Basado en 1 Juan
DESPUÉS
DE LA ASCENSIÓN DE CRISTO, Juan se destaca como fiel y ardoroso obrero
del Maestro. Juntamente con los otros discípulos disfrutó del derramamiento del
Espíritu Santo en el día de Pentecostés, y con renovado celo y poder continuó
hablando a la gente las palabras de vida, procurando llevar sus pensamientos
hacia el Invisible. Era un predicador poderoso, ferviente y profundamente
solícito. Con hermoso lenguaje y una voz musical, relataba las palabras y las
obras de Cristo; hablaba en una forma que impresionaba los corazones de
aquellos que le escuchaban. La sencillez de sus palabras, el poder sublime de
la verdad que enunciaba, y el fervor que caracterizaba su enseñanza, les daban
acceso a todas las clases sociales.
LA
VIDA DEL APÓSTOL ESTABA EN ARMONÍA CON SU ENSEÑANZA. El amor de Cristo que
ardía en su corazón, le indujo a realizar una fervorosa e incansable labor en
favor de sus semejantes, especialmente por sus hermanos en la iglesia
cristiana.
CRISTO
Había Mandado
a los primeros discípulos que se amasen unos a otros como él los había amado.
Así debían testificar al mundo que Cristo, la esperanza de gloria, se había
desarrollado en ellos. "Un mandamiento nuevo os doy -había dicho:- Que os
améis unos a otros: como os he amado, que también os améis los unos a los
otros." (Juan 13:34.)
CUANDO
SE DIJERON ESAS PALABRAS, los discípulos no las pudieron entender; pero
después de presenciar los sufrimientos de Cristo, después de su crucifixión,
resurrección y ascensión al cielo, y después que el Espíritu Santo descendió
sobre ellos en Pentecostés, tuvieron un claro concepto del amor de Dios y de la
naturaleza 437 del amor que debían
tener el uno con el otro.
ENTONCES
JUAN pudo decir a sus condiscípulos: "En esto hemos conocido el amor,
porque él puso su vida por nosotros: también nosotros debemos poner nuestras
vidas por los hermanos."
DESPUÉS
que descendió el Espíritu Santo, cuando los discípulos salieron a proclamar al
Salvador viviente, su único deseo era la salvación de las almas. Se regocijaban
en la dulzura de la comunión con los santos. Eran compasivos, considerados,
abnegados, dispuestos a hacer cualquier sacrificio por la causa de la verdad. En
su asociación diaria, revelaban el amor que Cristo les había enseñado. Por
medio de palabras y hechos desinteresados, se esforzaban por despertar ese
sentimiento en otros corazones.
LOS
CREYENTES
habían de cultivar siempre un amor tal. Tenían que ir adelante en voluntaria
obediencia al nuevo mandamiento. Tan estrechamente debían estar unidos con
Cristo que pudieran sentirse capacitados para cumplir todos sus requerimientos.
Sus vidas magnificarían el poder del Salvador, quien podía justificarlos por su
justicia.
PERO GRADUALMENTE SOBREVINO UN CAMBIO. Los
creyentes comenzaron a buscar defectos en los demás. Espaciándose en las
equivocaciones, y dando lugar a una crítica dura, perdieron de vista al
Salvador y su amor. Llegaron a ser más estrictos en relación con las ceremonias
exteriores, más exactos en la teoría que en la práctica de la fe. En su celo
por condenar a otros, pasaban por alto sus propios errores. Perdieron el amor
fraternal que Cristo les había encomendado, y lo más triste de todo, era que no
se daban cuenta de su pérdida. No comprendían que la alegría y el regocijo se
retiraban de sus vidas, y que, habiendo excluído el amor de Dios de sus
corazones, pronto caminarían en tinieblas.
COMPRENDIENDO
JUAN que el amor fraternal iba mermando en la iglesia, se esforzaba por
convencer a los creyentes de la necesidad constante de ese amor. Sus cartas a
las iglesias están 438 llenas de
este pensamiento. "Carísimos,
amémonos unos a otros -escribe;- porque el amor es de Dios. Cualquiera que ama,
es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no conoce a Dios; porque
Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios
envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste
el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros,
y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios
así nos ha amado, debemos también nosotros amarnos unos a otros."
