(Este capítulo 30. Está basado en San Marcos 3:13-19; Lucas 6:12-16).
"SUBIO
al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció
doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar." Debajo de
los protectores árboles de la ladera de la montaña, pero a corta distancia del
mar de Galilea, fueron llamados los doce al apostolado y fue pronunciado el
sermón del monte. Los campos y las colinas eran los lugares favoritos de Jesús,
y muchas de sus enseñanzas fueron dadas al aire libre más bien que en el templo
o en las sinagogas. Ninguna sinagoga podría haber contenido a las muchedumbres
que le seguían. Pero no sólo por esto prefería él enseñar en los campos y
huertos. Jesús amaba las escenas de la naturaleza. Para él, cada tranquilo
retiro era un templo sagrado. Fue bajo los árboles del Edén donde los primeros
moradores de la tierra eligieron su santuario. Allí Cristo se había comunicado
con el padre de la humanidad. Cuando fueron desterrados del Paraíso, nuestros
primeros padres siguieron adorando en los campos y vergeles, y allí Cristo se
encontraba con ellos y les comunicaba el Evangelio de su gracia. Fue Cristo
quien habló a Abrahán bajo los robles de Mamre; con Isaac cuando salió a orar
en los campos a la hora del crepúsculo; con Jacob en la colina de Betel; con
Moisés entre las montañas de Madián; y con el zagal David mientras cuidaba sus
rebaños. Era por indicación de Cristo por lo que durante quince siglos el
pueblo hebreo había dejado sus hogares durante una semana cada año, y había
morado en cabañas formadas con ramas verdes, "gajos con fruto de árbol hermoso, ramos de palmas, y ramas de
árboles espesos, y sauces de los arroyos.'* (Levítico 23:40).
MIENTRAS EDUCABA a
sus discípulos, Jesús solía apartarse de la confusión de la ciudad a la
tranquilidad de los campos y las colinas, porque estaba más en armonía con las
lecciones de abnegación que deseaba enseñarles. Y durante su ministerio 258 se
deleitaba en congregar a la gente en derredor suyo bajo los cielos azules, en
algún collado hermoso, o en la playa a la ribera del lago. Allí, rodeado por las
obras de su propia creación, podía dirigir los pensamientos de sus oyentes de
lo artificial a lo natural. En el crecimiento y desarrollo de la naturaleza se
revelaban los principios de su reino. Al levantar los hombres los ojos a las
colinas de Dios, y contemplar las obras maravillosas de sus manos, podían
aprender lecciones preciosas de la verdad divina. La enseñanza de Cristo les
era repetida en las cosas de la naturaleza.
ASÍ SUCEDE con
todos los que salen a los campos con Cristo en su corazón. Se sentirán rodeados
por la influencia celestial. Las cosas de la naturaleza repiten las parábolas
de nuestro Señor y sus consejos. Por la comunión con Dios en la naturaleza, la
mente se eleva y el corazón halla descanso.
ESTABA POR DARSE EL PRIMER PASO EN LA ORGANIZACIÓN DE LA
IGLESIA, que después de la partida de Cristo
había de ser su representante en la tierra. No tenía ningún santuario costoso a
su disposición, pero el Salvador condujo a sus discípulos al lugar de
retraimiento que él amaba, y en la mente de ellos, los sagrados incidentes de
aquel día quedaron para siempre vinculados con la belleza de la montaña, del
valle y del mar. Jesús había llamado a sus discípulos para enviarlos como
testigos suyos, para que declararan al mundo lo que habían visto y oído de él.
Su cargo era el más importante al cual hubiesen sido llamados alguna vez los
seres humanos, y únicamente el de Cristo lo superaba. Habían de ser
colaboradores con Dios para la salvación del mundo.
COMO EN EL
ANTIGUO TESTAMENTO los doce patriarcas se destacan como representantes de
Israel, así los doce apóstoles habían de destacarse como representantes de la
iglesia evangélica.
