Mateo
5. El Sermón del Monte. Verr. (1-2) Cristo Comienza el Sermón del Monte. (3-12) Declara quiénes son
bienaventurados, (13) quiénes son la sal de la tierra, (14-15) la luz del
mundo, la ciudad sobre un monte. (17-20) Dice que vino a cumplir la ley. (21-26)
Enseña qué es matar, más descriptivamente, (27-32) cometer adulterio, desde su concepción
(33-37) y jurar. (38-43) Exhorta a soportar el mal, (44-47) a amar a los
enemigos (48) y a buscar perfección.
1 VIENDO la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. 2 Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:
3 Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. 4 Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. 5 Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. 6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. 8 Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. 9 Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10 Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. 11 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.
12
Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así
persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.
13
Vosotros sois la sal de la tierra;
pero si la sal se desvaneciera, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada
fuera y hollada por los hombres.
14 Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. 15 Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. 16 Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
17 No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. 18 Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. 19 De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos. 20 Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
21 Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. 22 Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. 23 Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, 24 deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. 25 Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. 26 De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante.
27 Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. 28 Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciaría, ya adulteró con ella en su corazón. 29 Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. 30 Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
31 También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. 32 Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.
33 Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. 34 Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; 35 ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. 36 Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. 37 Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.
38 Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. 39 Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; 40 y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; 41 y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. 42 Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.
43 Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. 44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; 45 para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.
46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? 47 Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles?
48
Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es
perfecto. (Mateo 5).
1. Viendo la multitud. [El Sermón del Monte, Mat. 5: 1 a 8: 1 = Luc. 6: 17-49. Sin duda esta multitud era la "mucha gente" del cap. 4:25 que siguió a Jesús después de su primera gira misionera importante por las ciudades y aldeas de Galilea. Quizá el Sermón del Monte fue pronunciado por julio o agosto del año 29 d. C. (DMJ 8, 43), como a la mitad de los tres años y medio del ministerio de Jesús. Lucas claramente relaciona el Sermón del Monte con el llamamiento y la ordenación de los doce (Luc. 6: 12-20; cf. DMJ 8-9) y conserva la debida secuencia de los acontecimientos de ese día notable: (1) la noche pasada en oración, (2) la ordenación de los doce, (3) el descenso a la llanura, (4) el sermón (ver DTG 265). Tan sólo omite la mención de que Jesús "subió [otra vez] al monte" (Mat. 5: l), y esta omisión ha inducido a algunos a pensar que el sermón registrado en Lucas no fue pronunciado en el mismo lugar y al mismo tiempo que el de Mateo.
Por
otra parte, Mateo no menciona aquí la designación y la ordenación de los doce,
sino alude a esos hechos en relación con su relato de la tercera gira de
predicación unos pocos meses más tarde (cap. 10: 1-5). Sin embargo, Mateo relata el llamamiento
junto al mar de Galilea antes de referirse a la multitud que seguía a Jesús
(cap. 4: 18-25). Los diversos relatos
evangélicos indican que los doce fueron designados en respuesta a la evidente
necesidad de que hubiera más obreros preparados para atender a las multitudes
que acompañaban a Jesús dondequiera él iba.
La designación de los doce fue el primer paso en la organización de la iglesia cristiana. Cristo era el Rey de ese nuevo reino de la gracia divina (ver com. vers. 23); los doce eran sus ciudadanos o súbditos (ver com. Mar. 3: 14). El mismo día cuando los doce llegaron a ser súbditos fundadores del reino, el Rey dio su discurso inaugural, en el cual presentó las condiciones de la ciudadanía, proclamó la ley del reino, y delineó sus propósitos (ver DTG 265; DMJ 8-9). El Sermón del Monte es, pues, a la vez el discurso inaugural de Cristo como Rey del reino de la gracia y la constitución del reino.
Poco después del
establecimiento formal del reino y de la proclamación de su constitución, se
realizó la segunda gira por Galilea, durante la cual Jesús dio una demostración
clara y completa de las 314 formas en que el reino, sus principios y su poder
pueden beneficiar a la humanidad (ver com.
Luc. 7: 1, 11).
Monte. Cf.
cap. 8: 1. Sin duda se trataba del mismo
monte donde había pasado la noche en oración y donde, esa misma mañana, había
ordenado a los doce (ver DTG 257, 265; com.
Mar. 3: 14). Se desconoce la
ubicación de este monte. Desde el tiempo
de las cruzadas, se ha señalado como posible sitio a los "Cuernos de
Hattin", Kurn Hattin, 8 km al oeste de la antigua ciudad de Tiberias. Sin embargo, esta tradición no puede
remontarse más allá de las cruzadas, y por lo tanto no es fidedigna. Los guías de turistas suelen señalar como
sitio donde fue predicado el Sermón del Monte, una ladera junto al mar de Galilea,
no lejos de Capernaúm, donde las religiosas franciscanos mantienen una bonita
capilla y el llamado Hospicio Italiano.
La
montaña donde Cristo predicó el Sermón del Monte se ha llamado el "Sinaí
del Nuevo Testamento", pues tiene la misma relación con la iglesia
cristiana que tiene el monte Sinaí con la nación judía. En el Sinaí Dios proclamó la ley divina. En un desconocido monte de Galilea Jesús
reafirmó la divina ley, explicó su verdadero sentido con detalles más amplios y
aplicó sus preceptos a los problemas de la vida diaria.
Sentándose. Es razonable pensar que, en armonía con la costumbre antigua, Jesús solía
sentarse cuando predicaba y enseñaba (Mat. 13: 1; 24: 3; Mar. 9: 35; ver
com. Luc. 4: 20). Esta era la modalidad habitual de los
rabinos; se esperaba que el maestro enseñara sentado. En esta ocasión, al menos, la multitud
también se sentó (DTG 265).
Sus discípulos. Por supuesto, entre ellos estaban los doce que habían sido escogidos y
ordenados esa misma mañana (ver com.
Mar. 3: 13-14; cf. Luc. 6:
12-19). Siendo los compañeros más
íntimos de Jesús, formaban el círculo más estrecho y, naturalmente, ocuparon
sus lugares junto a él. Pero había
además muchos otros que seguían a Jesús y que también eran conocidos como
discípulos (DTG 452-453; ver com. Mar.
3: 13). Posteriormente, en su ministerio
hubo también varias mujeres que lo acompañaban mientras atendían las
necesidades de los discípulos (Luc. 8: 1-3; cf.
Mat. 27: 55). Quizá algunas de
esas mujeres piadosas también estuvieron presentes en esta ocasión. Sin embargo, el auditorio se componía
mayormente de labradores y pescadores (DTG 265-266; DMJ 36). También había espías presentes (DTG 273; DMJ
45; ver com. cap. 4: 12).
2. Abriendo su boca. Lucas dice que Jesús alzó "los ojos" (cap. 6: 20) cuando comenzó
a hablar. A pesar de ciertas diferencias
en el texto del sermón y en las circunstancias del momento, según lo registran
Mateo y Lucas, no puede haber duda de que estos dos informes se refieren a la
misma ocasión. Las semejanzas superan a
las aparentes diferencias en los dos relatos, y las diferencias son más
aparentes que reales. El sermón fue sin
duda mucho más largo que lo que aquí se indica, y los evangelistas dan
resúmenes independientes del discurso.
Bajo la inspiración del Espíritu Santo incorporaron en su relato
aquellas enseñanzas que les parecieron más importantes (ver p. 268). De modo que los relatos no se contradicen
sino más bien se complementan. Debemos
aceptar todos los puntos mencionados por ambos evangelistas. Así tenemos el privilegio de recibir un informe
más completo de lo que dijo Jesús en esta ocasión que si dependiéramos de lo
que dijo uno u otro. Ver la segunda Nota
Adicional de Mat. 3.
El
texto del Sermón del Monte que aparece en Mateo es casi tres veces más largo
que el que aparece en Lucas. Esto
posiblemente se deba a que Mateo estaba más interesado que Lucas en las
enseñanzas de Jesús, y les dedicó mayor atención. Lucas, como lo afirma claramente en su
prólogo (cap. l: 1-4), se interesaba más por el relato histórico. El relato del Sermón del Monte del libro de
Mateo contiene mucho material que Lucas no menciona, aunque Lucas nos informa
de algunos elementos que Mateo omite (ver p. 181).
Las
semejanzas principales son las siguientes:
Mateo Lucas
5:3-4,
6 6:20-21
5:11-12 6:22-23
5:39-42 6:27-30
5:42-48 6:32-36
7:1-2 6:37-38
7:3-5 6:41-42
7:12 6:31
7:16-21 6:43-46
7:24-27 6:47-49
Muchos
otros pasajes del Sermón del Monte, tales como se presentan en Mateo, aparecen
diseminados por el Evangelio de Lucas, sin duda porque Cristo repitió esas
mismas ideas en varias ocasiones en momentos posteriores de su ministerio
(ver com. Luc. 6:17-49).
En
el Sermón del Monte Cristo habló de la naturaleza de su reino. También refutó las falsas ideas acerca del
reino del Mesías que los dirigentes judíos habían inculcado en la mente de la
gente (DMJ 8-9; ver com. cap. 3: 2; 4: 17).
El Sermón del Monte expone la gran diferencia entre el verdadero
carácter del cristianismo y el del judaísmo de los días de Jesús.
A
fin de comprender plenamente la importancia del Sermón del Monte, es necesario
entender no sólo cada principio según se lo expone en forma individual, sino
también la relación de cada principio con el todo. El discurso constituye una unidad total que
no es evidente para el lector superficial.
El bosquejo que presentaremos hace resaltar esa unidad intrínseca y
muestra la relación de las diversas partes del discurso con el sermón en su
conjunto.
3. Bienaventurados. Gr. makárioi, cuyo singular, makários significa "feliz", "afortunado"; corresponde con el Heb. 'ashre, "feliz", "bendito" (ver com. Sal. 1: 1). Las palabras 'ashre y makários se traducen por lo general "bienaventurado" en la RVR (las otras traducciones son "dichoso", que aparece en 2 Crón. 9: 7; Sal. 34: 8; 106: 3; 137: 9; Prov. 20: 7; Isa. 32: 20; Hech. 26: 2; 1 Cor. 7: 40; y "bendito", 1 Tim. 1: 11).
La
palabra makários aparece nueve veces en los vers. 3-11. Pero los vers. 10-11 se
refieren al mismo aspecto de la vida cristiana, y por lo tanto deben
considerarse como una sola entidad, por lo cual son ocho y no nueve las
bienaventuranzas. Lucas sólo da cuatro:
la primera, la cuarta, la segunda y la octava de Mateo, en ese orden (Luc. 6:
20-23), pero añade cuatro ayes correspondientes (vers. 24-26).
En
las primeras palabras del Sermón del Monte, Cristo se dirige al deseo supremo
de todo corazón humano: el de la felicidad.
Ese deseo fue implantado en el hombre por el Creador mismo, y
originalmente tenía el propósito de llevarlo a encontrar la verdadera felicidad
mediante la cooperación con Dios que lo creó.
Se incurre en pecado cuando el hombre intenta encontrar la felicidad
como un fin en sí misma, pasando por alto la obediencia a los requerimientos
divinos.
Así,
al comienzo de su discurso inaugural como Rey del reino de la gracia divina,
Cristo proclama que el principal propósito del reino es el de restaurar en el
corazón de los hombres la felicidad perdida en el Edén y que los que escojan
entrar por la "puerta estrecha" y el camino "angosto" (Mat.
7: 13-14) encontrarán la verdadera felicidad.
Hallarán paz y gozo interiores, satisfacción verdadera y durable para el
corazón y el alma, que sólo se logran cuando la "paz de Dios, que
sobrepasa todo entendimiento" está presente para guardar el corazón y el
pensamiento (Fil. 4: 7). Cuando Cristo
volvió al Padre, dejó con sus seguidores esa paz que el mundo no puede dar
(Juan 14: 27). Sólo pueden ser felices
los que tienen paz con Dios (cf. Rom. 5:
1) * 316 y con sus semejantes (cf. Miq. 6: 8), que caminan conforme a los dos
grandes mandamientos de la ley de amor (Mat. 22: 37-40). Sólo los que son verdaderos súbditos del
reino de la gracia alcanzan esa disposición de la mente y del corazón.
Pobres. Gr.
ptÇjós, palabra que se refiere a la pobreza extrema, a la miseria (ver
com. Mar. 12: 42; Luc. 4:18; 6:
20). Aquí ptÇjós señala a los que
adolecen de una verdadera miseria espiritual y sienten agudamente su necesidad
de las cosas que el reino del cielo tiene para ofrecerles (cf. Hech. 3: 6; ver com. Isa. 55: 1).
