(Este capítulo 31.
Está basado en San Mateo Capítulos 5, 6 y 7).
RARA vez reunía Cristo a sus discípulos a solas para darles
sus palabras. No elegía por auditorio suyo únicamente a aquellos que conocían
el camino de la vida. Era su obra alcanzar a las multitudes que estaban en
ignorancia y en error. Daba sus lecciones de verdad donde podían alcanzar el
entendimiento entenebrecido. El mismo era la Verdad, que dé pie, con los lomos
ceñidos y las manos siempre extendidas para bendecir, y mediante palabras de
amonestación, ruego y estímulo, trataba de elevar a todos aquellos que venían a
él. El sermón del monte, aunque dado especialmente a los discípulos, fue pronunciado
a oídos de la multitud. Después de la ordenación de los apóstoles, Jesús se fue
con ellos a orillas del mar. Allí, por la mañana temprano, la gente había
empezado a congregarse. Además de las acostumbradas muchedumbres de los pueblos
galileos, había gente de Judea y aun de Jerusalén misma; de Perea, de
Decápolis, de Idumea, una región lejana situada al sur de Judea; y de Tiro y
Sidón, ciudades fenicias de la costa del Mediterráneo. "Oyendo cuán grandes cosas hacía," ellos "habían venido
a oírle, y para ser sanados de sus enfermedades;. . . porque salía de él virtud
y sanaba a todos.' (Marcos 3:8; Lucas 6:17-19
La estrecha playa no
daba cabida al alcance de su voz, ni aun de pie, a todos los que deseaban
oírle, así que Jesús los condujo a la montaña. Llegado que hubo a un espacio
despejado de obstáculos, que ofrecía un agradable lugar de reunión para la
vasta asamblea, se sentó en la hierba, y los discípulos y las multitudes
siguieron su ejemplo. Los discípulos se situaban siempre en el lugar más cercano
a Jesús. La gente se agolpaba constantemente en derredor suyo, pero los
discípulos comprendían que no debían dejarse apartar de su presencia. Se
sentaban a su lado, a fin de no perder una palabra de sus instrucciones.
Escuchaban atentamente, ávidos 266 de comprender las verdades que iban a tener
que anunciar a todos los países y a todas las edades. Presintiendo que podían
esperar algo más que lo acostumbrado, rodearon ahora estrechamente a su
Maestro. Creían que el reino iba a ser establecido pronto, y de los sucesos de
aquella mañana sacaban la segura conclusión de que Jesús iba a hacer algún
anuncio concerniente a dicho reino. Un sentimiento de expectativa dominaba
también a la multitud, y los rostros tensos daban evidencia del profundo
interés sentido.
Al sentarse la gente en la verde ladera de la montaña,
aguardando las palabras del Maestro divino, tenían todos; el corazón embargado
por pensamientos de gloria futura. Había escribas y fariseos que esperaban el
día en que dominarían a los odiados romanos y poseerían las riquezas y el
esplendor del gran imperio mundial. Los pobres campesinos y pescadores
esperaban oír la seguridad de que pronto trocarían sus míseros tugurios, su
escasa pitanza, la vida de trabajos y el temor de la escasez, por mansiones de
abundancia y comodidad. En lugar del burdo vestido que los cubría de día y era
también su cobertor por la noche, esperaban que Cristo les daría los ricos y
costosos mantos de sus conquistadores. Todos los corazones palpitaban con la
orgullosa esperanza de que Israel sería pronto honrado ante las naciones como
el pueblo elegido del Señor, y Jerusalén exaltada como cabeza de un reino
universal. Cristo frustró esas esperanzas de grandeza mundanal. En el sermón
del monte, trató de deshacer la obra que había sido hecha por una falsa
educación, y de dar a sus oyentes un concepto correcto de su reino y de su
propio carácter. Sin embargo, no atacó directamente los errores de la gente.
Vio la miseria del mundo por causa del pecado, aunque no delineó demasiado vívidamente
la miseria de ellos. Les enseñó algo infinitamente mejor de lo que habían
conocido antes. Sin combatir sus ideas acerca del reino de Dios, les habló de
las condiciones de entrada en él, dejándoles sacar sus propias conclusiones en
cuanto a su naturaleza. Las verdades que enseñó no son menos importantes para
nosotros que para la multitud que le seguía. No necesitamos menos que dicha
multitud conocer los principios fundamentales del reino de Dios.
Las primeras palabras que dirigió Cristo al pueblo en el 267
monte, fueron palabras de bienaventuranza.
