan cartas
de presentación (Hech. 18:27; Col. 4:10). Pero había epístolas falsas así como
había apóstoles falsos. Era obvio que las cartas de recomendación que algunos
habían presentado en Corinto habían sido aceptadas como genuinas. Sin duda
Pablo no había llevado cartas de presentación como misionero cristiano, y sus
críticos de Corinto ahora menospreciaban su condición de apóstol y ponían en
duda su autoridad.
2. Nuestras cartas. Pablo emplea la palabra
"cartas" en sentido figurado. No necesitaba de cartas de presentación
literales, pues sus conversos eran una prueba más que suficiente de su
apostolado. No necesitaba de documentos escritos para fundamentar su autoridad
apostólica. La metáfora de cartas escritas significa dos cosas: que los
creyentes corintios tenían la Palabra y la ley de Dios escritas en sus
corazones, y también que eran epístolas vivientes escritas en el corazón de
Pablo. Lo primero constituía una evidencia de que eran verdaderos cristianos;
lo segundo, que Pablo era un verdadero apóstol. Eran el "sello" de su
"apostolado" (1 Cor. 9:2).
Nuestros corazones. Si bien algunos MSS dicen
"vuestros corazones", la evidencia textual (cf. p. 10) se inclina por
el texto reflejado en la RVR.
3. Siendo manifiesto. "Conocido",
"revelado". El mundo necesita de más cristianos que puedan ser
"leídos". El lenguaje de una vida semejante a la de Cristo vale en
todas partes. Sólo así los hombres pueden comprender lo que significa el
cristianismo; sólo así pueden entender sus grandes verdades y aprender a amar y
a obedecer la ley de Dios.
Carta de Cristo. Cada creyente y cada iglesia
debiera ser una carta de Cristo para el mundo. El autor de la carta es Cristo. El
material en el que se escribe es el corazón de cada creyente, y lo que se
escribe es la ley de Dios, reflejo del carácter del Señor. El que usó la pluma
en este caso fue Pablo.
Cristo escribió los Diez
Mandamientos con su propio dedo en tablas de piedra (Exo. 24:12; 31:18; Deut.
9:10-11; cf. PP 381). Dios inspiró a hombres para que escribieran la Biblia (2
Tim. 3:16; 2 Ped. 1:20-21), y de ese modo también es autor de ella. Los seres
humanos pueden ver y encontrar a Cristo en la ley, en las Escrituras y en los
que creen en él si así lo desean.
Expedida por nosotros. Cristo usó a Pablo como su
escribiente o amanuense. La carta escrita en los corazones de los conversos no
tuvo su origen en Pablo ni fue dictada por él; pero sí fue el instrumento de
Dios en la escritura de esta epístola viviente. Los fieles ministros de la
Palabra en la iglesia hoy día son los escribientes de Dios para esta
generación.
No con tinta. En tiempos del NT las cartas se escribían por lo
general en un papiro, con una pluma de caña, y con pigmento negro como tinta
(ver 2 Juan 12). Las cartas de Pablo para las iglesias sin duda fueron escritas
de esa manera. Pero cuando se trata de escribir en las tablas del corazón
humano, es decir, de la mente, se necesita un intermediario más permanente, y
ese intermediario es el Espíritu del Dios viviente. Donde el Espíritu Santo
actúa en la vida, la ley de Dios y la verdad de Dios se manifiestan en
santidad, obediencia y santificación. La obediencia a toda la voluntad de Dios
resulta espontánea. La escritura de la que aquí habla Pablo no sólo afecta al
intelecto, sino también a la voluntad y a los sentimientos (Sal. 1:2; 119:16).
Los adversarios del apóstol, los
judaizantes, no habían escrito una carta tal en los corazones de los creyentes
corintios, como lo había hecho Pablo. Su ministerio se reducía a la letra de la
ley. Se ocupaban casi exclusivamente de
la forma externa de la ley; el espíritu de ella nunca había sido grabado en sus
corazones.
Lo que el legalismo judaico nunca pudo alcanzar -por
falta de fe de parte de los que lo practicaban (Heb. 4:2)- ahora debía llevarlo
a cabo el Evangelio (Rom. 8:3-4). El apego literal a la letra del judaísmo no
podía transferir los principios de la verdad a los corazones de los hombres. La
práctica judaica de la religión siguió siendo formal y mecánica; le faltaba el
espíritu.
Tablas de piedra. O "tablillas de
piedra". Pablo contrasta las dos tablas de piedra en las cuales Dios escribió
los Diez Mandamientos en el Sinaí con las tablillas de carne del corazón. No
había nada malo en que la ley de Dios estuviera escrita en tablas de piedra,
pero mientras sólo estuviera escrita allí y no fuera transferida a las
tablillas de los corazones de los hombres, en la práctica permanecía sólo como
letra muerta.
La verdad tiene
fuerza viviente y activa sólo cuando es aplicada a los problemas de la vida.
Pablo anticipa aquí lo que va a
decir acerca del nuevo pacto en los vers. 6-11. Se hace referencia a la
experiencia del nuevo pacto en pasajes de las Escrituras como Jer. 31:31-33;
Eze. 11:19-20; 36:26-27; Heb. 8:8-10.
Sólo Dios tiene poder para llegar
hasta el corazón y escribir allí su ley. Le es más fácil escribir su ley en
tablas de piedra, porque éstas no tienen voluntad para oponerse; pero una vez
que la ley está escrita en el corazón, deja de ser letra muerta. El papel y la
piedra son transitorios; pero no pasa lo mismo con la ley escrita en el corazón
y en la vida.
Moisés descendió del Sinaí
trayendo dos tablas de piedra, evidencia visible de que había estado con Dios,
y descendió del monte como portavoz instituido por Dios. Aunque las
credenciales de Pablo no eran de una naturaleza tangible, no eran menos reales,
pues la misma ley divina había sido escrita por el Espíritu Santo en el corazón
del apóstol y en los corazones de sus conversos. Pablo no necesitaba otras
credenciales. Su vida Y las de aquellos a quienes había llevado a Cristo,
constituían una evidencia suficiente de que su comisión provenía de Dios.
4. Tal confianza. Los críticos literales de Pablo
habían tergiversado la confianza y suficiencia del apóstol, convirtiéndolas en
jactancia y alabanza propia. Pero era al contrario: su confianza resultaba de
que conocía íntimamente que estaba bajo la constante conducción e influencia de
Cristo (cf. cap. 5:14); por lo tanto, todo el honor y la alabanza pertenecían a
Cristo y no a él. La necia y vana confianza propia es un vicio, pero la
confianza en Dios es una gran virtud cristiana (1 Cor. 13:13; Gál. 5:22-23). La
primera atribuye jactanciosamente al yo todo el éxito en el ministerio; la otra
lo atribuye humildemente a Dios.
5. Competentes. Gr. hikanós,
"suficiente", "bastante". La forma substantivada de la
palabra se traduce más adelante en este versículo como "competencia"
y su flexión verbal como "nos hizo . . . competentes" en el vers. 6.
Pablo había cumplido de la mejor manera posible la misión que Dios le había
encomendado, y no vacilaba en expresar su confianza de que su ministerio había
sido exitoso. Pero toda la alabanza por ser él un instrumento eficaz, pertenecía
a Dios
Pensar algo. Es decir, llegar a alguna conclusión respecto a su
propio ministerio. Aunque la apreciación que hacía de su obra pudiera ser
defectuosa, nadie podía negar que su trabajo había sido fructífero para el
reino. Los principios del reino estaban indeleblemente escritos en los
corazones y en las vidas de sus conversos.
Como de nosotros mismos. Pablo niega cualquier alabanza propia por el éxito que había acompañado a su ministerio.
6. Nos hizo ministros competentes. En los vers.
6-18 Pablo presenta la superioridad del "ministerio del espíritu"
(vers. 8) -el cual él representa- por encima del "ministerio de
muerte", el sistema judaico ya obsoleto, representado por sus adversarios
judaizantes. Llega a esta conclusión comparando la "gloria" del nuevo
pacto con la del período mosaico, y presentando a sus adversarios judaizantes
como expositores de la letra de la ley y no del espíritu de ella. Llama al
sacerdocio judaico el ministerio "de la letra", en contraste con el
de los ministros cristianos cuyo ministerio era "del espíritu".