El que no siente su necesidad espiritual, el que se cree
"rico", que se ha "enriquecido" y que "de ninguna
cosa" tiene "necesidad", a la vista del cielo es
"desventurado, miserable, pobre" (Apoc. 3: 17). Sólo los "pobres en espíritu"
entrarán en el reino de la gracia divina.
Los demás no anhelan las riquezas del cielo y se niegan a aceptar sus
bendiciones.
De ellos. La comprensión de la necesidad propia es la primera condición para entrar
en el reino de la gracia de Dios (DMJ 13).
Por estar consciente de su propia pobreza espiritual, el publicano de la
parábola "descendió a su casa justificado" antes que el fariseo que
estaba lleno de justicia propia (Luc. 18: 9-14). En el reino de los cielos no hay lugar para
los orgullosos, los que están satisfechos de sí mismos, los que dependen de su
justicia propia. Cristo invita a los
pobres en espíritu a que cambien su pobreza por las riquezas de su gracia.
El reino de los cielos. Ver com. Mat. 4: 17; Luc. 4: 19. Es importante notar que aquí Cristo no hablaba
tanto de su futuro reino de gloria como del reino de la gracia divina, ya
presente. En sus enseñanzas, Cristo
habló muchas veces del reino de la gracia en el corazón de los que aceptaban la
soberanía celestial. Esto lo ilustran
las parábolas de la cizaña, la semilla de mostaza, la levadura, la red (Mat.
13: 24, 31, 33, 47), y muchas otras (DMJ 12, 93).
Los
judíos concebían el reino de los cielos como un reino basado en la fuerza, que
obligaría a las naciones de la tierra a someterse a Israel. Pero el reino que Cristo vino a establecer es
el que comienza en el corazón de los hombres, impregna sus vidas y rebosa hasta
los corazones y la vida de otros con el dinámico y apremiante poder del amor.
4. Lloran. Gr. penthéÇ, palabra que suele indicar un dolor intenso en contraste con
lupéomai, término más genérico que significa más bien "entristecerse"
(Mat. 14: 9; 1 Ped. 1:6). Así, la
profunda pobreza espiritual de los "pobres en espíritu" (ver
com. Mat. 5: 3) corresponde con el
profundo dolor de las personas que se describen en el vers. 4. En verdad, es la
profunda comprensión de la necesidad espiritual la que induce a los hombres a
"llorar" por las imperfecciones que ven en su propia vida (ver DMJ
14; cf. DTG 267). Aquí Cristo se refiere a los que, con pobreza
de espíritu, anhelan alcanzar la norma de perfección (cf. Isa. 6: 5; Rom. 7: 24). Aquí hay también un mensaje de consuelo para
quienes lloran debido a desengaños, luto, o algún otro dolor (DMJ 15-17).
Recibirán consolación. Gr. parakaléÇ, "llamar al lado de", "pedir ayuda",
"mandar llamar"; también "exhortar", "alegrar",
"consolar", "reanimar", "animar". Un verdadero amigo es un parákl'tos, y su
ayuda se denomina parákl'sis. En 1 Juan
2: 1 se llama parákl'tos a Jesús. Cuando
partió, prometió enviar "otro Consolador" (ver com. Juan 14: 16, Gr. parákl'tos), el Espíritu
Santo, para que morara con nosotros como amigo permanente.
Así
como Dios satisface la necesidad espiritual con las riquezas de la gracia del
cielo (ver com. vers. 3), así también responde al llanto por el pecado con el
consuelo de los pecados perdonados. Si
no se experimenta primero una sensación de necesidad, no se puede lamentar por
lo que falta, en este caso la rectitud de carácter. Lamentarse por el pecado es, pues, el segundo
requisito para los que se presentan como candidatos para el reino de los
cielos, y su secuencia, en forma natural, es después del primer paso.
5. Mansos. Gr. praús "manso", "suave", gentil". Cristo dijo que él era "manso [praús] y
humilde de corazón" (cap. 11: 29), y por eso todos los que están
"trabajados y cargados" (vers. 28) pueden ir a él y hallar descanso
para su alma. El equivalente hebreo del
griego praús es 'anaw o 'ani, "pobre", "afligido",
"humilde", "manso".
Se emplea esta palabra hebrea para describir a Moisés que era muy
"manso" (Núm. 12: 3). También
aparece en el pasaje mesiánico de Isa. 61: 1-3 (cf. com. Mat. 5: 3) y en Sal. 37: 11, donde también se
traduce como "manso".
La
mansedumbre es una actitud del corazón, de la mente y de la vida, que prepara
el camino para la santificación. A la
vista de Dios, el espíritu "afable" [praús] es "de grande 317 de estima" (1 Ped. 3: 4). La "mansedumbre" aparece repetidas
veces en el NT como una virtud importantísima del cristiano (Gál. 5: 23; 1 Tim.
6: 11). La "mansedumbre" en
relación con Dios significa que habremos de aceptar su voluntad y la forma en
que nos trata, que nos someteremos a él en todas las cosas sin vacilación
(cf. DMJ 18). Una persona "mansa" domina
perfectamente su yo. Debido al
enaltecimiento del yo, nuestros primeros padres perdieron el reino que les
había sido confiado. Por medio de la
mansedumbre éste puede ser recuperado (DMJ 20; ver com. Miq. 6: 8).
Recibirán la tierra por heredad. Cf. Sal. 37: 11. Los "pobres en espíritu" han de recibir las riquezas del reino de los cielos (Mat. 5: 3); los mansos han de "recibir la tierra por heredad". Es evidente que no son los "manos" quienes ahora poseen la tierra, sino los orgullosos. Sin embargo, a su debido tiempo los reinos de este mundo serán entregados a los santos, a los que hayan aprendido la virtud de la humildad (cf. Dan. 7: 27).
Finalmente, dijo Cristo, los que se humillen,
los que aprendan la mansedumbre, serán ensalzados (ver com. Mat. 23: 12).
6. Hambre y sed. Esta figura era especialmente llamativa en un país donde el promedio anual
de lluvia no pasa de 65 cm (26 pulgadas; ver t. II, p. 113; com. Gén. 12: 10).
Lo que ocurre en Palestina suele pasar también en grandes regiones del
Cercano Oriente. Por limitar con
extensas zonas desérticas, una buena parte de las tierras habitadas son
semiáridas. Sin duda, muchos de los que
escuchaban a Jesús sabían lo que era experimentar sed. Tal como lo ilustra el caso de Agar y de Ismael,
un viajero que se extraviaba o pasaba por alto una de las pocas fuentes que
había a la vera de su ruta, fácilmente podía encontrarse en serias dificultades
(ver com. Gén. 21: 14).
Pero
aquí Jesús hablaba del hambre y de la sed del alma (Sal. 42: 1-2). Sólo los que anhelan justicia con la
apremiante ansiedad del que se muere por falta de alimento o de agua, la
encontrarán. Ningún recurso terrenal
puede satisfacer el hambre y la sed del alma.
No son suficientes ni riquezas materiales, ni profundas filosofías, ni
la satisfacción de los apetitos físicos, ni el honor, ni el poder. Después de probar todas esas cosas, Salomón
llegó a la conclusión de que "todo es vanidad" (Ecl. 1: 2, 14; 3: 19;
11: 8; 12: 8; cf. 2: 1, 15, 19; etc.). Nada produce la satisfacción y la
felicidad que el corazón humano anhela.
La conclusión del sabio fue que reconocer al Creador y cooperar con él
proporcionan la única satisfacción duradera (Ecl. 12: 1, 13). Unos seis u ocho
meses después del Sermón del Monte (ver diagrama p. 221) Jesús pronunció otro
gran discurso, esta vez acerca del Pan de Vida (Juan 6: 26-59), en el cual
presentó más plenamente el principio que aquí se expone en forma sucinta. Jesús
mismo es el "pan" del cual los hombres deben tener hambre, y participando
de ese "pan" pueden mantener la vida espiritual y satisfacer el
hambre de su alma (Juan 6: 35, 48, 58).
Se invita bondadosamente a los que tienen hambre y sed que vayan al
Proveedor celestial y reciban alimento y bebida "sin dinero y sin
precio" (Isa. 55: 1-2). El hecho de
que el corazón anhele justicia demuestra que Cristo ya ha comenzado allí su
obra (DMJ 2l).
Justicia. Gr. dikaiosún', de la raíz dík', "costumbre", "uso", y
por lo tanto, lo "correcto" según la costumbre. En el NT se emplea la palabra con el sentido
de lo "correcto" según lo determinan los principios del reino del
cielo. El vocablo dikaiosún' aparece en 87 versículos en el NT, y en la RVR se
traduce todas las veces como "justicia" salvo en dos casos (1 Cor. 1:
30; 2 Cor. 3: 9). Entre los griegos, la
"justicia" consistía en la conformidad con las costumbres
aceptadas. Para los judíos en esencia
era conformarse con los requerimientos de la ley tal como la interpretaba la
tradición judía (Gál. 2: 16-21). Pero
para los seguidores de Cristo, la "justicia" tenía un sentido más
amplio. En vez de establecer su propia
justicia, los cristianos debían someterse a "la justicia de Dios"
(Rom. 10: 3). Buscaban la justicia
"que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe"
(Fil. 3: 9).
La
justicia de Cristo es tanto imputada como impartida. La justicia imputada
produce justificación; pero el alma justificada crece en la gracia. Por medio del poder de Cristo que vive en el
alma, el cristiano conforma su vida con los requisitos de la ley moral tal como
fue expuesta por precepto y ejemplo por Jesús.
Esta es la justicia impartida (PVGM 251-253). Esto es lo que Cristo quería decir cuando
animó a sus oyentes a que pensaran en ser "perfectos" así como su
Padre celestial es perfecto (ver com.
Mat. 5: 48). Pablo dice que la
vida perfecta de Jesús ha hecho que sea posible que "La justicia de la ley
se cumpliese en nosotros, 318 que no andamos conforme a la carne, sino conforme
al Espíritu" (Rom. 8: 4).
7. Los misericordiosos. Gr. ele'mÇn, "piadoso", "misericordioso",
"compasivo". En Heb. 2:17 se
dice que Cristo es "misericordioso [ele'mÇn] y fiel sumo
sacerdote". La misericordia de la
cual habla Cristo aquí es una virtud activa que se proyecta hacia los seres
humanos. Tiene poco valor mientras no se
convierta en obras de misericordia. En
Mat. 25: 31-46 se presentan las obras de misericordia como el elemento decisivo
para la admisión en el reino de la gloria.
Santiago incluye los actos de misericordia en su definición de la
"religión pura" (Sant. 1: 27).
Miqueas (cap. 6: 8) resume la obligación del hombre para con Dios y sus
prójimos: "hacer, justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu
Dios". Notar que Miqueas, al igual
que Cristo, menciona tanto la humildad ante Dios como la misericordia para con
los hombres. Estos dos procederes pueden
compararse con los dos mandamientos, de los cuales "depende toda la ley y
los profetas" (Mat. 22: 40).
Alcanzarán misericordia. Esto ocurrirá tanto ahora como en el día del juicio, tanto de parte de los
hombres como de Dios. El principio de la
regla de oro (cap. 7: 12) se aplica tanto a nuestro trato con otros como al
trato que los demás nos brindan en respuesta. La persona cruel, de corazón duro
y espíritu desconsiderado, rara vez recibe un trato bondadoso y misericordioso
de parte de su prójimo. Pero muchas
veces los que son bondadosos y considerados con las necesidades y los
sentimientos ajenos, encuentran que el mundo les paga con la misma moneda.
8. Los de limpio corazón. La palabra que aquí se traduce como "corazón" se refiere al intelecto (cap. 13: 15), la conciencia (1 Juan 3: 20), el hombre interior (1 Ped. 3: 4). La pureza de corazón, en el sentido que le dio Cristo, comprende mucho más que la pureza sexual (DMJ 29); incluye todos los rasgos de carácter deseables y excluye todos los indeseables. El ser de "limpio corazón" equivale a estar revestido con el manto de justicia de Cristo (ver com. Mat. 22: 11-12), el "lino fino" del cual están ataviados los santos (Apoc. 19: 8; cf. cap. 3: 18-19), es decir, la perfección del carácter.
