MATEO 16:13-28. Preparación Para
La Cruz: (13-15)
La opinión del pueblo sobre Cristo, (16-20) y la confesión de Pedro. (21-22)
Jesús anuncia su muerte; (23) reprende a Pedro por aconsejarlo que la evite, (24.28)
y amonesta a sus seguidores a que tomen la cruz y le sigan.
13 Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? 14 Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.
15 El les dijo: Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?
16 Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. 17 Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. 18 Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.
19 Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos. 20 Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo.
21 Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. 22 Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. 23 Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.
24 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. 25 Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.
26 Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma 27 Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras. 28 De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino. (Mateo 16).
13. Viniendo Jesús. [Retiro de Cesarea de Filipo; la confesión de Pedro, Mat. 16: 13-28 = Mar. 8: 27 a 9: 1 = Luc. 9: 18-27. Comentario principal: Mateo.] Según la cronología adoptada por este Comentario, es probable que el viaje a Cesarea de Filipo ocurriera a mediados del año 30 d. C., en el verano durante el medio año cuando Jesús se retiró del ministerio público y se dedicó principalmente a instruir a sus discípulos.
Esta fase del ministerio de Cristo duró desde cuando fue rechazado en Capernaúm, aproximadamente por el tiempo de la pascua (ver com. Juan 6: 66) en la primavera, hasta la fiesta de los tabernáculos en el otoño (ver com. Juan 7: 2). Para evitar conflictos con los dirigentes judíos y los espías que lo seguían (ver com. Mar. 7: 1),
Jesús ya había pasado varias semanas más allá de los límites
de Galilea, en Fenicia y Decápolis (ver com.
Mat. 15: 21-22; Mar. 7: 31). Pero
tan pronto volvió a Galilea, los espías enviados por el sanedrín se presentaron
otra vez para desafiarlo (ver com. Mat.
16: 1), y se retiró de Galilea hacia Betsaida Julias, en territorio de Felipe
(com. Mar. 8: 22). Los espías no le
siguieron.
Cesarea de Filipo. Saliendo de Betsaida Julias,
Jesús y sus discípulos viajaron aproximadamente 40 km hacia el norte a la
región de Cesarea de Filipo, principal ciudad de Iturea, la cual era
administrada por Felipe, hermano de Herodes Antipas, tetrarca de Galilea (ver
p. 66; mapa frente a la p. 353). Esta
ciudad, cuyo nombre original fue Paneas, se llama ahora Baniyas. El nombre Paneas se relaciona con el dios
griego Pan, dios de los rebaños, las pasturas, los bosques, la fauna silvestre,
y dios patrono de pastores y cazadores.
Desde una gruta, antiguamente dedicada al culto de Pan, en un cerro
cerca de Baniyas (Cesarea de Filipo), surge una corriente cristalina, una de
las fuentes del río Jordán. Felipe reconstruyó
y hermoseó la ciudad de Paneas y le puso el nombre de Cesarea de Filipo, en
honor de Tiberio César y de sí mismo (Josefo, Antigüedades xviii. 2.1 ; Guerra
ii. 9. 1).
Preguntó. El griego emplea el pretérito
imperfecto, "preguntaba", lo que insinúa una discusión o conversación
prolongada. Cristo se había retirado a
esta región habitada por gentiles, en parte para escapar de los espías que no
le daban tregua mientras permanecía en Galilea, y también en parte para tener
la oportunidad de instruir a sus discípulos y prepararlos para la hora de
crisis con la cual pronto terminaría el breve ministerio de Jesús (DTG 379).
La conversación que se registra a continuación
evidentemente ocurrió mientras Jesús y sus discípulos iban de viaje (Mar. 8:
27), al final de uno de los períodos dedicados a la oración por el Maestro
(cf. Luc. 9: 18). Estos detalles del relato sugieren la
posibilidad de que Jesús y sus discípulos hubieran pasado la noche al aire
libre, en algún punto de los cerros vecinos al monte Hermón, y que Jesús había
pasado la noche en oración o se había levantado temprano y se había retirado a
orar en algún lugar tranquilo y apartado.
Estaba a punto de comenzar a instruir a sus discípulos en cuanto a las
últimas escenas de su ministerio terrenal.
Por eso buscó la dirección divina para poder explicarles esas cosas tan
poco agradables, y oró para que ellos pudieran estar preparados para recibir lo
que él tenía para impartirles (DTG 379).
¿Quién dicen los hombres? Jesús comenzó a hablar de su pasión
inminente dirigiendo los pensamientos de los discípulos a sí mismo como el
Mesías. Al parecer, nunca antes había
tratado este tema en forma directa. Era
esencial que lo reconocieran como el Mesías antes de que pudieran comprender en
sentido alguno el significado de su sacrificio en el Calvario. Si sólo fuera reconocido como un maestro
"venido de Dios" (Juan 3: 2) o como uno de los antiguos profetas
resucitado de entre los muertos (ver com.
Mat. 16: 14), su muerte no podría haber tenido más importancia que la de
cualquier otro gran hombre bueno.