1°. BIENAVENTURADOS SON, DIJO, LOS QUE RECONOCEN SU POBREZA ESPIRITUAL, Y SIENTEN SU NECESIDAD DE REDENCIÓN. El Evangelio ha de ser predicado a los pobres. No es revelado a los que son orgullosos espiritualmente, a los que pretenden ser ricos y no necesitar nada, sino a los humildes y contritos. Una sola fuente ha sido abierta para el pecado, una fuente para los pobres de espíritu. El corazón orgulloso lucha para ganar la salvación; pero tanto nuestro derecho al cielo como nuestra idoneidad para él, se hallan en la justicia de Cristo. El Señor no puede hacer nada para sanar al hombre hasta que, convencido éste de su propia debilidad y despojado de toda suficiencia propia, se entrega al dominio de Dios. Entonces puede recibir el don que Dios espera concederle. De nada es privada el alma que siente su necesidad. Ella tiene acceso sin reserva a Aquel en quien mora toda la plenitud.
"Porque
así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el
Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de
espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el
corazón de los quebrantados."* (Isaías 57:15).
2°. "BIENAVENTURADOS LOS QUE LLORAN: PORQUE ELLOS RECIBIRÁN CONSOLACIÓN." Por estas palabras, Cristo no enseña que el llorar tiene en sí poder de quitar la culpabilidad del pecado. No sanciona la humildad voluntaria o afectada. El lloro del cual él habla, no consiste en la melancolía y los lamentos. Mientras nos apesadumbramos por causa del pecado, debemos regocijarnos en el precioso privilegio de ser hijos de Dios. A menudo nos apenamos porque nuestras malas acciones nos producen consecuencias desagradables. Pero esto no es arrepentimiento. El verdadero pesar por el pecado es resultado de la obra del Espíritu Santo. El Espíritu revela la ingratitud del corazón que ha despreciado y agraviado al Salvador, y nos trae contritos al pie de la cruz. Cada pecado vuelve a herir a Jesús; y al mirar a Aquel a quien hemos traspasado, lloramos por los pecados que le produjeron angustia. Una tristeza tal nos inducirá a renunciar al pecado. El mundano puede llamar debilidad a esta tristeza; pero es la fuerza que une al penitente con el Ser infinito mediante vínculos que no pueden romperse. Demuestra que los ángeles de 268 Dios están devolviendo al alma las gracias que se perdieron por la dureza de corazón y la transgresión. Las lágrimas del penitente son tan sólo las gotas de lluvia que preceden al brillo del sol de la santidad. Esta tristeza es precursora de un gozo que será una fuente viva en el alma. "Conoce empero tu maldad, porque contra Jehová tu Dios has prevaricado." "No haré caer mi ira sobre vosotros: porque misericordioso soy yo, dice Jehová." "A los que lloran en Sión," “él ha decidido darles "hermosura en lugar de ceniza, el aceite de gozo en vez de lamentos, y el manto de alabanza en lugar de espíritu de pesadumbre."* (Jeremías 3:13,12; Isaías 61:3 VM.).
Y hay consuelo para los que lloran en las pruebas y tristezas. La amargura del pesar y la humillación es mejor que la complacencia del pecado. Por la aflicción, Dios nos revela los puntos infectados de nuestro carácter, para que por su gracia podamos vencer nuestros defectos. Nos son revelados capítulos desconocidos con respecto a nosotros mismos, y nos llega la prueba que nos hará aceptar o rechazar la reprensión y el consejo de Dios. Cuando somos probados, no debemos agitarnos y quejarnos. No debemos rebelarnos, ni acongojarnos hasta escapar de la mano de Cristo. Debemos humillar nuestra alma delante de Dios. Los caminos del Señor son obscuros para aquel que desee ver las cosas desde un punto de vista agradable para sí mismo. Parecen sombríos y tristes para nuestra naturaleza humana; pero los caminos de Dios son caminos de misericordia, cuyo fin es la salvación. Elías no sabía lo que estaba haciendo cuando en el desierto dijo que estaba harto de la vida, y rogaba que se le dejase morir. En su misericordia, el Señor no hizo caso de sus palabras. A Elías le quedaba todavía una gran obra que hacer; y cuando su obra fuese hecha, no había de perecer en el desaliento y la soledad del desierto. No le tocaba descender al polvo de la muerte, sino ascender en gloria, con el convoy de carros celestiales, hasta el trono que está en las alturas. Las palabras que Dios dirige a los tristes son: "Visto he sus caminos, y le sanaré, y le pastorearé, y daréle consolaciones, a él y a sus enlutados." "Su lloro tornaré en gozo, y los consolaré, y los alegraré de su dolor."* (Jeremías 57:18; Jeremías 31:13).
3°. "BIENAVENTURADOS LOS MANSOS." Las dificultades que hemos 269 de arrostrar pueden ser muy disminuidas por la mansedumbre que se oculta en Cristo. Si poseemos la humildad de nuestro Maestro, nos elevaremos por encima de los desprecios, los rechazamientos, las molestias a las que estamos diariamente expuestos; y estas cosas dejarán de oprimir nuestro ánimo. La mayor evidencia de nobleza que haya en el cristiano es el dominio propio. El que bajo un ultraje o la crueldad no conserva un espíritu confiado y sereno despoja a Dios de su derecho a revelar en él su propia perfección de carácter. La humildad de corazón es la fuerza que da la victoria a los discípulos de Cristo; es la prenda de su relación con los atrios celestiales. "Porque el alto Jehová atiende al humilde."* (Salmos 138:6).