EL SALVADOR CONOCÍA el
carácter de los hombres a quienes había elegido; todas sus debilidades y
errores estaban abiertos delante de él; conocía los peligros que tendrían que
arrostrar, la responsabilidad que recaería sobre ellos; y su corazón amaba
tiernamente a estos elegidos. A solas sobre una montaña, cerca del mar de
Galilea, pasó toda la noche en oración
por ellos, mientras ellos dormían al pie de la montaña. Al amanecer, los
llamó a sí porque tenía algo importante que comunicarles. 259 Estos discípulos
habían estado durante algún tiempo asociados con Jesús en su labor activa. Juan
y Santiago, Andrés y Pedro, con Felipe, Natanael y Mateo, habían estado más
íntimamente relacionados con él que los demás, y habían presenciado mayor
número de sus milagros. Pedro, Santiago y Juan tenían una relación más estrecha
con él. Estaban casi constantemente con él, presenciando sus milagros y oyendo
sus palabras. Juan había penetrado en una intimidad aun mayor con Jesús, de tal
manera que se le distingue como aquel a quien Jesús amaba.
EL SALVADOR LOS AMABA A TODOS, pero Juan era el espíritu más receptivo. Era más joven que
los demás, y con mayor confianza infantil abría su corazón a Jesús. Así llegó a
simpatizar más con el Salvador, y por su medio fueron comunicadas a su pueblo
las enseñanzas espirituales más profundas del Salvador.
A LA CABEZA DE UNO DE LOS GRUPOS en los cuales estaban divididos los apóstoles, se destaca
el nombre de FELIPE. Fue el primer
discípulo a quien Jesús dirigió la orden terminante: "Sígueme."
Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro. Había escuchado la
enseñanza de Juan el Bautista, y le había oído anunciar a Cristo como el
Cordero de Dios. Felipe buscaba sinceramente la verdad, pero era tardo de
corazón para creer. Aunque se había unido a Cristo, la manera en que lo anunció
a Natanael demuestra que no estaba plenamente convencido de la divinidad de
Jesús. Aunque Cristo había sido
proclamado por la voz del cielo como Hijo de Dios, para Felipe era "Jesús,
el hijo de José, de Nazaret." (Juan 1:45). Otra vez, cuando los cinco mil fueron
alimentados, se reveló la falta de fe de Felipe. Para probarle, Jesús preguntó: "¿De dónde compraremos pan para que
coman éstos?" La respuesta de Felipe tendía a la incredulidad: "Doscientos denarios de pan no les
bastarán, para que cada uno de ellos tome un poco."* (Juan 6:5,7). Jesús estaba apenado. Aunque Felipe había visto
sus obras y sentido su poder, no tenía fe. Cuando los griegos preguntaron a
Felipe acerca de Jesús, no aprovechó como honor y motivo de gozo la oportunidad
de presentarlos al Salvador, sino que se fue a decirlo a Andrés. Otra vez, en
las últimas horas transcurridas antes de la crucifixión, las palabras de Felipe
propendieron a desalentar la fe. Cuando
Tomás dijo a Jesús: "Señor, no sabemos 260 a dónde vas: ¿cómo, pues,
podemos saber el camino?" el
Salvador respondió: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida... Si me
conocieseis, también a mi Padre conocierais."
De Felipe provino la respuesta incrédula: "Señor, muéstranos al Padre, y
nos basta." (Juan 14:5-8). Tan tardo de corazón, tan débil en la fe,
era el discípulo que había estado con Jesús durante tres años.
EN FELIZ CONTRASTE CON LA INCREDULIDAD DE FELIPE, se notaba la confianza infantil DE NATANAEL. Era hombre de naturaleza intensamente fervorosa, cuya
fe se apoderaba de las realidades invisibles. Sin embargo, Felipe era alumno en
la escuela de Cristo, y el divino Maestro soportó pacientemente su incredulidad
y torpeza. Cuando fue derramado el Espíritu Santo sobre los discípulos, Felipe
llegó a ser un maestro según el orden divino. Sabía de qué hablaba y enseñaba
con una seguridad que infundía convicción a los oyentes.
