(Este capítulo 43. Está basado en
San Mateo 15:21-28; San Marcos 7:24-36).
DESPUÉS DE SU
ENCUENTRO CON LOS FARISEOS, Jesús se retiró de Capernaúm, y cruzando Galilea, se fue a
la región montañosa de los confines de Fenicia. Mirando hacia el occidente,
podía ver dispersas por la llanura que se extendía abajo las antiguas ciudades
de Tiro y Sidón, con sus templos paganos, sus magníficos palacios y emporios de
comercio, y los puertos llenos de embarcaciones cargadas. Más allá, se
encontraba la expansión azul del Mediterráneo, por el cual los mensajeros del
Evangelio iban a llevar las buenas nuevas hasta los centros del gran imperio
mundial. Pero el tiempo no había llegado todavía. La obra que le esperaba ahora
consistía en preparar a sus discípulos para su misión. Al venir a esa región,
esperaba encontrar el retraimiento que no había podido conseguir en Betsaida.
SIN EMBARGO,
ÉSTE NO ERA SU ÚNICO PROPÓSITO AL HACER EL VIAJE. "He
aquí una mujer cananea, que había salido de aquellos términos, clamaba,
diciéndole: Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí; mi hija es malamente
atormentada del demonio." Los habitantes de esta región
pertenecían a la antigua raza cananea. Eran idólatras, despreciados y odiados
por los judíos. A esta clase pertenecía la mujer que ahora había venido a
Jesús. Era pagana, y por lo tanto estaba excluida de las ventajas que los
judíos disfrutaban diariamente. Había muchos judíos que vivían entre los
fenicios, y las noticias de la obra de Cristo habían penetrado hasta esa
región. Algunos de los habitantes habían escuchado sus palabras, y habían
presenciado sus obras maravillosas.
ESTA MUJER HABÍA OÍDO HABLAR DEL PROFETA, quien, según se
decía, sanaba toda clase de enfermedades. Al oír hablar de su poder, la
esperanza había nacido en su corazón. Inspirada por su amor maternal, resolvió
presentarle el caso de su hija. Había resuelto llevar su aflicción a Jesús. Él
debía sanar a su hija. Ella 366 había buscado ayuda en los dioses paganos, pero
no la había obtenido. Y a veces se sentía tentada a pensar: ¿Qué
puede hacer por mí este maestro judío? Pero había llegado esta nueva:
Sana toda clase de enfermedades, sean pobres o ricos los que a él acudan por
auxilio. Y decidió no perder su única esperanza.
CRISTO CONOCÍA
LA SITUACIÓN DE ESTA MUJER. Él sabía que ella anhelaba verle, y se colocó en su camino.
Ayudándola en su aflicción, él podía dar una representación viva de la lección
que quería enseñar. Para esto había traído a sus discípulos. Deseaba que ellos
viesen la ignorancia existente en las ciudades y aldeas cercanas a la tierra de
Israel. El pueblo al cual había sido dada toda oportunidad de comprender la
verdad no conocía las necesidades de aquellos que le rodeaban. No hacía ningún
esfuerzo para ayudar a las almas que estaban en tinieblas.
EL
MURO DE SEPARACIÓN QUE EL ORGULLO JUDÍO HABÍA ERIGIDO IMPEDÍA HASTA A LOS
DISCÍPULOS SENTIR SIMPATÍA POR EL MUNDO PAGANO. Pero las
barreras debían ser derribadas. Cristo no respondió inmediatamente a la
petición de la mujer. Recibió a esta representante de una raza despreciada como
la habrían recibido los judíos. Con ello quería que sus discípulos notasen la
manera fría y despiadada con que los judíos tratarían un caso tal
evidenciándola en su recepción de la mujer, y la manera compasiva con que
quería que ellos tratasen una angustia tal, según la manifestó en la
subsiguiente concesión de lo pedido por ella. Pero aunque Jesús no respondió,
la mujer no perdió su fe. Mientras él obraba como si no la hubiese oído, ella
le siguió y continuó suplicándole. Molestados por su importunidad, los
discípulos pidieron a Jesús que la despidiera.
