JUAN
SE DISTINGUE DE LOS OTROS APÓSTOLES como el "discípulo al cual amaba
Jesús." (Juan 21:20.) Parece haber gozado en un grado preeminente de la
amistad de Cristo, y recibió muchas pruebas de la confianza y el amor del
Salvador. Juan era uno de los tres a los cuales les fue permitido presenciar la
gloria de Cristo sobre el monte de la transfiguración, así como su agonía en el
Getsemaní, y fue a él a quien nuestro Señor confió la custodia de su madre en
aquellas últimas horas de angustia sobre la cruz.
Al afecto del Salvador
correspondió el discípulo amado con toda la fuerza de una ardiente devoción. Juan
se apoyó en Cristo como la parra se sostiene sobre una majestuosa columna. Por
amor a su Maestro desafió los peligros de la sala del juicio y permaneció junto
a la cruz; y al oír que Cristo había resucitado, se apresuró para ir al
sepulcro y en su celo dejó atrás aun al impetuoso Pedro.
LA DEVOCIÓN ABNEGADA Y EL AMOR CONFIADO MANIFESTADOS EN LA VIDA
Y EL CARÁCTER DE JUAN, presentan lecciones de
incalculable valor para la iglesia cristiana. Juan no poseía por naturaleza la
belleza de carácter que reveló en su postrer experiencia. Tenía defectos
graves. No solamente era orgulloso, pretencioso y ambicioso de honor, sino
también impetuoso, resintiéndose por la injusticia. El y su hermano eran
llamados "hijos del trueno." Mal genio, deseo de venganza, espíritu
de crítica, todo eso se encontraba en el discípulo amado. Pero, debajo de ello
el Maestro divino discernía un corazón ardiente, sincero y amante. Jesús
reprendió su egoísmo, frustró sus ambiciones, probó su fe, y le reveló aquello
por lo que su alma suspiraba: 431 la
hermosura de la santidad, el poder transformador del amor.
LOS
DEFECTOS DEL CARÁCTER DE JUAN se
manifestaron de una manera destacada en varias ocasiones durante su relación
personal con el Salvador. En una oportunidad Cristo envió mensajeros
delante de sí a una aldea de los samaritanos para solicitar a la población que
preparase algún refrigerio para él y sus discípulos. Pero cuando el Salvador se
acercó a la aldea, pareció tener deseos de seguir hacia Jerusalén. Esto
despertó la envidia de los samaritanos, y en lugar de invitarle a quedarse con
ellos, le negaron la cortesía que hubiesen manifestado hacia un caminante
común. Jesús nunca impone a nadie su presencia, y los samaritanos perdieron las
bendiciones que les podía haber conferido si le hubieran solicitado que fuera
su huésped.
LOS
DISCÍPULOS SABÍAN que era el propósito de Cristo beneficiar a los samaritanos
con su presencia; y la frialdad, los celos y la falta de respeto mostrados a su
Maestro los llenaron de sorpresa e indignación.
SANTIAGO
Y JUAN
especialmente se disgustaron. Que aquel a quien ellos reverenciaban tan
altamente recibiese semejante trato, les parecía una falta demasiado grande
para ser dejada sin un castigo inmediato. En su fervor dijeron: "Señor,
¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, y los consuma, como hizo
Elías?" refiriéndose a la destrucción del capitán y su compañía de
samaritanos que fueron enviados para prender al profeta Elías.
SE
SORPRENDIERON
al ver que Jesús quedó apenado por sus palabras, y todavía más sorprendidos,
cuando esta reprensión llegó a sus oídos: "Vosotros no sabéis de qué
espíritu sois; porque el Hijo del hombre no ha venido para perder las almas de
los hombres, sino para salvarlas." (Luc. 9: 54-56.)