MIENTRAS JESÚS ESTABA PREPARANDO a los
discípulos para su ordenación, un hombre que no había sido llamado se presentó
con insistencia entre ellos. ERA JUDAS ISCARIOTE, hombre que profesaba seguir a
Cristo y que se adelantó ahora para solicitar un lugar en el círculo íntimo de
los discípulos. Con gran fervor y aparente sinceridad, declaró: "Maestro,
te seguiré a donde quiera que fueres." Jesús no le rechazó ni le dio
la bienvenida, sino que pronunció tan sólo estas palabras tristes: "Las zorras tienen cavernas, y las
aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde recueste su
cabeza." (Mateo 8:19,20).
JUDAS creía
que Jesús era el Mesías; y uniéndose a los apóstoles esperaba conseguir un alto
puesto en el nuevo reino, así que Jesús se proponía desvanecer esta esperanza
declarando su pobreza. Los discípulos anhelaban que Judas llegase a ser uno de
ellos. Parecía un hombre respetable, de agudo discernimiento y habilidad
administrativa, y lo recomendaron a Jesús como hombre que le ayudaría mucho en
su obra. Les causó, pues, sorpresa que Jesús le recibiese tan fríamente. Los
discípulos habían quedado muy desilusionados de que Jesús no se había esforzado
por conseguir la cooperación de los dirigentes de Israel. Les parecía que era
un error no fortalecer su causa obteniendo el apoyo de esos hombres
influyentes.
Si hubiese rechazado a Judas, en su ánimo habrían puesto en duda la
sabiduría de su Maestro. La historia ulterior de Judas 261 les iba a enseñar el
peligro que hay en decidir la idoneidad de los hombres para la obra de Dios
basándose en alguna consideración mundanal.
La cooperación de hombres como aquellos que los discípulos deseaban asegurarse
habría entregado la obra en las manos de sus peores enemigos. Sin embargo,
cuando Judas se unió a los discípulos no era insensible a la belleza del
carácter de Cristo. Sentía la influencia de aquel poder divino que atraía las
almas al Salvador. El que no había de quebrar la caña cascada ni apagar el
pábilo humeante no iba a rechazar a esa alma mientras sintiera un deseo de
acercarse a la luz.
EL SALVADOR LEYÓ EL CORAZÓN DE JUDAS; conoció los abismos de iniquidad en los cuales
éste se hundiría a menos que fuese librado por la gracia de Dios. Al relacionar
a este hombre consigo, le puso donde podría estar día tras día en contacto con
la manifestación de su propio amor abnegado. Si quería abrir su corazón a
Cristo, la gracia divina desterraría el demonio del egoísmo, y aun Judas podría
llegar a ser súbdito del reino de Dios.
DIOS TOMA A
LOS HOMBRES tales como son, con los elementos humanos de su carácter, y los
prepara para su servicio, si quieren ser disciplinados y aprender de él. No son
elegidos porque sean perfectos, sino a pesar de sus imperfecciones, para que
mediante el conocimiento y la práctica de la verdad, y por la gracia de Cristo,
puedan ser transformados a su imagen.
JUDAS TUVO LAS MISMAS OPORTUNIDADES que los demás discípulos. Escuchó las mismas preciosas
lecciones. Pero la práctica de la verdad requerida por Cristo contradecía los
deseos y propósitos de Judas, y él no quería renunciar a sus ideas para recibir
sabiduría del Cielo. ¡Cuán tiernamente
obró el Salvador con aquel que había de entregarle! En sus enseñanzas,
Jesús se espaciaba en los principios de la benevolencia que herían la misma
raíz de la avaricia. Presentó a Judas el odioso carácter de la codicia, y más
de una vez el discípulo se dio cuenta de que su carácter había sido pintado y
su pecado señalado; pero no quería confesar ni abandonar su iniquidad. Se creía
suficiente de por sí mismo, y en vez de resistir la tentación continuó
practicando sus fraudes.
