(Este capítulo 16. Está basado en San Juan 2:12-22).
"DESPUÉS DE ESTO DESCENDIÓ A CAPERNAÚM, él, y su madre, y hermanos, y discípulos; y estuvieron
allí no muchos días. Y estaba cerca la Pascua de los Judíos; y subió Jesús a
Jerusalem." En este viaje, Jesús se unió a una de las grandes compañías
que se dirigían a la capital. No había anunciado todavía públicamente su
misión, e iba inadvertido entre la muchedumbre.
EN TALES OCASIONES, EL ADVENIMIENTO DEL MESÍAS, que había adquirido tanta preeminencia debido al
ministerio de Juan, era a menudo el tema de conversación. La esperanza de
grandeza nacional se mencionaba con fogoso entusiasmo. Jesús sabía que esta
esperanza iba a quedar frustrada, porque se fundaba en una interpretación
equivocada de las Escrituras. Con profundo fervor, explicaba las profecías, y
trataba de invitar al pueblo a estudiar más detenidamente la Palabra de Dios.
LOS DIRIGENTES JUDÍOS HABÍAN ENSEÑADO AL PUEBLO QUE EN
JERUSALÉN SE LES INDICABA CÓMO ADORAR A DIOS.
Allí, durante la semana de Pascua, se congregaban grandes muchedumbres que
venían de todas partes de Palestina, y aun de países lejanos. Los atrios del
templo se llenaban de una multitud promiscua.
MUCHOS NO PODÍAN TRAER CONSIGO LOS SACRIFICIOS QUE HABÍAN DE
SER OFRECIDOS EN REPRESENTACIÓN DEL GRAN SACRIFICIO. Para comodidad de los tales, se compraban y vendían
animales en el atrio exterior del templo. Allí se congregaban todas las clases
del pueblo para comprar sus ofrendas. Allí se cambiaba el dinero extranjero por
la moneda del santuario. Se requería que cada judío pagase anualmente medio
siclo como "el rescate de su persona," (Éxodo 30:12-16), y el dinero
así recolectado se usaba para el sostén del templo. Además de eso, se traían
grandes sumas como ofrendas voluntarias, que eran depositadas en el tesoro del
templo.
Y ERA NECESARIO QUE TODA MONEDA EXTRANJERA fuese cambiada por otra que se llamaba el siclo del templo,
que era aceptado para el servicio del santuario. El 129 cambio de dinero daba
oportunidad al fraude y la extorsión, y se había transformado en un vergonzoso
tráfico, que era fuente de renta para los sacerdotes.
LOS NEGOCIANTES PEDÍAN PRECIOS EXORBITANTES POR LOS ANIMALES
QUE VENDÍAN, y compartían sus ganancias
con los sacerdotes y gobernantes, quienes se enriquecían así a expensas del
pueblo.
SE HABÍA ENSEÑADO A LOS ADORADORES A CREER QUE SI NO
OFRECÍAN SACRIFICIOS, la bendición de Dios no
descansaría sobre sus hijos o sus tierras. Así se podía obtener un precio
elevado por los animales, porque después de haber venido de tan lejos, la gente
no quería volver a sus hogares sin cumplir el acto de devoción para el cual
había venido.
EN OCASIÓN DE LA PASCUA, SE OFRECÍA GRAN NÚMERO DE
SACRIFICIOS, y las ventas realizadas
en el templo eran muy cuantiosas. La confusión consiguiente daba la impresión
de una ruidosa feria de ganado, más bien que del sagrado templo de Dios. Podían
oírse voces agudas que regateaban, el mugido del ganado vacuno, los balidos de
las ovejas, el arrullo de las palomas, mezclado con el ruido de las monedas y
de disputas airadas.
LA CONFUSIÓN ERA TANTA QUE PERTURBABA A LOS ADORADORES, y las palabras dirigidas al Altísimo quedaban ahogadas por
el tumulto que invadía el templo.