NO
CABE EN LA MISIÓN DE CRISTO OBLIGAR A LOS HOMBRES A QUE LE RECIBAN. Satanás y los
hombres que actúan bajo su espíritu son los que procuran obligar a las
conciencias. Pretendiendo manifestar celo por la justicia, los hombres que
están confederados con los ángeles caídos infligen a veces sufrimiento a sus 432 semejantes a fin de convertirlos a
sus ideas religiosas. Pero Cristo manifiesta siempre misericordia, procura en
todo momento ganar por medio de la revelación de su amor. No puede admitir un
rival en el alma ni aceptar un servicio parcial; pero desea tan sólo un
servicio voluntario, la entrega gozosa del corazón por la compulsión del amor.
EN
OTRA OCASIÓN SANTIAGO Y JUAN presentaron, por medio de su madre, una
petición a Cristo para solicitar que les fuera permitido ocupar los más altos
puestos de honor en el reino. A pesar de las repetidas instrucciones de Cristo
concernientes a la naturaleza de su reino, estos jóvenes discípulos aún
abrigaban la esperanza de un Mesías que ascendería a su trono con majestuoso
poder, de acuerdo a los deseos de los hombres. La madre, codiciando con sus
hijos el puesto de honor en ese reino, dijo: "Di que se sienten estos dos
hijos míos, el uno a tu mano derecha, y el otro a tu izquierda, en tu
reino."
PERO
EL SALVADOR CONTESTÓ: "No sabéis lo que pedís: ¿podéis beber el
vaso que yo he de beber, y ser bautizados del bautismo de que yo soy
bautizado?" Sabiendo que sus palabras misteriosas señalaban pruebas y
sufrimiento, con todo contestaron confiadamente: "Podemos." Deseaban
atribuirse el supremo honor de demostrar su lealtad compartiendo todo lo que
estaba por sobrevenir a su Señor. "A la verdad mi vaso beberéis, y del
bautismo de que yo soy bautizado, seréis bautizados," declaró Jesús,
sabiendo que tenía delante de sí una cruz en lugar de un trono y dos
malhechores como compañeros, el uno a su mano derecha y el otro a su izquierda.
Santiago y Juan iban a ser partícipes con su Maestro en el sufrimiento, -el
uno, destinado a una muerte prematura por la espada, el otro seguiría a su
Maestro en trabajos, vituperio y persecución por más tiempo que todos los demás
discípulos. "Más el sentaros a mi mano derecha y a mi izquierda -continuó
Jesús,- no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está aparejado de mi
Padre." (Mat. 20:21-23.)
JESÚS
ENTENDIÓ EL MOTIVO QUE IMPULSÓ EL PEDIDO, y por ello 433 reprendió la soberbia y ambición de
sus dos discípulos: "Sabéis que los príncipes de los Gentiles se
enseñorean sobre ellos, y los que son grandes ejercen sobre ellos potestad. Mas
entre vosotros no será así; sino el que quisiere entre vosotros hacerse grande,
será vuestro servidor; y el que quisiere entre vosotros ser el primero, será
vuestro siervo: como el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para
servir, y para dar su vida en rescate por muchos." (Mat. 20:25-28.)
En el reino de Dios no se
obtiene un puesto por medio del favoritismo. No se gana, ni es otorgado por medio
de una gracia arbitraria. Es el resultado del carácter. La cruz y el trono son
los símbolos de una condición alcanzada, los símbolos de la conquista propia
por medio de la gracia de nuestro Señor Jesucristo.
MUCHO DESPUÉS, cuando Juan había llegado a armonizar con Cristo por haberle seguido en sus sufrimientos, el Señor Jesús le reveló cuál es la condición que nos acerca a su reino. "Al que venciere -dijo Cristo,- yo le daré que se siente conmigo en mi trono; así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono." (Apoc. 3:21.)
Aquel que ocupe el lugar más cerca de Cristo, será
el que haya bebido más profundamente de su espíritu de amor abnegado- amor que
"no hace sinrazón, no se ensancha, . . . no busca lo suyo, no se irrita,
no piensa el mal" (1 Cor. 13:4,5), -amor que induce al discípulo, así como
indujo a nuestro Señor, a darlo todo, a vivir y trabajar y sacrificarse aun
hasta la muerte para la salvación de la humanidad.