Un ministro "de la
letra" de la ley presentaba un sistema de reglas y requerimientos. Su
propósito era conseguir que se obedecieran requisitos externos. Pero Dios había
hecho a Pablo ministro "del espíritu" de toda la voluntad revelada de
Dios. El apóstol había sido educado de acuerdo con la rígida letra de la ley
(Hech. 22:3; Fil. 3:4-6), pero el espíritu de vida en Cristo Jesús lo había
liberado de ese rígido sistema (Rom. 8:2). Había renunciado al ministerio
"de la letra" para dedicarse al ministerio "del espíritu"
(Rom. 8:1-2; 2 Cor. 5:17).
Uno de esos ministerios es
poderoso para salvar a los hombres del pecado y para convertirlos en hijos de
Dios; el otro, no (Efe. 3:7). Uno tiene el Espíritu Santo; el otro, no. El
ministerio "del espíritu" puede convencer de pecado; el otro, no
(Juan 16:8-9, 13; Efe. 3:7; 1 Tim. 1:11-16).
El ministerio "de la
letra" -las formas de la religión- y el "del espíritu" (ver com.
Juan 4:23-24), no tenían por qué haberse excluido mutuamente (ver com. Mar.
2:21-22; 7:6-9). Pero el ministerio "de la letra" fue convertido, en
la realidad, en una perversión del verdadero Evangelio que había sido revelado
a Moisés y a todos los profetas (DTG 20-22, 26-27).
Nuevo pacto. Pablo contrasta el nuevo pacto con el antiguo. A uno
lo identifica con el espíritu; al otro, con la letra. Bajo el antiguo pacto, la
reverencia judía por la sencilla "letra" de la ley prácticamente se
convirtió en idolatría; asfixió al "espíritu". Los judíos prefirieron
vivir bajo el dominio de la "letra" de la ley. Su obediencia a la
ley, al ritual y a las ceremonias establecidas, era formal y externa. La
consagración y la obediencia de un cristiano no deben caracterizarse por
procedimientos rutinarios, minuciosas regias y complicados requisitos, sino por
la presencia y el poder del Espíritu de Dios.
No de la letra. El contraste entre
"letra" y "espíritu" en las Escrituras es peculiar del
apóstol Pablo (ver com. Rom. 2:27-29; 7:6). La primera es superficial; el
segundo llega a lo íntimo. Tanto judíos como cristianos corren el peligro de
poner énfasis en la "letra", excluyendo el "espíritu". El
AT y el NT constituyen una revelación inspirada por el Espíritu Santo (2 Tim.
3:15-17). Dios quería que el judaísmo tuviera ambos, la "letra" y el
"espíritu": el registro de la voluntad revelada de Dios y ciertas
formas o ritos prescritos que se tradujeran en una experiencia viviente (ver
com. Juan 4:23-24); lo mismo debe suceder en el cristianismo. Los credos
oficiales, la teología teórica y las formas del culto, no tienen poder para
salvar a los hombres del pecado.
La "letra" de la ley
era buena pues procedía de Dios y quedó registrada en los escritos de Moisés;
pero Dios tenía el propósito de que la "letra", el registro escrito
de la ley, fuera sólo un medio para alcanzar no fin más elevado: establecer el
"espíritu" de la ley en los corazones de los judíos. Sin embargo, la
mayoría de los israelitas fracasaron en interpretar la "letra" de la
ley en términos del "espíritu" de la ley; es decir, no la
convirtieron en una experiencia religiosa de salvación personal del pecado por
medio de la fe en la expiación que proporcionaría el Mesías. La observancia
literal, nada más, de la ley, "mata". Sólo el "espíritu" de
la ley puede "vivificar", ya se trate de judíos o de cristianos. La
práctica del cristianismo fácilmente puede degenerar en una "apariencia de
piedad " sin "la eficacia de ella" (2 Tim. 3:5). De modo que la
"letra" del cristianismo "mata" a los que dependen de ella
para la salvación.
En los días de Pablo el judaísmo
había perdido a tal punto el "espíritu" de la verdadera religión, que
sus ritos religiosos eran solamente "letra". Como sistema había
perdido el poder de impartir vida a sus seguidores (ver com. Mar. 2:21-22; Juan
1:17); el cristianismo, por su parte, todavía era joven y fuerte, aunque en los
siglos siguientes también se degeneraría (ver Nota Adicional de Dan. 7). De
modo que cuando Pablo escribió, el judaísmo estaba identificado con la
"letra", y el cristianismo se identificaba con el
"espíritu" hasta donde estaba libre de la influencia del judaísmo.
No tiene ningún fundamento el
argumento de que Pablo menosprecia aquí el AT y el Decálogo, pues al escribir a
los gentiles que habían aceptado el Evangelio, repetidas veces afirma la
vigencia del AT y del Decálogo para los cristianos (ver com. Rom. 8:1-4; 2 Tim.
3:15-17; cf. com. Mat. 5:17-19). Cristo y los apóstoles no tenían otras
"Escrituras" fuera del AT (ver com. Juan 5:39). Los nombres de muchos
fieles que se registran en Heb. 11, junto con muchos miles de creyentes del
tiempo del AT, experimentaron la obra vivificante del Espíritu Santo en sus
vidas así como miles la sintieron en los días del NT.
Cada iglesia y cada
credo tiene su "letra" y su "espíritu". El Evangelio de Jesucristo tiene su "letra"
y tiene su "espíritu"; pero sin el poder vivificante del Espíritu
Santo, el Evangelio inevitablemente se convierte, en cualquier iglesia, en
"letra" muerta. Miles y miles que se llaman cristianos están
satisfechos con la "letra", y permanecen completamente desprovistos
de vida espiritual.
Lo que Dios exige
no es simplemente un proceder correcto, sino que dicho proceder sea el producto
y la evidencia de una buena relación con Dios y una óptima condición moral y espiritual.
Reducir la vida y el culto
cristianos al cumplimiento de un sistema de reglas sin que haya dependencia del
Dios viviente, es confiar en el uso y el ministerio de la "letra". Los
actos externos y las ceremonias de la religión, ya sea judía o cristiana, no
son sino un medio para alcanzar un fin. Pero si se los considera como fines en
sí mismos, se convierten al instante en un estorbo para la verdadera
experiencia religiosa.
Lo mismo con la ley de Dios, el
Decálogo. El cumplimiento externo de sus preceptos, en un esfuerzo para ganar
la salvación mediante ellos, es vano. La obediencia tiene valor delante de Dios
sólo cuando se produce como un resultado natural del amor a Dios yal prójimo
(ver com. Mat. 19:16-30). En el Sermón del Monte nuestro Señor destacó el
principio de que la obediencia a la "letra" de la ley sin el
"espíritu" de obediencia, no alcanza la norma de justicia divina (ver
com. Mat. 5:17-22).
En contra de lo que afirman ciertos expositores modernos de las Escrituras, el "espíritu" de la ley no invalida su "letra".
Por ejemplo, Jesús ordenó a sus
seguidores, apoyándose en el sexto mandamiento, que no se enojaran contra sus
hermanos (Mat. 5:22), pero con eso no autorizó a nadie para que violara la
letra del mandamiento matando a su prójimo. Es obvio que el
"espíritu" del sexto mandamiento no ocupa el lugar de su
"letra", sino que complementa la letra y la magnifica (ver com. Isa.
42:21). Lo mismo puede decirse de los otros nueve preceptos del Decálogo,
incluso el cuarto (ver com. Isa. 58:13;
Mar. 2:28).
La letra mata. La "letra" era buena, pero no tenía poder
para rescatar al pecador de la sentencia de muerte; en realidad, lo condenaba a
muerte. La ley, como fue dada originalmente por Dios, tenía el propósito de dar
vida (Rom. 7:10-11), y por eso el mandamiento es "santo justo y
bueno" (Rom. 7: 12). La muerte entró por la desobediencia, pero la vida
vino con la obediencia. La ley, pues, hace morir al pecador, pues "el alma
que pecare, ésa morirá " (Eze. 18:4,20). "La paga del pecado es
muerte" (Rom. 6:23), pero el Evangelio tenía y tiene el propósito de
perdonar al pecador y darle vida (Rom. 8:1-3). La ley condena a muerte al
violador del mandamiento, pero el Evangelio lo redime y le da vida nuevamente
(Sal. 51).