Los que revelan el espíritu manso y humilde de Cristo, son
considerados tiernamente por Dios. El mundo puede mirarlos con desprecio, pero
son de gran valor ante los ojos de Dios. No sólo los sabios, los grandes, los
benefactores, obtendrán entrada en los atrios celestiales; no sólo el activo
trabajador, lleno de celo y actividad incesante. No; el pobre de espíritu que
anhela la presencia permanente de Cristo, el humilde de corazón, cuya más alta ambición
es hacer la voluntad de Dios, éstos obtendrán abundante entrada. Se hallarán
entre aquellos que habrán lavado sus ropas y las habrán blanqueado en la sangre
del Cordero. "Por esto están
delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo: y el que está
sentado en el trono tenderá su pabellón sobre ellos."* (Apocalipsis 7:15).
4°. "BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA." El sentimiento de su indignidad inducirá al corazón a tener hambre y sed de justicia, y este deseo no quedará frustrado. Los que den lugar a Jesús en su corazón, llegarán a sentir su amor. Todos los que anhelan poseer la semejanza del carácter de Dios quedarán satisfechos. El Espíritu Santo no deja nunca sin ayuda al alma que mira a Jesús. Toma de las cosas de Cristo y se las revela. Si la mirada se mantiene fija en Cristo, la obra del Espíritu no cesa hasta que el alma queda conformada a su imagen. El elemento puro del amor dará expansión al alma y la capacitará para llegar a un nivel superior, un conocimiento acrecentado de las cosas celestiales, de manera que alcanzará la plenitud.
5°. "BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA; PORQUE ELLOS SERÁN HARTOS." 270 Los misericordiosos hallarán misericordia, y los limpios de corazón verán a Dios. Todo pensamiento impuro contamina el alma, menoscaba el sentido moral y tiende a obliterar las impresiones del Espíritu Santo. Empaña la visión espiritual, de manera que los hombres no puedan contemplar a Dios. El Señor puede perdonar al pecador arrepentido, y le perdona; pero aunque esté perdonada, el alma queda mancillada. Toda impureza de palabras o de pensamientos debe ser rehuida por aquel que quiera tener un claro discernimiento de la verdad espiritual. Pero las palabras de Cristo abarcan más que el evitar la impureza sensual, más que el evitar la contaminación ceremonial que los judíos rehuían tan rigurosamente.
El egoísmo nos impide contemplar a Dios. El espíritu que trata de complacerse a sí mismo juzga a Dios como enteramente igual a sí. A menos que hayamos renunciado a esto, no podemos comprender a Aquel que es amor. Únicamente el corazón abnegado, el espíritu humilde y confiado, verá a Dios como "misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad." (Éxodo 34:6)
6°. "BIENAVENTURADOS LOS PACIFICADORES." La paz de Cristo nace de la verdad. Está en armonía con Dios. El mundo está en enemistad con la ley de Dios; los pecadores están en enemistad con su Hacedor; y como resultado, están en enemistad unos con otros. Pero el salmista declara: "Mucha paz tienen los que aman tu ley; y no hay para ellos tropiezo."* (Salmos 119:165).
Los hombres no pueden fabricar la paz. Los planes humanos, para la purificación y elevación de los individuos o de la sociedad, no lograrán la paz, porque no alcanzan al corazón. El único poder que puede crear o perpetuar la paz verdadera es la gracia de Cristo. Cuando ésta esté implantada en el corazón, desalojará las malas pasiones que causan luchas y disensiones.
"En lugar de la zarza crecerá haya, y en lugar de la ortiga crecerá arrayán;" y el desierto de la vida "se gozará, y florecerá como la rosa."* (Isaías 55:13; 35:1).
Las multitudes se asombraban de estas enseñanzas, que eran
tan diferentes de los preceptos y ejemplos de los fariseos. El pueblo había
llegado a pensar que la felicidad consistía en la posesión de las cosas de este
mundo, y que la fama y los honores de los hombres eran muy codiciables. Era muy
agradable 271 ser llamado "Rabbí," ser alabado como sabio y religioso,
y hacer ostentación de sus virtudes delante del público. Esto era considerado
como el colmo de la felicidad. Pero en presencia de esta vasta muchedumbre,
Jesús declaró que las ganancias y los honores terrenales eran toda la
recompensa que tales personas recibirían jamás. Él hablaba con certidumbre, y
un poder convincente acompañaba sus palabras. El pueblo callaba, y se apoderaba
de él un sentimiento de temor. Se miraban unos a otros con duda. ¿Quién de
entre ellos se salvaría si eran ciertas las enseñanzas de este hombre? Muchos
estaban convencidos de que este maestro notable era movido por el Espíritu de
Dios, y que los sentimientos que expresaba eran divinos. Después de explicar lo
que constituye la verdadera felicidad y cómo puede obtenerse, Jesús definió el deber
de sus discípulos como maestros elegidos por Dios para conducir a otros por la
senda de justicia y vida eterna. Él sabía que ellos sufrirían a menudo
desilusiones y desalientos y que encontrarían oposición decidida, que serían
insultados y verían rechazado su testimonio. Bien sabía él que, en el
cumplimiento de su misión, los hombres humildes que escuchaban tan atentamente
sus palabras habrían de soportar calumnias, torturas, encarcelamiento y muerte,
y prosiguió:
7°. "BIENAVENTURADOS LOS QUE PADECEN
PERSECUCIÓN POR CAUSA DE LA JUSTICIA: Porque De Ellos Es El Reino De Los
Cielos.