Serviría de ejemplo, pero no sería vicaria. No tendría virtud expiatoria. El que 419 quiere hallar la salvación en la
cruz del Calvario, debe primeramente reconocer que Aquel que pendió en la cruz
no fue otro sino el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, el Mesías, el
Cristo. Solamente si se reconoce a Jesús
de Nazaret como Mesías, se tiene la base para comprender y apreciar la cruz en
su verdadera perspectiva. Por supuesto, Jesús sabía perfectamente lo que la
gente pensaba de él. Conocía también el
concepto erróneo que tenían de la naturaleza del reino que había venido a
establecer (ver com. Luc. 4: 19). Jesús
formuló esta pregunta a los discípulos a fin de prepararlos para la siguiente
pregunta: "Y vosotros, quién decís que soy yo?" (Mat. 16: 15). La fe de los discípulos resaltaba más en
contraste con la incredulidad o la poca fe del resto de sus compatriotas. Sin duda, ellos estaban en mejor condición de
creer pues habían estado en íntima relación con el Maestro por algún tiempo.
Hijo del Hombre. Ver com. Mar. 2: 10.
14. Unos... otros. Los discípulos presentaron cuatro
opiniones que habían oído acerca de Jesús.
En todas esas opiniones si bien se reconocía a Jesús como un gran
hombre, en ninguna se lo reconocía como a Dios.
Así había ocurrido en el caso de Nicodemo (ver com. Juan 3: 2). Con referencia a una afirmación anterior
respecto a la reacción pública ante la persona de Jesús, ver com. Mar. 6: 14-16.
Juan el Bautista. Esta era una verdadera alabanza para Juan y la impresión hecha por su breve ministerio en el pensamiento del pueblo, y aun en la endurecida conciencia de Herodes Antipas (ver com. Mat. 3: 1; Mar. 6: 14-16). Las diversas opiniones que tenían los hombres acerca de Jesús eran una triste admisión de que, a pesar de todas las evidencias proporcionadas por el cielo, los suyos no le habían reconocido como lo que en verdad era, el Mesías de la profecía del AT (Juan 1: 11; Luc. 24: 25-27).
Elías. Ver com. Juan 1: 19-25.
Alguno de los profetas. Ver com. Deut.18: 15.
15. ¿Quién decís? La construcción griega es, como
la española, enfática: "Vosotros, ¿quién decís que soy?" Ver en Juan
6: 66-69 una conversación similar entre Jesús y sus discípulos. Algunos de los discípulos habían sido compañeros
constantes de Jesús durante más de un año; otros lo habían sido como por dos
años. Mucho más que los otros hombres,
ya habían tenido la oportunidad de observar las muchas evidencias de la
divinidad de Jesús (ver com. Juan 1:
1-3). En este momento, Jesús les dio la
oportunidad de testificar de su fe.
Aunque todavía no comprendían perfectamente a Jesús, Andrés, Felipe y
Natanael parecen haber creído desde un principio que Jesús era el Mesías (Juan
1: 40-49; DTG 114). Después del
incidente de la tormenta en el lago, todos los discípulos lo habían adorado
(ver com. Mat. 14: 33), y luego de la
crisis en Galilea habían profesado fe en él como Hijo de Dios (Juan 6: 68-69).
16. Respondiendo Simón Pedro. Pedro expresó no sólo su
convicción, sino también la de sus compañeros (DTG 380, 383). En parte por su impulsividad, en parte por
sus dotes de liderazgo, Pedro fue el primero en contestar ahora, como en otras
ocasiones (ver Juan 6: 68-69; com. Mat.
14: 28; com. Mar. 3: 16).
Tú eres el Cristo. En cuanto al significado del
título "Cristo", ver com. cap. 1:1. Aunque muchos ya habían rechazado
la idea de que Jesús pudiera ser el Mesías de la profecía (ver com. cap. 16:
13-14), los discípulos le seguían siendo leales, aunque entendían en forma imperfecta
lo que esta creencia implicaba. Por
supuesto, más tarde la comprendieron (cf.
Luc. 24: 25-34). Si no
comprendían por fe esta verdad fundamental y se aferraban a ella, también ellos
fracasarían del todo en comprender que el Mesías debía sufrir. Así y todo, cuando llegó la hora extrema,
"todos los discípulos, dejándole, huyeron" (Mat. 26: 56). Aún así, Jesús basaba las esperanzas futuras
de la iglesia en este grupito de testigos, y si ellos no creían que él era el
Cristo, ¿qué esperanza habría de que otros creyeran alguna vez en esta verdad
sublime? (ver com. Juan 1: 11-12).
La idea de que Jesús era meramente un hombre bueno,
un gran hombre, quizá el mejor que alguna vez vivió, pero nada más que eso, es
tan absurda como increíble. El mismo
dijo que era el Hijo de Dios y esperaba que sus seguidores aceptaran también
esta posición. O fue lo que afirmó ser, o fue autor u objeto del mayor engaño,
del mayor fraude de toda la historia.
Uno que pretendiera ser Hijo de Dios y animara a otros a considerarle
como Salvador del mundo, cuando no lo era, difícilmente podía ser digno de
admiración, mucho menos de adoración. Jesús de Nazaret fue el Cristo, el Hijo
del Dios 420 vivo, o fue el más colosal impostor de todos los tiempos.
Hijo del Dios viviente. Ver com. Luc. 1: 35.
Aunque Jesús aceptó que se le aplicara este título, parece haberlo usado
pocas veces para referirse a sí mismo. Jesús comúnmente se denominaba Hijo del
Hombre (ver com. Mat. 1: 1; Mar. 2: 10),
título que había empleado al dirigirse a sus discípulos en esta ocasión (Mat.
16: 13). Cuando Jesús preguntó quién
decían ellos que era el Hijo del Hombre, los discípulos respondieron: "El
Hijo del Dios viviente" (ver com.