LOS JUDÍOS ERAN EXCESIVAMENTE ORGULLOSOS DE SU
PIEDAD. Se regocijaban de su templo, y
consideraban como blasfemia cualquier palabra pronunciada contra él; eran muy
rigurosos en el cumplimiento de las ceremonias relacionadas con él; pero el
amor al dinero había prevalecido sobre sus escrúpulos. Apenas se daban cuenta
de cuán lejos se habían apartado del propósito original del servicio instituido
por Dios mismo. Cuando el Señor descendió sobre el monte Sinaí, ese lugar quedó
consagrado por su presencia. Moisés recibió la orden de poner límites alrededor
del monte y santificarlo, y se oyó la voz del Señor pronunciar esta
amonestación: "Guardaos, no subáis al monte, ni toquéis a su término:
cualquiera que tocare el monte, de seguro morirá: No le tocará mano, más será
apedreado o asaeteado; sea animal o sea hombre, no vivirá." (Éxodo
19:12,13). Así fue enseñada la lección de que dondequiera que Dios manifieste
su presencia, ese lugar es santo.
LAS DEPENDENCIAS DEL TEMPLO DE DIOS DEBIERAN HABERSE
CONSIDERADO SAGRADAS. Pero 130 en la lucha para
obtener ganancias, todo esto se perdió de vista.
LOS SACERDOTES Y GOBERNANTES ERAN LLAMADOS A
SER REPRESENTANTES DE DIOS ANTE LA NACIÓN. Debieran haber corregido los abusos que se cometían en el
atrio del templo. Debieran haber dado a la gente un ejemplo de integridad y
compasión. En vez de buscar sus propias ganancias, debieran haber considerado
la situación y las necesidades de los adoradores, y debieran haber estado
dispuestos a ayudar a aquellos que no podían comprar los sacrificios
requeridos. Pero no obraban así.
LA AVARICIA HABÍA ENDURECIDO SUS CORAZONES. Acudían a esta fiesta los que sufrían, los que se hallaban
en necesidad y angustia. Estaban allí los ciegos, los cojos, los sordos.
Algunos eran traídos sobre camillas. Muchos de los que venían eran demasiado
pobres para comprarse la más humilde ofrenda para Jehová, o aun para comprarse
alimentos con que satisfacer el hambre. A todos ellos les causaban gran
angustia las declaraciones de los sacerdotes.
ESTOS SE JACTABAN DE SU PIEDAD; ASEVERABAN SER LOS
GUARDIANES DEL PUEBLO; pero carecían en absoluto
de simpatía y compasión. En vano los pobres, los enfermos, los moribundos,
pedían su favor. Sus sufrimientos no despertaban piedad en el corazón de los
sacerdotes.
AL ENTRAR
JESÚS EN EL TEMPLO, SU MIRADA ABARCÓ TODA LA ESCENA. Vio las transacciones injustas. Vio la angustia de los
pobres, que pensaban que sin derramamiento de sangre no podían ser perdonados
sus pecados. Vio el atrio exterior de su templo convertido en un lugar de
tráfico profano. El sagrado recinto se había transformado en una vasta lonja.
Cristo vio que algo debía hacerse. Habían sido impuestas numerosas ceremonias al
pueblo, sin la debida instrucción acerca de su significado. Los adoradores
ofrecían sus sacrificios sin comprender que prefiguraban al único sacrificio
perfecto. Y entre ellos, sin que se le reconociese ni honrase, estaba Aquel al
cual simbolizaba todo el ceremonial. Él había dado instrucciones acerca de las
ofrendas. Comprendía su valor simbólico, y veía que ahora habían sido
pervertidas y mal interpretadas. El culto espiritual estaba desapareciendo
rápidamente.
