Mateo 3. A. Ministerio
De Juan El Bautista: (1-6) Juan el Bautista: su
ministerio, su vida y su bautismo. (7-12) Reprende a los fariseos.
B. El Bautismo: (13-17).
Juan bautiza a Cristo en el río Jordán.
1 EN AQUELLOS días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, 2 y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. 3 Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas. 4 Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre.
5 Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, 6 y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados.
7 Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? 8 Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, 9 y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras.
10 Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. 11 Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 12 Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.
13 Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. 14 Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? 15 Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó.
16 Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. 17 Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. (Mateo 3).
1. En aquellos días.- [Ministerio de Juan el Bautista, Mat. 3:1-12 = Mar. 1:1-8 = Luc.
3:1-18. Principal comentario: Mateo y
Lucas; ver diagrama p. 220.] Es decir, cuando Jesús "habitó en una ciudad
que se llama Nazaret" (Mat. 2: 23). Jesús comenzó su ministerio público
cuando "era como de treinta años" (ver com. Luc. 3: 23), hacia fines del año 27 d.C.
(DTG 200; ver pp. 233-238; com. Luc. 3:
1). Juan era unos seis meses mayor que
Jesús (ver com. Luc. 1: 39, 57). Hay quienes piensan que el ministerio de Juan
comenzó unos seis meses antes del de Cristo.
De haber sido así, Juan pudo haber iniciado su predicación en los
primeros meses de ese mismo año, quizá en torno de la pascua, cuando grandes
multitudes viajaban hacia Jerusalén o salían de la ciudad pasando por el lugar
donde Juan predicaba (ver p. 288, "Desierto de Judea"; com. Luc. 3: 1).
Las
adecuadas ilustraciones empleadas por Juan en su predicación insinúan que el
tiempo de la cosecha no estaba distante (ver com. Mat. 3: 7, 12).
Los
judíos que vivían "en aquellos días" en Palestina, y especialmente en
Judea, estaban al borde de una revolución.
Cuando Arquelao fue depuesto por Augusto en el año 6 d. C., se nombró a un procurador romano para que
gobernara a Judea. La presencia de
oficiales y soldados romanos, que habían procurado imponer la autoridad y los
símbolos imperiales, dio como resultado un levantamiento tras otro. Miles de
los más valientes hombres de Israel habían pagado su patriotismo con sangre y
las condiciones eran tales que la gente anhelaba que hubiera un caudillo
decidido que los librara de la cruel opresión de Roma. Ver p. 56.
Juan el Bautista.- Con referencia al significado del nombre Juan, ver com. Luc. 1: 13, y en cuanto a su juventud y
educación, ver com. Luc. 1: 80. Jesús
dijo: "Entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el
Bautista" (Luc. 7:28). Era
"más que profeta" (ver com.
Mat. 11:9). La influencia de Juan
sobre el pueblo finalmente llegó a ser tan grande, que en un primer momento
Herodes Antipas vaciló antes de tocarlo (Mat. 14: 1, 5; Mar. 11:32), y los
dirigentes judíos no se atrevieron a hablar en forma abierta en contra de él
(Mat. 21: 26; Luc. 20: 6). Josefo presenta un relato muy gráfico de la
actuación de Juan el Bautista que se asemeja mucho a la descripción presentada
en los Evangelios (Antigüedades xviii. 5. 2)
Desierto de Judea.- Esta expresión generalmente se refiere a los escabrosos y áridos cerros que
se encuentran entre el mar Muerto y las montañas del centro de Palestina; una
región de escasas lluvias y pocos habitantes (ver mapa p. 206). Juan había pasado buena parte de su juventud
en el desierto (Luc. 1: 80). Quizá sus
padres vivían en Hebrón, o cerca de allí, no lejos del límite occidental de ese
"desierto".
En
tiempos del NT, la palabra "desierto" se empleaba para designar tanto
los escabrosos cerros al oeste del mar Muerto como la parte sur del valle del
Jordán. Según Luc. 3:3, Juan iba de
lugar en lugar, a lo largo del valle del Jordán.
Cuando
fue prendido por Herodes Antipas, Juan debe haber estado en territorio de
Herodes - quizá en Perea - y, según Josefo, fue encarcelado en Machaeros, al
este del mar Muerto (Antigüedades xviii. 5. 2).
En vista de que el bautismo era parte tan importante de su programa
evangelístico, pareciera que Juan debe haber estado siempre cerca de un lugar
donde hubiera "muchas aguas" (Juan 3:23). Esto quizá explicaría, al menos en parte, por
qué realizó la mayor parte de su obra en la región "alrededor del
Jordán" (Mat. 3: 5; cf. DTG
191-192). Cuando Jesús fue bautizado,
Juan estaba predicando y bautizando en Betábara, o "Betania, al otro lado
del Jordán" (BJ), no lejos del lugar donde Israel había cruzado ese río
(DTG 106; ver com. Juan 1: 28; Jos. 2:
l; 3:1, 16). Más tarde continuó su obra
en "Enón, junto a Salim" (Juan 3:23).
Ver mapa frente a la p. 353.
2. Arrepentíos.-Gr. metanoeÇ, "pensar en forma diferente después", es decir, "cambiar de forma de pensar", "cambiar de propósito". Comprende mucho más que la confesión del pecado, aunque esto también estaba incluido en la predicación de Juan (vers. 6).
Desde el punto de vista teológico, la palabra no sólo incluye un cambio de
ideas, sino también una nueva dirección de la voluntad, una modificación de
propósitos y actitudes. Ver com. cap. 4:
17.
Reino de los cielos.- Ver com. Mat. 4: 17; Mar. 1: 15. Cristo dejó en claro que el reino que estableció en ocasión de su primera venida no era el reino de gloria (DTG 186). Ese reino sólo existirá "cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él" (Mat. 25: 31). Sin embargo, Jesús admitió ante Pilato que en verdad era "rey" (Juan 18:33-37); en verdad, ése era el propósito de su venida al mundo (Juan 18: 37). Pero explicó que este "reino" no era "de este mundo" (Juan 18:36).
El reino que había venido a establecer no vendría "con
advertencia", sino que sería una realidad en el corazón de quienes
creyeran en él y llegaran a ser hijos de Dios (Luc. 17: 20-21; cf. Juan 1: 12; ver com. Mar. 3: 14).
3. Este es.- Juan mismo afirmó que era la ,"voz" de Isa. 40: 3 (Juan 1: 23), y
Jesús lo identificó como el "mensajero" de Mal. 3: 1 (Mat. 11: 7-14).
Isaías.- La
profecía a la cual se hace referencia es la de Isa. 40: 3. La cita que aparece aquí fue tomada casi
textualmente de la LXX. Lucas cita los
vers. 3 y 4 en su relato del ministerio de Juan el Bautista (Luc. 3: 4-5; ver
com. Mar. 1: 2).
Voz.- Era
tan sólo una voz, ¡pero qué voz! Su eco
se oye todavía resonando a través de los siglos. Como profeta, Juan fue la "voz" de
Dios para la gente de su generación, porque es profeta aquel que es portavoz de
Dios (cf. Exo. 4: 15-16; 7: 1; Eze. 3:
27). Juan fue la "voz" de Dios
que anunció la venida del Verbo de Dios, vivo y hecho carne (Juan 1: 13-14).
En el desierto.- Ver com. vers. 1. Preparad el camino.- Juan no sólo proclamó el establecimiento del "reino de los cielos" (vers. 2), sino también anunció la inminente llegada de su rey. La figura que se emplea en este versículo es la de la preparación que debía hacerse por anticipado para la venida del rey.