Jesús
no estaba hablando de la limpieza ceremonial (Mat. 15: 18-20; 23: 25), sino de
la limpieza interior del corazón. Si los
motivos son puros, la vida también lo será.
Los
de corazón limpio han abandonado el pecado como principio gobernante de la
vida, y su existencia está enteramente consagrada a Dios (Rom. 6: 14-16; 8:
14-17). El tener "limpio
corazón" no significa que la persona no tenga ningún pecado, pero sí
significa que sus motivos son correctos, que por la gracia de Cristo se ha
apartado de sus errores pasados y que prosigue hacia la meta de perfección en
Cristo Jesús (Fil. 3: 13-15).
Verán a Dios. Cristo pone énfasis en el reino de la gracia divina en los corazones
humanos en esta era presente, pero sin olvidar el reino eterno de gloria en el
mundo futuro (ver com. vers. 3). Por lo
tanto, es claro que las palabras "verán a Dios" se refieren tanto a
la visión espiritual como a la física.
Quienes sienten su necesidad espiritual, entran en el "reino de los
cielos" (vers. 3) ahora; los que lloran por el pecado (vers. 4) son
consolados ahora; quienes son mansos de corazón (vers. 5) reciben su derecho de
poseer la tierra nueva ahora; los que tienen hambre y sed de la justicia de
Jesucristo (vers. 6) son saciados ahora; los misericordiosos (vers. 7) logran
miericordia ahora. Del mismo modo, los
de limpio corazón tienen el privilegio de ver a Dios ahora, con los ojos de la
fe; y finalmente, en el glorioso reino, tendrán el privilegio de verlo cara a
cara (1 Juan 3: 2; Apoc. 22: 4). Además,
sólo los que logren desarrollar la visión celestial en este mundo presente,
tendrán el privilegio de ver a Dios en el mundo venidero.
Así
como ocurre con los narcóticos y las bebidas embriagantes, el primer efecto del
pecado es nublar las facultades superiores de la mente y del alma. Sólo después que la serpiente hubo seducido a
Eva haciendo que viera con los ojos del alma que "el árbol era bueno para
comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la
sabiduría", fue cuando ella "tomó de su fruto, y comió" (Gén. 3:
6). Cuando la serpiente dijo "serán
abiertos vuestros ojos", se refería a una visión simbólica, porque como
resultado de que sus "ojos" fueron "abiertos", conocieron
el bien y el mal (Gén. 3: 5). El diablo
ciega en primer lugar a los hombres persuadiéndolos a que crean que la
experiencia con el pecado les dará una visión más clara. Sin embargo, el pecado lleva a una ceguera
mayor. El pecador "tiene ojos y no
ve" (Jer. 5: 21; cf. Isa. 6: 10;
Eze. 12: 2).
Sólo
aquellos cuyo corazón es limpio y sincero "verán a Dios". Si el "ojo es bueno", toda 319 la
vida estará llena de "luz" (Mat. 6: 22-23). Muchos cristianos sufren de estrabísmo
espiritual por intentar tener un ojo fijo en la Canaán celestial y el otro en
los "deleites temporales del pecado" (Heb. 11: 25) y las "ollas
de carne" de Egipto (Exo. 16: 3).
Nuestra única seguridad está en vivir según los principios y colocar a
Dios en primer lugar en nuestra vida.
Quienes hoy vean que las cosas de este mundo son "deseables" y
cuya atención está fija en las relucientes baratijas de la tierra que Satanás
les muestra, nunca considerarán como de mayor valor el obedecer a Dios. Si queremos ver a Dios, debemos mantener
limpia la ventana del alma.
9. Los pacificadores. El sustantivo griego eir'nopoiós se deriva de dos palabras: eir'ln',
"paz", y poiéÇ, "hacer".
Cristo se refiere aquí especialmente a inducir a los hombres a que estén
en armonía con Dios (DTG 269-271; DMJ 27).
"La mente carnal es enemistad contra Dios" (Rom. 8: 7). Pero Cristo, el mayor de los pacificadores,
vino para mostrar a los hombres que Dios no es su enemigo (DMJ 25-26). Cristo es el "Príncipe de paz"
(Isa. 9: 6-7; cf. Miq. 5: 5). Fue el mensajero de paz de Dios ante el hombre,"justificados,
pues, por la fe, tenemos paz para con Dios" por medio de Jesús (Rom. 5:
1). Cuando Jesús hubo cumplido con la
tarea que le fue asignada y volvió al Padre, pudo decir: "La paz os dejo,
mi paz os doy" (Juan 14: 27; cf. 2 Tes. 3: 16).
A
fin de apreciar lo que Cristo quería decir al hablar de
"pacificadores", es útil considerar el sentido de la palabra
"paz" en el pensamiento semítico y en su forma de hablar. El equivalente hebreo de la palabra griega
eir'n' es shalom, que significa "salud", "bienestar",
"entereza", "prosperidad", "paz". En vista de que Cristo y la gente común
empleaban el arameo, idioma muy parecido al hebreo, es muy posible que Cristo empleó
esta palabra con sus acepciones semíticas.
Los cristianos han de estar en paz los unos con los otros (1 Tes. 5: 13)
y deben seguir "la paz con todos" (Heb. 12: 14). Han de orar por la paz, trabajar por la paz e
interesarse en forma constructiva en las actividades que contribuyan a la paz
de la sociedad.
Hijos de Dios. Los judíos se consideraban "hijos de Dios" (Deut. 14: 1; Ose. 1:
10; etc.), concepto que también comparten los cristianos (1 Juan 3: 1). El ser hijo de Dios significa parecerse a él
en carácter (1 Juan 3: 2; cf Juan 8:
44). Los "pacificadores" son
"hijos de Dios" porque ellos mismos están en paz con Dios, y están
dedicados a la tarea de inducir a sus prójimos a que estén en paz con él.
10. Padecen persecución. Aquí Cristo se refiere en primer lugar a la persecución sufrida en el
proceso de abandonar el mundo y volverse a Dios. Desde la entrada del pecado, ha existido
"enemistad" entre Cristo y Satanás, entre el reino de los cielos y el
reino de este mundo, y entre los que sirven a Dios y los que sirven a Satanás
(Gén. 3: 15; Apoc. 12: 7-17). Este
conflicto ha de continuar hasta que "los reinos del mundo" vengan
"a ser de nuestro Señor y de su Cristo" (Apoc. 11: 15; cf. Dan. 2:
44; 7: 27). Pablo advirtió a los
creyentes que "a través de muchas tribulaciones" habrían de entrar
"en el reino de Dios" (Hech. 14: 22).
Los ciudadanos del reino celestial pueden esperar tribulaciones en este
mundo (Juan 16: 33), porque su carácter, sus ideales, sus aspiraciones y su
conducta dan un testimonio unánime y silencioso contra la impiedad de este
mundo (cf. 1 Juan 3: 12). Los enemigos
del reino celestial persiguieron a Cristo, el Rey, y se ha de esperar que
persigan a sus súbditos leales (Juan 15: 20).
"Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús
padecerán persecución" (2 Tim. 3: 12).
De ellos es el reino de los cielos. En el vers. 3 se hace la misma promesa a quienes
sienten su necesidad espiritual.
"Si sufrimos, también reinaremos con él" (2 Tim. 2: 12;
cf. Dan. 7: 18, 27). Quienes más sufren por Cristo son los que
mejor pueden apreciar cuánto sufrió él por ellos. Es apropiado que en la primera
bienaventuranza y en la última esté la seguridad de que esas personas serán
súbditos del reino. Los que cumplan con
las ocho condiciones aquí enumeradas para ser ciudadanos, son dignos de un
lugar en el reino.
11. Os vituperen. Gr. oneidízÇ, "injuriar", "calumniar",
"insultar". También ver
com. Luc. 6: 22. Los vers. 11 y 12 no constituyen otra
bienaventuranza. Se trata sencillamente
de una explicación de las formas en que puede manifestarse la persecución.
Por mi causa. Los cristianos sufren por el nombre que llevan, el de Cristo. En todas las épocas, al igual que en tiempos
de la iglesia primitiva, los que verdaderamente aman a su Señor se han
regocijado por haber sido considerados "dignos de padecer afrenta por
causa del Nombre" (Hech. 5: 41; cf. 1 Ped. 2:19-23; 3: 14; 4: 14).
320 Cristo advirtió que los que
quisieran ser sus discípulos serían "aborrecidos de todos por causa
de" su "nombre" (Mat. 10: 22); pero añadió en seguida que
cualquiera que perdiere "su vida" por causa de él, la hallaría (cap.
10: 39). Los cristianos deben estar
listos para padecer por él (Fil. 1: 29).
12. Gozaos. El cristiano debe gozarse, sin importarle lo que la vida le ofrezca (Fil.
4: 4), pues sabe que Dios hace que todas las cosas le ayuden a bien (Rom. 8:
28). Esto es especialmente cierto en
relación con la tentación o la prueba (Sant. 1: 2-4), porque el sufrimiento
desarrolla la paciencia y otras características imprescindibles para los
ciudadanos del reino celestial.
Vuestro galardón es grande. Ver com.
Luc. 6: 24-26. Para el cristiano
maduro, el concepto del galardón no es el más importante de todos (PVGM
328). No obedece las reglas sólo con el
propósito de entrar en el cielo. Obedece
porque encuentra que la cooperación con su Creador es la meta suprema y el gozo
de su existencia. El sacrificio puede
ser grande, pero la recompensa también es grande. Cuando el Hijo del hombre venga en gloria "pagará
a cada uno conforme a sus obras" (Mat. 16: 27; cf. Apoc. 22: 12).
Los profetas. Se refiere a profetas como Elías, perseguido por Acab y Jezabel (1 Rey 18:7-10; 19:2), y Jeremías, perseguido por sus compatriotas (Jer. 15:20; 17: 18; 18:18; 20:2...).
La persecución sirve para purificar la vida y eliminar la
escoria del carácter (cf. Job 23: 10).
13. Vosotros. En griego, el pronombre es enfático: "Vosotros mismos sois la sal de
la tierra". Es importante recordar
que Jesús se estaba dirigiendo a sus discípulos, especialmente a los doce, en
su nueva condición de fundadores del reino de su divina gracia (ver com. vers.
1-3). Había otros que estaban
escuchando, principalmente labradores y pescadores (DMJ 36), pero también había
espías enviados por los fariseos (DTG 272-273; ver com. Mar. 2:6).
Sal. En
Palestina la sal se recogía en la costa del Mediterráneo o del mar Muerto y sus
cercanías. Por la forma en que se la
recogía, quedaba bastante impura. Al
humedecerse la sal, por ser muy soluble en el agua se desvanecía y sólo
quedaban las impurezas que eran insípidas.
La
idea básica en la comparación de los ciudadanos del reino con la sal es que
ella sirve para preservar (cf. DMJ
33). Antes de que hubiera refrigeración
u otros métodos modernos para conservar los alimentos, para ese fin se
empleaban mucho la sal y las especias.
En la antigua Palestina se usaba sal casi exclusivamente para ese
propósito y para sazonar la comida (Job 6: 6).
Del mismo modo, el cristiano, al convertirse en instrumento para la
salvación de otros por medio de la difusión del Evangelio, ejerce una
influencia preservadora y purificadora en el mundo. Los discípulos habían de reconocer que la
salvación de sus prójimos era su primera responsabilidad. No debían retirarse de la sociedad por causa
de una persecución (Mat. 5: 10-12) ni por otras razones, sino habían de
permanecer en estrecha relación con sus prójimos.
En
su presentación del Sermón del Monte, Lucas no incluye el contenido de Mat. 5:
13-16, aunque cita una declaración similar de Cristo, pronunciada en otra
ocasión (Luc. 14: 34-35). Marcos también
registra en un pasaje similar las palabras pronunciadas sólo a los discípulos
en otras circunstancias (Mar. 9: 50), y aplicadas particularmente a la
característica de llevarse bien mutuamente.
El hecho de que se le atribuyan a Jesús los mismos dichos, o dichos
similares, en diferentes momentos de su ministerio, ha inducido a algunos a
pensar que los evangelistas han atribuido esos dichos a ciertas ocasiones de la
vida de Cristo en forma descuidada y arbitraria, sin considerar cuándo Jesús
hizo realmente esas afirmaciones. Esta
conclusión se basa en la idea un tanto ingenua de que Jesús expresó una
determinada idea sólo una vez durante su ministerio. Sin embargo, no hay una razón valedera para
suponer que Jesús no habría repetido sus palabras, parcial o totalmente, en
varios momentos, frente a diferentes públicos y aun ante aproximadamente las
mismas personas.