Juan 1:1-3, 14; Nota Adicional de Juan 1).
17. Bienaventurado. Ver com. cap. 5: 3. Jesús, con
toda solemnidad, aceptó la confesión de fe de Pedro. En la medida en que Pedro era el portavoz de
todos (ver com. vers. 16), la bendición que se pronunció sobre él les
pertenecía a ellos también, siempre que la fe de ellos alcanzara a la medida de
la fe de Pedro.
Simón, hijo de Jonás. Ver Juan 21: 15. Según la usanza judía, éste era el nombre
completo de Pedro. Se describe a Pedro
en com. Mar. 3: 16.
Carne ni sangre. Es decir, seres humanos. Con esta frase idiomática los judíos
designaban a la humanidad en su totalidad o a algún sector de la humanidad
(cf. Gál. 1: 16-17).
Mi Padre. Ver Juan 6: 45; 1 Cor. 2: 10. Con
referencia a la forma en que Jesús empleó el nombre "Padre" para
referirse a Dios, ver com. Mat. 6: 9.
18. Yo también te digo. El Padre ya había revelado una
verdad (vers. 17); Jesús le añade aquí otra.
Tú eres Pedro. Llamando Pedro a Simón, hijo de
Jonás (vers. 17), Jesús empleó el nombre que le había puesto cuando por primera
vez lo conoció (ver Juan 1: 40-42; com.
Mat. 4: 18).
Sobre esta roca. Estas palabras se han interpretado de diversas maneras: (1) que Pedro era "esta roca", (2) que la fe de Pedro en Jesús como el Cristo era "esta roca", (3) que Cristo mismo era "esta roca". Se han presentado persuasivos argumentos en favor de cada una de las tres explicaciones. La mejor forma de determinar qué fue lo que Cristo quiso decir con estas palabras difíciles de entender, es preguntar a las Escrituras mismas qué era lo que esta figura de dicción significaba para los oidores judíos, especialmente para aquellos que se la oyeron a Jesús en esta ocasión (DMJ 7).
El testimonio de los escritos de los
mismos discípulos es evidentemente superior a las ideas de los hombres que
después de ese tiempo han escrito u opinado acerca del supuesto sentido de las
palabras de Jesús. Felizmente, algunos
de los que fueron testigos oculares en esta ocasión (2 Ped. 1: 16; 1 Juan 1:
1-3) han dejado un registro claro e inequívoco.
Por su parte, Pedro, a quien fueron dirigidas estas palabras, rechaza enfáticamente, mediante sus enseñanzas, que la roca de la cual habló Cristo se refería al apóstol mismo (Hech. 4: 8-12; 1 Ped. 2: 4-8). Mateo registra el hecho de que Jesús empleó otra vez la misma figura, en circunstancias que indican claramente que él mismo era la roca (ver com. Mat. 21: 42; cf. Luc. 20: 17-18).
Desde tiempos antiguos, el pueblo hebreo
había empleado la figura de la roca para referirse específicamente a Dios (ver
com. Deut. 32: 4; Sal. 18: 2; etc.). El
profeta Isaías se refirió a Cristo como "gran peñasco en tierra
calurosa" (Isa. 32: 2), y como "piedra probada, angular,
preciosa" (ver com. cap. 28: 16).
Pablo afirma que Cristo era la Roca que había acompañado a su pueblo por
el desierto en la antigüedad (1 Cor. 10: 4; cf.
Deut. 32: 4; 2 Sam. 22: 32; Sal. 18: 31). En un sentido secundario, las verdades que
Jesús habló son también una roca en la cual los hombres pueden construir con
toda seguridad (ver com. Mat. 7:
24-25). Por otra parte, Cristo mismo es
el "Verbo" hecho "carne" (Juan 1: 1, 14; cf. Mar. 8: 38; Juan 3: 34; 6: 63, 68; 17: 8).
Jesucristo es "la roca de nuestra
salvación" (DTG 381 ; cf. Sal. 95:
1; Deut. 32: 4, 15, 18). El es el único
fundamento de la iglesia, porque "nadie puede poner otro fundamento que el
que está puesto, el cual es Jesucristo" (1 Cor. 3: 11), ni "en ningún
otro hay salvación" (Hech. 4: 12).
En estrecha relación con Jesucristo "la principal piedra del
ángulo" en el fundamento de la iglesia, se encuentran los apóstoles y los
profetas (Efe. 2: 20). Todos los
cristianos han de ser edificados como "piedras vivas" (Gr. líthos)
para formar una casa espiritual (1 Ped. 2: 5), un edificio cuya piedra angular
es Cristo (Efe. 2: 20-21). El es la
única "Roca" sobre la cual se afirma todo el edificio, porque sin él
no habría ninguna iglesia. Cuando
creemos en él como Hijo de Dios, nosotros también podemos llegar a ser hijos de
Dios (Juan 1: 12; 1 Juan 3: 1-2). La
comprensión de que Jesucristo es realmente el Hijo de Dios, tal como Pedro lo
afirmó en 421 esta ocasión (Mat. 16: 16), es la llave de la puerta de la
salvación (DTG 380-381). Es incidental y
no fundamental el que Pedro fuera el primero en reconocer este hecho y declarar
públicamente su fe, la cual era compartida también por sus compañeros (ver com.
vers. 16).