EN OTRA OPORTUNIDAD, durante sus primeros trabajos evangélicos,
Santiago y Juan encontraron
a uno que si bien no era reconocido como seguidor de Cristo, echaba demonios en
su nombre.
LOS DISCÍPULOS PROHIBIERON AL HOMBRE HACER TAL COSA, creyendo
que procedían correctamente. Pero cuando presentaron el asunto delante de
Cristo, él los reprochó, diciendo: "No se lo prohibáis; porque ninguno hay
que haga milagro en mi nombre que luego pueda decir mal de mi." (Mar. 9:39)
434 Ninguno que mostrase de alguna
manera amistad hacia Cristo debía ser rechazado. Los discípulos no debían
albergar un espíritu mezquino y exclusivista, sino más bien manifestar la misma
amplia simpatía que habían visto en su Maestro. Santiago y Juan habían pensado
que, al detener a ese hombre, tenían en vista el honor del Señor; pero
comenzaron a ver que habían manifestado celo por sí mismos. Reconocieron su
error y aceptaron la reprensión.
LAS
LECCIONES DE CRISTO, al recalcar la mansedumbre, la humildad y el
amor como esenciales para crecer en gracia e idoneidad para su obra, eran del
más alto valor para Juan. Atesoraba cada lección y procuraba constantemente
poner su vida en armonía con el ejemplo divino. Juan había comenzado a
discernir la gloria de Cristo -no la pompa mundana y el poder que le habían
enseñado a esperar,- sino la "gloria como del unigénito del Padre, lleno de
gracia y de verdad." (Juan 1:14.)
La profundidad y fervor
del afecto de Juan hacia su Maestro no era la causa del amor de Cristo hacia
él, sino el efecto de ese amor.
JUAN DESEABA LLEGAR A SER SEMEJANTE A JESÚS, y bajo la influencia transformadora del amor de Cristo, llegó a ser manso y humilde. Su yo estaba escondido en Jesús. Sobre todos sus compañeros, Juan se entregó al poder de esa maravillosa vida.
Dijo: "La Vida fue manifestada, y nosotros la hemos
visto." (1 Juan 1:2, V.M.) "Porque de su plenitud tomamos todos, y
gracia por gracia." (Juan 1:16.) Juan conoció al Salvador por experiencia
propia. Las lecciones de su Maestro se grabaron sobre su alma. Cuando él
testificaba de la gracia del Salvador, su lenguaje sencillo era elocuente por
el amor que llenaba todo su ser.
A
CAUSA DE SU PROFUNDO AMOR HACIA CRISTO, Juan deseaba siempre
estar cerca de él. El Salvador amaba a los doce, pero el espíritu de Juan era
el más receptivo. Era más joven que los demás y con mayor confianza infantil,
abrió su corazón a Jesús. Así llegó a simpatizar más con Cristo, y mediante él,
las más 435 profundas lecciones
espirituales de Cristo fueron comunicadas al pueblo.
JESÚS
AMA A AQUELLOS QUE REPRESENTAN AL PADRE, y Juan pudo hablar del
amor del Padre, como no lo pudo hacer ningún otro de los discípulos. Reveló a
sus semejantes lo que sentía en su propia alma, representando en su carácter
los atributos de Dios. La gloria del Señor se expresaba en su semblante. La
belleza de la santidad que le había transformado brillaba en su rostro con
resplandor semejante al de Cristo. En su adoración y amor contemplaba al
Salvador hasta que la semejanza a Cristo y el compañerismo con él llegaron a
ser su único deseo, y en su carácter se reflejó el carácter de su Maestro.
"Mirad -dijo- cuál
amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios.... Muy amados,
ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero
sabemos que cuando él apareciere, seremos semejantes a él, porque le veremos
como él es." (1 Juan 3:1,2.) 436
Los Hechos
De Los Apóstoles En La Proclamación
Del
Evangelio De Jesucristo. (EGW). MHP
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