TOCANTE AL SENTIDO ESPECIAL en que ese amor debería manifestarse
por los creyentes, el apóstol dice: "Os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en
vosotros; porque las tinieblas son pasadas, y la verdadera luz ya alumbra. El
que dice que está en luz, y aborrece a su hermano, el tal aun está en tinieblas
todavía. El que ama a su hermano, está en luz, y no hay tropiezo en él. Mas el
que aborrece a su hermano, está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a
donde va; porque las tinieblas le han cegado los ojos." "Porque éste
es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a
otros." "El que no ama a su hermano, está en muerte. Cualquiera que
aborrece a su hermano, es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida
eterna permaneciente en sí. En esto hemos conocido el amor, porque él puso su
vida por nosotros: también nosotros debemos poner nuestras vidas por los
hermanos."
EL MAYOR PELIGRO de la
iglesia de Cristo no es la oposición del mundo. Es el mal acariciado en los
corazones de los creyentes lo que produce el más grave desastre, y lo que,
seguramente, más retardará el progreso de la causa de Dios. No hay forma más
segura para destruir la espiritualidad que abrigar envidia, sospecha, crítica o
malicia. Por otro lado, el testimonio más fuerte de que Dios ha enviado a su
Hijo al mundo, es la armonía y unión entre hombres de distintos caracteres que
forman su iglesia. El privilegio de los seguidores de Cristo es 439 dar ese
testimonio. Pero para poder hacerlo, deben colocarse bajo las órdenes de
Cristo. Sus caracteres deben conformarse a su carácter, y sus voluntades a la
suya.
"UN
MANDAMIENTO NUEVO OS DOY -DIJO CRISTO:- Que os améis unos a otros: como os he
amado, que también os améis los unos a los otros." (Juan 13:34.)
¡QUÉ
MARAVILLOSA DECLARACIÓN! Pero, ¡cuán poco se la practica! Hoy día en la
iglesia de Dios, el amor fraternal falta, desgraciadamente. Muchos que profesan
amar al Salvador, no se aman unos a otros. Los incrédulos observan para ver si
la fe de los profesos cristianos ejerce una influencia santificadora sobre sus
vidas; y son prestos para discernir los defectos del carácter y las acciones
inconsecuentes.
NO
PERMITAN LOS CRISTIANOS que le sea posible al enemigo señalarlos
diciendo: Mirad cómo esas personas, que se hallan bajo la bandera de Cristo, se
odian unas a otras. Todos los cristianos son miembros de una familia, hijos del
mismo Padre celestial, con la misma esperanza bienaventurada de la
inmortalidad. Muy estrecho y tierno debe ser el vínculo que los une.
EL AMOR DIVINO dirige sus más conmovedores llamamientos al corazón
cuando nos pide que manifestemos la misma tierna compasión que Cristo mostró. Solamente el hombre que tiene un
amor desinteresado por su hermano, ama verdaderamente a Dios.
EL
VERDADERO CRISTIANO no permitirá voluntariamente que un alma en peligro y
necesidad camine desprevenida y desamparada. No podrá mantenerse apartado del
que yerra, dejando que se hunda en la tristeza y desánimo, o que caiga en el
campo de batalla de Satanás.
LOS
QUE NUNCA EXPERIMENTARON el tierno y persuasivo amor de Cristo, no pueden
guiar a otros a la fuente de la vida. Su amor en el corazón es un poder
competente, que induce a los hombres a revelarlo en su conversación, por un
espíritu tierno y compasivo, y en la elevación de las vidas de aquellos con
quienes se asocian.
LOS OBREROS CRISTIANOS que tienen éxito en sus
esfuerzos deben conocer a Cristo, y a fin de conocerle, 440 deben conocer su amor. En
El Cielo se mide su idoneidad como obreros por su capacidad de amar como Cristo
amó y trabajar como él trabajó.
"No amemos de palabra,"
escribe el apóstol, "sino de obra y en verdad." La perfección del
carácter cristiano se obtiene cuando el impulso de ayudar y beneficiar a otros,
brota constantemente de su interior. Cuando una atmósfera de tal amor rodea el
alma del creyente, produce un sabor de vida para vida, y permite que Dios
bendiga su trabajo.