NINGÚN VÍNCULO UNÍA a
los sacerdotes y gobernantes con su Dios. La obra de Cristo consistía en
establecer un culto completamente diferente. 131
CON MIRADA ESCRUTADORA, Cristo abarcó la escena que se extendía delante de él
mientras estaba de pie sobre las gradas del atrio del templo. Con mirada
profética vio lo futuro, abarcando no sólo años, sino siglos y edades. Vio cómo
los sacerdotes y gobernantes privarían a los menesterosos de su derecho, y
prohibirían que el Evangelio se predicase a los pobres. Vio cómo el amor de Dios
sería ocultado de los pecadores, y los hombres traficarían con su gracia. Y al
contemplar la escena, la indignación, la autoridad y el poder se expresaron en
su semblante. La atención de la gente fue atraída hacia él. Los ojos de los que
se dedicaban a su tráfico profano se clavaron en su rostro. No podían retraer
la mirada. Sentían que este hombre leía sus pensamientos más íntimos y
descubría sus motivos ocultos. Algunos intentaron esconder la cara, como si en
ella estuviesen escritas sus malas acciones, para ser leídas por aquellos ojos
escrutadores. La confusión se acalló. Cesó el ruido del tráfico y de los
negocios. El silencio se hizo penoso. Un sentimiento de pavor dominó a la
asamblea. Fue como si hubiese comparecido ante el tribunal de Dios para responder
de sus hechos. Mirando a Cristo, todos vieron la divinidad que fulguraba a
través del manto de la humanidad.
LA MAJESTAD DEL CIELO ESTABA ALLÍ COMO EL JUEZ QUE SE
PRESENTARÁ EN EL DÍA FINAL, y aunque no la rodeaba
esa gloria que la acompañará entonces, tenía el mismo poder de leer el alma.
Sus ojos recorrían toda la multitud, posándose en cada uno de los presentes. Su
persona parecía elevarse sobre todos con imponente dignidad, y una luz divina
iluminaba su rostro. Habló, y su voz clara y penetrante -la misma que sobre el
monte Sinaí había proclamado la ley que los sacerdotes y príncipes estaban
transgrediendo,- se oyó repercutir por las bóvedas del templo: "Quitad
de aquí esto, y no hagáis la casa de mi Padre casa de mercado."
DESCENDIENDO LENTAMENTE DE LAS GRADAS Y
ALZANDO EL LÁTIGO DE CUERDAS QUE HABÍA RECOGIDO AL ENTRAR EN EL RECINTO, ordenó a la hueste de traficantes que se apartase de las
dependencias del templo. Con un celo y una severidad que nunca manifestó antes,
derribó las mesas de los cambiadores. Las monedas cayeron, y dejaron oír su
sonido metálico en el pavimento de mármol. Nadie pretendió poner en duda su
autoridad. Nadie 132 se atrevió a detenerse para recoger las ganancias
ilícitas. Jesús no los hirió con el látigo de cuerdas, pero en su mano el
sencillo látigo parecía ser una flamígera espada.
LOS OFICIALES DEL TEMPLO, LOS SACERDOTES ESPECULADORES, LOS
CAMBIADORES Y LOS NEGOCIANTES EN GANADO,
huyeron del lugar con sus ovejas y bueyes, dominados por un solo pensamiento:
el de escapar a la condenación de su presencia. El pánico se apoderó de la
multitud, que sentía el predominio de su divinidad. Gritos de terror escaparon
de centenares de labios pálidos.
AUN LOS DISCÍPULOS TEMBLARON. Les causaron pavor las palabras y los modales de Jesús,
tan diferentes de su conducta común. Recordaron que se había escrito acerca de
él: "Me consumió el celo de tu casa." (Salmos 69:9). Pronto la
tumultuosa muchedumbre fue alejada del templo del Señor con toda su mercadería.
Los atrios quedaron libres de todo tráfico profano, y sobre la escena de
confusión descendió un profundo y solemne silencio. La presencia del Señor, que
antiguamente santificara el monte, había hecho sagrado el templo levantado en
su honor.
EN LA PURIFICACIÓN DEL TEMPLO, JESÚS ANUNCIÓ SU MISIÓN COMO
MESÍAS Y COMENZÓ SU OBRA. Aquel templo, erigido para
morada de la presencia divina, estaba destinado a ser una lección objetiva para
Israel y para el mundo. Desde las edades eternas, había sido el propósito de
Dios que todo ser creado, desde el resplandeciente y santo serafín hasta el
hombre, fuese un templo para que en él habitase el Creador.
A CAUSA DEL PECADO, LA HUMANIDAD HABÍA DEJADO
DE SER TEMPLO DE DIOS. Ensombrecido y
contaminado por el pecado, el corazón del hombre no revelaba la gloria del Ser
divino. Pero por la encarnación del Hijo de Dios, se cumple el propósito del
Cielo. Dios mora en la humanidad, y mediante la gracia salvadora, el corazón
del hombre vuelve a ser su templo.