Cuando
un monarca del antiguo Cercano Oriente decidía visitar ciertas partes de su
reino, despachaba mensajeros a cada distrito que iba a visitar para que
anunciaran con anticipación su visita y ordenaran a sus habitantes que se
prepararan para su llegada.
Los
habitantes de cada distrito debían "preparar" la ruta por donde había
de viajar, porque esos caminos estaban bastante abandonados. En algunos lugares todavía se acostumbra
reparar los caminos por los cuales el rey o algún otro personaje eminente está
por viajar
Enderezad sus sendas.- Puesto que "el reino de Dios está dentro de vosotros" (Luc. 17:21, traducción literal del griego), es evidente que la obra de preparación
debía realizarse en el corazón. La
preparación de la cual habla aquí Juan es pues el enderezamiento de los lugares
torcidos del corazón humano. Por eso
Juan predicaba un "bautismo de arrepentimiento" (Mar. 1: 4),
literalmente, un "bautismo de cambio de parecer" (ver com. Mat. 3: 2).
Debían echarse abajo el orgullo y la altivez de los hombres (Luc. 3: 5;
DTG 186).
4. Vestido.- Juan no sólo recordaba a sus oyentes el mensaje de los profetas, sino que
también usaba la ropa de los profetas (2 Rey.
1: 8; cf. Zac. 13: 4; DTG
76-77). Su indumentaria era un testimonio
tácito de que la misión profético -en silencio por largo tiempo- había sido
restablecida en Israel. Tanto su indumentaria
como sus modales recordaban a los videntes de la antigüedad.
La
sencilla vestimenta de Juan era también un reproche para los excesos de su
época, las "vestiduras delicadas" que se usaban en las "casas de
los reyes" (Mat. 11: 8), y armonizaba con su mensaje de reproche contra
los males del mundo. El
"reino" que Juan proclamaba no era "de este mundo" (Juan 8:
23); sus vestimentas reflejaban desprecio por las cosas de este mundo.
Juan
vivió, así como predicó, para el "reino" invisible. Su apariencia física reflejaba el mensaje que
proclamaba.
Juan fue nazareo desde su nacimiento (DTG 76-77), y su vida sencilla y frugal estaba en consonancia con las exigencias de ese voto sagrado (ver Luc. 1: 15; cf. Núm. 6: 3; Juec. 13: 4). Pero no es necesario llegar a la conclusión de que era esenio (ver pp. 55-56), a pesar de que su modo de vida era similar al de esa gente. Los esenios se apartaron de la sociedad y se convirtieron en ascetas. Juan pasó mucho tiempo solo en el desierto, pero no era asceta, porque salía de tanto en tanto para mezclarse con la gente, aun antes de que comenzara el período oficial de su ministerio (DTG 76-77). Es verdad que en su tiempo había comunidades esenias en el "desierto de Judea" (vers. 1), sobre todo en la orilla occidental del mar Muerto (p. 55), pero no hay ninguna prueba histórica de que Juan se hubiera asociado con esa austera secta. Sin embargo, cabe señalar que había entre Juan y los esenios un gran parecido.
Pelo de camello.- No un cuero de camello, como algunos han pensado, sino un áspero vestido de
pelo tejido en telar (ver com. anterior).
Cinto de cuero.- Quizá de cuero de oveja o de cabra, que llevaba a la cintura para ceñir la
vestimenta exterior que era suelta y larga.
Comida.- Un
régimen frugal es esencial para tener vigor mental y discernimiento espiritual,
y para poder comprender correctamente y practicar en forma debida las sagradas
verdades de la Palabra de Dios (DTG 75-76).
Estas cualidades eran indispensables para Juan, quien vino "con el
espíritu y el poder de Elías" (Luc. 1: 17), y son también esenciales para
los que llevan hoy al mundo el mensaje de Elías.
Langostas.- Gr. akrís. Ver Nota Adicional al
final del capítulo.
Miel silvestre.- Quizá no se trate de la savia de ciertos árboles, como lo han pensado
algunos, sino la miel juntada por enjambres de abejas silvestres y depositada
en árboles huecos o tal vez en peñas. Algunos
beduinos todavía recogen miel silvestre para vender.
5. Salía.- La forma del verbo griego indica una acción continuada, así como lo hace
nuestro pretérito imperfecto. La gente
seguía saliendo o salía repetidas veces.
Las multitudes continuaban viniendo para ver y escuchar a Juan y para
recibir el bautismo de él. El hecho de
que el pueblo seguía viniendo testifica de los magníficos informes que
propagaban en las ciudades quienes lo habían escuchado. El hecho de que estuvieran dispuestos a dejar
su trabajo e internarse en el desierto, da testimonio del poderoso magnetismo
que tenía el mensaje de Juan.
Toda Judea.- El ministerio de Juan, al igual que el de Cristo, comenzó en la zona de
Judea, quizá a fin de dar a los dirigentes judíos la primera oportunidad de oír
y aceptar el mensaje (Mar. 1: 5; cf. DTG
198-199).
Toda la provincia de alrededor.- Poco a poco, a medida que se diseminaba el informe
de los que habían regresado de escuchar a Juan, la gente venía de lugares aun
más distantes (cf. Luc. 3: 3). Es evidente también que Juan mismo iba de
lugar en lugar a fin de alcanzar mejor a la gente de todas partes (ver com.
vers. 1).
6. Eran bautizados.- El verbo Gr. baptízÇ quiere decir "bañar", "sumergir". Se empleaba para referirse a la inmersión de
una tela en una tintura, o al acto de sumergir un tiesto en el agua a fin de
llenarlo. También se empleaba en sentido
metafórico para referirse a las heridas recibidas en una batalla. Se dice de
Esquilo, que aparece tiñendo (literalmente "bautizando") a un hombre
en la tintura roja de Sardis. También se
empleaba el verbo babtízÇ para referirse a una persona que se estaba ahogando
en deudas.
El
sentido intrínseco de la palabra, junto con los detalles específicos del relato
evangélico, deja en claro que el bautismo de Juan era administrado por
inmersión. Juan el evangelista destaca
que Juan el Bautista "bautizaba también en Enón, junto a Salim, porque
había allí muchas aguas" (Juan 3: 23).
Además, los cuatro evangelistas hacen notar que la mayor parte, si no
todo el ministerio de Juan, acaeció en las proximidades del río Jordán (Mat. 3:
6; Mar. 1: 5, 9; Luc. 3: 3; Juan 1: 28).
Si Juan no hubiera bautizado por inmersión, habría encontrado suficiente
agua en casi cualquier punto de Palestina.
Es
evidente que lo mismo ocurría con el bautismo cristiano, porque en la
descripción del bautismo del eunuco etíope, se nota que tanto el que bautizó
como el que fue bautizado "descendieron... al agua... y subieron del
agua" (Hech. 8: 38-39). Si hubiera
sido adecuado el bautismo por aspersión, el eunuco, en vez de esperar a que
llegaran a "cierta agua" para solicitar el bautismo (vers. 36), bien
podría haberle ofrecido a Felipe agua de la que llevaba para beber.
Por
otra parte, solamente la inmersión refleja con precisión el simbolismo del rito
bautismal. En Rom. 6: 3-11 Pablo enseña
que el bautismo cristiano representa la muerte.
El ser bautizado, dice Pablo, es ser bautizado en la muerte de Cristo
(vers. 3), ser sepultado "juntamente con él para muerte por el
bautismo" (vers. 4), ser plantado "juntamente con él en la semejanza
de su muerte" (vers. 5),ser "crucificado juntamente con él"
(vers. 6).Pablo concluye: "Así también vosotros
consideraos
muertos al pecado, pero vivos para Dios" (vers. 11). Es evidente que derramar agua o asperjarla
sobre una persona no puede simbolizar la muerte ni la sepultura. Pablo aclara más el sentido de lo que dice
señalando el importante hecho de que el salir del bautismo simboliza la
resurrección "de los muertos" (vers. 4). Es evidente que los escritores del NT sólo
conocían el bautismo por inmersión.