Bienaventurados
Sois Cuando Os Vituperaren Y Os Persiguieran, Y Dijeren De Vosotros Todo Mal
Por Mi Causa, Mintiendo.
Gozaos
Y Alegraos; Porque Vuestra Merced Es Grande En Los Cielos; Que Así Persiguieron
A Los Profetas Que Fueron Antes De Vosotros."
El mundo ama el pecado y aborrece la justicia, y ésta era la causa de su hostilidad hacia Jesús. Todos los que rechazan su amor infinito hallarán en el cristianismo un elemento perturbador. La luz de Cristo disipa las tinieblas que cubren sus pecados, y les manifiesta la necesidad de una reforma. Mientras los que se entregan a la influencia del Espíritu Santo empiezan a guerrear contra sí mismos, los que se aferran al pecado combaten la verdad y a sus representantes. Así se crea disensión, y los seguidores de Cristo son acusados de perturbar a la gente. Pero es la comunión con Dios lo que 272 les trae la enemistad del mundo. Ellos llevan el oprobio de Cristo, andan por la senda en que anduvieron los más nobles de la tierra. Deben, pues, arrostrar la persecución, no con tristeza, sino con regocijo. Cada prueba de fuego es un agente que Dios usa para refinarlos. Cada una de ellas los prepara para su obra de colaboradores suyos. Cada conflicto tiene su lugar en la gran batalla por la justicia, y aumentará el gozo de su triunfo final. Teniendo esto en vista, la prueba de su fe y paciencia será alegremente aceptada más bien que temida y evitada. Ansiosos de cumplir su obligación para con el mundo y fijando su deseo en la aprobación de Dios, sus siervos han de cumplir cada deber, sin tener en cuenta el temor o el favor de los hombres.
"VOSOTROS
SOIS LA SAL DE LA TIERRA," dijo Jesús. No os apartéis del mundo a
fin de escapar a la persecución. Habéis de morar entre los hombres, para que el
sabor del amor divino pueda ser como sal que preserve al mundo de la
corrupción. Los corazones que responden a la influencia del Espíritu Santo, son
los conductos por medio de los cuales fluye la bendición de Dios. Si los que
sirven a Dios fuesen quitados de la tierra, y su Espíritu se retirase de entre
los hombres, este mundo quedaría en desolación y destrucción, como fruto del
dominio de Satanás. Aunque los impíos no lo saben, deben aun las bendiciones de
esta vida a la presencia, en el mundo, del pueblo de Dios, al cual desprecian y
oprimen. Si los cristianos lo son de nombre solamente, son como la sal que ha
perdido su sabor. No tienen influencia para el bien en el mundo, y por su falsa
representación de Dios son peores que los incrédulos del mundo.
"VOSOTROS SOIS LA LUZ DEL MUNDO." Los judíos
pensaban limitar los beneficios de la salvación a su propia nación; pero Cristo
les demostró que la salvación es como la luz del sol. Pertenece a todo el
mundo. La religión de la Biblia no se ha de limitar a lo contenido entre las
tapas de un libro, ni entre las paredes de una iglesia. No ha de ser sacada a
luz ocasionalmente para nuestro beneficio, y luego guardarse de nuevo cuidadosamente.
Ha de santificar la vida diaria, manifestarse en toda transacción comercial y
en todas nuestras relaciones sociales. 273 El verdadero carácter no se forma
desde el exterior, para revestirse uno con él; irradia desde adentro. Si
queremos conducir a otros por la senda de la justicia, los principios de la
justicia deben ser engastados en nuestro propio corazón. Nuestra profesión de
fe puede proclamar la teoría de la religión, pero es nuestra piedad práctica la
que pone de relieve la palabra de verdad. La vida consecuente, la santa
conversación, la integridad inquebrantable, el espíritu activo y benévolo, el
ejemplo piadoso, tales son los medios por los cuales la luz es comunicada al
mundo.
“JESÚS Y LA LEY”* Jesús no se había espaciado en las especificaciones de la ley, pero no quería dejar que sus oyentes sacasen la conclusión de que había venido para poner de lado sus requerimientos. Sabía que había espías listos para valerse de toda palabra que pudiese ser torcida para servir su propósito. Conocía el prejuicio que existía en la mente de muchos de sus oyentes, y no dijo nada que pudiese perturbar su fe en la religión y las instituciones que les habían sido confiadas por medio de Moisés.