VEÍAN QUE SU
MAESTRO LA TRATABA CON INDIFERENCIA y, por lo tanto, suponían que le
agradaba el prejuicio de los judíos contra los cananeos. Mas era a un Salvador
compasivo a quien la mujer dirigía su súplica, y en respuesta a la petición de
los discípulos, Jesús dijo: "No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa
de Israel." Aunque esta respuesta parecía estar de acuerdo con el
prejuicio de los judíos, era una reprensión implícita para los discípulos,
quienes la entendieron más tarde como destinada a recordarles lo que él les
había dicho con frecuencia, a saber, 367 que había venido al mundo para salvar
a todos los que querían aceptarle.
LA MUJER
PRESENTABA SU CASO CON INSTANCIA Y CRECIENTE FERVOR, postrándose a
los pies de Cristo y clamando: "Señor, socórreme". Jesús,
aparentando todavía rechazar sus súplicas, según el prejuicio despiadado de los
judíos, contestó: "No es bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos".
Esto era virtualmente aseverar que no era justo conceder a los extranjeros y
enemigos de Israel las bendiciones traídas al pueblo favorecido de Dios. Esta
respuesta habría desanimado completamente a una suplicante menos ferviente.
Pero la mujer vio que había llegado su oportunidad. Bajo la aparente negativa
de Jesús, vio una compasión que él no podía ocultar. "Sí, Señor -contestó;- más
los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores".
MIENTRAS QUE
LOS HIJOS DE LA CASA COMEN EN LA MESA DEL PADRE, los perros
mismos no quedan sin alimento. Tienen derecho a las migajas que caen de la mesa
abundantemente surtida. Así que mientras muchas bendiciones se daban a Israel, ¿no
había también alguna para ella? Si era considerada como perro, ¿no
tenía, como tal, derecho a una migaja de su gracia? Jesús acababa de
apartarse de su campo de labor porque los escribas y fariseos estaban tratando
de quitarle la vida. Ellos murmuraban y se quejaban. Manifestaban incredulidad
y amargura, y rechazaban la salvación que tan gratuitamente se les ofrecía. En
este caso, Cristo se encuentra con un miembro de una raza infortunada y
despreciada, que no había sido favorecida por la luz de la Palabra de Dios; y
sin embargo esa persona se entrega en seguida a la divina influencia de Cristo
y tiene fe implícita en su capacidad de concederle el favor pedido. Ruega que
se le den las migajas que caen de la mesa del Maestro. Si puede tener el
privilegio de un perro, está dispuesta a ser considerada como tal. No tiene
prejuicio nacional ni religioso, ni orgullo alguno que influya en su conducta,
y reconoce inmediatamente a Jesús como el Redentor y como capaz de hacer todo
lo que ella le pide.
EL SALVADOR
ESTÁ SATISFECHO. Ha probado su fe en él. Por su trato con ella, ha
demostrado que aquella que Israel había considerado como paria, no es ya
extranjera sino hija en la 368 familia de Dios. Y como hija, es su privilegio
participar de los dones del Padre. Cristo le concede ahora lo que le pedía, y
concluye la lección para los discípulos.
VOLVIÉNDOSE
HACIA ELLA CON UNA MIRADA DE COMPASIÓN Y AMOR, DICE: "Oh
mujer, grande es tu fe; sea hecho contigo como quieres". Desde aquella
hora su hija quedó sana. El demonio no la atormentó más. La mujer se fue,
reconociendo a su Salvador y feliz por haber obtenido lo que pidiera.
ESTE FUE EL
ÚNICO MILAGRO QUE JESÚS REALIZÓ DURANTE ESTE VIAJE. Para ejecutar
este acto había ido a los confines de Tiro y Sidón. Deseaba socorrer a la mujer
afligida y al mismo tiempo dar un ejemplo de su obra de misericordia hacia un
miembro de un pueblo despreciado, para beneficio de sus discípulos cuando no
estuviese más con ellos. Deseaba sacarlos de su exclusividad judaica e
interesarlos en el trabajo por los que no fuesen de su propio pueblo. Jesús
anhelaba revelar los profundos misterios de la verdad que habían quedado
ocultos durante siglos, a fin de que los gentiles fuesen coherederos con los
judíos y "consortes de su promesa
en Cristo por el evangelio”. (Efesios 3:6).
LOS DISCÍPULOS
TARDARON MUCHO EN APRENDER ESTA VERDAD, y el Maestro divino les dio lección
tras lección. Al recompensar la fe del centurión en Capernaúm y al predicar el
Evangelio a los habitantes de Sicar, había demostrado ya que no compartía la
intolerancia de los judíos. Pero los samaritanos tenían cierto conocimiento de
Dios; y el centurión había manifestado bondad hacia Israel. Ahora Jesús
relacionó a los discípulos con una pagana a quien ellos consideraban tan
desprovista como cualquiera de su pueblo de motivos para esperar favores de él.