El
uso del agua para la purificación ritual no era novedad en tiempos de Juan el
Bautista. Las leyes levíticas mandaban
al leproso sanado (Lev. 14: 9), a los que habían tenido impurezas físicas (cap.
15), al que había comido animal mortecino (cap. 17: 15), al sumo sacerdote
(cap. 16) y al que se preparaba para comer cosa santa (22: 6), a que se lavaran
para ser limpios. Por lo tanto, el símbolo del lavamiento para quitar la
inmundicia era bien conocido.
La
comunidad de Qumrán practicaba ritos de lavamiento. Las ruinas de su establecimiento monástico
muestran claramente cisternas y estanques con accesos escalonados para
facilitar la entrada y la salida del agua.
El Manual de disciplina describe
las ceremonias diarias de purificación y para limpiarse del pecado. La persona misma cumplía el rito sin que otro
lo administrara. Qumrán queda a poco más
de 20 km del lugar donde se cree que Juan bautizaba. Muchos han querido ver una estrecha relación
entre los dos, pero el estudio cuidadoso de los restos arqueológicos y de los
escritos esenios muestra que aunque había parecidos, no hay por qué pensar que
Juan fuera esenio ni que estuviera siguiendo las costumbres esenias.
Por
otra parte, en la literatura rabínica de épocas posteriores, se mencionan
también ritos de purificación mediante inmersión en agua. Muy posiblemente esto refleje costumbres más
antiguas que los libros mismos, pero esto no se puede asegurar. El que las escuelas de Hillel y de Shammai
aparezcan discutiendo cuestiones de inmersión ritual indicaría que esto viene
del primer siglo (ver Mishnah Pesahim 8. 8).
Al parecer, los prosélitos debían pasar por este rito, como también las
mujeres después de la menstruación (ver Talmud 'Erubin 4b, p. 20; Yebamoth 47a,
47b). Si bien había algún precedente
para la idea de purificación por agua, el bautismo como tal es diferente a los
ritos judíos y esenios.
Es
evidente que los judíos que acudían a Juan en el desierto comprendían el
significado de ese rito y lo consideraban como un procedimiento apropiado. Aun los representantes del sanedrín que
fueron enviados para interrogar a Juan no pusieron en tela de juicio el rito
del bautismo en sí, sino sólo la autoridad de Juan para realizarlo (Juan 1:
19-28).
En
todo el NT se ve que el bautismo cristiano es sencillamente un símbolo y que no
infunde gracia divina. A menos que una
persona crea en Jesucristo (Hech. 8: 37; cf.
Rom. 10: 9) y se arrepienta del pecado (Hech. 2: 38; cf. cap. 19: 18),
el bautismo de nada le puede servir. En
otras palabras, no hay poder salvador en el rito mismo, aparte de la fe en el
corazón del que recibe el rito. Por
éstas y otras consideraciones, queda en claro que el bautismo de los párvulos
no tiene sentido en lo que concierne a la salvación del niño. El bautismo sólo puede ser significativo
cuando el niño tiene edad suficiente como para entender la salvación, la fe y
el arrepentimiento.
Los judíos reconocían la validez del bautismo para los prosélitos, o sea, los gentiles que se habían convertido al judaísmo. El que Juan lo exigiera de los, judíos mismos -y aun de sus dirigentes religiosos- era lo más notable de su bautismo. Además, consideraba que su bautismo sólo preparaba para el bautismo que había de ser administrado por Cristo (Mat. 3:11). A menos que los judíos aceptaran el bautismo de Juan y el bautismo subsiguiente del Espíritu Santo por medio de Jesucristo, no eran mejores que los paganos.
El que
fueran descendientes de Abrahán de nada les serviría (Mat. 3: 9; cf. Juan 8: 33, 39, 53; Rom. 11: 21; Gál. 3: 7,
29; Sant. 2: 21; etc.).
Confesando.-
Cuando confesamos, Dios perdona
(1 Juan 1: 9). Juan el Bautista odiaba
intensamente toda clase de pecado e impiedad.
Dios nunca envía mensajes que halaguen al pecador; eso sería fatal para
la vida eterna. Una de las evidencias de la reforma genuina es el sincero
arrepentimiento del pecado y el apartarse de él. Del mismo modo, una de las evidencias de que
un mensaje en realidad procede de Dios es que en su presentación señale el
pecado y llame al arrepentimiento y a la confesión. Así ocurrió con los profetas de antaño (ver
Isa. 1: 1-20; 58: 1; etc.), así sucedió en tiempos del NT (Mat. 3: 7; 23:
13-33; Apoc. 2: 5; 3: 15-18), y así también ocurre hoy (1JT 329). El bautismo de Juan era un "bautismo de
arrepentimiento" (Mar. 1: 4). Esa
era su característica más notable. Eran
los pecados de Israel que estaban a la raíz de todos sus males, tanto
individuales, como nacionales (Isa. 59: 1-2; Jer. 5: 25; etc.). Procuraban en vano librarse de esas calamidades. Anhelaban la liberación y rogaban a Dios que
los librara del yugo romano, pero la mayor parte de ellos no comprendían que el
pecado debía ser quitado del campamento antes de que Dios pudiera trabajar en favor
de ellos (ver t. IV, pp 32-35).
7. Fariseos.- En las pp. 53-54 se presenta una descripción de los saduceos y fariseos.
Generación de víboras.- O "raza de víboras" (BJ).
Cristo mismo empleó posteriormente un lenguaje casi idéntico al
dirigirse a los fariseos y saduceos (cap. 12: 34; 23: 33). Se jactaban de ser hijos de Abrahán (ver com.
cap. 3: 9), pero no hacían las "obras de Abrahán" (Juan 8: 39) y por
lo tanto eran hijos de su "padre el diablo" (vers. 44).
Os enseñó a huir. No buscaban sinceramente el arrepentimiento al cual Juan había llamado a
hombres y mujeres como única preparación válida para el reino del Mesías. En
vista de esto, ¿por qué habían venido?
Ira.- Es
posible que, por inspiración, Juan estuviera anticipándose a las
indescriptibles escenas de angustia que acompañarían la caída de Jerusalén ante
los ejércitos romanos en el año 70 d. C., días por los cuales Jesús dijo a las
mujeres que lloraran (Luc. 23: 27-29) y por cuya causa aconsejó a sus
discípulos que huyeran de la ciudad (Mat. 24: 15-21; Luc. 21: 20-24). Por supuesto, más allá de ese día está el
gran día de la ira divina, el último gran día de juicio (Rom. 1: 18; 2 :5, 8;
3: 5; 5: 9; Apoc. 6: 17; etc.).
8. Haced, pues, frutos.- Ver com. vers. 10. El fruto que se
da revela el carácter (cap.7: 10; cf. cap. 12: 33). La prueba de la conversión es una
transformación de la vida. La prueba de
la sinceridad de los fariseos y saduceos que vinieron al bautismo de Juan sería
el cambio radical de parecer y de conducta que implica la palabra
"arrepentimiento" (ver com. cap. 3: 2). La mera profesión de fe nada vale.
El
divino Hortelano espera pacientemente que madure el fruto del carácter en la
vida de quienes profesan servirle (Luc. 13: 6-9). Pero los "frutos dignos de
arrepentimiento", es decir, los que corresponden con la profesión de
arrepentimiento, son los del Espíritu (Gál. 5: 22-23; 1 Ped.1: 5-7), y sin la
presencia del Espíritu en la vida, no pueden producirse. Alejados de "la
vid", nadie puede llevar fruto (Juan 15: 4-5).