San Agustín (c. 400 d. C.), el mayor de los
teólogos católicos de los primeros siglos de la era cristiana, deja que sus
lectores decidan si Cristo dice que él mismo es la roca o si dice que Pedro es
la roca (Retracciones 1. 21. 1).
Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla,
célebre por su elocuencia (m. 407 d. C.), dijo que Jesús había prometido poner
el fundamento de la iglesia sobre la confesión de Pedro, y no sobre Pedro, pero
también dice que Cristo mismo es verdaderamente nuestro fundamento (Comentario
sobre Gálatas, cap. 1: 1-3; Homilías sobre 1 Timoteo xviii. 6. 21).
Eusebio, historiador de la iglesia primitiva (m.
340 d. C.), afirma que Clemente de Alejandría escribió que Pedro, Santiago y
Juan no lucharon por la supremacía en la iglesia en Jerusalén, sino que
escogieron a Santiago el justo como dirigente (Historia eclesiástica ii. 1).
Otros padres de la iglesia enseñaron lo mismo; tal fue el caso de Hilario de Poitiers. Cuando se buscó apoyo bíblico para las pretensiones del obispo de Roma a su primacía en la iglesia (ver t. IV, p. 863), las palabras pronunciadas por Cristo en esta ocasión fueron sacadas de su contexto original e interpretadas en el sentido de que Pedro era "esta roca". León 1 fue el primer pontífice romano en pretender que había recibido su autoridad de Cristo por medio de Pedro. Esto sucedió por el año 445 d. C. Acerca de esta pretensión, Kenneth Scott Latourette, conocido historiador de la iglesia, dice: "Insistió que por decreto de Cristo, Pedro era la roca, el fundamento, el guardián de la puerta del reino de los cielos, puesto para atar y para desatar, cuyos juicios retenían su validez en el cielo, y que por medio del papa como su sucesor, Pedro seguía realizando la tarea que le había sido encomendada" (A History of Christianity, 1953, p.186).
Resulta extraño que si esto es realmente lo que
Cristo quiso decir, ninguno de los otros discípulos hubiera descubierto ese
hecho, ni tampoco ningún otro cristiano durante cuatro siglos después de que
Cristo pronunciara esas palabras.
Además, resulta extraordinario que ningún obispo de Roma descubriera
este significado en las palabras de Cristo hasta que un obispo del siglo V
pensó que era necesario hallar apoyo bíblico para la primacía papal. La interpretación de las palabras de Cristo,
que concede supremacía a los así llamados sucesores de Pedro, los obispos de
Roma, no armoniza en absoluto con lo que Cristo enseñó a sus seguidores (ver
cap. 23: 8, 10).
La mejor evidencia de que Cristo no designó a Pedro
como la "roca" sobre la cual habría de construir su iglesia, es quizá
el hecho de que ninguno de los que oyeron a Cristo en esta ocasión -ni siquiera
Pedro- así lo entendió, mientras Jesús estuvo con ellos, ni después. Si Cristo hubiera establecido a Pedro como
principal entre los discípulos, éstos no habrían disputado repetidas veces el
primer puesto (Luc. 22: 24; ver Mat. 18: 1; Mar. 9: 33-35; etc.; DTG 755-756;
com. Mat. 16: 19).
El nombre Pedro proviene del Gr. pétros,
"piedra" o "canto rodado".
"Roca" es la raducción de la palabra griega pétra, que suele
emplearse para designar una peña, o un macizo de piedra. Una pétra es una roca grande, fija,
inamovible; en cambio potros es una piedra pequeña o un canto rodado. No puede saberse hasta qué punto Cristo tuvo
en cuenta esta distinción, ni cómo pudo haberla explicado mientras hablaba,
porque Cristo ciertamente habló en arameo, la lengua vernácula en Palestina en
ese tiempo, y no empleó las palabras griegas.
La palabra griega pétros, sin duda, equivale a la palabra aramea kefa'
(Cefas; ver com. cap. 4: 18). Por otra
parte, es muy posible que pétra también equivalga a kefa', aunque existe la
posibilidad de que Cristo hubiera empleado algún otro sinónimo u otra expresión
en arameo que haría notar la distinción entre pétra y pétros que se advierte en
el relato evangélico en griego. Sin
embargo, parece probable que Cristo debe haber tenido el propósito de hacer una
diferencia; de lo contrario, Mateo, escribiendo en griego y guiado por el
Espíritu Santo, no la hubiera hecho.
Evidentemente pétros, una piedra pequeña, no podría
servir de fundamento para ningún edificio. Jesús aquí afirma que únicamente una
pétra, o "roca", sería suficiente.
Lo que Cristo dijo aquí queda más claro con sus palabras registradas en
Mat. 7:24: "Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le
compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca [Gr.
pétra]". 422 Cualquier edificio construido sobre Pedro, pétros, un débil y
falible ser humano, tal como lo presenta claramente el relato evangélico, tiene
un fundamento muy poco mejor que las arenas movedizas (ver com. cap. 7: 26-27).
Iglesia. Gr. ekkl'sía. Ver com. cap. 18: 17.
Puertas. En las antiguas ciudades la
puerta era el lugar de reunión de los ancianos de la localidad y el lugar clave
en la defensa de la ciudad contra un ejército atacante (ver com. Gén. 19: 1;
Jos. 8: 29). Por esto, el tomar la
puerta de la ciudad hacía posible la toma de toda la ciudad.