CRISTO ESTABA DELANTE DE ÉL, como ejemplo vivo de lo que debía llegar a ser si
cosechaba los beneficios de la 262 mediación y el ministerio divinos; pero
lección tras lección caía en los oídos de Judas sin que él le prestara
atención. Ninguna reprimenda viva por su avaricia le dirigió Jesús, sino que
con paciencia divina soportó a ese hombre que estaba en error, al par que le
daba evidencia de que leía en su corazón como en un libro abierto. Le presentó
los más altos incentivos para hacer lo bueno, y al rechazar la luz del Cielo,
Judas quedaría sin excusa. En vez de andar en la luz, Judas prefirió conservar
sus defectos. Albergó malos deseos, pasiones vengativas y pensamientos lóbregos
y rencorosos, hasta que Satanás se posesionó plenamente de él. Judas llegó a
ser un representante del enemigo de Cristo.
CUANDO LLEGÓ A ASOCIARSE CON JESÚS, tenía algunos preciosos rasgos de carácter que podrían
haber hecho de él una bendición para la iglesia. Si hubiese estado dispuesto a
llevar el yugo de Cristo, podría haberse contado entre los principales
apóstoles; pero endureció su corazón cuando le señalaron sus defectos, y con
orgullo y rebelión prefirió sus egoístas ambiciones, y así se incapacitó para
la obra que Dios quería darle.
TODOS LOS DISCÍPULOS TENÍAN GRAVES DEFECTOS CUANDO JESÚS LOS
LLAMÓ A SU SERVICIO. Aun Juan, quien vino a estar más
íntimamente asociado con el manso y humilde Jesús, no era por naturaleza manso
y sumiso. El y su hermano eran llamados "hijos del trueno." Aun
mientras andaba con Jesús, cualquier desprecio hecho a éste despertaba su
indignación y espíritu combativo. En el discípulo amado, había mal genio,
espíritu vengativo y de crítica. Era orgulloso y ambicionaba ocupar el primer
puesto en el reino de Dios. Pero día tras día, en contraste con su propio
espíritu violento, contempló la ternura y tolerancia de Jesús, y fue oyendo sus
lecciones de humildad y paciencia. Abrió su corazón a la influencia divina y
llegó a ser no solamente oidor sino hacedor de las obras del Salvador.
OCULTÓ SU PERSONALIDAD
en Cristo y aprendió a llevar el yugo y la carga de Cristo. Jesús reprendía a
sus discípulos. Los amonestaba y precavía; pero Juan y sus hermanos no le
abandonaron; prefirieron quedar con Jesús a pesar de las reprensiones. El
Salvador no se apartó de ellos por causa de sus debilidades y errores. 263
Ellos continuaron compartiendo hasta el fin sus pruebas y aprendiendo las
lecciones de su vida. Contemplando a Cristo, llegó a transformarse su carácter.
En sus hábitos y temperamento, los apóstoles diferían grandemente.
ENTRE ELLOS SE CONTABA EL PUBLICANO LEVÍ MATEO Y EL CELOTE
SIMÓN, el intransigente enemigo de la
autoridad de Roma; el generoso e impulsivo Pedro, y el ruin Judas; Tomás el
fiel, aunque tímido y miedoso; Felipe, lento de corazón e inclinado a la duda,
y los ambiciosos y jactanciosos hijos de Zebedeo, con sus hermanos. Estos
fueron reunidos, con sus diferentes defectos, todos con tendencias al mal,
heredadas y cultivadas; pero en Cristo y por su medio habían de habitar en la
familia de Dios, aprendiendo a ser uno en fe, doctrina y espíritu. Iban a tener
sus pruebas, sus agravios, sus diferencias de opinión; pero mientras Cristo
habitase en el corazón de ellos, no habría disensión. Su amor los induciría a
amarse unos a otros; las lecciones del Maestro harían armonizar todas las
diferencias, poniendo a los discípulos en unidad hasta hacerlos de una mente y
un mismo criterio.