Arrepentimiento. Ver com. vers. 2.
9. No penséis.- "No se os ocurra", "ni comencéis a pensar". Era el fruto de la fe en la vida, no la
prosapia de Abrahán, lo que importaba (Juan 8: 39; Gál. 3: 7, 29). El fruto del cual hablaba Juan tendría que
producirse en la vida de cada persona, y no se heredaba de una generación a la
siguiente (Eze. 14: 14, 16; 18: 5-13). Lo
esencial no era ser del linaje literal de Abrahán, sino ser de su linaje
espiritual, es decir, hacer las obras de Abrahán.
Abraham.- Muchos judíos pensaban que por ser descendientes de
Abrahán eran superiores a otros hombres. Consideraban que ese linaje podía
sustituir al arrepentimiento y a las buenas obras demandadas por Juan y por
Jesús. Querían recibir la recompensa del bien hacer sin pagar el debido precio.
Pretendían sustituir con sus obras la fe de Abrahán.
Los
judíos se jactaban permanentemente de ser descendientes de Abrahán (Juan 8: 33,
39). Abrahán era "la piedra"
de la cual habían sido "cortados" (Isa. 51: 1-2). Pero "Dios no hace acepción de personas,
sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia" (Hech.
10: 34-35). Sólo los que imitan a
Abrahán pueden tener el privilegio de tenerlo por padre (Gál. 3: 9).
Hijos.- En arameo, idioma que hablaba Juan el Bautista, es similar el sonido de la palabra que se traduce "hijos" con la que se traduce como "piedras". La primera es benim, y la segunda es 'abenin. Más tarde Jesús empleó una expresión de significado similar (Luc. 19: 40). Quizá Juan quiso decir que sería más fácil que Dios suscitase hijos a Abrahán de esas piedras que transformar los empedernidos corazones de los fariseos y saduceos en hijos espirituales de su tan mencionado padre. También pudo haber querido decir que esos dirigentes no eran indispensables, y que Dios podía reemplazarlos convirtiendo piedras en seres humanos. Estas piedras.- A orillas del Jordán hay abundancia de piedras.
10. El hacha.- Símbolo de juicio o castigo.
Está puesta.- El hacha está puesta a la raíz, lista para la acción. Se insinúa que pronto habrá de emplearse.
Los árboles.- En el AT se emplea con frecuencia árboles para representar gente (Eze.17:
22-24; cf. Sal. 1: 3), y los oyentes de
Juan comprendían perfectamente lo que él decía.
Al igual que Juan, Cristo empleó la figura de un árbol para representar
al pueblo de Israel (Luc. 13: 6-9; Mat. 21: 19-20).
No da.- Ver
com. Luc. 13: 6-9. Isaías había empleado la figura de una viña
que no producía sino "uvas silvestres", para describir el tierno
cuidado de Dios para con su pueblo y cómo éste había sido completamente
rechazado por no haber producido "uvas" (Isa. 5: 1-7; cf. Mat. 21: 33-41).
Buen fruto.- Sólo una persona buena puede producir una cosecha de buenos hábitos, de los
cuales se cosecha un buen carácter (Gál. 5: 22-23).
Cortado.- Comparar esto con la parábola de las uvas silvestres de Isaías (Isa. 5: 1-7) y la parábola de Cristo acerca de la higuera estéril (Luc. 13: 6-9). La parábola de Jesús indica que Dios es longánime, pero que si no se aprecian sus ofrecimientos de misericordia, finalmente acaba por retirarlos. La nación judía casi había llegado al fin de su tiempo de gracia y estaba a punto de ser rechazada (ver t. IV, pp. 32-38).
Echado en el fuego.- En los escritos judíos, el "fuego" era un elemento importante del juicio final.
11. En agua.- Juan muestra claramente que comprendía que su bautismo sólo anticipaba la obra de Cristo. El que viene.- Juan ya había dicho que su tarea era la de ser heraldo que anunciaba la venida del Señor (vers. 3). "El que viene" era un nombre que comúnmente aplicaban los judíos al Mesías esperado.
Tras mí.- Es decir, "después de mí", con referencia a tiempo. Juan era el mensajero enviado
"delante" de la "faz" del Señor (Mar. 1: 2).
Calzado.- Gr. hupod'mata, literalmente, "lo que se ata debajo". Este "calzado" era una suela que se
ataba al pie con correas, una especie de sandalia. Los romanos llevaban zapatos; los, judíos no.
Yo no soy digno de llevar.- Según Lucas, "no soy digno de desatar"
(cap. 3: 16). Mateo habla de quitar la
sandalia. "Desatar" o
"llevar" el calzado era el humilde trabajo de un esclavo. Al afirmar que era indigno de rendir siquiera
este servicio para Cristo, Juan se estaba colocando por deba o del nivel de un
esclavo. Es como si Juan hubiera dicho,
"cuyo esclavo no soy digno de ser".
Se esperaba que 293 los seguidores de un gran maestro le
prestaran muchos servicios personales, pero según un dicho rabínico "todo
tipo de servicio que un esclavo debe rendir a su amo, un alumno debe prestar a
su maestro, salvo el de quitarle el calzado" (Talmud Kethuboth 96a).
Más poderoso que yo.- Más tarde Juan testificó acerca de Cristo: "Es necesario que él
crezca, pero que yo mengüe" (Juan 3: 30).
La predicación de Juan estaba tan llena de poder que muchas personas
creyeron que él era el Mesías. Aun los
dirigentes de la nación se vieron obligados a considerar seriamente esta
posibilidad (Juan 1: 19-20). Cristo
mismo dijo de Juan que "no se ha levantado otro mayor que Juan el
Bautista" (Mat. 11: 11). A pesar de
la acogida que le dio el público, Juan siempre mantuvo el verdadero concepto de
su relación con Aquel que era "más poderoso" que él. Bienaventurado el que no obstante su éxito y
popularidad sigue siendo humilde a sus propios ojos.
Espíritu Santo.- Los judíos conocían bien este término.
David había implorado: "No quites de mí tu santo Espíritu"
(Sal. 51: 11). Isaías afirmó que Israel
hizo "enojar su santo Espíritu" (Isa. 63: 10-11) y habló del
"Espíritu de Jehová el Señor" que descansaría sobre el Mesías (cap.
61: 1). Juan no parece haber hecho
resaltar el bautismo del Espíritu Santo (Hech. 19: 2-6). Con referencia a esta expresión, ver
com. Mat. 1: 18.
Fuego.- El
fuego y el agua son dos grandes instrumentos purificadores naturales, y es
apropiado que se emplee a los dos para representar la regeneración del corazón. Así también son los dos medios por los cuales
Dios ha purificado, o habrá de purificar, a este mundo del pecado y de los
pecadores (2 Ped. 3: 5-7). Si los
hombres se aferran al pecado, finalmente habrán de ser consumidos con él. Mucho mejor es permitir que el Espíritu Santo
lleve a cabo ahora la obra de purificación cuando todavía hay un tiempo de
gracia. Los seres humanos serán
limpiados del pecado, o serán destruidos, junto con él. Dijo Pablo: "La
obra de cada uno... por el fuego será declarada" (1 Cor. 3: 13).