DIOS QUERÍA
QUE EL TEMPLO DE JERUSALÉN fuese un testimonio continuo del alto destino
ofrecido a cada alma. Pero los judíos no habían comprendido el significado del
edificio que consideraban con tanto orgullo. No se entregaban a sí mismos como
santuarios del Espíritu divino. Los atrios del templo de Jerusalén, llenos del
tumulto de un tráfico profano, representaban con demasiada exactitud el templo
del corazón, contaminado por la presencia de las 133 pasiones sensuales y de
los pensamientos profanos. Al limpiar el templo de los compradores y vendedores
mundanales, Jesús anunció su misión de limpiar el corazón de la contaminación
del pecado de los deseos terrenales, de las concupiscencias egoístas, de los
malos hábitos, que corrompen el alma. "Vendrá
a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien
deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Y quién
podrá sufrir el tiempo de su venida? o ¿quién podrá estar cuando él se
mostrará? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores. Y
sentarse a para afinar y limpiar la plata: porque limpiará los hijos de Leví,
los afinará como a oro y como a plata." (Malaquías 3:1-3).
"¿NO
SABÉIS que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si
alguno violare el templo de Dios, Dios destruirá al tal: porque el templo de
Dios, el cual sois vosotros, santo es." (1 Corintios 3:16,17).
NINGÚN HOMBRE PUEDE DE POR SÍ ECHAR LAS MALAS HUESTES QUE SE
HAN POSESIONADO DEL CORAZÓN. Sólo Cristo puede
purificar el templo del alma. Pero no forzará la entrada. No viene a los
corazones como antaño a su templo, sino que dice: "He aquí, yo estoy a la
puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él."
(Apoc. 3:20). El vendrá, no solamente
por un día; porque dice: "Habitaré
y andaré en ellos;... y ellos serán mi pueblo." "El sujetará nuestras
iniquidades, y echará en los profundos de la mar todos nuestros pecados."
(2 Corintios 6:16; Miqueas 7:19).
Su presencia limpiará y santificará el alma, de
manera que pueda ser un templo santo para el Señor, y una "morada de Dios,
en virtud del Espíritu." (Efesios 2:21,22 VM.).
DOMINADOS POR EL TERROR, LOS SACERDOTES Y PRÍNCIPES HABÍAN
HUIDO DEL ATRIO DEL TEMPLO, y de la mirada
escrutadora que leía sus corazones. Mientras huían, se encontraron con otros
que se dirigían al templo y les aconsejaron que se volvieran, diciéndoles lo
que habían visto y oído.
CRISTO MIRÓ ANHELANTE A LOS HOMBRES QUE HUÍAN, compadeciéndose de su temor y de su ignorancia de lo que
constituía el verdadero culto. En esta escena veía simbolizada la dispersión de
toda la nación judía, por causa de su maldad e impenitencia.
¿Y POR QUÉ HUYERON LOS SACERDOTES DEL TEMPLO? ¿Por
qué no le hicieron frente? El que les ordenaba que se fuesen era hijo de un
carpintero, un pobre galileo, sin jerarquía ni poder 134 terrenales. ¿Por qué
no le resistieron? ¿Por qué abandonaron la ganancia tan mal adquirida y huyeron
a la orden de una persona de tan humilde apariencia externa? Cristo hablaba con
la autoridad de un rey, y en su aspecto y en el tono de su voz había algo a lo
cual no podían resistir. Al oír la orden, se dieron cuenta, como nunca antes,
de su verdadera situación de hipócritas y ladrones.
CUANDO LA DIVINIDAD FULGURÓ A TRAVÉS DE LA
HUMANIDAD, no sólo vieron indignación en el
semblante de Cristo; se dieron cuenta del significado de sus palabras. Se
sintieron como delante del trono del Juez eterno, como oyendo su sentencia para
ese tiempo y la eternidad.