Cristo mismo
había dado la ley moral y la ceremonial. No había venido para destruir la
confianza en sus propias instrucciones. A
causa de su gran reverencia por la ley y los profetas, procuraba abrir una
brecha en la muralla de los requerimientos tradicionales que rodeaban a los
judíos.
Mientras trataba de poner a un lado sus falsas interpretaciones de la ley, puso
a sus discípulos en guardia contra la renuncia a las verdades vitales confiadas
a los hebreos. Los fariseos se jactaban de su obediencia a la ley; pero
conocían tan poco de sus principios por la práctica diaria, que para ellos las
palabras del Salvador eran como una herejía. Mientras él barría las inmundicias
bajo las cuales la verdad había estado enterrada, los circunstantes pensaban
que barría la verdad misma.
Se murmuraban unos a otros que estaba despreciando la ley,
pero él leyó sus pensamientos, y les dijo: "No
penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas: no he venido para
abrogar, sino a cumplir." Así refutó Jesús el cargo de los fariseos.
Su misión en este mundo consistía en vindicar los sagrados derechos de aquella
ley que ellos le acusaban de violar.
Si la ley de Dios hubiese
podido cambiarse o abrogarse, Cristo no habría necesitado sufrir las 274
consecuencias de nuestra transgresión. El vino para explicar la relación de la
ley con el hombre, e ilustrar sus preceptos por su propia vida de obediencia. Dios nos ha
dado sus santos preceptos porque ama a la humanidad. Para escudarnos de los
resultados de la transgresión, nos revela los principios de la justicia.
La
Ley Es Una Expresión Del Pensamiento De Dios: cuando se recibe en Cristo, llega
a ser nuestro pensamiento. Nos eleva por encima del poder de los deseos y
tendencias naturales, por encima de las tentaciones que inducen a pecar. Dios
desea que seamos felices, y nos ha dado los preceptos de la ley para que
obedeciéndolos tengamos gozo.
Cuando en ocasión del nacimiento de Jesús los ángeles cantaron: "Gloria en las alturas a Dios, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres,” (Lucas 2:14). Declararon los principios de la ley que él había venido a magnificar y honrar. Cuando la ley fue proclamada desde el Sinaí, Dios hizo conocer a los hombres la santidad de su carácter, para que por el contraste pudiesen ver cuán pecaminoso era el propio. La ley fue dada para convencerlos de pecado, y revelar su necesidad de un Salvador. Haría esto al ser aplicados sus principios al corazón por el Espíritu Santo. Todavía tiene que hacer esta obra. En la vida de Cristo son aclarados los principios de la ley; y al tocar el corazón el Espíritu Santo de Dios, al revelar la luz de Cristo a los hombres la necesidad que ellos tienen de su sangre purificadora y de su justicia justificadora, la ley sigue siendo un agente para atraernos a Cristo, a fin de que seamos justificados por la fe.
"La ley de
Jehová es perfecta, que vuelve el alma.'* (Salmos 19:7). "Hasta que
perezca el cielo y la tierra --dijo Jesús,-- ni una jota ni un tilde perecerá
de la ley, hasta que todas las cosas sean hechas." El sol que brilla en
los cielos, la sólida tierra sobre la cual moramos, testifican para Dios que su
ley es inmutable y eterna. Aunque ellos pasen, los preceptos divinos
permanecerán. "Más fácil cosa es
pasar el cielo y la tierra, que frustrarse un tilde de la ley."* (Lucas
16:17).
El sistema típico que prefiguraba a
Cristo como el Cordero de Dios, iba a ser abolido cuando 275 él muriese; pero
los preceptos del Decálogo son tan inmutables como el trono de Dios.
Puesto que "la ley de Jehová es perfecta," cualquier variación de ella debe ser mala. Los que desobedecen los mandamientos de Dios, y enseñan a otros a hacerlo, son condenados por Cristo. La vida de obediencia del Salvador sostuvo los derechos de la ley; probó que la ley puede ser guardada en la humanidad, y reveló la excelencia del carácter que la obediencia desarrollaría. Todos los que obedecen como él obedeció, declaran igualmente que el mandamiento de la ley "es santo, y justo, y bueno.” * (Romanos 7:12).
Por otro lado, todos los que
violan los mandamientos de Dios, sostienen el aserto de Satanás de que la ley
es injusta y no puede ser obedecida. Así secundan los engaños del gran
adversario y deshonran a Dios. Son hijos del maligno, que fue el primer rebelde
contra la ley de Dios. Admitirlos en el cielo sería volver a introducir
elementos de discordia y rebelión, y hacer peligrar el bienestar del universo.
Ningún hombre que desprecia
voluntariamente un principio de la ley entrará en el reino de los cielos. Los rabinos consideraban
su justicia como pasaporte para el cielo; pero Jesús declaró que era
insuficiente e indigna. Las ceremonias
externas y un conocimiento teórico de la verdad constituían la justicia
farisaica. Los rabinos aseveraban ser santos por sus propios esfuerzos en
guardar la ley; pero sus obras habían divorciado la justicia de la religión. Mientras eran escrupulosos en las
observancias rituales, sus vidas eran inmorales y degradadas. Su así llamada justicia
no podría nunca entrar en el reino de los cielos.