No
queda claro en qué sentido Cristo habría de bautizar en fuego. Es posible que esta declaración se refiriera
por anticipado al Pentecostés, cuando los discípulos fueron bautizados con el
Espíritu Santo bajo la forma simbólica del fuego (Hech. 2: 3-4). También podría referirse al fuego del día
final, lo que podría entenderse por el paralelismo natural de Mat. 3: 12 (ver
com. vers. 12). Podría referirse a la
gracia de Dios que purifica el alma, o quizá a las pruebas de fuego que, según
Pedro, probarían al cristiano (1 Ped. 4: 12; cf. Luc. 12: 49-50). Quizá las palabras de Juan el Bautista
comprendan más de un aspecto del simbolismo bíblico relacionado con fuego.
12. Aventador.- Gr. ptúon, "pala de aventar" o "bieldo", con el cual se
levantaba el grano de la era y se lo echaba al viento para que se separara el
tamo (ver com. Rut 3: 2). El grano caía de nuevo al suelo, pero el
viento se llevaba el tamo, que era después recogido y quemado.
Limpiará su era.- El griego emplea el verbo diakatharízÇ, "limpiar completamente",
"limpiar de punta a punta". La figura es la de un agricultor que
comienza a limpiar desde un extremo de su era y limpia sistemáticamente hasta
el otro.
Recogerá su trigo.- El proceso de separar a los justos de los impíos se realiza al "fin
del siglo" (ver cap. 13: 30, 39-43, 49-50).
Quemará la paja.- Esto hacía con frecuencia el agricultor palestino una vez que el trigo
había sido cuidadosamente guardado. Cf.
com. Sal. 1: 4.
Que nunca se apagará.- Gr. ásbestos, "inextinguible" o "no extinguido". Sin duda Juan el Bautista basó su mensaje en las palabras de Malaquías (cap. 3: 1-3; ver Mar. 1: 2). Cristo dio específicamente que Juan había cumplido la predicción de Malaquías (Mal. 4: 5; cf. Mat. 11: 14; 17:12). Cuando Juan habló de "fuego que nunca se apagará" bien pudo haber tenido en cuenta las palabras de Mal. 4: 1, acerca del día del Señor, "ardiente como un horno", cuando los impíos serían como ,estopa".
El fuego de
ese gran día, según Malaquías, los consumiría de modo que no quedaría ni
"raíz ni rama" (cap. 4: 1; cf. cap. 3: 2-3; ver Josefo, Guerra ii.
17. 6).
Lejos
de presentar la idea de un fuego que arde para siempre en el cual los impíos
serán atormentados eternamente, las Escrituras hacen resaltar que los réprobos
serán quemados de modo tan completo que no quedará ni rastro de ellos. La idea de un infierno que arde para siempre
no aparece en la Biblia, y es totalmente ajena al carácter de Dios. Las Escrituras afirman que Sodoma y Gomorra
"fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno"
(Jud. 7; cf. 2 Ped. 2: 6). 294 Pero el fuego que consumió esas impías ciudades
se apagó hace mucho; hoy ya no arde. Sin
embargo, esas ciudades fueron dadas como "ejemplo" de lo que será el
fuego del último gran día.
Así también Jeremías predijo que Dios encendería un fuego en las puertas de Jerusalén que consumiría aun los palacios de la ciudad y no se apagaría (Jer. 17: 27). Esto se cumplió literalmente pocos años después, cuando Nabucodonosor tomó la ciudad en el año 586 a. C. (Jer. 52: 12-13; cf. Neh. 1: 3). Es evidente que ese fuego no arde hoy.
Así como se consumía totalmente la
paja de una era en Palestina, y no quedaba más que ceniza, así también los
impíos serán quemados con "fuego que nunca se apagará" en el último
gran día hasta que no quede más que ceniza (Mal. 4: 3). "La paga del
pecado es muerte" (Rom. 6: 23), muerte eterna, no una vida eterna
milagrosamente conservada por un Dios vengativo, en medio de un fuego que nunca
se apaga. A los justos se les promete
vida eterna (Rom. 2: 7) y la muerte de los impíos será tan permanente como la
vida de los justos (ver com. Isa. 66:
24).
13. Entonces Jesús vino.- [El bautismo, Mal. 3:13-17 = Mar. 1: 9-11 = Luc. 3: 21-23ª. Comentario
principal: Mateo y Lucas. Ver mapa p.
206; diagramas p. 218.] Corría el otoño (hemisferio norte) del año 27 d. C. y
es posible que Juan el Bautista hubiera estado predicando ya durante unos seis
meses (ver com. Mat. 3: 1). En el otoño se llevaban a cabo tres fiestas
importantes: (1) Rosh Hashanah, o la fiesta de las trompetas (ver t. 1, p. 722;
com. Lev. 23: 24; Núm. 29: 1); (2) Yom
Kippur, el día de la expiación (ver t. 1, p. 718-719, 722; com. Exo. 30: 10; Lev. 16); (3) Succoth, la fiesta
de los tabernáculos, o "cabañas", RVA (ver t. 1, p. 723; com. Exo. 23: 16; Lev. 23: 34). En esta tercera fiesta se esperaba que todos
los varones se presentaran ante el Señor en Jerusalén (Exo. 23: 14-17). Puesto que el bautismo de Cristo ocurrió en
el otoño, es razonable pensar que pudo haber sucedido en relación con su ida a
esa fiesta en Jerusalén. Con frecuencia
los judíos que viajaban desde Galilea a Jerusalén tomaban el camino del valle
del Jordán (ver com. Luc. 2: 42). Si Jesús viajó por esta ruta en su viaje a
Jerusalén, habría pasado cerca de donde Juan estaba predicando y bautizando en
Betábara (Betania al otro lado del Jordán) en Perea, frente a Jericó (ver Juan
1: 28; DTG 106; com. Mat. 3: 1).
Cuando
Jesús escuchó el mensaje proclamado por Juan, reconoció su llamado (DTG
84). Así concluyó su vida privada en
Nazaret y comenzaron sus tres años y medio de ministerio público, desde el
otoño del año 27 d. C. hasta la primavera del año 31 d. C. (DTG 200; cf. Hech. 1: 21-22; 10: 37-40; ver diagrama p.
218).
De Galilea a Juan al Jordán.- Ver com.
Mar. 1: 9. La distancia desde el
mar de Galilea hasta el mar Muerto es de unos 105 km.
Para ser bautizado.- Jesús había oído del mensaje de Juan mientras aún trabajaba en la
carpintería de Nazaret (DTG 84), y partió para nunca más volver a su trabajo
allí.
14. Se le oponía.- Aunque Jesús y Juan eran parientes, no se habían tratado (DTG 84; cf. Juan 1:31-33). Juan había sabido de los acontecimientos
relacionados con el nacimiento y la niñez de Jesús, y creía que era el Mesías
(DTG 84). Además, se le había revelado a
Juan que el Mesías vendría para recibir de él el bautismo y que se le daría
señal para identificarlo como el Mesías (DTG 84-85; cf. Juan 1: 31-33).
Yo necesito.- Juan estaba impresionado con la perfección del carácter de Aquel que estaba
delante de él y con su propia necesidad como pecador (DTG 84-86; cf. Isa. 6: 5; Luc. 5: 8). Así ocurre cada vez que el pecador acude ante
la presencia divina. Hay primero la
conciencia de la majestad y la perfección de Dios y luego la convicción de la
propia indignidad y necesidad del poder salvador de Dios. Cuando el pecador reconoce y admite su
condición perdida, su corazón se contrasta y se prepara para la obra
transformadora del Espíritu Santo (Sal. 34: 18; 51: 10-11, 17; Isa. 57: 15; 66:
2). Si no hay primeramente un
sentimiento de la necesidad que uno tiene del Salvador, no existe el deseo de
recibir el misericordioso don que Dios tiene para ofrecer al pecador
arrepentido, y en consecuencia el cielo nada puede hacer en favor del hombre
(ver com. Isa. 6: 5).