Vivifica. El ministerio del "espíritu" imparte
poder sobrenatural. La sentencia de muerte impuesta por la ley es invalidada
por la dádiva de vida en Cristo (1 Juan 5:11-12). Cuando la norma de justicia
de Dios llega hasta la conciencia de alguien que se ha convertido, se
transforma en un motivo de obediencia y vida; pero cuando esa norma -la ley de
Dios- penetra en la conciencia del que no se ha regenerado, lo condena a
muerte.
7. Ministerio de muerte. Es decir, el sistema religioso
judío que había sido pervertido de tal forma que era inerte y no podía impartir
vida a los que lo practicaban. En el vers. 9 Pablo lo llama "ministerio de
condenación". Los vers. 7-18 se basan en el episodio de Moisés registrado en
Exo. 34:29-35. Pablo destaca aquí la gloria superior del ministerio del
"espíritu". El propósito del apóstol era refutar a sus adversarios
judaizantes de Corinto (ver com. 2 Cor. 11: 22), cuyo ministerio era de la
"letra" y no del "espíritu".
Grabado con letras. Se hace énfasis en que lo escrito
debía continuar, tener valor permanente. Es una clara referencia a las dos
tablas de piedra en las que fueron escritos los Diez Mandamientos (Exo. 31:18).
Compárese con las palabras de Cristo registradas en Mat. 4:4,7,10,
"escrito está", que significan "permanece escrito". Pablo
se refiere a la ocasión cuando la ley fue escrita por segunda vez en tablas de
piedra (Exo. 34:1-7, 28-35).
Rostro de Moisés. Ver com. Exo. 34:29-35.
Gloria. Ver com. Rom. 3:23. En 2 Cor. 3:7-18 se establece
un contraste entre la gloria que permanece y la gloria que se desvanece, entre
lo más glorioso y lo menos glorioso, entre lo nuevo y lo antiguo. En ambos
casos la "gloria" es la gloria de la presencia de Cristo. En lo nuevo
hay una plena revelación de la gloria de Dios debido a la persona y la
presencia reales de Cristo que vino a este mundo para que lo vieran los seres
humanos (ver com. Juan 1:14), y cuya
gloria permanece para siempre (ver Heb. 7).
En el ministerio
mosaico Cristo sólo estaba en los símbolos que proporcionaba la ley ceremonial,
pero a pesar de toda la gloria que se reflejaba era la de Cristo. El Redentor
estaba oculto detrás de un velo de símbolos, emblemas, ritos y ceremonias; pero
el velo fue quitado con la llegada de la gran Realidad simbolizada (ver Heb.
10:19-20) por esos símbolos.
Había de perecer. Algunos, leyendo superficialmente, han llegado a la conclusión de que la ley de Dios "había de perecer"; pero lo que claramente se dice en este versículo es que la gloria fugaz reflejada en el rostro de Moisés era la que "había de perecer". Esa "gloria" se desvaneció a lo sumo en unas pocas horas o días, pero la ley de Dios grabada "con letras en piedras" permaneció en vigencia.
El ministerio de Moisés y el sistema judío eran los que
tenían que desaparecer, no la ley de Dios (ver com. Mat. 5:17-18). La gloria
no estaba en las tablas de piedra, por lo tanto no se desvaneció de allí.
La gloria fugaz del rostro de
Moisés fue el resultado de su comunión con Dios en el Sinaí. Demostraba a los
que la veían que Moisés había estado en la presencia divina; era un testimonio
silencioso de su misión como representante de Dios y de la obligación del
pueblo de ajustarse a sus preceptos. Esa gloria debía confirmar el origen
divino de la ley y su vigencia obligatoria.
Así como el rostro de Moisés
reflejaba la gloria de Dios, así también la ley ceremonial y los servicios del
santuario terrenal reflejaban la presencia de Cristo. El propósito de Dios era
que los creyentes en los días del AT entendieran y sintieran la presencia
salvadora de Cristo en la gloria reflejada del sistema simbólico.
Pero cuando Cristo vino, los
hombres tuvieron el privilegio de contemplar la gloria de la Realidad
simbolizada o anticipo (ver com. Juan 1:14),
y ya no necesitaron más la gloria menor reflejada por los símbolos o tipos. En
los días del AT los pecadores hallaban la salvación por la fe en Cristo, Aquel
que había de venir; exactamente sucede lo mismo en la era cristiana.
Por esta razón Pablo habla de la
administración de esos ritos y esas ceremonias como un "ministerio de
muerte".
Los judíos que no vieran a Cristo
en el sistema de sacrificios, morirían en sus pecados. Ese sistema nunca salvó
por sí mismo a nadie de cosechar la paga del pecado: la muerte. Y puesto que la
mayoría de los judíos de los días de Pablo -incluso los judaizantes que en ese
momento perturbaban la iglesia de Corinto- consideraban que esos sacrificios
eran esenciales para la salvación, evidentemente Pablo caracterizó todo el
sistema como un ministerio de muerte. Era inerte. Judíos y gentiles debían
encontrar vida en Cristo, pues sólo en él hay salvación (Hech. 4:12). Cristo
fue sin duda el Salvador de Israel durante todo el tiempo del AT como lo es
ahora (ver Material Suplementario de EGW com. Hech. 15:11).
El fracaso de la nación judía
para ver a Cristo en los símbolos del sistema ceremonial y creer en él,
caracteriza toda la historia hebrea desde el Sinaí hasta Cristo. De modo que la
expresión ministerio de muerte caracteriza adecuadamente todo el período del
sistema judío, aunque, por supuesto, hubo muchas excepciones notables. La
ceguera de Israel lo indujo finalmente a rechazar a Jesús como el Mesías y a
crucificar a su Redentor. Pablo declara que con la llegada de la gloria mayor
revelada en Cristo y el consecuente desvanecimiento de la gloria reflejada del
sistema simbólico, no podía haber más excusa para permanecer bajo tal sistema.
La venida de Cristo y la plenitud del Espíritu Santo proporcionaron ampliamente
un ministerio que podía impartir vida.
8. Ministerio del espíritu. El ministerio de salvación que
imparte vida es designado como (1) "el ministerio de reconciliación"
(cap. 8:18), es decir un ministerio por
el cual los hombres son reconciliados con Dios; (2) "el ministerio del
espíritu" (cap. 3:8); (3) "el ministerio de la palabra " (Hech.
6:4); (4) "el ministerio de justificación" (2 Cor. 3:9), es decir un
ministerio mediante el cual los hombres pueden aprender la forma de llegar a
ser justos (ver com. Rom. 8:3-4).
El tema va de lo menor a lo
mayor. Este pasaje presenta una serie de contrastes: la letra y el espíritu, la
gloria que se desvanece y la gloria que permanece, condenación y justificación,
Moisés y Cristo. En cada caso, el segundo término es infinitamente superior al
primero (ver Heb. 3:1-6).
9. Ministerio de condenación. Es decir, "el ministerio de muerte" (ver com. vers. 7).
El "ministerio de justificación"
sobrepuja en gloria al "ministerio de condenación" en la misma
proporción en que la sangre de Jesús sobrepuja a la de los "toros" y
"machos cabríos" (Heb. 9:13) como medio para expiar el pecado. Entre
los dos hay una diferencia infinita.
10. No es glorioso. No en un sentido absoluto, sino
comparativo. La gloria del ministerio centralizado en el sistema de sacrificios
era grande, pero parecía ser nada cuando se la comparaba con la de Cristo; por
esta razón había perdido su gloria el primer ministerio; se había eclipsado
completamente. El brillo de la luna y de las estrellas se desvanece cuando sale
el sol. Así sucedió cuando apareció Cristo, el Sol de justicia. La gloria
suprema de su encarnación, su vida, sus sufrimientos, su muerte y resurrección,
y su revelación del amor y del carácter de Dios -su santidad, justicia, bondad
y misericordia-, hicieron completamente inadecuado el sistema de sacrificios,
aunque estuvo bien adaptado para su tiempo y su obra.