Quiso dar un ejemplo de cómo debía tratarse a una persona tal. Los discípulos
habían pensado que él dispensaba demasiado libremente los dones de su gracia.
Quería mostrarles que su amor no había de limitarse a raza o nación alguna.
CUANDO
DIJO: "NO SOY ENVIADO SINO A LAS OVEJAS PERDIDAS DE LA CASA DE
ISRAEL," dijo la verdad, y en su obra en favor
de la mujer cananea cumplió su comisión. Esta mujer era una de las ovejas
perdidas que Israel debiera haber rescatado. Esta era la obra que había sido
asignada a Israel, la obra que había descuidado, la obra que Cristo estaba
haciendo. 369 Este acto reveló con mayor plenitud a los discípulos la labor que
les esperaba entre los gentiles. Vieron un amplio campo de utilidad fuera de
Judea. Vieron almas que sobrellevaban tristezas desconocidas para los que eran
más favorecidos. Entre aquellos a quienes se les había enseñado a despreciar,
había almas que anhelaban la ayuda del gran Médico y que tenían hambre por la
luz de la verdad que había sido dada en tanta abundancia a los judíos.
DESPUÉS,
CUANDO LOS JUDÍOS SE APARTARON CON MAYOR INSISTENCIA DE LOS DISCÍPULOS, porque estos
declaraban que Jesús era el Salvador del mundo, y cuando el muro de separación
entre judíos y gentiles fue derribado por la muerte de Cristo, esta lección y
otras similares, que señalaban la obra de evangelización que debía hacerse sin
restricción de costumbres o nacionalidad, ejercieron una influencia poderosa en
los representantes de Cristo y dirigieron sus labores. La visita del Salvador a
Fenicia y el milagro realizado allí tenían un propósito aún más amplio. Esta
obra no fue hecha solamente para la mujer afligida, los discípulos de Cristo y
los que recibieran sus labores, sino también "para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para
que creyendo, tengáis vida en su nombre." (Juan 20:31).
LOS MISMOS
FACTORES QUE SEPARABAN DE CRISTO A LOS HOMBRES HACE (DOS MIL) AÑOS ESTÁN
ACTUANDO HOY. El espíritu que levantó el muro de separación entre judíos
y gentiles sigue obrando. El orgullo y el prejuicio han levantado fuertes
murallas de separación entre diferentes clases de hombres. Cristo y su misión
han sido mal representados, y multitudes se sienten virtualmente apartadas del
ministerio del Evangelio. Pero no deben sentirse separadas de Cristo. No hay
barreras que el hombre o Satanás puedan erigir y que la fe no pueda traspasar.
Con fe, la mujer de Fenicia se lanzó contra las barreras que habían sido
acumuladas entre judíos y gentiles. A pesar del desaliento, sin prestar
atención a las apariencias que podrían haberla inducido a dudar, confió en el
amor del Salvador. Así es como Cristo desea que confiemos en él.
LAS BENDICIONES DE LA SALVACIÓN SON PARA CADA ALMA. Nada, a no ser su propia elección, puede impedir a algún hombre que llegue a tener parte en la promesa hecha en Cristo por el Evangelio. 370 Las castas son algo aborrecible para Dios. El desconoce cuanto tenga ese carácter. A su vista las almas de todos los hombres tienen igual valor. "De una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habitasen sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los términos de la habitación de ellos; para que buscasen a Dios, si en alguna manera, palpando, le hallen; aunque cierto no está lejos de cada uno de nosotros."
Sin
distinción de edad, jerarquía, nacionalidad o privilegio religioso, todos están
invitados a venir a él y vivir. "Todo
aquel que en él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia."
"No hay judío, ni griego; no hay
siervo, ni libre." "El
rico y el pobre se encontraron: a todos ellos hizo Jehová." "El mismo que es Señor de todos, rico
es para con todos los que le invocan: porque todo aquel que invocare el nombre
del Señor, será salvo." (Hechos 17:26,27; Gálatas 3:28; Proverbios 22:2;
Romanos 10:11-13). 371
(Este capítulo 43. Está basado en
San Mateo 15:21-28; San Marcos 7:24-36).
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