POR EL MOMENTO, QUEDARON CONVENCIDOS DE QUE
CRISTO ERA PROFETA; y muchos creyeron que era
el Mesías. El Espíritu Santo les recordó vívidamente las declaraciones de los
profetas acerca del Cristo. ¿Cederían a esta convicción? No quisieron
arrepentirse. Sabían que se había despertado la simpatía de Cristo hacia los
pobres. Sabían que ellos habían sido culpables de extorsión en su trato con la
gente. Por cuanto Cristo discernía sus pensamientos, le odiaban. Su reprensión
en público humillaba su orgullo y sentían celos de su creciente influencia con
la gente. Resolvieron desafiarle acerca del poder por el cual los había echado,
y acerca de quién le había dado esta autoridad.
PENSATIVOS, PERO CON ODIO EN EL CORAZÓN, volvieron lentamente al templo.
PERO ¡QUÉ CAMBIO SE HABÍA VERIFICADO DURANTE
SU AUSENCIA! Cuando ellos
huyeron, los pobres quedaron atrás; y éstos estaban ahora mirando a Jesús, cuyo
rostro expresaba su amor y simpatía. Con lágrimas en los ojos, decía a los
temblorosos que le rodeaban: No temáis; yo os libraré, y vosotros me
glorificaréis. Por esta causa he venido al mundo. La gente se agolpaba en la
presencia de Cristo con súplicas urgentes y lastimeras, diciendo: Maestro,
bendíceme. Su oído atendía cada clamor. Con una compasión que superaba a la de
una madre, se inclinaba sobre los pequeñuelos que sufrían. Todos recibían
atención. Cada uno quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviera. Los mudos
abrían sus labios en alabanzas; los ciegos contemplaban el rostro de su Sanador.
El corazón de los dolientes era alegrado.
Mientras los
sacerdotes y oficiales del templo presenciaban 135 esta obra, ¡qué revelación
fueron para ellos los sonidos que llegaban a sus oídos! Los concurrentes
relataban la historia del dolor que habían sufrido, de sus esperanzas
frustradas, de los días penosos y de las noches de insomnio; y de cómo, cuando
parecía haberse apagado la última chispa de esperanza, Cristo los había sanado.
La carga era muy pesada, decía uno; pero he encontrado un Ayudador. Es el
Cristo de Dios, y dedicaré mi vida a su servicio. Había padres que decían a sus
hijos: El salvó vuestra vida; alzad vuestras voces y alabadle. Las voces de
niños y jóvenes, de padres y madres, de amigos y espectadores, se unían en
agradecimiento y alabanza. La esperanza y la alegría llenaban los corazones. La
paz embargaba los ánimos. Estaban sanos de alma y cuerpo, y volvieron a sus
casas proclamando por doquiera el amor sin par de Jesús.
EN OCASIÓN DE LA CRUCIFIXIÓN DE CRISTO, LOS
QUE HABÍAN SIDO SANADOS NO SE UNIERON CON LA TURBA PARA CLAMAR: "¡Crucifícale! ¡Crucifícale! "Sus
simpatías acompañaban a Jesús; porque habían sentido su gran simpatía y su
poder admirable. Le conocían como su Salvador; porque él les había dado salud
del cuerpo y del alma. Escucharon la predicación de los apóstoles, y la entrada
de la palabra de Dios en su corazón les dio entendimiento. Llegaron a ser
agentes de la misericordia de Dios, e instrumentos de su salvación.
LOS QUE HABÍAN HUIDO DEL ATRIO DEL TEMPLO VOLVIERON POCO A
POCO DESPUÉS DE UN TIEMPO. Habían dominado
parcialmente el pánico que se había apoderado de ellos, pero sus rostros
expresaban irresolución y timidez. Miraban con asombro las obras de Jesús y
quedaron convencidos de que en él se cumplían las profecías concernientes al
Mesías.
EL PECADO DE LA PROFANACIÓN DEL TEMPLO INCUMBÍA, EN GRAN
MEDIDA, A LOS SACERDOTES. Por arreglo suyo, el
atrio había sido transformado en un mercado. La gente era comparativamente
inocente. Había quedado impresionada por la autoridad divina de Jesús; pero
consideraba suprema la influencia de los sacerdotes y gobernantes. Estos
miraban la misión de Cristo como una innovación, y ponían en duda su derecho a
intervenir en lo que había sido permitido por las autoridades del templo.