11. Lo que perece. Pablo veía el desvanecimiento de
la gloria del rostro de Moisés como una ilustración del fin del sistema
mosaico, del fin del "ministerio de muerte". El ministerio apostólico
hizo terminar el de Moisés porque éste ya había cumplido su propósito. Un patrón o molde pierde su utilidad cuando
se completa la prenda de vestir para la cual sirvió. Los judaizantes mantuvieron fijos sus ojos en
"las figuras de las cosas celestiales" después de que Cristo regresó
al cielo para ministrar "las cosas celestiales mismas" (Heb. 9:23).
Pablo procuraba desviar la
atención de los hombres de la "letra" de una ministración que era
impotente para impartir vida, para que se fijaran en el "espíritu"
del sistema que podía impartirles vida. El sistema judío no sólo había llegado
a ser inútil como guía para la salvación, sino, en realidad, peligroso porque
tendía a apartar la atención de los hombres de Cristo, aunque su propósito
original había sido llevar a los seres humanos al Salvador.
Pero el sistema judío de
ceremonias no sólo se había vuelto obsoleto, sino que cuando dicho sistema
estuvo en vigencia, los judíos pervirtieron mucho el plan original y el propósito
de Dios por medio de él. Esto hizo que el sistema fuera tan ineficaz como
objeta Mat. 23:38; DTG 530). Con la venida de Cristo ya no había la menor
excusa para perpetuar el antiguo ministerio, como procuraban hacerlo los
judaizantes adversarios de Pablo. Cf. Rom. 9:30-33.
Mucho más. Así como la luz deslumbrante del sol hace
desaparecer las estrellas, el ministerio del "espíritu" sobrepuja y
sustituye al de la "letra".
12. Teniendo. En los vers. 7-11 Pablo contrasta el ministerio mosaico con el apostólico. Ahora presenta los diferentes resultados de las dos clases de ministerios como se pueden ver en los judíos (vers. 13-16) y en los cristianos (vers. 17-18). Los judíos permanecieron ciegos y duros de corazón; pero para los cristianos el ministerio del "espíritu" significó libertad y transformación. Tal esperanza. Es decir la gloria y la eficacia superiores del ministerio del "espíritu" (cf. Tito 2:13).
Franqueza. U "osadía". Esta palabra también se ha
traducido como "denuedo" en Hech. 4:13 y en otros pasajes. Expresa la
idea de franqueza, candor y valor. Los judíos habían tenido miedo de mirar el
brillo divino del rostro de Moisés y temblaron ante la manifestación de la
gloria divina en el Sinaí. Moisés era el portavoz de Dios, pero debió cubrir la
gloria divina reflejada en su rostro, la cual comprobaba su ministerio. Por el
contrario, en el ministerio más glorioso de Pablo no había nada que debía ser
ocultado. El apóstol podía proclamar sin reservas las verdades del Evangelio.
13. No como Moisés. Ver Exo. 34:29-35. Pablo utiliza
el episodio del velo para ilustrar la ceguera espiritual de Israel (2 Cor. 3:14-16).
Según el apóstol, la gloria que se desvaneció representaba los símbolos y las
ceremonias que terminarían con el aparecimiento de la gran Realidad
simbolizada, el Señor Jesucristo.
Pablo explica que debido al "velo" los israelitas no pudieron ver el desvanecimiento de esa gloria pasajera ni comprender su significado, pues creían firmemente que los símbolos y las ceremonias tenían que ser permanentes. Los consideraban como un fin en sí mismos; no comprendían que ese sistema simbólico era transitorio y provisional por naturaleza, que prefiguraba la gloria de Cristo que había de venir.
Moisés no ocultó deliberadamente la verdad ni procuró engañar a los israelitas. Profetizó acerca del Mesías y anticipó el glorioso momento de su venida (ver Deut. 18:15). El velo simbolizaba la incredulidad de los judíos (Heb. 3:18-19; 4:1-2; cf. PP 340-341) y su insistencia en no percibir a Cristo en el ministerio de los sacrificios.
14. Embotó. La causa de esa condición espiritual fue la
incredulidad persistente.
Hasta el día de hoy. Pablo había sido constituido como
ministro del nuevo pacto, pero su ministerio entre los judíos de su tiempo no
había sido más eficaz que el de Moisés en la antigüedad. ¿Se debía a que Pablo
sólo había sido ministro de la "letra"? ¡No! Era el resultado de que
el "velo" aún estaba sobre sus mentes y corazones. La solución era
que quitaran el "velo", y no que Pablo cambiara su ministerio del
espíritu a la "letra" como lo pedían sus adversarios.
Antiguo pacto. "Antiguo Testamento" (RVA, BC, BJ, NC). La
palabra griega diathék' aparece 33 veces en el NT. En la RVR sólo en dos de
esas ocasiones se ha traducido como "testamento" (Heb. 9:16-17),
donde evidentemente lo requiere el contexto.
En este vers. 14 es más lógico
"leen el Antiguo Testamento" que "leen el antiguo pacto". Pero
aquí no se refiere al AT como lo que conocemos ahora, pues en esos días aún no
existía el NT como lo tenemos ahora. En cuanto a la forma en que se referían al
AT en el NT, ver com. Luc. 24:44.
Quizá Pablo se refiera al
Pentateuco o a aquella parte del mismo en que se presentan las especificaciones
de la disposición del pacto. El velo, en vez de estar sobre el rostro de
Moisés, se encuentra ahora sobre el libro que él escribió. Pero sin hacer caso
a la palabra hablada o escrita por Moisés, aún permanecían cegados los
corazones y las mentes de la gente.
Los judíos no pusieron a un lado
la ley; la leían con regularidad y es probable que honraran a Moisés. En
realidad no creían en él, pues de lo contrario hubieran creído en Cristo (Juan
5: 46-47). La gloria de Moisés consistía para ellos en la "letra" de
la ley y en las formas externas y en las ceremonias allí prescritas. La
naturaleza y el significado de la obra del Mesías seguían siendo un misterio
para ellos.
El mismo velo. Es decir, la misma incapacidad espiritual para
reconocer las grandes verdades espirituales y el propósito espiritual del
ministerio de Moisés. Unos 1.500 años después del Sinaí los judíos continuaban
con el entendimiento tan embotado como antes. La incredulidad de los judíos en
los días del apóstol Pablo era idéntica a la de los días de Moisés.
Por Cristo es quitado. Descubrir a Cristo en las
profecías del AT y en las ceremonias y formas prescritas en sus páginas, era lo
único que podía ser suficiente para quitar el "velo" cuando se leían
esos pasajes de las Escrituras. Pero los judíos se negaron a reconocer a Cristo
como el Mesías, y por eso el velo continuaba sin ser quitado.
15. Aun hasta el día de hoy. Unos 1.500 años después del
tiempo de Moisés y unos 30 años después de la muerte de Cristo.
Cuando se lee a Moisés. Los primeros cinco libros de la
Biblia fueron escritos por Moisés y se conocían como "la ley de
Moisés", Eran leídos regularmente en las sinagogas (Hech. 15:5,21; ver t.
V, pp. 97-99).
Sobre el corazón de ellos. No tanto sobre el intelecto como
sobre la voluntad. Podrían haber creído, pero se negaron a hacerlo (ver com.
Ose. 4:6). Los judíos decidieron permanecer voluntariamente ciegos a través de
toda su historia como nación. En los escritos de Moisés sólo veían lo que
querían creer (ver t. IV, p. 35). Estaban completamente convencidas de la
incomparable excelencia de la "letra" de la ley de Moisés, pero
cerraban los ojos a su "espíritu".
Los servicios del santuario y los
sacrificios señalaban al Cordero de Dios y su obra como mediador. Salmos como
el 22, el 24 y el 110 destacaban a Aquel que es mayor que David. Las profecías
de Isaías deberían haberlos inducido a comprender que el Mesías tenía que
sufrir antes de que fuera coronado Rey. Es indudable que sólo esperaban que el
Mesías los librara de sus enemigos extranjeros, y no de Sus Pecados (ver com.