EN
EL TIEMPO DE CRISTO, el mayor engaño de la mente humana consistía en creer que
un mero asentimiento a la verdad constituía la justicia. En toda experiencia
humana, un conocimiento teórico de la verdad ha demostrado ser insuficiente
para salvar el alma. No produce frutos de justicia. Una estimación celosa por
lo que se llama verdad teológica acompaña a menudo al odio de la verdad genuina
manifestada en la vida.
Los capítulos más
sombríos de la historia están cargados con el recuerdo de crímenes cometidos
por fanáticos religiosos. Los fariseos se llamaban hijos de Abrahám y se
jactaban de poseer los oráculos de Dios; pero estas ventajas no los preservaban
del 276 egoísmo, la malicia, la codicia de ganancias y la más baja hipocresía.
Pensaban ser los mayores religiosos del mundo, pero su así llamada ortodoxia
los condujo a crucificar al Señor de la gloria.
Aún
subsiste el mismo peligro. Muchos dan por sentado que son cristianos
simplemente porque aceptan ciertos dogmas teológicos. Pero no han hecho
penetrar la verdad en la vida práctica. No la han creído ni amado; por lo tanto
no han recibido el poder y la gracia que provienen de la santificación de la
verdad.
Los hombres pueden profesar creer en la verdad; pero esto no
los hace sinceros, bondadosos, pacientes y tolerantes, ni les da aspiraciones
celestiales; es una maldición para sus poseedores, y por la influencia de ellos
es una maldición para el mundo.
La
justicia que Cristo enseñaba es la conformidad del corazón y de la vida a la
voluntad revelada de Dios. Los
hombres pecaminosos pueden llegar a ser justos únicamente al tener fe en Dios y
mantener una relación vital con él. Entonces la verdadera piedad elevará los
pensamientos y ennoblecerá la vida. Entonces las formas externas de la religión armonizarán con la pureza
interna del cristiano.
Entonces las ceremonias requeridas en el servicio de Dios no serán ritos sin significado como los de los hipócritas fariseos. Jesús consideró los mandamientos por separado, y explicó la profundidad y anchura de sus requerimientos. En vez de quitarles una jota de su fuerza, demostró cuán abarcantes son sus principios y desenmascaró el error fatal de los judíos en su demostración exterior de obediencia. Declaró que por el mal pensamiento o la mirada concupiscente se quebranta la ley de Dios. El que toma parte en la menor injusticia está violando la ley y degradando su propia naturaleza moral.
“JESÚS
Y LA IRA” El
homicidio existe primero en la mente. El que concede al odio un lugar en su
corazón, está poniendo los pies en la senda del homicida, y sus ofrendas son
aborrecibles para Dios. Los judíos cultivaban un espíritu de venganza. En su
odio hacia los romanos expresaban duras acusaciones y complacían al maligno
manifestando sus atributos. Así se estaban preparando para realizar las
terribles acciones a las cuales él los conducía. En la vida religiosa de los
fariseos, no había nada 277 que recomendase la piedad a los gentiles. Jesús no
los estimuló a continuar engañándose con el pensamiento de que podían en su
corazón levantarse contra sus opresores y alimentar la esperanza de vengarse de
sus males.
Es cierto que hay una indignación justificable, aun en los seguidores
de Cristo. Cuando vemos que Dios es deshonrado y su servicio puesto en oprobio,
cuando vemos al inocente oprimido, una justa indignación conmueve el alma. Un
enojo tal, nacido de una moral sensible, no es pecado. Pero los que por
cualquier supuesta provocación se sienten libres para ceder a la ira o al
resentimiento, están abriendo el corazón a Satanás. La amargura y animosidad
deben ser desterradas del alma si queremos estar en armonía con el cielo. El
Salvador fue aún más lejos que esto. Dijo:
"Si trajeres tu presente al altar, y allí te acordares de que tu hermano
tiene algo contra ti, deja allí tu presente delante del altar, y vete, vuelve
primero en amistad con tu hermano, y entonces ven y ofrece tu presente."
Muchos
son celosos en los servicios religiosos, mientras que entre ellos y sus
hermanos hay desgraciadas divergencias que podrían reparar.
Dios exige de ellos que hagan cuanto puedan para restaurar
la armonía. Antes que hayan hecho esto, no puede aceptar sus servicios. El
deber del cristiano en este asunto está claramente señalado. Dios derrama sus
bendiciones sobre todos. El "hace que su sol salga sobre malos y buenos, y
llueve sobre justos e injustos." "Él es benigno para con los ingratos y
malos.' (Lucas 6:35). Nos invita a ser como él. "Bendecid a los que os
maldicen" --dijo Jesús,-- "haced bien a los que os aborrecen,. . .
para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos." Tales son
los principios de la ley, y son los manantiales de la vida.