CRISTO ES EL GRAN CENTRO,
y ellos se acercarían el uno al otro en la proporción en que se acercasen al
centro. Cuando Jesús hubo dado su instrucción a los discípulos congregó al
pequeño grupo en derredor suyo, y arrodillándose en medio de ellos y poniendo
sus manos sobre sus cabezas, ofreció una oración para dedicarlos a su obra
sagrada. Así fueron ordenados al ministerio evangélico los discípulos del
Señor. Como representantes suyos entre los hombres, Cristo no elige ángeles que
nunca cayeron, sino a seres humanos, hombres de pasiones iguales a las de
aquellos a quienes tratan de salvar. Cristo mismo se revistió de la humanidad,
para poder alcanzar a la humanidad.
La divinidad necesitaba de la humanidad; porque se requería
tanto lo divino como lo humano para traer la salvación al mundo. La divinidad
necesitaba de la humanidad, para que ésta pudiese proporcionarle un medio de
comunicación entre Dios y el hombre.
ASÍ SUCEDE CON LOS SIERVOS Y MENSAJEROS DE
CRISTO. El hombre necesita un poder exterior a sí mismo para
restaurarle a la semejanza de Dios y habilitarle para hacer la obra de Dios;
pero esto no hace que no sea esencial el agente humano. La humanidad hace 264
suyo el poder divino, Cristo mora en el corazón por la fe; y mediante la
cooperación con lo divino el poder del hombre se hace eficiente para el bien. El
que llamó a los pescadores de Galilea está llamando todavía a los hombres a su
servicio. Y está tan dispuesto a manifestar su poder por medio de nosotros como
por los primeros discípulos. Por imperfectos y pecaminosos que seamos, el Señor
nos ofrece asociarnos consigo, para que seamos aprendices de Cristo. Nos invita
a ponernos bajo la instrucción divina para que unidos con Cristo podamos
realizar las obras de Dios. "Tenemos
empero este tesoro en vasos de barro, para que la alteza del poder sea de Dios,
y no de nosotros." (2Corintios 4:7).
ESTA ES LA RAZÓN POR LA CUAL LA PREDICACIÓN DEL EVANGELIO
FUE CONFIADA A HOMBRES SUJETOS A ERROR MÁS BIEN QUE A LOS ÁNGELES. Es manifiesto que el poder que obra por la debilidad de la
humanidad es el poder de Dios; y así se nos anima a creer que el poder que
puede ayudar a otros tan débiles como nosotros puede ayudarnos a nosotros
también. Y los que están sujetos a
flaquezas deben poder compadecerse "de los ignorantes y extraviados."
(Hebreos 5:2).
Habiendo estado en peligro
ellos mismos, conocen los riesgos y dificultades del camino, y por esta razón
son llamados a buscar a los demás que están en igual peligro. Hay almas
afligidas por la duda, cargadas de flaquezas, débiles en la fe e incapacitadas
para comprender al Invisible; pero un amigo a quien pueden creer, que viene a
ellos en lugar de Cristo, puede ser el vínculo que corrobore su temblorosa fe
en Cristo. Hemos de colaborar con los ángeles celestiales para presentar a Jesús
al mundo. Con avidez casi impaciente, los ángeles aguardan nuestra cooperación;
porque el hombre debe ser el medio de comunicación con el hombre. Y cuando nos
entregamos a Cristo en una consagración de todo el corazón, los ángeles se
regocijan de poder hablar por nuestras voces para revelar el amor de Dios. 265
(Este capítulo 30. Está basado en San Marcos 3:13-19; Lucas 6:12-16).
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