Luc. 4:19).
Este mismo velo de incredulidad
voluntaria con frecuencia oculta la verdad de la gente hoy día. Necesitamos
estudiar las Escrituras en mentes abiertas, listas para renunciar a opiniones
preconcebidas y a reconocer y aceptar la verdad cualquiera que ella sea.
16. Cuando se conviertan. El obstáculo para la visión
espiritual está dentro del individuo, no en Dios. Pablo no está enseñando que
toda la nación de Israel se salvaría en masa (ver Rom. 9:6-8; com. Rom. 11:26).
Cuando las personas se convierten
de verdad, disciernen que tanto el AT como el NT dan testimonio de Cristo (Luc.
24:27; Juan 5:39; 15:26-27; 16:13-14). Pero algunos cristianos modernos, a
semejanza de los judíos incrédulos de los días del NT, velan su entendimiento y
ven en el AT sólo un sistema de ritos y ceremonias,
El velo. Moisés se quitó el velo cuando regresó a la
presencia de Jehová (Exo. 34:34), y la ceguera espiritual y la incredulidad
serán quitadas de la mente y del corazón de los que verdaderamente se
conviertan. Cuando los judíos, guiado por el Espíritu llegaban a creer en
Cristo, les era quitado el velo que había oscurecido su visión del pacto eterno
y que los había extraviado. Entonces Podían comprender el verdadero significado
del sistema judío y entender que Cristo constituía, en su persona y obra, el
mismo corazón del sistema de sacrificios y de toda la ley de Moisés.
Los hombres pueden leer
correctamente el mensaje de las Escrituras -ya se trate del AT o del NT-únicamente
cuando encuentran a Cristo en ellas. Para entender la Palabra de Dios e
interpretarla correctamente, es imprescindible que se obedezca de todo corazón
la voluntad divina (ver com. Mat. 7:21-27).
17. El Espíritu. Pablo no está identificando a la
segunda Persona de la Deidad con la tercera, sino que se refiere a la unidad de
propósito y de acción de ambas. Es evidente que no se trata de una identidad
por las palabras que siguen de inmediato: "el Espíritu del Señor". En
el NT se designa al Espíritu Santo como el Espíritu de Dios y también como el
Espíritu de Cristo (Rom. 8:9). Lo que Pablo quiere decir aquí es:
(1) Cristo vive en el hombre
mediante el Espíritu, lo que significa que el Espíritu vive en el hombre (Juan
14:16-20; cf. Gál. 2:20);
(2) podemos recibir la sabiduría,
la verdad y la justicia de Cristo mediante el Espíritu (Juan 16:10-14);
(3) el Espíritu actúa como instrumento
de Cristo para llevar adelante la obra de la redención, para que sea vivificante
y efectiva (Juan 7:37-39);
(4) tener comunión con Cristo es
tener comunión con el Espíritu (Juan 14:17-18).
Donde está el Espíritu. El ministerio del Espíritu
significa estar liberado del ministerio de la letra, que aisladamente y por sí
mismo significa servidumbre. Andar "en el Espíritu" es disfrutar de
la libertad cristiana (Gál. 5:13-16; cf. Juan 6:63). El ministerio de la
"letra" grabada en tablas de piedra no tiene en sí y por sí mismo
poder alguno para convertir a los pecadores y dar libertad. Sólo el Hijo puede
hacer a los hombres "verdaderamente libres" (Juan 8:36).
La libertad del Espíritu es la de
una nueva vida que siempre se expresa en forma natural y espontánea por una
sencilla razón: cuando un hombre nace de nuevo, su deseo supremo es que la voluntad
de Dios sea eficaz en él. La ley de Dios escrita en el corazón (ver com. 2 Cor.
3:3) lo libera de todo tipo de obligación externa. Prefiere hacer lo correcto
no porque la "letra" de la ley le prohíba hacer lo incorrecto, sino
porque el "espíritu" de la ley grabado en su corazón lo induce a
preferir lo correcto. Cuando el Espíritu vive en el hombre, rige de tal manera
su voluntad y sus sentimientos, que desea hacer lo que es correcto y se siente
libre para obedecer la verdad tal como es en Jesús. Acepta que la ley es buena
y "según el hombre interior" se deleita "en la ley de Dios"
(Rom. 7:22; cf Sal. 1:2).
La libertad en Cristo no
significa libertad para hacer lo que a uno le plazca, a menos que lo que a uno
le agrada sea obedecer a Cristo en todas las cosas. Debe haber control. Cuanto
menos haya control interno, tanto más deberá ser impuesto desde el exterior. Se
puede confiar plenamente y sin reservas en la persona que ha sido renovada en
Cristo Jesús, porque no abusará de esa confianza por motivos egoístas.
18. Mirando . . . como en un espejo. Gr.
katoptrízomai, "reflejar" o "contemplar un reflejo". Algunos
traductores y comentadores están en favor de la primera posibilidad; otros prefieren la segunda. El contexto se
inclina por la segunda, pues ser "transformados" a la semejanza de
Cristo es el resultado lógico de contemplarlo y no de reflejarlo. Pero también
es cierto que nuestras vidas son como espejos que reciben la luz de Cristo y la
reflejan a otros. Así como el rostro de Moisés reflejaba la gloria de Dios en
el Sinaí, así también nuestras vidas siempre deben reflejar la gloría del Señor
que brilla en el rostro del Salvador para un mundo perdido.
A cara descubierta. A diferencia de los israelitas
que todavía llevan un velo sobre la mente y el corazón, el cual les impide ver
la gloria del Señor, los cristianos tienen el privilegio de contemplar la
plenitud de esa gloria. En el monte Sinaí sólo Moisés recibió la revelación
procedente de Dios sin tener un velo sobre su rostro. Ahora todos podemos
acercarnos a Dios tan efectivamente como lo hizo Moisés y mantener una íntima
comunión con el Señor (cf. Heb. 4:16).
Somos transformados. Literalmente "estamos siendo transformados".
El plan de la redención tiene el propósito de restaurar la imagen de Dios en el hombre (Rom. 8:29; 1 Juan 3:2), transformación que se produce contemplando a Cristo (Rom. 12:2; Gál. 4:19).
La contemplación de la
imagen de Cristo actúa sobre la naturaleza moral y espiritual en la misma forma
en que la presencia de Dios actuó sobre el rostro de Moisés. El cristiano más
humilde que constantemente contempla a Cristo como su Redentor, refleja en su
propia vida algo de la gloria de Cristo. Si fielmente continúa haciéndolo, irá
"de gloria en gloria" en su experiencia cristiana personal (ver 2
Ped. 1:5-7).
De gloria en gloria. Esta transformación es
progresiva: va de un estado de gloria a otro. Nuestra seme lanza espiritual con
Cristo se produce por medio de su gloria, y da como resultado el reflejo de una
gloria semejante a la de él.
Como por el Espíritu del Señor. O también "conforme a la
acción del Señor, que es Espíritu" (BJ). La transformación espiritual que
proviene de Cristo sólo tiene lugar mediante la acción del Espíritu Santo que,
al tener acceso al corazón, renueva, santifica y glorifica la naturaleza, y la
recrea a la semejanza de la perfecta vida de Cristo. (6CBA).
COMENTARIOS DE EGW
1-3. HAp 263.
5-6. HAp 264.
PABLO
ESTABA AHORA LLENO DE FE Y ESPERANZA. Sentía que
Satanás no había de triunfar sobre la obra de Dios en Corinto, y con palabras
de alabanza exhaló la gratitud de su corazón. Él y sus colaboradores
habrían de celebrar su victoria sobre los enemigos de Cristo y la verdad avanzando
con nuevo celo para extender el conocimiento del Salvador. Como el incienso, la
fragancia del Evangelio habría de difundirse por el mundo. Para aquellos
que aceptaran a Cristo, el mensaje sería un sabor 263 de vida
para vida; pero para aquellos que persistieran en la incredulidad, un sabor de
muerte para muerte.