¿Tú vienes a mí? Cara a cara con Aquel más poderoso que él (vers. 11), Juan, movido por un espíritu de humildad y sintiendo su propia indignidad, no quiso administrar el "bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados" (Mar. 1: 4) al que no tenía pecado (Juan 8: 46: 2 Cor. 5: 21; Heb. 4: 15; 1 Ped. 2: 22). Le parecía indebido bautizar a Jesús. Sin duda no comprendía plenamente que Jesús debía establecer un modelo para todo pecador salvado por gracia.
15. Deja.- Juan no debía de negarse a cumplir con lo que Jesús pedía, aunque le
pudiera parecer que era indebido que bautizara a Jesús.
Conviene.- De ninguna manera era adecuado bautizar a Jesús como reconocimiento de sus
pecados, porque no tenía pecados de los cuales arrepentirse. Pero como nuestro ejemplo, era conveniente y
apropiado que Jesús aceptara el bautismo (ver DTG 85-86).
Cumplamos toda justicia.- En ocasión de su bautismo, Jesús puso de lado su vida privada. Ya no era
más sencillamente un hombre perfecto entre los hombres. En adelante habría de ocuparse de su
ministerio activo y público, como Salvador de hombres. El que Cristo se sometiera al bautismo de
Juan confirmó el ministerio del Bautista
colocó el sello de aprobación celestial sobre él.
16. Subió luego del agua.- Al salir del Jordán, Jesús se arrodilló en la
orilla del río para orar pidiendo específicamente que el Padre le diera una
prueba de que aceptaba a la humanidad en la persona de su Hijo, y pidió también
por el éxito de su misión (Luc. 3: 21; DTG 85-87).
He aquí.- Esta expresión aparece con frecuencia en Mateo y Lucas. Por lo general se emplea para introducir una
nueva porción del relato o para llamar la atención a los detalles del relato
que el autor considera de especial importancia.
Los cielos le fueron abiertos.- Por un momento, las puertas de un mundo invisible
se abrieron, como ocurrió también en otras ocasiones importantes (Hech. 7:
55-57).
Vio.- Mateo
y Marcos (cap. 1: 10) observan que Jesús contempló el descenso visible del
Espíritu Santo. Juan dice que también el
Bautista fue testigo de la manifestación divina (cap. 1: 32-34). Lucas sencillamente dice que ocurrió esa
manifestación (cap. 3: 21-22). Es
posible que unos pocos más, quizá algunos de los discípulos de Juan y algunas
otras personas piadosas, cuyas almas estaban a tono con el cielo, vieran
también lo que ocurrió (DTG 86-87 110-111).
El resto de la multitud que se había congregado sólo vio la luz del
cielo sobre el rostro de Jesús y sintió la santa solemnidad de la ocasión. Esta manifestación de la gloria y de la voz
del Padre vino en respuesta a la plegaria del Salvador en procura de fuerza y
sabiduría para seguir con su misión.
Juan también reconoció que esa era la señal que le había sido prometida,
por la cual habría de reconocer al "Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo" (Juan 1: 29-34). Y
finalmente, la sublime escena había de fortalecer la fe de quienes la habían
presenciado y los prepararía para el anuncio mediante el cual Juan identificó
al Mesías 40 días más tarde.
Espíritu de Dios.- No hay razón para suponer que la presencia y la influencia del Espíritu
Santo no habían acompañado a Jesús desde su nacimiento. Lo que aquí se destaca
es el ungimiento especial para proporcionar el poder necesario para cumplir la
tarea que se le había asignado (Hech. 10: 38; ver com. Luc. 2: 49), así como lo había predicho el
profeta Isaías (Isa. 11: 2-3). La obra
del Espíritu Santo en el desarrollo del carácter debe distinguirse del don del
Espíritu que hace idóneos a ciertos hombres para desempeñar algunas tareas (1
Cor. 12: 4-11).
Como paloma.- Puede interpretarse que el Espíritu descendió así como desciende una
paloma, o que se hizo visible con forma de paloma (Luc. 3: 22). Se nos dice que se trataba de una luz en
forma de paloma (DTG 86-87). Quizá fue
una manifestación similar a la de las lenguas de fuego de Pentecostés (Hech. 2:
3). La paloma era el símbolo que empleaban los rabinos para representar a la
nación de Israel. Los artistas
cristianos han empleado la paloma como símbolo del Espíritu Santo, sin duda
debido a este hecho.
17. Una voz de los cielos.- En tres ocasiones durante la vida de Cristo se oyó
la voz del Padre desde el cielo que daba testimonio acerca de su Hijo: en su
bautismo, en la transfiguración (Mat. 17: 5; 2 Ped. 1: 16-18) y cuando se alejó
del templo por última vez (Juan 12: 28).
Este es mi Hijo amado.- O también "éste es mi Hijo, el amado". Debe notarse que en Mar. 1: 11 y Luc. 3: 22
la voz dice: "Tú eres mi Hijo amado".
Unas pocas versiones dicen lo mis en Mat. 3: 17.
En
esta declaración se combinan las ideas y las palabras de Sal. 2: 7 y de Isa.
42: 1. Según Mateo, el Padre se dirige a Juan y a unos pocos testigos (ver
com. Mat. 3: 16), al paso que según
Marcos y Lucas el Padre habla a Jesús directamente (Mar. 1: 11; Luc. 3:
22). Algunos han considerado que esta
diferencia constituye un error en el relato evangélico. Con referencia a esta y otras supuestas
discrepancias, ver la segunda Nota Adicional al final del capítulo. 296
Tengo complacencia.- Comparar con las palabras de Isa. 42: 1. La forma verbal griega, eudók'sa,
"me pareció bien" o "me agradó", tiene una idea diferente
de la que transmite la traducción española.
Habla de una elección hecha, de una decisión en favor de alguien, de un
sello de aprobación concedido a una persona.
NOTAS ADICIONALES AL CAPÍTULO 3
NOTA 1.- Según
Mat. 3: 4 y Mar. 1: 6, el régimen alimentario de Juan el Bautista consistía en
"langostas [Gr. akrídas, acusativo plural de akrís] y miel
silvestre". No es posible saber si
los evangelistas querían decir con eso que Juan sólo comía esos alimentos o que
esos eran los elementos principales de su alimentación. También podría
entenderse que las "langostas" y la "miel silvestre" eran
los elementos característicos del régimen alimentario de un profeta, así como
la ropa de "pelo de camello" y el "cinto de cuero"
indicaban que Juan el Bautista era sucesor de los antiguos profetas (ver DTG
76-77). Es posible que Juan hubiera vivido de "langostas y miel
silvestre" sólo cuando no disponía de otros alimentos. También podría ser
que la expresión "langostas y miel silvestre" representara varios alimentos
que había en el desierto, y que la frase fuera una forma gráfica para hacer
resaltar su vida solitaria y frugal, alejada de las moradas de los hombres.
Siendo
que hay divergencia de opiniones en cuanto a la verdadera identificación de las
langostas que comía Juan, corresponde hacer un breve análisis de las evidencias
lingüísticas, literarias e históricas que se tienen al respecto.
La
gran mayoría de los comentadores modernos, entre ellos los redactores de la
Enciclopedia bíblica, editada por Garriga, como también los de la Zondervan
Pictorial Bible Encyclopedia, publicada en 1970, insisten en que las langostas
de Mat. 3: 4 y de Mar. 1: 6 eran insectos.
Las evidencias que parecerían apoyar esta posición pueden resumiese de
la siguiente manera:
1. La palabra griega akrís (acusativo plural
akrídas) nunca tiene otro significado. Aparece cuatro veces en el NT (Mat.