Se desvaneciere. Es decir, se vuelve insípida. Sería tan ilógico que el cristiano perdiese
sus características esenciales y todavía fuera cristiano, como que la sal
perdiera su sabor y todavía se la considerara como sal y se la empleara como
tal. Si los cristianos lo son sólo de
nombre, su ciudadanía nominal en el reino de los cielos se convierte en una farsa. No son cristianos si no reflejan el carácter
de Cristo, no importa cuál sea su profesión.
Salada. Es
decir, ¿cómo se restaurarían sus características esenciales de sal que le dan 321 utilidad? Cuando de la vida de un
profeso cristiano desaparecen el amor, el poder y la justicia de Cristo, no hay
otra fuente de la cual pueda obtener lo que le falta. Un cristiano nominal no puede compartir con
otros lo que él mismo no posee. En el
antiguo rito ceremonial, se añadía sal a todos los sacrificios (Lev. 2: 13;
Eze. 43: 24; Mar. 9: 49); sin sal no eran aceptables. En este caso la sal simbolizaba la justicia
de Cristo (DTG 406-407). A fin de que
nuestras vidas sean un "sacrificio vivo, santo, agradable a Dios"
(Rom. 12: 1), deben ser preservadas y sazonadas con la perfecta justicia de
Jesucristo (Gál. 2: 20).
No sirve más para nada. Un cristiano cuya vida ha perdido la gracia y el poder de Cristo, como
cristiano "no sirve más para nada".
Aún más, se convierte en un verdadero perjuicio para la causa del reino
porque vive una vida que tergiversa los principios del reino.
Hollada por los hombres. Desde donde la multitud estaba sentada podía ver las líneas blancas de sal, echada allí porque había perdido su valor (DMJ 33-34).
14. Vosotros. En griego el pronombre es enfático: "Vosotros mismos sois la luz del
mundo".
Luz. La
luz siempre ha sido un símbolo de la presencia divina (ver com. Gén. 1: 3; 3: 24). Juan dijo que, Jesús era "la luz de los
hombres" que brillaba en las tinieblas de este mundo (cap. 1: 4-9). Hacia el fin de su ministerio, Jesús se llamó
a sí mismo la "luz del mundo" (ver com. Juan 8: 12; 9: 5). Si un cristiano es fiel a su misión una vez
que ha aceptado a Jesús como luz del mundo, se convierte en reflector de esa
luz. En las profecías mesiánicas, Jesús
aparece como "gran luz" (Isa. 9: 2) y como "Sol de
justicia" (Mal. 4: 2; ver com. Luc.
1: 79). Cuando la verdadera Luz ilumina
a los hombres, se los exhorta a levantarse y resplandecer (Isa. 60: 1-3). Se representa a los que aman y sirven al
Señor como si fueran el "sol" (ver com. Juec. 5: 31), tanto aquí como
en el más allá (Mat. 13: 43). Era aún de
mañana cuando Cristo habló (DMJ 35), y el sol ascendía hacia el cenit (cf. Sal. 19: 4-6). Así también los doce -como todos los futuros
ciudadanos del reino- habían de permitir que su luz iluminara el mundo
disipando las tinieblas del pecado y de la ignorancia acerca de la voluntad y
los caminos de Dios (ver com. Juan 1: 4, 7, 9).
Mundo. Gr.
kósmos (ver com. cap. 4: 8).
Asentada sobre un monte. Las antiguas ciudades de Palestina solían estar ubicadas en cerros. Esto lo demuestran las ruinas que se
encuentran hoy. Una ciudad ubicada en un
monte se vería desde una gran distancia.
Desde el lugar donde Cristo y la multitud estaban sentados, se veían
muchas aldeas y ciudades en los cerros vecinos (DMJ 36).
15. Luz. Mejor,
"lámpara" (BJ). Gr.
lujnós. Las antiguas lámparas consistían
en un recipiente de arcilla o de metal, muchas veces en forma de platillo. La mecha flotaba en el aceite y la parte
encendida descansaba en el borde del plato o salía por un orificio
especial. En Mar. 4: 21 y Luc. 8: 16;
11: 33 aparece también este artefacto común.
Un almud. Gr. módios, medida para áridos de aproximadamente 8,75 lt. Con frecuencia se usaba para guardar harina.
Comúnmente se hacía este recipiente de barro cocido. Como nación, los judíos estaban ocultando
efectivamente su luz (cf. Isa. 60: 1)
bajo "un almud". Jesús destacó que la luz que les había sido
encomendada pertenecía a todos los hombres (ver t. IV, pp. 30-32).
Candelero. Gr. lujnía. En las casas humildes el
candelero era por lo general un soporte de barro cocido; en otros casos, se
ponía la lámpara sobre un estante en la pared o en el poste central de piedra o
de madera, que servía para sostener el techo (Exo. 25: 31; Heb. 9: 2; Apoc. 1:
12; 11: 4; etc.).
Alumbra a todos. Todos los miembros de una familia pueden aprovechar la luz si se la coloca
en su debido lugar, en el candelero. Del
mismo modo, Dios deseaba que toda la familia humana se beneficiara con la luz
de la verdad que Dios había confiado a los descendientes de Abrahán (Gén. 12:
3; Deut. 4: 6; Isa. 60: 1-3; etc.; ver t. IV, pp. 30-32). Comparar esto con la "lámpara"
usada para hallar la moneda perdida (ver com.
Luc. 15: 8).
16. Así alumbre. La luz de la verdad proviene del cielo (Juan 1: 4), pero cuando ilumina
nuestras vidas, se convierte en nuestra luz (Isa. 60: 1-3; Efe. 5: 14). Los doce, tan recientemente designados,
fueron los primeros portaluces cristianos.
La eficacia con que los discípulos llegaron a reflejar la luz de la
verdad y el amor de Dios se hizo evidente aun para sus más acerbos enemigos,
quienes "reconocían que habían estado con Jesús" (Hech. 4: 13). Jesús
era quien había diseminado la luz del cielo por el mundo (Juan 1: 4). Los dirigentes judíos no podrían haber
expresado un mayor elogio a los discípulos, ni 322 haberles brindado un
reconocimiento mayor de la eficacia de la misión de Cristo. El encendió una luz en el corazón de los
hombres que nunca se habría de extinguir.
Vean vuestras buenas obras. La lámpara se aprecia por la claridad y la
intensidad de la luz que brinda. El
aceite de la lámpara colocada sobre el candelero no es necesariamente visible
para quienes están en la habitación, pero el hecho de que la lámpara da luz
demuestra que hay aceite en la lámpara.
Glorifiquen a vuestro Padre. Satanás siempre ha procurado dar una falsa
impresión del Padre. Cristo vino a disipar las tinieblas y a revelar al
Padre. Cristo encomendó esta misma obra
a sus discípulos. La luz brilla no tanto
para que los hombres vean la luz, sino para que gracias a la luz puedan ver
otras cosas. Nuestra luz debe brillar no
para que los hombres sean atraídos a nosotros, sino para que sean atraídos a
Cristo, quien es la luz de la vida, y a las cosas que son dignas de verse (Mat.
6: 31-34; Juan 6: 27; cf. Isa. 55: 1-2).
Aquí
por primera vez Mateo llama "Padre" a Dios; en adelante lo hace
repetidas veces (cap. 5: 45, 48; 6: 1, 9; etc.). El concepto de Dios como Padre
y de los hombres como hijos suyos aparece a menudo en el AT (Deut. 32: 6; Isa.
63: 16; 64: 8; Jer. 3: 4; etc.). Pero Cristo dio un nuevo significado a la
relación entre padre e hijo (PVGM 106-107).
En la literatura judía, Dios aparece muchas veces como "Padre"
celestial.
17. No penséis. Como ocurrió en casi todas las ocasiones durante los dos últimos años de su
ministerio (ver com. Mar. 2: 6; Luc. 6:
11), estaban presentes espías que tenían la tarea de averiguar e informar
acerca de las actividades de Jesús.
Mientras él hablaba, ellos murmuraban entre los que allí estaban, que
Jesús daba poca importancia a la ley (DTG 272-273; DMJ 44). Pero, como en muchas otras ocasiones (ver
com. Mar. 2: 8; Luc. 4: 23; 6: 8), Jesús
leyó lo que pensaban (DTG 273) y respondió a las objeciones que habían
suscitado, dando así una evidencia de su divinidad.
He venido. Jesús se refiere aquí a su venida procedente del Padre (Juan 16: 28) al
mundo (cap. 18: 37).
Abrogar. Gr.
katalúÇ, "desatar", "deshacer", como se desarma una
tienda. Significa "abrogar",
"dejar sin validez", "anular", "abolir". Cristo había proclamado la ley en el monte
Sinaí. ¿Por qué habría ahora de anularla? (PP 381-382; ver com. cap. 23: 23).
La ley. Gr. nómos, (ver com. Rom. 3: 19), que aquí equivale al Heb. torah, que comprende toda la voluntad revelada de Dios (ver com. Sal. 119: 1, 33; Prov. 3: 1). La expresión "la ley y los profetas" representa la división de las Escrituras del AT en dos partes (Mat. 7: 12; 11: 13; 22: 40; Luc. 16: 16; Juan 1: 45; Rom. 3: 21). Esta clasificación se encuentra también en la antigua literatura judía (ver 4 Mac. 18: 10). Sin embargo, la división más común entre los judíos era la triple división: la ley, los profetas y los salmos (Luc. 24: 44), o, según el título de la Biblia hebrea, "Ley, Profetas y Escritos".
El contexto indica que con toda probabilidad
Jesús se estaba refiriendo en primera instancia a la ley moral y a los
estatutos civiles contenidos en los libros de Moisés y confirmados por los
profetas (DTG 273; DMJ 43). En Mat. 5:
21-47 Jesús elige ciertos preceptos de los Diez Mandamientos (vers. 21, 27) y
de las leyes de Moisés (vers. 33, 38, 43), y presenta el contraste entre su
interpretación y la de los escribas, expositores oficiales y maestros de la ley
(ver p. 57; com. Mar. 1: 22; 2: 6, 16;
Luc. 5: 17).
Cristo
muestra claramente que no era él sino ellos quienes destruían la ley,
invalidándola con su tradición (Mat. 15: 3, 6).
Es probable que las ilustraciones tomadas de la ley (cap. 5: 21-47)
representen sólo una parte de lo que Cristo dijo en esa oportunidad (ver com.
vers. 2). Su discurso pudo haber sido
mucho más amplio. Cuando afirmó que
había venido a cumplir la ley y los profetas, también pudo haber hecho notar
que en él se cumplían los símbolos de la ley ritual que se referían a él, y que
en él se cumplían todas las predicciones mesiánicas de todas las Escrituras
(Luc. 24: 44). No había venido a abrogar
ninguna parte de las Escrituras que él mismo había dado (1 Ped. 1: 11; PP
381-382), y que testificaban de él (Juan 5: 39; cf. Luc. 4: 21).
El
punto básico de desacuerdo entre Jesús y los escribas tenía que ver con las
tradiciones mediante las cuales ellos interpretaban la santa ley de Dios (ver
p. 57; com. Mar. 1: 22, 44; 2: 19, 24;
7: 1-14; Luc. 6: 9). Desde la niñez
Jesús había actuado sin tomar en cuenta esas leyes rabínicas que no tenían su
base en el AT (DTG 64). Lo que ahora
ponía de lado era la falsa interpretación que los escribas habían dado a la ley
(DTG 273), y no la ley en sí.
Cumplir. Gr.
pl'róÇ, "completar", "llenar". En el Sermón del Monte el Autor de la ley
dejó en claro el verdadero significado de sus preceptos, y la manera en que sus
principios habían de expresarse en el pensamiento y en la vida de los
ciudadanos del reino que había venido a establecer (ver com. Isa. 59: 7).
El mismo gran Dador de la ley reafirmó los pronunciamientos del Sinaí,
diciendo que estaban en vigencia para los que quisieran ser sus súbditos, y
anunció que cualquiera que se atreviera a anularlos, ya fuera por precepto o
por ejemplo, de ningún modo entraría en el "reino de los cielos"
(Mat. 5: 20).
La
afirmación de que al cumplir la ley moral Cristo la abrogó no armoniza con el
contexto de la declaración del Maestro. Tal interpretación niega el sentido que
evidentemente Jesús quiso transmitir.