COMPRENDIENDO
LA ENORME MAGNITUD DEL TRABAJO, Pablo
exclamó: "Para estas cosas ¿quién es suficiente?" ¿Quién puede
predicar a Cristo de tal manera que sus enemigos no tengan justa causa para
despreciar al mensajero o el mensaje que da? Pablo deseaba hacer sentir a los
creyentes la solemne responsabilidad del ministerio evangélico. Sólo la
fidelidad en la predicación de la Palabra, unida a una vida pura y consecuente,
puede hacer aceptables a Dios y útiles para las almas, los esfuerzos de los
ministros. Los ministros de nuestros días, compenetrados del sentido de la
grandeza de la obra, pueden con razón exclamar con el apóstol: "Para estas
cosas ¿quién es suficiente? "
HABÍA
QUIENES ACUSABAN A PABLO de haberse alabado
al escribir su carta anterior. El apóstol se refirió ahora a esto
preguntando a los miembros de la iglesia si juzgaban así sus motivos. "¿Comenzamos
otra vez a alabarnos a nosotros mismos? preguntó, ¿o tenemos necesidad, como
algunos, de letras de recomendación para vosotros, o de recomendación de
vosotros?"
Los
creyentes que se trasladaban a un lugar nuevo llevaban a menudo consigo cartas
de recomendación de la iglesia con la cual habían estado unidos anteriormente;
pero los obreros dirigentes, los fundadores de esas iglesias, no necesitaban
tal recomendación.
LOS
CREYENTES CORINTIOS, que habían
sido guiados del culto de los ídolos a la fe del Evangelio, eran toda la
recomendación que Pablo necesitaba. Su recepción de la verdad, y la
reforma que se había operado en sus vidas, atestiguaban elocuentemente la
fidelidad de sus labores y su autoridad para aconsejar, reprender y exhortar
como ministro de Cristo.
Pablo
consideraba a los hermanos corintios como su recomendación. "Nuestras
letras sois vosotros dijo, escritas en nuestros corazones, sabidas y leídas
de todos los hombres; siendo manifiesto que sois letra de Cristo administrada
de 264 nosotros, escrita no con tinta, mas con el Espíritu del
Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón."
LA
CONVERSIÓN DE LOS PECADORES y su
santificación por la verdad es la prueba más poderosa que un ministro puede
tener de que Dios le ha llamado al ministerio. La evidencia de su
apostolado está escrita en los corazones de sus conversos y atestiguada por sus
vidas renovadas. Cristo se forma en ellos como la esperanza de gloria. Un
ministro es fortalecido grandemente por estas pruebas de su ministerio.
HOY
LOS MINISTROS DE CRISTO debieran
tener el mismo testimonio que la iglesia de Corinto daba de las labores de
Pablo. Aunque en este tiempo los predicadores son muchos, hay una gran
escasez de ministros capaces y santos, de hombres llenos del amor que moraba
en el corazón de Cristo.
EL
ORGULLO, LA CONFIANZA PROPIA, el amor al
mundo, las críticas, la amargura y la envidia son el fruto que producen muchos
de los que profesan la religión de Cristo. Sus vidas, en agudo contraste
con la vida del Salvador, dan a menudo un triste testimonio del carácter de la
labor ministerial bajo la cual se convirtieron.
UN
HOMBRE no puede tener mayor honor que el ser
aceptado por Dios como apto ministro del Evangelio. Pero aquellos a
quienes el Señor bendice con poder y éxito en su obra no se
vanaglorían. Reconocen su completa dependencia de él, y comprenden que no
tienen poder en sí mismos. Con Pablo dicen: "No que seamos
suficientes de nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino
que nuestra suficiencia es de Dios; el cual asimismo nos hizo ministros suficientes
de un nuevo pacto."
UN
VERDADERO MINISTRO hace la obra del
Señor. Siente la importancia de su obra y comprende que mantiene con la
iglesia y con el mundo una relación similar a la que mantenía
Cristo. Trabaja incansablemente para guiar a los pecadores a una vida más
noble y elevada, para que puedan obtener la recompensa del vencedor. Sus labios
están tocados con un carbón encendido extraído del altar, y ensalza a Jesús
como la 265 única esperanza del pecador. Los que le oyen
saben que se ha acercado a Dios mediante la oración ferviente y eficaz.
7-11. PP 341,383. Durante el
largo tiempo que Moisés pasó en comunión con Dios, su rostro había reflejado la
gloria de la presencia divina. Sin que
él lo supiera, cuando descendió del monte, su rostro resplandecía con una luz
deslumbrante. Ese mismo fulgor iluminó
el rostro de Esteban cuando fue llevado ante sus jueces; "entonces todos
los que estaban sentados en el concilio, puestos los ojos en él, vieron su
rostro como el rostro de un ángel." (Hech. 6: 15.) Tanto Aarón como el
pueblo se apartaron de Moisés, "y tuvieron miedo de llegarse a él."
Viendo su terror y confusión, pero ignorando la causa, los instó a que se
acercaran. Les traía la promesa de la
reconciliación con Dios, y la seguridad de haber sido restituidos a su
favor. En su voz no percibieron otra
cosa que amor y súplica, y por fin uno de ellos se aventuró a acercarse a
él. Demasiado temeroso para hablar,
señaló en silencio el semblante de Moisés y luego hacia el cielo. El gran jefe comprendió. Conscientes de su culpa, sintiéndose todavía
objeto del desagrado divino, no podían soportar la luz celestial, que, si
hubieran obedecido a Dios, los habría llenado 341de gozo. En la culpabilidad hay temor. En cambio, el alma libre de pecado no quiere
apartarse de la luz del cielo.
Moisés tenía mucho que
comunicarles; y compadecido del temor del pueblo, se puso un velo sobre el
rostro, y desde entonces continuó haciéndolo cada vez que volvía al campamento
después de estar en comunión con Dios.
Mediante este resplandor, Dios
trató de hacer comprender a Israel el carácter santo y exaltado de su ley, y la
gloria del Evangelio revelado mediante Cristo.
Mientras Moisés estaba en el monte, Dios le dio no sólo las tablas de la
ley, sino también el plan de la salvación.
Vio que todos los símbolos y tipos de la época judaica prefiguraban el
sacrificio de Cristo; y era tanto la luz celestial que brota del Calvario como
la gloria de la ley de Dios, lo que hacía fulgurar el rostro de Moisés. Aquella
divina iluminación era un símbolo de la gloria del pacto del cual Moisés era el
mediador visible, el representante del único Intercesor verdadero.
La gloria reflejada en el
semblante de Moisés representa las bendiciones que, por medio de Cristo, ha de
recibir el pueblo que observa los mandamientos de Dios. Atestigua que cuanto más estrecha sea nuestra
comunión con Dios, y cuanto más claro sea nuestro conocimiento de sus
requerimientos, tanto más plenamente seremos transfigurados a su imagen, y
tanto más pronto llegaremos a ser participantes de la naturaleza divina.
Moisés fue un símbolo de
Cristo. Como intercesor de Israel, veló
su rostro, porque el pueblo no soportaba la visión de su gloria; asimismo
Cristo, el divino Mediador, veló su divinidad con la humanidad cuando vino a la
tierra. Si hubiera venido revestido del
resplandor del cielo, no hubiera hallado acceso a los corazones de los hombres,
debido al estado pecaminoso de éstos. No
habrían podido soportar la gloria de su presencia. Por lo tanto, se humilló a sí mismo, tomando
la "semejanza de carne de pecado" (Rom. 8: 3), para poder alcanzar y
elevar a la raza caída. 342
* En las enseñanzas
que dio cuando estuvo personalmente aquí entre los hombres, Jesús dirigió los
pensamientos del pueblo hacia el Antiguo Testamento. Dijo a los judíos:
"Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas
tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mi." (Juan
5:39.) En aquel entonces los libros del Antiguo Testamento eran la única parte
de la Biblia que existía. Otra vez el Hijo de Dios declaró: "A Moisés y a
los profetas tienen: óiganlos." Y agregó: "Si no oyen a Moisés y a
los profetas, tampoco se persuadirán, si alguno se levantare de los
muertos." (Luc. 16:29, 31.)