“EL
IDEAL DIVINO” El
ideal de Dios para sus hijos es más elevado de lo que puede alcanzar el más
sublime pensamiento humano. "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro
Padre que está en los cielos es perfecto." Esta orden es una promesa. El
plan de redención contempla nuestro completo rescate del poder de Satanás.
Cristo separa siempre del pecado al alma contrita. Vino para destruir las obras
del diablo, y ha hecho provisión para que el Espíritu Santo sea impartido a
toda alma arrepentida, para guardarla de pecar. 278 La intervención del
tentador no ha de ser tenida por excusa para cometer una mala acción. Satanás
se alegra cuando oye a los que profesan seguir a Cristo buscando excusas por su
deformidad de carácter.
Son estas excusas las que inducen a pecar. No hay disculpa para el
pecado. Un temperamento santo, una vida semejante a la de Cristo, es
accesible para todo hijo de Dios arrepentido y creyente. El ideal del carácter
cristiano es la semejanza con Cristo. Como el Hijo del hombre fue perfecto en
su vida, los que le siguen han de ser perfectos en la suya. Jesús fue hecho en
todo semejante a sus hermanos. Se hizo carne, como somos carne. Tuvo hambre y
sed, y sintió cansancio. Fue sostenido por el alimento y refrigerado por el
sueño. Participó de la suerte del hombre, aunque era el inmaculado Hijo de
Dios. Era Dios en la carne. Su carácter ha de ser el nuestro. El Señor dice de
aquellos que creen en él: "Habitaré
y andaré en ellos; y seré el Dios de ellos, y ellos serán mi pueblo.' * (2
Corintios 6:16). Cristo es la escalera
que Jacob vio, cuya base descansaba en la tierra y cuya cima llegaba a la
puerta del cielo, hasta el mismo umbral de la gloria. Si esa escalera no
hubiese llegado a la tierra, y le hubiese faltado un solo peldaño, habríamos
estado perdidos. Pero Cristo nos alcanza donde estamos. Tomó nuestra naturaleza
y venció, a fin de que nosotros, tomando su naturaleza, pudiésemos vencer.
Hecho "en semejanza de carne de
pecado," (Romanos 8:3).
Vivió una vida sin pecado. Ahora, por su divinidad, echa
mano del trono del cielo, mientras que por su humanidad llega hasta nosotros.
Él nos invita a obtener por la fe en él la gloria del carácter de Dios. Por lo
tanto, hemos de ser perfectos, como nuestro "Padre que está en los cielos
es perfecto." Jesús había demostrado en qué consiste la justicia, y había
señalado a Dios como su fuente.
“LOS
DEBERES PRÁCTICOS” Ahora
encaró los deberes prácticos. Al dar limosna, al orar, al ayunar, dijo él, no
debe hacerse nada para atraer la atención o provocar alabanzas. Dad con
sinceridad, para beneficiar a los pobres que sufren. Al orar, póngase el alma
en comunión con Dios. Al ayunar, no andéis con la cabeza inclinada y el corazón
lleno de pensamientos relativos al yo. El corazón del fariseo es un suelo árido
e infructuoso, en el cual ninguna simiente de vida divina puede 279 crecer. El
que más completamente se entrega a Dios es el que le rendirá el servicio más
aceptable. Porque mediante la comunión con Dios, los hombres llegarán a
colaborar con él en cuanto a presentar su carácter a la humanidad. El servicio
prestado con sinceridad de corazón tiene gran recompensa. "Tu Padre que ve
en secreto, te recompensará en público." Por la vida que vivimos mediante
la gracia de Cristo se forma el carácter. La belleza original empieza a ser
restaurada en el alma. Los atributos del carácter de Cristo son impartidos, y
la imagen del Ser divino empieza a resplandecer. Los rostros de los hombres y
mujeres que andan y trabajan con Dios expresan la paz del cielo. Están rodeados
por la atmósfera celestial. Para esas almas, el reino de Dios empezó ya. Tienen
el gozo de Cristo, el gozo de beneficiar a la humanidad. Tienen la honra de ser
aceptados para servir al Maestro; se les ha confiado el cargo de hacer su obra
en su nombre.
"NINGUNO
PUEDE SERVIR A DOS SEÑORES." No podemos servir a Dios con un corazón
dividido. La religión de la Biblia no es una influencia entre muchas otras; su
influencia ha de ser suprema, impregnando y dominando todo lo demás. No ha de
ser como un reflejo de color aplicado aquí y allá en la tela, sino que ha de
impregnar toda la vida, como si la tela fuese sumergida en el color, hasta que
cada hilo de ella quede teñido por un matiz profundo e indeleble.