Según esa interpretación contradictoria, Cristo habría dicho que no
había venido a destruir la ley, sino que al cumplirla la abrogaba. Esa interpretación pasa por alto la clara
antítesis que hay en la palabra allá- "sino", "pero"- y
hace que las dos ideas sean virtualmente sinónimos. Al cumplir la ley, Cristo tan sólo le dio un
sentido más amplio, dando a los hombres un ejemplo de perfecta obediencia a la
voluntad de Dios a fin de que la misma ley "se cumpliese [pl'róÇ] en
nosotros" (Rom. 8: 3-4).
18. De cierto. Gr. Amén, del Heb. 'amen,
"firme", "establecido", "seguro". Según el sentido del hebreo, el 'amen
significa una respuesta confirmatorio y enfática a lo que dice otra persona
(Núm. 5: 22; Deut. 27: 15-16; etc.). Se le da el mismo sentido en el NT(1 Cor.
14: 16). Se emplea el amén con
frecuencia en el NT al final de una doxología (Rom. 1: 25; Gál. 1: 5; etc.).
Pero es peculiar de Jesús la forma en que usa el amén para confirmar lo que él
mismo dice y para darle más énfasis. El
comienza muchas de sus expresiones diciendo: "De cierto os digo"
(Mat. 6: 2, 5, 16; etc.), o, como aparece en el Evangelio de Juan (25 veces),
"de cierto, de cierto te digo" (Juan 3: 3, 5, 11; etc.; ver com. cap.
1: 51).
Hasta que pasen el cielo y la tierra. Comparar con Mar. 13: 31; Luc. 16: 17. Puesto que la ley es una expresión de la
voluntad de Dios, y el plan de salvación es una expresión de la misericordia de
Dios, ninguno de ellos fracasará. "La
palabra del Dios nuestro es segura para siempre" (Isa. 40: 8).
Jota. Gr.
iÇta, la novena letra del alfabeto griego, que corresponde con la letra hebrea
yod (ver p. 16), la más pequeña del alfabeto hebreo.
Ni una. La
construcción griega tiene un negativo sumamente enfático. Un cambio en la ley moral es tan imposible
como una transformación del carácter de Dios, quien no puede cambiar (Mal. 3:
6). Los principios de la ley moral son tan permanentes como Dios.
Tilde. Gr.
keráia, "cuernito", quizá el ganchito en la letra wau (w; ver p. 16)
o parte de alguna otra letra necesaria para distinguirla de tina letra
similar. Al ver el parecido entre las
letras hebreas equivalentes a b y k, d y r, h y j, en la p. 16, se comprenderá
cuán importantes son los detalles diminutos de esas letras. Los judíos tenían por tradición que si todos
los habitantes de la tierra intentaran abolir la más pequeña letra de la ley,
no podrían tener éxito. Razonaban que
hacerlo significaría una falta tan grande que el mundo sería destruido.
Se haya cumplido. Gr. gínomai, "llegar a ser", "ocurrir",
"establecerse". Dios no
modificará ni cambiará su voluntad ya expresada (ver com. vers. 17). Su "palabra" cumplirá los benéficos
propósitos divinos y "será prosperada" (Isa. 55: 11). No habrá modificación de los preceptos
divinos para amoldarlos con la voluntad del hombre.
19. Quebrante. Gr. lúÇ, "desatar" (ver cap. 18: 18); al referirse a mandamientos
significa "quebrantar", "anular",
"rescindir". KatalúÇ,
"destruir" (cap. 5: 17), es una forma más enfática del mismo
vocablo. Al emplear la forma verbal más
débil, lúÇ, Cristo pudo haber querido mostrar que aun por una leve transgresión
de los mandamientos se justifica que alguien sea llamado "muy
pequeño" en el reino.
Estos mandamientos muy pequeños. Los escribas (ver p. 57) habían ordenado
minuciosamente en una escala de importancia relativa todos los preceptos de la
ley de Dios, las leyes de Moisés -tanto civiles como ceremoniales- y sus
propios reglamentos, suponiendo que si un mandamiento menos importante
contradecía a uno más importante, éste anulaba el primero. Por medio de ese legalismo minucioso era
posible inventar maneras para eludir los más claros requisitos de la ley de
Dios. Pueden encontrarse ilustraciones
de la aplicación de este principio en Mat. 23: 4, 14, 17-19, 23-24; Mar. 7:
7-13; Juan 7: 23. Se consideraba que era una prerrogativa de los rabinos
declarar que ciertas acciones eran permitidas, y otras, prohibidas. Jesús
planteó 324 claramente que, lejos de liberar a los hombres del cumplimiento de
los mandamientos de la ley moral, era aún más estricto que los expositores
oficiales de la ley -los escribas y rabinos- porque no permitía en ningún
momento excepciones. Todos los
mandamientos eran igual y permanentemente obligatorios.
Así enseñe. Comparar esto con el ejemplo de Jeroboam, "el cual pecó y ha hecho
pecar a Israel" (1 Rey. 14: 16).
Muy pequeño será llamado. Es decir, será considerado como el menos digno. Cristo no insinuó de ningún modo que el que
quebrantaba los mandamientos y enseñaba a otros a hacerlo iría al cielo. Aquí afirma claramente cuál sería el proceder
que habría en el reino para con los transgresores, es decir, la forma en que se
justipreciarían sus caracteres. Esto se
aclara en el vers. 20, donde los "escribas y fariseos" que quebrantaban
los mandamientos y enseñaban a otros la forma de hacer lo mismo, quedan
terminantemente excluidos del reino.
20. Vuestra justicia. Debe recordarse que Cristo se estaba dirigiendo al recién constituido
círculo íntimo de discípulos -los doce en especial- y a todos los otros que
eran ciudadanos futuros del reino recién establecido (ver com. vers. 1). Cristo expone aquí en lenguaje inconfundible
la excelsa norma que debían alcanzar esos ciudadanos.
Fuere mayor. La "justicia" de los ciudadanos del reino de los cielos debe
sobrepasar a la de los escribas -expositores oficiales de la ley- y de los
fariseos, que se jactaban de ser más piadosos que los demás (ver p. 53). Era como si en una competencia atlética, los
discípulos -tan sólo aficionados- fueran obligados a medirse con profesionales
y campeones, y se les dijera que lo menos que debían hacer era superar a esos
campeones.
La de los escribas y fariseos. Con referencia a los "escribas y
fariseos" ver pp. 53-54, 57. La justicia de los escribas y fariseos
consistía en prestar una obediencia externa a la letra de la ley. Cristo quería que se comprendieran los
principios en los cuales se basa la ley y que se viviera de acuerdo con
ellos. Así como lo hacen algunos
modernos maestros de religión, los escribas excusaban las debilidades de la
naturaleza humana, empequeñeciendo así la seriedad del pecado. De esa manera hacían que fuera fácil
desobedecer a Dios y animaban a los hombres a hacerlo (cf. CS 628). El rabí Akiba (m. 135 d. C.) afirmaba que el
hombre ha de ser juzgado por la mayoría de sus hechos; es decir, si sus buenas
acciones exceden a sus malas acciones, Dios lo declarará justo (Mishnah Aboth
3. 16). A fin de compensar las malas
acciones, los escritos rabínicos prescribían un sistema de justicia por obras,
por medio del cual una persona podía ganar suficientes méritos para superar el
balance desfavorable en su contra.
Muchos fariseos creían que su sistema de justicia por obras era un
pasaporte seguro para el cielo; con ese fin eran fariseos. En este pasaje, Jesús presenta la ineficacia
del sistema legalista para conseguir que los hombres siquiera pasen el umbral
del reino. Los esfuerzos por obtener
justicia mediante actos formales o hechos considerados como meritorios, carecen
en absoluto de valor (Rom. 9: 31-33).
No. El
griego emplea el doble negativo ou m', su forma más enfática, equivalente a
"nunca jamás".
21. Oísteis. Jesús procede ahora a presentar ejemplos específicos de su interpretación
de la ley Como Autor de ella, es su único verdadero Expositor. Poniendo de lado la casuística rabínica,
Jesús restauró la verdad a su hermosura y lustre originales. La expresión "oísteis" implica que
la mayoría de los oyentes en esta ocasión no habían leído ellos mismos la ley. Esto era de esperarse, porque la mayoría de
ellos eran rudos labradores y pescadores (DMJ 36). Cuando conversó más tarde con los eruditos
sacerdotes y ancianos, Jesús preguntó: "¿Nunca leísteis en las
Escrituras?" (cap. 21: 42). Sin
embargo, ese mismo día un grupo de gente del común del pueblo, dentro del atrio
del templo, se dirigió a Jesús diciendo: "Nosotros hemos oído de la
ley" (Juan 12: 34).
Fue dicho. Al citar a antiguos expositores de la ley, los rabinos con frecuencia
presentaban lo que esos eruditos habían dicho, con las palabras que Jesús emplea aquí. En los escritos rabínicos estas palabras se
usan también para presentar citas del AT.
No matarás. El sexto mandamiento del Decálogo (ver com.
Exo. 20: 13).
Será culpable de juicio. Es decir, "será reo ante el tribunal" (BJ). En casos de homicidio no premeditado, diferente
de un asesinato, la ley protegía al homicida (ver com. Núm. 35: 6; Deut. 19: 3). Por supuesto, aquí se hace referencia a un
derramaniento intencional 325 de sangre, a un fallo de culpabilidad y al
castigo de parte de las autoridades establecidas.
22. Pero yo os digo. Los rabinos citaban las tradiciones como autoridad en la cual basaban su
interpretación de la ley. Cristo habló
por su propia autoridad, y este hecho distinguía su enseñanza de la de los
rabinos, lo que el pueblo observó sin demora (ver Mat. 7: 29; com. Luc. 4: 22).
La expresión "pero yo os digo" aparece seis veces en Mat. 5
(vers. 22, 28, 32, 34, 39, 44). Cristo
demostró que sus demandas iban mucho más allá de la mera letra de la ley, y que
incluían el espíritu que habría de impartir vida y significado a lo que de otro
modo no era sino forma. Presentó seis
ejemplos específicos a fin de dejar en claro la distinción entre los hechos
visibles y los móviles que llevan a realizar esas reacciones. Este contraste, que recorre como una hebra de
oro el Sermón del Monte, hace que el discurso sea la declaración suprema de la
filosofía cristiana de la vida. la máxima exposición de ética de todos los
tiempos. Cristo destacó cuán abarcantes
son en verdad los requerimientos de la ley e hizo resaltar que la mera
conformidad exterior con la ley de nada sirve.
Se enoje contra su hermano. El asesinato es el resultado final del enojo. Pero una persona puede ocultar su enojo de
sus prójimos, aun de los que son el objeto de su ira. Lo más que puede hacer un tribunal es
castigar las acciones que resultan del enojo.
Sólo Dios puede llegar hasta la raíz del asunto para condenar y castigar
a una persona por causa del enojo mismo.
Juicio. Quizá
se refiera esto al veredicto de la justicia local de una ciudad o aldea, e
indica que la ira se había expresado en amenazas o acciones.
Necio. Gr.
rhaká, sin duda una transliteración del arameo reqa' (Heb. reqah), que
significa "sin valor", "estúpido". Es una vigorosa expresión despectiva. En la literatura rabínica reqa' aparece como
la exclamación de un oficial cuando un subalterno no le ha hecho el saludo
debido. El cristiano debe tratar con
respeto y ternura aun al más ignorante y degradado (DMJ 52).
Concilio. Gr. sunédrion, palabra que aquí quizá se refiera al sanedrín local, o
tribunal de la ciudad y no el gran sanedrín de Jerusalén.
Fatuo. Gr.
mÇrós, "estúpido", "tonto".
Se ha sugerido que la palabra mÇrós es la transliteración del vocablo
hebreo moreh, "contencioso", "rebelde",
"contumaz", al paso que rhaká expresa desprecio por la inteligencia
de un individuo, o, mejor dicho, por, la falta de inteligencia, mÇrós, tal como
se lo emplea aquí, parece expresar desdén por los motivos del individuo. En el primer caso se llama
"estúpido" al individuo; en el segundo, se lo denomina
"bribón" o "truhán", lo cual implica que se porta
neciamente por motivos aviesos. Si
Cristo se negó a "proferir juicio de maldición" contra el diablo
(Jud. 9), nosotros deberíamos refrenarnos de hacerlo con nuestros
prójimos. Hemos de dejar con Dios la
obra de juzgar y condenar a una persona por sus motivos.