El triunfo de Cristo sobre la muerte y sobre el sepulcro
es la verdad central del cristianismo.
Satanás no pudo mantener atado a Cristo con las cuerdas de la muerte
(Hech. 2: 24), ni tampoco será posible que retenga a cualquiera de los que
creen en Cristo (Juan 3: 16; Rom. 6: 23).
En forma figurada, Satanás retiene las "puertas del Hades",
pero Cristo, con su muerte, entró en la fortaleza de Satanás y ató al
adversario (ver com. Mat. 12: 29). En este sublime hecho descansa la esperanza
del cristiano de que será rescatado de los ardides de Satanás en esta vida, de
su poder sobre la tumba, y de su presencia en la vida venidera. "El postrer enemigo que será destruido
es la muerte" (1 Cor. 15: 26). La
muerte y el sepulcro finalmente serán echados en el lago de fuego (Apoc. 20:
14).
La interpretación de que las palabras de Cristo significaban que las "puertas del Hades" no habrían de prevalecer contra Pedro, contradice la insinuación de Mat. 16:21 (cuya introducción son los vers. 13-20), de que sería Cristo y no Pedro el que habría de desafiar las puertas del Hades al someterse al sufrimiento y a la muerte. Además, si Pedro hubiera entendido que era él y no Jesús quien iba a enfrentar la muerte, no sería lógica su reacción (vers. 22). Hades. Ver com. cap. 11: 23.
No prevalecerán. Según Elena de White, las puertas
del infierno prevalecieron contra Pedro cuando negó tres veces a su Señor (DTG
381). Literalmente, prevalecieron cuando
la muerte lo retuvo (Juan 21: 18-19).
El significado pleno de lo que Cristo quiso decir
cuando afirmó que las "puertas del Hades" no prevalecerían, puede
entenderse por el hecho de que inmediatamente comenzó a hablar de cómo iba a
padecer "y ser muerto y resucitar al tercer día" (ver com. Mat. 12: 40; cf. DTG 386). Cristo triunfó
gloriosamente sobre todo el poder de Satanás, y por ese triunfo aseguró la
victoria de su iglesia en la tierra.
19. LAS LLAVES. Las llaves del reino son las
palabras de Cristo (DTG 381). Es
importante señalar que Cristo mismo dice que la "llave" que da acceso
al reino es la "llave de la ciencia" o del conocimiento (Luc. 11: 52). Las palabras de Jesús son espíritu y son vida
para todos los que las reciben (Juan 6: 63); ellas son las que dan vida eterna
(Juan 6: 68). La palabra de Dios es la
llave de la experiencia del nuevo nacimiento (1 Ped. 1: 23).
Así como las palabras pronunciadas por Jesús convencieron a los discípulos de la divinidad de su Maestro, así también ellos, como embajadores de Jesús, debían repetir sus palabras a otros hombres, a fin de reconciliarlos con Dios (2 Cor. 5: 18-20).
El poder salvífico del Evangelio es lo único que puede permitir la entrada de los seres humanos en el reino de los cielos. Cristo sencillamente confió a Pedro y a todos los otros discípulos (ver com. Mat. 18: 18; Juan 20: 23) la autoridad y el poder de llevar a los hombres al reino. Cuando Pedro percibió la verdad de que Jesús era el Cristo, fueron colocadas en sus manos las llaves del reino y le fue abierta la puerta del reino. Lo mismo puede decirse de todos los seguidores de Cristo hasta el mismo fin del siglo.
La
afirmación de que Cristo concedió a Pedro mayor autoridad que a los otros discípulos,
o que le otorgó una autoridad diferente de la que ellos tenían, carece de base
bíblica (ver com. Mat. 16: 18 ). En verdad, entre los apóstoles, fue Jacobo, y
no Pedro, el que desempeñó funciones administrativas en la iglesia primitiva de
Jerusalén (Hech. 15: 13, 19; cf. caps. 1: 13; 12: 17; 21: 18; 1 Cor. 15: 7;
Gál. 2: 9, 12). Por lo menos en una
ocasión Pablo resistió públicamente a Pedro, por lo que el primero consideraba
como un proceder erróneo del segundo (Gál. 2: 11-14), lo que indudablemente no
habría hecho si hubiera estado enterado de que Pedro poseía los derechos y los
privilegios que algunos ahora le atribuyen basándose en Mat. 16: 18-19.
Reino de los cielos. Así como ocurre frecuentemente en
el registro del ministerio de la vida de Cristo, el reino de los cielos se
refiere en este pasaje al reino de la gracia divina en el corazón de aquellos
que son sus ciudadanos, aquí y ahora (ver com. cap. 4: 17; 5: 3). Nadie puede esperar entrar en el futuro reino
de la gloria (ver com. cap. 25: 31, 34) si no ha pasado primeramente por el
reino presente de la gracia divina.
Lo que atares. Este pasaje dice literalmente:
"Y lo que atares sobre la tierra habrá sido atado en los cielos, y lo que
desataras en la tierra habrá sido desatado en los cielos". Evidentemente debe entenderse que la iglesia
en la tierra sólo requerirá lo que el cielo requiere y prohibirá sólo lo que el
cielo prohíbe. Esta parecería ser la clara enseñanza bíblica (ver com. Mat. 7: 21-27; Mar. 7: 6-13). Cuando los apóstoles salieron a proclamar el
Evangelio, de acuerdo con la misión que les había sido dada (Mat. 28: 19-20),
debían enseñar a los conversos que guardaran "todas las cosas" que
Jesús había mandado: ni más ni menos.