3: 4; Mar. 1: 6; Apoc. 9: 3, 7) y siempre se traduce como
"langosta". En la LXX, akrís
es la palabra empleada para traducir tres diferentes palabras hebreas (arbeh,
jagab y yéleq), todas ellas traducidas al castellano como "langosta"
(Exo. 10: 4, 12-13; Lev, 11: 22; Jer. 51: 14, 27). Akrís es la palabra que
emplean los autores del griego clásico (Homero, Aristóteles, Teócrito, Teofrasto)
y también los padres eclesiásticos (Epifanio, Atanasio, Isidoro de Pelusa [o el
Pelusiota], etc.) para referirse al insecto conocido en español como langosta o
saltamontes.
2. En la antigüedad, tanto los asirios (Zondervan Pictorial Bible Encyclopedia, art. "Locusts") como los hebreos (Lev.
11: 22) comían langostas.
3.según las tradiciones rabínicas, existían langostas limpias y langostas inmundas
(Mishnah Hullin 3.7). Antes de comer
langostas limpias, se debía pronunciar sobre ellas una bendición similar a la que
se pronunciaba sobre otros alimentos (Mishnah Berakolh 6. 3).
4. La Encyclopaedia Judaica, art.
"Locusts", afirma que en la antigüedad se consideraba que las
langostas constituían una comida frugal y que los ascetas participaban de ese
alimento, ejemplo de lo cual puede encontrarse en la alimentación de Juan el
Bautista.
5. Las langostas han sido y siguen siendo en algunos lugares apartados del norte de Africa y
del Cercano Oriente un elemento importante en la alimentación de los lugareños,
sobre todo de los nómadas. Se preparan
asadas al horno, fritas, o molidas, en forma de harina (Anchor Bible, Matthew,
p. 25; Zondervan Pictorial Encyclopedia of the Bible, art. "Locusts"; Hastings, enciclopedia of religion and ethics, 1916,
art. "Locusts"; Espasa Calpe,
art. "langosta"). Según la
Encyclopedia Judaica mencionada, los judíos yemenitas todavía hoy comen
langostas.
6. Las langostas contienen importantes elementos
nutritivos.
En la langosta seca hay 50 por ciento de proteínas y 20 por ciento de
grasas. Si a esto se añade el azúcar de
la miel, se tienen los elementos básicos de un régimen equilibrado. Hay
discrepancia en cuanto a la cantidad de minerales y vitaminas que contienen las
langostas (Zondervan Pictorial Encyclopedia of the Bible, art. "Locusts"; Cansdale, All the
Animals of the Bible Lands [Zondervan, 1970], p. 244; Anchor Bible,
Matthew, 297 p.25), pero se admite que
el insecto podría proporcionar dichos elementos. Si bien la palabra griega
akrís siempre se ha interpretado como "langosta", hay una larga
tradición en el sentido de que Juan el Bautista comió algún otro alimento y no
el insecto. Diversos padres
eclesiásticos explican que lo que se dice en Mat. 3:4 no se refiere a
"langostas" literales.
A CONTINUACIÓN, SE PRESENTAN
ALGUNOS EJEMPLOS DE ESTAS EXPLICACIONES ACERCA DE LAS LANGOSTAS QUE COMIA JUAN.
1. Al parecer, en el Evangelio ebionita, escrito y empleado por los ebionitas, secta
heterodoxa que floreció entre el siglo II y IV, se decía que Juan comía
"tortas y miel". Esto se deduce
de lo que dice Epifanio (Contra herejías 30. 13), quien los acusa de
"cambiar la verdad en mentira y en lugar de langostas ponen una torta
humedecida en miel". Cabe señalar
que la palabra griega que se traduce "langosta" es akrís y la que se
traduce "torta" es egkrís. Se
suele interpretar que, puesto que los ebionitas se abstenían de comer carne,
deseaban hacer que Juan el Bautista también fuera vegetariano (M. R. James, The
Apocryphal New Testament, 1924, p. 9).
2. Atanasio de Alejandría (m. 373 d. C.), en su fragmento acerca de Mateo 3:4 (Migne, Patrologia
Graeca, t. 27, col. 1365) afirma que lo que Juan comía era vegetal, y como
prueba de ello cita Ecl. 12:5 de la LXX: "y florecerá el almendro y la
langosta se pondrá gorda".
3. En el sermón sobre la profecía de Zacarías, erróneamente atribuido a Juan Crisóstomo (m. 407
d. C.), se dice que Juan el Bautista comía akrídas botanÇn, "Langostas de
plantas", pero en la traducción latina que se da del mismo sermón, se
traduce herbarum summitates, "puntas de plantas" (Migne, Patrologia
Graeca, t. 50, col. 786). Cabe señalar
que en griego existe la palabra ákris, "cima", "punta",
casi idéntica a akrís, "langosta", pero cuyo acusativo plural es
ákrias y no akrídas (Liddell y Scott, Greek-English Lexicon).
4. En otro sermón de Crisóstomo, también considerado espurio, aparece una
referencia a la alimentación de Juan el Bautista. En este caso se dice que comía akrídas ek
botanÇn, "langostas de plantas" y la versión latina traduce
summitates plantarum, "puntas de plantas" (Migne, Patrologia Graeca,
t. 59, col. 762). En la nota de pie de
plana se hace notar que la Vulgata traduce locustas, "langostas",
pero que esa palabra también quiere decir "puntas".
5. Isidoro el Pelusiota (c. 425 d. C.) dice que "las langostas que Juan comió no
son, como lo piensan algunas personas ignorantes, animalejos parecidos a
escarabajos. Lejos de eso, son en
realidad las puntas de plantas [Gr. akrémones, latín summitates]" (Migne,
t. 78, col. 270). En su quinta epístola,
Isidoro habla de que Juan comía las partes tiernas de las plantas (Ibíd., col.
183- 184).
6. En su Comentario sobre Mateo, Teofilacto de Bulgaria (c. 1075) observa:
"Algunos dicen que las langostas son plantas, las cuales se llaman
mélagra; otros dicen que [son] los frutos silvestres del verano" (Migne,
t. 123, col. 173).
7. Calixto Nicéforo (c. 1400 d. C.) dice en su Historia eclesiástica (i. 14) que Juan
solía estar en lugares desiertos donde se alimentaba del "follaje de las
plantas" y las "puntas de los árboles" (Migne, t. 145, col.
676).
De todas las tradiciones, la más firme es la que sostiene que Juan el Bautista comía la fruta de la
Ceratonia siliqua, o sea algarrobas.
Este árbol, cultivado aún en Palestina, da por fruto una vaina dura en
cuyo interior se encuentran semillas comestibles. Esta tradición puede explicarse al considerar
los siguientes elementos:
1. Las algarrobas, llamadas en árabe jarrub, son empleadas como alimento de los pobres y
para el ganado.
2. En el relato del hijo pródigo, los cerdos se alimentaban de algarrobas (Luc.
15:16), llamadas en griego kerátion, que significa "cuernecito". Este nombre era el que se daba a las
algarrobas quizá por la forma de las vainas del algarrobo.
3. El árbol que en América del Sur se llama algarrobo y con cuya fruta se preparan en la Argentina algunos platos tradicionales, no es la Ceratonia siliqua, sino Prosopis dulcis.
La planta americana
tiene el nombre de algarrobo porque es bastante parecida al algarrobo que crece
en torno del Mediterráneo (Diccionario crítico y etimológico de la lengua
española, 1970).
4. La algarroba se llama en alemán Johannisbrot,
"pan de Juan",
y el árbol que la produce es el Johannisbrotbaum, "árbol del pan de
Juan". Este nombre comenzó a usarse
en el alemán en el siglo XIV. Apareció
por escrito por primera vez en 1483 en la descripción de un viaje de un
peregrino (Etymologisches Wörterbuch der Deutschen Sprache, 1967).