Según
el Talmud Kiddushin 28a, el que fuera culpable de denigrar a otro llamándolo
"esclavo", debía ser excomulgado de la sinagoga durante 30 días, y el
que llamara a otro "bastardo", debía recibir 40 latigazos.
Infierno de fuego. Literalmente "géenna de
fuego". Géenna es la
transliteración de las palabras hebreas ge' hinnom, "valle de Hinom",
o ge' ben hinnom, "valle del hijo de Hinom" (Jos.15: 8). Este valle
está al sur y al oeste de Jerusalén y se encuentra con el valle de Cedrón,
inmediatamente al sur de la ciudad de David y el estanque de Siloé (ver com.
Jer. 19: 2). El impío rey Acaz (ver t.
II, p. 88) parece haber iniciado en los días de Isaías la bárbara costumbre
pagana de quemar los niños, ofrendándolos a Moloc en un alto llamado Tofet, en
el valle de Hinom (2 Crón. 28: 3; cf. PR 40-41). Esos ritos abominables se describen en com.
Lev. 18: 21; Deut. 18: 10; 32: 17; 2 Rey. 16: 3; 23: 10; Jer. 7: 31. Manasés,
nieto de Acaz, restableció esa práctica (2 Crón. 33: 1, 6; cf. Jer. 32:
35). Años después, el buen rey Josías
profanó ceremonialmente los altos del valle de Hinom donde se había realizado
ese atroz tipo de culto (2 Rey. 23: 10), con lo cual se acabaron esos
sacrificios. Como castigo por ése y
otros males, Dios advirtió a su pueblo que el valle de Hinom un día sería el
"Valle de la Matanza" por causa de los "cuerpos muertos de este
pueblo" (Jer. 7: 32-33; 19: 6; cf. Isa. 30: 33). Por eso los fuegos de Hinom se convirtieron
en un símbolo del fuego consumidor del último gran día de juicio y del castigo
de los impíos (cf. Isa. 66: 24). Según las ideas escatológicas judías,
derivadas en parte de la filosofía griega, géenna era el lugar donde se
reservaban las almas de los impíos bajo castigo hasta el día del juicio final y
de las retribuciones.
La tradición que afirma que el
valle de la 326 Gehenna (forma latina
del nombre) era el lugar donde se quemaban los desperdicios, y que por lo tanto
era una figura del fuego del día final, parece haberse originado con el rabí
Kimchi, erudito judío de los siglos XII y XIII.
La antigua literatura judía no contiene nada de esto. Los rabinos más antiguos basaron la idea de
la Gehenna como un símbolo del fuego del último día en
Isa. 31:9. Ver art.
"Hell" en Seventh-day Adventist Bible Dictionary.
23. Ofrenda. Gr. dÇron, palabra que se refiere a cualquier clase de regalos o a ofrendas especiales. En el cap. 23: 18-19 se deja ver claramente cuál era la importancia ritual de una ofrenda colocada sobre el altar. Tu hermano. Quienes escucharon este sermón sin duda entendieron que el "hermano" era un judío. Para los cristianos, sería otro cristiano. Se entiende que la palabra "hermano" designa a aquellos con quienes estamos estrechamente relacionados. Pero Cristo más tarde aclaró que todos los hombres son hermanos, sin distinción de raza ni de credo (Luc. 10: 29-37).
24. Deja allí. El presentar una "ofrenda" o sacrificio personal se consideraba
entre los actos religiosos más sagrados e importantes, pero aun esto debía
ocupar tan lugar secundario por las circunstancias aquí expuestas. Es posible que la "ofrenda" que
aquí se menciona fuera un sacrificio hecho con el fin de obtener el perdón y el
favor de Dios. Cristo insiste en que los
hombres deben arreglar las cuentas con sus prójimos antes de que puedan
reconciliarse con Dios (cf. Mat. 6: 15;
1 Juan 4: 20). La obligación más
importante tiene prioridad sobre otra de menor importancia. La reconciliación es más importante que el
sacrificio. El vivir los principios
cristianos (Gál. 2: 20) es de mucho mayor valor a la vista de Dios que
practicar las formas externas de la religión. (2 Tim. 3: 5).
Reconcíliate. Ver com. cap. 6: 12; 18: 15-19.
25. Ponte de acuerdo. Gr. eunoéÇ, "tener la mente bien dispuesta [para con alguien]",
verbo relacionado con la palabra éunoos, "benévolo", "bien
dispuesto", "favorable", "amigable". El "estar de acuerdo" implica un
cambio de sentimientos para con el que fue antes adversario.
Adversario. Gr. antídikos, "opositor", el adversario en un pleito legal. El contexto indica que en este caso el
"adversario" es el "acusador" y que la persona a quien
Cristo habla es el acusado (cf. Luc. 12:
58-59).
En el camino. Es decir, de camino al tribunal. Jesús dijo que era preferible arreglar las
cosas sin recurrir a los tribunales.
Alguacil. Gr. huper't's, "funcionario subordinado".
Se emplea este término en el NT para
referirse a los ayudantes de la sinagoga (ver com. Luc. 4: 20), a Juan Marcos como ayudante de
Pablo y Bernabé (Hech. 13: 5), y a los ministros del Evangelio (Luc.1: 2; Hech.
26: 16; 1 Cor. 4: 1; etc.).
26. De cierto. Ver com. vers. 18.
No. El
griego emplea ou m', una doble negación muy enfática.
Cuadrante. Gr. kodránt's, latín quadrans, que aproximadamente equivalía a "dos
blancas" (cf. Mar. 12: 42).
27. Oísteis. Ver com. vers. 21.
No cometerás adulterio. Cita de Exo. 20: 14 (cf. Deut. 5:
18).
28. Pero yo os digo. Ver com. vers. 22. Esencialmente,
las enseñanzas de Jesús acerca de la relación matrimonial y sus
responsabilidades se basan en el plan original de Dios para el hogar que
aparece en Gén. 2: 21-24 (ver Mat. 19: 8), y no en la ley mosaica (Deut. 24:
1-4). Según ese plan, el matrimonio debía satisfacer la necesidad
de compañerismo (Gén. 2: 18), y debía proporcionar un hogar y la debida
educación para los hijos que nacieran (Gén. 1: 28; 18: 19; Prov. 22: 6; Efe. 6:
14). El hogar fue
establecido como un ambiente ideal en el cual tanto padres como hijos pudieran
aprender de Dios y desarrollaran caracteres que estuvieran a la altura de los
elevados ideales inherentes en el propósito divino que llevó a su creación.
Mira a una mujer. La belleza femenina es un don del amante Creador, de quien procede toda
verdadera belleza. La limpia apreciación
de esa hermosura es correcta. Además, la
atracción que cada sexo tiene para el otro fue implantada en los hombres y las
mujeres por el Creador, y cuando se manifiesta dentro de los límites ordenados
por Dios, es intrínsecamente buena, pero cuando se la pervierte para servir a
intereses impíos y egoístas, se transforma en una de las fuerzas destructoras
más grandes del mundo.
Codiciarla. Gr. epithuméÇ significa "anhelar", "desear intensamente", "codiciar". Se emplea tanto en el sentido bueno como en el malo.
Jesús dijo a los
doce que había deseado con gran deseo (epithumía, epethúm'sa) comer 327 la
pascua con ellos (Luc. 22:15), En este sentido positivo epithuméÇ aparece
también en Mat. 13: 17; Luc. 17: 22; Heb. 6: 11; 1 Ped. 1: 12; etc.
El
sustantivo de la misma raíz epithumía, "deseo" aparece en Fil. 1: 23;
1 Tes. 2: 17. Uno de los equivalentes
hebreos del verbo epithuméo es jamad, "desear",
"complacerse". Esta es la
palabra que se traduce como "codiciar" en el décimo mandamiento (Exo.
20: 17; Deut. 5: 21) y "desear" en Isa. 53: 2. Cristo sin duda pensaba en el décimo
mandamiento cuando advirtió en contra de mirar "a una mujer para
codiciarla". Es decir, el hombre
que pone sus afectos y su voluntad en armonía con el décimo mandamiento, de esa
manera se protege de violar el séptimo.
Corazón. Gr.
kardía, "corazón", pero que se refiere más bien al intelecto, los
afectos y la voluntad. "Porque cual
es su pensamiento en su corazón, tal es él" (Prov. 23: 7). Cristo destaca que el carácter se determina
no tanto por los actos visibles como por los sentimientos que motivan esos
actos. Lo externo meramente refleja e
incrementa los sentimientos. Aquel que
comete acciones malas si está seguro de que nadie lo sabrá y que se reprime de
cometerlas sólo por ese temor, es culpable a la vista de Dios. El pecado es en primer lugar un acto de las
facultades superiores de la mente, de la razón, del libre albedrío, de la
voluntad (ver com. Prov. 7: 19). La acción visible es meramente un resultado
de la decisión interna.
29. Tu ojo derecho. Cf. cap. 18: 8-9. Se ha registrado
(cap. 5: 28) que Cristo, yendo más allá de la acción, llamó la atención al
motivo que la produce, es decir, la intención o forma de pensar que provoca la
acción. Aquí va más allá del motivo o la
intención para señalar las vías por las cuales el pecado logra entrar en la
vida: los sentidos que se comunican con el sistema nervioso. Para la mayoría de las personas los más
fuertes incentivos al pecado son los que llegan a la mente por el camino de los
nervios óptico, auditivo y otros nervios sensoriales (HAp 413).
El
que se niega a ver, escuchar, gustar, oler o tocar lo que incita al pecado, ha
ganado buena parte de la batalla para evitar los pensamientos pecaminosos. El que inmediatamente desecha los malos
pensamientos, cuando fugazmente pasan como un relámpago en su conciencia, evita
así la formación de una manera de pensar que se hace hábito y que condicionan
la mente para que peque cuando se presente la oportunidad. Cristo vivió una vida sin pecado porque
"no había en él nada que respondiera a los sofismas de Satanás" (DTG
98).
Te es ocasión de caer. Gr. shandalízÇ, "ser motivo de tropiezo". El término skándalon, se refiere al mecanismo
que hace funcionar una trampa (Rom. 11: 9; 14: 13; 1 Juan 2: 10; Apoc. 2: 14).
Sácalo. En un sentido sería mejor vivir esta vida siendo ciego o lisiado, que perder la vida eterna. Aquí las palabras de Cristo son figuradas. No pide que se mutile el cuerpo, sino que se controlen los pensamientos. Negarse a contemplar lo malo es tan efectivo como cegarse, y tiene la ventaja de que se retiene la facultad de la vista que puede emplearse para ver lo bueno. Algunas veces, un zorro que ha caído en una trampa se corta a dentelladas una pata a fin de escapar. Del mismo modo, un lagarto sacrifica su cola o una langosta de mar sacrifica una de sus pinzas. Al hablar de sacarse el ojo o cortarse la mano, Cristo habla en forma figurada de la acción resuelta de la voluntad para precaverse del mal. El cristiano hará bien en seguir el ejemplo de Job, quien hizo "pacto" con sus ojos (Job 31: 1; cf. 1 Cor. 9: 27). Infierno. Gr. géenna (ver com. vers. 22).
30. Tu mano derecha. Es decir, como instrumento de malos deseos (ver com. vers. 29).
31. Fue dicho. Ver com. vers. 21.
Repudie. Gr.
apolúÇ, "librar", "soltar", aquí con el sentido de
"divorciar".
Carta de divorcio. Gr. apostásion, "certificado de separación". Esta palabra viene del verbo afist'mi,
"separar", "abandonar".
La palabra "apostasía" procede de la misma raíz. Como Cristo lo hizo resaltar más tarde, el
divorcio no fue parte del plan original de Dios sino que fue aprobado
transitoriamente en la ley de Moisés debido a la "dureza" del corazón
de los hombres (cap. 19: 7-8). En
relación con la naturaleza y el propósito de la ley de Moisés respecto al
divorcio, ver com. Deut. 24: 1-4. Debería destacarse que la ley de Moisés no
instituyó el divorcio. Por orden divina,
Moisés toleró el divorcio y lo reguló a fin de evitar abusos. El matrimonio
cristiano debería basarse en Gén. 2: 24 y no en Deut. 24: 1.