La ley ceremonial fue dada por
Cristo. Aun después de ser abolida, Pablo la presentó a los judíos en su
verdadero marco y valor, mostrando el lugar que ocupaba en el plan de la
redención, así cómo su relación con la obra de Cristo; y el gran apóstol
declara que esta ley es gloriosa, digna de su divino Originador. El solemne servicio
del santuario representaba las grandes verdades que habían de ser reveladas a
través de las siguientes generaciones. La nube de incienso que ascendía con las
oraciones de Israel representaba su justicia, que es lo único que puede hacer
aceptable ante Dios la oración del pecador;, la víctima sangrante en el altar
del sacrificio daba testimonio del Redentor que había de venir; y el lugar
santísimo irradiaba la señal visible de la presencia divina. Así, a través de
siglos y siglos de tinieblas y apostasía, la fe se mantuvo viva en los
corazones humanos hasta que llegó el tiempo del advenimiento del Mesías
prometido.
Jesús era ya la luz de su pueblo,
la luz del mundo, antes de venir a la tierra en forma humana. El primer rayo de
luz que penetró la lobreguez en que el pecado había envuelto al mundo, provino
de Cristo. Y de él ha emanado todo rayo de resplandor celestial que ha caído
sobre los habitantes de la tierra. En el plan de la redención, Cristo es el
Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo.
Desde que el Salvador derramó su
sangre para la remisión 384 de los pecados, y ascendió al cielo "para
presentarse ahora por nosotros en la presencia de Dios" (Heb. 9: 24),
raudales de luz han brotado de la cruz del Calvario y de los lugares santos del
santuario celestial. Pero porque se nos
haya otorgado una luz más clara no debiéramos menospreciar la que en tiempos
anteriores fue recibida mediante símbolos que revelaban al Salvador
futuro. El Evangelio de Cristo arroja
luz sobre la economía judía y da significado a la ley ceremonial. A medida que se revelan nuevas verdades, y se
aclara aún más lo que se sabía desde el principio, se hacen más manifiestos el
carácter y los propósitos de Dios en su trato con su pueblo escogido. Todo rayo de luz adicional que recibimos nos
hace comprender mejor el plan de redención, cumplimiento de la voluntad divina
en favor de la salvación del hombre.
Vemos nueva belleza y fuerza en la Palabra inspirada, y la estudiamos
con interés más profundo y concentrado.
13-14 HAp 36. PEDRO
INSISTIÓ ANTE EL CONVICTO PUEBLO En El Hecho De Que Habían Rechazado A Cristo
Porque Habían Sido Engañados Por Los Sacerdotes Y Gobernantes; y
en que si continuaban dependiendo del consejo de esos hombres y esperando que
reconocieran a Cristo antes de reconocerlo ellos mismos, jamás le aceptarían.
Esos hombres poderosos, aunque hacían profesión 36 de
piedad, ambicionaban las glorias y riquezas terrenales. No estaban dispuestos a
acudir a Cristo para recibir luz.
Bajo
la influencia de esta iluminación celestial, las escrituras que Cristo había
explicado a los discípulos resaltaron delante de ellos con el brillo de la
verdad perfecta. El velo que les había impedido ver hasta el extremo de lo que
había sido abolido, fue quitado ahora, y comprendieron con perfecta claridad el
objeto de la misión de Cristo y la naturaleza de su reino. Podían hablar con
poder del Salvador; y mientras exponían a sus oyentes el plan de la salvación,
muchos quedaron convictos y convencidos.
LAS
TRADICIONES Y SUPERSTICIONES Inculcadas Por Los Sacerdotes Fueron Barridas De
Sus Mentes, Y Las Enseñanzas Del Salvador Fueron Aceptadas.
"Así
que, los que recibieron su palabra, fueron bautizados; y fueron añadidas a
ellos aquel día como tres mil personas."
LOS
DIRIGENTES JUDÍOS HABÍAN SUPUESTO QUE LA OBRA DE CRISTO TERMINARÍA CON SU
MUERTE; pero en vez de eso fueron testigos de las
maravillosas escenas del día de Pentecostés. Oyeron a los discípulos predicar a
Cristo, dotados de un poder y energía hasta entonces desconocidos, y sus palabras
confirmadas con señales y prodigios.
En
Jerusalén, La Fortaleza Del Judaísmo, Miles Declararon Abiertamente Su Fe En
Jesús De Nazaret Como El Mesías.
Los
discípulos se asombraban y se regocijaban en gran manera por la amplitud de la
cosecha de almas. No consideraban esta maravillosa mies como el resultado de
sus propios esfuerzos; comprendían que estaban entrando en las labores de otros
hombres. Desde la caída de Adán, Cristo había estado confiando a sus siervos
escogidos la semilla de su palabra, para que fuese sembrada en los corazones
humanos. Durante su vida en la tierra, había sembrado la semilla de la verdad,
y la había regado con su sangre.
LAS
CONVERSIONES que se produjeron en el día de Pentecostés fueron el resultado de
esa siembra, la cosecha de la obra de Cristo, que revelaba el poder de su
enseñanza. 37
13-18. EC 107. La
condición del mundo con anterioridad al primer advenimiento de Cristo es un
cuadro de la condición del mundo precisamente en los días que precederán a su
segunda venida.
El
pueblo judío fue destruido porque rechazó el mensaje de salvación enviado del
cielo. ¿Seguirán los de esta generación, a los cuales ha dado Dios gran luz y
oportunidades maravillosas, el curso de aquellos que rechazaron la luz para
ruina suya?
Muchos hay hoy día que tienen un velo sobre su rostro. Este velo
consiste en la simpatía con las costumbres y prácticas del mundo, que les
ocultan la gloria del Señor. Dios quiere que mantengamos nuestros ojos fijos en
él, para que perdamos de vista las cosas de este mundo.
A medida que se va introduciendo la verdad en la vida práctica, la
norma ha de ser elevada de más en más para ponerse a la altura de las demandas
de la Biblia. Esto hará necesaria la oposición a las modas, costumbres,
prácticas y máximas del mundo. Las influencias mundanales, a semejanza de las
olas del mar, baten contra los seguidores de Cristo para arrancarlos de los
verdaderos principios de su mansedumbre y de su gracia; pero debemos permanecer
en los principios tan firmes como una roca. El hacerlo exigirá valor moral, y
aquellos cuyas almas no estén aseguradas a la Roca eterna serán arrastrados por
la corriente mundana. Podremos quedar firmes solamente si nuestra vida está
escondida con Cristo en Dios. La independencia moral está en su sitio cuando se
opone al mundo. Poniéndonos en completa armonía con la voluntad de Dios,
estaremos en situación ventajosa y veremos la necesidad de una separación
terminante de las costumbres y prácticas del mundo.
No hemos
de elevar nuestra norma tan sólo un poquito sobre la norma del mundo, sino que
hemos de hacer la diferencia incontestablemente evidente. La razón por la cual hemos tenido tan poca
[108] influencia sobre nuestros parientes y amigos incrédulos, es que ha habido
una diferencia muy poco categórica entre nuestras prácticas y las del mundo.
17. HAp 367. LA
ESCLAVITUD ERA UNA INSTITUCIÓN establecida
en todo el Imperio Romano, y tanto amos como esclavos se encontraban en la
mayoría de las iglesias por las cuales Pablo había trabajado. En las ciudades,
donde a menudo el número de esclavos era mayor que el de la población libre, se
creía necesario tener leyes de terrible severidad para mantenerlos en sujeción.
Muy a menudo un romano rico era dueño de cientos de esclavos, de toda clase, de
toda nación y de toda capacidad. Teniendo un control completo sobre las almas y
cuerpos de estos desvalidos siervos, podía infligirles cualquier sufrimiento
que escogiera. Si alguno de ellos en su propia defensa se aventuraba a levantar
su mano contra su amo, toda la familia del ofensor podía ser sacrificada
despiadadamente. La menor equivocación, accidente o falta de cuidado se
castigaba generalmente sin misericordia.
Algunos
amos, más humanitarios que otros, mostraban mayor
indulgencia para con sus siervos; pero la gran mayoría de los ricos y nobles
daban rienda suelta a sus excesivas concupiscencias, pasiones y apetitos,
haciendo de sus esclavos las 367 desdichadas víctimas de sus caprichos y
tiranía. La tendencia de todo el sistema era sobremanera degradante.