UN AMOR SUPREMO HACIA DIOS y un amor abnegado hacia nuestros semejantes, es el mejor don que nuestro Padre celestial puede conferirnos. Tal amor no es un impulso, sino un principio divino, un poder permanente. El corazón que no ha sido santificado no puede originarlo ni producirlo. Únicamente se encuentra en el corazón en el cual reina Cristo. "Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero." En el corazón que ha sido renovado por la gracia divina, el amor es el principio dominante de acción. Modifica el carácter, gobierna los impulsos, controla las pasiones, y ennoblece los afectos. Ese amor, cuando uno lo alberga en el alma, endulza la vida, y esparce una influencia ennoblecedora en su derredor.
JUAN
SE ESFORZÓ POR HACER COMPRENDER A LOS CREYENTES los eminentes privilegios que
podían obtener por el ejercicio del espíritu de amor. Cuando ese poder
redentor llenara el corazón, dirigiría cualquier otro impulso y colocaría a sus
poseedores por encima de las influencias corruptoras del mundo. Y a medida que
este amor llegara a dominar completamente y a ser la fuerza motriz de la vida,
su fe y confianza en Dios y en el trato del Padre para con ellos serían
completas. Podrían llegar a él con plena certidumbre y fe, sabiendo que el
Señor supliría cada necesidad para su bienestar presente y eterno. "En esto es perfecto el amor con nosotros
-escribió,- para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es,
así somos nosotros en este mundo. En amor no hay temor; mas el perfecto 441 amor echa fuera el temor."
"Y ésta es la confianza que tenemos en él, que si demandaremos alguna cosa
conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye. . . sabemos
que tenemos las peticiones que le hubiéramos demandado."
"Y
SI ALGUNO HUBIERE PECADO, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo
el justo; y él es la propiciación por nuestros pecados: y no solamente por los
nuestros, sino también por los de todo el mundo." "Si confesamos
nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados y
nos limpie de toda maldad."
LAS CONDICIONES para obtener la misericordia de Dios son
sencillas y razonables. El Señor no requiere que hagamos
algo doloroso a fin de obtener el perdón. No necesitamos hacer largas y
cansadoras peregrinaciones o ejecutar penitencias penosas para encomendar nuestras
almas a él o para expiar nuestra transgresión. El que "confiesa y se
aparta" de su pecado "alcanzará misericordia." (Prov. 28:13.)
En los atrios
celestiales, Cristo intercede por su iglesia, intercede por aquellos para
quienes pagó el precio de la redención con su sangre. Los siglos de los siglos
no podrán menoscabar la eficiencia de su sacrificio expiatorio. Ni la vida ni
la muerte, ni lo alto ni lo bajo, pueden separarnos del amor de Dios que es en
Cristo Jesús; no porque nosotros nos asimos de él tan firmemente, sino porque él
nos sostiene con seguridad.
SI NUESTRA SALVACIÓN dependiera
de nuestros propios esfuerzos, no podríamos ser salvos; pero ella depende de
Uno que endosa todas las promesas. Nuestro asimiento de él puede parecer débil, pero su amor es
como el de un hermano mayor; mientras mantengamos nuestra unión con él, nadie
podrá arrancarnos de su mano.
A
MEDIDA QUE LOS AÑOS TRANSCURRÍAN y el número de creyentes crecía, Juan
trabajaba con mayor fidelidad y fervor en favor de sus hermanos. Los tiempos
estaban llenos de peligro para la iglesia.
POR
TODAS PARTES EXISTÍAN ENGAÑOS SATÁNICOS. Por medio de la
falsedad y el engaño los emisarios de Satanás procuraban suscitar oposición
contra las doctrinas de Cristo; como consecuencia las disensiones y herejías
ponían en peligro a la iglesia. 442
Algunos que creían en Cristo decían que su amor los libraba de obedecer la ley
de Dios.
POR
OTRA PARTE, muchos creían que era necesario observar las costumbres y
ceremonias judías; que una simple observancia de la ley, sin necesidad de
tener fe en la sangre de Cristo, era suficiente para la salvación. Algunos
sostenían que Cristo era un hombre bueno, pero negaban su divinidad.