Si se amplía el significado de los verbos "atar"
y "desatar" hasta abarcar la autoridad de dictar lo que los miembros
de la iglesia pueden creer y lo que pueden hacer en asuntos de fe y de
práctica, se le da un sentido más abarcante del que Cristo quiso darles y que
el que los discípulos pudieron entender en esa ocasión. Dios no sanciona esa pretensión. Los representantes de Cristo en la tierra
tienen el derecho y la responsabilidad de atar todo lo que ya ha sido atado en
el cielo, y de desatar todo lo que ya ha sido desatado en el cielo, es decir, de
exigir o de prohibir aquello que la Inspiración revela con claridad. Ir más allá de esto, es poner la autoridad
humana en lugar de la autoridad de Cristo (ver com. Mar. 7: 7-9), tendencia que Dios no puede
tolerar en aquellos que han sido designados como supervisores de los ciudadanos
del reino de los cielos en la tierra.
20. A nadie dijesen. Hasta casi el fin de su
ministerio, en ocasión de la entrada triunfal en Jerusalén, Jesús evitó que se
tratara en público el hecho de que él era el Mesías. Nunca proclamó públicamente que él era el
Mesías. Al parecer, para evitar la
publicidad de su mesianismo (ver com.
Mar. 1: 24-25), Cristo, en repetidas ocasiones, mandó a los espíritus de
demonios que no se dirigieran a él llamándolo "Santo de Dios" (Mar.
1: 24-25, 34; 3: 11-12; Luc. 4: 34-35, 41).
Al recorrer Galilea, los doce no debían entrar en controversias acerca
de si Jesús era o no el Mesías (DTG; 316), porque las erróneas ideas populares
acerca del Mesías (DTG 22, 382-383; ver com.
Luc. 4: 19) tenderían a impedir la proclamación y la recepción del
Evangelio. La gente habría entendido tal
proclamación en un sentido político, así como lo hicieron en ocasión de la
entrada triunfal en Jerusalén (ver com.
Mat. 21: 1, 5; Juan 6: 15).
21. Desde entonces. La conversación de los vers.
13-20 era una introducción apropiada al tema que Jesús presentó aquí por
primera vez: la descripción de sus inminentes sufrimientos, su muerte y su
resurrección (ver com. vers. 13). No puede
saberse si las instrucciones y la conversación de los vers. 21-28 ocurrieron en
seguida después de lo relatado en la sección anterior, o algún tiempo
después. Es posible que hubiera
transcurrido otro corto lapso entre los vers. 23 y 24 (Mar. 8: 34; DTG
384). Sea como fuere, parecería que toda
la conversación que se registra en los vers. 14-28 ocurrió en la región de
Cesarea de Filipo (ver com. vers. 13; cf.
DTG 379, 387). En este momento,
es probable que ya estuvieran a fines del verano (agosto-septiembre) del año 30
d. C. (ver com. vers. 13).
Hasta este momento, Jesús no parece haberles dicho
a sus discípulos que él era el Mesías (ver com. vers. 13, 16), ni mucho menos
les había dicho que, como Mesías, debía morir por los pecados del mundo. Es verdad que había hecho alusión a su muerte
en una afirmación un tanto enigmática en ocasión de la primera purificación del
templo, más de dos años antes (ver com.
Juan 2: 19), y a Nicodemo le había expuesto con claridad, aunque en
forma privada, el hecho de que moriría y la forma cómo moriría (Juan 3:
14). Pero desde ese momento, Jesús, en
repetidas ocasiones, trató el asunto con sus discípulos, sin duda en un
esfuerzo por apartar de la mente de ellos los falsos conceptos populares que
los judíos albergaban con referencia al Mesías y a su reino (ver com. Luc. 4: 19).
La dificultad que tuvieron los discípulos en esta ocasión para aceptar
la idea de que el Mesías debía sufrir y morir (Mat. 16: 22) hace resaltar el
problema que tuvo Cristo en liberarlos de esos falsos conceptos. Vez tras vez (cap. 17: 22-23; 20: 17-19)
trató el asunto con ellos. Pero el
chasco que experimentaron cuando finalmente llegó el momento del sufrimiento de
Cristo demostró que la eficacia de la instrucción que Cristo les había
impartido al respecto había sido sólo parcial.
Le era necesario. Era necesario que Cristo lo hiciera a fin de cumplir el plan de su vida terrenal (cf. Mar. 8: 31; 9: 12; etc.). El único modo por el cual Jesús podía cumplir con su misión era por medio de la cruz.
Jerusalén. Desde este momento, Jesús "afirmó
su rostro para ir a Jerusalén" (ver com.
Luc. 9: 51), y finalmente fue
hacia allí, quizá unos tres o cuatro meses más tarde.
Padecer mucho. Como ya había sido profetizado
(Sal. 22: 1, 7-8, 15-18; Isa. 53: 3-10; etc.). Los sufrimientos de Jesús tienen
significado para nosotros porque él es el Hijo de Dios, el Mesías de las
profecías del AT y el Redentor de la humanidad.
Por ser el Mesías, debía sufrir.
Los ancianos. Debido a que el griego emplea
aquí un solo artículo para los tres sustantivos, parece indicar que Jesús se
estaba refiriendo a los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas
como a un solo grupo, no como a tres grupos separados. Quizá este grupo fuera el sanedrín, cuyos
miembros pertenecían a estos tres grupos.