5. En 1591 apareció en el diccionario
español-inglés de Percivall la palabra "algarrova" como equivalente de "carobes" (palabra
derivada 298 del árabe jarrub) o
"Saint John's Bread" (Pan de San Juan). Desde el siglo XVI aparece
regularmente el nombre "Saint John's Bread" como sinónimo de
"carob" o sea algarroba (A New English Dictionary on Historical Principles,
1893).
6. En la literatura rabínica se habla repetidas
veces de comer algarrobas. En la Mishnah Ma'aseroth 1.3 se habla de
diezmar las algarrobas. El Midrash
Rabbah de Lev. 11:1 dice que "cuando un judío tiene que comer algarrobas
se arrepiente", lo que para algunos ha sido tomado como alusión a la
alimentación frugal de Juan el Bautista.
En
conclusión, deberá admitirse que con los datos históricos y lingüísticos no se
puede probar a ciencia cierta de qué elementos se componía la alimentación de Juan
el Bautista.
De
todos modos, es necesario señalar que Elena de White, al hablar de Juan el
Bautista, destacó que su frugal comida, de origen vegetal, era una reprensión
para la glotonería que prevalecía en aquella época (CRA 83; CH 72).
NOTA 2. Los autores de los Evangelios a veces difieren cuando citan las palabras
que pronunció Cristo. También suelen diferir cuando se refieren al mismo hecho,
por ejemplo, la inscripción en la cruz.
Los escépticos se han valido de esas variaciones como de una prueba de
que los autores de los Evangelios no son fidedignos; aun afirman que mienten, y
que por lo tanto no son inspirados.
Un
examen cuidadoso, demuestra lo contrario. Los que escribieron los Evangelios,
lo mismo que otros seguidores de Cristo, se consideraban a sí mismos como
testigos de los sucesos de la vida de nuestro Señor. Hacían depender todo de la veracidad de su
testimonio. Ahora
bien, si en un tribunal moderno los testigos coinciden en todo exactamente
acerca de un hecho, la conclusión no es que son veraces sino que son perjuros.
¿Por qué? Porque la experiencia enseña
que no hay dos personas que vean un suceso exactamente de la misma manera.
Un
detalle impresiona a un testigo; otro detalle impresiona a otro. Además, pueden haber oído exactamente las
mismas palabras en cuanto al mismo hecho, pero cada uno relata las palabras de
una manera algo diferente. Hasta un
testigo puede referir ciertas partes de una conversación que otro testigo no
refiere. Pero mientras no haya una clara
contradicción en el pensamiento o en el significado de las diversas
declaraciones, puede considerarse que los testigos han dicho la verdad. Ciertamente, declaraciones que a primera
vista parecen contradictorias con frecuencia resultan no serlo, sino que más
bien son complementarias. Ver com. Mat. 27:37; Mar. 5:2; 10:46.
Se
ha observado con justicia que tan sólo un hombre honrado puede darse el lujo de
tener mala memoria. Los que dependen de
un relato falso para engañar al público, tienen que repasarlo a menudo para que
no pierda su verosimilitud. El hombre veraz quizá no repita su relato cada vez
exactamente con las mismas palabras -es casi seguro que no lo hará-, pero hay
una consistencia interna y una armonía en el relato que resultan evidentes para
todos.
Más
todavía, un relato tal tiene vida y reluce delante de nuestros ojos porque su
narrador revive el espíritu y el sentimiento de los hechos. Pero cuando un
individuo cuenta y repite un relato con la exactitud de un fonógrafo, lo más
que podemos decir de él, usando de mucha caridad, es que se ha convertido en un
tedioso esclavo de la mera forma de las palabras y que no presenta un cuadro
vívido de lo que aconteció realmente o de lo que se dijo en realidad. Y si no somos bondadosos, aun podremos
sospechar de su veracidad, o estar seguros de que ha llegado a la senilidad.
La
experiencia acumulada, y especialmente la experiencia de los tribunales a
través de largos años, lleva a la conclusión de que un testimonio veraz no
necesita ser -en realidad, no debiera ser- idéntico, como una copia con papel
carbón o una fotocopia, con el testimonio de los diferentes testigos de un
hecho, lo que incluye su testimonio no sólo de lo visto, sino también de lo que
se ha oído en determinado momento.
Por
lo tanto, queda descalificada la acusación de que los autores de los Evangelios
no son fidedignos porque difieren sus relatos. Por el contrario, esos
escritores proporcionan una clarísima prueba de que no se confabularon, de que
cada uno informó por su lado lo que más impresionó su mente iluminada por el
cielo acerca de la vida de Cristo.
Escribieron
sus relatos más o menos diferentes en momentos diferentes y en lugares
diferentes. Sin embargo, no hay
dificultad en descubrir armonía y unidad en lo que escribieron acerca de hechos
y sucesos, lo que incluye 299 las palabras de nuestro Señor y, por ejemplo, la
inscripción en la cruz (ver com. cap. 27:37).
Ante
estos hechos, resulta injusta la acusación de que los escritores de los
Evangelios no son inspirados porque presentan variantes en cuanto a las
palabras de Cristo. ¿Qué razones tienen los escépticos para suponer que si los
evangelistas fueran inspirados, presentarían al pie de la letra las palabras de
nuestro Señor? Ninguna en absoluto.
Las
palabras son meramente un vehículo para expresar el pensamiento, y
desafortunadamente el lenguaje humano con frecuencia es inadecuado para
expresar plenamente el pensamiento del que habla. Precisamente, el hecho de que los autores de
los Evangelios presenten con variantes las palabras de nuestro Señor, ¿no
representa acaso en sí mismo una prueba de que por inspiración penetraron en
los alcances y las intenciones de las palabras de Jesús? De paso: Cristo hablaba en arameo y los
Evangelios fueron escritos en griego. ¿Y acaso no es cierto que diferentes
eruditos pueden preparar una traducción sumamente fiel de los escritos de
cierto autor y sin embargo pueden variar en los vocablos que usan? Ciertamente, las traducciones demasiado
literales generalmente sacrifican algo del verdadero pensamiento o intención
del autor original.
Podríanios
aquí aplicar, con las debidas salvedades, las palabras de la Escritura:
"La letra mata, mas el espíritu vivifica" (2 Cor. 3:6). Hay un espíritu vivificante que se percibe a
través de los cuatro Evangelios, un espíritu que fácilmente podría haber sido
sofocado o apagado si los evangelistas hubieran presentado cuatro relatos
idénticos. (5CBA)
COMENTARIOS DE EGW
1-17. DTG 72-88
1-2. PE 230
1-3. PE 154; 8T 9
1-4. CV 276; FE 109, 310, 423
2. CE (1967) 60; DMJ 8; DTG 79, 467; OE 56,366; PR528; PVGM 17,219; 8T 332
2-3. 3JT 141
3. DTG 108, 195; 3JT 219; MM 327; SC 160; 3T 279; 8T 329
4. CRA 84; CV 273; DTG 77
5. DTG 80, 198
7. 3JT 257; OE 155; 3T 557; 5T 227
7-8. 1T 321; 5T 225
7-9. DTG 80
8. PE 233
10. Ev 201; PE 154, 233; 1T 136, 192, 321, 383, 486
10-12. DTG 82
12. DTG 186, 356; 5T 80; TM 379
13. DTG 84
14-15. DTG 85
15. DMJ 46
16-17. DTG 85
17. CN 497; DTG 87, 94, 532; FE 405; MeM 268; PVGM 218; Te 243, 252; 7T 270
Ministerio Hno. Pio
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