OTROS
que pretendían ser fieles a la causa de Dios eran engañadores que negaban en
la práctica a Cristo y su Evangelio. Viviendo en transgresión ellos mismos,
introducían herejías en la iglesia. Por eso muchos eran llevados a los
laberintos del escepticismo y el engaño.
JUAN SE LLENABA DE TRISTEZA al ver penetrar en la iglesia esos errores
venenosos. Veía los peligros a los cuales ella estaba expuesta y afrontaba
la emergencia con presteza y decisión. Las epístolas de Juan respiran el
espíritu del amor. Parecería que las hubiera escrito con pluma entintada de
amor. Pero cuando se encontraba con los que estaban transgrediendo la ley de
Dios, y sin embargo aseveraban que estaban viviendo sin pecado, no vacilaba en
amonestarles acerca de su terrible engaño.
Escribiendo A Una Colaboradora En La Obra Evangélica, señora
de buena reputación y amplia influencia, dijo: "Porque muchos engañadores son entrados en el mundo, los cuales no
confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Este tal el engañador es, y el
anticristo. Mirad por vosotros mismos, porque no perdamos las cosas que hemos
obrado, sino que recibamos galardón cumplido. Cualquiera que se rebela, y no
persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios: el que persevera en la
doctrina de Cristo, el tal tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a
vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis:
¡bienvenido! Porque el que le dice
bienvenido, comunica con sus malas obras."
ESTAMOS AUTORIZADOS a tener el mismo concepto
que tuvo el apóstol amado de los que afirman morar en Cristo y viven transgrediendo
la ley de Dios.
EXISTEN
EN ESTOS ÚLTIMOS DÍAS 443 MALES SEMEJANTES a los que amenazaban
la prosperidad de la iglesia primitiva; y las enseñanzas del apóstol Juan
acerca de estos puntos deben considerarse con cuidadosa atención. "Debéis
tener amor," es el clamor que se oye por doquiera, especialmente de parte
de quienes se dicen santos. Pero el amor verdadero es demasiado puro para cubrir
un pecado no confesado. Aunque debemos amar a las almas por las cuales Cristo
murió, no debemos transigir con el mal. No debemos unirnos con los rebeldes y
llamar a eso amor. Dios requiere de su pueblo en esta época del mundo, que se
mantenga de parte de lo justo tan firmemente como lo hizo Juan cuando se opuso
a los errores que destruían las almas.
EL
APÓSTOL ENSEÑÓ que al mismo tiempo que manifestamos cortesía cristiana,
estamos autorizados a tratar con el pecado y los pecadores en términos claros:
que tal proceder no está en desacuerdo con el amor verdadero. "Cualquiera que hace pecado -escribió,-
traspasa también la ley; pues el pecado es transgresión de la ley. Y sabéis que
él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. Cualquiera que
permanece en él, no peca; cualquiera que peca, no le ha visto, ni le ha
conocido."
COMO
TESTIGO DE CRISTO, JUAN no entró en controversias ni en fastidiosas
disputas. Declaró lo que sabía, lo que había visto y oído. Estuvo asociado
íntimamente con Cristo, oyó sus enseñanzas y fue testigo de sus poderosos
milagros. Pocos pudieron ver las bellezas del carácter de Cristo como Juan las
vio. Para él las tinieblas habían pasado; sobre él brillaba la luz verdadera. Su
testimonio acerca de la vida y muerte del Señor era claro y eficaz. Hablaba
con un corazón que rebosaba de amor hacia su Salvador; y ningún poder podía
detener sus palabras.
"Lo que era desde
el principio -declaró,- lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros
ojos, lo que hemos mirado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida,
. . . lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que 444 también vosotros tengáis comunión
con nosotros: y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo
Jesucristo."
ASIMISMO puede todo
creyente estar capacitado, por medio de su propia experiencia, para afirmar
"que Dios es verdadero." (Juan 3:33.) Puede testificar de lo que ha
visto, oído y sentido del poder de Cristo. 445
Los Hechos
De Los Apóstoles En La Proclamación
Del Evangelio
De Jesucristo. (EGW). MHP
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