32. Fornicación. Gr. pornéia, término genérico que se emplea para designar las relaciones
sexuales ilícitas. La escuela liberal de
Hillel enseñaba que un hombre podía divorciarse 328 por las causas más
triviales, por ejemplo, si su esposa le arruinaba un plato de comida (DMJ
56). Por otra parte, la escuela de
Shammai, más conservadora, interpretaba que "alguna cosa indecente"
(Deut. 24: 1) significaba "falta de castidad" (Mishnah Gittin 9. 10).
Pero Jesús especificó que no debía haber divorcio salvo en el caso de
infidelidad conyugal. La relación
matrimonial había sido pervertida por el pecado, y Jesús vino a restaurarla a
la pureza y la hermosura que originalmente le había dado el Creador (ver
com. Deut. 14: 26).
En
su providencia, Dios quiso que el matrimonio fuera una bendición que elevara a
la humanidad. El compañerismo entre
marido y mujer fue ordenado por Dios como el ambiente ideal dentro del cual
podría madurarse un carácter cristiano.
La mayor parte de los ajustes de personalidad en el matrimonio y las
dificultades que muchos tienen para hacer estos ajustes demandan dominio propio
y algunas veces significan abnegación y sacrificio. El verdadero amor es "sufrido, es
benigno", "no busca lo suyo", "todo lo sufre, todo lo cree,
todo lo espera, todo lo soporta" (1 Cor. 13: 4 -7). Cuando los cristianos
comienzan su relación matrimonial, deberían aceptar la responsabilidad de
aplicar los principios aquí enunciados.
Los cónyuges que apliquen estos principios y que estén dispuestos a que
la gracia de Cristo obre en sus vidas, encontrarán que por más grande que
parezca, no hay ninguna dificultad que no pueda resolverse. Cuando los caracteres de los esposos son
incompatibles, la solución cristiana es modificar el carácter y no cambiar de
cónyuge.
Hace que ella adultere. Una esposa repudiada naturalmente procuraría encontrarse un nuevo
hogar. Pero al casarse de nuevo,
cometería adulterio porque su matrimonio anterior no había sido disuelto a la
vista de Dios (cf. Mar. 10: 11-12). Cristo desechó con toda claridad la tradición
rabínica de sus días, especialmente la de la escuela de Hillel (ver párrafo
anterior, "fornicación"), la cual permitía el divorcio por cualquier
causa. Al parecer, era relativamente
fácil que el esposo se librara de los vínculos matrimoniales en forma
legal. Jesús hizo resaltar que el
matrimonio había sido divinamente instituido, y que recibía la aprobación
divina cuando se entraba debidamente en ese estado. Lo que Dios había unido, ninguna práctica ni
tradición rabínica podía separar.
33. Además. Esta es la tercera ilustración de la interpretación espiritual que Cristo hizo de la ley. Habéis oído. Ver com. vers. 21.
Fue dicho. Lo que sigue no es una cita exacta, sino más bien un resumen de las
enseñanzas de Lev. 19: 12; Exo. 20: 7; Núm. 30: 2; Deut. 23: 22.
Es interesante notar que la Mishnah dedica toda una sección (Shebuoth) a
los juramentos. Al parecer, eran una
parte importante de la vida judía.
No perjurarás. Gr. epiorkéÇ, "jurar falsamente".
Aquí Cristo se refiere a las solemnes declaraciones hechas para
confirmar la verdad de lo que se ha dicho o de promesas que se han hecho. Habla de perjurio, sobre todo de los
juramentos falsos en los cuales se invoca el nombre de Dios, deshonrando y
profanando así el nombre sagrado.
Cumplirás ... tus juramentos. Cristo habla aquí de promesas, sobre todo de las
que se hacen a Dios. Sin embargo, no se
refiere tanto a lo que se promete, sino al hecho de que la promesa se cumpla,
Destaca que lo que vale no es cómo se hacen las promesas, sino cómo se
cumplen. Con relación a la solemnidad y
la inviolabilidad de los votos hechos a Dios, ver com. Lev. 19: 12; Núm. 30: 2; Deut. 23: 21.
34. Pero yo os digo. Ver com. vers. 22.
No juréis en ninguna manera. Jesús no se refería aquí al solemne juramento
judicial (DMJ 59; ver com. cap. 26: 64), sino a los juramentos comunes entre
los judíos. Se refería a esas
afirmaciones que comienzan con las palabras "te lo juro". Los judíos tenían diversas formas para
liberarse de las obligaciones aceptadas bajo juramento. El modo en que Cristo trató la casuística que
muchas veces estaba implicada en los juramentos judíos se trata más ampliamente
en el cap. 23: 16-22.
Ante
Caifás, Cristo mismo respondió bajo juramento (cap. 26: 63-64). Pablo invocó a Dios repetidas veces como
testigo de que lo que decía era cierto (2 Cor. 1: 23; 11: 31; cf. 1 Tes. 5:
27). El Decálogo no condena los juramentos,
pero sí el perjurio (Exo. 20: 7, 16).
"Si hay alguien que puede declarar en forma consecuente bajo
juramento, es el cristiano" (DMJ 60).
Cuando
está en el corazón del hombre hablar la verdad, el prestar juramento es
superfluo. La costumbre de invocar el
nombre de Dios en ciertos momentos implica que lo que una persona dice en
dichas circunstancias es más digno de confianza que lo que dice en otros
momentos. Cristo ordena que haya
veracidad 329 en todas las relaciones de la vida. "Todo cuanto hacen los cristianos debe
ser transparente como la luz del sol" (DMJ 60).
Ni por el cielo. El rabí Meir (siglo II) decía que jurar por "cielo y tierra" no
obligaba al hombre a cumplir lo que había prometido, pero que si juraba por un
sustituto del nombre de Dios (ver t. I, p. 181) entonces era responsable
(Mishnah Shebuolh 4. 13). Pero Jesús
dijo que no había que jurar "en ninguna manera".
35. Estrado de sus pies. Cf. Isa. 66: 1. Esta expresión poética hace resaltar la insignificancia de la tierra y de sus habitantes en comparación con Dios (cf. Isa. 57: 15; Ecl. 5: 2; Lam. 2: 1). Gran Rey. Es decir, Dios.
36. Por tu cabeza. Otra fórmula común de jurar.
37. Vuestro hablar. Comparar con pasajes como Efe. 4: 29.
Sí, sí. Cf. Sant. 5: 12.
Para el cristiano, para el que respeta su propia palabra, una simple
afirmación o negación vale tanto como un juramento complicado.
De mal. Mejor,
"del Maligno" (BJ). Cf. Mat. 13: 19; 1 Juan 3: 12.
38. Oísteis. Ver com. vers. 21. Cristo presenta
su cuarta ilustración del espíritu de la ley en contraste con la mera
formalidad de obedecerla. Los vers.
38-42 tienen que ver con el proceder de un cristiano cuando es perjudicado por
otros.
Fue dicho. Ver com. vers. 21. Esta cita se basa
en Exo. 21: 14; Lev. 24: 20; Deut. 19: 21 (ver com. Exo. 21: 24; t. 1, p. 629).
Ojo por ojo. Esta ley fue instituida para evitar los abusos del sistema de justicia
común en la antigüedad. Era práctica
corriente cobrar las deudas o daños con intereses exorbitantes. Esta ley era un estatuto civil, y el castigo
debía hacerse bajo la supervisión de los tribunales. Pero no se justificaba la
venganza personal (DMJ 62-63). Con referencia a una disposición similar en la
ley de Hammurabi, ver t. 1, p. 629.
39. Pero yo os digo. Ver com. vers. 22.
No resistáis al que es malo. Es decir, no procuréis vengaros por los males
sufridos. Aquí Jesús parece referirse a
una hostilidad activa y no a una resistencia pasiva. El cristiano no debe responder a la violencia
con violencia. Debe vencer "con el
bien el mal" (Rom. 12: 21) y amontonar "ascuas de fuego" sobre
la cabeza del que lo perjudica (Prov. 25: 21-22).
Mejilla. Así
como ocurre con las otras ilustraciones que aparecen en los vers. 21-47, Jesús
se preocupa más por el espíritu que motiva el acto que con el acto mismo. El cristiano no debe luchar por lo que
considera que es su derecho. Sufrirá un
menoscabo antes que procurar desquitarse. Jesús mismo observó plenamente el
espíritu de esta orden, aunque literalmente no atrajo sobre sí sufrimientos
adicionales (Juan 18: 22-23; cf. Isa.
50: 6; 53: 7). Tampoco lo hizo Pablo
(Hech. 22: 25; 23: 3; 25: 9-10). En la
cruz, Cristo manifestó el espíritu del cual habló aquí cuando pidió al Padre
que perdonara a quienes lo atormentaban (Luc. 23: 34).
40. Ponerte a pleito. Es decir, hacer comparecer delante de un tribunal. En el griego dice que no se trataba de un,
juicio ya comenzado, sino que simplemente existía la posibilidad de una acción
legal.
Túnica. Gr.
jitÇn, la prenda, similar a una camisa, que se llevaba sobre la piel.
Déjale. El
cristiano se ha de someter callada y mansamente ante un agravio.
Capa. Gr.
himátion, el manto exterior, o "capa", que solía usarse como cobija
por la noche, y que era diferente de un jitÇn. Muchas veces un pobre no tenía
ninguna otra cosa que dar como prenda sino su "capa". Sin embargo, la ley de Moisés prohibía que el
acreedor retuviera esa vestimenta como prenda durante la noche (Exo. 22:
26-27). En vista de que la capa era
considerada más esencial que la "túnica", o vestimenta interior,
cederla sin resistencia demostraría una concesión mayor, sobre todo en vista de
que la ley le otorgaba al dueño ciertos derechos sobre su capa.
41. Obligue. Gr. aggaréuÇ, "obligar a servir".
La palabra ággaros es un vocablo tomado del persa, y relacionado con el
verbo anterior. Significa "correo
de caballo". Los persas usaban este
término para designar a los correos reales del sistema imperial de postas que
ellos perfeccionaron hasta llegar a un magnífico grado de eficiencia (ver com. Est. 3: 13).
En tiempos de los romanos, aggaréuÇ y ággaros se referían al servicio
obligatorio del transporte de pertrechos militares. Epicteto (iv. 1. 79) aconseja respecto a este
servicio: "Si hay una requisa y un soldado te lo toma [el asno], déjalo
ir. No te resistas ni te quejes, porque
de lo contrario te apalearán y al final, perderás el asno también". Resistirse era provocar un trato cruel. En Mat. 27: 32 y Mar. 15: 21 se emplea el
verbo aggaréuÇ cuando 330 se lo obligó a Simón a que llevara la cruz de Cristo.
Jesús
se refería a casos tales como cuando un soldado romano le exigía a un civil
judío que llevara su equipaje durante una milla, como lo mandaba la ley
(cf. Luc. 3: 14). El cristiano debería prestar un servicio
doble del exigido por la ley, y debería hacerlo con alegría. En Capernaúm había una guarnición militar
romana y mientras Jesús hablaba, los que escuchaban veían pasar un grupo de
soldados romanos por un camino vecino (DMJ 61).
Los judíos esperaban y creían que el Mesías humillaría el orgullo de
Roma. Aquí Jesús aconsejó sumisión ante
la autoridad romana.
42. No se lo rehúses. Los ciudadanos del reino de los cielos sentirán impulsos generosos y
actuarán conforme a ellos (ver com. Luc. 6: 30).
43. Oísteis. Ver com. vers. 21.
Fue dicho. Ver com. vers 21.
Amarás. Gr.
agapáÇ, cuya rica gama de matices no es reflejada adecuadamente por el verbo
"amar". La palabra
"amar" implica tantas ideas diferentes, que el verdadero significado
del verbo agapáÇ se tergiversa. Los
griegos tenían tres verbos para expresar las ideas que se expresan por medio del
verbo llamar": agapáÇ, filéÇ, eráÇ.
FiléÇ
describe en general el amor afectuoso, basado en emociones y afectos. Es el amor entre amigos, entre familiares; es
el cariño para quienes también nos tienen cariño. Se lo traduce correctamente como
"querer" en Juan 21: 15-17 (BJ).
El verbo eráÇ no aparece en el NT.
Se refiere al amor sensual. Es la
raíz de la palabra "erotismo", y como tal describe el amor que se
manifiesta en el plano físico. El verbo
agapáÇ se relaciona con el respeto y la estima.
Es un principio de acción y no una acción regida por sentimientos. Pone en acción las facultades superiores de
la mente y de la inteligencia. Al paso
que el verbo filéÇ implica amar a quienes nos aman, el verbo agapáÇ expresa
respetar, estimar y amar aun a quienes no nos aman. Demuestra un amor altruista, mientras que el
verbo eráÇ describe un amor puramente egoísta, y aun el sentimiento expresado
con filéÇ puede estar teñido de egoísmo.