NO
ERA LA OBRA DEL APÓSTOL trastornar arbitraria o repentinamente el orden
establecido en la sociedad. Intentar
eso hubiera impedido el éxito del Evangelio. Pero enseñó principios que herían
el mismo fundamento de la esclavitud, los cuales, llevados a efecto,
seguramente minarían todo el sistema. Donde estuviere "el Espíritu del
Señor, allí hay libertad" (2 Cor. 3:17), declaró. Una vez
convertido, el esclavo llegaba a ser miembro del cuerpo de Cristo, y
como tal debía ser amado y tratado como un hermano, un coheredero con su amo de
las bendiciones de Dios y de los privilegios del Evangelio. Por otra
parte, los siervos debían cumplir sus deberes, "no sirviendo al
ojo, como los que procuran agradar a los hombres, sino antes, como siervos de Cristo,
haciendo de corazón la voluntad de Dios" (Efe. 6:6 V.M.)
EL
CRISTIANISMO Forma Un Fuerte Lazo De Unión Entre:
El Amo Y El Esclavo, El Rey Y El Súbdito, El Ministro Del Evangelio Y El
Pecador Caído Que Ha Hallado En Cristo Purificación Del Pecado. Han Sido
Lavados En La Misma Sangre, Vivificados Por El Mismo Espíritu; Y Son Hechos Uno
En Cristo Jesús. 368
18. HAp 248, 435, 446. Desde muchos púlpitos de las iglesias se enseña a la gente que no es
obligatoria la ley de Dios. Se exaltan las tradiciones, ordenanzas y
costumbres humanas.
LOS DONES DE
DIOS SE EMPLEAN PARA FOMENTAR EL ORGULLO y la complacencia
propia, al paso que se olvidan las demandas de Dios. Al poner a un lado la ley
de Dios, los hombres no saben lo que están haciendo. La ley de Dios es la
transcripción de su carácter. Abarca los
principios de su reino. El que rehúsa aceptar esos principios, se está
colocando fuera del canal por donde fluyen las bendiciones de Dios.
247
LAS GLORIOSAS
POSIBILIDADES PRESENTADAS ANTE ISRAEL SE PODÍAN REALIZAR ÚNICAMENTE MEDIANTE LA
OBEDIENCIA A LOS MANDAMIENTOS DE DIOS. La
misma elevación de carácter, la misma plenitud de bendición -bendición de la
mente, el alma y el cuerpo, bendición del hogar y del campo, bendición para
esta vida y la venidera-, podemos obtenerlas únicamente por medio de la
obediencia.
Tanto
en el mundo espiritual como en el natural, la obediencia a las leyes de Dios es
la condición para llevar fruto. Y cuando los hombres enseñan a la gente a
desobedecer los mandamientos de Dios, están impidiendo que den fruto para su
gloria. Son culpables de retener del Señor los frutos de su viña.
Los
mensajeros de Dios mandados por el Maestro vienen a nosotros. Vienen,
como Cristo, demandando obediencia a la Palabra de Dios. Piden los frutos
de la viña, los frutos del amor, la humildad y el servicio abnegado.
¿ACASO NO HAY
MUCHOS LABRADORES QUE, A SEMEJANZA DE LOS DIRIGENTES JUDÍOS, SE MUEVEN A IRA? Cuando
se presentan delante del pueblo las demandas de la ley de Dios, ¿no usan su
influencia esos maestros para inducir a los hombres a rechazarlas? A
tales maestros Dios llama siervos infieles. Las palabras que Dios dirigió al
antiguo Israel encierran una solemne amonestación para la iglesia actual y sus
dirigentes. De Israel dijo el Señor: "Escribíle las
grandezas de mi ley, y fueron tenidas por cosas ajenas".*Oseas 8:12. Y
él declaró de los sacerdotes y maestros: "Mi pueblo fue talado
porque le faltó sabiduría. Porque tú desechaste la sabiduría, yo te echaré...
pues que olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus
hijos". Oseas 4:6.
¿No se hará caso
de las reprensiones de Dios? ¿No se aprovecharán las oportunidades de
servir? ¿Impedirán la mofa del mundo, el orgullo de la razón, la
conformidad a las costumbres y tradiciones humanas, que los profesos seguidores
248 de Cristo le sirvan? ¿Rechazarán la Palabra de Dios como los dirigentes
judíos rechazaron a Cristo?Delante de nosotros está el resultado del pecado de
Israel.¿Aceptará la amonestación la iglesia de Dios hoy día?
"Si
algunas de las ramas fueron quebradas, y tú siendo acebuche, has sido ingerido
en lugar de ellas, y has sido hecho partícipe de la raíz y de la grosura de la
oliva; no te jactes... por su incredulidad fueron quebradas, mas tú por la fe
estás en pie. No te ensoberbezcas, antes teme, que sí Dios no perdonó a las
ramas naturales, a ti tampoco no perdone". Rom. 11:17-21. 249
* Jesús ama a aquellos que
representan al Padre, y Juan pudo hablar del amor del Padre, como no lo pudo
hacer ningún otro de los discípulos. Reveló a sus semejantes lo que sentía en
su propia alma, representando en su carácter los atributos de Dios. La gloria
del Señor se expresaba en su semblante. La belleza de la santidad que le había
transformado brillaba en su rostro con resplandor semejante al de Cristo. En su
adoración y amor contemplaba al Salvador hasta que la semejanza a Cristo y el
compañerismo con él llegaron a ser su único deseo, y en su carácter se reflejó
el carácter de su Maestro.
"Mirad -dijo- cuál amor nos
ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios.... Muy amados, ahora somos
hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que
cuando él apareciere, seremos semejantes a él, porque le veremos como él
es." (1 Juan 3:1, 2.) 436
*. La práctica de las verdades que
Cristo enseñaba se oponía a sus deseos y propósitos, y no quiso renunciar a sus
ideas a fin de recibir la 446 sabiduría del cielo. En vez de caminar en la luz,
escogió andar en las tinieblas. Acarició
deseos perversos, la codicia, pasiones de venganza, obscuros y sombríos
pensamientos, hasta que Satanás obtuvo la dirección completa de su vida.
Juan y Judas representan a los
que profesan ser seguidores de Cristo. Ambos discípulos tuvieron las mismas
oportunidades de estudiar y seguir al Modelo divino. Ambos estuvieron
íntimamente relacionados con Jesús y tuvieron el privilegio de escuchar sus
enseñanzas. Cada uno poseía graves defectos de carácter. Y ambos tuvieron
acceso a la gracia divina que transforma el carácter. Pero mientras uno en
humildad aprendía de Jesús, el otro reveló que no era un hacedor de la palabra,
sino solamente un oidor. El uno, destruyendo diariamente el yo y venciendo al
pecado, fue santificado por medio de la verdad; el otro, resistiendo al poder
transformador de la gracia y dando rienda suelta a sus deseos egoístas, fue
reducido a servidumbre por Satanás.
Semejante transformación de
carácter como la observada en la vida de Juan, es siempre resultado de la
comunión con Cristo. Pueden existir
defectos notables en el carácter de una persona, pero cuando llega a ser un
verdadero discípulo de Cristo, el poder de la gracia divina le transforma y
santifica. Contemplando como por un
espejo la gloria del Señor, es transformado de gloria en gloria, hasta que
llega a asemejarse a Aquel a quien adora.
Juan era un maestro de santidad,
y en sus cartas a la iglesia señaló reglas infalibles para la conducta de los
cristianos. "Y cualquiera que tiene
esta esperanza en él -escribió,- se purifica, como él también es limpio."
"El que dice que está en él, debe andar como él anduvo." (1 Juan 3:
3; 2: 6.) Enseñó que el cristiano debe ser puro de corazón y vida. Nunca debe estar satisfecho con una profesión
vana. Así como Dios es santo en su
esfera, el hombre caído, por medio de la fe en Cristo, debe ser santo en la
suya. HAp/EGW
Ministerio Hno. Pio
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