SE OFENDIERON PORQUE EL TRÁFICO HABÍA SIDO INTERRUMPIDO, y ahogaron las convicciones del Espíritu Santo.136 Sobre
todos los demás, los sacerdotes y gobernantes debieran haber visto en Jesús al
Ungido del Señor; porque en sus manos estaban los rollos sagrados que
describían su misión, y sabían que la purificación del templo era una
manifestación de un poder más que humano. Por mucho que odiasen a Jesús, no
lograban librarse del pensamiento de que podía ser un profeta enviado por Dios
para restaurar la santidad del templo.
CON UNA DEFERENCIA NACIDA DE ESTE TEMOR, FUERON A
PREGUNTARLE: "¿Qué señal nos
muestras de que haces esto?" Jesús les había mostrado una señal. Al hacer
penetrar la luz en su corazón y al ejecutar delante de ellos las obras que el
Mesías debía efectuar, les había dado evidencia convincente de su carácter. Cuando
le pidieron una señal, les contestó con una parábola y demostró así que
discernía su malicia y veía hasta dónde los conduciría. "Destruid este
templo --dijo, -- y en tres días lo levantaré." El sentido de estas
palabras era doble. Jesús aludía no sólo a la destrucción del templo y del
culto judaico, sino a su propia muerte: la destrucción del templo de su cuerpo.
Los judíos ya estaban maquinando esto.
CUANDO LOS SACERDOTES Y GOBERNANTES VOLVIERON AL TEMPLO, SE
PROPONÍAN MATAR A JESÚS y librarse del
perturbador. Sin embargo, cuando desenmascaró ese designio suyo, no le
comprendieron. Al interpretar sus palabras las aplicaron solamente al templo de
Jerusalén, y con indignación exclamaron: "En cuarenta y seis años fue este
templo edificado, ¿y tú en tres días lo levantarás?" Les parecía que Jesús
había justificado su incredulidad, y se confirmaron en su decisión de
rechazarle.
CRISTO NO QUERÍA QUE SUS PALABRAS FUESEN ENTENDIDAS POR LOS
JUDÍOS INCRÉDULOS, ni siquiera por sus
discípulos en ese entonces. Sabía que serían torcidas por sus enemigos, y que
las volverían contra él. En ocasión de su juicio, iban a ser presentadas como
acusación, y en el Calvario le serían recordadas con escarnio.
PERO EL EXPLICARLAS AHORA HABRÍA DADO A SUS DISCÍPULOS UN
CONOCIMIENTO DE SUS SUFRIMIENTOS, y
les habría impuesto un pesar que no estaban capacitados para soportar. Una
explicación habría revelado prematuramente a los judíos el resultado de su
prejuicio e incredulidad. Ya habían entrado en una senda 137 que iban a seguir
constantemente hasta que le llevaran como un cordero al matadero.
ESTAS PALABRAS DE CRISTO FUERON PRONUNCIADAS POR CAUSA DE
AQUELLOS QUE IBAN A CREER EN ÉL. Sabía
que serían repetidas. Siendo pronunciadas en ocasión de la Pascua, llegarían a
los oídos de millares de personas y serían llevadas a todas partes del mundo.
Después que hubiese resucitado de los muertos, su significado quedaría
aclarado. Para muchos, serían evidencia concluyente de su divinidad.
A CAUSA DE SUS TINIEBLAS ESPIRITUALES, aun los discípulos de Jesús dejaron con frecuencia de
comprender sus lecciones. Pero muchas de estas lecciones les fueron aclaradas
por los sucesos subsiguientes. Cuando ya no andaba con ellos, sus palabras
sostenían sus corazones.
CON REFERENCIA AL TEMPLO DE JERUSALÉN, las palabras del Salvador: "Destruid este templo, y en
tres días lo levantaré," tenían un significado más profundo que el
percibido por los oyentes. Cristo era el fundamento y la vida del templo. Sus
servicios eran típicos del sacrificio del Hijo de Dios. El sacerdocio había
sido establecido para representar el carácter y la obra mediadora de Cristo.