El
sustantivo correspondiente con este verbo es agáp'. Se encuentra casi exclusivamente
en la Biblia. El agáp' del NT es el amor
más puro y excelso, amor que no puede ser igualado, amor que obliga a una
persona a sacrificarse en bien de otros (Juan 15: 13). Implica reverencia para Dios y respeto a los
prójimos. Es un principio divino de pensamiento y de acción que modifica el
carácter, gobierna los impulsos, controla las pasiones y ennoblece los afectos
(ver com. Luc. 6: 30).
Tu prójimo. Para los judíos, un "prójimo" era otro israelita, ya fuera por
nacimiento o por conversión. Aun los
samaritanos, mezcla de judíos con otras razas, estaban excluidos y eran
considerados como extranjeros. En la
parábola del Buen Samaritano (Luc. 10: 29-37), Jesús destruyó ese concepto tan
estrecho y proclamó la hermandad de todos los hombres. El amor cristiano procura el bienestar de
todos, sin distinción de raza ni de credo.
"Prójimo" (del latín proximus) significa literalmente nuestro
"próximo". Todo el que está
cerca de nosotros.
Aborrecerás a tu enemigo. Esta frase no aparece en Lev. 19: 18, pero sin duda era un proverbio
popular. Odiar a otros o menospreciarlos
es un producto natural del orgullo.
Considerándose como hijos de Abrahán (Juan 8: 33; ver com. Mat. 3: 9), superiores a otros, los judíos
despreciaban a los gentiles, Es como si Jesús les hubiera dicho que si la ley
mandaba amar a los prójimos, él ordenaba amar también a los enemigos (vers.
44). Luego Cristo prosigue explicando
por qué se debe amar a los enemigos: porque Dios así lo hace (vers. 45-48) y
porque somos hijos de Dios (vers. 45; 1 Juan 3: 1-2).
44. Pero yo os digo. Ver com. vers. 22.
Amad a vuestros enemigos. Cf. Rom. 12: 20. La palabra que se traduce como
"amad" es una forma del verbo agapáÇ, que es el amor que implica
respeto, y no filéÇ, que expresa amor de tipo afectivo (amor filial), que puede
existir entre los miembros de una familia (ver com. Mat. 5: 43).
La orden sería imposible de cumplir si se exigiera que todos los hombres
amaran (del verbo filéÇ) a sus enemigos, porque no podrían sentir para con sus
enemigos el mismo calor emotivo de afecto que se siente para con los miembros
inmediatos de la familia. Eso no es lo
que se espera. El amor indicado por el verbo filéÇ es espontáneo, emotivo y en
ningún pasaje del NT se manda amar de esta forma. Por otra parte, se puede requerir el amor del
tipo del verbo agapáÇ, porque este está bajo el dominio de la voluntad. Amar (en el sentido del verbo agapáÇ) a los
enemigos más acérrimos, 331 es tratarlos con respeto y cortesía y considerarlos
así como Dios los considera.
Bendecid. La evidencia textual tiende a confirmar el texto: "Amad a vuestros
enemigos y rogad por los que os persigan" (BJ). El pasaje paralelo de Luc. 6: 27-28 aparece
en forma más completa.
45. Hijos de vuestro Padre. Los hijos se parecen al Padre en carácter (DMJ 65;
ver com. vers. 43, 48). La prueba del amor a Dios es el amor a nuestros
prójimos (1 Juan 4: 20).
Que está en los cielos. Esta expresión es característica de Mateo.
Sobre malos. Mediante esta obvia ilustración tomada de la naturaleza, Jesús desaprueba el error popular judío de que Dios concede sus bendiciones a sus santos y las niega a los pecadores (ver com. Juan 9: 2). Los judíos atribuían a Dios el mismo espíritu de odio para con los pecadores y los que no eran judíos que ellos mismos sentían.
Pero, trátese de las
bendiciones de la naturaleza o de la salvación, "Dios no hace acepción de
personas" (Hech. 10: 34-35).
46. Los que os aman. Ver com. vers. 43
¿Qué recompensa tendréis? Es decir, ¿qué mérito especial tendrían por hacer eso? ¿Qué habría de
maravilloso en amar a los que los amaban?
Ver com. Mat. 7: 12; Luc. 6:
32-35.
Publicanos. Ver p. 68.
47. Saludáis a vuestros hermanos. El saludo universal del Cercano Oriente shalom o
salaam, "paz", expresa el deseo de que aquel a quien se dirige la
salutación pueda gozar de toda
bendición espiritual y
material (ver com. vers. 9).
Los gentiles. No hay nada de meritorio ni digno de mención especial en hacer lo que todo
el mundo hace.
48. Sed, pues. Con estas palabras Cristo comienza la conclusión que debe sacarse de las
seis ilustraciones de la aplicación más excelsa y espiritual de la ley del
reino de los cielos, que se ha presentado en los vers. 21-47, aunque es
probable que la idea del vers. 48 esté más ligada con el contenido de los vers.
43-47. En todas estas ilustraciones
Jesús ha demostrado que en el reino que él ha venido a establecer, son los
propósitos y motivos íntimos los que determinan la perfección del carácter y no
sólo los actos visibles. El hombre puede
mirar "lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón"
(1 Sam. 16: 7).
Perfectos. Plural del griego téleios, "acabado", "completo",
"el que ha alcanzado la meta".
Proviene del vocablo télos, "fin", "cumplimiento",
"límite". En la literatura
griega se emplea la palabra téleios para describir a las víctimas perfectas
para el sacrificio, o los animales ya crecidos, o los seres humanos adultos,
maduros, profesionales bien preparados y bien calificados para su trabajo. Pablo habla de los téleioi (plural), y la RVR
traduce "los que han alcanzado madurez" (1 Cor. 2: 6) y
"perfectos" (Fil. 3: 15). Al
mismo tiempo, comprende que hay nuevas alturas que alcanzar y que él mismo no ha
alcanzado la perfección final. En el NT
se emplea la palabra téleios para describir a hombres que son física e
intelectualmente "maduros" (1 Cor. 14: 20; Heb. 5: 14). Con referencia a la palabra tam, el
equivalente hebreo, ver com. Job 1: 1; Prov. 11: 3, 5.
Jesús
no habla aquí de una impecabilidad absoluta en esta vida (ver CC 57; EGW RH
19-3-1890). La santificación es una obra progresiva.
Muchos
judíos se esforzaban arduamente para ser justos mediante sus propios esfuerzos,
para ganarse la salvación mediante obras.
Pero en su minucioso legalismo prestaban tanta atención a los detalles
diminutos de la letra de la ley, que perdían completamente de vista su espíritu
(cf. cap. 23: 23). En el Sermón del
Monte Cristo procuró desviar su atención de la cáscara al trigo. Habían convertido la ley en un fin en sí
misma, algo que debía guardarse porque sí, y habían olvidado que su propósito
era que levantaran la mirada a los elevados ideales de supremo amor a Dios y
amor altruista para los prójimos (cap. 22: 34-40). Algunos rabinos enseñaban
que injusticia consistía en tener en la cuenta de uno en el cielo más acciones
buenas que acciones malas.
Es
importante notar la relación entre los vers. 48 y 45 (cap. 5), porque el ser
"hijos de vuestro Padre que está en los cielos" (vers. 45) equivale a
ser "perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es
perfecto" (vers. 48). 5CBA
COMENTARIOS DE EGW
https://elaguila3008.blogspot.com/2009/11/dtg-capitulo-31-el-sermon-del-monte.html
1-48. DTG 265-278; 5-T253
1 DMJ 9; DTG 265
1-2. DMJ 43 332
1-12. Ed 75; 7T 269
2-3. DMJ 11
3. DTG 267; MB 184; PVGM 118
3-5. 2T 631
4. DMJ 14; DTG 267; 2JT 178
5. DMJ 17; DTG 268; MB 160; 2T 164; 3T 334; 7T 26
6. CC 79, 94; DMJ 20, 74, 94; ECFP 11, 63; Ev 324; FE 240; 1JT 241; 2JT
377; 3JT 193; MB 184; OE 268; PE 108; PR 275; 4T 449; 5T 17; TM 118, 200
6-9. DTG 269
7. DMJ 23; MB 17
8. CM 81, 328; DMJ 25; DTG 270; FE 385, 415; MJ 189; OE 54; PP 75; 1T 136;
8T 331
9. DMJ 27; PP 724; 2T 164, 437; 5T 176
10. DMJ 28
10-12. DTG 271; 8T 127
11. DMJ 30; MeM 71
11-12. HAp 142
12. DMJ 31-32
13. CH 560,592; DMJ 33, 49; DTG 407; Ev 505; FE 468; 2JT 131, 496; MeM
171; MJ 316; PR 174; SC 292; 2T 636; 3T
559; 5T 256; TM 379
13-14. CRA 523, 567; DTG 272; 1JT 102,
121; 2JT 79; MeM 171; MJ 347, 361;
RC 52; Te 89, 145; TM 429; 1T 425; 2T
394, 548; 3T 248; 4T 118, 319; 5T 280
13-15. 2T 633
13-16. CH 337; 3JT 296; 2T 443
14. CH 84, 445; CM 410; CMC 42, 131; CN 102, 391; COES 36; CRA 89; DMJ 35,
38; EC 309, 399; Ev 280, 295; HAd 30, 33, 83, 486; HAp 11; 1JT272, 319,384,
396; 2JT 90, 156, 223, 328; 3JT 69, 86, 288; MB 40, 273; MC 23; MeM 8, 105,
227, 313; NB 324; PR 530; PVGM 343; SC 22, 26; 1T 422, 458; 4T 356; 5T 113,
520,531, 554, 568; 8T 46,141; TM 450; 3TS 387
14 -15. 2JT 423
14-16. 2JT 291; PP 386; 3T 40; 6T 33; 8T52
15. CRA 499; Ev 319; 1JT 364; 2JT 455; 3JT 90, 161, 359; MM 302; 2T669; 4T
52, 391; 5T 404; 5TS 188 15-16 CM 305; DMJ 36; 5T 381
16. CC 82; CH 35, 242, 437, 592; CM 305, 410; CMC 360; CN 391; Ev 151, 342;
FE 203, 482; HAd 31, 227; HH 67; 1JT 165, 170, 444, 532; 2JT 161; 3, JT 118,
144, 249, 336; MC 23; MeM 227; MM 219; OE 204, 371, 386, 409; PR 530; PVGM 343;
IT 193, 422, 458, 485, 694; 2T 159, 161, 225, 247, 389, 465; 3T 53, 56, 200,
436; 4T 59; 5T 75, 38 l; 8T 26, 46, 56; Te 220; TM 13, 300; 5TS 183
17. CS 305; DMJ 43, 45; DTG 273; 1JT 218; PE 215; 8T 312
17-18. CS 520; PP 380; PVGM 255
17-19. CS 500; PR 136
18. CS 487; DMJ 46; DTG 250, 274, 710;
HAp 402
19. DMJ 48; DTG 275; 1JT 498; 5T 434, 627
19-20. 7T 114
20. DMJ 49; DTG 275; 3T 193
22. DMJ 51
22-24 DTG 277
23-24. DMJ 53; 3JT 229, 388; MC 386; 5T 646-649
26. 1JT 554
28. DMJ 54; PP 317
29-30. MJ 54; 3T 550; 5T 222, 340
30. DMJ 54-55
32. DMJ 56; HAd 309, 313-314
34. MeM 291
34-36. DMJ 58
34-37. 1JT 73
37. DMJ 60; Ed 231
39. DMJ 61, 64
40-41. DMJ 63
40-42. DMJ 63
42. MC 142
43-45. DMJ 64
44. DTG 230; FE 177; MM 253; 4T 134
44-45. DTG 277; MC 330; MM 256; 8T 286
45. DMJ 64; DTG 604; HAp 289; 2JT 522; MB 17; PR 173; PVGM 159; TM 284; 5TS
165
47. PVGM 216
48. CM 197, 279; CMC 27; DMJ 66; DTG 277; 1JT 589; 3JT 231; MeM 15, 39,
279; MJ 71,142; MM 112, 200, 254; NB 374; PP 620; 2T 445, 549; 4T 332, 455; 5T
557; 8T 64; 3TS 370
Ministerio Hno. Pio
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