Con referencia a los "principales sacerdotes", ver com. cap.
2: 4. En cuanto a los
"escribas", ver com. Mar. 1:
22. El sanedrín era el supremo cuerpo
legislativo y judicial de Israel, y tenía 71 miembros (ver p. 68).
Ser muerto. Vez tras vez Jesús expuso
claramente que moriría y que resucitaría.
Sin embargo, los discípulos no comprendieron lo que Cristo quería
decirles (Mar. 9: 10, 32) y prefirieron creer ciegamente lo que querían creer y
pasar por alto lo que resultaba desagradable a sus opiniones preconcebidas (DTG
22).
Al tercer día. Ver pp. 239-242.
22. Comenzó a reconvenirle. Pedro "comenzó", pero
Jesús lo detuvo antes de que pudiera concluir.
Más tarde, se demostró la temeridad de Pedro cuando tomó la espada para
intentar defender a Jesús Juan 18: 10; cf. Mat. 26: 33-35).
Señor, ten compasión de ti. Pedro empleó una expresión
idiomática judía que significaba "Dios tenga de ti
misericordia". Pedro no podía
entender cómo podría sufrir el Mesías; las ideas de un Mesías y de un
"varón de dolores", "siervo" de Dios (cf. Isa. 52: 13 a 53: 3) eran irreconciliables
para él. En su protesta Pedro reveló su
propio egoísmo. Quería seguir a Jesús,
pero no quería aceptar la idea de estar ligado a un programa que había de
acabar en sufrimiento y muerte (ver DTG 383-384; com. Mat. 16: 24-25).
En ninguna manera. En griego, así como en la
traducción de la RVR, se emplea una forma enfática. "¡De ningún modo te sucederá esto!"
(BJ).
23. El, volviéndose. Al parecer, Cristo se volvió de
Pedro a los otros discípulos (Mar. 8: 33), pero dirigió estas palabras a Pedro.
¡Quítate de delante de mí! La idea que Pedro había expresado
era la del tentador, y la respuesta de Cristo iba dirigida al enemigo invisible
que la había sugerido. Estas eran las
mismas palabras que Cristo había usado para rechazar al tentador en el desierto
(Luc. 4: 8) y representan la más severa reprensión pronunciada alguna vez por
Jesús. La orden significa literalmente: "Ponte detrás de mí", pero en
una traducción más libre podría ducirse "¡quítate de mi vista!" (BJ)
o simplemente "vete". Pedro
había permitido que el diablo lo usara como portavoz del príncipe del mal. Sin embargo, las palabras de Cristo no se
dirigían tanto a Pedro como al que había sugerido sus palabras.
Tropiezo. Gr. skándalon, específicamente el
gatillo de la trampa donde se pone la carnada; en forma metafórico,
"tropiezo", "motivo de tropiezo",
"impedimento". Aquí Jesús se
refiere a Pedro como un estorbo en su camino a la cruz (ver com. vers. 21).
No pones la mira. Gr. fronéÇ, "tener
entendimiento", "pensar".
"No tienes entendimiento de las cosas de Dios" o "Tus
pensamientos no son los de Dios" (BJ).
Pocos versículos antes se registra el hecho de que había expresado una
verdad divina acerca de Jesús, la cual le había sido revelada por el Padre
(vers. 17). Ahora expresaba lo que le ha
sugerido el enemigo de todo lo bueno. ¡Cuán pronto Pedro había cambiado de
bando en la gran controversia!
24. Si alguno. Jesús se dirige aquí a todos los
discípulos (Luc. 9: 23). Marcos (cap. 8:
34) añade que había también algunas otras personas presentes, quizá algunos
judíos de la región que habían oído de sus maravillas en Galilea y que habían
llegado a creer en él. Con referencia a
las ideas expresadas en los vers. 24-25, ver com. cap. 10: 38-39.
Niéguese a sí mismo. Es decir, "renuncie a sí
mismo", someta su voluntad a Cristo, para vivir en adelante para Cristo y
no para sí mismo.
Tome su cruz. Es decir, que asuma las responsabilidades que acompañan al discipulado, aunque al hacerlo sea llamado a pagar el precio supremo. La cruz no era un instrumento judío, sino romano, que servía para ejecutar a los criminales (ver com. cap. 10: 38). Sin embargo, en los días de Cristo la cruz era bien conocida en Palestina.
Un criminal condenado a morir crucificado, tomaba literalmente su cruz, o al menos el travesaño de su cruz, que llevaba hasta el lugar de la ejecución. Es probable que Cristo se estuviera refiriendo a esta costumbre. En el contexto en el cual Cristo menciona llevar la cruz, no se refiere tanto a las pequeñas dificultades y a los obstáculos que deberían enfrentar los discípulos, sino más bien a la necesidad de estar dispuestos a hacer frente a la misma muerte (cf. cap. 16: 21-22). Pedro acababa de tratar de persuadir a Jesús para que abandonara el plan divino que demandaba que el Salvador tomara su cruz. Jesús le responde aquí que eso era imposible porque ésa no era la voluntad del Padre, y que si Pedro había de seguir siendo discípulo, debía estar dispuesto a pagar el precio, lo que finalmente hizo (ver com. Juan 21: 18-19).
En otros pasajes, Cristo presentó la idea
adicional de que los discípulos debían tomar su cruz "cada día" (Luc.