Todo el plan del culto de los sacrificios era una predicción de la muerte del
Salvador para redimir al mundo. No habría eficacia en estas ofrendas cuando el
gran suceso al cual señalaran durante siglos fuese consumado. Puesto que toda
la economía ritual simbolizaba a Cristo, no tenía valor sin él.
CUANDO LOS JUDÍOS SELLARON SU DECISIÓN DE RECHAZAR A CRISTO
ENTREGÁNDOLE A LA MUERTE, rechazaron todo lo que
daba significado al templo y sus ceremonias. Su carácter sagrado desapareció.
Quedó condenado a la destrucción. Desde ese día los sacrificios rituales y las
ceremonias relacionadas con ellos dejaron de tener significado. Como la ofrenda
de Caín, no expresaban fe en el Salvador.
AL DAR MUERTE A CRISTO, LOS JUDÍOS DESTRUYERON VIRTUALMENTE
SU TEMPLO. Cuando Cristo fue crucificado, el
velo interior del templo se rasgó en dos de alto a bajo, indicando que el gran
sacrificio final había sido hecho, y que el sistema de los sacrificios rituales
había terminado para siempre.
"EN TRES DÍAS LO LEVANTARÉ." A la muerte del Salvador, las potencias de las tinieblas
parecieron prevalecer, y se 138 regocijaron de su victoria. Pero del sepulcro
abierto de José, Jesús salió vencedor. "Despojando los principados y las
potestades, sacólos a la vergüenza en público, triunfando de ellos en sí
mismo." (Colosenses 2:15).
EN VIRTUD DE SU MUERTE Y RESURRECCIÓN, PASÓ A
SER "MINISTRO DEL SANTUARIO, y
de aquel verdadero tabernáculo que el Señor asentó, y no hombre.' (Hebreos
8:2). Los hombres habían construido el tabernáculo, y luego el templo de los
judíos; pero el santuario celestial, del cual el terrenal era una figura, no
fue construido por arquitecto humano. "He aquí el varón cuyo nombre es
Vástago: [V.M.] . . . él edificará el templo de Jehová, y él llevará gloria, y
se sentará y dominará en su trono, y será sacerdote en su solio."
(Zacarías 6:12,13).
EL CEREMONIAL DE LOS SACRIFICIOS QUE HABÍA SEÑALADO A CRISTO
PASÓ: pero los ojos de los hombres fueron
dirigidos al verdadero sacrificio por los pecados del mundo.
CESÓ EL SACERDOCIO TERRENAL, PERO MIRAMOS A JESÚS, MEDIADOR
DEL NUEVO PACTO, y "a la sangre del esparcimiento que habla mejor que la de
Abel." "Aún no estaba descubierto el camino para el santuario, entre
tanto que el primer tabernáculo estuviese en pie.... Mas estando ya presente
Cristo, pontífice de los bienes que habían de venir, por el más amplio y más
perfecto tabernáculo, no hecho de manos, . . . por su propia sangre, entró una
sola vez en el santuario, habiendo obtenido eterna redención.' (Hebreos 12:24; 9:8-12). "Por lo cual puede
también salvar eternamente a los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre
para interceder por ellos.' (Hebreos 7:25).
AUNQUE EL MINISTERIO HABÍA DE SER TRASLADADO DEL TEMPLO TERRENAL AL CELESTIAL, aunque el santuario y nuestro gran Sumo Sacerdote fuesen invisibles para los ojos humanos, los discípulos no habían de sufrir pérdida por ello. No sufrirían interrupción en su comunión, ni disminución de poder por causa de la ausencia del Salvador. Mientras Jesús ministra en el santuario celestial, es siempre por su Espíritu el ministro de la iglesia en la tierra. Está oculto a la vista, pero se cumple la promesa que hiciera al partir: "He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.' (Mateo 28:20). Aunque delega su poder a ministros inferiores, su presencia vivificadora está todavía con su iglesia. "Por tanto, teniendo un gran Pontífice,. . . Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos 139 un Pontífice que no se pueda compadecer de nuestras flaquezas; mas tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro." (Hebreos 4:14-16). 140 DTG/EGW
(Este capítulo 16. Está basado en San Juan 2:12-22).
No hay comentarios:
Publicar un comentario