jueves, noviembre 19, 2009

5 ¡MARANATA EL SEÑOR VIENE! "Se Intercede en Favor de las Almas" (I. EL REY YA VIENE 30-31)


I. EL REY YA VIENE (30-31)
30. SE INTERCEDE EN FAVOR DE LAS ALMAS
Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, 
les será hecho por mi Padre que está en los cielos. (Mat. 18:19).

Recuerdo cuando en Battle Creek había quienes se sentían preocupados por los inconversos y por los que estaban en tinieblas y no veían luz; entonces se convocaban reuniones de oración para que hicieran de la fortaleza de Dios su propia fortaleza. En cada caso las inteligencias celestiales obraban en armonía con estos esfuerzos, y las almas se salvaban.*

Si hay muchos miembros en la iglesia, organícense en pequeños grupos para trabajar no sólo por los miembros de la iglesia, sino en favor de los incrédulos. Si en algún lugar hay solamente dos o tres que conocen la verdad, organícense en un grupo de obreros. Mantengan íntegro su vínculo de unión, cerrando sus filas por el amor y la unidad, estimulándose unos a otros para progresar y adquiriendo cada uno valor, fortaleza y ayuda de los demás. 

 Revelen la tolerancia y la paciencia que manifestó Cristo y, evitando las palabras apresuradas, usen el talento del habla para edificarse unos a otros en la santísima fe. Trabajen con el mismo amor que Cristo en favor de los que no están en el redil, olvidándose del yo en su esfuerzo por ayudar a otros. Mientras trabajen y oren en el nombre de Cristo, 
aumentará su número.*

Hay ciertas actividades misioneras que deben realizarse en el campo local, y a menudo escuchamos esta queja: "Mientras haya tanto pecado y tanta necesidad de trabajo en nuestro propio país, ¿por qué manifestar tanto celo por los países extranjeros?" Respondo: Nuestro campo es el mundo. . . El Salvador ordenó a sus discípulos que comenzaran la obra en Jerusalén, y que de allí pasaran a Judea y Samaria, y que se extendieran a los confines de la tierra. 

 Sólo un pequeño grupo de hermanos aceptó esta doctrina; pero los mensajeros llevaron el mensaje rápidamente de lugar en lugar, trasladándose de país en país, para levantar el estandarte del Evangelio en todos los lugares de la tierra, cercanos y distantes. Pero hubo una obra de preparación. La promesa del Salvador fue la siguiente: "Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos" (Hech. 1: 8).* 37

31. ¿LLORAREMOS O NOS REGOCIJAREMOS?
Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos. (Jer. 8:20).

Ruego a los miembros de nuestras iglesias que no pasen por alto las señales de los tiempos, que nos dicen tan claramente que el fin está cerca. ¡Oh, cuántos que no se han preocupado por la salvación de sus almas, lanzarán pronto este amargo lamento: "Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos"!

¡Oh, si nos acordáramos de que estamos viviendo mientras el juicio sigue su curso y nuestros casos están pendientes! Ahora es tiempo de velar y orar, de dejar a un lado toda complacencia propia, todo orgullo, todo egoísmo. Los preciosos momentos que para algunos son peor que desperdiciados, debieran dedicarse a la meditación y la oración. 

Muchos de los que profesan guardar los mandamientos de Dios están siguiendo sus inclinaciones en vez de su deber.
Tal como son en la actualidad, son indignos de la vida eterna. 

A esos descuidados e indiferentes tengo que decirles: Vuestros vanos pensamientos, vuestras palabras duras, vuestros actos egoístas, están anotados en el libro del cielo. Los ángeles que estuvieron presentes durante la idolátrica bacanal de Belsasar, están a vuestro lado mientras deshonráis a vuestro Redentor. Se apartan entristecidos, apesadumbrados de que lo crucifiquéis de nuevo de esa manera, y lo expongáis a la vergüenza pública. . .

En el día de su coronación Cristo no reconocerá como suyo a nadie que tenga mancha o arruga, o cosa semejante. 
 Pero a sus fieles les proporcionará coronas de gloria inmortal. Los que no quisieran que reinara sobre ellos se verán rodeados por el ejército de los redimidos, cada uno de los cuales lleva esta insignia: JEHOVÁ, JUSTICIA NUESTRA. 
Verán esa frente, ceñida una vez por una corona de espinas, coronada ahora por una diadema de gloria.

En ese día los redimidos resplandecerán con la gloria del Padre y el Hijo. Los ángeles del cielo, mientras tocan sus arpas de oro, darán la bienvenida al Rey y a los trofeos de su victoria: Los que se habrán lavado y habrán sido emblanquecidos con la sangre del Cordero. Resonará un himno de triunfo que llenará todo el cielo. Cristo ha vencido. Entrará en los atrios celestiales acompañado por sus redimidos, testigos de que su misión de sufrimiento y abnegación no ha sido en vano.* 38 (MARANATHA) EGW


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