"ASÍ
QUE, SI TU OJO FUERE SINCERO, TODO TU CUERPO SERÁ LUMINOSO: MÁS SI TU OJO FUERE
MALO, TODO TU CUERPO SERÁ TENEBROSO." La pureza y firmeza de propósito son
las condiciones mediante las cuales se recibe la luz de Dios. El que desee
conocer la verdad debe estar dispuesto a aceptar todo lo que ella revele. No
puede transigir con el error. El vacilar y ser tibio en obedecer la verdad, es
elegir las tinieblas del error y el engaño satánico.
Los
métodos mundanales y los invariables principios de la justicia, no se fusionan
imperceptiblemente como los colores del arco iris. Entre los dos, el Dios
eterno ha trazado una separación amplia y clara. La semejanza de Cristo se
destaca tanto de la de Satanás como el mediodía contrasta con la medianoche. Y
únicamente aquellos que vivan la vida de Cristo son sus colaboradores. Si se
conserva un pecado en el alma, o se retiene 280 una mala práctica en la vida,
todo el ser queda contaminado. El hombre viene a ser un instrumento de
iniquidad. Todos los que han escogido el servicio de Dios han de confiar en su
cuidado.
“EL AFÁN Y LA ANSIEDAD” Cristo señaló a
las aves que volaban por el cielo y a las flores del campo, e invitó a sus
oyentes a considerar estos objetos de la creación de Dios.
"¿No valéis vosotros mucho más que
ellas?" (Lucas 12:24). dijo. La medida de la atención divina
concedida a cualquier objeto está en proporción con su lugar en la escala de
los seres. La Providencia vela sobre el pequeño y obscuro gorrión. Las flores
del campo y la hierba que cubre la tierra participan de la atención y el
cuidado de nuestro Padre celestial. El gran Artífice Maestro pensó en los
lirios y los hizo tan hermosos que superan la gloria de Salomón. ¡Cuánto mayor
interés ha de tener por el hombre, que es la imagen y gloria de Dios! Anhela
ver a sus hijos revelar un carácter según su semejanza. Así como el rayo del
sol imparte a las flores sus variados y delicados matices, imparte Dios al alma
la hermosura de su propio carácter. Todos los que eligen el reino de amor,
justicia y paz de Cristo, y consideran sus intereses superiores a todo lo
demás, están vinculados con el mundo celestial y poseen toda bendición
necesaria para esta vida.
En el libro de la providencia divina o volumen de la vida,
se nos da a cada uno una página. Esa página contiene todo detalle de nuestra
historia. Aun los cabellos de nuestra cabeza están contados. Dios no se olvida
jamás de sus hijos.
"No
os congojéis por el día de mañana." Hemos de seguir a Cristo día tras día. Dios no nos concede ayuda
para mañana. A fin de que no se confundan, él no da a sus hijos todas las
indicaciones para el viaje de su vida de una vez. Les explica tan sólo lo que
pueden recordar y cumplir. La fuerza y sabiduría impartidas son para la emergencia
actual.
"Si alguno de vosotros
tiene falta de sabiduría"-para hoy,- "demándela
a Dios, el cual da a todos abundantemente, y no zahiere; y le será dada.'*
(Santiago 1:5).
“EL JUZGAR A LOS DEMÁS” "No
juzguéis, para que no seáis juzgados." No os estiméis mejores que los
demás ni os erijáis en sus jueces. Ya que no podéis discernir los motivos, no
podéis juzgar a otro. Si le criticáis, estáis fallando sobre vuestro propio
caso; porque 281 demostráis ser partícipes con Satanás, el acusador de los
hermanos.
El Señor dice: "Examinaos a vosotros mismos si estáis en fe; probaos a vosotros mismos." Tal es nuestra obra. "Que si nos examinásemos a nosotros mismos, cierto no seríamos juzgados." (2 Corintios 13:5; 1 Corintios 11:31).
POR SUS FRUTOS. El buen árbol
producirá buenos frutos. Si el fruto es desagradable al paladar e inútil, el
árbol es malo. Así también el fruto que se produce en la vida atestigua las
condiciones del corazón y la excelencia del carácter. Las buenas obras no
pueden comprar la salvación, pero son una evidencia de la fe que obra por el
amor y purifica el alma. Y aunque la recompensa eterna no nos es concedida por
causa de nuestros méritos, estará, sin embargo, en proporción con la obra hecha
por medio de la gracia de Cristo.
Así
expuso Cristo los principios de su reino, y demostró que eran la gran regla de
la vida; y para grabar la lección, añadió una ilustración.
“COMO EDIFICAMOS” No es suficiente, dijo, que oigáis mis palabras. Por la obediencia debéis hacer de ellas el fundamento de vuestro carácter. El yo no es sino una arena movediza. Si edificáis sobre teorías e inventos humanos, vuestra casa caerá. Quedará arrasada por los vientos de la tentación y las tempestades de la prueba. Pero estos principios que os he dado permanecerán. Recibidme; edificad sobre mis palabras. "Cualquiera pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la peña; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y combatieron aquella casa; y no cayó; porque estaba fundada sobre la peña." DTG/EGW/MHP
(Este capítulo 31.
Está basado en San Mateo Capítulos 5, 6 y 7).
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