9: 23), al consagrarse a la vida de servicio a la cual habían sido
llamados. Si los hombres odiaban a
Jesús, bien podía esperarse que odiaran tabmién a sus representantes, los
discípulos (ver Juan 15: 18; 16: 33; com.
Mat. 10: 22).
Sígame. El que quiera ser su discípulo,
en primer lugar debe renunciar a sí mismo, renunciar a sus propios planes, a
sus propios deseos. Después, debe estar
dispuesto a llevar cualquier cruz que el deber le pida llevar. Finalmente, debe seguir en las pisadas de
Jesús (1 Ped. 2: 21). Seguir a Jesús
equivale a seguir en nuestra propia vida el modelo de la vida del Salvador,
sirviendo a Dios y a nuestros prójimos como él lo hizo (1 Juan 2: 6).
25. Salvar su vida. Ver com. cap. 10: 39. En este contexto, salvar la vida equivale a
buscar primeramente las cosas de esta vida, olvidando "el reino de Dios y
su justicia" (cap. 6: 33).
Pierde su vida. Uno pierde la vida por causa de
Cristo cuando se niega a sí mismo y toma la cruz de Cristo (ver com. Mat. 5: 11; 16: 24; cf. 1 Ped. 4: 12-13).
La hallará. He aquí otro aspecto de esta gran
paradoja evangélica. Para el cristiano
no puede haber corona sin cruz, aunque Satanás en el desierto ofreció a Cristo
la corona de este mundo por otro camino que no era el de la cruz (ver com. cap.
4: 8-9; 16: 22).
26. Mundo. Gr. kósmos, palabra que aquí
designa lo que el mundo ofrece en riqueza material, beneficios, etc. La ambición de las fuerzas del mal, visibles
e invisibles, siempre ha sido y siempre es la de ganar "todo el
mundo".
Alma. Gr. psuj' (ver com. cap. 10: 28).
¿Qué recompensa dará? Cristo emplea aquí una vigorosa
ilustración a fin de hacer resaltar una verdad eterna. No hay ninguna respuesta adecuada para esta
pregunta.
27. Hijo del Hombre. Este es el título que Jesús solía
darse a sí mismo (com. Mar. 2:10;
Nota Adicional de, Juan 1).
Vendrá en la gloria. Se asegura a quienes pierden la
vida por amor de Cristo que la encontrarán cuando el Señor vuelva en gloria al
fin de los tiempos (1 Cor. 15: 51-55; 1 Tes. 4: 16-17). En ese momento todo hombre puede esperar que
recibirá su recompensa (2 Tim. 4: 8; Apoc. 22: 12). Cristo acababa de hablar de los cristianos
que perdían la vida (Mat. 16: 25) por causa del Señor. Si la recompensa por el sacrificio había de
ser recibida en el momento de la muerte, como lo indica la teología popular,
parecería extraño que Jesús aquí declarara específicamente que esta recompensa
no será dada hasta que él mismo vuelva en gloria (ver com. cap. 25: 31).
Con sus ángeles. Cf. Mat. 24: 31; 1 Cor. 15: 52; 1 Tes. 4: 16.
Conforme a sus obras. Es decir, según lo que ha hecho
en esta vida. Cristo enseñó la misma verdad enfáticamente en las parábolas de
las ovejas y de los cabritos (cap. 25: 31-46), del rico y Lázaro (Luc. 16:
19-31), de la cizaña (Mat. 13: 24-30), de la red cap. 13: 47-50), y de la
fiesta de bodas (cap. 22: 1-14). No hay
nada en las enseñanzas de Cristo que pueda interpretarse como un indicio de que
habrá para los seres humanos una segunda oportunidad cuando podrán escapar a la
retribución de sus malas acciones cometidas en esta vida. Las Escrituras presentan siempre a esta vida
como el "día de salvación" (Isa. 49: 8; 2 Cor. 6: 2), el tiempo
cuando debemos ocuparnos con temor y temblor de nuestra salvación (Fil. 2: 12),
la cual es por fe en Cristo y por la obra misericordiosa del poder del Espíritu
Santo.
28. De cierto. Ver com. cap. 5: 18.
Hasta que hayan visto. Es importante que los tres Evangelios sinópticos registren el relato de la transfiguración inmediatamente después de esta predicción. Los antiguos manuscritos griegos no tienen división de capítulo ni de versículo. Por eso, el cap. 17: 1 sigue inmediatamente al 16: 28, sin interrupción. Los tres evangelistas registran que la transfiguración 426 ocurrió como una semana después de esta afirmación, implicando así que era el cumplimiento de la predicción. La relación entre las dos narraciones parecería excluir la posibilidad de que Jesús se estuviera refiriendo aquí a otro acontecimiento fuera de la transfiguración, la cual fue una demostración en miniatura del reino de gloria. Sin duda, Pedro lo entendió así (2 Ped. 1: 16-18).
Hijo del Hombre. Ver com. Mat. 1: 1; Mar. 2:10; Nota Adicional de Juan
1. (5CBA).
COMENTARIOS DE EGW
"PREVISIONES DE LA CRUZ"
(Basado en San Mateo 16:13-28; San Marcos 8:27-38; San Lucas 9:18-27).
https://elaguila3008.blogspot.com/2009/11/dtg-capitulo-45-previsiones-de-la-cruz.html
Ministerio Hno. Pio
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